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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Schroeder Kraus Vie Ago 25, 2017 6:53 am

El calor empezaba a hacerse insoportable. Entre el correr y lo pesadas que estaban las moscas, la paciencia de Schroeder alcanzaba ya sus límites. Hacía un rato que ya no controlaba bien su respiración, seguramente desde el momento en que chocó con la esquina del viejo edificio antes de abandonar la ciudad y adentrarse en el bosque de las afueras. Lo cierto era que tampoco importaba el inicio de todo, sólo que ahora le minaba sus planes. Aquel vampiro no parecía ser gran cosa, delgaducho y pálido -bueno, como casi todos los de su especie, pero algo le decía que era distinto, seguramente el pánico en aquellos irisados ojos-, errante en sus pasos y torpe en la huida. El sudor perlaba su piel y las gotas que caían por su frente, encontraban refugio en sus pobladas cejas. Mas algunas escapaban, humedeciendo sus ojos con acidez que, a instantes, emborronaban su visión, dificultando su carrera en zigzag a través de los árboles, dispuestos de manera aleatoria por el terreno irregular y pedregoso. Tropezó al hundirse su pie en la tierra blanda, pero rápidamente recobró el ritmo tras empujarse con ambas manos hacia delante y arriba. Costaba sortear la maleza, pero estaba curtido en peleas y acechos, aunque nunca era tan fácil como en los entrenamientos. Veía a su presa a cerca de una decena de metros delante de él, a momentos más cerca y, otros, malditamente más lejos. En su cabeza, los seres como ese no tenían debilidades, y estaba cometiendo una locura al ir tras él en un impulso; pero así era el soldado solitario. No era una cacería premeditada, no había trampa, ni posibles refuerzos; sólo estaban él y el dichoso vampiro de larga y oscura melena.

Las zancadas de ambos asustaban a los animales que apaciblemente buscaban comida, agua o simplemente se desplazaban por su preciada naturaleza. De vez en cuando se escuchaba algún quejido y el trotar o brincar de un ciervo, conejo o jabalí. Se escondían, buscaban refugio. Sabían que lo que estaba por ocurrir no era bueno para ellos y, que si les pillaba en medio, acabarían muy mal. En una ocasión, tuvo que saltar a un jabato que, en vez de correr, se había quedado paralizado ante el miedo. El pelicorto era un soldado, no un asesino despiadado, y aunque tenía una gran aversión hacia los seres sobrenaturales y disfrutaba como cualquiera de un buen chuletón, herir a un animal inocente al que no tenía intención de comerse, le hubiese sentado mal, especialmente a su ego. Un hombre no abusa de los débiles, busca enfrentamientos justos.

-¡Deja de huir, cobarde!

En la cabeza de Schroeder, un vampiro nunca evitaba un enfrentamiento, como tampoco lo hacía un licántropo, un cambiante, un nosferatu… Eran viles animales, retorcidos, sangrientos. Algunos eran sumamente inteligentes, pero aún así sus instintos les dominaban siempre y se cegaban por la sed de sangre, el hambre o la simple necesidad de matar. Aunque tuvieran un ínfimo lado humano, la bestia ganaba al final. Así que ver como aquel chupasangres intentaba escapar, no le parecía lógico. Había algo raro, incongruente. ¿Qué escondía aquel pálido cuerpo?

Intentó buscar una posición ventajosa, un altozano. Desvió sus pasos ocho grados al este y siguió a la carrera. Usaba los brazos como resorte para tambalearse entre los gruesos troncos de los robles y encinas, procurando no trastabillar de nuevo y perder el ritmo. Cuando vio a poca distancia la parte más alta del terreno, llevó una mano a sus cartucheras y alcanzó uno de sus afilados cuchillos caseros. Lo sujetó con firmeza, usando el dedo corazón cruzado sobre el mango y el índice y corazón sobre la brillante hoja. Estrechó la mirada, apuntando y tras saltar para llegar lo más alto posible, lanzó el puñal en dirección a la captura. Cayó al otro lado del montículo con una rodilla en el suelo y el impacto resonó por todo su cuerpo, haciendo reverberar hasta el último de sus huesos.


