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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Netanya Itzik Jue Oct 26, 2017 7:55 pm

Abrió los ojos para luego emitir un leve pero agudo quejido. Sentía el cuerpo entumecido, adolorido, y tan pesado que tuvo que hacer un gran esfuerzo para levantarse del lecho. Se desperezó notando cómo todos los huesos y articulaciones le crujían al unísono. Habían clientes muy molestos, como el último que había tenido la noche anterior. Las marcas provocadas por las cuerdas que hasta hacía algunas horas lo mantenían cautivo permanecían en su piel en forma de múltiples magulladuras. Algunas rojizas, otras amoratadas. Todas igual de dolorosas. Arrastrando los pies llegó hasta el destartalado tocador, y se miró al espejo con un suspiro. Una mueca de disgusto apareció en su rostro poco después. Su piel estaba plagada de pequeñas gotas, de lágrimas azuladas, procedentes de las velas que antes habían formado parte de la escena que su cliente le había obligado a representar. No estaba seguro de si prefería aquel tipo de "castigo" a los golpes. El escozor era bastante molesto. 

Se sacudió las costras de cera quedando así visibles las diminutas quemaduras. Recorrió aquella constelación rosada con las yemas de los dedos. La mayoría se concentraban alrededor de su pecho. Otra de las aficiones de aquel desagradable caballero era jugar con sus pezones. Hacía algún tiempo desde que Netanya había aceptado que su cuerpo no se iba a convertir nunca en el de una mujer. Pero eso no evitaba que aquellas personas lo trataran como a una. Su sensibilidad había mejorado considerablemente, pero ésto únicamente lo hacía sentirse aún más miserable. No podía evitar preguntarse por qué ciertos individuos disfrutaban al verlo así. Jamás lo entendería.

Si realmente encontraban hermosa su piel tan extrañamente pálida, ¿por qué se emocionaban tanto al marcarla? Es como si quisieran dejar sus marcas personales en aquella carne inmaculada. Ese pensamiento le resultaba sumamente desagradable. Como si fuera posible para él olvidarse de ellos. Aunque quisiera hacerlo, no podía parar de recordar. Sus horas de sueño estaban plagadas por las pesadillas procedentes de esos recuerdos. Ser consciente de que su vida tenía un precio tan bajo, y que por ello debía satisfacer los deseos de ese tipo de personas, era una agonía de la que dudaba que pudiera deshacerse nunca.

Cubrió su cuerpo con una camisola que le venía grande. Era todo cuanto tenía disponible. En aquel cuartucho, adornado con el aroma de las noches en vela y el sudor de sus clientes mezclado con el suyo propio, había sólo una cosa de valor, y eso era su propia persona. No tenía nada más, ni nada menos. Así que podrían preguntarse ¿por qué no huía? A lo que él respondería, que a dónde. No había escapatoria. El mundo era complejo, terrorífico, y él no tenía un sitio en el que encajar. Ni siquiera en aquel burdel era reconocido como nada más que un trozo de carne a la que sacarle partido. Lo miraban por encima del hombro, clientes, encargados, y el resto de prostitutos. Porque incluso aunque se dedicaran a lo mismo, él era demasiado distinto a todos los demás. 

Ni siquiera se molestó en asearse antes de salir por la ventana. A aquellas horas, siendo tan temprano en la mañana, todos los que vivían en aquel sitio estarían descansando antes de comenzar con las preparaciones para la tarde y la noche. Ese era el único momento en el que podía escabullirse. No para escapar. No para tratar de poner distancia entre sí mismo y aquella miserable vida. Sino para buscar un lugar en el que el aire estuviera menos cargado. 

Desde el primer momento en que llegara a la ciudad, el bosque fue lo primero que buscó. Descalzo como estaba, la hierba le hacía cosquillas en las plantas de los pies. Era agradable. Los tímidos rayos de Sol que ya despuntaban en el horizonte, comenzaban a colarse entre las ramas de los árboles, decorando el paisaje boscoso con un sinfín de luces y sombras. Sus largos y rubios cabellos ondeaban al compás de la brisa, y por un levísimo momento, se permitió olvidarse de todo, y simplemente disfrutar de aquella libertad ilusoria. 

