AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Run, baby, run {Privado}
Página 1 de 1.
Run, baby, run {Privado}
Despertó de su letargo diurno como lo hacía cada puesta de sol: hambrienta, desorientada y despeinada. Un día normal se hubiera sentado frente a un espejo velado a acomodarse el cabello; debía estar presentable para un posible encuentro con su creador. Sí, eso era lo que Gyda hubiera hecho cualquier noche antes del encuentro con aquel diablo que le arrebató lo único por lo que había vivido tanto. En cuanto se dio cuenta de ese hecho, de que Jaska ya no existía, su desorientación dejó espacio primero a la confusión, y después a la ira. En realidad, era una opción que ya se le había pasado antes por la cabeza, pero le resultó tan dolorosa que la trató como una locura imposible y la desechó casi antes de pensarla.
Se acercó hasta el tocador y se acomodó en el banco mullido, tapizado con un suave terciopelo azul que ya estaba algo desgastado allí donde sus múltiples dueños se habían sentado. Se miró en el espejo —en el trozo que aún era capaz de reflejar la luz— y vio a la Gyda de ahora, a la desamparada, a la perdida. A la muerta. Masajeó el cabello con los dedos, intentando, en vano, ahuecarlo y darle algo de gracia. Ante el escaso éxito en su ritual de belleza, se encogió de hombros y se levantó. Vagó por la casa en busca de algún pobre desgraciado que se atreviera a cruzarse en su camino, pero toda su servidumbre era demasiado avispada como para deambular a esas horas por los pasillos. Eso, o ya estaba muerta, como pudo apreciar la vampira al sentir el hedor de un cuerpo en descomposición que salía desde el salón. Caminó hasta situarse junto al cadáver y se agachó con desgana para tocarlo; la piel estaba helada, y cuando intentó moverlo se dio cuenta de que el cuerpo estaba rígido. Llevaba demasiado tiempo muerto como para poder aprovechar algo de él, aunque, por el aspecto pálido de la piel, Gyda supo que no quedaba ni una sola gota de sangre en aquellas venas. Lo que no recordaba era cuándo lo había matado. ¿Habría sido antes del amanecer o la noche del día anterior? Los recuerdos de los últimos días estaban confusos en su mente y ella no hacía nada por ponerlos en orden. Qué más daba, si Jaska estaba muerto.
Viendo que no había nadie de quien aprovecharse para saciar esa sed que le quemaba la garganta, salió de su mansión en busca de la primera víctima. Aunque a los de su especie los denominaran bestias de la noche, Gyda nunca había sido tan cruenta y sanguinaria como otros. Puede que al principio del todo sí lo fuera, antes de que aprendiera a controlarse, pero hacía muchos años que dejó ese camino para adoptar el de la sensatez —dentro de los límites que el vampirismo permitía, claro estaba— y el de no abandonar cuerpos por doquier. Ahora, sin embargo, se sentía desatada, desinhibida y con unas ganas absurdas de matar.
El primero no duró demasiado: fue un borracho que casi agradeció que Gyda bebiera hasta la última gota de su cuerpo. No obstante, el nivel ingente de alcohol que llevaba encima le dejó un mal sabor de boca a la vampira, con lo que decidió buscar otro malaventurado que le sirviera de postre. Esta vez le tocó el turno a una mujer, algo que habría parecido imposible hacía un tiempo, pero no ahora. Se acercó a ella llevando la pechera del vestido llena de chorretones de sangre fresca, y su barbilla relucía de un tono carmesí a la luz de las farolas. La nueva víctima ni siquiera tuvo tiempo de gritar, sino que emitió un sonido, como el trinar de un pajarillo, y enseguida sucumbió a los deseos de Gyda.
Dejó caer el cuerpo se cualquier manera y se limpió la boca con el dorso de la mano, esparciendo la sangre por la piel del rostro. Pasó la otra mano en sentido contrario, intentando eliminar los restos de alimento, pero paró el movimiento a medio camino. Unos pasos lentos a su espalda la obligaron a girarse, y cuál fue su sorpresa cuando vio la punta astillada de una saeta apuntándola. El hombre que la amenzaba portaba una ballesta lustrosa y aparentemente sin estrenar, a pesar de que el sujeto ya peinaba canas. El pulso firme que demostró le hizo suponer a la vampira que ya tenía experiencia en situaciones semejantes, así que, definitivamente, ese arma debía estar reemplazando a otra más antigua que probablemente perdió no demasiado tiempo atrás.
Gyda sonrió de manera siniestra. ¿Habría llegado ya su hora? ¿Sería ese su fatídico final? Si así era, ella lo aceptaría con los brazos abiertos. De hecho, ya había comenzado a separar las manos para recibir la muerte en un abrazo cuando una sombra saltó sobre el cazador, derribándolo y lanzando la ballesta lejos, haciendo que se deshiciera en un millón de añicos. Parecía que, después de todo, Gyda tenía una especie de ángel guardián.
Se acercó hasta el tocador y se acomodó en el banco mullido, tapizado con un suave terciopelo azul que ya estaba algo desgastado allí donde sus múltiples dueños se habían sentado. Se miró en el espejo —en el trozo que aún era capaz de reflejar la luz— y vio a la Gyda de ahora, a la desamparada, a la perdida. A la muerta. Masajeó el cabello con los dedos, intentando, en vano, ahuecarlo y darle algo de gracia. Ante el escaso éxito en su ritual de belleza, se encogió de hombros y se levantó. Vagó por la casa en busca de algún pobre desgraciado que se atreviera a cruzarse en su camino, pero toda su servidumbre era demasiado avispada como para deambular a esas horas por los pasillos. Eso, o ya estaba muerta, como pudo apreciar la vampira al sentir el hedor de un cuerpo en descomposición que salía desde el salón. Caminó hasta situarse junto al cadáver y se agachó con desgana para tocarlo; la piel estaba helada, y cuando intentó moverlo se dio cuenta de que el cuerpo estaba rígido. Llevaba demasiado tiempo muerto como para poder aprovechar algo de él, aunque, por el aspecto pálido de la piel, Gyda supo que no quedaba ni una sola gota de sangre en aquellas venas. Lo que no recordaba era cuándo lo había matado. ¿Habría sido antes del amanecer o la noche del día anterior? Los recuerdos de los últimos días estaban confusos en su mente y ella no hacía nada por ponerlos en orden. Qué más daba, si Jaska estaba muerto.
Viendo que no había nadie de quien aprovecharse para saciar esa sed que le quemaba la garganta, salió de su mansión en busca de la primera víctima. Aunque a los de su especie los denominaran bestias de la noche, Gyda nunca había sido tan cruenta y sanguinaria como otros. Puede que al principio del todo sí lo fuera, antes de que aprendiera a controlarse, pero hacía muchos años que dejó ese camino para adoptar el de la sensatez —dentro de los límites que el vampirismo permitía, claro estaba— y el de no abandonar cuerpos por doquier. Ahora, sin embargo, se sentía desatada, desinhibida y con unas ganas absurdas de matar.
El primero no duró demasiado: fue un borracho que casi agradeció que Gyda bebiera hasta la última gota de su cuerpo. No obstante, el nivel ingente de alcohol que llevaba encima le dejó un mal sabor de boca a la vampira, con lo que decidió buscar otro malaventurado que le sirviera de postre. Esta vez le tocó el turno a una mujer, algo que habría parecido imposible hacía un tiempo, pero no ahora. Se acercó a ella llevando la pechera del vestido llena de chorretones de sangre fresca, y su barbilla relucía de un tono carmesí a la luz de las farolas. La nueva víctima ni siquiera tuvo tiempo de gritar, sino que emitió un sonido, como el trinar de un pajarillo, y enseguida sucumbió a los deseos de Gyda.
