AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Después de tanto tiempo... Aquí estabas. ( Alanna Joungheart)
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Después de tanto tiempo... Aquí estabas. ( Alanna Joungheart)
Aquel no había sido un día muy sencillo para mi. Reuniones de negocios, regateos, amenazas... Aunque eso no era lo que verdaderamente hacía de aquella jornada un infierno. Había pasado la mayor parte del tiempo distraida, inmersa en mis pensamientos, y eso había enfurecido a algunos de mis clientes, en especial al señor Alfred Brown. Aquel hombre tenía todo el dinero del mundo, tanto que temía perderlo todo. Las negociaciones con él siempre eran duras... estaba convencida de que me consideraba inferior, incluso se había atrevido a insinuar que debí vender el negocio cuando falleció mi padre innumerables veces... como si no fuera capaz de llevarlo por mi misma. Probablemente si fuera un hombre en lugar de una mujer las cosas serían diferentes... pero en aquel momento todo aquello no me preocupaba lo más mínim. Tenía preocupaciones más importantes en la cabeza.
El recuerdo del desayuno pasó por mi cabeza, tan real que casi diría que me había trasladado en el tiempo. Tomaba frutas, acompañadas de un delicioso té mientras leía el periódico londinese con atención. Charlaba con la sirvienta, Madeline. Me conocía desde el fallecimiento de mi madre. Se había ganado mi respeto, y parte de mi confianza. Jamás hablaba más de la cuenta, siempre llamaba antes de entrar y su voz era cálida como una brisa de verano. De pronto se hacía el silencio, un titular captaba mi atención: JACK EL DESTRIPADOR ATACA DE NUEVO. Al instante mi mente viajaba a otro sitio mientras mis manos sostenían la taza de té. Incluso diría que me aferré a ella con mas fuerza. Por mi mente sólo pasaba un nombre, con todo lo que traía consigo, seguido de una pregunta que llevaba rondando mi cabeza desde mi niñez "Alanna... ¿Dónde estás?". Era evidente que Madeline había visto mi expresión de terror, y se había apresurado a recoger la taza antes de que la derramara. A partir de ese instante no desayuné más, y todo aquello que tratara de pensar, todo aquello con lo que intentara distraerme no era suficiente para sacarme de la cabea aquel nombre, seguido de aquella pregunta.
El día no había sido fácil no, y llegó la noche. Traté de irme a dormir, dicen que el sueño lo cura todo, pero era incapaz de dormirme, así que sin darle más vueltas me vestí con ropa cómoda y una capa negra con capucha y salí directa a caminar por las calles de Londres.
Era increíble cómo cambiaba la ciudad por la noche. Durante el día en muchas de las calles se veían puestos, niños corriendo, señoras paseando y hombres con sombrero que saludaban al pasar. Durante la noche el panorama era muy diferente... Borrachos por las calles, hombres acosando a alguna prostituta que trataba de ganarse la vida como podía, ladronzuelos que buscaban algo que robar. Aun así me gustaba la soledad de la noche. Con mi capa normalmente apenas se me veía, me movía con sigilo por las calles, esperaba a que pasara la gente para que no repararan en mi persona, apenas hacía ruido... Aunque estuviera muy lejos de mis "responsabilidades" aquellas escapadas me aclaraban la cabeza. Era lógico que ocurrieran tantas atrocidades en las calles de Londres. La escasa iluminación de la ciudad contribuía al anonimato de cualquiera.
No se cuantas horas llevaba diambulando por las calles. Apenas me crucé con nadie, apenas vi a nadie. De pronto, a lo lejos uan silueta llamó mi atención. Mis sentidos me decían que la persona que había a unos metros de distancia no era tan solo un humano. En una ciudad tan grande como Londres era bastante común cruzarse con algún vampiro o con algún lobo. Era increible cuántos éramos... Era inreíble que tan solo nosotros lo supiéramos, que los humanos vivieran ajenos a lo que ocurría en la noche.
La silueta debió reparar en mi, porque se giró para mirarme. Por un instante quedé paralizada, ¿qué podría hacer si venía a por mi?. Había algo en ella que me llamaba la atención. Nunca había sentido esa necesidad de saber algo de nadie, pero en este caso quería saber quién había tras aquellas ropas raídas y ese rostro asustado. El aroma me resultaba familiar, el rostro por el breve lapso de tiempo que lo había podido ver también... Necesitaba saberlo, necesitaba poner nombre a aquella persona.
El recuerdo del desayuno pasó por mi cabeza, tan real que casi diría que me había trasladado en el tiempo. Tomaba frutas, acompañadas de un delicioso té mientras leía el periódico londinese con atención. Charlaba con la sirvienta, Madeline. Me conocía desde el fallecimiento de mi madre. Se había ganado mi respeto, y parte de mi confianza. Jamás hablaba más de la cuenta, siempre llamaba antes de entrar y su voz era cálida como una brisa de verano. De pronto se hacía el silencio, un titular captaba mi atención: JACK EL DESTRIPADOR ATACA DE NUEVO. Al instante mi mente viajaba a otro sitio mientras mis manos sostenían la taza de té. Incluso diría que me aferré a ella con mas fuerza. Por mi mente sólo pasaba un nombre, con todo lo que traía consigo, seguido de una pregunta que llevaba rondando mi cabeza desde mi niñez "Alanna... ¿Dónde estás?". Era evidente que Madeline había visto mi expresión de terror, y se había apresurado a recoger la taza antes de que la derramara. A partir de ese instante no desayuné más, y todo aquello que tratara de pensar, todo aquello con lo que intentara distraerme no era suficiente para sacarme de la cabea aquel nombre, seguido de aquella pregunta.
El día no había sido fácil no, y llegó la noche. Traté de irme a dormir, dicen que el sueño lo cura todo, pero era incapaz de dormirme, así que sin darle más vueltas me vestí con ropa cómoda y una capa negra con capucha y salí directa a caminar por las calles de Londres.
Era increíble cómo cambiaba la ciudad por la noche. Durante el día en muchas de las calles se veían puestos, niños corriendo, señoras paseando y hombres con sombrero que saludaban al pasar. Durante la noche el panorama era muy diferente... Borrachos por las calles, hombres acosando a alguna prostituta que trataba de ganarse la vida como podía, ladronzuelos que buscaban algo que robar. Aun así me gustaba la soledad de la noche. Con mi capa normalmente apenas se me veía, me movía con sigilo por las calles, esperaba a que pasara la gente para que no repararan en mi persona, apenas hacía ruido... Aunque estuviera muy lejos de mis "responsabilidades" aquellas escapadas me aclaraban la cabeza. Era lógico que ocurrieran tantas atrocidades en las calles de Londres. La escasa iluminación de la ciudad contribuía al anonimato de cualquiera.
No se cuantas horas llevaba diambulando por las calles. Apenas me crucé con nadie, apenas vi a nadie. De pronto, a lo lejos uan silueta llamó mi atención. Mis sentidos me decían que la persona que había a unos metros de distancia no era tan solo un humano. En una ciudad tan grande como Londres era bastante común cruzarse con algún vampiro o con algún lobo. Era increible cuántos éramos... Era inreíble que tan solo nosotros lo supiéramos, que los humanos vivieran ajenos a lo que ocurría en la noche.
La silueta debió reparar en mi, porque se giró para mirarme. Por un instante quedé paralizada, ¿qué podría hacer si venía a por mi?. Había algo en ella que me llamaba la atención. Nunca había sentido esa necesidad de saber algo de nadie, pero en este caso quería saber quién había tras aquellas ropas raídas y ese rostro asustado. El aroma me resultaba familiar, el rostro por el breve lapso de tiempo que lo había podido ver también... Necesitaba saberlo, necesitaba poner nombre a aquella persona.
Última edición por Delila Heartsmith el Miér Ago 23, 2017 2:02 pm, editado 1 vez
Delila Heartsmith- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 02/08/2017
Re: Después de tanto tiempo... Aquí estabas. ( Alanna Joungheart)
- ¡¡Cojan a esa niña!!- gritó la voz profunda y furiosa del soldado señalando con un dedo acusador a la chica de pelo castaño, lacio y brillante que corría dirección a los callejones.
El reloj de la iglesia marcó las nueve de la noche mientras los pasos apresurados de un par de policías corrían tras las suaves pisadas de la joven, que traspasaba callejón tras callejón intentando despistar a las autoridades antes de que la detuvieran, le obligaran a devolver el dinero y la encerrasen esa noche en una celda. Todas las chicas que se dedicaban a negocios en la calle sabían que los tratos eran muy diferentes, a los hombres les pegaban, el destino de las mujeres eran peores.
Cuando localizó unas cajas amontonadas, las escaló subiendo a un tejado, usando una chimenea para ocultar su menudo cuerpo y esperó abrazando la bolsa repleta de oro a que las pisadas menos elegantes y más bruscas que había escuchado en su vida, que ella tuviera memoria, pasaran de largo junto a sendos gritos, exigiendo a un fantasma que se detuviera. Cuando por fin los pasos se alejaron, Alanna asomó la nariz por encima de la chimenea, mirando de lado a lado, y suspirando aliviada al comprobar que, efectivamente, volvía a estar sola en la oscuridad de los callejones, abrazada por la noche sin luna.
Se levantó guardando la bolsa de monedas en un bolsillo de su falda, y la sacudió deshaciéndose del polvo antes de continuar andando de tejado en tejado, pegados como estaban, era más sencillo atravesar de ese modo la ciudad que por los callejones.
