AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Werewolf or Hound? * Monserrat ID
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¿Werewolf or Hound? * Monserrat ID
▲NOMBRE COMPLETO▲
Monserrat▲EDAD▲
20 aparentes/ 30 reales. Fue mordida a los 10 años.
▲ESPECIE▲
Licántropo.▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲
-▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase Baja▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Heterosexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
Virreinato de Nueva Granada▲HABILIDADES/PODERES▲
→ Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana.
→ Garras afiladas, dentadura afiliada, rasgos lobunos (en su forma transformada) y longevidad.
→ Transformación
→ Sanación acelerada
→ Percepción del aura
→ Rastreo
→ Fortaleza
→ Aullido
Ella es dos extremos dominantes, y ninguno de ellos es el humano.
Dulce, avispada, tímida y silenciosa. Las reminiscencias de lo que fue.
Monserrat fue de niña feliz, lúcida, inteligente, delicada y tímida por ser señalada como mestiza, siempre ajena al secreto del romance entre su madre y su padre, siempre ajena al color de su piel y a lo que ello significaba para la sociedad en la que creció.
Leal y protectora como un sabueso, de naturaleza noble y buena, difícil ya que sea maleable, al fin y al cabo ya no es una niña - en el fondo sí - y 40 años, son tela.
Pero siempre, luego de ser convertida, fue llamada el lobo original por sus dueños. Jamás tuvo la habilidad que sus demás hermanos de manada, dones en extremo útiles para sus amos y extraños...como magia, dones que la hacían maravillarse sin ella encontrar la razón de porque no los poseía. No los necesitaba y se le fue mostrado con el tiempo, con la experiencia en batalla, con palabras y con lo que ella misma sentía al luchar, al desgarrar, al sentir en la piel erizada y los vellos electrizados la luna llena mecerse entre nubes para aparecer en el cenit, de sentir cómo le cambiaba con solo existir.
Sí...un lobo original le llamarían...Mostraba una resistencia extrema al dolor que los demás no poseían, un aullido que parecía el de un alfa y sobrecogía a los hombres más fuertes, y un olfato para encontrar lo perdido o escondido con facilidad envidiable, casi imposible. Se le fueron explotados sus talentos para servir.
...Un lobo original, ejemplar...No solo eso, un perro ejemplar...eso hicieron de ella y no se opuso.
Es extraño que solo luego de ser lobo, unos años después, Monserrat se comenzara a preocupar por su físico. Encontró más agradable verse en el reflejo de un arroyo siendo una bestia mitad humana o una loba. Aún lo encuentra reconfortante, manteniendo su forma animal la mayoría del tiempo. Sí, se considera una mujer fea, pero una loba hermosa, fuerte y majestuosa.
Es explosiva en sus disgustos o cuando está incomoda, pero prefiere perderse en el bosque si no es un enemigo quien le despierta sus más bajos instintos, se conoce y sabe sobre su violencia. Hace años que no llora, demasiados, pero si sonríe cuando encuentra algo en extremo gracioso o confuso. A pesar del salvajismo que demuestra siendo licántropo o en un combate, del talento que tiene para asesinar, es una niña porque no la dejaron serlo cuando debía, así que es ingenua -demasiado- y curiosa. Una mujer suave y femenina, sin ningún interés por su bienestar o el futuro, solo el ahora, el momento mediato.
En su nueva y solitaria vida sufre una ambigüedad, no sabe tomar decisiones por si misma porque siempre las tomaron por ella sin ella tener el derecho a refutar, a decir yo pienso, yo opino, luego de entender que no era suyo aquel derecho ya no tuvo las ganas de hacerlo, luego ni el deseo, a la final ni siquiera el pensamiento. Pero ha tenido que aprender, lo hace, pero con dificultad o dejando que otros decidan por ella. Debe aceptarlo...quizás la libertad no es para todos, por lo menos no para ella.
El haber crecido no es algo que Monserrat celebre, ya ha perdido la cuenta de sus años.
No lo ha celebrado desde que tenía 13 y sus ojos miel, junto a las formas que con tan poca edad ya comenzaban a acentuarse en ella, llamaron la atención de quien sería uno de los peores hombres que haya conocido y a la vez quien la entregó a sus maestros, a sus amos...el terror es que aún les llame amos estando ya libre y a kilómetros de ellos.