Dejó caer el cuerpo se cualquier manera y se limpió la boca con el dorso de la mano, esparciendo la sangre por la piel del rostro. Pasó la otra mano en sentido contrario, intentando eliminar los restos de alimento, pero paró el movimiento a medio camino. Unos pasos lentos a su espalda la obligaron a girarse, y cuál fue su sorpresa cuando vio la punta astillada de una saeta apuntándola. El hombre que la amenzaba portaba una ballesta lustrosa y aparentemente sin estrenar, a pesar de que el sujeto ya peinaba canas. El pulso firme que demostró le hizo suponer a la vampira que ya tenía experiencia en situaciones semejantes, así que, definitivamente, ese arma debía estar reemplazando a otra más antigua que probablemente perdió no demasiado tiempo atrás.
Gyda sonrió de manera siniestra. ¿Habría llegado ya su hora? ¿Sería ese su fatídico final? Si así era, ella lo aceptaría con los brazos abiertos. De hecho, ya había comenzado a separar las manos para recibir la muerte en un abrazo cuando una sombra saltó sobre el cazador, derribándolo y lanzando la ballesta lejos, haciendo que se deshiciera en un millón de añicos. Parecía que, después de todo, Gyda tenía una especie de ángel guardián.
Gyda- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 18/11/2015
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Run, baby, run {Privado}
Todo había cambiado. Qué estupidez, todo cambiaba cada día, nada seguía igual y la historia nunca se repetía porque las circunstancias nunca eran las mismas, ¡hasta un colegial lo sabría! O lo sabría si el susodicho colegial se aproximaba siquiera al nivel intelectual del vampiro, quien podía estar loco como una maldita cabra, pero seguía manteniendo una inteligencia fuera de lo común, y no porque él lo decía sino porque las circunstancias se lo habían terminado por demostrar hasta a los más escépticos. Y... ¿por dónde iba? Ah, porque todo había cambiado, pero él perdiendo el hilo de sus pensamientos seguía siendo una constante desde que las cosas habían dejado de seguir el último rumbo más habitual, todo había que decirlo.
Mejor empecemos por el principio, para evitar posibles confusiones. Ciro no sabía si pensar en la versión resumida o en la alargada, ya que ambas tenían sus pros y sus contras, así que optó por la primera para poder centrarse mejor en lo que estaba haciendo: alimentarse. Bien, pues lo que había cambiado era que él se había vengado de Fausto, ¡por fin!, y que su otrora némesis se había convertido en su aprendiz de, básicamente, lo que a Ciro le viniera en gana enseñarle en cada momento. No le había puesto ninguna directriz para seguir, como si Ciro hubiera estado siquiera dispuesto a planteárselo, así que el resultado era que el espartano haría lo que le viniera en gana con su enemigo, como tenía que haber sido desde el principio.
Y aun así, se planteó el inmortal mientras hincaba los colmillos con más fuerza aún en la yugular de su víctima, una mujer joven seducida por su belleza, ¿realmente merecía la pena? El pensamiento le venía de vez en cuando, desde que había conseguido someter al germánico cazador que lo había cazado a él con anterioridad; cada una de esas veces, igual que hizo en el instante concreto que nos atañe, apartó la idea, pero siempre le dejaba un sabor agrio en la boca, casi literalmente. Desde luego, ni siquiera las escasas gotas que le quedaban a la muchacha por ofrecerle eran capaces de borrar el mal recuerdo de sus propios pensamientos, así que se apartó y la dejó morir sin sus colmillos clavados hasta lo más hondo.
Él no tenía ni idea, porque por fin había asimilado que no era omnisciente (la mayor parte del tiempo), que una vampiresa se encontraba en una situación semejante a él, con tantos paralelos posibles entre ellos que no era ninguna coincidencia. A veces el destino era así de cruel, jugando con ellos y poniéndolos en situaciones en las que no querían estar; desde luego, Ciro no había tenido la menor intención, al matar a Jaska, de enlazarse con Gyda, otra de las creaciones de su antiguo creador, pero así eran las cosas. Y ¿por qué pensaba, así de la nada, en Gyda? Segunda coincidencia de la noche, pero no sería la única, para desgracia de los dos implicados.
Ciro se apartó del cadáver y, por una vez en mucho tiempo, se preocupó por deshacerse de él de alguna forma efectiva. Como la muchacha era dueña de una granja, el espartano decidió dársela de comer a los cerdos, pues le parecía un círculo muy cerrados que los cerdos que se habían comido a una muchacha fueran a ser comidos por el hombre que se habría casado con ella y, metafóricamente, también se la habría comido. No se quedó, sin embargo, a ver cómo los puercos terminaban el trabajo, sino que volvió a la civilización como si nada hubiera sucedido, ya que no había rastros de su sucia ocupación anterior en su ropa: ni barro en sus botas, ni sangre en sus ropas. Nada, limpio como una patena, regio y atractivo, tan agradable de ver que...
Se detuvo en sus propios pensamientos de loa personal al escuchar un ruido, indiscutible, de una ballesta. No se había dado cuenta del todo de por dónde iba porque tenía cosas mejores en las que centrar su atención, pero al oír el ruido se le disparó el sexto sentido de depredador que no quería ser cazado por estúpidos e inmundos humanos y se lanzó, sin pensar. Y lo de lanzarse no fue figurado, no: en cuanto se encaminó hacia el lugar de donde provenía el ruido perdió casi todo el dominio de sí mismo y saltó sobre el tipo, de modo que apartó la ballesta, lo sujetó con su propio cuerpo y, al alzar la vista, vio a su potencial víctima. Bueno, que le aspen...
– Qué desastre. – comentó, y podía referirse a muchas cosas: la ballesta destrozada, el cazador resistiéndose bajo él y amenazando con gritar, las pintas de Gyda... Sin embargo, el hecho de que mirara a los ojos a la vampiresa, incluso cuando le partió el cuello al cazador, dejó claro a lo que se refería, como debería haberlo estado desde antes de eso para cualquiera que se enorgulleciera de conocerlo un poco. Tal vez todo había cambiado, pero él no lo había hecho hasta el punto de ser irreconocible, lo cual era un consuelo. – De nada. Aunque no me lo vas a agradecer, como tantas otras cosas, y... – se detuvo y apartó la mirada de ella, bajándola al suelo para escuchar mejor. Sólo la alzó cuando volvió a hablar. – No estamos solos. Éste era la avanzadilla, ahora vienen más. ¿Vas a cooperar o te tengo que arrastrar? – preguntó. Y por supuesto que lo haría, de ser necesario...
Mejor empecemos por el principio, para evitar posibles confusiones. Ciro no sabía si pensar en la versión resumida o en la alargada, ya que ambas tenían sus pros y sus contras, así que optó por la primera para poder centrarse mejor en lo que estaba haciendo: alimentarse. Bien, pues lo que había cambiado era que él se había vengado de Fausto, ¡por fin!, y que su otrora némesis se había convertido en su aprendiz de, básicamente, lo que a Ciro le viniera en gana enseñarle en cada momento. No le había puesto ninguna directriz para seguir, como si Ciro hubiera estado siquiera dispuesto a planteárselo, así que el resultado era que el espartano haría lo que le viniera en gana con su enemigo, como tenía que haber sido desde el principio.
Y aun así, se planteó el inmortal mientras hincaba los colmillos con más fuerza aún en la yugular de su víctima, una mujer joven seducida por su belleza, ¿realmente merecía la pena? El pensamiento le venía de vez en cuando, desde que había conseguido someter al germánico cazador que lo había cazado a él con anterioridad; cada una de esas veces, igual que hizo en el instante concreto que nos atañe, apartó la idea, pero siempre le dejaba un sabor agrio en la boca, casi literalmente. Desde luego, ni siquiera las escasas gotas que le quedaban a la muchacha por ofrecerle eran capaces de borrar el mal recuerdo de sus propios pensamientos, así que se apartó y la dejó morir sin sus colmillos clavados hasta lo más hondo.
Él no tenía ni idea, porque por fin había asimilado que no era omnisciente (la mayor parte del tiempo), que una vampiresa se encontraba en una situación semejante a él, con tantos paralelos posibles entre ellos que no era ninguna coincidencia. A veces el destino era así de cruel, jugando con ellos y poniéndolos en situaciones en las que no querían estar; desde luego, Ciro no había tenido la menor intención, al matar a Jaska, de enlazarse con Gyda, otra de las creaciones de su antiguo creador, pero así eran las cosas. Y ¿por qué pensaba, así de la nada, en Gyda? Segunda coincidencia de la noche, pero no sería la única, para desgracia de los dos implicados.