Última edición por Schroeder Kraus el Vie Sep 01, 2017 4:25 am, editado 2 veces
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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Jue Ago 31, 2017 8:41 pm

Las ramas eran dejadas atrás con la velocidad con las que la captaba por el rabillo del ojo. Pequeños fantasmas que estiraban sus garras pero nada podían hacer para detenerme. Me había pasado mi vida huyendo de ellos. Cada paso que daba en la carrera era un hundimiento en tierra enlodada y la humedad estaba en cada tronco y hojas que rozaba, y cada impulso que daba iba acompañado de mi fuerte respiración. No me sentía cansado, no había dolor muscular ni perdida de aliento, pero si las pulsaciones intensas de mi corazón contra mi pecho y la fuerte inspiración al jalar aire bruscamente una y otra vez. Hacer esto era muy sencillo a pesar de que sólo lo había realizado una vez; era como si hubiese venido aquí repetidamente y hubiera recorrido esta ruta una y otra vez hasta memorizarla por completo.

Sabía cuándo girar, cuando doblar, cuando hacer un paso largo o deslizarme por el lodo. La ropa no me estorbaba, pero nadie que llevara estos trajes de caros cortes estaría en estos lares haciendo campo traviesa. Nunca antes un humano me había puesto en esta encrucijada; una parte de mí, tímida y poco resuelta, se arrepentía de no haberse marchado de París cuando sentí el deseo de hacerlo. Sin embargo, existía otra parte que actuaba en yuxtaposición a la primera, misma que me había impelido a negar la posibilidad de irme. Puede que ahora no pudiera volver a mi refugio como hubiera esperado cuando decidí marcharme para alimentarme. ¿Mi perseguidor me había visto mientras realizaba aquel pecaminoso e íntimo acto? ¿Qué fue lo que me delató? No podía pensar con claridad sobre ello, no ahora.  

Lo oía detrás de mí, resoplando pero manteniendo mi ritmo. Sus jadeos eran tan claros que parecía hacerlos junto a mi oreja. Aquella cercanía, lograda por mi oído, sólo aumentaba mi nerviosismo; no me resultaba agradable que me pusiera nervioso. Era un hombre fuerte, entrenado, con la energía y fortaleza suficiente para continuar con esta tontería. Esperaba que se detuviera, que se rindiera, negándome a convertir esto en un asesinato sin motivo. Nada provechoso podría salir de la situación, pero a él no parecía importarle. ¿Era acaso uno de esos cazadores de los que tanto me había advertido Lestat? O ¿Era algo aún peor que eso? Los ruidos que captaba a mi alrededor me dejaba claro que nadie lo acompañaba; era él, arriesgando su vida estúpidamente. ¿Y por qué no podía yo terminar con esto de una vez y simplemente volver a la ciudad? Bueno, porque no estaba seguro de que ese fuera el caso.

Los cazadores no eran lo único de lo que debíamos cuidarnos. Yo no tenía un nombre para referirme a ellos, pero algunos les decían Inquisidores. Servían a dios, o a alguna retorcida idea de lo que para ellos era dios, y perseguían al mal en estado físico que se paseaba petulante frente a sus majestuosas edificaciones donde honraban a ese dios en el que creían. Yo había buscado e implorado el perdón de ese dios y había buscado su castigo por lo que yo hacía cada noche. Me había creído una criatura diabólica hasta que una charla en la madrugada me fue dicho lo contrario. Nunca había recibido nada de ningún dios y sólo mi propio arrepentimiento y culpa era lo que yo había obtenido como penitencia. A mi buen saber, aquel perseguidor bien podría ser el castigo que llevaba rato esperando.

Me detuve al oírle gritarme, tan fuerte fue como yo lo escuché que pegue un respingo, creyendo que me había alcanzado. Me giré, cambiando mi ritmo y me di cuenta que él ya no me seguía. Los ruidos estallaron de pronto a mí alrededor, y una sinfonía de múltiples voces se había congregado en los alrededores, pequeñas criaturas, así como el viento, reprocharon la invasión de su espacio de esta manera tan descarada. En aquel instante, fui plenamente consciente de lo que me rodeaba. De lo acechado que me sentía y de la rabia que eso me hizo sentir.

