AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Bro over turbulent vann [Privado Wilhelm]
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Bro over turbulent vann [Privado Wilhelm]
Una densa niebla se cernía sobre las callejuelas de París en una fría noche otoñal que invitaba poco o nada a pasear por la ciudad. A pesar de que no era excesivamente tarde, apenas podían apreciarse pequeñas sombras de ciudadanos que, con premura, se dirigían a sus casas después de una larga jornada laboral, buscando ese calor del hogar que tanto anhelaban. Los adoquines de la calzada se encontraban cubiertos de pequeñas gotas de agua por la persistente humedad del ambiente que calaba hasta los huesos, y que era capaz de notar en cada inspiración que realizaba, donde pequeños alfileres se clavaban en mis pulmones por el ártico aire que me envolvía.
Sin embargo, yo caminaba sin rumbo fijo junto a la vereda del río, reticente a volver tan temprano a una casa que sentía vacía desde la muerte de mi tía. Me había acostumbrado en poco tiempo a pasar nuestras veladas nocturnas entre risas y libros que nos llegaban al alma junto a un fuego acogedor. Me había acostumbrado a su melodiosa voz, a comentar lo acaecido durante el día cuando éste llegaba a su fin...a que hubiese alguien a mi regreso que se preocupase por mí. Era consciente de que habían pasado solo unas semanas desde su partida, y que dejar de sentir ese dolor que me atravesaba el pecho llevaría más tiempo del que imaginé en un principio. Y es que sin darme cuenta, aquella mujer de ojos pardos y dulce sonrisa se había convertido en la madre que nunca tuve.
Había rehusado utilizar el carruaje aquel día, asegurándole al cochero que me vendría bien volver a casa dando un tranquilo paseo. Lo que no había planificado es que la reunión con mi tutor de la universidad se alargaría hasta esa hora, y que tendría que hacer el recorrido de noche. Aunque si lo pensaba detenidamente, tal vez fuese el momento idóneo para que mi mente se liberase junto con el silencio que siempre acompañaba a la oscuridad.
Un repentino escalofrío hizo estremecer todo mi ser a pesar del abrigo de lana que me protegía del helor cuando saltó una ligera brisa que agudizaba la complicada climatología de aquella noche, obligándome a acurrucarme en el interior de la prenda, escondiendo además la nariz dentro de la bufanda que portaba y con la cual trataba también de cubrir las orejas. Las luces encendidas a lo lejos de una pequeña cafetería me hicieron esbozar una ligera sonrisa, y aumentando en esta ocasión el ritmo de mis pasos, me dirigí hacía allí para tomar un té caliente antes de continuar mi camino cruzando el río. Necesitaba relajarme unos minutos y recuperar un poco el calor si quería llegar a casa y no morir congelada en el intento.
Minutos después tiraba del pomo de aquella puerta acristalada, agradeciendo la calidez de una calefacción que en poco tiempo consiguió calmar ese frío atroz que sentía. Tan solo un par de clientes tomaban un café en su acogedor interior adornado de madera y pequeños farolillos, donda la paz y la tranquilidad reinaban por doquier.
Con una cálida sonrisa le agradecí a la mesera su rapidez al prepararme mi cálido tentempié, y como si el tiempo no pasase para mí, me acomodé en un mullido sillón junto a uno de los escaparates que daban a la calle, tras lo cual extraje un viejo libro de mi bolsa y comencé a leer mientras esperaba que aquel humeante líquido estuviese listo para ingerir. Y así, perdida entre sus páginas, me dejé llevar a un mundo fantástico que tantas veces había recorrido junto a mi tía.
Sin embargo, yo caminaba sin rumbo fijo junto a la vereda del río, reticente a volver tan temprano a una casa que sentía vacía desde la muerte de mi tía. Me había acostumbrado en poco tiempo a pasar nuestras veladas nocturnas entre risas y libros que nos llegaban al alma junto a un fuego acogedor. Me había acostumbrado a su melodiosa voz, a comentar lo acaecido durante el día cuando éste llegaba a su fin...a que hubiese alguien a mi regreso que se preocupase por mí. Era consciente de que habían pasado solo unas semanas desde su partida, y que dejar de sentir ese dolor que me atravesaba el pecho llevaría más tiempo del que imaginé en un principio. Y es que sin darme cuenta, aquella mujer de ojos pardos y dulce sonrisa se había convertido en la madre que nunca tuve.
Había rehusado utilizar el carruaje aquel día, asegurándole al cochero que me vendría bien volver a casa dando un tranquilo paseo. Lo que no había planificado es que la reunión con mi tutor de la universidad se alargaría hasta esa hora, y que tendría que hacer el recorrido de noche. Aunque si lo pensaba detenidamente, tal vez fuese el momento idóneo para que mi mente se liberase junto con el silencio que siempre acompañaba a la oscuridad.
Un repentino escalofrío hizo estremecer todo mi ser a pesar del abrigo de lana que me protegía del helor cuando saltó una ligera brisa que agudizaba la complicada climatología de aquella noche, obligándome a acurrucarme en el interior de la prenda, escondiendo además la nariz dentro de la bufanda que portaba y con la cual trataba también de cubrir las orejas. Las luces encendidas a lo lejos de una pequeña cafetería me hicieron esbozar una ligera sonrisa, y aumentando en esta ocasión el ritmo de mis pasos, me dirigí hacía allí para tomar un té caliente antes de continuar mi camino cruzando el río. Necesitaba relajarme unos minutos y recuperar un poco el calor si quería llegar a casa y no morir congelada en el intento.
Minutos después tiraba del pomo de aquella puerta acristalada, agradeciendo la calidez de una calefacción que en poco tiempo consiguió calmar ese frío atroz que sentía. Tan solo un par de clientes tomaban un café en su acogedor interior adornado de madera y pequeños farolillos, donda la paz y la tranquilidad reinaban por doquier.