Monserrat nació en el floreciente Virreinato de Nueva Granada, en las costas soleadas y vibrantes de Cartagena, el puerto comercial de un territorio que poco a poco gestaba una independencia, silenciosa. De brazos abiertos con los extranjeros y malicia indígena con los enemigos. Pero tal independencia jamás será vista por sus ojos, ella se marcharía de lo que había conocido hogar mucho antes de siquiera cumplir sus 15 años.
Hija de un hacendado español y una de sus esclavas.
Creció como una niña más, no la negra sierva, no la noble blanca. Solo la mestiza, siempre al lado de su madre excepto cuando las obligaciones la abrumaban y debía precisar de que alguien más protegiera a su hija. Su padre la quería, se notaba en la forma en que acariciaba sus mejillas o dejaba que alguno de sus dedos jugueteara con los cabellos de uno de sus más grandes secretos y uno de los más bellos.
El último día que Monserrat los vio, fue una mañana soleada de domingo. Las esclavas y siervas se alistaban para ir al río a lavar la ropa sucia que la semana había dejado en la hacienda, su padre con disimulo antes de que su pequeña mestiza marchara con su madre, le regaló dos dulces de caña y un listón rojo que su madre, estando ya en el río, colocó en su cabeza, antes de comenzar a golpear la tela contra la roca, una y otra vez.
Monse recuerda que bajo el sol, la piel negra de su madre brillaba, lo recuerda y también como cantaba junto a las negras en aquella orilla, mientras ella se alejaba buscando insectos y aventuras que pensó acabarían al acabar el trabajo de las mujeres.
Y pronto su madre perdió de vista tan vistoso y llamativo listón. Su mayor tesoro.
No hables con extraños...debería haber sido algo que le repitieran día a día, una lección que su padre debió haberle dado a cambio de dulces de caña, quizás nunca debió haberse fijado en aquella esclava tan hermosa, porque fue la genética que dieron a su hija, por los dulces y su hermoso listón rojo y nuevo sobre sus cabellos muy oscuros, lo que dieron la perfecta conversación a quien la alejó de todo lo que conocía, de absolutamente todo, incluso de ella.
Luego de una charla tímida y amable en su idioma nativo con él, un hombre de tierras lejanas, luego de ser engañada y de sentir que se ahogaba, luego de no poder pronunciar grito alguno, la mestiza despertaría en un barco, con ratas chillando en la oscuridad mientras se mecía sin poder entender qué sucedía...dónde estaba, qué le pasaría, a dónde iría...quién...¿y su mamá?
Lo que pareció un año, mil días para ella y que en realidad fue un mes después, pisaría tierra para volver a la misma oscuridad.
Por un monstruo en una jaula, por su cruel mordisco en el brazo y por la siguiente y más próxima noche de luna llena, se convertiría también en uno y ocuparía así mismo una caja de barrotes, sentiría el pánico de ver y sentir cómo su pequeño cuerpo cambiaba, como se cubría de vello, como su anatomía se desfragmentaba para desgarrarla desde dentro y darle garras, dientes, cola, aprendería a temer y a llamar a la luna llena, a ver su reflejo en la mortalidad de los que antes y luego de ella siguieron llegando para ocupar todas las jaulas vacías que en hilera, tenían sus captores en aquel sótano.
Junto a otros niños, creció. Junto a ellos, hermanos de manada, les llamarían soldados y protectores, los marcarían, los adiestrarían y enseñarían a lamer las manos de sus amos como perros, a seguir sirviendo a las generaciones que seguirían llegando, pero a asesinar y a pelear como lobos. Poco vería el día, a no ser que la situación ameritara un guardián con los rayos del sol acariciando su piel. Aprendió perfecto, se acostumbró rápido y sin chistar porque su nuevo yo se lo pedía, entregar su fuerza, su vida, su sangre, su aullido a la luna llena.
Sin conocer más y como un pequeño animalillo, llegaba a su cuarto en aquel precioso castillo luego de cada misión o trabajo, limpiaba su sangre y la ajena, despedía en silencio a los hermanos que había visto morir, lamía sus heridas, las cosía o simplemente las curaba con tiempo, miraba por la pequeña ventana el cielo, casi siempre sin luna y sin lagrimas, porque con los años se le secaron para dar paso a la bestia, dormía exhausta, dormía como un bebé para al día siguiente volver a levantarse a esperar la misión de turno y a su siguiente presa.
