AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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In fraganti {Ingrid Chassier y Wilhelm Seb. Wittelsbach}
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In fraganti {Ingrid Chassier y Wilhelm Seb. Wittelsbach}
Por eso es que cuidaba todos los detalles
de mis golpes y aún así...
aún así no entiendo cómo me descubriste.
de mis golpes y aún así...
aún así no entiendo cómo me descubriste.
Todo estaba fríamente calculado desde hacía meses, incluso conocía al dedillo el cambio de guardias y los hombres que se apostaban en el lugar. Las vigas semisueltas, los hilos a cortar, los puentes a crear. Los elementos los traía en una bolsa tras la espalda, se había entrenado por todo un año y ahora no podía evitar sonreír bajo la máscara puesto que la adrenalina la dominaba y se sentía exultante, ligera, ágil. Nada podía salir mal.
Sin embargo, tentar al destino podría depender que se hubiera levantado de buenas o de malas... y esa noche Ingrid rogaba fuese lo primero, porque de ser lo otro ya podía verse en la hoguera o en la guillotina. Llegó a la parte trasera del castillo y lo miró aspirando profundamente, porque sería larga la subida y más desde el lugar que había elegido: la parte más boscosa para tener camuflaje. Jugueteó con las flechas de metal que le ayudarían a subir y calculó de nuevo los pasos. La ballesta fue cargada y la joven lanzó la primera... se aseguró de que estuviera bien clavada y después de ello, continuó con el resto de los misiles colocándolos de forma estratégica. Una vez hecho, dejó el arma en un lugar oculto a la vista de los demás aspirando aire...
Se acomodó la máscara, se aseguró que todo estuviera en su lugar, bien sujeto y haciendo gala de sus habilidades acrobáticas, subió de flecha en flecha. Para su fortuna, todas estaban perfectamente clavadas como ensayara tantas veces. Llegó a la parte alta del castillo, asomándose un poco segura de que estaría la guardia ahora mismo cambiando. Sólo comprobó que estuviera despejado y saltó dentro del pasillo que la llevaría hacia las escaleras de servicio. Ahora mismo desiertas porque la mayoría de las personas estaban en la fiesta que se desarrollaba en la otra sección del inmueble.
Entre tanto ajetreo, de seguro que nadie usaría estas escalinatas de caracol que ella subió a toda velocidad de dos en dos peldaños para que fuese más rápido. Contó una... dos... tres... cuatro, esa puerta fue la que abrió y se asomó. Nadie en el corredor. Se deslizó cual gato aprovechándose de los pantalones oscuros y la chaqueta de varón que la cubría... Un sombrero y la capa larga que la ocultaba en su totalidad. A lo lejos, parecería un guardia más del castillo, pero ya de cerca se podría notar los bultos tras la espalda.
Se deslizó dentro de la tercera puerta, para asegurarse de que era la sala de menesteres y donde daba lugar a pequeñas reuniones de la Reina con sus damas y que al estar todas en la fiesta, no había más que el marco de la ventana que ella necesitaba ahora mismo. La abrió y miró afuera... había un decorado en la arquitectura del edificio que de forma ingenua originaba sin querer un camino por el cual transitar. Quizá había sido visto, pero al comprobar que no cualquier hombre podía pasar ahí, lo habían dejado, pero para ella... tan diminuta, era perfecto. Por eso había elegido esa ventana. Con cuidado salió por el marco y con una madera trabó los bastidores para que si alguien entraba en la habitación, no fuera a asomarse o lo que sería peor: cerrara la ventana al encontrarla abierta.
Haciendo precario equilibrio logró su cometido y soltó el aire que contenía. "No mires abajo" se ordenó mientras que, con las manos sobre la pared y lentamente, iba deslizándose de forma lateral hacia la... primera... segunda... tercera... cuarta... una corriente de aire la desestabilizó y el corazón le llegó a la garganta. Pudo mantener el contrapeso y soltó el aire que contenía. Qué miedo... Es lo único que no le gusta de esta clase de planes, los detalles fuera de su alcance como lo es la naturaleza, pero no la detendría en su empeño una jugarreta del Dios Eolo. Aspiró de nuevo y continuó... quinta... sexta... ésta... se sostiene del alféizar mirando hacia abajo. Puede ver la enorme cámara ante ella...
Se mantuvo durante unos instantes hasta que vio el cambio de guardia y aún así esperó otros largos minutos para asegurarse de que estaban ya confiados y que los soldados que habían cambiado de lugar ya se habían ido. Entonces soltó la primera de las bombas... Gas adormecedor, una mezcla de cloroformo que había aprendido de sus días con su clan que al contacto con el piso, elevaba la sustancia hasta que los dormía de golpe. Uno... dos... tres... cuatro... faltó uno. Eran cinco los guardias e Ingrid se apresuró a localizarlo antes de que diera la alarma.
Saltó dentro de la habitación aprovechando que días anteriores había roto la cerradura de esa ventana saliente, para correr y lanzar la primera daga que había hundido en otra sustancia más fuerte para adormecer, directa a la nuca del infame. No quería matar a nadie, eso haría que, si la atrapaban -Dios no lo quisiera- los cargos no serían tan duros con ella. El golpe del cuerpo guardia cayendo al suelo sonó en la habitación y ella suspiró. Ahora lo más difícil... miró su objetivo, vaya que eran hermosos. El Zepter y Reichsapfel, símbolos de poder del Sacro Imperio Romano. Serían vendibles en el mercado negro en cantidades exorbitantes y más por los adeptos del Emperador que quisieran recuperarlos.
Ahora, lo dicho, lo más difícil no era regresar, era tomarlos. Porque había trampas que lo impedirían o dejarían muerto al ladrón como había visto en los planos del arquitecto de ese lugar, pero los tenía todos memorizados. Sacó de un bolsillo una daga con punta de diamante para hacer una incisión en el cristal y cortarlo del tamaño exacto para maniobrar sin problemas. Dejó en el suelo el mismo y aspiró profundamente para a continuación sacar una bala de cañón del mismo peso que el Reichsapfel. Se lamió los labios y extendió la mano con la esfera hasta donde estaba la joya. Tenía que ser rápida... quitó el Reichsapfel y puso la bala al mismo tiempo y se quedó estática durante unos segundos. Atentos los oídos.