Con una cálida sonrisa le agradecí a la mesera su rapidez al prepararme mi cálido tentempié, y como si el tiempo no pasase para mí, me acomodé en un mullido sillón junto a uno de los escaparates que daban a la calle, tras lo cual extraje un viejo libro de mi bolsa y comencé a leer mientras esperaba que aquel humeante líquido estuviese listo para ingerir. Y así, perdida entre sus páginas, me dejé llevar a un mundo fantástico que tantas veces había recorrido junto a mi tía.
Ylënne Aärslen- Humano Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 06/01/2018
Re: Bro over turbulent vann [Privado Wilhelm]
El hilo de vida del ser humano que sostenía entre mis brazos se consumía lentamente como la luz de una vela cuya se marchitaba con los fogueos de la últimas llamas. El delicioso líquido sanguíneo caía por mi garganta apaciguando el fuego incesante que la hacía arder continuamente. Un fuego que desde que me hicieron entrar en esta vida inmortal, nunca cesaba y nunca lo haría; Un último suspiro de ahogo junto a un extraño gemido se produjo como el final de la vida del joven que aquella noche había seguido para saciar mi sed. Desde mi llegada al territorio francés había tenido cuidado de no dejar pista alguna sobre mis actividades como ser inmortal. Tenía demasiados años para saber cómo hacer las cosas fácilmente y que no me llevasen mucho tiempo, pero ahora no deseaba esa facilidad. Ahora resultaba ser mucho más meticuloso y precavido pues el trasfondo de una misión propia estaba en juego.
Cargué con el cuerpo del joven de clase obrera y a través de un paso ligero inmortal, dejé que la noche y su niebla se fundiesen conmigo mientras guiaba mis pasos a un camino perdido del bosque fuera de la bulliciosa ciudad parisina. Un lugar donde cualquier ser humano viviente no intentaría cruzar a estas intempestivas horas. Demasiados miedos infundados por historias y leyendas eran contraídos por las personas de hoy en día. Tantos que agradecía el hecho de que mantuviesen a los humanos alejados de los bosques a estas horas; Tras enterrar al joven profundamente en la tierra en aquel alejado y tenebroso lugar, dirigí mi vista hacia el cielo nocturno parcialmente ocultado por las altas y afiladas ramas de los abetos que se entrecruzaban entre sí de una cruel forma que me gustaba. Fue justo en ese momento de deleite propio cuando mi mente sufrió la llegada de una nueva visión que abrasó mi capacidad mental haciendo que hincase mis rodillas hacia el húmedo y terroso suelo, profiriendo un gran gutural grito de bestia vampírica que se reverberó en forma de eco a través de los árboles callando hasta el más silencioso de los animales nocturnos.
Una nueva visión emitida en flashes de blancas y cegadoras luces que poco a poco se materializaban para dejarme ver lo que debía ser mostrado. Y allí estaba ella. Allí estaba aquella joven y perfecta humana que había estado torturándome mentalmente durante más de un año. No sabía quién era. No sabía de quien se trataba. Solo sabía que era la culpable de este agónico dolor que llegaba a parecerse un poco a lo que otros de mis dones podían hacer. Nunca me había gustado este don. No sabía controlarlo. No sabía cómo activarlo. Solo sabía hacerlo parar cuando la persona en cuestión dejaba de existir. Y esa era la razón por la cual había venido a París.
Tras mis ojos, podía apreciar a la perfección como aquella joven caminaba abrigada por la calle. Podía apreciar cada detalle de su rostro. Podía apreciar como el frío parisino movía su dorado cabello con libertad… Podía verlo todo. Y de nuevo, otra imagen se superpuso a esa: La joven estaba bebiendo algo humeante. Un té, quizás. Estaba dentro de algún sitio que no lograba ver. Y así la visión se fue desvaneciendo poco a poco.
- ¡No, no, no! – Grité – Necesito ver dónde está, ¡dime donde está! – Grité de nuevo, cerrando los ojos, forzando a mi mente a activar ese fastidioso don mío, aun sabiendo las consecuencias que me causaría… Y justo cuando creía que no lo conseguiría, un fogonazo de luz en mi interior me sacudió ahogándome en dolor para dejarme ver el nombre del lugar unos muy breves instantes.
Ahora, echado contra el frío suelo terroso y mojado, cargaba mis pulmones de un aire innecesario para mi ser, mientras dejaba que el dolor remitir fuera de mi cabeza. Aquel era el único dolor que no había domesticado. Era el único que me hacía débil. El único; Un momento después, ya recuperado, corrí en dirección a París a la máxima velocidad que mi condición de inmortal me dejaba. El dolor había cesado, dejando en su lugar una profunda ira irracional en contra de la humana pues solo la pérdida de su vida haría que aquello parase al fin.
No tardé en llegar al lugar que mi visión me mostró. Una visión no errónea pues mis ojos pronto localizaron a la hacedora responsable de mis profundas y doloras jaquecas puntuales que me consumían como el fuego a la madera. Una furia controlada se unió a la ira que corría por mi ente, dando como resultado que mis pupilas tornasen negras. Allí la esperaría. Ocultado entre la alta bruma que me envolvía como una segunda piel otorgándome la casi perfecta invisibilidad al ojo humano. Esta noche mi dolor junto con la vida de aquella humana, darían su final.
Cargué con el cuerpo del joven de clase obrera y a través de un paso ligero inmortal, dejé que la noche y su niebla se fundiesen conmigo mientras guiaba mis pasos a un camino perdido del bosque fuera de la bulliciosa ciudad parisina. Un lugar donde cualquier ser humano viviente no intentaría cruzar a estas intempestivas horas. Demasiados miedos infundados por historias y leyendas eran contraídos por las personas de hoy en día. Tantos que agradecía el hecho de que mantuviesen a los humanos alejados de los bosques a estas horas; Tras enterrar al joven profundamente en la tierra en aquel alejado y tenebroso lugar, dirigí mi vista hacia el cielo nocturno parcialmente ocultado por las altas y afiladas ramas de los abetos que se entrecruzaban entre sí de una cruel forma que me gustaba. Fue justo en ese momento de deleite propio cuando mi mente sufrió la llegada de una nueva visión que abrasó mi capacidad mental haciendo que hincase mis rodillas hacia el húmedo y terroso suelo, profiriendo un gran gutural grito de bestia vampírica que se reverberó en forma de eco a través de los árboles callando hasta el más silencioso de los animales nocturnos.