Pero siempre hay algún rebelde, no todos se acostumbran y fue por uno de aquellos lobos revolucionarios que fue libre un amanecer. Los gritos la despertaron a las 3.00 am, la puerta de su habitación estaba abierta, algo extraño para los perros de aquella ala del castillo.
Con duda se atrevió a salir luego de 10 minutos de dar vueltas alrededor de su cuarto, de cerrar la puerta para volver a su rutina, viendo como volvía a abrirse y de escuchar los goznes en su oído, del terror de imaginar dar un paso más allá.
Pero al cruzar el umbral, no hubo nada que la detuviera, ni a sus hermanos que ya llenaban los pasillos de sangre de sus amos entre más gritos y gruñidos, de sus carceleros, de los verdugos, de los sirvientes, al verse libres sin poder creerlo. Muchos murieron, no supo quienes y aún no lo sabe, Monserrat solo corrió a través de ese largo pasillo que parecía interminable, sacó sus garras y enterró sus dientes cuando alguien se le cruzaba en el camino, cuando alguien no olía a lobo, intentando no resbalar con la sangre que cubría todo el suelo.
Pronto respiró el aire fresco y con un último vistazo al castillo que había sido su hogar desde hace 27 años, corrió hasta la costa, la primera que encontró y aulló...aulló como nunca con el dolor y el pánico del prisionero que no sabe qué hacer con su libertad cuando la obtiene de repente, del que extraña sus cadenas, del que mira al que fue su cárcel riscos más allá, pensando en volver a su habitación. Pero Monserrat no volvió, a cambio de eso, se coló en el primer barco que encontró, reconoció la sensación de cuando fue raptada siendo niña y despertó siendo mecida, como arrullada...así durmió, como cuando tenía 13 hasta llegar a Francia.
En París ha encontrado de todo junto, miseria y abundancia, tristeza y alegría, amabilidad y miradas que detallan en el color de su piel. Todo le parece nuevo, la abruma.
Sigue sin saber qué es. No negra, no blanca, ya no humana, no solo un lobo...quizás solo un sabueso. La mayoría del tiempo duerme a las afueras de la ciudad, en sus bosques, en sus catatumbas,... ha entendido que son los lugares para monstruos como ella.
No lo ha celebrado desde que tenía 13 y sus ojos miel, junto a las formas que con tan poca edad ya comenzaban a acentuarse en ella, llamaron la atención de quien sería uno de los peores hombres que haya conocido y a la vez quien la entregó a sus maestros, a sus amos...el terror es que aún les llame amos estando ya libre y a kilómetros de ellos.
Monserrat nació en el floreciente Virreinato de Nueva Granada, en las costas soleadas y vibrantes de Cartagena, el puerto comercial de un territorio que poco a poco gestaba una independencia, silenciosa. De brazos abiertos con los extranjeros y malicia indígena con los enemigos. Pero tal independencia jamás será vista por sus ojos, ella se marcharía de lo que había conocido hogar mucho antes de siquiera cumplir sus 15 años.
Hija de un hacendado español y una de sus esclavas.
Creció como una niña más, no la negra sierva, no la noble blanca. Solo la mestiza, siempre al lado de su madre excepto cuando las obligaciones la abrumaban y debía precisar de que alguien más protegiera a su hija. Su padre la quería, se notaba en la forma en que acariciaba sus mejillas o dejaba que alguno de sus dedos jugueteara con los cabellos de uno de sus más grandes secretos y uno de los más bellos.
El último día que Monserrat los vio, fue una mañana soleada de domingo. Las esclavas y siervas se alistaban para ir al río a lavar la ropa sucia que la semana había dejado en la hacienda, su padre con disimulo antes de que su pequeña mestiza marchara con su madre, le regaló dos dulces de caña y un listón rojo que su madre, estando ya en el río, colocó en su cabeza, antes de comenzar a golpear la tela contra la roca, una y otra vez.
Monse recuerda que bajo el sol, la piel negra de su madre brillaba, lo recuerda y también como cantaba junto a las negras en aquella orilla, mientras ella se alejaba buscando insectos y aventuras que pensó acabarían al acabar el trabajo de las mujeres.
Y pronto su madre perdió de vista tan vistoso y llamativo listón. Su mayor tesoro.