Una gota de sudor recorrió su nuca llegando hasta su espalda, pero nada pasó. Dejó caer un poco la cabeza de alivio y guardó la joya en donde estaba la bala. Ahora, el Zepter... sacó de su espalda una barra de metal del peso exacto para repetir el proceso, pero esta vez las manos le temblaban y le sudoraban. Sabía que era el Zepter lo que más resguardaban. El símbolo más grande y el más usado por el Emperador. Tenía más trampas que el laberinto del Minotauro... un solo paso en falso...
Sin embargo, tentar al destino podría depender que se hubiera levantado de buenas o de malas... y esa noche Ingrid rogaba fuese lo primero, porque de ser lo otro ya podía verse en la hoguera o en la guillotina. Llegó a la parte trasera del castillo y lo miró aspirando profundamente, porque sería larga la subida y más desde el lugar que había elegido: la parte más boscosa para tener camuflaje. Jugueteó con las flechas de metal que le ayudarían a subir y calculó de nuevo los pasos. La ballesta fue cargada y la joven lanzó la primera... se aseguró de que estuviera bien clavada y después de ello, continuó con el resto de los misiles colocándolos de forma estratégica. Una vez hecho, dejó el arma en un lugar oculto a la vista de los demás aspirando aire...
Se acomodó la máscara, se aseguró que todo estuviera en su lugar, bien sujeto y haciendo gala de sus habilidades acrobáticas, subió de flecha en flecha. Para su fortuna, todas estaban perfectamente clavadas como ensayara tantas veces. Llegó a la parte alta del castillo, asomándose un poco segura de que estaría la guardia ahora mismo cambiando. Sólo comprobó que estuviera despejado y saltó dentro del pasillo que la llevaría hacia las escaleras de servicio. Ahora mismo desiertas porque la mayoría de las personas estaban en la fiesta que se desarrollaba en la otra sección del inmueble.
Entre tanto ajetreo, de seguro que nadie usaría estas escalinatas de caracol que ella subió a toda velocidad de dos en dos peldaños para que fuese más rápido. Contó una... dos... tres... cuatro, esa puerta fue la que abrió y se asomó. Nadie en el corredor. Se deslizó cual gato aprovechándose de los pantalones oscuros y la chaqueta de varón que la cubría... Un sombrero y la capa larga que la ocultaba en su totalidad. A lo lejos, parecería un guardia más del castillo, pero ya de cerca se podría notar los bultos tras la espalda.
Se deslizó dentro de la tercera puerta, para asegurarse de que era la sala de menesteres y donde daba lugar a pequeñas reuniones de la Reina con sus damas y que al estar todas en la fiesta, no había más que el marco de la ventana que ella necesitaba ahora mismo. La abrió y miró afuera... había un decorado en la arquitectura del edificio que de forma ingenua originaba sin querer un camino por el cual transitar. Quizá había sido visto, pero al comprobar que no cualquier hombre podía pasar ahí, lo habían dejado, pero para ella... tan diminuta, era perfecto. Por eso había elegido esa ventana. Con cuidado salió por el marco y con una madera trabó los bastidores para que si alguien entraba en la habitación, no fuera a asomarse o lo que sería peor: cerrara la ventana al encontrarla abierta.
Haciendo precario equilibrio logró su cometido y soltó el aire que contenía. "No mires abajo" se ordenó mientras que, con las manos sobre la pared y lentamente, iba deslizándose de forma lateral hacia la... primera... segunda... tercera... cuarta... una corriente de aire la desestabilizó y el corazón le llegó a la garganta. Pudo mantener el contrapeso y soltó el aire que contenía. Qué miedo... Es lo único que no le gusta de esta clase de planes, los detalles fuera de su alcance como lo es la naturaleza, pero no la detendría en su empeño una jugarreta del Dios Eolo. Aspiró de nuevo y continuó... quinta... sexta... ésta... se sostiene del alféizar mirando hacia abajo. Puede ver la enorme cámara ante ella...
Se mantuvo durante unos instantes hasta que vio el cambio de guardia y aún así esperó otros largos minutos para asegurarse de que estaban ya confiados y que los soldados que habían cambiado de lugar ya se habían ido. Entonces soltó la primera de las bombas... Gas adormecedor, una mezcla de cloroformo que había aprendido de sus días con su clan que al contacto con el piso, elevaba la sustancia hasta que los dormía de golpe. Uno... dos... tres... cuatro... faltó uno. Eran cinco los guardias e Ingrid se apresuró a localizarlo antes de que diera la alarma.
Saltó dentro de la habitación aprovechando que días anteriores había roto la cerradura de esa ventana saliente, para correr y lanzar la primera daga que había hundido en otra sustancia más fuerte para adormecer, directa a la nuca del infame. No quería matar a nadie, eso haría que, si la atrapaban -Dios no lo quisiera- los cargos no serían tan duros con ella. El golpe del cuerpo guardia cayendo al suelo sonó en la habitación y ella suspiró. Ahora lo más difícil... miró su objetivo, vaya que eran hermosos. El Zepter y Reichsapfel, símbolos de poder del Sacro Imperio Romano. Serían vendibles en el mercado negro en cantidades exorbitantes y más por los adeptos del Emperador que quisieran recuperarlos.
Ahora, lo dicho, lo más difícil no era regresar, era tomarlos. Porque había trampas que lo impedirían o dejarían muerto al ladrón como había visto en los planos del arquitecto de ese lugar, pero los tenía todos memorizados. Sacó de un bolsillo una daga con punta de diamante para hacer una incisión en el cristal y cortarlo del tamaño exacto para maniobrar sin problemas. Dejó en el suelo el mismo y aspiró profundamente para a continuación sacar una bala de cañón del mismo peso que el Reichsapfel. Se lamió los labios y extendió la mano con la esfera hasta donde estaba la joya. Tenía que ser rápida... quitó el Reichsapfel y puso la bala al mismo tiempo y se quedó estática durante unos segundos. Atentos los oídos.
Una gota de sudor recorrió su nuca llegando hasta su espalda, pero nada pasó. Dejó caer un poco la cabeza de alivio y guardó la joya en donde estaba la bala. Ahora, el Zepter... sacó de su espalda una barra de metal del peso exacto para repetir el proceso, pero esta vez las manos le temblaban y le sudoraban. Sabía que era el Zepter lo que más resguardaban. El símbolo más grande y el más usado por el Emperador. Tenía más trampas que el laberinto del Minotauro... un solo paso en falso...