Una nueva visión emitida en flashes de blancas y cegadoras luces que poco a poco se materializaban para dejarme ver lo que debía ser mostrado. Y allí estaba ella. Allí estaba aquella joven y perfecta humana que había estado torturándome mentalmente durante más de un año. No sabía quién era. No sabía de quien se trataba. Solo sabía que era la culpable de este agónico dolor que llegaba a parecerse un poco a lo que otros de mis dones podían hacer. Nunca me había gustado este don. No sabía controlarlo. No sabía cómo activarlo. Solo sabía hacerlo parar cuando la persona en cuestión dejaba de existir. Y esa era la razón por la cual había venido a París.
Tras mis ojos, podía apreciar a la perfección como aquella joven caminaba abrigada por la calle. Podía apreciar cada detalle de su rostro. Podía apreciar como el frío parisino movía su dorado cabello con libertad… Podía verlo todo. Y de nuevo, otra imagen se superpuso a esa: La joven estaba bebiendo algo humeante. Un té, quizás. Estaba dentro de algún sitio que no lograba ver. Y así la visión se fue desvaneciendo poco a poco.
- ¡No, no, no! – Grité – Necesito ver dónde está, ¡dime donde está! – Grité de nuevo, cerrando los ojos, forzando a mi mente a activar ese fastidioso don mío, aun sabiendo las consecuencias que me causaría… Y justo cuando creía que no lo conseguiría, un fogonazo de luz en mi interior me sacudió ahogándome en dolor para dejarme ver el nombre del lugar unos muy breves instantes.
Ahora, echado contra el frío suelo terroso y mojado, cargaba mis pulmones de un aire innecesario para mi ser, mientras dejaba que el dolor remitir fuera de mi cabeza. Aquel era el único dolor que no había domesticado. Era el único que me hacía débil. El único; Un momento después, ya recuperado, corrí en dirección a París a la máxima velocidad que mi condición de inmortal me dejaba. El dolor había cesado, dejando en su lugar una profunda ira irracional en contra de la humana pues solo la pérdida de su vida haría que aquello parase al fin.
No tardé en llegar al lugar que mi visión me mostró. Una visión no errónea pues mis ojos pronto localizaron a la hacedora responsable de mis profundas y doloras jaquecas puntuales que me consumían como el fuego a la madera. Una furia controlada se unió a la ira que corría por mi ente, dando como resultado que mis pupilas tornasen negras. Allí la esperaría. Ocultado entre la alta bruma que me envolvía como una segunda piel otorgándome la casi perfecta invisibilidad al ojo humano. Esta noche mi dolor junto con la vida de aquella humana, darían su final.
Wilhelm Tømmersen- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 04/01/2018
Localización : De momento por Francia
Re: Bro over turbulent vann [Privado Wilhelm]
Sin saber con exactitud el tiempo que llevaba rezagada en aquella acogedora cafetería, me sobresalté al escuchar el repiqueteo de las campanas de Notre Dame, que consiguieron sacarme del extraño trance en el que me encontraba sumergida. Había devorado prácticamente la mitad de la antigua novela fantástica que tantas veces había leido con mi tía en el salón del que se había convertido en mi hogar, como si ese sencillo gesto pudiese devolvérmela de nuevo.
Cerré el libro con cariño, acariciando de forma melancólica su suave encuadernación antes de introducirlo de nuevo en la bolsa con la intención de emprender una vez más el camino de vuelta a casa. Había permanecido tan ensimismada en mis pensamientos, que no me había percatado de que la joven pareja que se encontraba acaramelada cuando yo llegué al a cafetería, se habían marchado. Con una sonrisa y un par de monedas que pagarían mi consumición más una considerable propina, me despedí de la joven camarera que permanecía tras la barra esperando que yo concluyese mi visita para poder cerrar el local.
Me enfundé en el confortable abrigo de lana que me mantendría a salvo de la humedad hasta llegar a casa, asegurándome de que la bufanda no dejaba resquicio alguno por donde el helor invernal pudiese llegar hasta mí. Con un resignado suspiro y pasando mis manos por alrededor de mi cintura para mantener el calor corporal, me aventuré hacia la fría y espesa niebla que se había levantado durante mi descanso en la cafetería.
No se veía ni un alma por las desérticas calles de París, y no solo por las horas intempestivas en las que me encontraba, sino porque el frío y la niebla eran tan densos que habían convertido la urbe en una ciudad fantasma. Aceleré el paso por la simple necesidad de cruzar cuanto antes el puente que me acercaría a mi anhelado refugio, ya que sin ser capaz de explicar el por qué, una extraña sensación de que no estaba sola me había acompañado desde que abandoné el local.
Me detuve un par de veces, girando ligeramente la cabeza para tratar de atisbar cualquier movimiento tras de mí que me diese pistas de si en realidad estaba siendo vigilada; más en ninguna de las ocasiones conseguí ver absolutamente nada. Mi subconsciente y mi volátil imaginación estaban jugándome una mala pasada, así que consciente de que lo mejor sería llegar a casa cuanto antes, volví a reanudar la marcha apresurando el paso justo al llegar a la mitad del puente. Sin embargo, había algo que...no debía estar allí.
Cerré el libro con cariño, acariciando de forma melancólica su suave encuadernación antes de introducirlo de nuevo en la bolsa con la intención de emprender una vez más el camino de vuelta a casa. Había permanecido tan ensimismada en mis pensamientos, que no me había percatado de que la joven pareja que se encontraba acaramelada cuando yo llegué al a cafetería, se habían marchado. Con una sonrisa y un par de monedas que pagarían mi consumición más una considerable propina, me despedí de la joven camarera que permanecía tras la barra esperando que yo concluyese mi visita para poder cerrar el local.