Londres, la ciudad del avance, de la industria, un lugar lleno de vida, incluso en la más oscura de las noches. El Big Ben se alzaba más alto que cualquier otro lugar, vigilando en bienestar de los ciudadanos el puente de Londres atravesaba e Tamesis dejando va libre a unos y otros para moverse en paz, y el palacio de Bukingham dormía ya como muchos otros hogares, con las luces ya apagadas, mientras las farolas iluminaban las calles que empezaban a cubrirse de agua con una fina llovizna, de esas tan extrañas, que a penas mojaban.
- Kyle.- saludó bajando del tejado saltando sobre un carro mal aparcado.
- Hola pequeña.- sonrió el hombre frente al prostíbulo soltando la cintura de una joven mal maquillada, que, molesta, dio la vuelta para volver dentro del antro.- ¿qué ha traído hoy mi gato?- preguntó tendiendo la mano.
Si se quería sobrevivir en las calles de Londres, debías conocer a Kyle, llevarte bien con él, y ayudar en sus negocios. Normalmente, con su edad, las chicas se derivaban a la prostitución, pero ella no, había tenido suerte, sus modos, su elegancia y su sigilo habían hecho ver que valdría más la pena como ratera, eso era lo único que la había salvado de quedarse en un local como el que allí había, prefería robar a vender su cuerpo, podría parecer una estupidez o una falta de conciencia, pero para ella merecía más la pena robar a la gente rica que sacaba su dinero de negocios sucios a venderse como una cualquiera para enfermar, embarazarse e incluso morir. Podía ser muchas cosas y hacer mucho por salvarse, pero jamás mancharía su cuerpo de semejante forma, ya que, si algo era Alanna, era orgullosa.
- Ten, deben haber cerca de 800 libras, la bolsa pesa bastante.- sonrió satisfecha tirándole el cuero al hombre que se apresuró a abrirla y hacer recuento de las ganancias.
- Buen trabajo Gata.- aseguró el chico con una sonrisa en la boca y una clara sorpresa en los ojos.- tu parte, como siempre, un cuarto del robo.- extendió una mano llena de monedas acabando el recuento.- ¿Segura que no quieres cambiar de profesión? Seguro que pagarían mucho por un gatito salvaje.- bromeó el hombre dejando caer el dinero en las manos de la chica.
- Kyle, antes de dejar que me toque alguno de tus clientes les corto el pene.- aseguró la joven con calma guardando las monedas y haciendo que una sonora carcajada gorjeara en la garganta del hombre.- ¿Dónde estarán esta noche las chicas?- preguntó con cierta indiferencia, asegurándose d guardar bien la moneda de oro.
- Probablemente no salgan del burdel a no ser que alguien pida una visita a domicilio, ya sabes que están en peligro, y yo a mis chicas las cuido.- le guiñó un ojo a la muchacha intentando que no se notase la más que obvia preocupación que denotaba su voz.
- Entiendo.- asintió la chica con gravedad.
- Procura que no te maten, Alanna- pidió el hombre haciendo sonreír a la chica.
Se despidieron poco después, con la promesa de que, la siguiente vez, debía llevar, al menos, la misma cantidad que en esa ocasión. La joven guardó un suspiró mientras se dirigía al convento, donde solía dormir por las noches, acompañada de las hermanas. Hacían que sintiera que su alma no estaba tan manchada como lo pensaba en ocasiones. De camino al convento pisó un papel húmedo y emborronado, tirado en un charco que rezaba: “Jack el Destripador se cobra una nueva víctima”
Molesta, sacudió su pie mojado, y se quedó viendo la imagen grotesca que dibujaba el periódico, con uno de los trozos desmembrados de la última victima de ese sádico. Asqueada, giró la cara y siguió andando, antes de llegar a las monjas debía hacer una visita. Pasando por la zona más rica de Londres, llamó a la puerta trasera de la casa del doctor Jack Willson, un adinerado caballero que trabajaba de cirujano en el hospital y hacía visitas a domicilio.
Toc, toc, toc, llamó tres veces, y la puerta se abrió. La recibió la mirada severa de un hombre bien plantado, alto castaño y de limpios ojos azules, el doctor Jack. Arremangándose la camisa blanca, sonrió a la chica y la hizo pasar invitándola a tomar asiento. Toda la casa dormía ya, eran cerca de las doce de la noche y Jack el destripador, como siempre, no tardaría en actuar.
- Y bien, querida, ¿qué me traes hoy?- preguntó con tono paternal, haciendo estremecer a la joven.
- No parece que vayan a salir del burdel a no ser que pidan a alguna a domicilio, y probablemente vayan escoltadas.- informó con mirada gacha, notando aumentar la tensión y el enfado del hombre.- No obstante, se de las que suelen salir, probablemente una joven morena vaya esta noche cerca del puerto, los marineros siempre piden chicas jóvenes y hay una que sale siempre.- aseguró la chica.
- Comprendo.- aseguró el hombre dando un sorbo de una taza de té, sirviéndo una a la chica, que a olió insegura.- Eres una joven inteligente, y útil, no te preocupes, no te envenenaría, no aun.- sonrió el hombre.- además, no eres una sucia como esas otra, tu estás limpia, lo se, eres elegante, sofisticada, e inteligente, tú sabes leer, y no te amedrentas.- afirmó el hombre sentándose frente a la chica, acercándole la taza.- Bebe.- ordenó haciendo que Alanna alzase la cabeza con gesto retador.- Por favor.- susurró casi el hombre.
La chica, consciente de que no era buena idea retar a alguien como él, decidió tomar la taza y, tras volver a oler, dio un ligero sorbo sin hacer sonido alguno, recibiendo una nueva sonrisa satisfecha del cirujano, que terminó su propia taza de té, y dio la vuelta a la mesa poniéndose justo detrás de la chica, bajando su cabeza hasta el oído de la misma y hablando con tono grave.
- ¿Quién eres, Alanna?- cuestionó curioso.- No bebes té como una niña de la calle, ¿quién te ha enseñado?
Sin poder responder, tomando aire, terminó su té y salió del hogar, abrazándose a si misma, directa al convento, necesitaba dormir, necesitaba sentirse en paz, en paz con ella, con Dios, y con el mismísimo Londres, aunque no lograba entender que clase de Dios permitía que hombre semejante saliera impune.
Nerviosa, alzó la cabeza hacia el Big Ben que la contemplaba impertérrito, tal vez, solo tal vez, debiera informar, o dejar de colaborar con ese hombre, pero, si no le daba ella información, si no le decía dónde habría alguien, la mataría a ella, era su vida, o la de cualquier otra persona, su conciencia y sus manos estaban manchadas, era una cobarde, y lo sabía, pero era una cobarde viva.
Alzó la cabeza, cambiando su dirección, tal vez debiera ir al puerto a avisar,
pero entonces lo pagaría ella, ¿qué era mejor? ¿salvar su conciencia, o su vida? No lo sabía pero no quería quedarse quieta. Sus pasos se encaminaron por la zona rica hacia la portuaria y reconoció la figura de una joven. Trago saliva, esa no era una prostituta, su ropa cara, su aspecto delicado, era una dama.
¿Qué hacía una mujer rica por ahí a esas horas? Miró a su alrededor y chasqueó la lengua, debía haber algún sitio donde esconderse. Miró a su alrededor, las iglesias siempre debían estar abiertas, una taberna o tal vez... El Big Ben, el enorme reloj que protegía Londres. Corrió hacia la chica y la miró con preocupación sintiendo una chispa de reconocimiento.
- ¿Qué hace aquí?- preguntó con preocupación empujándola- Lárguese, vamos, antes de que venga.- pidió empujando a la joven.- Debemos escondernos antes de que pase por aquí.- Insistió corriendo y abriendo la puerta de la gigantesca torre del reloj entrando a la espera de que la chica la siguiera, si no se equivocaba, el carro del doctor Jack no tardaría en pasar por allí.
El reloj de la iglesia marcó las nueve de la noche mientras los pasos apresurados de un par de policías corrían tras las suaves pisadas de la joven, que traspasaba callejón tras callejón intentando despistar a las autoridades antes de que la detuvieran, le obligaran a devolver el dinero y la encerrasen esa noche en una celda. Todas las chicas que se dedicaban a negocios en la calle sabían que los tratos eran muy diferentes, a los hombres les pegaban, el destino de las mujeres eran peores.
Cuando localizó unas cajas amontonadas, las escaló subiendo a un tejado, usando una chimenea para ocultar su menudo cuerpo y esperó abrazando la bolsa repleta de oro a que las pisadas menos elegantes y más bruscas que había escuchado en su vida, que ella tuviera memoria, pasaran de largo junto a sendos gritos, exigiendo a un fantasma que se detuviera. Cuando por fin los pasos se alejaron, Alanna asomó la nariz por encima de la chimenea, mirando de lado a lado, y suspirando aliviada al comprobar que, efectivamente, volvía a estar sola en la oscuridad de los callejones, abrazada por la noche sin luna.
Se levantó guardando la bolsa de monedas en un bolsillo de su falda, y la sacudió deshaciéndose del polvo antes de continuar andando de tejado en tejado, pegados como estaban, era más sencillo atravesar de ese modo la ciudad que por los callejones.