Ameritaría su muerte...
Ingrid Chassier- Mensajes : 102
Fecha de inscripción : 30/09/2011
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Re: In fraganti {Ingrid Chassier y Wilhelm Seb. Wittelsbach}
Ni los más poderosos escapan de su sino; la cuestión es qué hacer antes, durante y una vez éste haya pasado.
La cena transcurría con imperturbable normalidad, una tranquila velada en la nueva residencia del emperador. A su izquierda, presidiendo la mesa, su primo, que entablaba una larga, pero medida conversación con el Príncipe palatino de Hungría, el cual le informaba de movimientos de tropas otomanas en la provincia de Rumelia, fronteriza con los cuatro países importantes de los Balcanes. El hijo del antiguo embajador bávaro en Constantinopla se había esforzado por desmentir cualquier interés del sultán de atacar a los estados ligados al Imperio, por mucho que no tuviera en claro las pretensiones de éste. No quería, por propio interés, que la mente del monarca se viese perturbada por dichas preocupaciones, quería hacerle creer que todo marchaba bien para, en tal buen entorno, poder ganarse su confianza y poder descubrir los puntos débiles del renano.
Y, sin embargo, no estaba para nada contento. Pese a su sonrisa, la jornada anterior se había presentado como un día amargo. La apertura de la Dieta, momento feliz para Ludwig, se le había atragantado de mala manera, pues, de buenas a primeras, el Imperio había abolido cualquier matiz religioso y, más allá, había conseguido desposeer a los cargos de la curia de tierras que, a partir de entonces, pasarían a manos de otros nobles. La jugada podría ser fruto de sus ideales, pero, desde luego, era un buen movimiento político. El Imperio desterraba la gran influencia del Vaticano en el estado germano, que, por muy estado de Dios y de San Pedro que fuese, no dejaba de ser un país extranjero, y aseguraba la lealtad de sus súbditos por medio de comprarla con bienes materiales. Así, la autoridad imperial y la unidad quedaban reafirmadas, algo que no jugaba a favor del turco, pues prefería siervos exaltados y preocupados para poder poner en entredicho a su primo.
Wilhelm no hablaba demasiado, fingiendo estar concentrado en la lubina en su plato. Se afanaba con el cuchillo y el tenedor en abrirla, retirar las espinas y separar la blanca carne de la piel, para introducir el pedazo con soltura por entre sus labios, casi como si de un ritual se tratase. Su pensamiento, por el contrario, vagaba entre los eventos acaecidos y en las posibles motivaciones de Selim III para concentrar su ejército en Bulgaria y Macedonia. Tal era su ausencia del intercambio de palabras, que ninguno de los contertulios se percató de su mano cuando se cerró en un puño firmemente apretado. Su cabeza se volvió gacha y sus párpados cayeron firmemente para nublarle una vista que no necesitaba. En realidad, su mente se había visto asaltada por una sucesión de imágenes borrosas que, poco a poco, fueron tomando forma. Pudo distinguir el orbe imperial y el cetro que lo acompañaba en las joyas del Reich, y una mujer oculta en las sombras pegada a la fachada del Palacio de la emperatriz; el reloj marcado en la siguiente impresión le enmarcó en el momento de la acción. Todo aquello hubiera podido pasar por una mera alucinación sin sentido, de no saber él que se trataba de una premonición, de aquellas que le asaltaban desde que hubiera comenzado a dominar las artes mágicas.
- ¿Primo? ¿Se encuentra bien? – aquella voz le arrancó de la ya moribunda visión y le hizo volver a prestar atención a lo que se le presentaba enfrente: el pescado. Frunciendo el ceño por la repentina repulsión que le causó, levantó el rostro para sonreír a los presentes.
- No se preocupen, sólo estoy algo indispuesto. Si me disculpan, me gustaría retirarme – tras que el soberano asintiese, deseándole una pronta recuperación con su simple expresión, Wilhelm apartó la silla y desapareció con aire sosegado de la estancia. Una vez atravesara las puertas, recuperó la compostura, aunque su ritmo se acelerara de pronto.
No se permitió el lujo de acudir a sus aposentos para cambiarse esa vestimenta, propia de salones occidentales e incómoda, y, sin mayor dilación, se precipitó hacia la puerta más cercana que diese al amplio patio de armas que se abría entre los principales edificios del complejo. Sus pasos levantaban el polvo depositado en el suelo, ya que todo el recinto se encontraba en una profunda remodelación que, estaba seguro, costaría una verdadera fortuna a las arcas del Imperio; sin embargo, el gasto no era algo que reprochara a su primo, tan sólo la localización de la obras. Las piernas le dirigieron hacia el otro lado de la explanada, donde se erigía lo que se iba a convertir en la residencia oficial de la emperatriz. La hora no era propia de visitas y tampoco era su intención que la propietaria del palacio se enterase de su visita, por lo que rodeó la plaza, eludiendo a los guardias que protegían las entradas y se inmiscuyó por un callejón lateral, en donde se debía encontrar una puerta del servicio. La cerradura no supuso ningún problema para sus conocimientos.
El interior estaba apenas iluminado con una luna creciente, algo que favorecía a aumentar sus dotes de sigilo, mientras avanzaba rápidamente por los pasillos que serpenteaban en el interior. Era lo bueno de usar los caminos de los criados, se llegaba más rápidamente a cualquier lugar. Tras subir unas escaleras, llegó a la galería que llevaba directamente a la sala donde Ludwig había decidido acomodar las joyas imperiales, una sencilla estancia octogonal con ventanas altas, en un intento por reafirmar el centralismo que estaba planteando. El turco había opinado que era un riesgo extremo trasladarlas a la nueva capital, sobretodo estando aún inconcluso el lugar, y más aún si ni siquiera buscaba un emplazamiento realmente seguro en el que guardarlas. Prueba de aquello, y de la veracidad de su intuición, eran los cuerpos que yacían inconscientes en el suelo, que expelían una pesada respiración, fruto del profundo sueño en el que estaban imbuidos. Wilhelm los rodeó, sin tocarlos y sin ánimo de despertarlos, para llegar a los dos tablones de madera fastuosamente decorados. Con cuidado, giró el pomo y entró al interior, poniendo especial interés en que los goznes no chirriaran al girar para encontrarse a la figura oculta de presagio.
