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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yvette Béranger Vie Oct 13, 2017 4:42 pm

La noche resultó ser cálida, demasiado para el gusto de Yvette. Se notaba que estaba bien entrado el verano, una época en la que los días eran tan calurosos que apenas se podía estar fuera de la sombra y las noches no eran capaces de bajar esa temperatura ambiente, obligando a los habitantes de París a buscar fuentes, ríos y lagos cuya agua refrescara a aquellos que se acercaran a tocarla. No fue ese el caso de la joven bruja, que, obligada por su madre, se preparaba para asistir a una noche de ópera en el centro de la ciudad. Si le hubieran dado a elegir, habría optado por vestirse con la ropa de dormir y tumbarse sobre la cama, con un vaso de agua en la mesilla de noche, a leer alguna de sus novelas favoritas haciendo tiempo mientras el sueño llegaba. Pero sus quejas y súplicas no habían tenido el resultado deseado, ni de lejos; Clara aseguraba que aquella noche debía acompañarlos puesto que estaban invitados, junto con otros pocos afortunados, a una cena de gala muy especial que se llevaría a cabo tras el espectáculo. Además, por si eso le parecía poco, le recordó que iban a asistir a una de las actuaciones mejor valoradas del momento, para la que conseguir unas entradas en buena zona se volvía una misión titánica. Hasta Yvette, que no tenía mucho interés por el mundo de la farándula, sabía quién era Eric Hamilton, así que por eso, y por no hastiar a su madre, embarazada de ocho meses, decidió que, por aquella vez, dejaría sus ruegos y se prepararía como requería la ocasión.

Eligió un vestido de color verde oscuro y una tela que, sin ser terciopelo, era muy suave al tacto. Completó el atuendo con una fina gargantilla adornada con piedras de citrino y unos pendientes a juego, que colgaban de manera delicada del lóbulo de su oreja. Dejó que las doncellas le arreglaran el cabello recogiéndolo de manera elegante detrás de la cabeza, justo en el centro, de manera que no quedara ni demasiado arriba, ni demasiado abajo. Estuvo lista antes de que alguien pasara por su habitación a buscarla, pero, aún así, esperó a que Jerôme tocara suavemente a su puerta. El mayordomo le avisó de que el coche estaba preparado y ella bajó, con su parsimonia habitual en esas ocasiones, sabiendo que Arnaud estaría exasperado por su tardanza. No se equivocó y, después de que le echara en cara el haber hecho esperar a su madre, subieron al carro de caballos y salieron hacia la ópera.

El lugar que les habían asignado era francamente bueno, eso no lo podía negar, muy a su pesar. En el tiempo que tardó en empezar la función, dejó que su mente pensara en sus propios asuntos, mismos que no le había contado a su madre, sentada a su lado, que le hablaba creyendo que realmente la estaba escuchando. De vez en cuando le tocaba la mano para llamar su atención, y a la joven no le quedaba más remedio que girar el rostro para atender lo que fuera que quisiera enseñarle. Saludó a algunos conocidos, dejó que Arnaud le presentara a otros nuevos (y, estaba segura, futuros candidatos para pedirle matrimonio), hasta que, al fin, la compañía organizadora anunció el inicio del espectáculo.

Se hizo un silencio denso y expectante que solo fue roto por la maravillosa voz de la estrella del momento. En su vida había oído Yvette algo tan hermoso. El vello de sus brazos estuvo erizado durante toda la noche, incluso hasta minutos después de que Eric cantara la última nota. Caminó del brazo de su madre con la mente en otra parte, pero pensando, esta vez, en el espectáculo que había tenido el placer de disfrutar.

Un botones los guió hasta la zona trasera del escenario, tan elegante, o más, que el resto del edificio. El suelo estaba cubierto por una alfombra gruesa y oscura, mientras que de las paredes de piedra asomaban adornos en tonos dorados que brillaban con alegría cuando las velas se reflejaban en ellos. Al fondo del pasillo, un mayordomo guardaba una puerta ya abierta desde la que salían voces, casi todas de hombres salvo por una o dos de mujer. Entraron tras comprobar que su nombre aparecía en la lista de invitados, una medida que a Arnaud le pareció magnífica pero que, a Yvette, le pareció de lo más protocolaria. Cuando se trataba de adular, el marido de su madre era el mejor, sin distinción. Por supuesto, aquella ocasión no fue una excepción: enseguida se juntó con todos y cada uno de los asistentes, para tormento de la hechicera, puesto que tenía que escuchar conversaciones de lo más banales pero que siempre terminaban centrándose en ella y en su edad para contraer matrimonio.