Londres, la ciudad del avance, de la industria, un lugar lleno de vida, incluso en la más oscura de las noches. El Big Ben se alzaba más alto que cualquier otro lugar, vigilando en bienestar de los ciudadanos el puente de Londres atravesaba e Tamesis dejando va libre a unos y otros para moverse en paz, y el palacio de Bukingham dormía ya como muchos otros hogares, con las luces ya apagadas, mientras las farolas iluminaban las calles que empezaban a cubrirse de agua con una fina llovizna, de esas tan extrañas, que a penas mojaban.
- Kyle.- saludó bajando del tejado saltando sobre un carro mal aparcado.
- Hola pequeña.- sonrió el hombre frente al prostíbulo soltando la cintura de una joven mal maquillada, que, molesta, dio la vuelta para volver dentro del antro.- ¿qué ha traído hoy mi gato?- preguntó tendiendo la mano.
Si se quería sobrevivir en las calles de Londres, debías conocer a Kyle, llevarte bien con él, y ayudar en sus negocios. Normalmente, con su edad, las chicas se derivaban a la prostitución, pero ella no, había tenido suerte, sus modos, su elegancia y su sigilo habían hecho ver que valdría más la pena como ratera, eso era lo único que la había salvado de quedarse en un local como el que allí había, prefería robar a vender su cuerpo, podría parecer una estupidez o una falta de conciencia, pero para ella merecía más la pena robar a la gente rica que sacaba su dinero de negocios sucios a venderse como una cualquiera para enfermar, embarazarse e incluso morir. Podía ser muchas cosas y hacer mucho por salvarse, pero jamás mancharía su cuerpo de semejante forma, ya que, si algo era Alanna, era orgullosa.
- Ten, deben haber cerca de 800 libras, la bolsa pesa bastante.- sonrió satisfecha tirándole el cuero al hombre que se apresuró a abrirla y hacer recuento de las ganancias.
- Buen trabajo Gata.- aseguró el chico con una sonrisa en la boca y una clara sorpresa en los ojos.- tu parte, como siempre, un cuarto del robo.- extendió una mano llena de monedas acabando el recuento.- ¿Segura que no quieres cambiar de profesión? Seguro que pagarían mucho por un gatito salvaje.- bromeó el hombre dejando caer el dinero en las manos de la chica.
- Kyle, antes de dejar que me toque alguno de tus clientes les corto el pene.- aseguró la joven con calma guardando las monedas y haciendo que una sonora carcajada gorjeara en la garganta del hombre.- ¿Dónde estarán esta noche las chicas?- preguntó con cierta indiferencia, asegurándose d guardar bien la moneda de oro.
- Probablemente no salgan del burdel a no ser que alguien pida una visita a domicilio, ya sabes que están en peligro, y yo a mis chicas las cuido.- le guiñó un ojo a la muchacha intentando que no se notase la más que obvia preocupación que denotaba su voz.
- Entiendo.- asintió la chica con gravedad.
- Procura que no te maten, Alanna- pidió el hombre haciendo sonreír a la chica.
Se despidieron poco después, con la promesa de que, la siguiente vez, debía llevar, al menos, la misma cantidad que en esa ocasión. La joven guardó un suspiró mientras se dirigía al convento, donde solía dormir por las noches, acompañada de las hermanas. Hacían que sintiera que su alma no estaba tan manchada como lo pensaba en ocasiones. De camino al convento pisó un papel húmedo y emborronado, tirado en un charco que rezaba: “Jack el Destripador se cobra una nueva víctima”
Molesta, sacudió su pie mojado, y se quedó viendo la imagen grotesca que dibujaba el periódico, con uno de los trozos desmembrados de la última victima de ese sádico. Asqueada, giró la cara y siguió andando, antes de llegar a las monjas debía hacer una visita. Pasando por la zona más rica de Londres, llamó a la puerta trasera de la casa del doctor Jack Willson, un adinerado caballero que trabajaba de cirujano en el hospital y hacía visitas a domicilio.
Toc, toc, toc, llamó tres veces, y la puerta se abrió. La recibió la mirada severa de un hombre bien plantado, alto castaño y de limpios ojos azules, el doctor Jack. Arremangándose la camisa blanca, sonrió a la chica y la hizo pasar invitándola a tomar asiento. Toda la casa dormía ya, eran cerca de las doce de la noche y Jack el destripador, como siempre, no tardaría en actuar.
- Y bien, querida, ¿qué me traes hoy?- preguntó con tono paternal, haciendo estremecer a la joven.
- No parece que vayan a salir del burdel a no ser que pidan a alguna a domicilio, y probablemente vayan escoltadas.- informó con mirada gacha, notando aumentar la tensión y el enfado del hombre.- No obstante, se de las que suelen salir, probablemente una joven morena vaya esta noche cerca del puerto, los marineros siempre piden chicas jóvenes y hay una que sale siempre.- aseguró la chica.
- Comprendo.- aseguró el hombre dando un sorbo de una taza de té, sirviéndo una a la chica, que a olió insegura.- Eres una joven inteligente, y útil, no te preocupes, no te envenenaría, no aun.- sonrió el hombre.- además, no eres una sucia como esas otra, tu estás limpia, lo se, eres elegante, sofisticada, e inteligente, tú sabes leer, y no te amedrentas.- afirmó el hombre sentándose frente a la chica, acercándole la taza.- Bebe.- ordenó haciendo que Alanna alzase la cabeza con gesto retador.- Por favor.- susurró casi el hombre.
La chica, consciente de que no era buena idea retar a alguien como él, decidió tomar la taza y, tras volver a oler, dio un ligero sorbo sin hacer sonido alguno, recibiendo una nueva sonrisa satisfecha del cirujano, que terminó su propia taza de té, y dio la vuelta a la mesa poniéndose justo detrás de la chica, bajando su cabeza hasta el oído de la misma y hablando con tono grave.
- ¿Quién eres, Alanna?- cuestionó curioso.- No bebes té como una niña de la calle, ¿quién te ha enseñado?
Sin poder responder, tomando aire, terminó su té y salió del hogar, abrazándose a si misma, directa al convento, necesitaba dormir, necesitaba sentirse en paz, en paz con ella, con Dios, y con el mismísimo Londres, aunque no lograba entender que clase de Dios permitía que hombre semejante saliera impune.
Nerviosa, alzó la cabeza hacia el Big Ben que la contemplaba impertérrito, tal vez, solo tal vez, debiera informar, o dejar de colaborar con ese hombre, pero, si no le daba ella información, si no le decía dónde habría alguien, la mataría a ella, era su vida, o la de cualquier otra persona, su conciencia y sus manos estaban manchadas, era una cobarde, y lo sabía, pero era una cobarde viva.
Alzó la cabeza, cambiando su dirección, tal vez debiera ir al puerto a avisar,
pero entonces lo pagaría ella, ¿qué era mejor? ¿salvar su conciencia, o su vida? No lo sabía pero no quería quedarse quieta. Sus pasos se encaminaron por la zona rica hacia la portuaria y reconoció la figura de una joven. Trago saliva, esa no era una prostituta, su ropa cara, su aspecto delicado, era una dama.
¿Qué hacía una mujer rica por ahí a esas horas? Miró a su alrededor y chasqueó la lengua, debía haber algún sitio donde esconderse. Miró a su alrededor, las iglesias siempre debían estar abiertas, una taberna o tal vez... El Big Ben, el enorme reloj que protegía Londres. Corrió hacia la chica y la miró con preocupación sintiendo una chispa de reconocimiento.
- ¿Qué hace aquí?- preguntó con preocupación empujándola- Lárguese, vamos, antes de que venga.- pidió empujando a la joven.- Debemos escondernos antes de que pase por aquí.- Insistió corriendo y abriendo la puerta de la gigantesca torre del reloj entrando a la espera de que la chica la siguiera, si no se equivocaba, el carro del doctor Jack no tardaría en pasar por allí.
Beatrice Dantuono- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 09/08/2017
Re: Después de tanto tiempo... Aquí estabas. ( Alanna Joungheart)
La silueta se decidió por acercarse a mi. Me quedé clavada en el sitio sin saber muy bien qué hacer. En realidad no sentí la necesidad de huir, tan solo esperé a que se acercara a mi, como si no fuera peligroso que permitiera que un extraño se plantara a pocos metros de mi a esas horas de la noche. Sentí cómo recibía un empujón que me dejó mas confundida todavía al venir acompañado de un nerviosismo propio de quien tiene miedo, el miedo de quien sabe que algo terrible está por ocurrir. De hecho mostró tanta urgencia que hizo que mi corazón se acelerase y al instante todo mi cuerpo se pusiera a la defensiva. Sentí como mis músculos se tensaban y mi respiración se agitaba... No por aquella chica, si no por lo que quiera que fuese que la tenía tan asustada. -Yo… Yo no… ¿Venir quién?-Pregunté confusa, por mi cabeza pasaban muchas cosas en aquel momento, no esperaba encontrar a nadie, y me resultaba dificultoso salir de mi armazón interior cuando había estado tanto tiempo metida en él, pensando en mis preocupaciones. No habái reparado en que salir a aquellas horas de la noche con un asesino en serie rondando las calles no había sido precisamente una buena idea.
