AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Midsummer | Privado
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Midsummer | Privado
"La brujería es una espada sin empuñadura. No hay manera segura de agarrarla."
George R. R. Martin
George R. R. Martin
El solsticio de verano la llenaba de energía. Isabella había leído sobre aquellos poderes que emanaban de su interior y que, con la llegada tanto del verano como del invierno, parecían alcanzar su punto más alto. Sin nadie que le enseñase cómo utilizar aquella extraña naturaleza heredada de Dios sabía quién, su principal fuente de nutrición eran los escritos que lograba conseguir, a hurtadillas, en las bibliotecas. Era muy poca la bibliografía que se salvaba de la mano de la Inquisición, y no le había sido fácil encontrarle sentido a lo que bullía dentro de su cuerpo y en su propia piel. Pero como era una mujer de mente fría, no había entrado jamás en la desesperación. Con aplomo, había llenado su mente de conocimientos que, poco a poco, tomaban forma. No era una tarea fácil, pero se consideraba lo suficientemente fuerte para conseguirlo. Reconciliarse con esa parte oscura de su ser, la había llenado de luz, paradójicamente. Y era gracias a eso, que había tomado las decisiones que la habían llevado a ser sospechada de homicidio.
Era 23 de Junio. El verano había nacido hacía pocos días, y ella se había preparado con antelación, tal como lo había hecho el año anterior. Desapareció de su residencia, envuelta en una capa negra y caminó a paso rápido por las calles de París, hasta alejarse lo suficiente del bullicio. La laguna estaba desierta en ese sector que había elegido. Con libertad, se quitó la prenda que la envolvía, dejando al descubierto su desnudez. Lavó su propio cuerpo bajo la luz de la Luna, a la que le sonrió y agradeció por esa maravillosa noche. La cálida brisa le erizó escasamente la piel, le endureció los pezones y la relajó. Salió, con el agua cayendo a sus pies. Sólo se secó las manos y, mientras buscaba los troncos que había escondido días atrás, se permitía disfrutar de la plenitud de su cuerpo. Los dispuso en forma de triángulo, y con dos piedras logró los primeros chispazos. No tardaron en formar un enorme fogón, en honor a San Juan. Isabella se cubrió con el vestido blanco que había confeccionado para esa noche, con mangas largas y capucha.
Supo que era la medianoche, no porque la Luna se encontrase sobre su cabeza o porque llevase un reloj, sino porque su cuerpo sintió inmediatamente la inmensidad de su poder y la llama de la fogata tomó una dimensión enorme. La hechicera mantuvo la vista fija en el fuego, que parecía querer devorarle el alma. Concentrada sólo en eso, automáticamente comenzó a cantar en el antiguo idioma de los celtas. Tomó una pequeña cuchilla que había colocado en su cintura y se provocó un corte en cada palma. Reaccionó inmediatamente, los ojos se le pusieron en blanco y su cuerpo comenzó a contonearse, en una danza ancestral y herética que llevaba en la sangre. Allí estaba su esencia…
Los pies de Isabella, sin que ella diera una orden concreta, caminaban alrededor del fogón de la noche de San Juan, mientras invocaba a los espíritus y a los maestros, para que le dieran sabiduría y la protegieran en el camino. Pagana, desvergonzada, en ella tenía la furia de las condenadas, la furia de su propia niña abusada y el poder que le había sido otorgado.