Me enfundé en el confortable abrigo de lana que me mantendría a salvo de la humedad hasta llegar a casa, asegurándome de que la bufanda no dejaba resquicio alguno por donde el helor invernal pudiese llegar hasta mí. Con un resignado suspiro y pasando mis manos por alrededor de mi cintura para mantener el calor corporal, me aventuré hacia la fría y espesa niebla que se había levantado durante mi descanso en la cafetería.
No se veía ni un alma por las desérticas calles de París, y no solo por las horas intempestivas en las que me encontraba, sino porque el frío y la niebla eran tan densos que habían convertido la urbe en una ciudad fantasma. Aceleré el paso por la simple necesidad de cruzar cuanto antes el puente que me acercaría a mi anhelado refugio, ya que sin ser capaz de explicar el por qué, una extraña sensación de que no estaba sola me había acompañado desde que abandoné el local.
Me detuve un par de veces, girando ligeramente la cabeza para tratar de atisbar cualquier movimiento tras de mí que me diese pistas de si en realidad estaba siendo vigilada; más en ninguna de las ocasiones conseguí ver absolutamente nada. Mi subconsciente y mi volátil imaginación estaban jugándome una mala pasada, así que consciente de que lo mejor sería llegar a casa cuanto antes, volví a reanudar la marcha apresurando el paso justo al llegar a la mitad del puente. Sin embargo, había algo que...no debía estar allí.
Ylënne Aärslen- Humano Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 06/01/2018
Re: Bro over turbulent vann [Privado Wilhelm]
El espeso océano de niebla recorría con completa libertad las calles antiguas e adoquinadas de París con ayuda del suave pero gélido viento invernal que hacía crear la perfecta dispersión creando ramificaciones que lograban alcanzar gran altura en los edificios, dando así el toque tétrico y de horror a la situación vivida. Casi se podía oír los pensamientos irracionales del miedo de los humanos por lo que la espesa niebla formaba. Y no era para menos, pues son las situaciones como ésta las que cualquier despojo humano aprovechaba para sustraer y robar cosas ajenas, así como los de mi condición, salían con más libertad dando caza a cuantos pudiesen apaciguar la sed incansable de nuestras gargantas. Con seguridad, a la mañana siguiente, habría muchas desapariciones en París que harían el trabajo del orden y la ley más arduo aún.
Decenas de gotitas perladas de agua quedaban posadas en mi moreno cabello mientras mi mirada se quedaba fija en los movimientos de la humana. Perfectamente podría haber sido confundido con una estatua marmolea por cualquier otro ente que hubiese andado por aquella zona, pues lo único que se movía era mi cabello a causa del frío viento; Tuve que contener las ganas de avanzar más de una vez. Tuve que sostener con ferocidad a la bestia de sangre que vivía en mí para no darle rienda suelta y crear una verdadera masacre con todos los que había presente en aquella pequeña cafetería: Lo tenía todo pensado. Tenía cada movimiento calculado y sabía muy bien a quien dejar en último lugar para hacerle ver el horror vampírico que podría llegar a desatar… Lo tenía todo… Pero debía ser inteligente y conciso. Sabía que aquello hubiese suscitado demasiadas preguntas al día siguiente y que habría hecho saltar la alarma tanto en el mundo mortal como en el inmortal. No es que tuviésemos una especie de pacto celebrado en algún concilio vampírico. Pero era la idea general. Si descubrían la identidad de uno, todos seríamos descubiertos.
Y el sonido de la diminuta campana de la puerta al abrirse focalizó mis sentidos. Al fin ella salía. Y al fin ella sería mía; Con decisión comencé a caminar detrás de la joven humana, creando durante el camino, pequeños siseos o golpes de paso acelerado que la hacían mirar hacia atrás. Pero debido a mi destreza, ella siempre miraba hacia el lugar equivocado lo que me provocaba una sonrisa fría, maquiavélica y un tanto endiablaba por el sobre estímulo que aquello me causaba.
Seguí detrás suyo hasta ver que tomaba el puente donde previamente yo había estado. Con rapidez sobrenatural avancé hasta la mitad del puente y allí la esperé. Preparado para atacar; Nada más vi como la niebla dejaba ver su hermoso pero serio semblante, avancé hacia ella con rapidez inmortal, sacando a relucir mis perfectos y afilados colmillos al mismo tiempo que emitía un gruñido gutural de bestia nocturna inmortal. Mis manos se apoderaron de sus débiles hombros y la empujé con fuerza hacia la húmeda pared de piedra del viejo puente, dispuesto a morderla y acabar con su vida… Fue entonces cuando un relámpago de luz blanca y cegadora atravesó mi mente con una nueva visión que dejó un trueno de dolor que me hizo hincarme de rodilla ante la humana, perdiendo mi propio control mental.
Una visión que me mostró a mí mismo abrazando a aquella humana. Sosteniéndola con cuidado contra mí persona. Sonriéndola con ¿cariño? Y acariciando su rubio cabello mientras ella decía “Wilhelm…” Y ahí acabó, dejándome casi en el suelo, a los pies de humana que por alguna extraña razón ahora no podía asesinar pues los ecos de mi visión reverberaban en mi mente como una onda repetitiva.
- Yo… lo siento – Dije con la poca voz racional que tenía tras levantarme del suelo - … Lo… Siento… - Volví a repetir antes de evaluar con rapidez su estado. Necesitaba irme. Necesitaba correr lejos. Y lo necesitaba ahora.
Sin saber muy cómo lo hice, me quité el abrigo innecesario que llevaba y tras dejarlo sobre ella, desaparecí corriendo entre la niebla y la bruma fluvial que emanaba del río.