Por la oscuridad de la calle y lo rápido que se adentró en la torre del reloj no pude verle el rostro. Al otro lado de la calle se escuchaba un coche de caballos. Se veía a lo lejos su silueta, negra… En realidad la silueta de cualquier carro normal y corriente… Pero sentí cómo mi cuerpo se estremecía, como si aquel carro no fuese tan normal, como si llevase dentro a alguien muy fuera de lo normal… Sin dudarlo mas tiempo seguí a aquella chica que tanto me había llamado la atención. Dificultosamente cerramos el gran portón y nos quedamos allí por unos instantes.
La luz de la luna atravesaba el cristal del reloj, dando al lugar un aspecto fúnebre, misterioso… Incluso algo tenebroso. La chica aún parecía nerviosa, pero yo, ajena al peligro que corríamos me sentía bastante tranquila. Mis ojos en seguida se adaptaron a la poca luz, y como era propio de los de mi condición pude observar bien a la muchacha. Instantáneamente me cubrí la boca con las manos tratando de contener el impacto emocional que acababa de recibir. -Oh Dios mío… No puede ser…-Exclamé en un grito mudo apenas perceptible. Me acerqué a la chica despacio extendiendo las manos, las cuales temblaban casi violentamente. Mis ojos empezaban a encharcarse y de ellos trataban de salir unas lágrimas cargadas de emoción. - ¿Eres?… ¿Eres?… - Mi voz se quebró obligándome a hacer una pausa un tanto dramática. Tragué saliva y volví a hablar-¿Ali?-. Musité en un hilo de voz.
Sentí todo mi cuerpo temblar. Apenas podía pronunciar una palabra con sentido. Las lágrimas pronto empezaron a recorrer mis mejillas. No podía creerme que estuviera delante de mi hermana, aquella a la que llevaba toda una eternidad sin ver, por la que tanto había llorado y a la que siempre había echado de menos. Algunos la habían dado por muerta, otros sencillamente no se habían preocupado en preguntarse dónde podría estar… Incluso nuestro padre arrepentido había intentado buscarla tras la muerte de mamá… Pero nunca pudimos encontrarla.
Mi cuerpo no pudo resistirlo más y tuve que sentarme un momento en el suelo. Me abracé a mi misma con los brazos y me cubrí el rostro confundida. No podía ser, tenía que estar soñando aquello. De pronto mis oídos repararon en el carro, estaba cerca. Por algún motivo mi corazón se aceleró, había algo en ese coche de caballos que me inquietaba profundamente. Cuando parecía que iba a pasar de largo se detuvo, justo delante de la puerta del gran reloj. Sentí como la chica que se parecía a mi hermana me tomaba por los brazos para obligarme a levantarme. Sentí la necesidad repentina de correr, correr tras ella como si no hubiera un mañana en la oscuridad de una torre en la que podía ocurrir cualquier desgracia aquella noche.
Por la oscuridad de la calle y lo rápido que se adentró en la torre del reloj no pude verle el rostro. Al otro lado de la calle se escuchaba un coche de caballos. Se veía a lo lejos su silueta, negra… En realidad la silueta de cualquier carro normal y corriente… Pero sentí cómo mi cuerpo se estremecía, como si aquel carro no fuese tan normal, como si llevase dentro a alguien muy fuera de lo normal… Sin dudarlo mas tiempo seguí a aquella chica que tanto me había llamado la atención. Dificultosamente cerramos el gran portón y nos quedamos allí por unos instantes.
La luz de la luna atravesaba el cristal del reloj, dando al lugar un aspecto fúnebre, misterioso… Incluso algo tenebroso. La chica aún parecía nerviosa, pero yo, ajena al peligro que corríamos me sentía bastante tranquila. Mis ojos en seguida se adaptaron a la poca luz, y como era propio de los de mi condición pude observar bien a la muchacha. Instantáneamente me cubrí la boca con las manos tratando de contener el impacto emocional que acababa de recibir. -Oh Dios mío… No puede ser…-Exclamé en un grito mudo apenas perceptible. Me acerqué a la chica despacio extendiendo las manos, las cuales temblaban casi violentamente. Mis ojos empezaban a encharcarse y de ellos trataban de salir unas lágrimas cargadas de emoción. - ¿Eres?… ¿Eres?… - Mi voz se quebró obligándome a hacer una pausa un tanto dramática. Tragué saliva y volví a hablar-¿Ali?-. Musité en un hilo de voz.
Sentí todo mi cuerpo temblar. Apenas podía pronunciar una palabra con sentido. Las lágrimas pronto empezaron a recorrer mis mejillas. No podía creerme que estuviera delante de mi hermana, aquella a la que llevaba toda una eternidad sin ver, por la que tanto había llorado y a la que siempre había echado de menos. Algunos la habían dado por muerta, otros sencillamente no se habían preocupado en preguntarse dónde podría estar… Incluso nuestro padre arrepentido había intentado buscarla tras la muerte de mamá… Pero nunca pudimos encontrarla.
Mi cuerpo no pudo resistirlo más y tuve que sentarme un momento en el suelo. Me abracé a mi misma con los brazos y me cubrí el rostro confundida. No podía ser, tenía que estar soñando aquello. De pronto mis oídos repararon en el carro, estaba cerca. Por algún motivo mi corazón se aceleró, había algo en ese coche de caballos que me inquietaba profundamente. Cuando parecía que iba a pasar de largo se detuvo, justo delante de la puerta del gran reloj. Sentí como la chica que se parecía a mi hermana me tomaba por los brazos para obligarme a levantarme. Sentí la necesidad repentina de correr, correr tras ella como si no hubiera un mañana en la oscuridad de una torre en la que podía ocurrir cualquier desgracia aquella noche.
Delila Heartsmith- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/08/2017
Re: Después de tanto tiempo... Aquí estabas. ( Alanna Joungheart)
Mientras esperaba a que la joven ricacha reaccionara, la mente vista de Alanna vagó por la torre del reloj, tensa en su intento por no perder el control férreo que, durante ese tiempo, la había mantenido viva. Si algo había aprendido de las calles era que una buena fachada podía mantenerte a salvo y que esa misma fachada era, posiblemente, lo único que ayudaba a mantener la cordura.
Cerró, por fin, el inmenso portón con ayuda de la joven dando gracias en silencio por que hubiera entrado antes de que el carromato se acercara demasiado. Las ruedas ya se escuchaban resonar por la calle húmeda y empedrada con los cascos de los caballos en su chasquido sordo y el claqueteo de la madera que parecía por partirse. Usualmente el sonido de los cascos de los caballos la calmaba, no tenía sentido alguno, lo sabía, pero era lo que más le ayudaba a dormir.
Apoyando la espalda en la puerta miró hacia arriba en la inmensa torre del reloj. Las escaleras subían por las paredes hasta el mismísimo corazón de mecanismo donde el tic tac hacía vibrar la torre como un latido acompasado. Revisó, con un rápido vistazo, esa planta, despejada a excepción de un armario, probablemente con enseres de limpieza, que había en un rincón. Aun nerviosa, escuchando los sonidos del carro, se apartó de la puerta como si alejarse de ella haría que su presencia fuera aun más invisible, y se paseó silenciosa por el lugar cuando escuchó la voz de la chica sintiéndose irritada.
¿Acaso no entendía la situación? No era el momento de hablar, ni mucho menos de tartamudear. La joven ladrona se agachó al lado de la mujer con el ceño fruncido, sin entender, haciendo gestos con la mano para que callara y dejara de hacer ruido. ¿Alí? nunca nadie la había llamado así, y aunque era un nombre que le resultaba ligeramente familiar y hacía que la cabeza le diera pinchazos, no era momento para reflexionar sobre su nombre, su dolor de cabeza ni los llantos de la joven.
El sonido del carro acercándose la tensó e hizo que, desesperada, cubriera la boca de la chica llorosa con la mano en un gesto desesperado y los ojos encharcados, tendría que haber ido directa al convento, normalmente se habría ido y le habría tenido igual el destino de cualquier idiota ricachón que hubiera sido tan estúpido como para salir de noche con un asesino rondando Londres, pero no, había tenido que intentar advertir a la victima, había tenido que encontrar a esa joven despistada, había tenido que ayudarla. Estaba siendo valiente, tal vez por primera vez en toda su vida, y había elegido tener valor justo contra el asesino más peligroso y famoso de la historia Inglesa.
El carromato se detuvo al otro lado de la calle con un suave relincho de los caballos, y la puerta se abrió con lentitut dejando bajar a alguien de pasos elegantes. Trangando saliva con los nervios a flor de piel, Alanna hizo levantarse a la joven sin nombre y la empujó hacia el armario de la limpieza rogándole con la mirada que se quedara allí antes de cerrar la puerta y volver al centro, dejándose pegar contra la pared justo al tiempo que se abría la puerta.
La figura conocida del Doctor Jack, traspasó el vano dejando entrar la plateada y precaria luz de la luna que comenzaba a cubrirse con nubes de tormenta al tiempo que la fina llovizna caía sobre las calles de Londres. Armándose de una fuerza de voluntad que desconocía, salió de entre las sombras y sonrió al hombre fingiendo suspirar aliviada, cuando en su vida había sentido tanto miedo como en ese mismo momento.
- Gata.- sonrió el hombre.
- Suerte que es usted, pensé que sería algún policía.- comentó mintiendo como una bellaca, sin dejar, no obstante, que nada se denotase en su tono o expresión.
