Disturbia | privado

Recuerdo del primer mensaje :

La vida iba viento en popa. Tenía a su lado una mujer y unos hijos fuertes y leales junto a los que estaba formando una familia, una que nunca entró en sus planes pero que ya no podía concebir existencia sin ellos a su lado. El bosque, tan distinto a su amado y lejano océano, se había convertido en su hogar. Ya no era una cárcel donde se sentía preso, ni su maldición una condena imperdonable, pues por mucho que odiara a la mujer que le convirtió en lobo, era gracias a ella que podía disfrutar de esa nueva vida, mucho más plena que su trayectoria en alta mar. No quedaban ya deseos de encontrar el mejor tesoro o convertirse en dueño de los siete mares, su única ambición ahora era ver crecer a la familia y acabar con la caza indiscriminada. Inquisidores y cazadores eran ahora su mayor problema, motivo por el cual, una vez acabada la construcción de las cabañas y límites del territorio, había empezado a entrenar para perfeccionar sus nuevos dones como lobo.

Cambió los mástiles por los árboles, saltando de uno a otro con mayor agilidad que antes; corría más rápido de lo que el Warrior jamás navegó, y no necesitaba de catalejo para ver más allá del horizonte. Finalmente había abrazado las novedades de ser lobo y ya no quería volver atrás. Cierto era que resultaba en sí mismo un peligro cada luna llena, por ello había construido un sótano en su cabaña donde encerrarse para no hacer daño a nadie. Con la presencia de Aletheia en el bosque, ya no podía permitirse dejar a la bestia suelta, suponía demasiado riesgo, y mantenerse enclaustrado durante el cambio resultaba también bueno para su cuerpo, pues físicamente no terminaba lleno de magulladuras por las aventuras que el lobo hubiera vivido durante la noche.

Tenía una manada que defender. No solo su familia más directa dependía de él, otras familias de lobos le habían elegido como alfa y se habían comprometido a cuidar unos de otros. En un principio no quiso hacerse responsable, él no quería ser un líder a tan gran escala, pero entre todos le hicieron ver que la unión hace la fuerza y que si estás solo, mueres. Si querían acabar con la caza indiscriminada, juntos serían mucho más fuertes. Se ayudaban unos a otros a diario: contruyendo cabañas, cultivando y cazando su propia comida, vigilando... Con el tiempo memorizó el olor de cada lobo, hechicero y humano que estaba bajo su protección, de modo que cuando le llegaba un olor extraño, era el primero en aparecer.

Y aquella tarde no fue distinta. Tras dejar a Aletheia en casa, salió a cazar y comprobar que todo estuviera en orden. Fue entonces cuando le llegó el olor de dos lobos desconocidos. Al tratarse de dos semejantes el estado de alerta no se activó, podían ser visitantes de alguna de las otras familias, pero sí se tomó la molestia de ir para comprobarlo por sí mismo.

-Estáis entrando en territorio privado, os exijo que os identifiquéis - alzó la voz apareciendo entre los árboles, vestido con solo un pantalón raído. Descalzo, para sentir la tierra, y con la melena suelta como siempre iba. Su rostro serio no dejaba paso a emoción alguna, no era momento de bravuconerías.

El lobo rojo era el que menos se fiaba de Leif, sabía lo que era estar bajo la influencia de la sangre y la luna, él se dejaba llevar por el deseo de Slang desde que abrieron sus ojos a nuevas posibilidades. Disfrutaba de la locura de la rabia casi tanto como el lobo encerrado en su cuerpo de hombre, pero se llevaban bien, convivían, como parásitos en simbiosis. Su cuerpo, su mente y sus instintos se dividían en dos, pero no estaban enfrentados, cada uno asumía y era dueño de sus propios sentimientos. Slang quería destrozar a Leif y acabar con la amenaza, la prioridad del lobo era la protección del cachorro que llevaba la hembra en su vientre y mordía a Uryan para instarle a acabar de una vez con el licántropo descontrolado. Los ojos azules que le impedían ahogar a Leif oprimía el instinto de Uryan de dejarse llevar por su lobo, aunque se veía lo mucho que le estaba costando luchar consigo mismo, más que contra el propio pirata.