- Parece que ni trasladando la corte evitamos los ladrones – una sonrisa se instaló en sus labios al tiempo que su firme voz, con acento extranjero, hablaba en un fluido alemán -. ¿Puedo ayudarla en algo, señorita? – sus brazos se cruzaron sobre su pecho, mientras sus pupilas se clavaban en ella y su cuerpo bloqueaba la única salida factible de la habitación.
Bilge Şahin- Hechicero Clase Alta
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Re: In fraganti {Ingrid Chassier y Wilhelm Seb. Wittelsbach}
El Zepter estaba a punto de ser robado, lo tenía rodeado por una de sus manos bien sujeto para dejar la barra, concentrada en su totalidad en ésto que hacía. Descuidarse sería imperdonable. Perderlo indescriptiblemente doloroso porque era demasiado lo que arriesgó para ésto. Cerró los ojos un instante obstaculizando cualquier sonido, sentimiento... todos sus sentidos estarían fijos en el objeto. No se daría el lujo de fallar.
Lento, sus ojos se abrieron lamiéndose los labios. Gotas de sudor recorrían su rostro haciéndola estremecer al rozar su piel tibia. Se mordió el interior del labio inferior al tiempo que contaba los segundos para hacer su maniobra... uno... dos... Una voz la hizo saltar de la impresión. ¿Cuándo entró el hombre? Seguro en el instante en que ella estaba ensimismándose, pero ahora casi gimió de terror al escuchar el sonido indiscutible de un mecanismo accionado. Las micras de segundo que el Zepter quedó levantado fueron suficientes para alistar las trampas.
Soltó el tubo que traía en las manos donde correspondía quedándose sin dudar con el cetro para agacharse a tiempo de que la flecha pasara zumbando por su cabeza haciéndola tragar saliva por lo cercano que estuvo de la muerte. Mas sin embargo, no era el único atentado que tenía que resolver. Corriendo con rapidez en pos de la salida obstruída por ese hombre maldito, escuchó dos flechas que cortaban la distancia con rapidez traspasando el aire del espacio en el que momentos antes estaba su cuerpo.
¿Qué hacer? Podría hacer a un lado a ese varón, tenía el factor sorpresa al tiempo que detectaba una amenaza más a sus espaldas, podría echarlo al suelo y salir de ahí ahora que no podía regresar por la ventana superior por la que entró. Rechinó los dientes cuando la figura del hombre estuvo ante ella y para su sorpresa se encontró tomándolo del cuerpo para echarlo al piso bajo su figura volteando hacia la pared de donde las dos flechas emergieron clavándose en la puerta que él custodiaba segundos antes.
- No se mueva - rechinó los dientes porque tenía que dejar pasar el tiempo para que las defensas terminaran. Ahí donde estaban ambos era momentáneamente seguro, Ingrid no escuchaba por ningún lado un peligro aparte de las flechas que seguían disparándose desde diversos ángulos. Su cuerpo sobre el de él la hicieron comprender el lío en el que se encontraba no sólo por el robo si no por... porque de pronto, se sintió estimulada por tenerlo debajo. Pocas veces con un hombre experimentaba tal sacudida sexual.
Sus ojos eran lo que más la cautivaba, llenos de enigmáticos colores y chispas que parecían arrebatarle la cabeza y la cordura. La sonrisa de sus labios, torcida y que parecía burlarse de lo acontecido. El cuerpo sí que era una oda a la musculatura a pesar de que a simple vista, ella no habría pensado tal desarrollo corporal. Su cuerpo sobre el de él la hacía consiente de lo bien que estaba proporcionado y no sólo eso, si no que era... duro... de esos que le encantaban y le perdían la cabeza una y otra vez.
Se le antojó por completo, tenía un atractivo que no podía entender aunque quizá fuera la adrenalina segregada por el episodio que le veía diferente, atractivo y que cuando pasara, volvería a ser el mismo hombre ordinario. Aunque algo en su interior, un presentimiento quizá hacía que comprendiera la verdad. No, no era sólo el chispazo, el subidón... algo más tenía para que se sintiera de esa manera y deseara desenfrenadamente todo con él.
Quizá fuera el hecho de que la situación le parecía excitante que sentía ganas de arrancarle la ropa y darle un beso. Sin embargo... ¿Por qué quedarse con la espina? Jamás lo hizo y mucho menos ahora. Volteó y aprovechando que él no podía levantarse so pena de que su cabeza fuera atravesada por un misil de madera, besó sus labios disfrutando del achispado sabor del vino y también el de los pliegues de su boca que se acoplaban a los suyos en una forma de cortejo tan antigua como el tiempo a lo que se aunó el conocimiento de que sí tenía buena musculatura como su propio cuerpo lo comprobaba al restregarse impúdicamente contra él.
De todas formas, algo debía robarle también a él ya que por poco lo arruina todo. ¿No?
Lento, sus ojos se abrieron lamiéndose los labios. Gotas de sudor recorrían su rostro haciéndola estremecer al rozar su piel tibia. Se mordió el interior del labio inferior al tiempo que contaba los segundos para hacer su maniobra... uno... dos... Una voz la hizo saltar de la impresión. ¿Cuándo entró el hombre? Seguro en el instante en que ella estaba ensimismándose, pero ahora casi gimió de terror al escuchar el sonido indiscutible de un mecanismo accionado. Las micras de segundo que el Zepter quedó levantado fueron suficientes para alistar las trampas.
Soltó el tubo que traía en las manos donde correspondía quedándose sin dudar con el cetro para agacharse a tiempo de que la flecha pasara zumbando por su cabeza haciéndola tragar saliva por lo cercano que estuvo de la muerte. Mas sin embargo, no era el único atentado que tenía que resolver. Corriendo con rapidez en pos de la salida obstruída por ese hombre maldito, escuchó dos flechas que cortaban la distancia con rapidez traspasando el aire del espacio en el que momentos antes estaba su cuerpo.
¿Qué hacer? Podría hacer a un lado a ese varón, tenía el factor sorpresa al tiempo que detectaba una amenaza más a sus espaldas, podría echarlo al suelo y salir de ahí ahora que no podía regresar por la ventana superior por la que entró. Rechinó los dientes cuando la figura del hombre estuvo ante ella y para su sorpresa se encontró tomándolo del cuerpo para echarlo al piso bajo su figura volteando hacia la pared de donde las dos flechas emergieron clavándose en la puerta que él custodiaba segundos antes.
