Tarde en la plaza - Privado - Flashback

por **Amalia De Leon** Mar Dic 12, 2017 5:08 am

Habían pasado apenas un par de semanas desde que Emilia, llegara a esta ciudad, y que a pesar de tener sus bellezas y novedades, no se podían comparar con aquella tierra que dejó atrás, - Pero cómo podía quedarme en ese lugar – se dijo, cuando cada calle, cada amanecer, sus campos, su alcázar, su Iglesia, traían a su corazón un fragmento de ese hombre que había sido tan importante en su vida.

Caminó sin ver, tratando de que las horas pasaran antes de tener que llegar a su humilde casa, - ¿que encontraré al llegar? – Susurró – soledad y recuerdos, en cada objeto que tome entre mis manos – concluyo. Comería algo, y se acostaría en su cama, estiraría su brazo buscando con sus manos el cuerpo de su amado y solo encontraría el vacío de sus preguntas sin respuestas.

Pero aun recordaba con que ilusión había llegado a París, alguien le había asegurado que a su “amigo” lo habían visto en algún lugar de aquella gran ciudad. Sonrió al recordar cómo había reído y saltado por la habitación sin importarle que el hombre que sería su arrendador, la viera como una loca, no le interesaba que tuviera los postigos azotados por el viento y la lluvia, o los maderos del piso no tuvieran un buen aspecto y necesitaran una pronta atención. Nada le llamó la curiosidad más que aquel hermoso y pequeño hogar, en ese momento había tenido una reminiscencia, de su propio pasado, su mentor acogiéndola en su pecho, mientras ella se quedaba dormida, escuchando la bella música del latido de su corazón, - vamos, no te duermas y escucha bien lo que intento enseñarte, no estaré siempre para repetírtelo - sonó en sus oídos, la voz grave y armoniosa que tanto había amado. Recordar aquello la había puesto taciturna y melancólica, pues ella era una joven que siempre intentaba ver el futuro como una posibilidad de ser feliz, pero en esos momentos, sola, en mitad de una ciudad que se le presentaba fría y dura, todo atisbo de agría, había huido de ella.

Si darse cuenta, llegó a una de las plazas principales, tan hermosa y bien diseñada, que dejaban a las plazas de su ciudad natal, como una simples plazuchas de pueblo. Pero para ella, aunque podía apreciar aquella belleza, no podía negar que se veía tan solitaria como ella. Fue así que decidió sentarse y contemplar a las parejas que paseaban por el lugar. Una lagrima se deslizó por su mejilla, - cuanto desearía encontrarte, mi amado Ichabod - susurró.