Su brazo estaba destrozado, Leif no dejaba de morderlo, había dejado la carne y el hueso a la vista, cada vez que el licántropo se retorcía él se esforzaba por contener su ira, con el consiguiente chorro de sangre que escapaba de sus heridas abiertas. Uryan respiraba con fuerza y fue el primero en echar las orejas hacia atrás cuando Aletheia se acercó demasiado. Para él, tanto Esthia como la mujer habían perdido la cabeza y todos sus instintos le gritaban que acabase de una dentellada con la yugular de Leif, pero la mirada de la morena y del lobo blanco le impedían hacerlo. El lobo rojo gruñó en respuesta a las dentelladas desesperadas de Leif por alcanzar algo más que su brazo pero se quedó callado, completamente concentrado en arrancarle la maldita cabeza si osaba rozar la piel de Aletheia con uno de sus colmillos.

Aun mantenía a Leif bien cogido, no con la fuerza para asfixiarle, pero si la suficiente como para no permitirle hacer grandes movimientos, hasta que notó la orden de la mujer. Dudó..Y sería un eufemismo decir que no durante mucho tiempo. Slang no quería soltarle, quería sacarle cada uno de los dientes, arrancarle las garras para asegurarse de que no había forma de que dañase al cachorro, pero algo tiraba de él hacia atrás. Hubo un instante en el que los ojos de Uryan se clavaron en los de Aletheia, como si se estuviera midiendo algo mucho más profundo que obedecer una simple orden y finalmente, Uryan apartó la mirada y soltó a Leif, echándose hacia atrás, pero sin perder de vista al licántropo. Se notaba, por la rigidez con la que se movía, que seguía muy pendiente y estaba agobiado e incómodo por lo que pudiera suceder.

Aletheia le dio las gracias a Uryan con un cabeceo cuando éste soltó por fin a Leif, que había dejado de forcejear por la impresión de que ella, la que instantes antes fuera su presa, le soltara un manotazo y le regañase con ese tono de reproche indulgente. Se sentía observada, pero no barrió con los ojos el lugar para comprobar cuántos pares de ojos estaban fijos en ella y en la reacción de Leif. Lo que sí tenía claro era que esa noche podía suponer un antes y un después para la manada, para su matrimonio, para ella y su pánico a los licántropos que necesitaba superar, y para Leif, quien estaba siendo inconscientemente sometido a juicio. Tomó aire y, aún a riesgo de perder la mano, la acercó de nuevo al morro de la bestia, aunque con mucha más suavidad, para que pudiera olerla.

- ¿Crees que esa es forma de tratar a tu esposa, Leif? - cuestionó en un tono menos tenso-. Vamos, cálmate. Sabes que soy yo, que aquí no hay peligros por los que tengas que estar tenso. Son tus hombres, tu manada. Confías en ellos. Confías en mí.

Las patas se movían inquietas manteniendo la actitud de alerta latente. Si el lobo estaba entendiendo -entender de comprender, razonar y aceptar- realmente cada palabra que salía de los labios de Aletheia... era todo un misterio. La parte superior de su morro seguía tensa, dispuesta a arrugarse de inmediato para mostrar la amenaza dentada; trémula porque quería hacerlo, mas algo le decía que esperara y escuchara. Confianza no era algo que el hombre tras el lobo hubiera ofrecido a la ligera, por ende el animal no iba a concederla fácilmente. Así se lo hizo saber al gruñir, sin dejar de mirarla, en dirección a los únicos dos miembros que no formaban parte de aquella manada. Uryan y Esthia. Aunque el que ellos estuvieran presentes no era lo que más llamara su atención, sino el modo en que la bruja hablaba sin mostrar un ápice de miedo.

Los enemigos sentían miedo.

El miedo era falta de confianza.

Aletheia confiaba en él. En el lobo.

Lentamente agachó un poco la cabeza y acercó el morro a la mano extendida de la bruja. Empujó la palma de su mano con el hocico y finalmente le lamió los dedos.