Ciro se apartó del cadáver y, por una vez en mucho tiempo, se preocupó por deshacerse de él de alguna forma efectiva. Como la muchacha era dueña de una granja, el espartano decidió dársela de comer a los cerdos, pues le parecía un círculo muy cerrados que los cerdos que se habían comido a una muchacha fueran a ser comidos por el hombre que se habría casado con ella y, metafóricamente, también se la habría comido. No se quedó, sin embargo, a ver cómo los puercos terminaban el trabajo, sino que volvió a la civilización como si nada hubiera sucedido, ya que no había rastros de su sucia ocupación anterior en su ropa: ni barro en sus botas, ni sangre en sus ropas. Nada, limpio como una patena, regio y atractivo, tan agradable de ver que...
Se detuvo en sus propios pensamientos de loa personal al escuchar un ruido, indiscutible, de una ballesta. No se había dado cuenta del todo de por dónde iba porque tenía cosas mejores en las que centrar su atención, pero al oír el ruido se le disparó el sexto sentido de depredador que no quería ser cazado por estúpidos e inmundos humanos y se lanzó, sin pensar. Y lo de lanzarse no fue figurado, no: en cuanto se encaminó hacia el lugar de donde provenía el ruido perdió casi todo el dominio de sí mismo y saltó sobre el tipo, de modo que apartó la ballesta, lo sujetó con su propio cuerpo y, al alzar la vista, vio a su potencial víctima. Bueno, que le aspen...
– Qué desastre. – comentó, y podía referirse a muchas cosas: la ballesta destrozada, el cazador resistiéndose bajo él y amenazando con gritar, las pintas de Gyda... Sin embargo, el hecho de que mirara a los ojos a la vampiresa, incluso cuando le partió el cuello al cazador, dejó claro a lo que se refería, como debería haberlo estado desde antes de eso para cualquiera que se enorgulleciera de conocerlo un poco. Tal vez todo había cambiado, pero él no lo había hecho hasta el punto de ser irreconocible, lo cual era un consuelo. – De nada. Aunque no me lo vas a agradecer, como tantas otras cosas, y... – se detuvo y apartó la mirada de ella, bajándola al suelo para escuchar mejor. Sólo la alzó cuando volvió a hablar. – No estamos solos. Éste era la avanzadilla, ahora vienen más. ¿Vas a cooperar o te tengo que arrastrar? – preguntó. Y por supuesto que lo haría, de ser necesario...
Invitado- Invitado
Re: Run, baby, run {Privado}
Debía estar soñando, o la mujer que se acababa de comer tenía alguna especie de sustancia alucinógena en la sangre que ahora le estaba pasando factura a ella. La sombra que se había abalanzado sobre el cazador que a punto había estado de dispararla no era otro que su creador. ¡Pero si se suponía que estaba muerto! Gyda lo miró con curiosidad, y él hizo lo propio desde el suelo mientras, debajo, el humano se removía para intentar librarse de su agarre. No duró mucho el enfrentamiento, puesto que enseguida se escuchó el crujido de un cuello rompiéndose. Las piernas del cazador dejaron de moverse de inmediato, y la vampira supo que su alma había abandonado el cuerpo cuando el aura de éste desapareció.
Sintió un dolor punzante en la mano y la elevó ligeramente para mirar a qué se debía: una de las astillas de la ballesta se había clavado en ella, y una fina línea de sangre caía entre los nudillos hasta la punta de sus dedos. Frunció el ceño, como si no comprendiese qué ocurría, y se quitó la astilla con desgana. Para cuando volvió a levantar la vista, el vampiro ya se encontraba frente a ella, y Gyda supo de inmediato que ese que la acababa de salvar no era Jaska. Era el maldito Ciro.
—Tienes razón, no te lo voy a agradecer —dijo encogiéndose de hombros—. Pero si no lo hago no es porque no lo merezcas; esta vez has matado al que debías, aunque has desperdiciado una buena bolsa de sangre —comentó, mirando el cuerpo inerte del cazador—. No lo hago porque no me apetece.
Se relamió los labios y degustó los restos de sangre que todavía le quedaban. Después paso las manos por sus brazos, como si estuviera quitado el polvo depositado sobre las mangas, y cuando le escuchó hablar movió los ojos para observarlo de refilón.
—¿Cooperar para qué, exactamente?
Lo miró con un gesto que no dejaba claro si sentía curiosidad o indiferencia. No obstante, esperó la respuesta por parte de él, aunque al vampiro no le hizo falta contestar. Enseguida escuchó los mismos ruidos que habían alterado a Ciro, y miró en la dirección de donde provenían aguzando la vista; aún no se veía movimiento, pero el sonido de pasos iban en esa dirección. El aire que los rodeaba también se cebó a causa del olor de los hombres, y Gyda pudo hasta sentir la nube de calor que rodeaba los cuerpos.
—Ya veo —dijo—. Parecen muchos, y se van a enfurecer cuando vean a su compañero ahí tirado. Gran trabajo, Ciro. —Se desperezó como quien se acaba de levantar de un largo sueño y se acercó hacia él—. ¿Estás pensando en huir? ¿O eres de los que se plantan y se enfrentan a todo lo que les venga? Podríamos darnos un gran banquete. —Algo se movió en un callejón no muy lejano: eran las sombras de los primeros cazadores—. O quizá no.
Comenzó a caminar hacia atrás lentamente, alejándose para tener una mejor perspectiva del lugar y, de paso, abandonando la zona que, de seguir ahí, se terminaría convirtiendo en su tumba.
Sintió un dolor punzante en la mano y la elevó ligeramente para mirar a qué se debía: una de las astillas de la ballesta se había clavado en ella, y una fina línea de sangre caía entre los nudillos hasta la punta de sus dedos. Frunció el ceño, como si no comprendiese qué ocurría, y se quitó la astilla con desgana. Para cuando volvió a levantar la vista, el vampiro ya se encontraba frente a ella, y Gyda supo de inmediato que ese que la acababa de salvar no era Jaska. Era el maldito Ciro.
—Tienes razón, no te lo voy a agradecer —dijo encogiéndose de hombros—. Pero si no lo hago no es porque no lo merezcas; esta vez has matado al que debías, aunque has desperdiciado una buena bolsa de sangre —comentó, mirando el cuerpo inerte del cazador—. No lo hago porque no me apetece.
Se relamió los labios y degustó los restos de sangre que todavía le quedaban. Después paso las manos por sus brazos, como si estuviera quitado el polvo depositado sobre las mangas, y cuando le escuchó hablar movió los ojos para observarlo de refilón.
—¿Cooperar para qué, exactamente?
Lo miró con un gesto que no dejaba claro si sentía curiosidad o indiferencia. No obstante, esperó la respuesta por parte de él, aunque al vampiro no le hizo falta contestar. Enseguida escuchó los mismos ruidos que habían alterado a Ciro, y miró en la dirección de donde provenían aguzando la vista; aún no se veía movimiento, pero el sonido de pasos iban en esa dirección. El aire que los rodeaba también se cebó a causa del olor de los hombres, y Gyda pudo hasta sentir la nube de calor que rodeaba los cuerpos.
—Ya veo —dijo—. Parecen muchos, y se van a enfurecer cuando vean a su compañero ahí tirado. Gran trabajo, Ciro. —Se desperezó como quien se acaba de levantar de un largo sueño y se acercó hacia él—. ¿Estás pensando en huir? ¿O eres de los que se plantan y se enfrentan a todo lo que les venga? Podríamos darnos un gran banquete. —Algo se movió en un callejón no muy lejano: eran las sombras de los primeros cazadores—. O quizá no.
Comenzó a caminar hacia atrás lentamente, alejándose para tener una mejor perspectiva del lugar y, de paso, abandonando la zona que, de seguir ahí, se terminaría convirtiendo en su tumba.