Decenas de gotitas perladas de agua quedaban posadas en mi moreno cabello mientras mi mirada se quedaba fija en los movimientos de la humana. Perfectamente podría haber sido confundido con una estatua marmolea por cualquier otro ente que hubiese andado por aquella zona, pues lo único que se movía era mi cabello a causa del frío viento; Tuve que contener las ganas de avanzar más de una vez. Tuve que sostener con ferocidad a la bestia de sangre que vivía en mí para no darle rienda suelta y crear una verdadera masacre con todos los que había presente en aquella pequeña cafetería: Lo tenía todo pensado. Tenía cada movimiento calculado y sabía muy bien a quien dejar en último lugar para hacerle ver el horror vampírico que podría llegar a desatar… Lo tenía todo… Pero debía ser inteligente y conciso. Sabía que aquello hubiese suscitado demasiadas preguntas al día siguiente y que habría hecho saltar la alarma tanto en el mundo mortal como en el inmortal. No es que tuviésemos una especie de pacto celebrado en algún concilio vampírico. Pero era la idea general. Si descubrían la identidad de uno, todos seríamos descubiertos.
Y el sonido de la diminuta campana de la puerta al abrirse focalizó mis sentidos. Al fin ella salía. Y al fin ella sería mía; Con decisión comencé a caminar detrás de la joven humana, creando durante el camino, pequeños siseos o golpes de paso acelerado que la hacían mirar hacia atrás. Pero debido a mi destreza, ella siempre miraba hacia el lugar equivocado lo que me provocaba una sonrisa fría, maquiavélica y un tanto endiablaba por el sobre estímulo que aquello me causaba.
Seguí detrás suyo hasta ver que tomaba el puente donde previamente yo había estado. Con rapidez sobrenatural avancé hasta la mitad del puente y allí la esperé. Preparado para atacar; Nada más vi como la niebla dejaba ver su hermoso pero serio semblante, avancé hacia ella con rapidez inmortal, sacando a relucir mis perfectos y afilados colmillos al mismo tiempo que emitía un gruñido gutural de bestia nocturna inmortal. Mis manos se apoderaron de sus débiles hombros y la empujé con fuerza hacia la húmeda pared de piedra del viejo puente, dispuesto a morderla y acabar con su vida… Fue entonces cuando un relámpago de luz blanca y cegadora atravesó mi mente con una nueva visión que dejó un trueno de dolor que me hizo hincarme de rodilla ante la humana, perdiendo mi propio control mental.
Una visión que me mostró a mí mismo abrazando a aquella humana. Sosteniéndola con cuidado contra mí persona. Sonriéndola con ¿cariño? Y acariciando su rubio cabello mientras ella decía “Wilhelm…” Y ahí acabó, dejándome casi en el suelo, a los pies de humana que por alguna extraña razón ahora no podía asesinar pues los ecos de mi visión reverberaban en mi mente como una onda repetitiva.
- Yo… lo siento – Dije con la poca voz racional que tenía tras levantarme del suelo - … Lo… Siento… - Volví a repetir antes de evaluar con rapidez su estado. Necesitaba irme. Necesitaba correr lejos. Y lo necesitaba ahora.
Sin saber muy cómo lo hice, me quité el abrigo innecesario que llevaba y tras dejarlo sobre ella, desaparecí corriendo entre la niebla y la bruma fluvial que emanaba del río.
Wilhelm Tømmersen- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/01/2018
Localización : De momento por Francia
Re: Bro over turbulent vann [Privado Wilhelm]
Fantasmagóricos flashes e imágenes borrosas sobre lo acaecido en ese puente sobre vivas aguas era todo lo que conseguía recordar vagamente del agresivo ataque del que había sido víctima esa desafortunada noche. Tan solo un brillante reflejo cerca de mi rostro y unas fuertes manos que me arrastraban con decisión hasta uno de los empedrados pilares del mismo, eran los esbozos de ese aterrador momento de mi vida en el que el miedo y la angustia me impedían reaccionar más allá de un estado de shock, tras el cual quedé totalmente inmóvil a expensas de la voluntad de mi agresor. Un extraño sonido gutural que se asemejaba considerablemente a un gruñido animal, se hizo eco en la espesa niebla que me engullía, impidiéndome ver más allá de mi persona, haciendo así identificar el rostro de mi agresor una labor imposible.
Era consciente de que aquella noche iba a morir, y que todos mis sueños y esperanzas se marcharían junto a aquella bestia que por caprichos del destino me había escogido a mí esa noche para saciar sus deseos más oscuros. Cerré los ojos aterrada y ladeé la cabeza cuando empecé a sentir como todo mi cuerpo temblaba de miedo y mis rodillas empezaban a flaquear, quedándome en pie solamente porque el sujeto en cuestión me mantenía asida por los hombros evitando que me desplomase sobre el frío adoquinado.
Más cuando lo daba todo por perdido y encomendaba desesperada mi alma a Dios entre pequeños sollozos, cuando podía sentir su gélido aliento abrasando mi mejilla, sucedió algo totalmente impredecible. El agarre al que me hallaba sometida fue cesando poco a poco, liberándome finalmente y permitiendo que mi cuerpo se deslizase por la húmeda pared, quedándome recostada prácticamente sobre el gélido suelo que ahora me sabía a libertad.
Nuestras miradas se cruzaron durante unos segundos; ambas cargadas de sentimientos encontrados y desconcierto. Unos penetrantes ojos pardos me observaban con inquietud a escasos centímetros de mi rostro, los cuales parecían tan asustados como los míos. Podía sentir como mi pecho subía y bajaba preso de una entrecortada respiración y mi ajetreado corazón amenazaba con salirse del pecho. Y de pronto unas inesperadas palabras de perdón, seguidas de una rápida persecución de la que no fui testigo por el aturdimiento en el que me encontraba.
Quise gritarle que se detuviese, agradecerle que me hubiese liberado de mi atacante y que desistiese de esa peligrosa persecución en la que se embarcaba. Quise decirle demasiadas cosas que jamás salieron de mi boca, porque mis labios temblorosos se negaban a articular palabra. Mi respiración fue normalizándose con lentitud mientras mi mirada esperaba inquieta su regreso. Necesitaba saber quién era aquel joven que había arriesgado valerosamente su vida por salvarme, recompensar de algún modo su heroicidad...más pasados largos minutos en los que recuperé plenamente la consciencia y la razón, comprendí que no volvería a buscarme ni a comprobar mi estado. Fue entonces cuando al levantarme del incómodo lecho improvisado en el que había permanecido tumbada, me percaté de que una prenda que no me pertenecía cubría mi cuerpo.