Era 23 de Junio. El verano había nacido hacía pocos días, y ella se había preparado con antelación, tal como lo había hecho el año anterior. Desapareció de su residencia, envuelta en una capa negra y caminó a paso rápido por las calles de París, hasta alejarse lo suficiente del bullicio. La laguna estaba desierta en ese sector que había elegido. Con libertad, se quitó la prenda que la envolvía, dejando al descubierto su desnudez. Lavó su propio cuerpo bajo la luz de la Luna, a la que le sonrió y agradeció por esa maravillosa noche. La cálida brisa le erizó escasamente la piel, le endureció los pezones y la relajó. Salió, con el agua cayendo a sus pies. Sólo se secó las manos y, mientras buscaba los troncos que había escondido días atrás, se permitía disfrutar de la plenitud de su cuerpo. Los dispuso en forma de triángulo, y con dos piedras logró los primeros chispazos. No tardaron en formar un enorme fogón, en honor a San Juan. Isabella se cubrió con el vestido blanco que había confeccionado para esa noche, con mangas largas y capucha.
Supo que era la medianoche, no porque la Luna se encontrase sobre su cabeza o porque llevase un reloj, sino porque su cuerpo sintió inmediatamente la inmensidad de su poder y la llama de la fogata tomó una dimensión enorme. La hechicera mantuvo la vista fija en el fuego, que parecía querer devorarle el alma. Concentrada sólo en eso, automáticamente comenzó a cantar en el antiguo idioma de los celtas. Tomó una pequeña cuchilla que había colocado en su cintura y se provocó un corte en cada palma. Reaccionó inmediatamente, los ojos se le pusieron en blanco y su cuerpo comenzó a contonearse, en una danza ancestral y herética que llevaba en la sangre. Allí estaba su esencia…
Los pies de Isabella, sin que ella diera una orden concreta, caminaban alrededor del fogón de la noche de San Juan, mientras invocaba a los espíritus y a los maestros, para que le dieran sabiduría y la protegieran en el camino. Pagana, desvergonzada, en ella tenía la furia de las condenadas, la furia de su propia niña abusada y el poder que le había sido otorgado.
Última edición por Isabella MacFarlane el Vie Abr 06, 2018 11:44 pm, editado 1 vez
Isabella MacFarlane- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Midsummer | Privado
En las noches de tormenta, con los truenos, me doy cuenta de que existo.
Gabriela Margall.
Gabriela Margall.
El único poder en el que Ilanka creía era en el propio. A veces, cuando se ponía algo nostálgica, podía llegar a pensar en Dios pero no le duraba demasiado. Egoísta y egocéntrica como era, rápidamente se daba cuenta que no necesitaba de ningún dios, pues en ella se hallaba todo lo que buscaba, las herramientas y los caminos, todo en lo absoluto lo encontraba si se embarcaba en un viaje de introspección. Sólo creía en ella misma. Bueno, también en las estrellas. Podía pasar horas observándolas, leyéndolas, y ellas le revelaban todo lo que habían visto u oído, le susurraban los secretos mejores guardados para los humanos y de los que ella podía sacar provecho. Ellas fueron quienes le dijeron lo que sucedería esa noche, le hablaron de aquella joven que se nutría del fuego.
No sabía a qué iba a su encuentro, tampoco por qué, pero sentía la necesidad de dirigirse hacia la laguna aunque solo fuese por confirmar una vez más lo que ya bien sabía: a ella las estrellas jamás le mentían. Se preparó con especial cuidado, arreglando su largo y rubio cabello en una trenza primero, que luego acomodó para formar un rodete en la parte baja de su cabello. Había viajado sola a París, por lo que tenía que valerse por sí misma para todo, vestirse, peinarse, arreglar sus traslados y comidas… Sí, era molesto, pero a Ilanka esa libertad le gustaba, la disfrutaba, desde pequeña había hallado dicha en pasar momentos a solas, en sentir que no era dependiente del servicio ni de damas de compañía. Ella era libre, así la habían criado, así disfrutaba de vivir.