No hables con extraños...debería haber sido algo que le repitieran día a día, una lección que su padre debió haberle dado a cambio de dulces de caña, quizás nunca debió haberse fijado en aquella esclava tan hermosa, porque fue la genética que dieron a su hija, por los dulces y su hermoso listón rojo y nuevo sobre sus cabellos muy oscuros, lo que dieron la perfecta conversación a quien la alejó de todo lo que conocía, de absolutamente todo, incluso de ella.
Luego de una charla tímida y amable en su idioma nativo con él, un hombre de tierras lejanas, luego de ser engañada y de sentir que se ahogaba, luego de no poder pronunciar grito alguno, la mestiza despertaría en un barco, con ratas chillando en la oscuridad mientras se mecía sin poder entender qué sucedía...dónde estaba, qué le pasaría, a dónde iría...quién...¿y su mamá?
Lo que pareció un año, mil días para ella y que en realidad fue un mes después, pisaría tierra para volver a la misma oscuridad.
Por un monstruo en una jaula, por su cruel mordisco en el brazo y por la siguiente y más próxima noche de luna llena, se convertiría también en uno y ocuparía así mismo una caja de barrotes, sentiría el pánico de ver y sentir cómo su pequeño cuerpo cambiaba, como se cubría de vello, como su anatomía se desfragmentaba para desgarrarla desde dentro y darle garras, dientes, cola, aprendería a temer y a llamar a la luna llena, a ver su reflejo en la mortalidad de los que antes y luego de ella siguieron llegando para ocupar todas las jaulas vacías que en hilera, tenían sus captores en aquel sótano.
Y ahora, Señor...¿Debo ser un lobo o un perro?
¿Para nosotros y para siempre?...Ambos.
¿Para nosotros y para siempre?...Ambos.
Junto a otros niños, creció. Junto a ellos, hermanos de manada, les llamarían soldados y protectores, los marcarían, los adiestrarían y enseñarían a lamer las manos de sus amos como perros, a seguir sirviendo a las generaciones que seguirían llegando, pero a asesinar y a pelear como lobos. Poco vería el día, a no ser que la situación ameritara un guardián con los rayos del sol acariciando su piel. Aprendió perfecto, se acostumbró rápido y sin chistar porque su nuevo yo se lo pedía, entregar su fuerza, su vida, su sangre, su aullido a la luna llena.
Sin conocer más y como un pequeño animalillo, llegaba a su cuarto en aquel precioso castillo luego de cada misión o trabajo, limpiaba su sangre y la ajena, despedía en silencio a los hermanos que había visto morir, lamía sus heridas, las cosía o simplemente las curaba con tiempo, miraba por la pequeña ventana el cielo, casi siempre sin luna y sin lagrimas, porque con los años se le secaron para dar paso a la bestia, dormía exhausta, dormía como un bebé para al día siguiente volver a levantarse a esperar la misión de turno y a su siguiente presa.
Pero siempre hay algún rebelde, no todos se acostumbran y fue por uno de aquellos lobos revolucionarios que fue libre un amanecer. Los gritos la despertaron a las 3.00 am, la puerta de su habitación estaba abierta, algo extraño para los perros de aquella ala del castillo.
Con duda se atrevió a salir luego de 10 minutos de dar vueltas alrededor de su cuarto, de cerrar la puerta para volver a su rutina, viendo como volvía a abrirse y de escuchar los goznes en su oído, del terror de imaginar dar un paso más allá.
Pero al cruzar el umbral, no hubo nada que la detuviera, ni a sus hermanos que ya llenaban los pasillos de sangre de sus amos entre más gritos y gruñidos, de sus carceleros, de los verdugos, de los sirvientes, al verse libres sin poder creerlo. Muchos murieron, no supo quienes y aún no lo sabe, Monserrat solo corrió a través de ese largo pasillo que parecía interminable, sacó sus garras y enterró sus dientes cuando alguien se le cruzaba en el camino, cuando alguien no olía a lobo, intentando no resbalar con la sangre que cubría todo el suelo.
Pronto respiró el aire fresco y con un último vistazo al castillo que había sido su hogar desde hace 27 años, corrió hasta la costa, la primera que encontró y aulló...aulló como nunca con el dolor y el pánico del prisionero que no sabe qué hacer con su libertad cuando la obtiene de repente, del que extraña sus cadenas, del que mira al que fue su cárcel riscos más allá, pensando en volver a su habitación. Pero Monserrat no volvió, a cambio de eso, se coló en el primer barco que encontró, reconoció la sensación de cuando fue raptada siendo niña y despertó siendo mecida, como arrullada...así durmió, como cuando tenía 13 hasta llegar a Francia.
