Jeremías - Conde de Olivares y cazador

Es un hombre educado, curtido en la etiqueta de la nobleza, inteligente y todo un estratega en el campo de batalla.

Instruido para ser un buen heredero a su linaje, es el mayor de los hijos de de Olivares. Y aunque inicialmente se negó a portar el título que por nacimiento le per tocaba, al final aceptó por su hermano, para que éste pudiera ser libre y eludir unas responsabilidades para las que no estaba preparado. Algo que el propio Jeremías quiso hacer inicialmente, pero por debilidad, las acabó asumiendo. Aunque al alcanzar la mayoría de edad, su hermano terminó por sustituirle y hacerle un hombre libre.

Sin embargo, no se limitaba a ser un “simple” conde cuando ostentó el título que ya no tiene, la complejidad de su persona va mucho más allá. Es un erudito del piano y un experto cazador de monstruos. Le gusta trabajar en solitario, la aventura, el subidón de adrenalina y el riesgo. Pero alguna vez que otra se ha unido a otros como él para acabar con colmenas de vampiros o manadas de licántropos.

A pesar de su gran afición al tiro al blanco, le gustan los animales y a éstos no los mata por placer, sólo en caso de necesitar alimento.

Primogénito de la familia de Olivares, seguido por un hermano y una hermana menores a él por los que siempre sentiría un gran apego, responsabilidad, debilidad y amor fraterno. Ellos serían el gran punto de inflexión para un joven Jeremías con un destino marcado y una pasión innata que con el tiempo desarrollaría en secreto.

Ya de niño gustaba de jugar a las peleas, batallar con la servidumbre y fingir que domaba temibles fieras, que en su caso no eran más que dos mansos perros de gran tamaño. Odiaba perder, la derrota era una palabra que no parecía estar en su diccionario ya desde muy temprana edad, sin embargo, con sus hermanos siempre se dejaba ganar. Pero como se ha mencionado antes, ellos eran su talón de Aquiles.

A medida que fue creciendo y devorando libros sobre esgrima, animales fantásticos e incluso hechicería, su curiosidad, la necesidad imperiosa de saber más, fueron creciendo. Además, había un mayordomo en la mansión, un viejo que decía haber sido brujo en sus tiempos mozos, que siempre alentó al muchacho a conocer más de lo que se le enseñaba en sus clases particulares o de lo que pudiera aprender de sus padres. Él le proveía de libros extraños, algunos hasta prohibidos, y ejerció para el joven Jeremías como maestro de lo oculto. Le hizo saber que existían otros seres, seres peligrosos para sus hermanos y para él. Enseguida tomó una decisión, protegería a su familia de cualquier amenaza, aunque ello le costara la vida. Buscó maestros en las artes que pudieran resultarle de utilidad y les hizo pasar por instructores normales y corrientes. Se pasaba más horas estudiando que siendo un adolescente, lo que le hizo dejar de lado sus tareas como hermano y pronto se lo harían saber los pequeños de la casa.

En cuanto se consideró suficientemente preparado, salió a cazar su primer monstruo en compañía del mayordomo hechicero que le enseñó a seguir rastros, a diferenciar animales corrientes de licántropos. Como era de esperar no fua a la primera, ni a la cuarta que logró su primer “trofeo”, pero cada vez, con el tiempo, le fue costando menos llegar a la presa e incluso vencerla. Al final incluso empezó a hacer partidas por su cuenta, sin ayuda y se fue abriendo paso en el camino del cazador solitario. Y no sólo se restringían las cacerías a España, sino que empezó a viajar, siempre con su título a cuestas que le abría fronteras y puertas.

Con el retiro de su padre, sus viajes de regreso a España se volvieron más frecuentes, pero nunca ha dejado de cazar ni de viajar por Europa a lomos de su preciada yegua.

Al alcanzar su hermano la mayoría de edad, por el sacrificio de Jeremías todos aquellos años, reclamó el título de conde y le devolvió así su libertad para ser un hombre de a pie.