Gyda- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 18/11/2015
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Run, baby, run {Privado}
Respiró hondo, aunque no lo necesitara, para ahogar la tentación de arrancarle la cabeza por su osadía y por atreverse a decir esa basura de él, ¡como si Ciro fuera de los que huían! Ni como Pausanias ni como el Ciro cuerdo ni como el vampiro medio demente (a veces más y otras menos, dependiendo de cosas tan aleatorias como su humor) se había caracterizado por largarse sin dar cuartel a los rivales a los que se había enfrentado. ¡Si incluso siendo torturado hasta la saciedad se había concentrado en hacerle la vida imposible, de acuerdo con sus posibilidades, a su captor...! Eso era lo que hacían los dolores de cabeza profesionales como él, ¡estúpida!
Lo único que consiguió con esa respiración fue pasar de tener ganas de arrancarle la cabeza a querer hacer lo propio con su lengua y hacérsela tragar, a ver si con un poco de suerte se le atragantaba y le provocaba algún tipo de dolor que la hiciera ser digna de verlo. Por otro lado, quién los había visto y quién los veía: ¿en qué momento habían cambiado tanto los papeles? Ella, la primera vez, había sido toda una dama, y él una bestia; ahora, sin embargo, estaban al contrario, incluso hasta el punto de que ella estaba enloquecida y él... Bueno, lo de él era complicado, siempre lo había sido y ahora más. Pero ni siquiera así se le escapaba la ironía, y eso hizo que sonriera y la siguiera, abandonadas por el momento sus ansias homicidas.
– Cooperar para que sigas con esa patética existencia tuya, claro. – afirmó, parpadeando despacio, como si estuviera lidiando con una niña o con una persona con intelecto reducido, y en su opinión así era, pero como le pasaba eso mismito con todos los seres con los que se cruzaba, ni siquiera era digno de mencionarse. – ¿O sigues queriendo morirte ahora que Jaska ya no existe? – preguntó. La acritud vino por el contenido de sus palabras, pero por una vez no por su tono de voz, que era más curioso que otra cosa. Tenía que reconocerlo: una vez superado el propio, el drama ajeno le fascinaba, y dado que él había causado el de Gyda sentía que era su obligación moral (como si él supiera de eso...) ver cómo evolucionaba.
– Imagino que no, porque te has puesto así de digna. Así que me voy a tomar la libertad de obligarte a cooperar. – sentenció, y no le dio demasiada elección porque había sido una orden, y él, que había sido diarca y siempre seguiría siendo rey en su podrido corazón, no aceptaba que no se cumpliera su maldita voluntad. Así pues, la cogió del brazo y estiró de ella, arrastrándola hasta un punto cercano pero un poco más elevado donde podrían tener una buena visión de los cazadores que iban a descubrir enseguida a su compañero muerto. La verdad, a él no podía importarle ni siquiera un poco menos que así fuera, pero sabía que habría consecuencias para él y, por añadidura, también para ella, así que debía ocuparse de esa minucia. Ah, maldita cordura transitoria, que lo obligaba a pensar en esas cosas...
– Parecía estar persiguiéndote, así que irán a por ti. Y contigo me van a encontrar a mí y, la verdad, no me apetece morirme. – expuso, claro y simple, encogiéndose de hombros mientras su mirada paseaba por los cazadores reunidos, más que suficientes para que los dos se ocuparan y hasta se pudieran entretener un rato. Así pues, con aire perezoso pero relamiéndose, giró el rostro hacia ella y clavó los ojos azules, tan parecidos al creador que ambos tenían en común, en ella. – ¿Crees ser capaz de ocuparte de esos pocos y patéticos humanos o tengo que salvarte el cuello otra maldita vez? – preguntó.
Lo único que consiguió con esa respiración fue pasar de tener ganas de arrancarle la cabeza a querer hacer lo propio con su lengua y hacérsela tragar, a ver si con un poco de suerte se le atragantaba y le provocaba algún tipo de dolor que la hiciera ser digna de verlo. Por otro lado, quién los había visto y quién los veía: ¿en qué momento habían cambiado tanto los papeles? Ella, la primera vez, había sido toda una dama, y él una bestia; ahora, sin embargo, estaban al contrario, incluso hasta el punto de que ella estaba enloquecida y él... Bueno, lo de él era complicado, siempre lo había sido y ahora más. Pero ni siquiera así se le escapaba la ironía, y eso hizo que sonriera y la siguiera, abandonadas por el momento sus ansias homicidas.
– Cooperar para que sigas con esa patética existencia tuya, claro. – afirmó, parpadeando despacio, como si estuviera lidiando con una niña o con una persona con intelecto reducido, y en su opinión así era, pero como le pasaba eso mismito con todos los seres con los que se cruzaba, ni siquiera era digno de mencionarse. – ¿O sigues queriendo morirte ahora que Jaska ya no existe? – preguntó. La acritud vino por el contenido de sus palabras, pero por una vez no por su tono de voz, que era más curioso que otra cosa. Tenía que reconocerlo: una vez superado el propio, el drama ajeno le fascinaba, y dado que él había causado el de Gyda sentía que era su obligación moral (como si él supiera de eso...) ver cómo evolucionaba.
– Imagino que no, porque te has puesto así de digna. Así que me voy a tomar la libertad de obligarte a cooperar. – sentenció, y no le dio demasiada elección porque había sido una orden, y él, que había sido diarca y siempre seguiría siendo rey en su podrido corazón, no aceptaba que no se cumpliera su maldita voluntad. Así pues, la cogió del brazo y estiró de ella, arrastrándola hasta un punto cercano pero un poco más elevado donde podrían tener una buena visión de los cazadores que iban a descubrir enseguida a su compañero muerto. La verdad, a él no podía importarle ni siquiera un poco menos que así fuera, pero sabía que habría consecuencias para él y, por añadidura, también para ella, así que debía ocuparse de esa minucia. Ah, maldita cordura transitoria, que lo obligaba a pensar en esas cosas...
– Parecía estar persiguiéndote, así que irán a por ti. Y contigo me van a encontrar a mí y, la verdad, no me apetece morirme. – expuso, claro y simple, encogiéndose de hombros mientras su mirada paseaba por los cazadores reunidos, más que suficientes para que los dos se ocuparan y hasta se pudieran entretener un rato. Así pues, con aire perezoso pero relamiéndose, giró el rostro hacia ella y clavó los ojos azules, tan parecidos al creador que ambos tenían en común, en ella. – ¿Crees ser capaz de ocuparte de esos pocos y patéticos humanos o tengo que salvarte el cuello otra maldita vez? – preguntó.
Invitado- Invitado
Re: Run, baby, run {Privado}
Daba igual lo que Gyda opinara sobre el problema que se les venía encima; si Ciro creía que debía cooperar y ella no estaba por la labor, la obligaría a ello, incluso si eso implicaba maniatarla y cargarla al hombro —aunque dudaba de que a él le importara hacer algo así—. Así pues, soportó el tirón del brazo y dejó que la guiara hasta una pequeña elevación desde donde se tenía una mejor perspectiva de todo el panorama.
El hombre yacía muerto en el suelo, y sólo la aguda vista de los sobrenaturales sería capaz de detectar los millares de astillas diminutas esparcidas por el suelo empedrado. En cuanto aparecieron por el callejón, las voces del resto de cazadores dejaron de ser un murmullo lejano para volverse claras como el agua. A pesar de que ya se había alimentado, el latir de los corazones alterados le produjo sed. Se asomó con la intención de ver mejor al grupo de hombres y se dio cuenta de que eran bastantes más de los que había imaginado en un principio. Sería una delicia probarlos a todos y ensañarse con el más delicioso de ellos. A ojos de Gyda, ese era el joven de pelo negro que habían dejado en la retaguardia. Por su aspecto, esa debía ser una de sus primeras cacerías, incluso podía tratarse de la de iniciación. Sangre joven e inocente, como lo fueron ellos dos hacía miles de años.