- Vi al salir que no ibas hacia donde lo hacías de forma usual, y pensé que tal vez estarías pensando en hacer alguna estupidez.- comentó quitándose el sombrero y los guantes con parsimonia, no confiaba en ella, eso estaba claro.- ¿Dónde ibas?- la miró por fin a los ojos con una inquisidora mirada azul.
- El lugar donde suelo pasar las noches estaba lejos, e iba a comenzar a llover, pensé que el Big Ben sería mejor opción para pasar esta noche.- comentó dejándose caer contra la pared mientras rezaba porque la chica no hiciera ningún ruido y evitaba a toda costa mirar hacia el armario.
- Entiendo, en ese caso, será mejor que me marche, no quiero interrumpir las pocas horas de sueño de mi compinche.- sonrió haciendo que Alanna frunciera el ceño.
- No soy tu compinche.- protestó sin poder controlar su lengua.- solo tu informadora.- corrijió.
- Como tu digas.- sonrió el hombre con concesión, como si hablase con una niña que no entiende nada.
Un sonido se escuchó entonces en el reloj, alertando al hombre que se movió con velocidad y frunció el ceño, nervioso, comenzó a moverse por la sala y preguntó con voz seca que había sido eso. Alanna, con el corazón el un puño y tragando saliva de modo pesado, aterrada porque pudiera acercarse al armario, decidió que, tal vez, sería mejor asustarlo. Sabía que algunas noches el Big Ben tenía un vigilante, eran las cosas que se aprendían cuando una vivía en la calle, y las que debía aprovechar para sobrevivir.
- Tal vez sea un gato.- pensó deseando que no mirase al armario, dando ella un ojo, asegurándose de que las puertas de madera no se habían movido un ápice.- O el guardia, hay noches en las que el vigilante pasea por el reloj y los alrededores.- comentó dejando salir una voz asustada, por fin podía mostrar algo del temblor que parecía querer destrozarla por dentro, al tiempo que apretaba el colgante que llevaba al cuello desde que despertó.- si me ve aquí me llevará a la cárcel.- murmuró como si eso fuera lo que más la preocupaba.
- Y a saber que idea se llevará de mi.- comentó con cierta rabia el hombre lanzando una mirada molesta a la chica.- me voy, pero nos queda una conversación pendiente.- se caló el sombrero y se acercó a Alanna sonriendo, agachándose para hablarle al oído.- contigo, y con tu amiga, esa que ha entrado detrás de ti, esa que se esconde en el armario.- murmuró poniéndole los pelos de punta a la ladrona.- recuerda que siempre se dónde encontrarte.- dio un par de pasos con la sonrisa en la cara y abrió con delicadeza.- Por cierto, bonito colgante, ¿de dónde lo robaste?- rió un poco y siguió su camino.
La joven palideció mientras el hombre salía azotando la puerta y dejando volar el bajo de su abrigo antes de volver a la lluvia fina, subir al carruaje. Los cascos de los caballos volvieron a sonar y las ruedas soltaron de nuevo su traqueteo a medida que se alejaba el peligro. Daba gracias al cielo por lo que fuera que hubiera hecho ruido allí arriba, no obstante, no podían quedarse allí, ella, al menos, no.
Corrió hacia el armario, tenía que sacar de allí a esa chica, tenía que hacer que se fuera a su casa, no le había visto la cara, ¿no? Debía dejar el país, y, quería saber si esa chica sabía algo de ella, antes no le había importado nada más que sobrevivir, pero ahora que las posibilidades eran escasas, no quería morir sin saber quien era, o quien había sido. Notó el collar con el sello golpear su pecho, sabría la joven responder ¿qué era? ¿Por que alguien sin hogar, sin familia y sin pasado había despertado con semejante joya al cuello? Respiró hondo aun atemorizada, pensando como largarse de Londres sin tener bastante dinero como para pagar un pasaje de tren, y abrió el armario de un tirón. ¿Cómo había sabido ese hombre que había alguien con ella? Por el sonido, no, eso habría sido probablemente una rata corriendo por los mecanismos del reloj, ¿qué podía hacer?
- Tenemos que irnos.- dijo sin mirar al interior del armario, observando la puerta, temerosa de que volviera a abrirse, mientras las palabras de advertencia que el doctor le dio la primera vez que hablaron llegaron a su mente: "Me da igual lo que hagas mientras me seas leal, simplemente, no recojas gatos callejeros, no quiero tener que lidiar con ninguno de tus protegidos, ahora, gatita, estarás sola"
Cerró, por fin, el inmenso portón con ayuda de la joven dando gracias en silencio por que hubiera entrado antes de que el carromato se acercara demasiado. Las ruedas ya se escuchaban resonar por la calle húmeda y empedrada con los cascos de los caballos en su chasquido sordo y el claqueteo de la madera que parecía por partirse. Usualmente el sonido de los cascos de los caballos la calmaba, no tenía sentido alguno, lo sabía, pero era lo que más le ayudaba a dormir.
Apoyando la espalda en la puerta miró hacia arriba en la inmensa torre del reloj. Las escaleras subían por las paredes hasta el mismísimo corazón de mecanismo donde el tic tac hacía vibrar la torre como un latido acompasado. Revisó, con un rápido vistazo, esa planta, despejada a excepción de un armario, probablemente con enseres de limpieza, que había en un rincón. Aun nerviosa, escuchando los sonidos del carro, se apartó de la puerta como si alejarse de ella haría que su presencia fuera aun más invisible, y se paseó silenciosa por el lugar cuando escuchó la voz de la chica sintiéndose irritada.
¿Acaso no entendía la situación? No era el momento de hablar, ni mucho menos de tartamudear. La joven ladrona se agachó al lado de la mujer con el ceño fruncido, sin entender, haciendo gestos con la mano para que callara y dejara de hacer ruido. ¿Alí? nunca nadie la había llamado así, y aunque era un nombre que le resultaba ligeramente familiar y hacía que la cabeza le diera pinchazos, no era momento para reflexionar sobre su nombre, su dolor de cabeza ni los llantos de la joven.
El sonido del carro acercándose la tensó e hizo que, desesperada, cubriera la boca de la chica llorosa con la mano en un gesto desesperado y los ojos encharcados, tendría que haber ido directa al convento, normalmente se habría ido y le habría tenido igual el destino de cualquier idiota ricachón que hubiera sido tan estúpido como para salir de noche con un asesino rondando Londres, pero no, había tenido que intentar advertir a la victima, había tenido que encontrar a esa joven despistada, había tenido que ayudarla. Estaba siendo valiente, tal vez por primera vez en toda su vida, y había elegido tener valor justo contra el asesino más peligroso y famoso de la historia Inglesa.
El carromato se detuvo al otro lado de la calle con un suave relincho de los caballos, y la puerta se abrió con lentitut dejando bajar a alguien de pasos elegantes. Trangando saliva con los nervios a flor de piel, Alanna hizo levantarse a la joven sin nombre y la empujó hacia el armario de la limpieza rogándole con la mirada que se quedara allí antes de cerrar la puerta y volver al centro, dejándose pegar contra la pared justo al tiempo que se abría la puerta.
La figura conocida del Doctor Jack, traspasó el vano dejando entrar la plateada y precaria luz de la luna que comenzaba a cubrirse con nubes de tormenta al tiempo que la fina llovizna caía sobre las calles de Londres. Armándose de una fuerza de voluntad que desconocía, salió de entre las sombras y sonrió al hombre fingiendo suspirar aliviada, cuando en su vida había sentido tanto miedo como en ese mismo momento.
- Gata.- sonrió el hombre.
- Suerte que es usted, pensé que sería algún policía.- comentó mintiendo como una bellaca, sin dejar, no obstante, que nada se denotase en su tono o expresión.
- Vi al salir que no ibas hacia donde lo hacías de forma usual, y pensé que tal vez estarías pensando en hacer alguna estupidez.- comentó quitándose el sombrero y los guantes con parsimonia, no confiaba en ella, eso estaba claro.- ¿Dónde ibas?- la miró por fin a los ojos con una inquisidora mirada azul.
- El lugar donde suelo pasar las noches estaba lejos, e iba a comenzar a llover, pensé que el Big Ben sería mejor opción para pasar esta noche.- comentó dejándose caer contra la pared mientras rezaba porque la chica no hiciera ningún ruido y evitaba a toda costa mirar hacia el armario.
- Entiendo, en ese caso, será mejor que me marche, no quiero interrumpir las pocas horas de sueño de mi compinche.- sonrió haciendo que Alanna frunciera el ceño.
- No soy tu compinche.- protestó sin poder controlar su lengua.- solo tu informadora.- corrijió.
- Como tu digas.- sonrió el hombre con concesión, como si hablase con una niña que no entiende nada.
Un sonido se escuchó entonces en el reloj, alertando al hombre que se movió con velocidad y frunció el ceño, nervioso, comenzó a moverse por la sala y preguntó con voz seca que había sido eso. Alanna, con el corazón el un puño y tragando saliva de modo pesado, aterrada porque pudiera acercarse al armario, decidió que, tal vez, sería mejor asustarlo. Sabía que algunas noches el Big Ben tenía un vigilante, eran las cosas que se aprendían cuando una vivía en la calle, y las que debía aprovechar para sobrevivir.
- Tal vez sea un gato.- pensó deseando que no mirase al armario, dando ella un ojo, asegurándose de que las puertas de madera no se habían movido un ápice.- O el guardia, hay noches en las que el vigilante pasea por el reloj y los alrededores.- comentó dejando salir una voz asustada, por fin podía mostrar algo del temblor que parecía querer destrozarla por dentro, al tiempo que apretaba el colgante que llevaba al cuello desde que despertó.- si me ve aquí me llevará a la cárcel.- murmuró como si eso fuera lo que más la preocupaba.