Allí no era un esclavo, sino parte del todo que era la naturaleza. Al cabo de un rato, cuando ya se había adentrado en el bosque un buen trecho, se dejó caer al suelo y se estiró sobre la tierra. Estaba fresca, y los hierbajos y florecillas desprendían un aroma agradable. Tomó una entre las manos y la olfateó, con una leve sonrisa, para luego cerrar los ojos dejándose abrazar por Morfeo.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Dom Oct 29, 2017 7:27 pm

–Y entonces…¿Qué pasó? –

–Abrió la puerta, chirriante con el trueno de los cielos que centellaban mientras los niños estaban en una esquina aquella noche, bajo el amparo de aquella vela que se terminó por apagar y solo vieron el filo de aquella cuchilla entrar…Y SALTO SOBRE ELLOS–

Un grito agudo se dejó escuchar en medio del bosque cerca de uno de los pequeños riachuelos que corrían por el lugar, los pequeños saltaron de sustos ante el salto de su cuentista que los abraza y tiraba de otros con sus manos para hacer cosquillas en sus estómagos. Los gritos cambiaron a risas hasta que todos terminaron exhaustos riéndose recostados sobre la hierba fresca de aquel bosque mirando hacia las altas hojas de los árboles que se mecían suaves con la ligera brisa de la mañana dejando apenas y entrever algo de sol a los ojos de cada uno, lo que hacía una visión maravillosa.

La reunión, en la que se encontraban, se debía a la fiesta de despedida de una de las pequeñas que sería adoptada por una familia y como era costumbre de los pequeños, siempre iban a los bosques para una prueba de valentía con su cuentista favorita quien los vigilaba mientras ellos buscaban piñas que se asemejen y tréboles de cuatro hojas, así como tras bellezas naturales, como musgo, hongos, algo que fuera de cada uno para ser presente para el adoptado. Eran los pequeños regalos que siempre los acompañarían.

Cada uno luego del cuento fue por su cuenta, con la recomendación del hada de no alejarse mucho del sendero del riachuelo, donde sus ojos podían verlos; entre sonrisas y pequeñas frases elaboradas a la voz de mando de la cuentista que con una frase o canto llamaba a cada uno de ellos entre sus sonrisas, cada uno dando saltos y cantando. La pequeña florista, buscaba mientras tanto un bello ramillete de flores las más idóneas para una pequeña mostrando el cariño de todos.

Al llegar al hierbajo donde habían pequeñas Anemone nemorosa y Aquilegia vulgaris, entre un suave canto melodioso tropezó sin darse cuenta con algo que le hizo torcerse el pie, pero al mirar era un hombre, lo primero que hizo fue tocar su cuello y muñeca sintiendo el pulso que tuviera, luego con su mano la coloco en la frente verificando si se encontraba en medio de alguna tribulación de fiebre, uno de los niños se acercó y al ver la piel pálida gritó pensando que había encontrado algún muerto, pero los brazos del hada la tomaron calmándola –Tranquilos, el joven está descansando, hagamos silencio para que pueda descansar mejor, si, que tal si van a recoger flores para él, así nos disculparemos por molestar su sueño– murmuró enviando a los niños, mientras ella se mantenía cerca del joven, preocupada por su semblante, temiendo que estuviera enfermo o con hambre, pero se mantuvo junto a él silencio observando a los niños con su preocupación al doble.

Su bondad no tiene límites.

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Mensaje por Netanya Itzik Miér Nov 01, 2017 9:35 pm