—¿Qué sería de la vida sin el constante peligro que supone la muerte? —preguntó, y después lo miró— ¿Te has parado alguna vez a pensar en ello? No, claro que no. Y me temo que esos estúpidos de ahí abajo tampoco. —Observó al grupo de nuevo y sonrió—. Son humanos, Ciro, y para colmo, hombres. Si no me pudiera hacer cargo de ellos no seguiría viva. —Suspiró, como si ahora fuera ella la adulta hablando con un niño, y señaló a uno de ellos—. Además, ese de ahí lleva la ballesta sin cargar, el muy imbécil. ¿Es que no sabe salir a cazar? —Elevó las manos, entre frustrada y ofendida—. Ese es fácil, te lo dejaré a ti.
Y sin añadir nada más, dio un saltito y bajó de donde estaban al pavimento del callejón. Fue suave, como una pluma al caer al suelo, con lo que los cazadores no pudieron escuchar el sonido de sus zapatos al chocar contra las piedras. Con esa misma delicadeza se acercó a ellos, caminando entre las sombras, y se paró bajo la tenue luz de un farolillo cuya vela temblaba con violencia. Nadie se percató de su presencia hasta pasados varios segundos, cuando uno de ellos vio su figura por el rabillo del ojo. Fue ese mismo el primero que levantó la ballesta para apuntarla, dando unos pocos pasos en su dirección. Gyda no sabía si reírse o llorar.
—¡Qué bravo! —exclamó—. Baja el arma.
El cazador obedeció —no por placer, obviamente—, para asombro del resto de sus compañeros. La vampira aprovechó la confusión que se había sembrado entre ellos para abalanzarse sobre él. Le dio la vuelta al cuerpo y se pegó a su espalda. Lo mordió sin miramientos, bebiendo un par de tragos de su sangre. Vio el horror de sus compañeros, lo que produjo un placer indescriptible. Se separó del cuello de su víctima y se relamió los labios.
—Disparale a él —dijo, señalando a uno de los cazadores.
El hombre levantó la ballesta con manos temblorosas, y Gyda pudo oler las lágrimas corriendo por su rostro. ¡¿Pero qué se pensaban que era cazar vampiros, una maldita excursión?! Los demás cazadores vieron cómo su compañero obedecía las horribles órdenes de ella, así que, sin darle tiempo a disparar, fueron ellos los que, al unísono, apretaron los gatillos de sus ballestas. Varias saetas de madera cruzaron el aire para clavarse, principalmente, en el cuerpo del cazador —cuya arma, por cierto, se había disparado en algún momento—.
La vampira dejó caer el cuerpo agonizante y arrancó una de las flechas que había impactado en su mano. Quemaba, pero podría haber sido peor. Si no llegaba a tener al martir del suelo frente a ella, toda la madera se habría clavado en su propio cuerpo.
—Enhorabuena —dijo, mirándolos a todos, uno por uno—. Acabáis de descargar todas vuestras armas.
Para cuando se dieron cuenta, Gyda ya se había lanzado sobre ellos. Debía actuar deprisa antes de que sacaran el resto de armas que sabía que tendrían escondidas en algún lugar de sus casacas. Agarró a uno al azar y le desgarró el cuello, cuidándose de que el muchachito imberbe quedara para el final. Ese sería un buen postre.
El hombre yacía muerto en el suelo, y sólo la aguda vista de los sobrenaturales sería capaz de detectar los millares de astillas diminutas esparcidas por el suelo empedrado. En cuanto aparecieron por el callejón, las voces del resto de cazadores dejaron de ser un murmullo lejano para volverse claras como el agua. A pesar de que ya se había alimentado, el latir de los corazones alterados le produjo sed. Se asomó con la intención de ver mejor al grupo de hombres y se dio cuenta de que eran bastantes más de los que había imaginado en un principio. Sería una delicia probarlos a todos y ensañarse con el más delicioso de ellos. A ojos de Gyda, ese era el joven de pelo negro que habían dejado en la retaguardia. Por su aspecto, esa debía ser una de sus primeras cacerías, incluso podía tratarse de la de iniciación. Sangre joven e inocente, como lo fueron ellos dos hacía miles de años.
—¿Qué sería de la vida sin el constante peligro que supone la muerte? —preguntó, y después lo miró— ¿Te has parado alguna vez a pensar en ello? No, claro que no. Y me temo que esos estúpidos de ahí abajo tampoco. —Observó al grupo de nuevo y sonrió—. Son humanos, Ciro, y para colmo, hombres. Si no me pudiera hacer cargo de ellos no seguiría viva. —Suspiró, como si ahora fuera ella la adulta hablando con un niño, y señaló a uno de ellos—. Además, ese de ahí lleva la ballesta sin cargar, el muy imbécil. ¿Es que no sabe salir a cazar? —Elevó las manos, entre frustrada y ofendida—. Ese es fácil, te lo dejaré a ti.
Y sin añadir nada más, dio un saltito y bajó de donde estaban al pavimento del callejón. Fue suave, como una pluma al caer al suelo, con lo que los cazadores no pudieron escuchar el sonido de sus zapatos al chocar contra las piedras. Con esa misma delicadeza se acercó a ellos, caminando entre las sombras, y se paró bajo la tenue luz de un farolillo cuya vela temblaba con violencia. Nadie se percató de su presencia hasta pasados varios segundos, cuando uno de ellos vio su figura por el rabillo del ojo. Fue ese mismo el primero que levantó la ballesta para apuntarla, dando unos pocos pasos en su dirección. Gyda no sabía si reírse o llorar.
—¡Qué bravo! —exclamó—. Baja el arma.
El cazador obedeció —no por placer, obviamente—, para asombro del resto de sus compañeros. La vampira aprovechó la confusión que se había sembrado entre ellos para abalanzarse sobre él. Le dio la vuelta al cuerpo y se pegó a su espalda. Lo mordió sin miramientos, bebiendo un par de tragos de su sangre. Vio el horror de sus compañeros, lo que produjo un placer indescriptible. Se separó del cuello de su víctima y se relamió los labios.
—Disparale a él —dijo, señalando a uno de los cazadores.
El hombre levantó la ballesta con manos temblorosas, y Gyda pudo oler las lágrimas corriendo por su rostro. ¡¿Pero qué se pensaban que era cazar vampiros, una maldita excursión?! Los demás cazadores vieron cómo su compañero obedecía las horribles órdenes de ella, así que, sin darle tiempo a disparar, fueron ellos los que, al unísono, apretaron los gatillos de sus ballestas. Varias saetas de madera cruzaron el aire para clavarse, principalmente, en el cuerpo del cazador —cuya arma, por cierto, se había disparado en algún momento—.
La vampira dejó caer el cuerpo agonizante y arrancó una de las flechas que había impactado en su mano. Quemaba, pero podría haber sido peor. Si no llegaba a tener al martir del suelo frente a ella, toda la madera se habría clavado en su propio cuerpo.
—Enhorabuena —dijo, mirándolos a todos, uno por uno—. Acabáis de descargar todas vuestras armas.
Para cuando se dieron cuenta, Gyda ya se había lanzado sobre ellos. Debía actuar deprisa antes de que sacaran el resto de armas que sabía que tendrían escondidas en algún lugar de sus casacas. Agarró a uno al azar y le desgarró el cuello, cuidándose de que el muchachito imberbe quedara para el final. Ese sería un buen postre.
Gyda- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 18/11/2015
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Run, baby, run {Privado}
Ciro nunca había sido un buen padre, y si no que se lo dijeran a Cassandra y a los hijos de verdad que habían tenido, a alguna de sus antiguas amantes (esas sin nombre propio, entre otras cosas porque no habían llegado a vivir tanto como él y por ende no merecían ser recordadas) y, sobre todo, a sus creaciones... ¡Sí, sus creaciones tendrían muchas historias que contar con respecto a él! Ciro, caprichoso hasta cuando estaba cuerdo y se suponía que pensaba de forma racional, se había caracterizado por convertir a muchos a diestro y siniestro y por no preocuparse de lo que les pasaba después, porque ¿para qué? En su opinión, si eran dignos sobrevivirían; si no, no. ¿Por qué iba él a perder su tiempo con ellos...?