Tampoco se iría caminando desde el Hotel des Arenes –su hogar temporal- hasta la laguna, estúpida no era. Solicitó el servicio de traslados en la recepción y tuvo que esperar unos veinte minutos hasta que un jovencísimo cochero llegó para atender su pedido. ¡Ah, que lento era todo en aquella horrible ciudad! Nada funcionaba como en su tierra, todo demoraba tres veces más en París. Ilanka se impuso no arruinar aquella noche con tonterías, por lo que se limitó a regalarle su mirada de hielo al muchacho y a decirle a dónde debía llevarla. Cuando él se atrevió a cuestionar que una mujer quisiese ir a esas horas, sola, a un lugar como la laguna, Ilanka se acercó y le propinó un cachetazo, a ver si con eso él aprendía cual era su lugar. El muchacho ya no habló y ella subió al coche sin agradecerle que le asistiese abriéndole la puerta.
El tiempo de viaje se le pasó como se pasan los suspiros de quien ha perdido un amor, rápido. No hizo más que alisar su vestido verde malva y observar el cielo. Tenía ganas de que lloviese, pero no invocaría aún a las tormentas, antes debía confirmar lo que las estrellas le habían susurrado, quería conocer a la joven bruja, saber de ella, descubrir si podía encontrar una aliada allí en la laguna.
En cuanto descendió, el cochero se fue. Bien, al menos había entendido que ella quería estar sola. Ilanka vio el fuego desde lejos y se acercó cauta usando como amparo los pocos árboles que había en la zona. Tras uno de ellos comenzó a quitarse la ropa, le parecía una falta de respeto acercarse vestida aunque tampoco quería invadirla llegando completamente desnuda, por lo que decidió quedarse con las enaguas blancas.
Le parecía hipnótica, tanto que no se detuvo a pensar en nada más, solo la observaba mientras se le acercaba. Pagana, segura de sí, fuerte y valiente.
Ya lo necesitaba, no podía contenerse más. Necesitaba demostrar –principalmente demostrarse- que ella también era poderosa, que podía hacer cosas significativas, que la naturaleza también la nutría. Simplemente abrió y cerró las palmas de sus manos con fuerza, cerró los ojos e inspiró y… los primeros truenos. Las gotas no tardarían en caer. Ilanka estaba ya a dos metros de la fogata y de la mujer, sin acercarse más caminó con paso seguro trazando un círculo alrededor del fuego, siempre con esos dos metros de lejanía, y cuando volvió al punto de inicio se atrevió a entrar en el círculo que había formado. La lluvia caería descargando su energía en la tierra, pero no tocaría aquella circunferencia que Ilanka había trazado.
-Parece que será una buena tormenta –le dijo, como si nada-. ¿Le importa que me refugie aquí junto a su fuego?
Era una forma extraña de presentarse, pero no halló una mejor. En verdad las formalidades no le importaban, estaba ansiosa por saber por qué el cielo la había conducido hacia allí, hacia ese trozo de tierra seco y cálido en medio de la arena que ya se estaba humedeciendo por la lluvia alrededor de ambas hechiceras.
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Midsummer | Privado
El clima cambió súbitamente, e Isabella se detuvo y miró hacia el Cielo, allí donde instantes antes habían brillado, estrambóticas, las estrellas que tanto le gustaba contemplar. Frunció levemente la nariz, como muestra de desagrado. Le había costado hacer arder el fuego de aquella manera, y lamentaría enormemente que se viera apagado por un temporal. Aquel ritual que había aprendido, se veía interrumpido por la naturaleza. Bajó el rostro y se encogió de hombros, solo restaba contemplar la llama hasta que, finalmente, la tormenta arrasara y apagara la hoguera de San Juan. Le lanzó unas ramitas, alimentándolo; le respondió con chispazos anaranjados, y con el contoneo de sus colores. Isabella adoraba el fuego, y pensó en lo agradable que hubiera sido ver a su padre condenado a morir entre las lenguas de éste. Si hubiera tenido la idea de quemarlo, nada de lo que ahora estaba atravesando, ocurriría. Se hubiera extinguido su cuerpo y ningún detective medio pelo estaría tras ella y su familia.