- No se mueva - rechinó los dientes porque tenía que dejar pasar el tiempo para que las defensas terminaran. Ahí donde estaban ambos era momentáneamente seguro, Ingrid no escuchaba por ningún lado un peligro aparte de las flechas que seguían disparándose desde diversos ángulos. Su cuerpo sobre el de él la hicieron comprender el lío en el que se encontraba no sólo por el robo si no por... porque de pronto, se sintió estimulada por tenerlo debajo. Pocas veces con un hombre experimentaba tal sacudida sexual.
Sus ojos eran lo que más la cautivaba, llenos de enigmáticos colores y chispas que parecían arrebatarle la cabeza y la cordura. La sonrisa de sus labios, torcida y que parecía burlarse de lo acontecido. El cuerpo sí que era una oda a la musculatura a pesar de que a simple vista, ella no habría pensado tal desarrollo corporal. Su cuerpo sobre el de él la hacía consiente de lo bien que estaba proporcionado y no sólo eso, si no que era... duro... de esos que le encantaban y le perdían la cabeza una y otra vez.
Se le antojó por completo, tenía un atractivo que no podía entender aunque quizá fuera la adrenalina segregada por el episodio que le veía diferente, atractivo y que cuando pasara, volvería a ser el mismo hombre ordinario. Aunque algo en su interior, un presentimiento quizá hacía que comprendiera la verdad. No, no era sólo el chispazo, el subidón... algo más tenía para que se sintiera de esa manera y deseara desenfrenadamente todo con él.
Quizá fuera el hecho de que la situación le parecía excitante que sentía ganas de arrancarle la ropa y darle un beso. Sin embargo... ¿Por qué quedarse con la espina? Jamás lo hizo y mucho menos ahora. Volteó y aprovechando que él no podía levantarse so pena de que su cabeza fuera atravesada por un misil de madera, besó sus labios disfrutando del achispado sabor del vino y también el de los pliegues de su boca que se acoplaban a los suyos en una forma de cortejo tan antigua como el tiempo a lo que se aunó el conocimiento de que sí tenía buena musculatura como su propio cuerpo lo comprobaba al restregarse impúdicamente contra él.
De todas formas, algo debía robarle también a él ya que por poco lo arruina todo. ¿No?
*Off qué chiquito me quedó e_e sorry
Ingrid Chassier- Mensajes : 102
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Re: In fraganti {Ingrid Chassier y Wilhelm Seb. Wittelsbach}
Los eventos que vinieron a continuación, por la rapidez en la que sucedieron, no pudieron ser enumerados conscientemente, aunque tampoco fueron contestados por el subconsciente, pues no hubo necesidad de ello. Ante la mirada atónita del hombre, los proyectiles surgieron de agujeros antes invisibles en las paredes y se fueron a precipitar hacia el cuerpo de la mujer, lo suficientemente ágil y entrenado como para esquivarlos. Antes de poder preverlo o, siquiera, querer evitarlo, su espalda chocó sonora y dolorosamente contra el suelo en un golpe que le cortó la respiración por apenas un instante. Su reacción externa no fue más que un seco quejido, fruto de la expulsión obligada de aire de sus pulmones; sin embargo, no fue lo único que provocó. Aunque la adrenalina pudiera fomentarla, aquella violenta contusión debiera haber prevenido cualquier excitación, pese a que no sucediera así. De todas formas, algo en su interior le sugería en ineludibles susurros que aquel contacto evadía la mera sexualidad para situarse en un campo mayor que escapaba de su entendimiento actual. Pronto vería secundadas esas sospechas.
Aunque el impacto le hubiera noqueado, pronto sintió la necesidad de recuperar el dominio de sí mismo para evitar que ésta escapara. El turco se revelaba contra el sino al que su libido quería condenarle, aún teniendo presente el fundamento de su estadía en la estancia o, más precisamente, del cometido de la desconocida en ella. Pero con lo que, desde luego, no contaba, era con que sus deseos se verían reflejados en la mujer y que ésta, sin dudarlo, se prestó a exponerlos. Los labios se encontraron en una aproximación que distaba de ser esperada. El aroma dulcemente salado y el tacto húmedo no hubieran bastado de por sí para apartarle de su determinación, sino que hubieran insistido en que aquella quisiera desubicarle para, aprovechando la situación, escapar con el botín. No de por sí, pues sí que lo lograron, gracias a una ayuda que, sin duda, lo arrancó por unos momentos de la realidad. Aquella dote que se había descubierto hacía años en él hizo que su mirada se perdiera, pues ni siquiera podía tener el deseo de ver. Esto fue lo que derrotó a sus sentidos:
Las imágenes, turbias, aparentemente inconexas, mas con una relación palpable, se sucedieron. Una ciudad con canales por calles; el redoble de un tambor de batalla; las inconfundibles cúpulas de la Mezquita Azul de Estambul; el llorar de un bebé; la corona imperial que se encontraba en esa misma habitación; sus propios jadeos de placer; el rostro de su primo y, por último, la misma mirada azul que se encontró al volver a recuperar el dominio de sí mismo.
No todo cobraba sentido para él, o no un sentido que pudiera encontrar en ese momento, pues sabía que ninguna de aquellas revelaciones sería en vano y que todas tenían algún motivo para estar allí. Lo que no sabía era el porqué de que aquel contacto aterciopelado, candente, le hubiera provocado aquello; no sabía por qué aquella mujer contra la que su respiración agitada iba a chocar había sido el detonante.
- ¿Pero qué…? – su mirada se entrecerró, intentando retomar su verdadera forma de actuar y desmentir que aquel beso le hubiera, no sorprendido, sino acobardado, porque no había sido éste el motivo de su desconcierto. Lanzó su mano a agarrar férreamente su muñeca, para impedir cualquier escape de ella y afianzar esa superioridad que quedaba en entredicho por su posición inferior – No pienses que con triquiñuelas vas a lograr escapar de mí – en su rostro podía adivinarse una leve contrariedad -. Salgamos de aquí – comentó el otomano moviéndose para librarse de ella y arrastrarse por el suelo hasta quedar fuera de la estancia, con intención de evitar cualquier posible flecha restante. No tardó, pues no quería que ella le adelantara.