Su pecho subía y bajaba rítimicamente, pero a un ritmo más lento de lo que debería. Si era a causa del cansancio acumulado o de alguna dolencia más grave, probablemente nunca lo sabría. Después de todo, el poco dinero que le daban no le alcanzaba ni para un curandero, mucho menos para un médico. A pesar de que cuando llegara al bosque la brisa fuera agradable, y el clima un tanto cálido, ahora que estaba dormido no pudo evitar que su cuerpo se enfriara. Dormir a la intemperie no es nunca una buena idea, y si no lo es para una persona normal, mucho menos lo sería para alguien tan flacucho y enfermizo como él. Su pequeño cuerpo tiritaba de forma intermitente, cada vez que el viento corría de forma más fuerte entre la frondosidad del bosque, pero ni siquiera eso lo despertó. Sus pensamientos estaban atrapados en un sueño bastante poco agradable, en una especie de pesadilla de la que no podía escapar, y que se tradujo en constantes giros que mancharon sus harapos con verdín. ¿Pero eso a quién le importaría? Su aspecto no era muy diferente que al principio, sólo que ahora en lugar de apestar a fluidos corporales lo haría a tierra fresca. Para él, el cambio era bastante bien recibido. Agitado como estada, se giró mientras dormía, e incluso llevó a rodar unos cuantos metros, tan profundo estaba metido en el mundo de los sueños.

De hecho, ni siquiera se dio cuenta de que habían tropezado con él, ni de las voces a su alrededor. Su mente era un caos. A ratos tenía la sensación de estar cayendo a un vacío interminable, y en otras ocasiones se veía asaltado por las memorias de tantas y tantas noches, de tantos y tantos clientes, de tantos y tantos motivos como tenía para odiarse a sí mismo. La tristeza le acompañaba en aquella realidad tan terrible, en forma de un grueso e inamovible nudo en su garganta. A pesar de que apenas comía, ni bebía, tampoco tenía apetito realmente. Es como si las ganas de vivir se le estuvieran escapando por momentos, paulatinamente, pausadamente, pero sin detenerse nunca. Y lo peor de todo era que no sabía a quien culpar por ello.  ¿Al mundo? ¿A la forma en que la sociedad estaba estructurada? ¿A sus compradores? ¿O a sí mismo por ser demasiado vulnerable e incapaz de defenderse?

Probablemente nunca encontraría la respuesta a esas preguntas. Desde luego, no lo haría en aquel momento. Poco a poco, a medida que los murmullos a su alrededor comenzaron a convertirse en voces más claramente reconocibles, y su sueño se fue haciendo más ligero, su cuerpo también pareció recuperar parte de su calidez, como si lo que lo hubiera hecho tener frío hubieran sido las pesadillas, y no el clima precisamente. Confuso, sin saber bien donde estaba, y un tanto asustado por sentirse rodeado de gente, el joven abrió los ojos lentamente, adaptándose a la claridad, hasta que frente a ellos se topó con un rostro infantil desconocido, que lo miraba con curiosidad. Sobresaltado, se sentó de repente, quedando cara a cara con el niño, que por alguna razón le estaba sonriendo mientras le tendía una flor. A su lado se percató de la presencia de otro infante, esta vez una niña, que estaba entretenida toqueteandole el cabello. Sus mejillas se ruborizaron, no estaba acostumbrado a estar cerca de personas tan jóvenes, tan inocentes, y que lo trataran de forma tan gentil sin ningún motivo aparente. Con timidez agachó el rostro y se dejó hacer, mientras escuchaba las risas ajenas. Le costaba un poco entenderles, el acento parisino aún le resultaba complicado. 

- ¡Ves! ¡Ya te dije que era una chica! Tiene el pelo largo y su piel es blanca. -Dijo uno de los niños, el que antes lo miraba mientras dormía, y que le había entregado la flor. - ¡Lo que pasa es que te da envidia porque es más bonita que tú! -Netanya no pudo evitar sentirse apenado por aquellas palabras. No había sido piropeado pocas veces, pero aquella vez era diferente, podía notar la sinceridad en las palabras ajenas, en el gesto de darle aquel regalo. No había intenciones ocultas. Le estaban reconociendo su belleza a pesar de no merecerlo.