Se sentó con las piernas cruzadas, recordando todas sus preocupaciones, especialmente las económicas. Ella no era, precisamente, una erudita en el tema, pero era la única con el carácter –y las ganas- suficiente para hacerse cargo de esos asuntos. Pensó en sus hermanas, que se habían comprometido antes de que el escándalo de la quiebra diera por tierra las buenas alianzas, y en el enorme sacrificio que eso implicaba. Todas sabían que aquel día llegaría, pero les hubiera gustado que fuera de otra manera. Sin embargo, los planes de bodas iban sobre ruedas, y ya no faltaba mucho para concretar los enlaces. Isabella las admiraba, pues ella no era capaz de un acto de tanta valentía. Se puso de pie una vez más, al notar que no estaba sola, y observó en silencio a la mujer que había aparecido de la nada, mientras ella estaba perdida en sus cavilaciones. Las enaguas y el cabello rubio parecían tener luz propia. La hechicera se concentró en observarla, y se percató de que estaba rodeada por un color especial, de eso que se llamaba aura. Ciertamente, estaba confundida.
—Ya se ha refugiado de todas maneras —observó Isabella, que a pesar de su desnudez, no se sentía incómoda. Había logrado comulgar con su cuerpo, a pesar de que la había mantenido cautiva de los impulsos de aquel hombre que decía ser su padre, cuando ella se miraba al espejo, le gustaba la imagen que le devolvía. Se veía hermosa, se sentía así. — ¿Quién…? —la pregunta quedó flotando en el aire, cuando la inglesa notó que la lluvia comenzaba a caer alrededor suyo, pero no en aquel pequeño espacio que integraban tanto ella como la muchacha.
—Tú has hecho eso… —algo atónita, miraba de un lado a otro, notando que el chaparrón no caía en el fuego ni aquel espacio trazado alrededor. — ¿Quién eres? —preguntó, alzando una ceja. Todo su cuerpo adoptó una posición defensiva, y ya no se sintió tan cómoda de encontrarse desnuda. Isabella se sintió amenazada, incapaz de dar crédito a lo que estaba ocurriendo. ¿Aquella joven sería una bruja también? Había leído sobre algunas que controlaban el clima y, casi sin lugar a dudas, la recién llegada podía ser una de ellas.
Se sentó con las piernas cruzadas, recordando todas sus preocupaciones, especialmente las económicas. Ella no era, precisamente, una erudita en el tema, pero era la única con el carácter –y las ganas- suficiente para hacerse cargo de esos asuntos. Pensó en sus hermanas, que se habían comprometido antes de que el escándalo de la quiebra diera por tierra las buenas alianzas, y en el enorme sacrificio que eso implicaba. Todas sabían que aquel día llegaría, pero les hubiera gustado que fuera de otra manera. Sin embargo, los planes de bodas iban sobre ruedas, y ya no faltaba mucho para concretar los enlaces. Isabella las admiraba, pues ella no era capaz de un acto de tanta valentía. Se puso de pie una vez más, al notar que no estaba sola, y observó en silencio a la mujer que había aparecido de la nada, mientras ella estaba perdida en sus cavilaciones. Las enaguas y el cabello rubio parecían tener luz propia. La hechicera se concentró en observarla, y se percató de que estaba rodeada por un color especial, de eso que se llamaba aura. Ciertamente, estaba confundida.
—Ya se ha refugiado de todas maneras —observó Isabella, que a pesar de su desnudez, no se sentía incómoda. Había logrado comulgar con su cuerpo, a pesar de que la había mantenido cautiva de los impulsos de aquel hombre que decía ser su padre, cuando ella se miraba al espejo, le gustaba la imagen que le devolvía. Se veía hermosa, se sentía así. — ¿Quién…? —la pregunta quedó flotando en el aire, cuando la inglesa notó que la lluvia comenzaba a caer alrededor suyo, pero no en aquel pequeño espacio que integraban tanto ella como la muchacha.