La tensión del momento se extendía por todo el claro del bosque en que se hallaban. Todos los presentes parecían expectantes por lo que iba a ocurrir, incluidos los dos extraños lobos. El rojo parecía a punto de saltar sobre cualquiera que le tocase. El blanco, que se mostraba ya con su apariencia humana sin pudor alguno por estar desnudo, mostraba una sonrisa satisfecha, como si él hubiera sabido desde el principio lo que iba a ocurrir. La hechicera dejó escapar con alivio el aire que retenía en los pulmones al sentir la lengua de Leif contra sus dedos. Eso era bueno, suponía. Así que dio un paso más allá. Se repitió mentalmente varias veces que ese lobo era Leif, que era el hombre del que estaba enamorada, que jamás le haria daño, que el miedo que había sentido por los lobos a causa de la trágica muerte de Leon era como si tuviera miedo de todos los humanos por haber visto a un asesino. Tenía que liberarse de ese miedo para ser feliz y lo haría. Pasó los dedos por el pelaje de Leif, atreviéndose a usar la otra mano por su nuca y su cuello. Inclinó la cabeza hasta pegar la frente a la cabeza del lobo. - Shhhh. Eso es. Estás a salvo. Estás en casa.

El lobo aún no estaba cien por cien convencido, su naturaleza le hacía detenerse, quedarse inmóvil ante cada intento de acercamiento de la bruja, pero el toque de sus dedos era agradable e iba dejándose mecer por el aroma que desprendía. Un aroma conocido que abrazaba el latido de dos corazones que debía proteger. Inclinó la cabeza hacia su mano, incluso cerró los ojos aunque solo fuera por un íntimo momento. La tensión del lobo menguaba a la par que la del público alrededor, mas nadie se movía. El tiempo se detuvo más allá de la burbuja que ellos dos formaron ante aquel mutuo reconocimiento. El miedo de ella y la desconfianza de él perdiéndose en la lejanía para dejar solamente espacio al amor que se tenían uno al otro. Sus ojos conectaron en el momento que sus frentes se unieron y vieron más allá del cuerpo físico. La lengua del lobo volvió a aparecer, esta vez lamiendo las mejillas de la bruja en un indiscutible signo de amor.

Ale se echó a reír, pero no se apartó. - Oh, Leif... - le rodeó el cuello con ambos brazos, escondiendo la cara contra su pelaje, sin importarle que estuviera manchado de sangre y polvo por la pelea con Uryan y Esthia -. Me has dado un susto de muerte, pero en el fondo sé que nunca nos harías daño. - Se lo había dicho el día de su fallida boda, se lo había repetido en alguna ocasión más, pero esa noche lo estaba haciendo por fin, estaba aceptando al lobo como su compañero para siempre.

El lobo había reconocido finalmente a su compañera. Había entrado por primera vez en estado de paz desde que apareciera en la primera transformación. Pero el lobo seguía siendo bien consciente de que había dos intrusos en su territorio. Dos desconocidos que no solo habían invadido el espacio que él protegía, sino que se enzarzaron con él en una pelea a muerte. Al menos uno de ellos. Y, del mismo modo que Leif dejaba el romanticismo para la intimidad con su mujer, el lobo no iba a ser distinto, por eso dejó a un lado los arrumacos para encarar nuevamente a Esthia y Uryan y alzar el hocico en señal de advertencia. Si antes estaba iracundo por haber sido provocado, se le sumaba que estaban demasiado cerca de su hembra y cachorro. Y eso no podía permitirlo.

Un nuevo gruñido se inició en su garganta.

La mano de Ale se mantuvo sobre la nuca de Leif, arrodillada a su lado. - Ellos me han protegido, Leif. Incluso de ti. Deberías dejar que se marchen esta noche - Desvió la mirada hacia los otros dos, pidiéndoles que se marcharan sin más escándalos. Una sonrisa dedicada a Esthia, en agradecimiento por su ayuda, quien le devolvió un guiño -. Tal vez mañana podamos todos hablar con más calma.