Sujeté el abrigo con ambas manos con la intención de que éste no resbalase hasta el suelo cuando me incorporé, y tras encontrarme de nuevo en pie, llevé hasta mi rostro aquella suave prenda que deduje debía permanecer al joven héroe. Y entonces, sin saber muy bien el porqué de mi reacción, sonreí con calidez al comprender que de alguna forma tendría que regresar para recuperar su abrigo.¿O no?
Era consciente de que aquella noche iba a morir, y que todos mis sueños y esperanzas se marcharían junto a aquella bestia que por caprichos del destino me había escogido a mí esa noche para saciar sus deseos más oscuros. Cerré los ojos aterrada y ladeé la cabeza cuando empecé a sentir como todo mi cuerpo temblaba de miedo y mis rodillas empezaban a flaquear, quedándome en pie solamente porque el sujeto en cuestión me mantenía asida por los hombros evitando que me desplomase sobre el frío adoquinado.
Más cuando lo daba todo por perdido y encomendaba desesperada mi alma a Dios entre pequeños sollozos, cuando podía sentir su gélido aliento abrasando mi mejilla, sucedió algo totalmente impredecible. El agarre al que me hallaba sometida fue cesando poco a poco, liberándome finalmente y permitiendo que mi cuerpo se deslizase por la húmeda pared, quedándome recostada prácticamente sobre el gélido suelo que ahora me sabía a libertad.
Nuestras miradas se cruzaron durante unos segundos; ambas cargadas de sentimientos encontrados y desconcierto. Unos penetrantes ojos pardos me observaban con inquietud a escasos centímetros de mi rostro, los cuales parecían tan asustados como los míos. Podía sentir como mi pecho subía y bajaba preso de una entrecortada respiración y mi ajetreado corazón amenazaba con salirse del pecho. Y de pronto unas inesperadas palabras de perdón, seguidas de una rápida persecución de la que no fui testigo por el aturdimiento en el que me encontraba.
Quise gritarle que se detuviese, agradecerle que me hubiese liberado de mi atacante y que desistiese de esa peligrosa persecución en la que se embarcaba. Quise decirle demasiadas cosas que jamás salieron de mi boca, porque mis labios temblorosos se negaban a articular palabra. Mi respiración fue normalizándose con lentitud mientras mi mirada esperaba inquieta su regreso. Necesitaba saber quién era aquel joven que había arriesgado valerosamente su vida por salvarme, recompensar de algún modo su heroicidad...más pasados largos minutos en los que recuperé plenamente la consciencia y la razón, comprendí que no volvería a buscarme ni a comprobar mi estado. Fue entonces cuando al levantarme del incómodo lecho improvisado en el que había permanecido tumbada, me percaté de que una prenda que no me pertenecía cubría mi cuerpo.
Sujeté el abrigo con ambas manos con la intención de que éste no resbalase hasta el suelo cuando me incorporé, y tras encontrarme de nuevo en pie, llevé hasta mi rostro aquella suave prenda que deduje debía permanecer al joven héroe. Y entonces, sin saber muy bien el porqué de mi reacción, sonreí con calidez al comprender que de alguna forma tendría que regresar para recuperar su abrigo.¿O no?
Ylënne Aärslen- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/01/2018
Re: Bro over turbulent vann [Privado Wilhelm]
El viento a través de mi carrera azotaba mi frío rostro como el peor castigo que la naturaleza quisiese darme a parte de quitarme la visión a causa de la bruma fluvial combinada con la espesa niebla que se negaba a irse del todo aquella noche. Pero en el fondo sabía que no había castigo alguno que me afectase de verdad y de lleno. Hacía exactamente un milenio atrás, había sido instruido en las más fieras artes del combate y supervivencia vampírica. A tales extremos que un simple viento no me afectaba en absoluto salvo mi cabello, que aun estando desordenado me hacía lucir sexy y caballeroso. No sabía con exactitud en zona estaba ahora. Pero si sabía que estaba lo suficientemente lejos de París como para gritar a pleno pulmón hasta intentar llegar a un éxtasis de cansancio que jamás llegaría a mí por inmortal condición.
La niebla había desaparecido. Algo anormal aquello pues parecía como si éste hecho quedase prohibido más allá de los límites de la frontera de la ciudad. Los árboles a mi alrededor me daban el conocimiento que había regresado allí donde enterré al chico cuyo nombre había caído ya en el olvido de mis recuerdos no deseados. Bajo mis pies, un sendero empedrado y destrozado por el vaivén del tiempo. Y sin razón alguna, lo seguí. Anduve y anduve hasta que ante mí se abrió un oscuro claro semi nevado. Una dualidad natural perfecta que mostraba cómo me sentía ahora mismo: Aturdido, confuso, despojado y con una histeria llena de enfado que me hacía ser un ente de pura carga explosiva emocional que podría salir aireada en cualquier momento. Era tal el revoltijo de emociones que estaba seguro que si lo dejaba ir, mi bestia sanguinaria interior tomaría las riendas de mi ser y acabaría con el poblado más cercano hasta reducirlo a cenizas. Y ni aun así me sentiría mejor.
Caminé a lo largo de aquel pacífico lugar portando un semblante frío y atroz en mi rostro. Ni si quiera había caminado unos cuantos pasos sobre el leve montículo de nieve cuando decidí dejarme caer de espaldas a él. Fue ahí cuando cerré los ojos dejando mi mente vagar por los recuerdos que la última visión me había traído: Estaba abrazando a la chica. A la humana que me había traído tanto sufrimiento mental. Sostenía su mano con delicadeza y acariciaba su rostro como si éste fuese la pieza de porcelana más frágil del mundo. Estaba siendo todo un galán, y no por querer engañarla… Se trataba de algo mucho más profundo que eso. Algo cálido y extraño… Aquella visión había abierto en mí una puerta sellada en el más perpetuo olvido: Los sentimientos.