—Tú has hecho eso… —algo atónita, miraba de un lado a otro, notando que el chaparrón no caía en el fuego ni aquel espacio trazado alrededor. — ¿Quién eres? —preguntó, alzando una ceja. Todo su cuerpo adoptó una posición defensiva, y ya no se sintió tan cómoda de encontrarse desnuda. Isabella se sintió amenazada, incapaz de dar crédito a lo que estaba ocurriendo. ¿Aquella joven sería una bruja también? Había leído sobre algunas que controlaban el clima y, casi sin lugar a dudas, la recién llegada podía ser una de ellas.
Isabella MacFarlane- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Midsummer | Privado
Ilanka le sonrió, de pronto la otra hechicera parecía haber perdido el control de la situación y eso solo podía significar una cosa: se sentía amenazada. ¡Pero si era una locura! Si Ilanka hubiese ido allí en pie de guerra la situación sería muy diferente, la rusa en realidad buscaba otra cosa del encuentro –aunque no estaba segura bien qué era eso-, una alianza tal vez. Nada más lejos de ella que buscar una contienda, hasta el humor le había cambiado para bien al presenciar la magia de la otra mujer.
-Ah, sí, ya me he acercado... Es que nunca se me dio bien eso de pedir permiso, le pido una disculpa… Considero que lo que no aprendemos bien de niñas ya no se puede poner por obra en la adultez –meditó en voz alta y, tras echar un vistazo a las estrellas, sus guías que en ese pedazo de cielo sí se dejaban ver, se sentó junto a la otra mujer. No estaban cerca, pero tampoco lejos una de la otra-, y puede decirse que siempre fui una niña rebelde, desobediente.
La tela fina de las enaguas comenzaba a secarse dada la cercanía del fuego que la mujer había preparado, el cuerpo de Ilanka se calentaba y, pese a que era una sensación agradable, ella extrañaba las gotas de lluvia pues ellas le recordaban lo poderosa que era, le daban seguridad.
-Sí, yo lo he hecho –le dijo, con una sonrisa orgullosa y genuina-. ¿Te asusta? No temas, yo lo controlo y he respetado tu magia –dijo, señalando con un ademán el cielo sobre ellas, limpio-. Soy Ilanka –extendió su mano, pero no para estrechar la de la otra mujer, sino para tocar un mechón de su cabello largo y oscuro, era suave y muy diferente al suyo, le pareció extraño pero bello-, podría decirse que somos hermanas, ¿no lo crees? No nos conocemos, pero sí que nos parecemos, tu aura me lo dice: la magia nos hermana. Las estrellas me han guiado hacia ti esta noche.
Tal vez debería explicarse, pero no tenía manera de hacerlo. Las cosas que simplemente se sentían no tenían explicación alguna, si de hecho ambas estaban habitando en la misma energía se entenderían sin necesidad de palabras que obstaculizasen los sentidos intentando en vano explicarlos.
-¿Qué es lo que estabas haciendo aquí? ¿En qué podría yo ayudarte? Las estrellas me han traído a ti –le volvió a decir para que a la otra hechicera no le quedasen dudas al respecto-, pero no sé el propósito. Tal vez nos quieren juntas para algo –la miró con seriedad, era una mirada casi solemne.
Detrás de ambas la tormenta recrudecía, los rayos caían sobre la laguna haciendo gala de su autoridad, de su magnética belleza. Las gotas pesadas creaban una melodía que la arena acallaba e Ilanka lo lamentaba, ese sonido siempre había sido su favorito.
-Ah, sí, ya me he acercado... Es que nunca se me dio bien eso de pedir permiso, le pido una disculpa… Considero que lo que no aprendemos bien de niñas ya no se puede poner por obra en la adultez –meditó en voz alta y, tras echar un vistazo a las estrellas, sus guías que en ese pedazo de cielo sí se dejaban ver, se sentó junto a la otra mujer. No estaban cerca, pero tampoco lejos una de la otra-, y puede decirse que siempre fui una niña rebelde, desobediente.