Una vez en el corredor, agarró su cuerpo de improvisto y la empotró contra la pared, evitando un posible escape al rodearla con su cuerpo, no dejando más que dos centímetros de espacio entre ellos. Aquella posición le provocaba, era algo que no podía evitar, pero aquello no quería decir que fuese menos necesario. Clavó su mirar azulado contra el parejo, firmemente, sin decir una sola palabra por unos instantes y con el entrecejo levemente forzado, evitando cualquier picaresca en su expresión.
- Debo reconocer que casi lo consigues – la tuteaba, pues aquella no era una situación, ni mucho menos, protocolaria y él no estaba habituado a tanta cortesía frívola. Los cuerpos de los soldados, inconscientes, yacían cerca de ellos, aún sin dar síntomas de querer despertar -. Eres buena… pero no lo suficiente – entonces sonrió, no de manera divertida, sino casi punzante, con sorna. Cogió aire fuertemente, pero lo soltó de manera sosegada, por la nariz, porque tampoco quería ser más desagradable de lo necesario, no de momento -. Debería llevarte ante el emperador y que te ajusticiaran. No creo que se contentaran con una mano, teniendo en cuenta el botín – y sin embargo, algo le decía que aquel no era lo que debía ni lo que iba a hacer. Su amenaza había sido, en parte, vacía, pues dudaba que aún se usara en Europa aquel castigo para los ladrones, pero que habría serias repercusiones para ella, eso era algo de lo que no dudaba. Su cuerpo quería unirse al de ella y, de forma inconsciente, se había ido pegando hasta que no hubo alejamiento alguno entre ellos. Calló ahora, esperando una contestación por su parte al tiempo que pensaba qué hacer con ella, pues tenía en claro que no podía dejarla marchar sin más. De una u otra manera, sabía que el camino que tenían que compartir no había hecho sino empezar.
Aunque el impacto le hubiera noqueado, pronto sintió la necesidad de recuperar el dominio de sí mismo para evitar que ésta escapara. El turco se revelaba contra el sino al que su libido quería condenarle, aún teniendo presente el fundamento de su estadía en la estancia o, más precisamente, del cometido de la desconocida en ella. Pero con lo que, desde luego, no contaba, era con que sus deseos se verían reflejados en la mujer y que ésta, sin dudarlo, se prestó a exponerlos. Los labios se encontraron en una aproximación que distaba de ser esperada. El aroma dulcemente salado y el tacto húmedo no hubieran bastado de por sí para apartarle de su determinación, sino que hubieran insistido en que aquella quisiera desubicarle para, aprovechando la situación, escapar con el botín. No de por sí, pues sí que lo lograron, gracias a una ayuda que, sin duda, lo arrancó por unos momentos de la realidad. Aquella dote que se había descubierto hacía años en él hizo que su mirada se perdiera, pues ni siquiera podía tener el deseo de ver. Esto fue lo que derrotó a sus sentidos:
Las imágenes, turbias, aparentemente inconexas, mas con una relación palpable, se sucedieron. Una ciudad con canales por calles; el redoble de un tambor de batalla; las inconfundibles cúpulas de la Mezquita Azul de Estambul; el llorar de un bebé; la corona imperial que se encontraba en esa misma habitación; sus propios jadeos de placer; el rostro de su primo y, por último, la misma mirada azul que se encontró al volver a recuperar el dominio de sí mismo.
No todo cobraba sentido para él, o no un sentido que pudiera encontrar en ese momento, pues sabía que ninguna de aquellas revelaciones sería en vano y que todas tenían algún motivo para estar allí. Lo que no sabía era el porqué de que aquel contacto aterciopelado, candente, le hubiera provocado aquello; no sabía por qué aquella mujer contra la que su respiración agitada iba a chocar había sido el detonante.
- ¿Pero qué…? – su mirada se entrecerró, intentando retomar su verdadera forma de actuar y desmentir que aquel beso le hubiera, no sorprendido, sino acobardado, porque no había sido éste el motivo de su desconcierto. Lanzó su mano a agarrar férreamente su muñeca, para impedir cualquier escape de ella y afianzar esa superioridad que quedaba en entredicho por su posición inferior – No pienses que con triquiñuelas vas a lograr escapar de mí – en su rostro podía adivinarse una leve contrariedad -. Salgamos de aquí – comentó el otomano moviéndose para librarse de ella y arrastrarse por el suelo hasta quedar fuera de la estancia, con intención de evitar cualquier posible flecha restante. No tardó, pues no quería que ella le adelantara.
Una vez en el corredor, agarró su cuerpo de improvisto y la empotró contra la pared, evitando un posible escape al rodearla con su cuerpo, no dejando más que dos centímetros de espacio entre ellos. Aquella posición le provocaba, era algo que no podía evitar, pero aquello no quería decir que fuese menos necesario. Clavó su mirar azulado contra el parejo, firmemente, sin decir una sola palabra por unos instantes y con el entrecejo levemente forzado, evitando cualquier picaresca en su expresión.
- Debo reconocer que casi lo consigues – la tuteaba, pues aquella no era una situación, ni mucho menos, protocolaria y él no estaba habituado a tanta cortesía frívola. Los cuerpos de los soldados, inconscientes, yacían cerca de ellos, aún sin dar síntomas de querer despertar -. Eres buena… pero no lo suficiente – entonces sonrió, no de manera divertida, sino casi punzante, con sorna. Cogió aire fuertemente, pero lo soltó de manera sosegada, por la nariz, porque tampoco quería ser más desagradable de lo necesario, no de momento -. Debería llevarte ante el emperador y que te ajusticiaran. No creo que se contentaran con una mano, teniendo en cuenta el botín – y sin embargo, algo le decía que aquel no era lo que debía ni lo que iba a hacer. Su amenaza había sido, en parte, vacía, pues dudaba que aún se usara en Europa aquel castigo para los ladrones, pero que habría serias repercusiones para ella, eso era algo de lo que no dudaba. Su cuerpo quería unirse al de ella y, de forma inconsciente, se había ido pegando hasta que no hubo alejamiento alguno entre ellos. Calló ahora, esperando una contestación por su parte al tiempo que pensaba qué hacer con ella, pues tenía en claro que no podía dejarla marchar sin más. De una u otra manera, sabía que el camino que tenían que compartir no había hecho sino empezar.