La noche anterior había sido intensa, más que cualquier otra antes o después de ser víctima de tal maldición. Las heridas estaban sanando tan rápidamente como se esperaba, pero el colapso mental precisaba de algo más de tiempo. Había lidiado con muchas dificultades en batallas anteriores, mas aquella noche, con aquellos dos lobos, fue la primera vez que debió aceptar la derrota. Y estaba cabreado. Seguía viendo al lobo como un parásito dentro de su cuerpo, haber estado observando todo lo ocurrido desde una pequeña celda mental le hacía creer que, de haber tenido el control, habría podido con ellos. No obstante, aún cuando el orgullo era algo muy importante para un Paine -y sino que se lo dijeran a su padre-, debía admitir también que sentía curiosidad por el control que esos dos desconocidos habían demostrado durante la transformación. No solo mental, sino físico. El lobo blanco había ido cambiando de forma a placer, algo que él jamás pudo lograr, algo que incluso creía que era imposible. Así que durante aquel pacífico sueño -gracias a la presencia de su hembra y su cachorro- meditó su siguiente paso. Para cuando finalmente despertó cerca del mediodía había tomado una decisión.

Se levantó frío como era y dolorido por todas partes, pasándose una mano por los mordiscos que aún podían notarse en su cuello. Se tomó con calma la ausencia de Aletheia aprovechando para comer algo y recuperar así las fuerzas. Afinando el oído la escuchó hablando con demás miembros de la manada y recordó entonces pedazos de lo sucedido durante los últimos minutos antes de caer inconsciente. Y sonrió. Se había enamorado de la valentía de esa mujer y había sido testigo una vez más de ella. No podía tener mejor hembra a su lado ni estar -aunque no lo admitiría- más enamorado.

Salió finalmente a la luz del día, entrecerrando los ojos hasta acostumbrarse. Vestía, como siempre, solamente el kilt. Desde que fuera lobo ir descalzo se le antojaba el mejor de los placeres "blancos" -los que nada tenían que ver con sexo y/o alcohol-; la tierra bajo su piel le hacía sentirse vivo, sobretodo después de una noche dura. Se sentó en la pequeña escalinata del porche y esperó a que ella le viera y se acercara para darle los buenos días con un beso que transmitió todo el sentimiento que cargaba en su pecho. No dijo nada de lo sucedido, egoístamente pensaba que no era necesario.

-He oído que esos dos lobos no andan lejos - no era difícil estar al corriente, al parecer esa mañana no se hablaba de otra cosa. - Y veo que los demás te hacen caso, ¿podrías pedirles que los manden venir? Quiero hablar con ellos... - y puso especial énfasis en "hablar", dejando constancia que no volvería a repetir los errores que su alto ego le habían hecho cometer la noche anterior. Tras aquello volvió a darle un beso y regresó al interior de la cabaña donde se puso una camisa un tanto vieja y se fumó tranquilamente un puro en lo que acababa de darle vueltas al tema.

Cuando llegaron, Leif les esperaba solemnemente sentado en la silla de su "despacho", que no era más que una pequeña habitación donde reunía todo el alcohol y puros de los que disponía y en el cual se recogía cuando andaba de mal humor -normalmente relacionado con el comportamiento de su hija, porque a decir verdad desde que vivía en el bosque con Aletheia pocos motivos tuvo de enfado. Les indicó con una mano que tomaran asiento, si así querían, y sirvió una copa para cada uno. No para Aletheia, debido a su estado, pero no impidió que, de quererlo, estuviera presente durante la conversación. Después de todo ella era la mano que mecía su ira.

-Quisiera ofrecer una disculpa. No por mis intenciones, que no eran otras que proteger la familia que aquí se está formando, sino por no haber sido más... diplomático. Mi opinión sobre este territorio sigue siendo la misma, sin embargo no veo por qué no podemos ayudarnos mutuamente... - apoyó los codos en los reposabrazos de la silla, sujetando la copa en una de las manos mientras le daba vueltas. - Estáis en clara ventaja sobre mí cuando la luna llena se alza, como pudisteis comprobar ayer soy incapaz de controlar al lobo, pero vosotros... - entrecerró los ojos -. Quisiera ofreceros un trato. Abierto, por supuesto, podemos hablar de condiciones.

