Cuando no estás solo [Privado con Viktor Paine]

El cementerio era uno de mis lugares favoritos de toda la ciudad. Para muchos era un territorio temido por su oscuridad, para otros era amado por el mismo motivo. Yo me consideraba una de esas amantes furtivas. La escasa luz del cementerio me aportaba la paz que hacía mucho tiempo que había perdido, así que a la que tenía una excusa para pasarme por Montmartre, nunca me quejaba por ello.

Para mi era una ocasión especial, así que me vestía con mis mejores galas. Nunca sabías qué era lo que podrías encontrarte allí, por lo que valía la pena arreglarse. Me puse mi vestido negro más bonito y proseguí a la marcha hacia el monte.

Era ya entrada la noche, de esa forma pasaba desapercibida ante los ojos de la gran ciudad y ante los vecinos cotillas que pretendían controlar mis movimientos. Pero necesitaba esas ratas con alas llamadas murciélagos y huesos, y solo los podía encontrar en buen estado en el cementerio. Era hacia las cuatro y media de la madrugada cuando llegué a las puertas del campo santo. Llegué a esa hora para evitar a los ladrones de tumbas aprendices de médicos. No se como lo hacen, pero son siempre muy chapuceros al intentar robar los cuerpos para estudiarlos ilegalmente.

Mi primera parada fue un mausoleo, situado en la parte alta del cementerio, dónde eran enterradas las personas fallecidas de clase alta. Ellos se podían permitir unos entierros dignos, con grandes mausoleos donde habitaban mis preciadas presas nocturnas. Sabía de una tumba la cual había sido saqueada hacía mucho tiempo, en la que ahora se encontraba un nido de esas ratas con alas. Entré en el mausoleo, igual que un ladrón, aunque no podría despertar a nadie dentro.

Fue muy fácil conseguir a un par de ellos. Con una buena trampa compuesta de un saco con un poco que fruta en el fondo en media hora tenía todo lo que necesitaba.

La segunda parada era la búsqueda de una mano. Busqué tierra removida debajo las lápidas de la parte baja del cementerio, gente que no podía pagarse ni si quiera un ataúd. Fui comprobando siempre la fecha de fallecimiento del que sería mi proveedor por lo menos durante los siguientes meses ya que solo necesitaba los huesecitos de las falanges de una mujer menor de veinte años de edad para un conjuro a petición de un cliente cuyo nombre era mejor no nombrar.

Encontré lo que buscaba con relativa facilidad. La lápida estaba a nombre de Natasha, muerta hacía tres días. Cavé lo mínimo para abrir un agujero hasta el cuerpo y con mayor destreza de la que me esperaba, amputé su miembro derecho, lo empapelé con papel de periódico como pude, intentando no manchar nada de lo que llevaba en la bolsa.

Volví a colocar la tierra con precaución de volver a dejar las cosas como estaban. Como la tierra ya estaba removida no me entretuve demasiado a que quedara perfecto.

De repente, vi una sombra. Me asusté, ya que lo que hacía allí era digno de condena a la hoguera, y no quería tener el mismo final que mi madre. Me escondí a toda prisa detrás del árbol mas cercano, esperando que mi vestido negro lograra ocultarme de aquél visitante nocturno.

Antes de verle a él, le vi el aura, y supe que aquello que se acercaba no era del todo humano. Era un licántropo, un hombre-lobo, medio humano medio bestia, o cualquiera de los sinónimos que vulgarmente se usaban para describir a tales magníficas criaturas. Pero algo en su voz me hacía no tenerle miedo. Nunca había visto a un ser así, y mi curiosidad innata me hacía querer conocer más a fondo a ese hombre.

Acababa de preguntarme si era un ladrón de tumbas, a lo que le contesté, con seguridad y un tono un poco burlesco, pero sin llegar a ser ofensivo: -No precisamente, y en todo caso sería ladrona. Pero no, no lo soy. - Mentira. Aunque no lo quisiera, lo que acababa de hacer al mutilar a esa mujer, era robar, apropiación indebida. Pero no quería dar mala imagen ya de por si. Él no se escondía, cosa que me dio coraje para tampoco hacerlo yo. Salí de mi pobre escondite, ya que detrás de un árbol no era del todo elaborado. Y me encontré delante de un muchacho.