Bilge Şahin- Hechicero Clase Alta
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Re: In fraganti {Ingrid Chassier y Wilhelm Seb. Wittelsbach}
Los aliados los encuentras donde menos lo esperas,
Los amantes, te presionan siempre contra una pared.
Tú eres ambos, ¡Qué sorpresa!
Los amantes, te presionan siempre contra una pared.
Tú eres ambos, ¡Qué sorpresa!
Sus labios eran deliciosos, de un grosor perfecto para que no fuera tan acaparador ni tan insípido, su aliento la incitaba a continuar ahí, pegada ignorando los proyectiles que podrían ser su muerte en esa habitación del demonio, entre los roces que la erotizaban la piel causándole sentimientos encontrados. ¿Importaba acaso si su cuerpo estaba adaptándose al de ese hombre que tanto la estimulaba, que se acoplara a sus curvas, a sus deseos controlándose para no arrancarle la ropa ahí mismo y disfrutar del sabor salado de esa coraza que protegía sus músculos? No sabía por qué, pero esa sexualidad entre ellos, esa tensión era deliciosa de sentir y de satisfacer. Aunque hizo una mueca cuando el beso se antojó extraño, no es que fuera bien correspondida, todo lo contrario, él parecía una estatua lo que ella no lograba explicar, pero vamos que ascos él no parecía hacer cuando se separó parecía sorprendido, como ido en cierta forma, era como si despertara de un profundo sueño y no entendiera del todo qué hacía ahí Ingrid, le vio parpadear confundido. Hasta que la retuvo de la muñeca con fuerza, echando por tierra sus ilusiones porque no parecía más interesado que en apresar a la ladrona. Oh vamos, no. No podía ser posible, le atraía un hombre y éste no era más que hielo bajo su cuerpo y lo peor es que la química parecía tan buena, tan inquietantemente rica.
La orden de él llegó cuando menos lo esperaba, pero aún así y con cierta dificultad procurando siempre no activar ninguna trampa extra, capaz y el Emperador había puesto algo para que se cayeran por el piso o quién sabe qué otra retorcida idea macabra, se arrastró por el piso con una rapidez propia de su oficio, como si fuera un soldado que buscara sorprender al enemigo pasando inadvertido, pero en este caso la intención se basaba en no recibir ninguna flecha que la lastimara. Una vez fuera de la habitación, se puso en pie con celeridad asegurándose de traer la bolsa para luego intentar correr. Una oportunidad que se le escapó de las manos en el instante mismo en que él la atrapó. Rió divertida al tiempo que la volteaba hacia él y podía apreciar mejor sus rasgos, vaya que era atractivo y no sólo eso, si no que era fuerte por como la sujetaba, un tanto más alto que ella, pero no demasiado por lo que con tacones de seguro que le llegaría a mitad de la frente, lo cual era una buena altura. Un físico que ya había admirado, pero que ahora de pie se observaba más que masculino. Definitivo, se le antojaba una noche con él, quizá dos y no justamente hablando, sexo puro y carnal, de ese apasionado como se veía en sus ojos, como se oía en su voz, de esos que le quitarían el sueño y al final, caería rendida tras permitir que él la tomara cuantas veces quisiera... aunque por las circunstancias seguramente ya estaba vedado debido a su fidelidad al Emperador y a su disgusto por intentar robar las joyas de la corona a menos que pudiera envolverlo y luego de ello aprovecharse de la situación ya sea dejándolo bien dormido o incluso golpeándolo hasta que perdiera el sentido con algún objeto lo suficientemente pesado.
En ese instante, fue cuando se encontró empotrada en la pared mirándolo sorprendida porque pudiera ponerla así, en esa posición con tal rapidez y eficacia, le admiró eso y más debido a que no cualquiera la enfrentaba de esa forma tan directa y con una mirada tan limpia que no dejaba lugar a dudas que sería muy difícil convencerlo de que la dejara ir, aunque podía hacer el intento, claro. A dos centímetros de su cuerpo, se preguntó ¿Por qué usaba exactamente esa posición para dominarla? ¿Era necesaria? Alzó una ceja mirándolo y ocultó una sonrisa sabiendo que no, descubriendo con gran alegría que él tampoco era inmune a sus encantos. Sus ojos brillaron más que divertidos mientras que le escuchaba hablar, tenía una voz muy excitante, ronca y deliciosa, con ese timbre que a Ingrid agradaba a pesar de que el tono de Santhiago fuera su favorito.
¿No era lo suficientemente buena? Casi se rompe a reír, pero le miró lamiéndose los labios en un mohín coqueto mientras ladeaba la cabeza. Claro, ella era la que casi se muere con las flechas, la que casi es atravesada por éstas. Él había sido tan astuto como para reaccionar rápido... claro, pero se lo cobraría, claro que sí. Quizá no ahora, pero en su momento... o sí, quizá ahora mismo, hacerle ver la situación por la que habían atravesado y lo cerca que había estado de la muerte para obligarlo a dejarla ir. Perdería lo que hurtó, pero tenía otra oportunidad cuando menos lo esperara, esa misma noche de ser posible. Llevarla con el Emperador, esas sí eran palabras mayores, pero calló cuando sintió que él iba, conforme hablaba, eliminando la distancia entre ellos hasta que sus cuerpos estuvieron tan juntos que sus senos se oprimían contra su tórax, esa virilidad se dejaba sentir contra la femineidad. Se le secó la boca y sus ojos miraron los del hombre, Dios, cómo la estaba poniendo. Se mordió el labio inferior y no dudó en continuar lo que había iniciado en la anterior habitación y sus labios fueron al oído del otomano disfrutando del aroma de la piel del hombre, de su calor y de su encanto.
- Podrá hacer muchas cosas, pero estoy segura que ambos estamos siendo presas de nuestros propios anhelos y deseos - mordisqueó el lóbulo lento, dejándose ansiar sabiendo cómo tratar a un hombre, pasándole las manos por la cintura y lento, acariciándole para relajarlo aunque bien sabía que podía salírsele de control y él huir, pero tenía una sola oportunidad e iba a aprovecharla al máximo - mejor vayamos a una habitación y desfoguemos las ansias, luego veremos qué hace conmigo, le prometo no huir ni hacerle... ¿Cómo dijo? Ah, sí, triquiñuelas... y si no quiere, bueno, a ver qué dice el Emperador del hombre que no supo esquivar las flechas, porque usted me debe la vida, de no ser por mí, ahora estaría desangrándose... y qué decir que ni siquiera sabe responder a un beso ¿Acaso es virgen? Yo puedo quitarle ese pequeño inconveniente y antes de que diga que no está interesado, le recuerdo que no fui yo la que se pegó completamente a usted. Yo sigo con mi espalda en la pared... ¿Y usted? - rió divertida esperando su respuesta, porque ella está que arde, ese hombre es como fuego...