Escuché por mi derecha el silbido de un objeto cortando el viento. Volteé, siguiendo un impulso, una respuesta motora que no evité. La hoja pasó por mi cara, abriendo un corte en la mejilla como si fuera papel y cayendo al suelo sin detener su trayectoria. Sentí la sangre, ahora fría, manando hasta manchar mi camisa y mi levita. Me quedé inmóvil, como engarrotado, observando a ese hombre que bajaba a mi altura con un golpe seco. Oí el crujido de sus huesos con una mórbida satisfacción. Rocé la herida con mis dedos, ignorando la sangre pero no el cosquilleo de la regeneración.

Y aquel humano se presentó ante mí por primera vez, y entonces vi su complexión, la forma de sus hombros y los brazos fuertes que llegaban a unas manos igual de fuertes. Era un excelente espécimen humano. Sin dejar de observarlo me incliné y recogí el cuchillo del suelo y lo dejé en mi mano derecha.

No vas a dejarme ir… —musité para mí, sin molestarme en alzar la voz. Di un paso hacia atrás, asiendo firmemente el cuchillo, aun si saber bien qué hacer con este.
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Mensaje por Schroeder Kraus Miér Sep 06, 2017 12:24 pm

Alzó la vista para observar su blanco y, tal y como había planeado al apuntar en mitad del salto, únicamente rozó el rostro del vampiro con la afilada hoja de plata, hecha de ese material para cuando se enfrentaba a licántropos. Sonrió, porque había logrado su cometido, detener la carrera de su presa, ya que al ser él mortal, no hubiese aguantado eternamente, no con fuerzas suficientes para luchar contra él después, al menos. Así que había priorizado el frenar sus pasos para encararle, aunque siguiera siendo una auténtica locura que un sólo ser humano pretendiera tener un enfrentamiento con un ser sobrenatural, más aún un chupasangres. Pero Schroeder, a pesar de su mente analítica, era alguien muy visceral y se dejaba llevar por los impulsos en ciertas ocasiones, como aquella.

-Obviamente.

La pregunta le pareció ridícula, ¿quién se había creído que era? Ningún inquisidor en su sano juicio dejaría escapar a un murciélago que no fuera un condenado -y aún así, Schroeder tenía serias reservas al respecto. Por suerte para él, nunca le habían emparejado con uno, pero estaba casi convencido de ser incapaz de soportar tener a un bicho de esos al lado y no desear decapitarle o hacer acupuntura con su corazón y miles de astillas de roble, cedro o pino-. Así que, desde luego, no tenía la más mínima intención de dejarle marchar, no si podía evitarlo aunque le costara la vida.

-Eres un monstruo que atemoriza la ciudad. Uno de muchos, eso es cierto, pero poco a poco se hace purga y se cura una enfermedad.

La inquisición se movía por motivos puramente religiosos, o al menos eso es lo que les hacían creer con sus discursos sobre Dios, los pecados y todas aquellas sandeces que decían los líderes; pero para el soldado todo era distinto. Él no creía en la existencia de un ser superior que les miraba desde el cielo, él los únicos seres así que conocía eran como demonios salidos de un infierno mucho más crudo que el pintado por la cristiandad.
Porque los vampiros, licántropos, cambiantes, nosferatu y fantasmas, no podían ser otra cosa que una maldición caída sobre la tierra por lo degenerados que se habían vuelto los mismísimos humanos. Pero tenía que haber una manera de volver a los orígenes, a una sociedad más civilizada, sin prostitución ni corrupción, sin aberraciones ocultas bajo hermosos rostros o gruesos bigotes. Sin embargo, si aquellos engendros no eran erradicados a tiempo, ya no habría nada que salvar ni encauzar. Y ese era el papel de Schroeder, limpiar la porquería, sin mancharse las manos con la sangre de aquellos que podían volver a ser redirigidos, reeducados.

Miró al pálido esperpento de lacia melena a los ojos al dar un paso al frente, en su dirección. Sus pupilas estaban dilatadas, porque andaba al acecho. Era como un tigre acercándose medio agazapado, aunque a plena vista, hacia el asustado ciervo de inmensa cornamenta y patas mortíferas.