- Y a saber que idea se llevará de mi.- comentó con cierta rabia el hombre lanzando una mirada molesta a la chica.- me voy, pero nos queda una conversación pendiente.- se caló el sombrero y se acercó a Alanna sonriendo, agachándose para hablarle al oído.- contigo, y con tu amiga, esa que ha entrado detrás de ti, esa que se esconde en el armario.- murmuró poniéndole los pelos de punta a la ladrona.- recuerda que siempre se dónde encontrarte.- dio un par de pasos con la sonrisa en la cara y abrió con delicadeza.- Por cierto, bonito colgante, ¿de dónde lo robaste?- rió un poco y siguió su camino.
La joven palideció mientras el hombre salía azotando la puerta y dejando volar el bajo de su abrigo antes de volver a la lluvia fina, subir al carruaje. Los cascos de los caballos volvieron a sonar y las ruedas soltaron de nuevo su traqueteo a medida que se alejaba el peligro. Daba gracias al cielo por lo que fuera que hubiera hecho ruido allí arriba, no obstante, no podían quedarse allí, ella, al menos, no.
Corrió hacia el armario, tenía que sacar de allí a esa chica, tenía que hacer que se fuera a su casa, no le había visto la cara, ¿no? Debía dejar el país, y, quería saber si esa chica sabía algo de ella, antes no le había importado nada más que sobrevivir, pero ahora que las posibilidades eran escasas, no quería morir sin saber quien era, o quien había sido. Notó el collar con el sello golpear su pecho, sabría la joven responder ¿qué era? ¿Por que alguien sin hogar, sin familia y sin pasado había despertado con semejante joya al cuello? Respiró hondo aun atemorizada, pensando como largarse de Londres sin tener bastante dinero como para pagar un pasaje de tren, y abrió el armario de un tirón. ¿Cómo había sabido ese hombre que había alguien con ella? Por el sonido, no, eso habría sido probablemente una rata corriendo por los mecanismos del reloj, ¿qué podía hacer?
- Tenemos que irnos.- dijo sin mirar al interior del armario, observando la puerta, temerosa de que volviera a abrirse, mientras las palabras de advertencia que el doctor le dio la primera vez que hablaron llegaron a su mente: "Me da igual lo que hagas mientras me seas leal, simplemente, no recojas gatos callejeros, no quiero tener que lidiar con ninguno de tus protegidos, ahora, gatita, estarás sola"
Beatrice Dantuono- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 09/08/2017
Re: Después de tanto tiempo... Aquí estabas. ( Alanna Joungheart)
En un instante me sentí arrastrada hacia un armario en el que gozaba no de mucho espacio. Quizá en otras circunstancias me habría hecho gracia, pero a pesar del shock de haber visto a mi hermana y de lo surrealista de la situación no era tonta. Sabía que por alguna razón ella estaba asustada, y que por alguna razón me escondía en aquel armario. Tomé conciencia de mi respiración, procuré controlarla lo mejor posible, que apenas se escuchara. Procuré no moverme ni un milímetro. En aquel armario había algunas cosas que podrían caerse si hacía algún movimiento desafortunado.
Apenas podía ver entre las puertas del armario, desde mi posición tan sólo veía a mi hermana. Aun así podía oler, y podía oír. La voz del hombre que hablaba con ella resultaba profundamente escalofriante. Era profunda y grave, tanto que helaba el alma. Parecía que se instalase en tu cabeza, y desde ahí paralizase cada una de tus articulaciones. Procuré mantener la atención en mis extremidades… E inevitablemente escuché la conversación, aunque quizá habría preferido no hacerlo.
Mi hermana se apoyó en la pared, y entonces pude ver al hombre con el que hablaba, puesto que aprovechó para dar unos pasos hacia delante. Su aspecto iba acorde con su voz. Sin duda vestía elegante, debía ser un hombre adinerado, pero aquel aspecto ricachón no engañaba a nadie. Había algo en él que te hacía desear salir corriendo y no volver a verle nunca.
Un ruido, quizá proveniente de los engranajes del reloj, alteró al hombre. Se puso a pasear como quien teme ser descubierto. Quizá ninguno de los tres debíamos estar allí, pero sin duda para él era aún mas preocupante ser descubierto para nosotras. Todo en él me decía que era mejor tenerlo lejos… Lo que me hacía preguntarme qué tipo de relación tenía mi hermana con él. Había dicho compinche… ¿Pero compinche de qué?. Mi cabeza empezó a hacerse un montón de preguntas, a cada cual más preocupante. ¿A qué se dedicaba mi hermana?, ¿dónde dormía?. ¿de dónde sacaba el dinero?,¿estaría metida en un lío?… A juzgar por como siguió la conversación la última pregunta era fácil de responder. Su última sentencia erizó cada milímetro de mi piel y me hizo contener el aire hasta que aquella amenazante figura salió por la puerta y la cerró.
Ver el rostro de Alanna de nuevo me calmó… Aunque sólo un poco. Me sentía en peligro allí, sentía que teníamos que salir corriendo, ir a algún sitio… Sentí que tenía que llevarla a casa. La mansión estaba a las afueras de Londres y era algo de difícil acceder en un carromato si no conocías el camino correcto. Allí estaríamos seguras, allí podríamos hablar. Deseaba abrazarla, decirle cuánto lo sentía y contarle todas la cosas que habían sucedido desde su ausencia… Pero sabía que aquel no era el momento. Era el momento de huir de allí y escapar a un lugar seguro.
Sin dudarlo dos veces cogí a Alanna por la muñeca. -Se dónde podemos estar seguras.- Dije sin dudar ni un solo momento. El camino se hizo algo largo, quizá principalmente porque yo no me sentía segura para hablar. Me sentía tensa, conocía un camino por el no pasábamos por ninguna de las calles principales de Londres. Todo eran callejuelas en su mayoría mal iluminadas. Si no fuera por como iba vestida cualquiera habría dicho que era una ricachona inglesa. Durante el camino ni una sola palabra salió de mi boca, estaba demasiado concentrada escuchando cada ruido, evitando todo posible contacto humano. De cuando en cuando comprobaba que Alanna seguía allí… Y así era. El que ella estuviera conmigo me hacía sentir algo mas tranquila.
Pasada casi media hora llegamos al camino que llevaba a la mansión. Allí me detuve y miré a mi hermana seriamente, aunque con cierta dulzura escondida tras aquella seriedad. Era evidente que ella no me recoraba… Por la razón que fuera… Y aunque aquello era doloroso para mi debía pensar en ella. Quizá lo había hecho a propósito, quizá no… No podía saberlo… Quizá solo era una chica que se parecía a mi hermana y yo estaba completamente equivocada… Pero tenía que ser ella, ni ella ni yo habíamos cambiado mucho desde que nos separaron, y yo sabía en el fondo de mi corazón que era ella. Aun así, mi cabeza me decía que debía ir con cuidad… Así que con aquella seriedad que denotaba mi rostro la advertí.-He tenido la confianza de traerte hasta mi casa.- Me detuve unos instantes.-Por una parte te lo debo por lo de antes.- Algo me decía que se había jugado mucho escondiéndome de aquella manera.- Y te lo agradezco mucho.- Tomé aire tratando de calmarme, tratando de controlar el temblor de mi voz. Había muchas cosas que deseaba decirle, pero sabía que no era el momento aún.- Pero no me hagas arrepentirme de esto.- Dije finalmente en una amenaza que sonaba poco amenazante en realidad.
Sin mediar mas palabra hice un gesto a Alanna para que me siguiera, y en pocos minutos llamaba a la puerta de la mansión, ahora fría y lúgubre por al cantidad de habitaciones que se habían quedado deshabitadas. En Londres corrían rumores de que aquí había fantasmas, pero tanto yo como el servicio sabíamos que no eran mas que habladurías. Madeline abrió la puerta en seguida, y su reacción al ver a mi hermana fue parecida a la que había tenido yo largo rato atrás… Solo que ella no pudo evitar desmallarse.
Apenas podía ver entre las puertas del armario, desde mi posición tan sólo veía a mi hermana. Aun así podía oler, y podía oír. La voz del hombre que hablaba con ella resultaba profundamente escalofriante. Era profunda y grave, tanto que helaba el alma. Parecía que se instalase en tu cabeza, y desde ahí paralizase cada una de tus articulaciones. Procuré mantener la atención en mis extremidades… E inevitablemente escuché la conversación, aunque quizá habría preferido no hacerlo.
Mi hermana se apoyó en la pared, y entonces pude ver al hombre con el que hablaba, puesto que aprovechó para dar unos pasos hacia delante. Su aspecto iba acorde con su voz. Sin duda vestía elegante, debía ser un hombre adinerado, pero aquel aspecto ricachón no engañaba a nadie. Había algo en él que te hacía desear salir corriendo y no volver a verle nunca.