En el momento en el que su padrastro estaba hablando de un posible trato de vaya a saber Dios qué (porque, en el ámbito de los negocios y las oportunidades, tampoco tenía parangón), hicieron acto de presencia el cantante y su maestro, volviéndose ambos el centro de atención de inmediato. Todos se acercaron a saludar, y cuando a Yvette le llegó su turno buscó unas palabras simples de cortesía que, a la vez, resumieran lo mucho que le había gustado oírle cantar.

Enhorabuena, monsieur. —Hizo una reverencia con la cabeza antes de seguir—. Ha sido una actuación maravillosa con la que he disfrutado mucho.

Debió de pararse frente a él unos segundos más de los estipulados, porque su madre enseguida la llamó en voz baja pidiéndole que, por favor, se apartara para que los demás pudieran saludar. Ella obedeció para evitar cualquier conflicto posible, puesto que vaticinaba que esa iba a ser una noche muy larga, y eso que todavía no había aprendido a ver el futuro...


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Mensaje por Eric Hamilton Dom Oct 22, 2017 2:57 pm

Siempre se ponía nervioso antes de una interpretación. No importaba cuanto tiempo llevase inmerso en ese mundo de acordes, entonaciones, vibrares y respiros, Eric solo sentía alivio cuando los aplausos lo envolvían y él podía al fin retirarse con la certeza de que había dado lo mejor de sí al público que pagaba por verle: su voz.
No era un hombre soberbio, todo lo contrario, por lo que disfrutaba también de compartir con la orquesta y el coro las felicitaciones. ¿Qué sería de él sin el director? ¿Sobre qué melodía podría apoyar su voz si faltasen los violinistas? ¿Qué sería de aquella presentación sin los matices corales? ¿Cómo sabría Eric en qué momentos respirar si no tuviese la guía del piano forte? Sin ellos, él no era nada, su voz era un instrumento más dentro de ese conjunto y por eso él no se creía más que nadie.

Pese a saber que acabaría agotado tras el desgaste físico que le producía entonar por más de una hora y media las arias favoritas de los parisinos, Eric Hamilton no se quejó cuando su maestro le comunicó que tras el espectáculo tendrían una cena intima con algunos de sus principales contactos en la ciudad. ¿Cómo podría? ¿Cómo podría un joven que sabía bien lo que eran las carencias, lo que era el abandono y el temor, quejarse por tener que asistir a una buena comida llena de gente interesante? Eric había conocido caras muy duras de la vida, había pasado hambre cuando en el orfanato le imponían como castigo el encierro de varios días manteniéndolo a agua –una vez al día-, sabía lo que era el silencio, el miedo y el desprecio de otros redirigido hacia él. Por eso, por todo lo vivido en la primera etapa de su vida, Eric nunca se quejaba de nada y todo lo que vivía le parecía una bendición inmerecida.

Tras la función tuvo tiempo de refrescarse y cambiar su ropa. Vestiría elegante para la ocasión con un traje gris y debajo una delgada camisa blanca. Una de las mañas que había adquirido en su vida de cantante era la obsesión por los detalles en cuanto a sí mismo. Su maestro siempre le decía que el pianista pule bien sus teclas, el violinista cuida de sus cuerdas y los flautistas le sacan lustre a sus instrumentos, por lo que él debía cuidarse porque era su propio objeto musical. Y sí que lo hacía, cuidaba cada detalle de su aspecto y eso no hacía más que reafirmar en torno a él –a ojos de los chismosos- la fantasía que su condición de castrado ya insinuaba… ¡Si supieran que, para su desgracia, le gustaban más las mujeres de lo que podía permitirse!

En silencio caminó junto a su maestro hacia el salón donde se celebraría la cena íntima. Se conocían tanto, tan bien, que podían compartir silencios sin que hubiese incomodidades entre ellos. No necesitaban hablar para rellenar espacios, no tenían que buscar desesperados algún tema de conversación interesante con el que salvar el tiempo. Si no querían hablar no lo hacían. En cuanto ingresaron todas las miradas se fueron hacia ellos y Eric se sintió ahogado. Estaba acostumbrado, pero no dejaba de sentirse incómodo ante la idea de ser el centro de atención.