Y, aun así, pese a todos esos documentos casi históricos que relataban hasta qué punto Ciro podía ser un impresentable con sus creaciones, pese a todos los recuerdos que hablaban de que no se preocupaba por nadie aparte de sí mismo, Ciro había decidido tomarse como propia la tarea de que Gyda no muriera. Insólito, absolutamente, pero no del todo inaudito, y desde luego no imposible de acuerdo a la extraña lógica del vampiro protagonista de este y de cualquier otro relato: si ella moría, él se aburriría, y Ciro jamás había soportado el aburrimiento, en absoluto. No tenía la menor intención de salvarla para ayudarla, ni tampoco para que ella lo ayudara a él en su venganza, sino que lo haría por entretenerse con lo que ella hacía y con sus discusiones.
Por supuesto, su decisión fue brillante, y ¿cuándo no lo era? En vez de ignorar las palabras casi hirientes (si seguía intentándolo durante un millón de años más, tal vez fuera posible que consiguiera hacerle daño de verdad al espartano. ¡Buen trabajo!) de la vampiresa, se limitó a seguirla, primero con la mirada y después poniéndose en marcha, aunque no tuvo la menor intención de intervenir. ¿Para qué, si mirar cómo lo hacía ella era muchísimo más divertido que mancharse las manos él? Corría el riesgo de empezar a convertirse en un señorito en vez de en la bestia de siempre, pero el espectáculo de persuasión y de destrucción de un pobre desgraciado que tenía delante fue todo lo entretenido que él necesitaba para el rato que duró.
Eso sí, una vez terminó y ella volvió a estar en problemas, Ciro decidió intervenir, y como su ego (marchito y dañado, sí, pero aún vivito y coleando) no le permitía dejar ver que era menos que ella, decidió imitarla, pero mejorando todo. Así pues, se deslizó hacia donde estaban todos juntos en amor y compañía con un paso tan ligero que tampoco se le escuchó, pero en vez de valerse de la seducción que ella había utilizado para conseguir que se quedaran sin munición en las ballestas, Ciro ejerció de ladronzuelo y les arrancó todas las armas de debajo de los abrigos a los cazadores. Por supuesto, el factor sorpresa sólo funcionó con los primeros, y en los siguientes tuvo que atacarlos con las armas de sus compañeros, pero era mucho mejor así, en su opinión, y era una verdad universal que Ciro valoraba su opinión por encima de la de cualquier otro.
– Vamos, pelirroja amargada, vente, disfruta de sus caras de sufrimiento. – la invitó, con todo el desprecio posible en su voz, y no solamente al pronunciar ese maravilloso calificativo que le había dedicado, sino también en el resto de la frase. Su cara, además, acompañaba: estaba sonriendo como un maniaco al asesinar a todos esos cazadores que podía, pese a que se estaba llevando alguna herida que se sentía como un arañazo, no como algo serio. En cuanto Gyda se unió a él, Ciro le pasó un arma (con el filo hacia él: podía estar loco, pero seguía siendo un guerrero, y esas cosas le salían automáticamente) y así fue como la recibió a su lado, destrozando vidas de esos cazadores hasta que todos estuvieron muertos, en el suelo, y ellos dos no, justo como a él le gustaba encontrar a sus enemigos.
– También nosotros corremos el peligro de la muerte de manos de impresentables como estos, ¿y aun así lo llamas vida? Qué obtusa eres. – criticó, encogiéndose de hombros y, a continuación, poniendo los brazos en jarras, como si se dispusiera a dar una clase magistral. Conociéndolo, a él y a su certeza de que era prácticamente omnisciente, era bien posible que esa fuera su intención real. – He tenido mucho tiempo para pensar en esa clase de tonterías. Hace no demasiado, estuve durante una temporada bastante larga a punto de morir con cada movimiento que hacía. ¿Y sabes qué? La vida sigue sin tener maldito sentido cuando estás cerca de la muerte si ya la has acariciado mil veces. ¿Por qué iba a tenerlo? No hay nadie que nos lo de salvo nosotros mismos. Vaya estupidez, nadie va a venir a salvarte, tienes que salvarte tú misma. – recomendó, más lúcido de lo que ella lo había conocido nunca.
Y, aun así, pese a todos esos documentos casi históricos que relataban hasta qué punto Ciro podía ser un impresentable con sus creaciones, pese a todos los recuerdos que hablaban de que no se preocupaba por nadie aparte de sí mismo, Ciro había decidido tomarse como propia la tarea de que Gyda no muriera. Insólito, absolutamente, pero no del todo inaudito, y desde luego no imposible de acuerdo a la extraña lógica del vampiro protagonista de este y de cualquier otro relato: si ella moría, él se aburriría, y Ciro jamás había soportado el aburrimiento, en absoluto. No tenía la menor intención de salvarla para ayudarla, ni tampoco para que ella lo ayudara a él en su venganza, sino que lo haría por entretenerse con lo que ella hacía y con sus discusiones.
Por supuesto, su decisión fue brillante, y ¿cuándo no lo era? En vez de ignorar las palabras casi hirientes (si seguía intentándolo durante un millón de años más, tal vez fuera posible que consiguiera hacerle daño de verdad al espartano. ¡Buen trabajo!) de la vampiresa, se limitó a seguirla, primero con la mirada y después poniéndose en marcha, aunque no tuvo la menor intención de intervenir. ¿Para qué, si mirar cómo lo hacía ella era muchísimo más divertido que mancharse las manos él? Corría el riesgo de empezar a convertirse en un señorito en vez de en la bestia de siempre, pero el espectáculo de persuasión y de destrucción de un pobre desgraciado que tenía delante fue todo lo entretenido que él necesitaba para el rato que duró.
Eso sí, una vez terminó y ella volvió a estar en problemas, Ciro decidió intervenir, y como su ego (marchito y dañado, sí, pero aún vivito y coleando) no le permitía dejar ver que era menos que ella, decidió imitarla, pero mejorando todo. Así pues, se deslizó hacia donde estaban todos juntos en amor y compañía con un paso tan ligero que tampoco se le escuchó, pero en vez de valerse de la seducción que ella había utilizado para conseguir que se quedaran sin munición en las ballestas, Ciro ejerció de ladronzuelo y les arrancó todas las armas de debajo de los abrigos a los cazadores. Por supuesto, el factor sorpresa sólo funcionó con los primeros, y en los siguientes tuvo que atacarlos con las armas de sus compañeros, pero era mucho mejor así, en su opinión, y era una verdad universal que Ciro valoraba su opinión por encima de la de cualquier otro.
– Vamos, pelirroja amargada, vente, disfruta de sus caras de sufrimiento. – la invitó, con todo el desprecio posible en su voz, y no solamente al pronunciar ese maravilloso calificativo que le había dedicado, sino también en el resto de la frase. Su cara, además, acompañaba: estaba sonriendo como un maniaco al asesinar a todos esos cazadores que podía, pese a que se estaba llevando alguna herida que se sentía como un arañazo, no como algo serio. En cuanto Gyda se unió a él, Ciro le pasó un arma (con el filo hacia él: podía estar loco, pero seguía siendo un guerrero, y esas cosas le salían automáticamente) y así fue como la recibió a su lado, destrozando vidas de esos cazadores hasta que todos estuvieron muertos, en el suelo, y ellos dos no, justo como a él le gustaba encontrar a sus enemigos.
– También nosotros corremos el peligro de la muerte de manos de impresentables como estos, ¿y aun así lo llamas vida? Qué obtusa eres. – criticó, encogiéndose de hombros y, a continuación, poniendo los brazos en jarras, como si se dispusiera a dar una clase magistral. Conociéndolo, a él y a su certeza de que era prácticamente omnisciente, era bien posible que esa fuera su intención real. – He tenido mucho tiempo para pensar en esa clase de tonterías. Hace no demasiado, estuve durante una temporada bastante larga a punto de morir con cada movimiento que hacía. ¿Y sabes qué? La vida sigue sin tener maldito sentido cuando estás cerca de la muerte si ya la has acariciado mil veces. ¿Por qué iba a tenerlo? No hay nadie que nos lo de salvo nosotros mismos. Vaya estupidez, nadie va a venir a salvarte, tienes que salvarte tú misma. – recomendó, más lúcido de lo que ella lo había conocido nunca.