La niebla había desaparecido. Algo anormal aquello pues parecía como si éste hecho quedase prohibido más allá de los límites de la frontera de la ciudad. Los árboles a mi alrededor me daban el conocimiento que había regresado allí donde enterré al chico cuyo nombre había caído ya en el olvido de mis recuerdos no deseados. Bajo mis pies, un sendero empedrado y destrozado por el vaivén del tiempo. Y sin razón alguna, lo seguí. Anduve y anduve hasta que ante mí se abrió un oscuro claro semi nevado. Una dualidad natural perfecta que mostraba cómo me sentía ahora mismo: Aturdido, confuso, despojado y con una histeria llena de enfado que me hacía ser un ente de pura carga explosiva emocional que podría salir aireada en cualquier momento. Era tal el revoltijo de emociones que estaba seguro que si lo dejaba ir, mi bestia sanguinaria interior tomaría las riendas de mi ser y acabaría con el poblado más cercano hasta reducirlo a cenizas. Y ni aun así me sentiría mejor.
Caminé a lo largo de aquel pacífico lugar portando un semblante frío y atroz en mi rostro. Ni si quiera había caminado unos cuantos pasos sobre el leve montículo de nieve cuando decidí dejarme caer de espaldas a él. Fue ahí cuando cerré los ojos dejando mi mente vagar por los recuerdos que la última visión me había traído: Estaba abrazando a la chica. A la humana que me había traído tanto sufrimiento mental. Sostenía su mano con delicadeza y acariciaba su rostro como si éste fuese la pieza de porcelana más frágil del mundo. Estaba siendo todo un galán, y no por querer engañarla… Se trataba de algo mucho más profundo que eso. Algo cálido y extraño… Aquella visión había abierto en mí una puerta sellada en el más perpetuo olvido: Los sentimientos.
…..
Había pasado casi una semana completa desde que aquel intento de ataque hacia aquella humana se hubiese casi sucedido. Casi siete largos días en los que mi mente inmortal intentó encontrar decenas de explicaciones viables para aquello: Acumulación de sed, distracciones… Explicaciones que todas llegaban al mismo callejón sin salida explicable. Largos días en los que la guardia de ley y orden parisina debido a las continuas desapariciones de humanos, a los que yo mismo había sustraído la vida para alimentarme.
Cuando el sol se ocultó tras el horizonte de la capital francesa salí de la mansión que ‘mi familia’ había adquirido para el tiempo que durase mi residencia en estas tierras. Necesitaba ver algo más que las cuatro anchas paredes de sótano convertido en una majestuosa biblioteca de mi hogar. Necesitaba encontrar una paz dentro del lío mental que acarreaba conmigo. Quizás así encontrase una explicación sincera al entendimiento completo de la visión.
Caminé sin rumbo fijo y sin prestar la más mínima atención a los transeúntes que cruzaban a aquella las frías calles. Ni si quiera a los que reconocían mi ‘aristócrata’ persona. No tenía ni quería dedicarles un tiempo fingido a ninguno de ellos. Sin llegar a saber muy bien cómo, llegué a la zona universitaria de París, pues el ambiente personal cambió a ser más jovial. Sin mirar, crucé una esquina para terminar chocando contra una chica. Una preciosa chica que de haber ido catando el aire exterior con la respiración, la hubiese reconocido al instante. Pues en efecto, era ella. – Tu… - Murmuré quedando por primera ~de muchas veces más que vendrían en el futuro~ absorto en su particular belleza.
Cuando el sol se ocultó tras el horizonte de la capital francesa salí de la mansión que ‘mi familia’ había adquirido para el tiempo que durase mi residencia en estas tierras. Necesitaba ver algo más que las cuatro anchas paredes de sótano convertido en una majestuosa biblioteca de mi hogar. Necesitaba encontrar una paz dentro del lío mental que acarreaba conmigo. Quizás así encontrase una explicación sincera al entendimiento completo de la visión.
Caminé sin rumbo fijo y sin prestar la más mínima atención a los transeúntes que cruzaban a aquella las frías calles. Ni si quiera a los que reconocían mi ‘aristócrata’ persona. No tenía ni quería dedicarles un tiempo fingido a ninguno de ellos. Sin llegar a saber muy bien cómo, llegué a la zona universitaria de París, pues el ambiente personal cambió a ser más jovial. Sin mirar, crucé una esquina para terminar chocando contra una chica. Una preciosa chica que de haber ido catando el aire exterior con la respiración, la hubiese reconocido al instante. Pues en efecto, era ella. – Tu… - Murmuré quedando por primera ~de muchas veces más que vendrían en el futuro~ absorto en su particular belleza.
Wilhelm Tømmersen- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/01/2018
Localización : De momento por Francia
Re: Bro over turbulent vann [Privado Wilhelm]
Desde aquel inesperado y truncado ataque nocturno, mis días cargados de vacío irracional continuaban con interminables noches en vela en las que no podía dejar de pensar en aquel joven que arriesgó su vida por salvarme. Su mirada volvía a mi recuerdo en cada momento de sosiego, y su abrigo me ayudaba a recordar un olor que apenas aprecié durante unos segundos, cuando sus brazos me rodearon con delicadeza para depositarme con suavidad en el suelo. A pesar de haber esperado durante un tiempo prudencial su regreso aquella noche, abrazando con fuerza su abrigo mientras permanecía sentada en un desgastado banco de piedra del puente, mi héroe en cuestión no regresó; y con ánimo taciturno y cierto desasosiego, regresé a casa con una sensación de desesperanza que no me había abandonado desde entonces.
Durante varios días había repetido sin éxito alguno el mismo trayecto que me llevó a encontrarme con mi atacante esa noche, pero también con mi salvador. Días en los que los segundos se convertían horas esperando el caer del sol, y que la humedad de la noche me calaba hasta los huesos cuando de forma mecánica recorría el puente en distintas direcciones con la esperanza de cruzarme de nuevo en su camino. Pero cada noche volvía a casa con la mirada cargada de tristeza, y un vacío que cada vez sentía más hondo en lo más profundo de mi ser.