Un ruido, quizá proveniente de los engranajes del reloj, alteró al hombre. Se puso a pasear como quien teme ser descubierto. Quizá ninguno de los tres debíamos estar allí, pero sin duda para él era aún mas preocupante ser descubierto para nosotras. Todo en él me decía que era mejor tenerlo lejos… Lo que me hacía preguntarme qué tipo de relación tenía mi hermana con él. Había dicho compinche… ¿Pero compinche de qué?. Mi cabeza empezó a hacerse un montón de preguntas, a cada cual más preocupante. ¿A qué se dedicaba mi hermana?, ¿dónde dormía?. ¿de dónde sacaba el dinero?,¿estaría metida en un lío?… A juzgar por como siguió la conversación la última pregunta era fácil de responder. Su última sentencia erizó cada milímetro de mi piel y me hizo contener el aire hasta que aquella amenazante figura salió por la puerta y la cerró.
Ver el rostro de Alanna de nuevo me calmó… Aunque sólo un poco. Me sentía en peligro allí, sentía que teníamos que salir corriendo, ir a algún sitio… Sentí que tenía que llevarla a casa. La mansión estaba a las afueras de Londres y era algo de difícil acceder en un carromato si no conocías el camino correcto. Allí estaríamos seguras, allí podríamos hablar. Deseaba abrazarla, decirle cuánto lo sentía y contarle todas la cosas que habían sucedido desde su ausencia… Pero sabía que aquel no era el momento. Era el momento de huir de allí y escapar a un lugar seguro.
Sin dudarlo dos veces cogí a Alanna por la muñeca. -Se dónde podemos estar seguras.- Dije sin dudar ni un solo momento. El camino se hizo algo largo, quizá principalmente porque yo no me sentía segura para hablar. Me sentía tensa, conocía un camino por el no pasábamos por ninguna de las calles principales de Londres. Todo eran callejuelas en su mayoría mal iluminadas. Si no fuera por como iba vestida cualquiera habría dicho que era una ricachona inglesa. Durante el camino ni una sola palabra salió de mi boca, estaba demasiado concentrada escuchando cada ruido, evitando todo posible contacto humano. De cuando en cuando comprobaba que Alanna seguía allí… Y así era. El que ella estuviera conmigo me hacía sentir algo mas tranquila.
Pasada casi media hora llegamos al camino que llevaba a la mansión. Allí me detuve y miré a mi hermana seriamente, aunque con cierta dulzura escondida tras aquella seriedad. Era evidente que ella no me recoraba… Por la razón que fuera… Y aunque aquello era doloroso para mi debía pensar en ella. Quizá lo había hecho a propósito, quizá no… No podía saberlo… Quizá solo era una chica que se parecía a mi hermana y yo estaba completamente equivocada… Pero tenía que ser ella, ni ella ni yo habíamos cambiado mucho desde que nos separaron, y yo sabía en el fondo de mi corazón que era ella. Aun así, mi cabeza me decía que debía ir con cuidad… Así que con aquella seriedad que denotaba mi rostro la advertí.-He tenido la confianza de traerte hasta mi casa.- Me detuve unos instantes.-Por una parte te lo debo por lo de antes.- Algo me decía que se había jugado mucho escondiéndome de aquella manera.- Y te lo agradezco mucho.- Tomé aire tratando de calmarme, tratando de controlar el temblor de mi voz. Había muchas cosas que deseaba decirle, pero sabía que no era el momento aún.- Pero no me hagas arrepentirme de esto.- Dije finalmente en una amenaza que sonaba poco amenazante en realidad.
Sin mediar mas palabra hice un gesto a Alanna para que me siguiera, y en pocos minutos llamaba a la puerta de la mansión, ahora fría y lúgubre por al cantidad de habitaciones que se habían quedado deshabitadas. En Londres corrían rumores de que aquí había fantasmas, pero tanto yo como el servicio sabíamos que no eran mas que habladurías. Madeline abrió la puerta en seguida, y su reacción al ver a mi hermana fue parecida a la que había tenido yo largo rato atrás… Solo que ella no pudo evitar desmallarse.
Delila Heartsmith- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/08/2017
Re: Después de tanto tiempo... Aquí estabas. ( Alanna Joungheart)
No tenía claro que era lo que había hecho click en la cabeza de esa joven elegante, pero podía ver una decisión feroz en sus ojos cuando la tomó e las muñecas para, sin dudarlo un solo momento, salir con ella al frío aire de la noche londinense que se clavaba en los huesos por la fina lluvia que empapaba de forma delicada sus cabellos, sin llegar a calarlas, algo que, de algún modo sabía, era propio, únicamente, de la lluvia inglesa. Tal vez hubiera escuchado la conversación, pero era una dama, ¿por qué no creía en la palabra de un caballero?
Usualmente, la gente se habría dejado llevar por el deje elegante de la voz del doctor Jack, la habría acusado de mala influencia, de querer ganar el favor de un hombre adinerado y prestigioso, de ser, nada menos, que una fulana barata de bar que soñaba con ser la siguiente Lady algo; por mucho que, en su caso, nada estuviera más lejos de la realidad. Esa chica; la misma que había murmurado de forma extraña un nombre que aun le hacía resonar la cabeza de forma dolorosa; en cambio, había decidido confiar en el temor que destilaba su voz, había reconocido el tono amenazante, frío y cruel del caballero, y quería protegerla.
Sin saber que decir, siguió a la joven en completo silencio mirando a su alrededor a medida que avanzaban hacia donde fuera que la muchacha considerase un lugar seguro; aun temerosa de que las pisadas del doctor las siguieran, ya fuera de cerca o de lejos, no era seguro que supiera quien era esa muchacha, ni mucho menos que ella le contase nada. No la conocía, pero el pecho le dolía al pensar en ponerla en riesgo.
Media hora larga debió pasar antes de que lograran alcanzar unas rejas de metal negro que daba paso a un camino terroso, pero bien cuidado, frente a una inmensa mansión de color blanco que destacaba incluso bajo las nubes de tormenta. Un nuevo golpe dentro de la cabeza la hizo apretar los dientes, molesta y dolorida, mareada, incluso. Miró a la muchacha que le hablaba con tono firme. ¿Un lugar seguro? Mucho temía haber llevado al lobo hasta la casa de la abuelita. La observó largamente mientras la lluvia aun las empapaba decidiendo que decir o cómo portarse, esa chica acababa de perder toda su vida por llevarla hasta su casa. Negó con la cabeza.
— No deberías haberme traído aquí. — La cara de la muchacha se le hacía extrañamente reconocible. — Acabas de poner en peligro toda tu vida, debes huir, ir a algún lugar tan habitado que seas imposible de localizar, tal vez… Francia. — sugirió cogiendo nuevamente su colgante — sal cuanto antes de esta ciudad de pesadilla. — musitó mirando las luces de las calles desde esa colina apartada.
Nunca supo si la chica no la escuchó o simplemente no quiso hacerle caso, porque, al final, llevada por un sentimiento de confianza y su punzante dolor de cabeza, siguió a la muchacha al interior de esa casa que no podía considerarse un hogar. La puerta se abrió dejando ver un lugar oscuro iluminado pobremente con velas, probablemente por la hora intempestiva y una mujer con cofia que, sin dejarlas pasar, le dirigió una mirada de ojos desorbitados y calló tiesa al suelo.
— ¡Señora! — gritó Alanna preocupada. — ¡Señora, despierte! — pidió agachándose a su lado. — ¡Madeline! — exclamó sin saber de dónde llegó ese nombre, incapaz de seguir por el golpe de dolor que le vino desde lo más profundo de su mente. Se cogió la cabeza entre las manos e intentó controlar la respiración, como hacía cada vez que algo así le llegaba en medio de la noche, apretando los dientes con fuerza.
Usualmente, la gente se habría dejado llevar por el deje elegante de la voz del doctor Jack, la habría acusado de mala influencia, de querer ganar el favor de un hombre adinerado y prestigioso, de ser, nada menos, que una fulana barata de bar que soñaba con ser la siguiente Lady algo; por mucho que, en su caso, nada estuviera más lejos de la realidad. Esa chica; la misma que había murmurado de forma extraña un nombre que aun le hacía resonar la cabeza de forma dolorosa; en cambio, había decidido confiar en el temor que destilaba su voz, había reconocido el tono amenazante, frío y cruel del caballero, y quería protegerla.
Sin saber que decir, siguió a la joven en completo silencio mirando a su alrededor a medida que avanzaban hacia donde fuera que la muchacha considerase un lugar seguro; aun temerosa de que las pisadas del doctor las siguieran, ya fuera de cerca o de lejos, no era seguro que supiera quien era esa muchacha, ni mucho menos que ella le contase nada. No la conocía, pero el pecho le dolía al pensar en ponerla en riesgo.
Media hora larga debió pasar antes de que lograran alcanzar unas rejas de metal negro que daba paso a un camino terroso, pero bien cuidado, frente a una inmensa mansión de color blanco que destacaba incluso bajo las nubes de tormenta. Un nuevo golpe dentro de la cabeza la hizo apretar los dientes, molesta y dolorida, mareada, incluso. Miró a la muchacha que le hablaba con tono firme. ¿Un lugar seguro? Mucho temía haber llevado al lobo hasta la casa de la abuelita. La observó largamente mientras la lluvia aun las empapaba decidiendo que decir o cómo portarse, esa chica acababa de perder toda su vida por llevarla hasta su casa. Negó con la cabeza.
— No deberías haberme traído aquí. — La cara de la muchacha se le hacía extrañamente reconocible. — Acabas de poner en peligro toda tu vida, debes huir, ir a algún lugar tan habitado que seas imposible de localizar, tal vez… Francia. — sugirió cogiendo nuevamente su colgante — sal cuanto antes de esta ciudad de pesadilla. — musitó mirando las luces de las calles desde esa colina apartada.