Invitado- Invitado
Re: Run, baby, run {Privado}
El sabor y la calidez de la sangre todavía duraban en su boca, pero los dos tragos que había tomado del cazador antes de que sus compañeros lo taladraran no eran suficientes. La garganta le ardía de la sed, y el olor de la sangre del moribundo a sus pies incrementaba esa necesidad de beber hasta sentir que el corazón de su víctima dejaba de latir. Desatada, Gyda se lanzó a por el hombre que más cerca estaba de su posición y le desgarró el cuello antes de que él pudiera sacar su segunda arma. Se ensañó especialmente con ese cazador, casi sin darse cuenta de que, a su alrededor, había muchos que deseaban darle caza.
La sombra de Ciro pasó a su lado —aunque fue algo que sólo ella percibió, debido a sus sentidos extraordinariamente desarrollados— y Gyda levantó la mirada un segundo que, en realidad, le pareció eterno. En el frenesí de la lucha, sus ojos se habían quedado clavados en el cuerpo del vampiro porque le recordó tanto al creador de ambos que, por un momento, creyó que de verdad estaba peleando junto a él. Lo veneró y lo deseó, sí, al desgraciado de Ciro, el mismo al que hacía unos días había deseado ver muerto. Aunque estaba vestido, la vampira pudo ver los músculos tensionados que tan bien conocía bajo la ropa. Apretó el cuerpo inerte del hombre que tenía entre manos tan fuerte que casi le pudo arrancar un brazo, y después lo soltó, dejándolo caer sin delicadeza alguna, para unirse al vampiro. Aceptó el cuchillo que le tendió y sesgó tan sólo un par de cuellos; tenía toda la atención puesta en su ahora compañero.
Sólo cuando el último de los hombres cayó muerto y ella se giró para acercarse a su creador fue que la ilusión de Gyda se desvaneció como el humo. Sintió una arcada cuando se dio cuenta que había estado observando a Ciro en vez de a Jaska, mezclada con la vergüenza de haber deseado a alguien que le había quitado lo único por lo que seguía viva.
—Llámame obtusa, si quieres —dijo, alisándose el vestido lleno de sangre y acicalándose el cabello, completamente despeinado y sin remedio—, pero no recuerdo haber negado el hecho de que nosotros no corramos peligro de morir. Sólo he puntualizado que los muy imbéciles no venían preparados, nada más.
Se remangó el vestido para poder esquivar un par de cuerpos que la separaban de Ciro y se paró junto a él, pero no demasiado cerca. El asco que él sentía por ella se parecía al que ella sentía por él, acrecentado, ahora, por su pequeña y nefasta confusión en mitad de la pelea, así que sabía bien que mantener las distancias era lo más aconsejable, por el bien de ambos.
—¿Sabes una cosa, Ciro? —lo llamó por su nombre, confirmando que, efectivamente, seguía siendo él y no Jaska—. Creo que, esta vez, voy a darte la razón. Sí señor. —Asintió con firmeza, como si ese discurso hubiera sido la verdad absoluta—. No vayas a pensar que esto va a ser siempre así, tú sueltas tu discurso y yo me lo creo —advirtió—, pero parece que, de vez en cuando, dices cosas con sentido.
Se encogió de hombros y, como si de pronto hubiera recordado algo, miró a su alrededor inspeccionando los cadáveres esparcidos por el suelo con intensidad, buscando algo. O a alguien.
—¿Dónde está el muchacho? —preguntó, levantando la vista hacia él—. Oh… dime que no lo has matado. Lo quería de postre.
Un ruido en su espalda la obligó a girarse. No pudo evitar un gesto de sorpresa cuando vio al chico apuntándole con una ballesta temblorosa. Gyda sonrió con ternura. ¡Qué bravura de niño!
—¿Vas a disparar? —preguntó, fijándose en la punta de la saeta, que no paraba quieta—. Hazlo, vamos.
El joven alzó el arma para colocarlo a la altura de sus ojos. Se escuchó el crujir del gatillo cuando hizo el amago de apretarlo y, aunque bajó los brazos para tomar aire, los volvió a subir casi de inmediato cuando Gyda dio un paso en su dirección y disparó sin apuntar.
La sombra de Ciro pasó a su lado —aunque fue algo que sólo ella percibió, debido a sus sentidos extraordinariamente desarrollados— y Gyda levantó la mirada un segundo que, en realidad, le pareció eterno. En el frenesí de la lucha, sus ojos se habían quedado clavados en el cuerpo del vampiro porque le recordó tanto al creador de ambos que, por un momento, creyó que de verdad estaba peleando junto a él. Lo veneró y lo deseó, sí, al desgraciado de Ciro, el mismo al que hacía unos días había deseado ver muerto. Aunque estaba vestido, la vampira pudo ver los músculos tensionados que tan bien conocía bajo la ropa. Apretó el cuerpo inerte del hombre que tenía entre manos tan fuerte que casi le pudo arrancar un brazo, y después lo soltó, dejándolo caer sin delicadeza alguna, para unirse al vampiro. Aceptó el cuchillo que le tendió y sesgó tan sólo un par de cuellos; tenía toda la atención puesta en su ahora compañero.
Sólo cuando el último de los hombres cayó muerto y ella se giró para acercarse a su creador fue que la ilusión de Gyda se desvaneció como el humo. Sintió una arcada cuando se dio cuenta que había estado observando a Ciro en vez de a Jaska, mezclada con la vergüenza de haber deseado a alguien que le había quitado lo único por lo que seguía viva.
—Llámame obtusa, si quieres —dijo, alisándose el vestido lleno de sangre y acicalándose el cabello, completamente despeinado y sin remedio—, pero no recuerdo haber negado el hecho de que nosotros no corramos peligro de morir. Sólo he puntualizado que los muy imbéciles no venían preparados, nada más.
Se remangó el vestido para poder esquivar un par de cuerpos que la separaban de Ciro y se paró junto a él, pero no demasiado cerca. El asco que él sentía por ella se parecía al que ella sentía por él, acrecentado, ahora, por su pequeña y nefasta confusión en mitad de la pelea, así que sabía bien que mantener las distancias era lo más aconsejable, por el bien de ambos.
—¿Sabes una cosa, Ciro? —lo llamó por su nombre, confirmando que, efectivamente, seguía siendo él y no Jaska—. Creo que, esta vez, voy a darte la razón. Sí señor. —Asintió con firmeza, como si ese discurso hubiera sido la verdad absoluta—. No vayas a pensar que esto va a ser siempre así, tú sueltas tu discurso y yo me lo creo —advirtió—, pero parece que, de vez en cuando, dices cosas con sentido.
Se encogió de hombros y, como si de pronto hubiera recordado algo, miró a su alrededor inspeccionando los cadáveres esparcidos por el suelo con intensidad, buscando algo. O a alguien.
—¿Dónde está el muchacho? —preguntó, levantando la vista hacia él—. Oh… dime que no lo has matado. Lo quería de postre.
Un ruido en su espalda la obligó a girarse. No pudo evitar un gesto de sorpresa cuando vio al chico apuntándole con una ballesta temblorosa. Gyda sonrió con ternura. ¡Qué bravura de niño!
—¿Vas a disparar? —preguntó, fijándose en la punta de la saeta, que no paraba quieta—. Hazlo, vamos.
El joven alzó el arma para colocarlo a la altura de sus ojos. Se escuchó el crujir del gatillo cuando hizo el amago de apretarlo y, aunque bajó los brazos para tomar aire, los volvió a subir casi de inmediato cuando Gyda dio un paso en su dirección y disparó sin apuntar.