-¿Nos cantará algo, Hamilton? –preguntó una de las pocas damas que se hallaban esa noche presentes.

¿No acababan de asistir a más de una hora y media de sus cantos? La gente era tan desconsiderada a veces…


-Estoy algo cansado ya –le respondió, tras besar su mano a modo de saludo-, pero si es su deseo con gusto le dedicaré algún canto tras la cena.

Encantada con su galantería, la mujer le agradeció y se marchó para darle paso a una que era, al menos, treinta años menor… Y hermosa, no solo por su rostro adorable, por sus pestañas suaves y sus labios pequeños, era hermosa porque transmitía algo hermoso, aunque no pudiese detectar qué era puntualmente. Se la quedó mirando como si fuese una paloma enjaulada que mira las nubes y las desea… hasta que notó su descortesía; tomó su mano con delicadeza para besarla y luego le respondió:

-Me alegra que haya disfrutado, señorita –le dedicó una sonrisa, que tratándose de alguien como él no podía catalogarse como otra cosa que imprudente-. Le agradezco que esté aquí hoy.

Eric nunca miraba dos veces a una mujer, ya se había mentalizado de esa forma desde que era un muchachito al que le habían arrebatado la hombría. Si necesitaba pasar un momento en compañía femenina se llegaba a algún burdel, así, de esa forma simple, lo solucionaba. Pero nunca miraba a una señorita más de dos veces, porque no podía ilusionarse con ninguna y mucho menos provocar ilusiones en ellas. Por eso, se impuso disfrutar de esa única vez, de ese pequeño momento, en la que podría admirar a la rubia de manos suaves como el algodón.

Otra mujer apareció, Eric repitió con ella la cortesía. No tuvo tiempo de entrar en grandes charlas, ya que tras unos minutos anunciaron que había llegado el momento de acudir a la mesa. Sí que era una buena noticia, moría de hambre. Pasaron a otro salón y rápidamente se acomodaron –se notaba que no era él el único apetente-, para su mala fortuna (o muy buena, no tenía como saberlo) a la muchacha de ojos dulces le fue asignado el asiento frente a él.

No era muy dado a las conversaciones en general, él prefería las charlas íntimas donde no había más de dos o tres personas. Cuanta más gente había a su alrededor opinando sobre un tema, más se cohibía él. La política, el tema que dominaba la mesa, no le interesaba en lo más mínimo. ¡Si ni siquiera era francés! ¿Por qué habría de opinar? Aburrido como estaba comió rápido y en más de una oportunidad la muchacha lo descubrió observándola. ¡Maldición! ¿Por qué no podía aparatar la vista de ella como sí hacía con todas?


“No le hables. No la mires. Eso es, come todo. Bebe un poco más de agua y ya aleja tu mirada de ella” , se decía. Pero todo aquello no tenía mucho sentido.

-¿Usted toca algún instrumento, señorita? Disculpe, creo que mi mente no ha retenido su nombre, ¿cómo se llama? –Se arrepintió de inmediato. No le convenía saber su nombre, no si quería dormir bien aquella noche.


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Mensaje por Yvette Béranger Dom Nov 19, 2017 12:28 pm

Cuando su madre le pidió que se apartara, Yvette obedeció, aunque debía reconocer que lo hizo un poco a regañadientes. No pasó por alto la radiante sonrisa que le dedicó Eric, pero no le dio demasiada importancia; supuso que era algo que haría con todas las mujeres que se pararan a felicitarle, y ni por un segundo se le ocurrió pensar que aquella estaba destinada única y exclusivamente a ella. Si lo hubiera sabido, probablemente, habría intentado acercarse a él en cualquier momento que hubiera encontrado, pero como no fue así, se sujetó del brazo de Clara y no se despegó de ella hasta que les dijeron que ya podían pasar a cenar.

Al estar su madre en un estado muy avanzado del embarazo, tuvieron la cortesía de mostrarle a ella primero su lugar en la mesa, así que, siguiendo el protocolo y la educación clásicos en aquel tipo de situaciones, Yvette fue la segunda en tomar asiento. No prestó atención a quién se sentaba a su alrededor hasta que alzó la cabeza y vio que a Eric Hamilton le había tocado sentarse frente a ella. Lo miró un segundo y sonrió por pura cortesía, porque enseguida desvió la atención hacia el grueso de la conversación.