Tenía el pelo claro, y bajo la luz de la luna le cogía un color plateado precioso. Si hubiese sabido de pintura, me hubiese pasado el resto de mi vida buscando ese color, pero era todo lo que tenía, o lo que podía ver. No dejaba de ser un muchacho, o de aparentarlo. Físicamente parecía que tenía no más de unos dieciséis años, pero en esos tiempos, nunca lo sabes del cierto.

Nos quedamos mirando. Como protección me llevé una mano a mi bolsa, no quería que él se diera cuenta de mi movimiento, pero creo que no pude evitarlo, y eso hizo que me pusiera un poco nerviosa. No tenía ganas de dar explicaciones de por qué llevaba una mano amputada y un par de murciélagos muertos dentro de mi saco, por lo que me apresuré a decir:

-¿Y usted señor? ¿Qué es lo que le trae a estas horas de la madrugada a un cementerio como este?

Pude ver que iba bien vestido, no llevaba harapos, por lo que no era un vagabundo en busca de cobijo, sino un señorito de una casa medianamente bien. Parecía que su pelo de plata estaba peinado hacia atrás, limpio y seguramente lavado de hacía poco tiempo. Pero su aura seguía siendo la de un lobo.

Entonces me di cuenta del peligro que corría estando allí. Ese hombre, o muchacho, era una criatura de la noche. En cualquier momento podría lanzarse encima mío y hacerme trizas con un par de zarpazos antes que yo pudiera hacer el mínimo movimiento para defenderme. Esos pensamientos me pusieron aún más nerviosa.

Quisiera o no, no dejaba de ser humana, una simple mortal, pero con un don, un poder que le permitía ver más allá de las sombras.

Había oído ese nombre antes. Más que el nombre, había oído ese apellido, Paine. Entonces recordé todas esas historias de piratas que rondaban por el submundo de París, historias acerca de un hombre que llevaba ese mismo apellido, que se había recorrido los siete mares llevando en su espalda el título del hombre más temido del mundo entero.

Así que me encontraba, delante de un joven que aseguraba llamarse Paine de apellido, en un cementerio pasadas las cinco de la madrugada, y quisieras o no, el hombre era un licántropo. Me prometió no hacerme daño, así que por alguna extraña razón le creí.

- Mi nombre es Larienne Delacroix. - Me presenté. Si las cosas iban bien, él no sería capaz de ubicar mi apellido en ninguna historia, mientras que yo ya sabía quien era. Uno de los parientes Paine. Me pregunté si sería el hijo o el nieto del famoso pirata, pero encontré que eso era una indiscreción para ser preguntado.

La verdad es que su presencia no me molestaba, simplemente no quería que viera lo que llevaba dentro de la bolsa, y ni mucho menos que cogiera una idea equivocada de mi. Aún así, creí recordar que dentro de la familia Paine había alguna nigromante o alguna bruja introducida en las mismas artes oscuras que yo. Por lo que realmente la imagen que pudiera dar de mi misma se veía salvada.

Una cuestión que me preocupaba más era el hecho que el hombre llamado Viktor estaba vagando por el cementerio, proclamando que era "su territorio". Así que de alguna forma me había introducido en territorio de licántropos. Me intrigaba mucho más la razón de su aparición, porque estaba segura que no era una simple vuelta de reconocimiento. Y la única forma de saberlo, era preguntando.

Me tranquilicé bastante antes de preguntarle: - Perdone mi intrusión, pero ¿puedo volver a preguntarle qué es lo que lo ha llevado hasta aquí? Porque estoy segura que no solo es motivo de hallarnos en vuestro territorio, sino que sus motivos internos son los que realmente me preocupan. - Mientras hablaba di un paso hacia él. Estaba volviendo a hablar más de lo necesario, y eso no era bueno, porque cuando lo hacía, mostraba mi vulnerabilidad. Así que cuando terminé la frase, me mantuve callada, a la espera de la respuesta del señorito Paine.

