Mil noches

por **Lucille Reuven** Mar Jul 04, 2017 11:50 pm

La embriagaba el aroma de la tierra húmeda, el pasto que se hundía bajo su peso estaba fresco y fragante. ¿A dónde se dirigía? Ni ella lo sabía. Caminaba sin rumbo definido, como toda adolescente que se pelea a muerte con sus padres –con su madre en este caso pues Lucille no había llegado a conocer a su progenitor, él había muerto antes de que ella y su mellizo nacieran-, Lucille al fin había cumplido la tan anhelada fantasía: huir de la casa.

¿Casarse? ¿Ella? ¿Con ese estúpido de Arthur Fraser? ¡Jamás! Su madre podría irse al infierno si por ella fuese, pues estaba convencida, firme en su decisión, de no unirse a nadie nunca, mucho menos un pomposo inquisidor que hablaba como si supiese todo de la vida, como si fuese la espada de Dios en la tierra.
Por eso –sólo por eso, pues en verdad se odiaba-, Lucille decidió salir en su forma felina. Uso la más pequeña para escabullirse y cuando ya estuvo en las inmediaciones del bosque que rodeaba la zona residencial de la ciudad, cambió, creció, con dificultad pues no tenía el mismo ejercicio que su hermano en eso de los cambios. Le costó mucho acabar siendo lo que era, pasó dolor también y se maldijo por dos cosas: por no estar habituada a cambiar a leona y por haber decidido escapar en su forma animal.

Anduvo aquí y allá, luego de descansar al abrigo de la sombra que un frondoso árbol le brindaba. Sabía lo que en verdad buscaba: que el idiota de Fraser la viera, que descubriera que su presunta prometida era un ser sobrenatural, una enemiga de su causa… Que descubriese su verdad y se alejase de ella.

“O que me mate, tal vez morir a manos de los amigos de mi madre sería lo mejor”, en eso pensaba antes de oír los gritos desesperados.

Alguien –al parecer un niño- llamaba a gritos a Dios. Curiosa como era, Lucille no pudo evitar seguir el rastro de adrenalina que había en el viento, siguió el camino que sus sentidos le marcaban y no tardó en hallar la horrorosa escena.
Intervino antes de pensar si lo que estaba haciendo era sensato o no. Atacó por la espalda al hombre que mantenía prisionero al pequeño, según veía lo había estado destripando con una cuchilla -¡allí, en medio de la nada!- y el pequeño estaba bañado en sangre.

Todo fue muy rápido, asquerosamente violento para ella que nada sabía de la vida todavía. Esa noche Lucille se chocó con dos verdades que desconocía acerca de sí misma: era un animal capaz de matar con solo dos movimientos de su cuerpo -así había acabado con el hombre- y era una mujer empática, capaz de angustiarse hasta sentir dolor físico al ver que el pequeño desconocido moría junto a ella sin que pudiese hacer nada por ayudarle.