Nunca supo si la chica no la escuchó o simplemente no quiso hacerle caso, porque, al final, llevada por un sentimiento de confianza y su punzante dolor de cabeza, siguió a la muchacha al interior de esa casa que no podía considerarse un hogar. La puerta se abrió dejando ver un lugar oscuro iluminado pobremente con velas, probablemente por la hora intempestiva y una mujer con cofia que, sin dejarlas pasar, le dirigió una mirada de ojos desorbitados y calló tiesa al suelo.
— ¡Señora! — gritó Alanna preocupada. — ¡Señora, despierte! — pidió agachándose a su lado. — ¡Madeline! — exclamó sin saber de dónde llegó ese nombre, incapaz de seguir por el golpe de dolor que le vino desde lo más profundo de su mente. Se cogió la cabeza entre las manos e intentó controlar la respiración, como hacía cada vez que algo así le llegaba en medio de la noche, apretando los dientes con fuerza.
¿Quiénes demonios eran esas personas y por qué su cerebro reaccionaba así ante ellas?
Beatrice Dantuono- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 09/08/2017
Re: Después de tanto tiempo... Aquí estabas. ( Alanna Joungheart)
En un instante, el bueno de Henry estaba junto a nosotras con una jarra de agua y un vaso en las manos. Él también pareció reparar en la joven que me acompañaba… En su rostro fino, sus ojos azules y aquella mirada que tanto recordaba a mamá. Al menos Henry, como buen caballero inglés, no se entrometió en la situación nada más que para ayudar a reanimar a Madeline. Tampoco se desmayó, incluso fue capaz de controlar la cara de asombro. Tan pronto como se dio cuenta de que miraba a Alanna más de lo necesario apartó la vista.
Con ayuda de Henry incorporamos a la mujer. Con delicadeza y procurando que al despertarse no pudiera avergonzarse abrí un poco los primeros botones de su vestido para que pudiera respirar. Henry intentaba que la mujer diera pequeños sorbos de agua, pero yo decidí ser algo más brusca y tomando la jarra le eché algo de agua por el rostro, aunque la suficiente como para no empaparla. Pronto retomó la consciencia, y visiblemente mareada se agarró al brazo del mayordomo para incorporarse. Me incorporé al mismo tiempo y la sostuve por la espalda. Cuando pareció retomar el equilibrio dejé que se apoyara tan solo en Henry y en su porte alargado. - Acompáñela a su habitación por favor.-Dije con tono dulce.- Descanse por hoy Madeline, yo me haré cargo.- Dije casi a su oído con visible cariño. Era consciente de que el modo en el que trataba al servicio era muy diferente al de resto de ricachones de Londres, pero aquellas constumbres tan inhumanas no iban conmigo en absoluto. Tras asentir confundida la mujer comenzó a caminar hacia las habitaciones con el mayordomo por muleta, dejándonos a Alanna y a mi a solas.
No me había pasado desapercibido el que Alanna recordara su nombre. Eso solo confirmaba mis sospechas, puesto ¿cómo si no iba a conocer el nombre de nuestra ama de llaves?. Apenas salía de la mansión, realmente casi ninguno de los que vivíamos allí salíamos mucho. Muchas dudas recorrían mi mente, todo indicaba a que aquella chica era mi hermana, pero por alguna razón no parecía recordar mucho… No al menos recuerdos de calidad. Podía ver su rostro confuso, igual de confuso que el de todos quizá.
Como si de pronto hubiese recordado algo importantísimo, como si volviese a la realidad cerré el portón con algo de esfuerzo. Aquella puerta pesaba demasiado para mi gusto. Toda la casa pesaba demasiado para mi gusto. No estaba lúgubre porque fuera tarde, estaba lúgubre porque ni todo el servicio del mundo habría sido suficiente para llenar aquella mansión. Gran parte del edificio estaba prácticamente abandonado. Yo no necesitaba tanto, y mis empleados eran para mí como familia, así que no tenía sentido para mi que vivieran en alas alejadas del edificio. Al concentrarnos todos en la parte central el resto estaba prácticamente inutilizado. Quizá por eso las habladurías decían que aquí ocurrían cosas extrañas, que desaparecía gente y que se oían gritos en la noche, el aspecto exterior de la vivienda era poco menos que lamentable. En realidad no pasaba nada de eso, pero supongo que las historias avivaban la vida de Londres, y si eso hacía que no vinieran curiosos a merodear, realmente lo prefería.
Miré a Alanna sin saber muy bien qué decir. ¿Ahora qué?¿Le mostraba la casa?¿Le ofrecía algo de comida caliente?. Por el momento me pareció más prudente lo segundo, estaría bien calentarse y tomar algo que asentara el estómago. Hacía mucho que yo no probaba bocado, y me parecía lógico pensar que ella tampoco. -Te… ¿Te gustaría comer algo?.- Titubeé un poco, una sensación extraña recorría todo mi cuerpo, me sentía como si conociera de toda la vida a la persona que tenía en frente, y al mismo tiempo como si no la conociera en absoluto.-Estaría bien entrar en calor… Calmarnos un poco… Creo que a todos nos vendría bien.- Sin dudarlo más cogí un candelabro y haciendo un gesto a mi hermana me dirigí hacia la puerta que llevaba al pasillo que nos dirigiría a la cocina. Quizá ir recorriendo poco a poco la casa le traería recuerdos, era una forma indirecta de hacer las preguntas pertinentes, y una forma de ganar tiempo para saber cómo reaccionar.
Con ayuda de Henry incorporamos a la mujer. Con delicadeza y procurando que al despertarse no pudiera avergonzarse abrí un poco los primeros botones de su vestido para que pudiera respirar. Henry intentaba que la mujer diera pequeños sorbos de agua, pero yo decidí ser algo más brusca y tomando la jarra le eché algo de agua por el rostro, aunque la suficiente como para no empaparla. Pronto retomó la consciencia, y visiblemente mareada se agarró al brazo del mayordomo para incorporarse. Me incorporé al mismo tiempo y la sostuve por la espalda. Cuando pareció retomar el equilibrio dejé que se apoyara tan solo en Henry y en su porte alargado. - Acompáñela a su habitación por favor.-Dije con tono dulce.- Descanse por hoy Madeline, yo me haré cargo.- Dije casi a su oído con visible cariño. Era consciente de que el modo en el que trataba al servicio era muy diferente al de resto de ricachones de Londres, pero aquellas constumbres tan inhumanas no iban conmigo en absoluto. Tras asentir confundida la mujer comenzó a caminar hacia las habitaciones con el mayordomo por muleta, dejándonos a Alanna y a mi a solas.
No me había pasado desapercibido el que Alanna recordara su nombre. Eso solo confirmaba mis sospechas, puesto ¿cómo si no iba a conocer el nombre de nuestra ama de llaves?. Apenas salía de la mansión, realmente casi ninguno de los que vivíamos allí salíamos mucho. Muchas dudas recorrían mi mente, todo indicaba a que aquella chica era mi hermana, pero por alguna razón no parecía recordar mucho… No al menos recuerdos de calidad. Podía ver su rostro confuso, igual de confuso que el de todos quizá.
Como si de pronto hubiese recordado algo importantísimo, como si volviese a la realidad cerré el portón con algo de esfuerzo. Aquella puerta pesaba demasiado para mi gusto. Toda la casa pesaba demasiado para mi gusto. No estaba lúgubre porque fuera tarde, estaba lúgubre porque ni todo el servicio del mundo habría sido suficiente para llenar aquella mansión. Gran parte del edificio estaba prácticamente abandonado. Yo no necesitaba tanto, y mis empleados eran para mí como familia, así que no tenía sentido para mi que vivieran en alas alejadas del edificio. Al concentrarnos todos en la parte central el resto estaba prácticamente inutilizado. Quizá por eso las habladurías decían que aquí ocurrían cosas extrañas, que desaparecía gente y que se oían gritos en la noche, el aspecto exterior de la vivienda era poco menos que lamentable. En realidad no pasaba nada de eso, pero supongo que las historias avivaban la vida de Londres, y si eso hacía que no vinieran curiosos a merodear, realmente lo prefería.
Miré a Alanna sin saber muy bien qué decir. ¿Ahora qué?¿Le mostraba la casa?¿Le ofrecía algo de comida caliente?. Por el momento me pareció más prudente lo segundo, estaría bien calentarse y tomar algo que asentara el estómago. Hacía mucho que yo no probaba bocado, y me parecía lógico pensar que ella tampoco. -Te… ¿Te gustaría comer algo?.- Titubeé un poco, una sensación extraña recorría todo mi cuerpo, me sentía como si conociera de toda la vida a la persona que tenía en frente, y al mismo tiempo como si no la conociera en absoluto.-Estaría bien entrar en calor… Calmarnos un poco… Creo que a todos nos vendría bien.- Sin dudarlo más cogí un candelabro y haciendo un gesto a mi hermana me dirigí hacia la puerta que llevaba al pasillo que nos dirigiría a la cocina. Quizá ir recorriendo poco a poco la casa le traería recuerdos, era una forma indirecta de hacer las preguntas pertinentes, y una forma de ganar tiempo para saber cómo reaccionar.
Delila Heartsmith- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 02/08/2017
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