Intentó mostrar interés, pero la política no era algo sobre lo que ella supiera demasiado, así que perdió el hilo casi antes de que empezaran a hablar. Aquel tipo de eventos eran tan aburridos… Cuánto mejor habría estado ella en su casa, leyendo un libro arropada en su cama. Habría preferido incluso pasar el tiempo bordando, algo que ella odiaba con todas sus fuerzas pero que su madre se empeñaba en que perfeccionara. «¿Para qué?» Se decía ella, si cada vez que intentaba hacer una flor, parecía un manchurrón de pintura sobre la tela. Hablando de flores, eso sí que era su verdadera pasión. Lo que hubiera dado por estar en ese momento admirándolas en el invernadero de la casa… No le gustaba Arnaud, pero debía admitir que el hecho de que mandara construir uno en el jardín trasero para sus flores había sido un gran detalle. Seguro que Clara había tenido algo que ver, aunque ninguno sería tan espléndido como el que tenía en Saint-Denis.

En ello andaba pensando Yvette cuando trajeron los primeros platos. Se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo con la mirada fija en las copas sobre la mesa, así que cuando escuchó la voz de la doncella tras ella, irguió la espalda y se colocó en una posición correcta. Esa fue la primera vez que descubrió a Eric observándola. De nuevo, no quiso darle importancia. Estaba sentada frente a él y la doncella estaba sirviendo su comida, ¿por qué no iba a mirarla, si el foco de la acción estaba sobre ella?

Colocó la servilleta sobre sus piernas y jugueteó un poco con las verduras antes de llevarse un trozo de brócoli a la boca. Intentó volver a unirse a la conversación, pero el tema no había cambiado en lo que llevaban de noche, y ella dudaba de que lo hiciera en algún momento. Bebió un sorbo de agua y comió un poco más hasta que sintió los ojos azules del joven Hamilton de nuevo sobre ella. ¿Qué mosca le había picado? ¿Tendría la boca manchada de comida? Se asustó y se limpió los labios con rapidez, pero de manera disimulada. ¡Qué vergüenza si había sido eso! Fingió que nada había pasado y siguió a lo suyo hasta que, de pronto, Eric habló.

¿Disculpe? —dijo, dándose tiempo a asimilar su pregunta. Para nada se imaginó que fuera a conversar con ella—. Oh, bueno, en realidad, creo que no he tenido ocasión de decírselo. —Dejó el tenedor apoyado en el plato, se limpió los labios de nuevo y bebió otro sorbito de agua. No debía hablar con comida en la boca—. Mi nombre es Yvette, Yvette Béranger. Es un placer —se presentó con la correspondiente inclinación de cabeza y volvió a coger el tenedor—. No, no toco ningún instrumento. Di lecciones de música cuando era pequeña, como creo que hacen todos los niños, pero nunca se me dio bien. —Empezó a hacer rodar un tomatito que le quedaba en el plato mientras hablaba—. Mi madre quería que fuera una excelente violinista, pero me resultaba tan sumamente aburrido que nunca le dediqué el tiempo suficiente. Después pensaron que el canto me gustaría más, así que quisieron que formara parte del coro de la iglesia, pero tampoco duré mucho. —Apoyó el tenedor sobre el tomate, listo para pincharlo, y miró a Eric un segundo—. ¿A qué edad empezó usted a cantar, monsieur?

Pinchó el tomate nada más formular la pregunta, con tan mala fortuna de que el jugo del interior salió disparado contra la manga de la chaqueta del hombre que se sentaba junto a ella. Afortunadamente, él estaba mirando hacia otro lado, con lo que ni se dio cuenta. Yvette palideció al ver el desastre, y lo único que se le ocurrió hacer fue comerse el tomate para borrar cualquier prueba que pudiera incriminarla. Miró a Eric (porque estaba segura de que lo había visto todo) y se llevó el dedo índice a los labios, pidiéndole que guardara silencio. Por favor, por favor, que Arnaud no se enterara de eso...


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Mensaje por Eric Hamilton Sáb Dic 16, 2017 4:35 pm

Definitivamente observarla comer era demasiado erótico. Masticaba las verduras de una forma tan sensual… era letal. Eric se removió incómodo en el asiento y volvió a arrepentirse de haber hablado con ella. ¿Para qué? No tenía sentido ser sociable con una muchacha bella y de ánimo agradable, no para él al menos.