Se puso en pie acercándose a la ventana tras él, cerrando para que los de fuera no pudieran escuchar. No tenía secretos para los machos de la manada, pero no quería preocupar de más al resto. - Actualmente tanto la Inquisición como algunos cazadores muertos de hambre van tras nuestras cabezas. Las de todos - les miró directamente, metiéndoles en el saco -. No dudo de vuestras habilidades, pero no subestimaría a los de la ciudad - volvió hacia la mesa donde dejó la copa y apoyó las manos mirándoles seriamente. - Os ofrezco un refugio en estas tierras, la protección de todos nosotros... a cambio, quiero que me entrenéis.

Obviamente, Uryan había sido arrastrado por el lobo blanco, porque él nunca habría pensado en unirse a una manada y menos a una en la que tuvo problemas desde el primer momento con uno de los miembros, pero para empezar, estaba allí por él, porque él no necesitaba una manada pero sabía que Esthia si, necesitaba pertenecer a algo mucho mayor que ellos dos, lo había notado cuando hablaba de su familia y la manada de su hermano, él quería algo como eso y Uryan no se lo podía dar por sí solo. A él siempre le había bastado consigo mismo y de hecho era lo suficiente egoísta como para no querer a nadie más alrededor, con Esthia hizo una excepción, aunque todavía no tenía claro si había tomado él la decisión de aceptarle, había ocurrido o sencillamente fue Esthia quien lo había decidido. Claro no lo tenía del todo, pero viéndose allí, en la entrada de la cabaña, tenía serias dudas de haber elegido algo en su vida desde que el cachorro llegó. Ya se lo advirtió Slang, él les acabaría destruyendo.

Aun estaba muy poco convencido de estar allí, se inclinó para poder pasar por debajo de la puerta de la entrada pero en cuanto pisó el interior de la cabaña notó cosas que no debería. Para empezar, que allí olía a algo raro que no reconocía, segundo..Que había una extraña conexión entre la bruja y el cachorro que no sabía si le terminaba de gustar. Se movió pasando el peso de un pie a otro, incómodo, sin saber por qué. Desde luego no era miedo, porque ya había demostrado que dos de los tres que había allí habían acabado comiendo tierra y a la tercera no le había podido echar mano. Miró fijamente a Aletheia, dando por sentado que era ella el motivo por el que estaba tan nervioso, es más, ni siquiera era ella. Clavó su mirada en su vientre, él no, pero Slang estaba tan absorto y tan exageradamente alerta que podría jurar que veía a través de la carne y el líquido que protegía al nonato, "sintiéndolo", de alguna manera.

No sabía por qué Esthia tenía esa apetencia exagerada por los dulces, pero en cuanto escuchó el característico sonido que hacía al chupetearse los dedos apretó la mandíbula y se contuvo para no saltar sobre él y hacer más que simplemente empotrarlo. Bufó, tanta confianza entre ellos dos sin que se conocieran le sentaba mal, ni siquiera él tenía esa conexión con Esthia y se encontró muy malhumorado.

Se centró en Leif, que era el único al que podría buscar para una pelea si fuera necesario y frunció el ceño.- No pienso aceptar órdenes de nadie.- Eso era lo primero, no estaba dispuesto a someterse a él, menos después de que le hubiera "vencido" aunque él había tenido una gran ventaja, pensó en ese momento, en lo ocurrido y miró entonces a Aletheia. Ahora lo entendía, Slang también lo sabía. No era el pirata quien le había sometido, fue Aletheia. Se puso aun más tenso al darse cuenta por primera vez. No dijo que de ella si tendría que aceptarlas, mejor se lo guardó para sí y miró nuevamente a Leif, muy cabreado, porque siempre que sentía cosas solo podía transmitirlas así, con enfados sin sentido.- Ni de ti ni de nadie. Si tengo que estar aquí metido, aceptaré mi posición en la manda.- Porque él nunca había estado en una, pero todos los lobos sabían cómo funcionaba y la jerarquía era necesaria.- Pero como alguien me provoque....-Estaba claro que iba a ejercer esa posición y aceptaría las órdenes de Leif una vez aceptase entrar, pero no por él, si no por ella, porque automáticamente al ser su pareja y el padre del niño que ella llevaba, se posicionaba inmediatamente por encima de él.- Incluido tu, la mujer se va a tener que encontrar una nueva mascota. ¿Hablamos claro?- Hablaba con Leif, porque era con el que tenía el verdadero problema, no le gustaba ni un pimiento tener que estar por debajo de nadie, de Aletheia no lo había podido evitar, era como si Slang se hubiera colocado a su lado en el instante en el que se cruzaron, pero la protegería de cualquiera, de sí mismo y por supuesto de Leif si tenía que hacerlo.