En París ha encontrado de todo junto, miseria y abundancia, tristeza y alegría, amabilidad y miradas que detallan en el color de su piel. Todo le parece nuevo, la abruma.
Sigue sin saber qué es. No negra, no blanca, ya no humana, no solo un lobo...quizás solo un sabueso. La mayoría del tiempo duerme a las afueras de la ciudad, en sus bosques, en sus catatumbas,... ha entendido que son los lugares para monstruos como ella.
- Habla español. Entiende el ingles por ser el idioma de sus captores y las personas a quien servía, pero prefiere no hablarlo, ni que sepan que lo logra comprender.
- Lee y escribe - en ambos idiomas-, gracias a sus amos y algunas lecciones.
- Tiene cicatrices en su cuerpo, profundas o no, ninguna le gusta.
- Encuentra muy incomodas las camas muy cómodas.
- No le gustan los dulces. No porque no le sepan rico, es que le recuerdan su rapto.
- Aún tiene el lazo rojo de su padre.
- No sabe cuántos hermanos de manada sobrevivieron. Eran 70.
- A la fecha, no sabe en qué país estuvo, solo un apellido.
- Fue acogida al llegar a la ciudad por un buen samaritano.
- No le gusta que la toquen.
- Tiene una marca en detrás del cuello con la inicial del apellido de quienes se autoproclamaron sus amos.
- Uno de esos amos estaba enamorado - obsesionado- de ella, o eso decía.
- Quien le raptó solo fue un intermediario.
- Tiene pesadillas que antes no tenía.
- Su pelaje como lobo o en luna llena es completamente negro, sus ojos son dorados.
- Le gustaría volver a ver la hacienda antes de morir.
- No le teme a morir, eso cree.
- Le tiene miedo a la oscuridad.
- Su madre falleció unos meses después de tristeza. Su padre no volvió a tener más mestizos, ni relación sexual o emocional alguna con sus esclavas luego de ello.
- 27 años...solo 27 luchando contra humanos y sobrenaturales, ambos de todo tipo. Así que sabe algo - para no pasar por soberbia- de armas y de combate cuerpo a cuerpo.
- Lee y escribe - en ambos idiomas-, gracias a sus amos y algunas lecciones.
- Tiene cicatrices en su cuerpo, profundas o no, ninguna le gusta.
- Encuentra muy incomodas las camas muy cómodas.
- No le gustan los dulces. No porque no le sepan rico, es que le recuerdan su rapto.
- Aún tiene el lazo rojo de su padre.
- No sabe cuántos hermanos de manada sobrevivieron. Eran 70.
- A la fecha, no sabe en qué país estuvo, solo un apellido.
- Fue acogida al llegar a la ciudad por un buen samaritano.
- No le gusta que la toquen.
- Tiene una marca en detrás del cuello con la inicial del apellido de quienes se autoproclamaron sus amos.
- Uno de esos amos estaba enamorado - obsesionado- de ella, o eso decía.
- Quien le raptó solo fue un intermediario.
- Tiene pesadillas que antes no tenía.
- Su pelaje como lobo o en luna llena es completamente negro, sus ojos son dorados.
- Monserrat:
- Le gustaría volver a ver la hacienda antes de morir.
- No le teme a morir, eso cree.
- Le tiene miedo a la oscuridad.
- Su madre falleció unos meses después de tristeza. Su padre no volvió a tener más mestizos, ni relación sexual o emocional alguna con sus esclavas luego de ello.
- 27 años...solo 27 luchando contra humanos y sobrenaturales, ambos de todo tipo. Así que sabe algo - para no pasar por soberbia- de armas y de combate cuerpo a cuerpo.
Última edición por Monserrat el Dom Sep 02, 2018 6:09 am, editado 2 veces
Monserrat- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 03/10/2017
Localización : París
Re: ¿Werewolf or Hound? * Monserrat ID
NOTA: Como dato te comento que los licántropos de este foro no son como el de la imagen que dejaste en los datos extra, sino algo como esto. Favor de tomarlo en cuenta a la hora de rolear.
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