-Ahora dime, ¿por qué huías tú?
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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Mar Sep 19, 2017 1:06 pm

Me cuestionaba la utilidad que tendría para mí el cuchillo que aún pesaba en mi mano derecha. En una situación diferente quizás hubiera podido usarlo, pero en este momento, siendo aquel humano versado en su uso, no iba devolvérselo. No necesitaba darle más armas, ni oportunidades para usarlas, y, considerando todo lo anterior, a mí me estorbaba igualmente. La decisión fue fácil de tomar y levantando el cuchillo lo lancé hacía atrás de mí, lo suficiente para que se perdiera entre la maleza nocturna, escondido a mis espaldas.

Deseé que no hubiera dicho eso, que no me hubiera retado como lo hacía y no me obligara a hacer lo que parecía implorar que le hiciera. Que me escuchara no me importó, el lugar estaba en silencio, los animales se alejaban y perturbaban menos el espacio, pero aun así demostró tener un buen oído, algo inusual por que los humanos no solían ser buenos escuchando, si acaso lo eran un poco mejor de lo que eran viendo lo que les rodeaba.

Sí, eso es verdad. —Asentí a su innecesaria señalación sobre lo que era, permaneciendo de pie, sin intenciones de huir, esperando por que terminara su juicio contra mí. Era como si me condenara, como si con aquellas palabras hubiera ya dicho lo necesario para que aceptara mi muerte. Pero yo estaba muerto ¿no?, si era así, ¿Qué sentido tenia seguir saliendo cada noche? Bueno, realmente no se trataba de darle sentido a algo, si no de la necesidad. No era algo que pudiera explicar con sencillez. Estaba muerto, pero estaba vivo. Y, lamentaba decirlo, pero no era nada sencillo de destruir, yo mismo lo había intentado ya. —Tu idea e intenciones son correctas, apuntan a un mundo idealizado donde la maldad sólo sería realizada por otros humanos. Pero al final, es algo que no podrás lograr; tu vida será demasiado corta para que cumplas tu propósito y al final, cuando ya no puedas correr ni moverte como ahora, morirás y todo seguirá como estaba cuando comenzaste tu camino.

Di un paso hacia él, teniendo un segundo de entendimiento respecto a lo que se proponía. ¿Debería dejar que lo intentara, destruirme? La propuesta me seducía como más temprano en la noche lo había hecho la sangre. Empero, por un instante la expresión fiera de Lestat apareció en mi cabeza, diciéndome lo estúpido que era por siquiera dejar que aquel pensamiento se cruzara por mi cabeza. Pero la idea era atractiva, más allá incluso que la iracunda impaciencia de mi creador. Y es que, sumado a eso, sopesaba la idea romántica de la erradicación del mal, aunque la idea del mal que tuviera fuera tan superficial.

Lo miré, intentando que la amenaza que representaba, calara en mí, que me diera pánico o al menos desasosiego, y que con ello pudiera convertirlo en un verdugo. Pero no fue así. Lo que él era, era una oportunidad. No me acerqué más a él, y tampoco corrí, sólo lo miré; su sangre caliente era palpable hasta donde me hallaba, despertando una sed glotona en mí. Era un espécimen que ningún vampiro dejaría ir; incluso yo, que no ponía peros a ello, me decantaría entre varias y lo escogería a él. Me fascinaban los humanos, los  amaba, pero a la hora de saciar la sed, todos se volvían lo mismo. Era ruin y cruel, pero inevitable.

¿Qué por qué huía? Me lo pregunté y la conclusión fue primitiva, y natural. Pero fue sólo en ese momento en el que tuve deseos de huir de él, porque había traspasado y violado un momento íntimo y eso me provocó repulsión.

No deseaba hacer una escena, y no deseaba que esto ocurriera. Llevo aquí años, y eres el primero que me descubre… ¿fue algo que hice? —Tenía una insistente curiosidad por saber que era lo que me había delatado. Actué por un instinto que muchas veces he decidido ignorar. Hay momentos en los que uno puede ser hipócrita consigo mismo.
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Mensaje por Schroeder Kraus Miér Oct 11, 2017 6:04 am

Las palabras del vampiro no hicieron mella en la resolución del inquisidor, al contrario, sólo avivaron la llama de justicia que en el ardía desde que tenía memoria y uso de razón. Le mantuvo la mirada y su postura no cambio, alerta, listo para atacar en cualquier momento o defenderse, lo que ocurriera primero. Algo le decía que aquel hombre no era como los otros de su raza que se había encontrado antes, no parecía tener el ego del tamaño de una mansión ni tampoco las ansias de matar. Al menos esa era la impresión que le había dado al alemán que esperaba una reacción más visceral por parte del contrario y menos cobarde. Aunque si bien lo pensaba, a muchos chupa sangre les gustaba dialogar, enaltecerse con discursos vacíos o presumir con historias sobre la cantidad de siglos que llevaban vividos. Pero, a fin de cuentas, nada era relevante, nada excepto el hecho de que mataran personas sin ton ni son por querer drenarles.