- E-en... en realidad... Soy un c-chico... -Reconoció el joven, a pesar de que quería con toda su alma creer que lo que había dicho el niño fuera la verdad. Pero esa ilusión se había visto quebrada algún tiempo atrás. Era lo que era, por desgracia, y no podía cambiarlo por más que soñara con ello. Más niños se habían acercado a la escena, y también lo miraban con curiosidad y una mezcla de desconcierto, como si aquello que había dicho titubeando y con un acento extranjero no fuera demasiado creíble. ¡Cómo envidiaba aquella inocencia! ¡Cuánto deseaba volver a sentirse así! Fue entonces cuando se percató de que entre los infantes había también una mujer adulta, que los observaba a todos con un cariño que él jamás había visto en los ojos de nadie. - P-perdón... no sabía si p-podía hablarles o no... -Se disculpó, temiendo una represalia. Probablemente a nadie le gustaría que alguien como él, tan desaliñado y de clase tan claramente baja hablara libremente con unos niños. Por ese motivo, trató de ocultar tan bien como pudo las múltiples heridas y las marcas de ligaduras de sus extremidades, pero ya era demasiado tarde. Los ojos de los niños también miraban éstas con curiosidad. Y Netanya sólo deseaba que se lo tragara la tierra.


Última edición por Netanya Itzik el Lun Abr 09, 2018 10:36 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Constance A. Zaïre Sáb Mar 17, 2018 9:54 pm

Una sonrisa fue la que se dibujó en el rostro de la pequeña hada de las flores. El viento se agitó llevando consigo aquellas pequeñas esporas de las flores y el musgo del bosque interponiéndose entre los pequeños y su cuidadora con la figura cálida y frágil de quien a penas y hablaba. La castaña con su cabello que se alborotaba con el pasar del viento se acercó al joven que había declarado ser un hombre, en su rostro solo se figuraba una sonrisa y con una dulce amabilidad extendió su mano al joven, al igual que los demás niños que no dejaban de ver a aquel joven.

Fue entonces cuando la joven se arrodillo acariciando los cabellos del joven, en su rostro se dibujó una gran O, pero fue de una profunda admiración por la suavidad del cabello así como el brillo que tenía, miró la joven pidiendo permiso acariciándole la cabeza –Pues eres un joven muy guapo, como un ángel, tu cabello es tan liso, me pregunto si es porque lo llevas suelto– susurró soltando el cabello del joven, uno de los niños se tomó del regazó de la castaña con fuerza tomándola esta entre los brazos cargándolo al ponerse de pie –No, no. Quien debe pedirte disculpas soy yo, ellos te han interrumpido el sueño, y me disculpo por ello– bajó al pequeño de sus brazos indicándoles con la mano que fueran por más flores pequeñas para hacer coronas –Aunque, no veo el mal que les hables a ellos, si fueras una mala persona tus mejillas no estarían rojas y no estarías apenado como lo estás, no te preocupes, puedes hablar con ellos todo lo que gustes– sonrió sentándose en la hierba fresca, una de las niñas se acercó al joven extendiéndole una corona de flores que habían hecho.

En ese momento la castaña con otros niños seguían armando coronas de flores entre risas y cantos –Por cierto, no nos hemos presentado. Soy Constance pero todos me llaman Cony, y ellos son los niños del orfanato a quienes cuido antes de volver a mi trabajo en las tardes, por qué no te unes con nosotros, estamos a punto de terminar las coronas para iniciar un cuento– ante el pequeño grito de emoción de todos ella asintió desatando más la euforia de los niños –Cony…Cony…pero él es un ángel dijiste, tu crees que se quedará al cuento…si es un ángel ¿Crees que vino por uno de nosotros?– quedaron en silencio y la castaña sonrió negando.

En un momento de silencio todos los pequeños miraron al joven y la castaña asintió –Tiene una apariencia de ángel como ustedes la tienen, el ángel que se llevó a la hermana Cecilia, fue uno que no podemos ver, pero lo sentimos en nuestro corazón. Aquel ángel se la llevó para estar con el señor verdad. Pero este joven es un ángel como ustedes, un pequeño ángel que estaba descansando– todos quedaron sorprendidos y maravillados por la explicación –Por eso es así de guapo él…es hasta más guapo que Cony– todos se quedaron viendo a la castaña quien asintió mirando de frente al joven –Es más lindo que yo realmente es como un geranio, llamativo, dulce y reluciente– sonrió la castaña.

Los pequeños corrían por el bosque buscando pedacitos de madera, ramitas, flores y piñas que encontraban tiradas, piedritas y cualquier clase de objetos que les parecía a sus pequeños ojos objetos maravillosos, cual tesoros llevando a la castaña para que contara un cuento más.