Yvette Béranger. Yvette. Un nombre exquisito y delicado que le sentaba de maravilla. Estaba hecho, Eric ya tenía un nombre por el que rondar, un nuevo martirio bajo el que penar: el nombre de aquella muchacha.


-Me gustaría que alguna vez cantásemos juntos, señorita –dijo, pensando después de hablar. ¿Pero qué estaba diciendo? Rápidamente, y sin dar explicaciones que lo complicasen aún más, Eric se reacomodó y respondió a la pregunta de ella-. Empecé a eso de los diez años, me temo que la historia es larga y muy triste por lo que no me atrevería a contársela aquí en la mesa –en verdad no se la querría tener que contar nunca, pues le entristecía y avergonzaba en partes iguales, la historia de sus cantos era también la historia de su vida-, pero a los diez años comencé a cantar. Es una edad mayor, en verdad las cuerdas vocales deben entrenarse desde antes, pero me supe adaptar rápido y recuperar así los años perdidos. Además tengo al mejor maestro y eso hace toda la diferencia.

Dio un trago desde su copa de agua tibia –lo que debía tomar para no dañar su garganta- y pinchó un trozo de pavo. Estaba muy bueno, pero los nervios de esa conversación le habían anulado el apetito.

Resultaba extraño en verdad, pero a pesar de estar en un salón lleno de gente, rodeados por todos los costados, Eric había sentido por un momento que se hallaba a solas con Yvette, que su conversación no era oída y que compartían cierto aire de confidencia. Sí, al parecer ella también lo sentía porque lo hizo parte del secreto, del problema que había derivado del pinchar un dichoso tomatito. Y ahí estaba otra vez, ella masticando y erizándole la piel. Se llevó un dedo a los labios para pedirle complicidad y él sólo pudo desear que ella volviese a sonreír para poder comprobar que era cierto lo que se había imaginado de sus labios.


-Si no le gusta cantar ni tocar ningún instrumento –prosiguió, primero para que nadie notase lo que ella había hecho y luego para evadirse él mismo de aquellos pensamientos-, tal vez le guste el ballet. ¿Me equivoco, señorita Béranger? Casualmente me han invitado a la presentación especial de la compañía principal parisina, es la semana próxima. ¿Le gustaría acompañarme, Yvette? –le preguntó y osado disfrutó de decir su nombre en voz alta, deseando que le aceptase la invitación-. Claro que puede traer a su madre, algo me dice que es un espectáculo que ella también disfrutaría mucho –se apuró a aclarar para que ella no pensase mal de él.


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Mensaje por Yvette Béranger Lun Feb 26, 2018 4:05 am

Yvette miró de reojo la manga del hombre para comprobar la magnitud del accidente con el jugo del tomate. Ella, que sabía lo ocurrido, era capaz de ver la mancha como si hubiera exprimido la verdura sobre un mantel blanco y, por tanto, creía que todos allí descubrirían lo que había hecho. La realidad era otra bien distinta, y si bien la mancha era visible, en realidad no lo era tanto como ella pensaba; el traje del hombre era de color oscuro, y la luz dentro de aquel comedor era la idónea para pasar una velada agradable, no para captar minucias sobre la tela. En un momento dado, creyó ver a alguien mirar también la manga del hombre, así que decidió centrar su mirada en Eric y fingir que no sabía nada.

Oh, monsieur, no era mi intención incomodarlo cuando se lo he preguntado. Discúlpeme —dijo, apenada—. Sólo déjeme decirle que es uno de los mejores cantantes de ópera que he tenido el placer de escuchar. Si la edad a la que empezó era ya avanzada, imagino que se habrá esforzado mucho para llegar donde está. El mundo del espectáculo no debe ser fácil de atravesar —comentó—, aunque, después de verlo en el escenario, creo que debe tener un talento natural para el canto.

Sonrió ampliamente sin darse cuenta de lo que eso iba a significar para el pobre Eric. Vinieron a cambiar su plato de comida, así que aprovechó para volver a colocarse la servilleta en el regazo. Cuando el servicio se apartó para que los comensales pudieran seguir con la cena, Yvette continuó con la agradable charla que estaba manteniendo con la estrella del momento.

No, no se equivoca —contestó.

Se llevó un trozo de pavo a la boca, trozo que se le atragantó en cuanto escuchó la proposición que le hizo Eric. ¿La estaba invitando a salir? Sus mejillas se tornaron de un ligero tono rosado que, cuanto más pensaba en las palabras del cantante, iba cambiando la tonalidad hasta alcanzar la del rojo incendiario. Tragó la comida como pudo y bebió un largo trago de agua. Ella estaría encantada de asistir con él, porque eso significaba algo nuevo en su vida, algo divertido y, sobre todo, algo hermoso —porque no había más que mirar esos ojos azules como el mar para ver el atractivo de ese hombre—. Respiró hondo antes de contestar.

Gracias por la invitación, Eric. ¿Puedo llamarlo Eric? —preguntó, dudosa por un momento del acercamiento entre ellos que eso suponía—. Me halaga mucho que haya pensado en mí como acompañante, de verdad, y no me gustaría sonar grosera, pero me temo que no puedo aceptarlo. —Bajó la mirada, avergonzada por haber tenido que rechazar algo así—. No es que no quiera ir, al contrario, me encantaría; lo que ocurre es que mi madre no está en condiciones de salir, ya le ha costado mucho venir esta noche, y estoy segura de que a Arnaud no le gustará que vaya yo sola, aunque sea acompañada por mi doncella. —Dejó el tenedor en el plato porque ya había perdido el apetito—. ¿Entiende por qué no puedo ir?

Levantó los ojos y los dirigió hasta él, esperando por todos los medios que esa decisión no influyera entre ambos. Yvette al fin había conocido a alguien agradable con el que charlar, y lo último que deseaba era hacerle daño a un hombre bueno como Eric.


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Mensaje por Eric Hamilton Vie Mar 23, 2018 4:52 pm

-Claro que puede llamarme Eric, de hecho me encantaría que así lo hiciera –le dijo, pero la ilusión le duró muy poco. Las mejillas encendidas de ella, sus sonrisas, todo era un engaño y él había caído dolorosamente en su embrujo.

Más allá de los halagos, más allá de las tímidas sonrisas y la voz dulce de la dama –un bálsamo para su noche extenuante y nostálgica-, a Eric Hamilton le dolió en lo más profundo el rechazo. Había generado eso él mismo al creer que podía invitarla a ver ballet como si fuese un hombre normal, un hombre completo que nada tiene para perder. ¿Pero a qué estaba jugando él allí si no podía darse el lujo de fantasear con eso? Seguramente ella supiera de su condición pues que era uno de los castrati no estaba oculto a la sociedad, por el contrario era justamente eso lo que le agregaba valor a la carrera de Eric, lo que le daba el prestigio.

Sonrió falsamente pero no dijo nada, el habla no iba a salirle, se concentró en el segundo plato que habían puesto frente suyo pero, ¿cómo le sería posible pensar en comer? Si tenía la garganta cerrada al habla lo mismo sucedía con el alimento.


-Claro, entiendo perfectamente lo que dice y lo que calla también, señorita. Descuide, no debe darme más explicaciones, no quise incomodarla.

¡Qué vergüenza sentía! ¿Cómo había cobrado el valor para formular una invitación así? ¿Qué tenía de especial la tal Yvette que le había hecho olvidar sus limitaciones sentimentales? Ella lo rechazaba y eso era lo mejor, se alejaba de él –aunque ambos seguían en sus sitios-, y Eric entendía perfectamente. Era un idiota por haber arruinado la noche de esa forma y, como siempre le había dicho su maestro, Eric era conciente de que siempre se podía estar peor… por lo que se sumergió en la mirada de Yvette una última vez, le sonrió una última vez y lentamente se puso en pie, la servilleta que tenía en el regazo cayó al piso sin que él hiciese nada por evitarlo.

-Discúlpeme por todo, señorita –dijo, a modo de despedida. Luego habló a todos los presentes-: Me apena mucho, pero debo retirarme. Estoy cansado y no me siento bien, disfruten lo que queda de la cena.

Sin más, sin volver a mirarla aunque lo deseaba, Eric Hamilton se retiró del salón con paso firme. Pasó por su camerino donde se refrescó el rostro acalorado –culpa de repasar mentalmente lo sucedido-, luego salió por la puerta principal donde el cochero lo aguardaba para llevarlo a su casa.




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