-Sé que cuando muera nadie me llorará, mi existencia no habrá tenido importancia para nadie. Sin embargo, habré acabado con muchos de vosotros y con ello, mi alma descansará en paz. Cuantos menos vampiros, licántropos y otros monstruos ronden la Tierra, más posibilidades habrá de llegar a la aniquilación total de vuestras razas iracundas y asesinas.

Le vio acercarse, mas no reculó. Se quedó quieto allí donde se encontraba, clavando mejor los pies en la tierra húmeda y llena de hojas caídas. Intentaba buscar adherencia en caso de necesitar algo de impulso y arremeter contra ese ser despreciable. Le escuchó, pero sin encontrarle sentido a la contestación que le dio a su pregunta. ¿Que qué le había delatado? ¿A caso estar chupando sangre no era prueba suficiente de su condición? Aunque tal vez hacía referencia a cómo se le había ocurrido acercarse a aquel callejón para encontrarle. Entornó los ojos como si pretendiera atravesarle con la mirada, un humano hubiese dicho que quería leer su alma, pero aquel monstruo no tenía algo parecido.

-Vi vuestros ojos irisados y supe lo que erais, a ningún mortal podrían cambiarle de color de esa manera.

A pesar de ser innecesario, puesto que no le debía explicación alguna a alguien como él, se lo dijo. Tampoco perdía nada por contestar a su duda y, además, ganaba tiempo para seguirle estudiando. No parecía para nada intimidante, ni siquiera se le antojaba peligroso excepto por el hecho de poder chuparle la sangre hasta dejarle seco, pero para ello debería tumbarle primero y aquello no sería tarea fácil. Sí, Schroeder era un humano, pero se había estado entrenando durante toda su vida y no sólo físicamente, sino su mente, en estrategia, en avidez, en resolución de problemas y conflictos. Cada segundo que pasaba, su cerebro hacía cálculos sobre la trayectoria y rapidez de una posible pelea, de un enfrentamiento que, de un modo u otro, acabaría por llegar. Porque el inquisidor nunca dejaba las cosas a medias, si empezaba algo, lo terminaba. Deseaba decirle que se dejasen de tanta cháchara y empezaran el enfrentamiento, pero aún no sabía qué flanco atacar. Estaban muy cerca y la capacidad de maniobra se había visto mermada. Aquello implicaba que no podría usar sus armas, no tendría tiempo de sacarlas antes de que un vampiro se le abalanzara. Todo debía iniciar en un combate cuerpo a cuerpo y la fuerza de un sobrenatural era excesiva para él. Aunque no le gustara la idea, debería apartarse poco a poco hasta que los metros entre ambos le garantizaran poder, al menos, sacar uno de sus puñales.
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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Vie Oct 20, 2017 11:24 pm

En realidad, la idea de la muerte no era algo que yo buscaba puntualizar, lo que me importaba eran sus creencias, o, para puntualizar, la comprensión de lo que le impulsaba para hacer lo que hacía. No era que yo pensara diferente sobre lo tonto que era que se enfrentara a mí solo, empero, respetaba su determinación. No era algo que estuviera acostumbrado a ver. ¿Tendría caso decirle que eso no sería así? ¿Que si había algo perpetuo en este mundo era la maldad contra la que intentaba luchar? Los hombres eran ciegos ante lo que otros tuvieran que decir cuando sus convicciones se ponían enfrente. Yo conocía bien esa pasión desbordante; era lo que hacía que los deseara, que los amara.