Antes de que a Leif se le ocurriera abrir la boca y estropear aquel intento de diplomacia, Aletheia tomó la palabra, acariciando con los dedos la piel del cuello del pirata, pues tenía el brazo sobre sus hombros.

-¿Por qué no dejamos la agresividad para los enemigos comunes? Uryan –le llamó por su nombre, con una sonrisa y ese tono conciliador-, nadie pretende someterte ni obligarte a nada, pero realmente nos vendría muy bien contar con dos hombres como vosotros. Aquí la lealtad se paga con lealtad y la confianza con confianza.

Sus dedos seguían trazando caminos aleatorios sobre la piel de Leif, porque de algún modo, su toque siempre conseguía mantener calmado al lobo. Desvió los ojos hacia Esthia.

-Os ofrecemos la protección de la manada, la libertad del territorio, ropa y un techo si los necesitais.

El Leif que tenían ante ellos sentado no se parecía al que les asaltó la noche anterior. Este tenía ahora control absoluto de sí mismo y sus emociones. Volvía a ser el pirata que durante décadas trajo la gloria a su navío. Frío y calculador con el único objetivo de tirar adelante el plan en mente, el cual no consistía en otra cosa que la protección de la gente que había puesto su confianza en él. Porque eso era todo. No había una idea egoísta tras sus acciones, no buscaba convertirse en el rey del bosque. Desde que se convirtiera en lobo por primera vez, más tras conocer a Aletheia, lo único que quería era encontrar al fin la paz. Y resultaba del todo irónico que, después de pasarse la vida de guerra en guerra, ahora que intentaba alejarse de la batalla esta fuera quien le buscara a él.

Mantuvo los labios sellados tras iniciar la charla, observando detenidamente cada mínima reacción en la pareja ante él. Se dio cuenta que, sin importar si se tratara de un macho o una hembra, el amor podía someter a cualquier hombre. Había cierta simetría entre ese lobo, Uryan, y él mismo. Esthia era su Aletheia, su lullaby. Y lo miró transmitiéndole comprensión.

—Relájate... — ladeó una sonrisa, que duró los dos segundos que tardó en seguir su discurso —. No habrá órdenes que acatar, solo una única e importante regla que seguir: ser una fuerte unidad. Si uno es herido, todos sangramos — explicó acariciando la mano de la bruja, satisfecho coincidiendo con sus palabras.

Besó sus dedos, desviando por un momento la mirada. Nadie era consciente, ni siquiera Esthia en ese guiño, de hasta qué punto se sentía aliviado y agradecido de que Aletheia siguiera viva y a su lado. La noche anterior podría haber sido fatal, el lobo podría haber cometido el acto atroz que le habría jodido la vida para siempre. Y no le importó dar muestras de su afecto ante ese par de lobos, quería demostrarles por quién lo hacía, cuál era el motivo de pedirles ayuda. No era por él, nunca sería por él. Solo por ella. Y por el niño que aún estaba por nacer.

—Ya sea en alta mar o en el bosque, quien me sigue es porque quiere. La lealtad no se obtiene con imposiciones o cadenas. Esta gente, nuestra familia, está aquí porque compartimos un mismo deseo: libertad. Y para obtenerla hay que pelear. Pero aquí no hay guerreros, la mayoría son simples campesinos. Por eso necesitamos hombres como vosotros, fuertes y decididos a luchar por esa meta.