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Mensaje por Netanya Itzik Lun Abr 09, 2018 11:00 pm

No pudo evitar que las palabras ajenas, tanto los halagos procedentes de los inocentes niños, como lo que aquella hermosa mujer le decía, le provocaran unas terribles ganas de llorar. ¿Por qué a él? ¿Por qué alguien como él debía ser comparado precisamente con un ente tan puro e inmaculado como un ángel? No, él no podría ser un ángel, porque aunque nunca hubiese pecado a propósito, su misma existencia era un recordatorio constante de la malicia que se esconde en los corazones de otras personas. Él estaba marcado, mancillado. ¡Cómo era posible que lo confundieran con algo tan maravilloso! Sería feliz si muriese creyendo que a penas un ápice de aquellas palabras eran verdad. Pero se contuvo, enjugó sus lágrimas y sonrió con timidez, pero desde lo más profundo de su corazón. Una sonrisa de agradecimiento. 

El joven, sin embargo, negó con la cabeza cuando quisieron hacerle pensar que era más hermoso que la especie de ninfa que había conseguido que todos aquellos nerviosos chiquillos recogieran flores con la promesa de contarles alguna historia. Un ser incompleto como él, que era una mujer sin serlo, y que tampoco era un hombre, no podía ser más hermoso que una muchacha de verdad. Aunque quisiera negárselo a sí mismo, envidiaba la auténtica feminidad que emanaba de los rasgos de la cuidadora. Sus ojos claros lo miraban sin recelo, como si realmente pensara que no había nada de malo con él. Como si realmente no fuera diferente. Eso, a sus ojos, la hacía incluso más hermosa. Las bellezas de ambos no eran comparables. Pero no quiso discutir nada de lo que le habían dicho; al contrario. Siguiendo las instrucciones destinadas a los chicos, él también comenzó a recoger flores, intentando mantenerse un poco alejado a ellos, pero mirando en su dirección en todo momento. Se sentía extrañamente en paz, y eso le hacía preguntarse sino fueran más bien ellos los ángeles que habían venido a por él, y si parpadeaba desaparecerían.

- Entonces, ¿sí te quedarás al cuento? -La joven niña de al principio se había acercado a él, y le comenzó a mostrar cómo debían mezclarse las flores a fin de hacer las coronas que la adulta que los acompañaba les había encomendado. Netanya asintió, sin saber bien qué debía decirle. Por un lado, se sentía triste de que su presencia les hubiera hecho recordar algo tan triste como la muerte de un amigo, pero por otro le alegraba que desearan que su presencia estuviera presente a la hora de oír la historia que se les había prometido.

- S-sí, me quedar-ré. No tengo r-recuerdos de mi inf-fancia, así que no sé si me contaron c-cuentos por aquel entonces, pero r-realmente siempre he deseado o-oír alguno. Así que si me lo p-permitís, me gustaría a-acompañaros... -El joven hablaba en tono bajo, arrastrando las palabras, y es que aún le costaba un poco adaptarse al idioma. La niña encogió las cejas, un tanto confusa, como si no lo hubiera entendido bien, pero al ver que Netanya se ruborizaba y se ponía nervioso, simplemente sonrió y le dio un abrazo. Un abrazo al que al principio no subo como corresponder, pero al que finalmente accedió, colocando sus delgados brazos alrededor del diminuto cuerpo de la niña. Otros de los jóvenes se acercaron a ambos, entre curiosos e interesados, y en un instante un montón de bracitos estaban nuevamente a su alrededor. Sí, sin duda ellos eran los ángeles.

Una vez se dio por finalizado el proceso de recogida de flores, todos los chicos, incluyendo a Netanya, se sentaron formando una especie de círculo en torno a la mujer, a quienes le tendieron aquellas especies de coronas florales. Él mismo había intentado, torpemente, hacer una, pero el resultado dejaba bastante que desear. Aún así, estaba animado. Realmente deseaba escuchar con qué tipo de historia aquella mujer de cabellos castaños iba a deleitarles. 
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