Puede que suceda. Francamente, deseo que sea así… —Susurré, buscando decírmelo a mí mismo en voz alta, tratando de darle algo de veracidad. Por mucho que me odiara, estaba respondiéndome, lo menos que podía hacer era corresponder a ese acto. —Quisiera que tu esfuerzo significara algo… —sin embargo, yo también era un apasionado, uno que negaba lo que decía, porque a mí, la permanencia en este mundo me había enseñado otra cosa. Si podías convertir en un monstruo a una niña de cinco años, lo bueno, la bondad, era una mera quimera. Me encogí de hombros, de pronto amargado por aquel pensamiento, y di un par de pasos más hacía él; mi plan no había cambiado, deseaba incitarlo, que intentara lo que pretendía con todo el ímpetu que fuera capaz de reunir.  

Pero entonces tuvo un nuevo gesto de fría cortesía a mi persona; fue algo que hizo que me detuviera y bloqueara mis intenciones momentáneamente. Me detuve porque su respuesta a mi pregunta había demostrado un nivel de observación a los detalles que yo no había contemplado. ¿Fue una mera casualidad que yo girara al salir del callejón y justo él hubiera visto el reflejo de luz en mis ojos? ¿Ese segundo le había bastado? Comprendí que había cometido un error al huir. Que lo que lo llevó a señalarme como un monstruo no fueron las pruebas, sino mi actitud al ser, aparentemente, descubierto.

Fui un imprudente, y ese acto fue lo que en realidad me delató. Sentí en la garganta la presión de una amarga risa contenida, pese a que no había nada divertido en ello. Vaya gesto más tonto de mi parte. Aun ahora, pese a la pobre estabilidad que creía tener, sigo huyendo. Hui cuando lo conocí, y después hui de mí mismo, de aquello en lo que me había convertido. Y un siglo más tarde, seguía huyendo. Noté como mis músculos se iban relajando poco a poco, demostrando físicamente, la nula resolución que yo representaba. Por un momento, había dejado de prestarle atención, aunque nunca dejé de hacerlo realmente. Él seguía allí, y yo nunca desee más que representara una amenaza para mí como lo hice en ese instante.

Me temo que si no vas a atacarme primero, tendré que hacerlo yo. —Me sentía amargado, desdichado, todo era vacuo. Desee destruirlo y eliminar la fuente de donde provenían aquellos sentimientos de amargura. Continúe caminando entonces, dándole algo de tiempo. Mis pasos resonaron en el suelo, pero lo único que escuchaba era el fuerte latido de su corazón.
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Mensaje por Schroeder Kraus Lun Oct 23, 2017 1:39 pm

La mirada irisada del vampiro, el modo en que la utilizaba para acusarle, para condenarle, para juzgarle, le irritaba. ¿Quién era ese monstruo para tacharle a él de nada? No necesitaba escucharle llamarle asesino, estaba convencido que lo pensaba, como todos lo habían hecho con anterioridad. Ninguno de aquellos seres a los que se había enfrentado, había entendido jamás su cometido, el purgar el planeta de una plaga peor que la peste, unas razas malditas por el mismísimo Dios, humanos que se descarriaron y acabaron tachados de la lista para ir al cielo.

Pero todo aquello era lo de menos, a pesar de la condescendencia con la que le hablaba, como si le tuviera lástima, como si se compadeciera de su destino. Pero el chupasangres estaba muy equivocado, a diferencia de él, Schroeder había elegido su camino, incluso en contra de la voluntad de sus padres, ganándose así el ser desheredado. Pero el inquisidor se sentía orgulloso de su posición, de sus logros, de su talento como soldado y cazador de demonios.

Al ver que el inmortal avanzaba, él empezó a moverse también, pero en vez de hacer obvio el hecho de que estaba reculando para tomar distancia previa a un ataque, se fue desplazando hacia un lado, formando una espiral que poco a poco se iba abriendo, como si estuvieran en un duelo, sin perder nunca de vista las extrañas orbes de aquel tipo.

-Muy atrevido por tu parte, pero deberías medir mejor tus acciones. Los de tu calaña sois demasiado impulsivos y al final acabáis empalados en el corazón o decapitados con demasiada rapidez.