Un hombre misterioso el señor Paine, pero todo un caballero. Saber que ya conocía el contenido de mi bolsa me tranquilizó pero aun así, estaba segura que ya tenía mala imagen de mi persona. Sea lo que fuese que él pensaba de mi, estaba o totalmente o parcialmente equivocado.

En mi opinión, tratar con los muertos no lo hacía por ganas. A veces, cuando tenía que adivinar el futuro leyendo las entrañas de cualquier animal, se me revolvía el estómago. Lo que sí que me gustaba era mi habilidad de titiritero, con la que podía controlar objetos inanimados, y el hecho de hacer pociones, pero estaba segura que des de una faceta de alquimista no sería tan placentero.

Volviendo a la realidad, tenía ahora un hombre lobo que estaba dispuesto a acompañarme a mi casa. El problema es que antes, tenía que hacer una parada. Un último paso que debía hacer para solventar un problema la noche siguiente. Porque es así como funciona la magia negra, muchos preparativos, tiempo de espera, mucho dinero invertido en pociones y objetos necesarios para ejecutar conjuros...

- Estaría encantada de ser acompañada por usted a mi humilde morada, pero antes necesito hacer una parada. Si no le apetece, no hace falta que venga, pero el paseo es largo y agradecería su presencia. Me place informarle que nos adentraremos en tierra de vampiros, así que si no quiere venir, lo entenderé.

Tenía que pasar por una tienda pequeña en medio del laberinto de calles parisinas para comprar ancas de rana y un muñeco vudú. Las ancas de rana eran fáciles de encontrar, porque se servían en muchos de los restaurantes de la ciudad, pero el muñeco era más complicado, porque solo había una tienda donde realmente funcionaran y estaba en tierra de vampiros. Los inmortales y la magia negra siempre se han llevado bien.

Era un hombre curioso, y eso me motivaba a querer saber más de él, de su pasado, de su presente, de su vida en general, pero sería descortés por parte de una dama hacer tales inapropiadas preguntas. Así que esperé a ver si aceptaba mi propuesta a acompañarme y a que sacara un tema entretenido de conversación.

La Logía. Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese nombre. Al principio me quedé pensando acerca de dónde había sido la última vez que lo había oído, y llegué a la conclusión que se trataba de una vieja conversación entre mis padres. Mi padre comentaba a mi madre que después de una desastrosa pero pacífica reunión de los miembros de la Logía no volvería a ir allí. Así que no, nunca había estado en una reunión de la Logía. En eso era completamente nueva. Y así se lo expresé a mi acompañante.

- La verdad es que no, nunca he asistido a una reunión de la Logía. Es más, mis padres asistían pero hubo un día en que un incidente los incitó a no volver más. Así que nunca he frecuentado dichas reuniones. - dije mirando a los ojos de Víktor.

Tampoco había asistido a aquelarres de brujas, ya que había estado en un círculo de aprendizaje muy cerrado. Y las relaciones sociales que le quedaban después del incidente con sus padres, se limitaban a relaciones comerciales y a trabajos concretos con sus socios.

La compañía de aquél hombre-lobo me daba seguridad por las calles de París, aún desiertas. No había ni un alma por las calles, cosa que hacia las cinco y media de la madrugada era normal. Pasamos por delante de un callejón sin salida, con sus propios hedores emanando de él, y pudimos observar como unos gatos estaban arremolinados alrededor de una basura, alimentándose de las sobras que encontraban en ella. Normalmente hubiese recorrido esas calles con mucha más velocidad, no me terminaba de gustar el hecho de andar sola por las calles en plena madrugada, pero con ese caballero me había tomado el capricho de andar pausadamente, disfrutando de las calles de la ciudad de las luces.

Ya casi habíamos llegado. La tienda se encontraba a solo un par de esquinas de donde nos hallábamos, pero un escalofrío recorrió mi espalda. Algo iba mal, y no sabía el qué.