La tela fina de las enaguas comenzaba a secarse dada la cercanía del fuego que la mujer había preparado, el cuerpo de Ilanka se calentaba y, pese a que era una sensación agradable, ella extrañaba las gotas de lluvia pues ellas le recordaban lo poderosa que era, le daban seguridad.
-Sí, yo lo he hecho –le dijo, con una sonrisa orgullosa y genuina-. ¿Te asusta? No temas, yo lo controlo y he respetado tu magia –dijo, señalando con un ademán el cielo sobre ellas, limpio-. Soy Ilanka –extendió su mano, pero no para estrechar la de la otra mujer, sino para tocar un mechón de su cabello largo y oscuro, era suave y muy diferente al suyo, le pareció extraño pero bello-, podría decirse que somos hermanas, ¿no lo crees? No nos conocemos, pero sí que nos parecemos, tu aura me lo dice: la magia nos hermana. Las estrellas me han guiado hacia ti esta noche.
Tal vez debería explicarse, pero no tenía manera de hacerlo. Las cosas que simplemente se sentían no tenían explicación alguna, si de hecho ambas estaban habitando en la misma energía se entenderían sin necesidad de palabras que obstaculizasen los sentidos intentando en vano explicarlos.
-¿Qué es lo que estabas haciendo aquí? ¿En qué podría yo ayudarte? Las estrellas me han traído a ti –le volvió a decir para que a la otra hechicera no le quedasen dudas al respecto-, pero no sé el propósito. Tal vez nos quieren juntas para algo –la miró con seriedad, era una mirada casi solemne.
Detrás de ambas la tormenta recrudecía, los rayos caían sobre la laguna haciendo gala de su autoridad, de su magnética belleza. Las gotas pesadas creaban una melodía que la arena acallaba e Ilanka lo lamentaba, ese sonido siempre había sido su favorito.
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Midsummer | Privado
La falta de dominio sobre sus propias habilidades, sumado a la desconfianza natural, ponían a Isabella a la defensiva. Por un momento se sintió en peligro, pero la sensación fue extinguiéndose a medida que la extraña le hablaba. Mantuvo el gesto serio, adusto, poco amistoso, más por costumbre que por mero convencimiento. Admiró la tranquilidad con la que se movía la hechicera, tan dueña de sí, tan desenvuelta. La inglesa, por más que se esmerase, no conseguiría jamás verse tan espléndida y etérea como aquella dama. Isabella era demasiado terrenal y estaba en extremo aferrada a sus heridas, mantenía los pies firmes sobre el suelo y le costaba creer que ella tuviese aquellos poderes tan especiales, así como que hubiese otros que también los poseían.
Al igual que la desconocida, Isabella había sido una niña rebelde. Y de tanto que lo fue, los peores castigo cayeron sobre ella. Pero no admitía una posición pasiva ante los abusos que su padre cometía contra su madre, y no se arrepentía de haberle hecho frente. Ni un paso atrás, se repetía todos los días; y estaba decidida a continuar con su vida. no podrían descubrirla nunca, no había testigos del hecho, y el caso del terrible homicidio de su padre no tardaría en caer en el olvido. Así debía ser. Ojala, esas estrellas que le hablaban a la extraña, dijesen lo mismo que Isabella sentía.
—No me asusta. De hecho, todo a lo que le temía ya no existe —era una mujer libre. —Sólo que… No tengo manejo de mis poderes, lo poco que hago con ellos es porque adquirí bibliografía prohibida —se encogió de hombros y se dio cuenta cómo las barreras que se había impuesto, desaparecían una a una. —Aunque no debería estar confesándote esto —bromeó, aunque en su rostro no apareció ninguna sonrisa, ningún gesto cómplice.