A pesar de haber perdido toda esperanza de que nuestros caminos se cruzasen de nuevo, cada mañana volvía a coger su abrigo y lo llevaba conmigo a la universidad. Aquella prenda era la única prueba que me quedaba de que la existencia de aquel joven era real, y que lo sucedido no había sido solo fruto de mi imaginación. Con el paso de los días cada recuerdo, cada detalle e incluso su olor, parecían ir borrándose de mi mente. Mi atención vagaba por mis recuerdos en cada clase, en cada descanso en los que me refugiaba en la biblioteca para buscar esa calma que necesitaba para concentrarme en su mirada. Sabía que aquella obsesión me llevaría a tener que esforzarme mucho más al final del semestre, pero habría merecido la pena si en algún momento volvía a encontrarme con él.
La oscuridad de la noche envolvía las callejuelas del campus universitario, y el último día de clases de esa semana tocaba a su fin. Me había propuesto tratar de recuperar mi vida, tomando las riendas de mis pensamientos y no permitir que esa sensación irracional volviese a dirigir mis pasos. Toda esperanza de un reencuentro había ido apagándose con cada noche que volvía sin novedades a mi hogar, y era consciente de que por mucho que me doliese, no podía permitir que una sola mirada cambiase mi vida para siempre. Caminaba distraída mientras leía un pequeño volumen de una obra de Dante que había estudiado un sinfín de veces, ajena al devenir del resto de estudiantes que entusiasmados por la llegada del fin de semana planeaban sus particulares bailes y fiestas de presentación en la sociedad.
Aquella noche, como muchas otras, le había dicho a mi cochero que volvería dando un tranquilo paseo hasta la mansión, y para que negarlo, con la intención de cruzar ese puente donde esperaba que en mi último intento apareciese el joven desconocido.
-Disculpe, estaba distraída con el….- comencé a afirmar cuando sentí como me tropezaba con algún viandante al girar la esquina de la calle que me llevaría a la vereda del río. Pero entonces mis labios se quedaron paralizados y un suave jadeo escapó de éstos. Cuando menos lo esperaba, cuando me había propuesto olvidarlo, mi ángel de la guarda apareció de nuevo con esa sonrisa que sería capaz de derretir el hielo de toda la Antártida. Inconscientemente abracé su abrigo con fuerza, tratando inútilmente de entablar una conversación.- Yo…- negué con la cabeza, sintiéndome estúpida por haber imaginado en la soledad de mi habitación tantas veces esa conversación, y ahora ser incapaz de pronunciar palabra. Y para colmo, el rubor subía traicionero a mis mejillas, dejándome más en evidencia si cabía.
Durante varios días había repetido sin éxito alguno el mismo trayecto que me llevó a encontrarme con mi atacante esa noche, pero también con mi salvador. Días en los que los segundos se convertían horas esperando el caer del sol, y que la humedad de la noche me calaba hasta los huesos cuando de forma mecánica recorría el puente en distintas direcciones con la esperanza de cruzarme de nuevo en su camino. Pero cada noche volvía a casa con la mirada cargada de tristeza, y un vacío que cada vez sentía más hondo en lo más profundo de mi ser.
A pesar de haber perdido toda esperanza de que nuestros caminos se cruzasen de nuevo, cada mañana volvía a coger su abrigo y lo llevaba conmigo a la universidad. Aquella prenda era la única prueba que me quedaba de que la existencia de aquel joven era real, y que lo sucedido no había sido solo fruto de mi imaginación. Con el paso de los días cada recuerdo, cada detalle e incluso su olor, parecían ir borrándose de mi mente. Mi atención vagaba por mis recuerdos en cada clase, en cada descanso en los que me refugiaba en la biblioteca para buscar esa calma que necesitaba para concentrarme en su mirada. Sabía que aquella obsesión me llevaría a tener que esforzarme mucho más al final del semestre, pero habría merecido la pena si en algún momento volvía a encontrarme con él.
La oscuridad de la noche envolvía las callejuelas del campus universitario, y el último día de clases de esa semana tocaba a su fin. Me había propuesto tratar de recuperar mi vida, tomando las riendas de mis pensamientos y no permitir que esa sensación irracional volviese a dirigir mis pasos. Toda esperanza de un reencuentro había ido apagándose con cada noche que volvía sin novedades a mi hogar, y era consciente de que por mucho que me doliese, no podía permitir que una sola mirada cambiase mi vida para siempre. Caminaba distraída mientras leía un pequeño volumen de una obra de Dante que había estudiado un sinfín de veces, ajena al devenir del resto de estudiantes que entusiasmados por la llegada del fin de semana planeaban sus particulares bailes y fiestas de presentación en la sociedad.
Aquella noche, como muchas otras, le había dicho a mi cochero que volvería dando un tranquilo paseo hasta la mansión, y para que negarlo, con la intención de cruzar ese puente donde esperaba que en mi último intento apareciese el joven desconocido.
-Disculpe, estaba distraída con el….- comencé a afirmar cuando sentí como me tropezaba con algún viandante al girar la esquina de la calle que me llevaría a la vereda del río. Pero entonces mis labios se quedaron paralizados y un suave jadeo escapó de éstos. Cuando menos lo esperaba, cuando me había propuesto olvidarlo, mi ángel de la guarda apareció de nuevo con esa sonrisa que sería capaz de derretir el hielo de toda la Antártida. Inconscientemente abracé su abrigo con fuerza, tratando inútilmente de entablar una conversación.- Yo…- negué con la cabeza, sintiéndome estúpida por haber imaginado en la soledad de mi habitación tantas veces esa conversación, y ahora ser incapaz de pronunciar palabra. Y para colmo, el rubor subía traicionero a mis mejillas, dejándome más en evidencia si cabía.
Ylënne Aärslen- Humano Clase Alta
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