El alemán siempre había hablado con sinceridad, sin tapujos y aunque pudiera parecer que lo que buscaba era picar al contrario, nada distaba más de la realidad. Sencillamente no se callaba ningún pensamiento que pasara por su mente, exceptuando la estrategia, obviamente. Sería un estúpido si soltara lo que tenía pensado hacer, si delatara su siguiente movimiento.

En cuanto estuvo ligeramente retirado, intentando no mostrar en el rostro gesto alguno de satisfacción o denotar que consideraba conseguía cierta ventaja, llevó lentamente una mano hacia el bolsillo, como si fuera a dejarla allí para descansar, igual que si todo aquello no se tratara más que de un paseo tranquilo con un amigo con el que estuviera manteniendo una leve disputa. Pero estaba sujetando unas puntas de plata entre índice y pulgar, colocándolas despacio contra la palma y dejando sólo una entre las yemas, listo para lanzar.

-Adelante, ataca primero.

Por supuesto que era una treta, sin darle tregua ni tiempo a reaccionar, movió con suma rapidez el brazo e hizo que la cuchilla siseara al cortar el viento, apuntando directamente a la yugular ajena.
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¿Dónde se esconde el ratón? // Privado Louis de Pointe du Lac Empty Re: ¿Dónde se esconde el ratón? // Privado Louis de Pointe du Lac

Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Lun Nov 13, 2017 11:11 pm

Hacer todo esto, el ir detrás de él, hubiese sido muy sencillo si pudiera verlo como una amenaza, pero me temía que lo que hacía era provocarme irritación, enfado y fastidio. Lo reté por que esperaba que respondiera de una manera que fuera factible y, sin embargo, pese a haberlo hecho —de una manera no muy esperada—, tampoco me servía de nada su reacción. Sin dejar de caminar, pero moviéndome muy lentamente, lo observé deslizarse, haciendo ese sutil  giro. Los vampiros somos unos grandes imitadores, y, siendo leal a esa irritante naturaleza comencé a seguir sus movimientos, como si fuera un espejo; me moví al contrario, observando cómo se alejaba poco a poco al yo mismo echar mi hacía atrás. Me detuve entonces, inspirado por la curiosidad que su movimiento había inspirado.
Estaba haciendo algo…

¿Empalado? —Dejé que el tono de incredulidad se deslizara por mi garganta hasta exteriorizarse a buena voz. Me preguntaba cuántos vampiros había cazado ya éste hombre, porque aquel mito del empalamiento lo había descartado yo hacía unos cincuenta años atrás. No era nada fácil lograr un daño considerable con ello, y sobre la decapitación… —No me considero alguien impulsivo, pero aquellos que podrían decir que lo soy, concordarían en que, de serlo, sería bajo circunstancias muy específicas que en este momento, no se cumplen. —Divagué, controlando un poco mi tono para que no sonara tan fastidiado.

De pronto recordé aquella aldea sin nombre donde un simple colgante en mi cuello, justo como el que llevaba ahora mismo, me había salvado de ser considerado un monstruo. El mito del vampiro había estado siempre velado por unos términos que ciertas instituciones poderosas controlaban bien. Yo mismo era una muestra de que las supersticiones eran incorrectas: solía disfrutar de largos paseos en instituciones donde dios habitaba, y portaba crucifijos por el simple deseo de portarlos. Ese pensamiento, hizo que perdiera un poco más de respeto hacia su persona.

Tras oírle, me quede quieto, sin responderle. Entonces, en un movimiento que no desperdiciaba energía alguna, me atacó. El arco que el arma trazó en el aire fue hermoso; llevaba impreso el deseo de dañarme y no iba nada mal encaminado, sin embargo, era muy lento. La aparté con un manotazo y aunque me cortó, la herida sanó tan rápido como lo hizo la de la mejilla, por lo que no me incordió.
Entonces, considere oportuno que fuera mi turno de atacarle.

Me lancé contra él y en menos de un segundo estaba junto a él, sosteniéndolo de las ropas con un puño y levantándolo con un solo brazo desde allí. Fue como alzar a un niño pequeño, su peso era real y tangible, pero no me provocaba ninguna molestia.

¿Aún no puedes captar la diferencia? ¿Son mis palabras tan erróneas cómo crees que lo son? —Sin esperar respuesta de su parte lo aventé un par de metros lejos de mí. Observé su figura una vez más, lleno de desdicha.  
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