—Soy Isabella —se presentó, y no le molestó que Ilanka tomase un mechón de su cabello. Ella se había visto tentada de juguetear con alguno de sus rizos dorados, pero era demasiado rígida para atreverse a ello. No quiso decirle que para ella aquel delirio de que la magia las hermanaba le parecía eso, un delirio. Pero, de manera poco usual, se sentía unida a la joven. No tanto como un lazo fraterno, conocía de qué se trataba eso y la rubia le inspiraba cualquier cosa menos las emociones que sí despertaban sus hermanas. Aunque no iba a negar lo que parecía algo predestinado.
—Estaba encontrándome conmigo —contestó, con sinceridad. —No hace mucho descubrí que no soy una simple humana y, por seguridad, preferí no compartirlo con nadie. Suelo venir aquí a realizar ritos que encuentro escritos en algún lugar, pero cada día les encuentro menos sentido —y eso era porque no sabía, a ciencia cierta, de lo que era capaz de hacer.
De haber manejado sus habilidades desde pequeña, la historia de su vida hubiese sido otra. De niña, veía cosas que el común de los mortales no. Sus hermanas la tomaban por loca y con su madre no se atrevía a hablar. A medida que fue creciendo, las imágenes comenzaron a desaparecer y eso le dio tranquilidad. Sin embargo, luego de asesinar al patriarca de los MacFarlane, todas aquellas capacidades, parecían haber estallado y clamaban por salir.
Al igual que la desconocida, Isabella había sido una niña rebelde. Y de tanto que lo fue, los peores castigo cayeron sobre ella. Pero no admitía una posición pasiva ante los abusos que su padre cometía contra su madre, y no se arrepentía de haberle hecho frente. Ni un paso atrás, se repetía todos los días; y estaba decidida a continuar con su vida. no podrían descubrirla nunca, no había testigos del hecho, y el caso del terrible homicidio de su padre no tardaría en caer en el olvido. Así debía ser. Ojala, esas estrellas que le hablaban a la extraña, dijesen lo mismo que Isabella sentía.
—No me asusta. De hecho, todo a lo que le temía ya no existe —era una mujer libre. —Sólo que… No tengo manejo de mis poderes, lo poco que hago con ellos es porque adquirí bibliografía prohibida —se encogió de hombros y se dio cuenta cómo las barreras que se había impuesto, desaparecían una a una. —Aunque no debería estar confesándote esto —bromeó, aunque en su rostro no apareció ninguna sonrisa, ningún gesto cómplice.
—Soy Isabella —se presentó, y no le molestó que Ilanka tomase un mechón de su cabello. Ella se había visto tentada de juguetear con alguno de sus rizos dorados, pero era demasiado rígida para atreverse a ello. No quiso decirle que para ella aquel delirio de que la magia las hermanaba le parecía eso, un delirio. Pero, de manera poco usual, se sentía unida a la joven. No tanto como un lazo fraterno, conocía de qué se trataba eso y la rubia le inspiraba cualquier cosa menos las emociones que sí despertaban sus hermanas. Aunque no iba a negar lo que parecía algo predestinado.
—Estaba encontrándome conmigo —contestó, con sinceridad. —No hace mucho descubrí que no soy una simple humana y, por seguridad, preferí no compartirlo con nadie. Suelo venir aquí a realizar ritos que encuentro escritos en algún lugar, pero cada día les encuentro menos sentido —y eso era porque no sabía, a ciencia cierta, de lo que era capaz de hacer.
De haber manejado sus habilidades desde pequeña, la historia de su vida hubiese sido otra. De niña, veía cosas que el común de los mortales no. Sus hermanas la tomaban por loca y con su madre no se atrevía a hablar. A medida que fue creciendo, las imágenes comenzaron a desaparecer y eso le dio tranquilidad. Sin embargo, luego de asesinar al patriarca de los MacFarlane, todas aquellas capacidades, parecían haber estallado y clamaban por salir.
Isabella MacFarlane- Hechicero Clase Alta
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