Gyda- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 18/11/2015
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Run, baby, run {Privado}
Cualquiera se habría sentido agotado después de un discurso como el que acababa de lanzar Ciro, pues no en vano había sido semejante a sentar cátedra, pero ¿a estas alturas es necesario recordar que Ciro no era cualquiera...? De acuerdo, se hará: ¡Ciro no era cualquiera! ¡Él no se cansaba con menudencias! Ni él ni cualquier ególatra de su talla, que aunque no los hubiera exactamente iguales sí que había, seguro, tipos que se le asemejaban porque trataban de imitar su gloria eterna, que había durado siglos y siglos sin destruirse pese a que hubiera estado a punto un par de veces. En todo caso, Ciro se sentía lleno y satisfecho, pero eso podía deberse a la sangre... Sí, definitivamente eso era cosa de la sangre.
A veces, no necesitaba ni consumirla, sólo derramarla, para encontrarse en paz, un estado tan impropio de un guerrero que era normal que sólo mediante las técnicas de éstos pudiera alcanzar ese estado. ¿Tenía sentido? Para él sí. Desde que era humano, había sido entrenado para la guerra y para la destrucción; daba igual cuánto cambiara el mundo a su alrededor, y no dejaba de hacerlo, porque si se pinchaba a un humano, éste sangraba igual si estaba en la batalla de Platea o si estaba en la ciudad de París, como ellos dos entonces. Así pues, sí, Ciro encontraba familiaridad en asesinar, y eso le hacía sentirse muchísimo mejor que antes, pero con lo voluble que él era, tampoco se podía esperar que ese estado fuera a durar...
Y mucho menos cuando Gyda se encontraba al lado. Fue toda una sorpresa que ella tuviera la cabeza suficiente para aceptar sin quejas la generosísima aportación de Ciro en forma de conocimiento (¡de nada!, estuvo tentado de gritarle, pero en vez de hacerlo se limitó a sonreír ampliamente, como el loco que era la mayor parte del tiempo), hasta el punto de que él alzó una ceja y la contempló sin intervenir ni responder. El silencio no le costó demasiado porque Ciro siempre se había asemejado, por perfección ideal, a una estatua clásica (y por comportamiento a una helenística, intensas como él podía serlo), y la inmovilidad también le era sencilla; además, quería ver qué pasaba con ella y el crío aquel.
Le resultaba fascinante el comportamiento de un animal, como él mismo lo era, pero sin tratarse de él. Era como si alguien estuviera representando su papel en una obra de teatro, y aunque él era el director más exigente de todos y desde luego no habría elegido a la pelirroja para que hiciera de Ciro (le faltaba presencia, determinó, y sobre todo inestabilidad, pero desde luego se merecía una mención de honor por el esfuerzo. ¡Sigue así!), seguía sintiéndose como si ella estuviera imitándolo. Dado que Ciro estaba convencido de que la imitación era la forma más sincera de admiración, no llevaba demasiado mal el comportamiento de Gyda, y observó con atención... hasta que se aburrió.
Sí, el espartano se aburrió, y lo hizo en el momento en que el crío disparaba la ballesta que llevaba en las manos, sin apuntar. Menos mal que los reflejos del inmortal estaban mejor que antes de su violenta caída en picado hacia la locura, porque entonces no habría podido atrapar la flecha antes de que le impactara en la cara a él, ¡a él! ¡Y no a Gyda! Esa ofensa no se la iba a perdonar jamás, estúpido cazador, ¡jamás! Y, por eso, aunque la plata le estaba quemando la palma de la mano porque estaba sosteniéndola con toda la firmeza posible, le dio igual todo y la utilizó, aprovechándose de la sorpresa del joven, para estrellársela en el corazón.
– Ahora entiendes lo que se siente, ¿eh? Sí. Bueno, no, aún no. – determinó Ciro, nada en sus cabales a la vez que cuerdo por completo. Intentando no mover la flecha para que siguiera vivo el crío durante un poco más, buscó unos fósforos que llevaba entre las ropas (chinos: los mejores) y, tras encender uno, se lo puso en la herida para que sintiera la quemazón al mismo tiempo que el dolor de la flecha horadando su piel y su corazón. No duró mucho vivo por desgracia, y él tuvo que aguantar un suspiro decepcionado. – Estúpidos mortales... ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que tengo razón. Vamos, dímelo otra vez, es muy satisfactorio cuando te tragas tu orgullo. – ronroneó, satisfecho y malicioso.
A veces, no necesitaba ni consumirla, sólo derramarla, para encontrarse en paz, un estado tan impropio de un guerrero que era normal que sólo mediante las técnicas de éstos pudiera alcanzar ese estado. ¿Tenía sentido? Para él sí. Desde que era humano, había sido entrenado para la guerra y para la destrucción; daba igual cuánto cambiara el mundo a su alrededor, y no dejaba de hacerlo, porque si se pinchaba a un humano, éste sangraba igual si estaba en la batalla de Platea o si estaba en la ciudad de París, como ellos dos entonces. Así pues, sí, Ciro encontraba familiaridad en asesinar, y eso le hacía sentirse muchísimo mejor que antes, pero con lo voluble que él era, tampoco se podía esperar que ese estado fuera a durar...
Y mucho menos cuando Gyda se encontraba al lado. Fue toda una sorpresa que ella tuviera la cabeza suficiente para aceptar sin quejas la generosísima aportación de Ciro en forma de conocimiento (¡de nada!, estuvo tentado de gritarle, pero en vez de hacerlo se limitó a sonreír ampliamente, como el loco que era la mayor parte del tiempo), hasta el punto de que él alzó una ceja y la contempló sin intervenir ni responder. El silencio no le costó demasiado porque Ciro siempre se había asemejado, por perfección ideal, a una estatua clásica (y por comportamiento a una helenística, intensas como él podía serlo), y la inmovilidad también le era sencilla; además, quería ver qué pasaba con ella y el crío aquel.
Le resultaba fascinante el comportamiento de un animal, como él mismo lo era, pero sin tratarse de él. Era como si alguien estuviera representando su papel en una obra de teatro, y aunque él era el director más exigente de todos y desde luego no habría elegido a la pelirroja para que hiciera de Ciro (le faltaba presencia, determinó, y sobre todo inestabilidad, pero desde luego se merecía una mención de honor por el esfuerzo. ¡Sigue así!), seguía sintiéndose como si ella estuviera imitándolo. Dado que Ciro estaba convencido de que la imitación era la forma más sincera de admiración, no llevaba demasiado mal el comportamiento de Gyda, y observó con atención... hasta que se aburrió.
Sí, el espartano se aburrió, y lo hizo en el momento en que el crío disparaba la ballesta que llevaba en las manos, sin apuntar. Menos mal que los reflejos del inmortal estaban mejor que antes de su violenta caída en picado hacia la locura, porque entonces no habría podido atrapar la flecha antes de que le impactara en la cara a él, ¡a él! ¡Y no a Gyda! Esa ofensa no se la iba a perdonar jamás, estúpido cazador, ¡jamás! Y, por eso, aunque la plata le estaba quemando la palma de la mano porque estaba sosteniéndola con toda la firmeza posible, le dio igual todo y la utilizó, aprovechándose de la sorpresa del joven, para estrellársela en el corazón.
– Ahora entiendes lo que se siente, ¿eh? Sí. Bueno, no, aún no. – determinó Ciro, nada en sus cabales a la vez que cuerdo por completo. Intentando no mover la flecha para que siguiera vivo el crío durante un poco más, buscó unos fósforos que llevaba entre las ropas (chinos: los mejores) y, tras encender uno, se lo puso en la herida para que sintiera la quemazón al mismo tiempo que el dolor de la flecha horadando su piel y su corazón. No duró mucho vivo por desgracia, y él tuvo que aguantar un suspiro decepcionado. – Estúpidos mortales... ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que tengo razón. Vamos, dímelo otra vez, es muy satisfactorio cuando te tragas tu orgullo. – ronroneó, satisfecho y malicioso.
Invitado- Invitado
Temas similares
» Friday Night - Baby Doll
» Baby don´t be Shy || Privado
» Burn baby, burn (Privado)
» ♥Baby Doll
» Esto es un Pecado. [Priv. Baby Doll]
» Baby don´t be Shy || Privado
» Burn baby, burn (Privado)
» ♥Baby Doll
» Esto es un Pecado. [Priv. Baby Doll]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour