Hay clientes y clientes. // Privado - William y Roberts +18

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William retiró aquél juguetón dedo del interior húmedo de aquella gruta oscura situada entre las piernas de menuda Mujer que delante tenía justo cuando escuchó los rimbombantes pasos, un hombre cuyos cabellos eran negros como el Oculto y rizados como las olas en una tormenta en el nombre de Thor se acercaba a la mesa que ellos situaban casi en medio del local. La música se hizo aún mas resonante y con violines acompañantes. Los ojos de aquél hombre eran misteriosos y parecían esconder todo tipo de secretos y sentimientos encerrados sin dejarlos salir, al igual que su mejor amigo: Corbin Lockwood. Le recordaba a él.. sin duda. Paso firme pero tímido a la vez, sin saber que se va a encontrar a la vuelta de la esquina. Una mirada a Faye, luego a él mismo.

Era un lobo, su sangre olía a Hati al igual que él. Will terció el gesto y agarró una silla pero era un vacile encubierto pues, no le dejó sentarse. -Alto ahí, figura. Algo me dice que mi nombre es mas que sabido por ti, marinero de agua dulce en busca de aventuras, ¿Me equivoco? -William no era ningún mono sin neuronas, era idiota, bocazas y mas simple que el mecanismo de un chupete, pero no era gilipollas ni mucho menos. Era astuto y un estratega naval como el que más.  -De lo contrario no habrías venido a mí, y menos, oliendo mas fuerte que tu. -Dijo, de forma seria. Finalmente sonrió aliviando la tensión, pues era una broma más de aquél pirata. -Te dejaré sentarte y nos presentaremos como Odín o tu dios mande, no obstante antes tendrás que ir a la barra y traer una ronda de tres de la bebida que a ningún pirata puede faltarle. Imagino que una misión tan sumamente fácil, la puede hacer hasta un buen amigo beta como tu, ¿Verdad, Roberts? -No lo decía a malas, pero no dejaba de ser un alfa y un capitán, no estaba de más dejar claros los roles ahora y siempre. Sonrió y le estrechó el hombro para que fuera a por ese ron que los tres disfrutarían.

Mientras Roberts fue a cumplir la petición de su futuro Capitán, El Perro volvió a agarrar la rodilla de la hermosa Faye. Volvió a besarla y al separarse habló. -Como dije antes, dudo que vayan tras una posesión.. Pero de ser así, se rumorea que la última adquisición que tomó el Gigantón gracias a mi cooperación y por la cual, me encuentro en el estado que me encuentro, supera con creces todas las anteriores. Un solo gramo de ese mineral extraño encontrado en Innsmouth valdría toneladas de oro. Toneladas. Pero no creo que una organización como la que hemos visto, vaya tras algo como el dinero. Mas allá de eso, no se nada más. -Tan pronto terminó de hablar William, varias bombas de humo fueron lanzadas en el lugar. El humo, tan blanco como la niebla mas densa de las montañas comenzaba a invadir el local como el agua invade un vaso, a la misma velocidad.

William se levantó, no podía ver nada. Se escuchaban forcejeos, la voz de Faye. -¡Faye! ¡FAYE! -Los ojos del pirata cambiaron, ahora eran los ojos de Hati, pues el lobo que vivía en su interior habia comenzado a rasgar la pared que divide ambos mundos, y su espiritu había comenzado a ganar la batalla por la cordura del hombre. Pronto, el cuerpo de William Bones no fue mas que un amasijo de carne convulsante hasta que de sus restos nació en su forma de Crinos, un enorme y colosal crinos, sin pupilas en sus ojos. La bestia estaba despierta y aullante.

Las palabras del rubio le sorprendieron, pues no tenía ni la más remota idea de quién era, aparte de un lobo de mar, un pirata, un licántropo y, además, un alfa. Arqueó sus tupidas cejas con incredulidad, pues el hombre parecía muy seguro de sus palabras. Roberts siempre se dejaba guiar por el instinto, ese mismo que le había hecho encaminar sus pasos hacia la mesa en lugar de la barra, y ahora le decía que no contradijera al norteño que le decía que fuera a por tres jarras de ron y regresara, que sólo entonces le permitiría sentarse y, tal vez, lograría averiguar quién era aquel desconocido cuyo orgullo no deseaba minar con su insuficiente información sobre su persona.