>>A cambio, como bien ha dicho mi compañera, aquí tendréis las necesidades básicas. Comida, refugio y un techo. Hay, además, un médico especializado en hombres lobo y una de las mejores brujas aliadas que vais a encontrar — volvió a sonreír con cierta arrogancia al señalar a Aletheia —. Que resulta ser también muy buena cocinera...

Miró de reojo a Esthia, arrugando un poco la nariz por la forma en la que comía el pastel de su mujer. Era indecente. De no ser porque podía ver el vínculo entre los dos hombres, saltaría sobre él movido por los celos. Volvió a centrarse en el tema, poniendo las manos sobre la mesa.

—La decisión está en vuestras manos. Pensadlo, quedaros un par de días. Os mostraré cómo funcionan las cosas por aquí.

Buzó cuando Aletheia intentó tranquilizar el tema, no estaba intentando ser agresivo por un motivo ulterior, no sabía expresarse de otra forma, así y follando, pero ese detalle dudaba mucho que Leif lo apreciara, aunque si se ponía tonto lo mismo no le importaba incluirle, aunque tenía la fea idea de que ambos querrían tener el control de la situación y él no estaba dispuesto a someterse en todos los aspectos de su vida. Un techo, una cama y comida preparada no le decían mucho, no añoraba esas cosas sencillas porque nunca las había tenido antes así que no sabía lo que eran, tampoco entendía lo que significaba pertenecer a una unidad, a ser un bien común y no una reacción egoísta. A pesar de lo que él había supuesto, Slang lo entendía mucho mejor que él, parecía medir la situación desde su subconsciente pero no estaba alterado ni dispuesto a reclamar una posición mayor, la presencia del bebé le dejaba totalmente aturdido y tenía la sensación de que estaría a punto de dormirse si no estuvieran en un lugar desconocido y no oliera tanto a ese pastel pringando los dedos del maldito cachorro. Slang estaba lo suficientemente distraído como para aceptar su posición al instante, por mucho que Uryan quisiera pensar, sabía que las cosas estaban ya en cocción en cuanto sintió la necesidad de proteger a Aletheia de un peligro. No podía negar que había disfrutado enormemente partiéndole la cara al pirata, pero había sido un infierno tener que controlarse y no comérselo vivo. Literalmente.

Escuchando a Leif podía entender sus palabras, él tampoco estaba allí por sí mismo..A él la manada le traía al pairo, no la necesitaba, Slang y él habían sido siempre lobos solitarios, que hacían y deshacían sin mayores consecuencias, libres y muy solos..Pero Esthia no era ese tipo de lobo y lo sabía. También estaba allí, dispuesto a colocarse un escalón por debajo del alfa y ser la mano brutal de aquella manada, matar por gusto y defender su manada no le parecía tan alejado lo uno de lo otro. Pero a pesar de que Leif dejaba claros sus motivos, él no iba a exponerlos delante de todos y menos delante de Esthia.

No tenía nada que pensar, pero se sentía incómodo en una casa que olía a cosas tan raras, como si fuera un intruso.- No hace falta que me expliquéis lo que es una manada.- Suspiró y se cruzó de brazos aunque parecía mucho más relajado. - ¿Crees que si tendría algo que pensar estaríamos hablando?- Ciertamente, Uryan no era precisamente el mejor negociador, ni el más listo, había venido para poner las cosas en su sitio, bastante duro era para él estar por debajo en la cadena, no estaba seguro de lo que implicaba..O si y por eso estaba tan incómodo, pero ya no podía hacer nada. Estaba todo decidido y no había nada que discutir.- Además, este ya ha empezado por una de las ventajas, no podemos rehusar ahora.- Y dicho esto se echó un poco hacia atrás, dando un paso para alejarse, estaba allí, en medio pero intentando pasar inadvertido, eso de las comidas familiares, reuniones alrededor de la mesa..No iba con él y tampoco lo conocía, aunque se sentía infinitamente incómodo y fuera de lugar, como Esthia parecía disfrutar se quedó mirándole con el ceño fruncido.- ¿Es que no sabes lo que son los cubiertos? ¿Por qué todo tienes que tocar todo lo que te encuentras?