Asintió tras recibir el apretón en el hombro y se dirigió a la barra a por el alcohol. Intentó averiguar, hablando con la mesera, a ver si ella sabía quién era el grandullón. Por suerte, no era la primera vez que pisaba el local y entre suaves risas le sopló el nombre del capitán William “El Perro” Bones. En cuanto escuchó el apodo, enseguida supo quien era, había oído hablar de él, de sus proezas y de su “don de lenguas”. Giró a observar a los dos que le esperaban en la mesa, aunque sin prestarle atención a él. No pudo evitar fijarse mejor en la rubia, era guapa, mucho, aunque por sus ropas y el aroma que desprendía, estaba claro que era una cortesana. A lo mejor era el polvo de aquella noche del otro pirata. Estaba agarrando las jarras por sus asas cuando olió el olor de la pólvora y seguidamente, todo se llenó de humo. Dejó caer lo que sostenía y con ambas manos intentó apartar la densa niebla gris que le rodeaba. Agudizó el oído, pues era el sentido más útil en aquellos momentos. Forcejeo, cosas cayendo al suelo, gritos, quejas. Se movió como pudo en dirección a todo aquel jaleo, pero para cuando llegó y con la puerta abierta empezó a disiparse la humareda, ya no estaba la muchacha y en vez del hombre rubio, había un enorme crinos.

Roberts podía sentir la rabia del otro licántropo. Notaba vibrar su propio cuerpo, sus carnes. Le estaba creciendo el pelo. Cuando no había luna llena, controlaba siempre los cambios, excepto aquella vez, cuando el motín, cuando mataron a la mujer que se había dignado a intentar quererlo. Pero aquello era distinto, la ira no era suya, pero se colaba bajo su piel, trepaba por su espina dorsal hacia la nuca. Sus huesos empezaron a crujir, descoyuntarse, deformarse, romperse y volver a unirse. La envergadura del pirata se duplicó cuando crecieron los dientes y su cara se desfiguró hasta convertirse en la de un enorme lobo que se sostenía bajo los cuartos traseros. Ahora había otro crinos en la sala, uno pardo de ojos negros como una noche sin estrellas. Giró su gran cabeza hacia su compañero, dejándose caer sobre las cuatro patas y aulló hacia la única salida.

Aunque era un crinos, corpulento, musculado, fuerte, pesado y agresivo, no era dominante, así que cuando el alfa se abalanzó sobre él, sometiéndole, marcándole y mostrándole los dientes, él se dejó, gruñendo, por supuesto, pero sin oponer más resistencia que la de la necesidad de supervivencia. Se dejaría doblegar, pero no moriría bajo el yugo de un macho que, por el momento, ni siquiera formaba parte de su manada.

El aliento y la saliva del pardo, caía sobre su cara peluda de hocico alargado. Notaba su peso, mayor que el propio, y el brotar de la sangre en la herida de su pecho, escociendo al cerrar lentamente. Los mechones negros se iban endureciendo al secarse el fluido rojizo que los impregnaba y tiraban de la carne hacia los lados, dificultando la cicatrización de una marca que quedaría para toda la vida, aún y cuando se curara.

Se le había rendido, le había dejado dominarle, mostrándole la yugular, sometiéndose. No tenía problema en ser el segundo al mando o el tercero o no mandar para nada. Le bastaba con proteger lo que quería y ahora mismo, no tenía nada. Tal vez pudiera ayudar a aquel macho grande y fuerte a proteger lo que era suyo. Quizá, pudiera empezar de nuevo en la mar con aquel pirata como capitán.

Se dio la vuelta, lamiéndose allí donde alcanzó de la herida, esperando que la saliva ayudara a, por lo menos, evitar que sangrara mucha más, funcionando como una especie de pegamento. Arrugó los belfos y se aproximó despacio a William, con la cabeza medio gacha. Le estaba mostrando que no quería pasarle por encima, que le respetaba y que quería servirle de apoyo. Seguramente podría él solo, pero nunca estaban de más un par de zarpas extra.

Sentía el dolor que recorría el cuerpo ajeno y de nuevo pudo notar como éste le atravesaba la piel y se colaba bajo sus carnes. Como un contagio, apoderándose de su ser, de sus instintos.