La orden de él llegó cuando menos lo esperaba, pero aún así y con cierta dificultad procurando siempre no activar ninguna trampa extra, capaz y el Emperador había puesto algo para que se cayeran por el piso o quién sabe qué otra retorcida idea macabra, se arrastró por el piso con una rapidez propia de su oficio, como si fuera un soldado que buscara sorprender al enemigo pasando inadvertido, pero en este caso la intención se basaba en no recibir ninguna flecha que la lastimara. Una vez fuera de la habitación, se puso en pie con celeridad asegurándose de traer la bolsa para luego intentar correr. Una oportunidad que se le escapó de las manos en el instante mismo en que él la atrapó. Rió divertida al tiempo que la volteaba hacia él y podía apreciar mejor sus rasgos, vaya que era atractivo y no sólo eso, si no que era fuerte por como la sujetaba, un tanto más alto que ella, pero no demasiado por lo que con tacones de seguro que le llegaría a mitad de la frente, lo cual era una buena altura. Un físico que ya había admirado, pero que ahora de pie se observaba más que masculino. Definitivo, se le antojaba una noche con él, quizá dos y no justamente hablando, sexo puro y carnal, de ese apasionado como se veía en sus ojos, como se oía en su voz, de esos que le quitarían el sueño y al final, caería rendida tras permitir que él la tomara cuantas veces quisiera... aunque por las circunstancias seguramente ya estaba vedado debido a su fidelidad al Emperador y a su disgusto por intentar robar las joyas de la corona a menos que pudiera envolverlo y luego de ello aprovecharse de la situación ya sea dejándolo bien dormido o incluso golpeándolo hasta que perdiera el sentido con algún objeto lo suficientemente pesado.
En ese instante, fue cuando se encontró empotrada en la pared mirándolo sorprendida porque pudiera ponerla así, en esa posición con tal rapidez y eficacia, le admiró eso y más debido a que no cualquiera la enfrentaba de esa forma tan directa y con una mirada tan limpia que no dejaba lugar a dudas que sería muy difícil convencerlo de que la dejara ir, aunque podía hacer el intento, claro. A dos centímetros de su cuerpo, se preguntó ¿Por qué usaba exactamente esa posición para dominarla? ¿Era necesaria? Alzó una ceja mirándolo y ocultó una sonrisa sabiendo que no, descubriendo con gran alegría que él tampoco era inmune a sus encantos. Sus ojos brillaron más que divertidos mientras que le escuchaba hablar, tenía una voz muy excitante, ronca y deliciosa, con ese timbre que a Ingrid agradaba a pesar de que el tono de Santhiago fuera su favorito.
¿No era lo suficientemente buena? Casi se rompe a reír, pero le miró lamiéndose los labios en un mohín coqueto mientras ladeaba la cabeza. Claro, ella era la que casi se muere con las flechas, la que casi es atravesada por éstas. Él había sido tan astuto como para reaccionar rápido... claro, pero se lo cobraría, claro que sí. Quizá no ahora, pero en su momento... o sí, quizá ahora mismo, hacerle ver la situación por la que habían atravesado y lo cerca que había estado de la muerte para obligarlo a dejarla ir. Perdería lo que hurtó, pero tenía otra oportunidad cuando menos lo esperara, esa misma noche de ser posible. Llevarla con el Emperador, esas sí eran palabras mayores, pero calló cuando sintió que él iba, conforme hablaba, eliminando la distancia entre ellos hasta que sus cuerpos estuvieron tan juntos que sus senos se oprimían contra su tórax, esa virilidad se dejaba sentir contra la femineidad. Se le secó la boca y sus ojos miraron los del hombre, Dios, cómo la estaba poniendo. Se mordió el labio inferior y no dudó en continuar lo que había iniciado en la anterior habitación y sus labios fueron al oído del otomano disfrutando del aroma de la piel del hombre, de su calor y de su encanto.
- Podrá hacer muchas cosas, pero estoy segura que ambos estamos siendo presas de nuestros propios anhelos y deseos - mordisqueó el lóbulo lento, dejándose ansiar sabiendo cómo tratar a un hombre, pasándole las manos por la cintura y lento, acariciándole para relajarlo aunque bien sabía que podía salírsele de control y él huir, pero tenía una sola oportunidad e iba a aprovecharla al máximo - mejor vayamos a una habitación y desfoguemos las ansias, luego veremos qué hace conmigo, le prometo no huir ni hacerle... ¿Cómo dijo? Ah, sí, triquiñuelas... y si no quiere, bueno, a ver qué dice el Emperador del hombre que no supo esquivar las flechas, porque usted me debe la vida, de no ser por mí, ahora estaría desangrándose... y qué decir que ni siquiera sabe responder a un beso ¿Acaso es virgen? Yo puedo quitarle ese pequeño inconveniente y antes de que diga que no está interesado, le recuerdo que no fui yo la que se pegó completamente a usted. Yo sigo con mi espalda en la pared... ¿Y usted? - rió divertida esperando su respuesta, porque ella está que arde, ese hombre es como fuego...
Y ella, la madera que quiere arder entre sus brazos.
Ingrid Chassier- Mensajes : 102
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Re: In fraganti {Ingrid Chassier y Wilhelm Seb. Wittelsbach}
Tentación. Todo se resumía a aquella simple palabra. La irremediable atracción de dos cuerpos adultos que, embriagados por la adrenalina, se buscaban a toda costa. El sano juicio nublado, intentando evitar que éste los previniera de un acto del que se llegasen a arrepentir. Si el deseo lo consiguiera no era más que el fruto de la debilidad de la carne y la ausencia de cabeza fría. Y ¡oh! Su sangre ardía en las venas, corroyendo sus huesos hasta la médula, haciéndole desear buscar más de ella, cerrar aquella distancia, ya exigua, hasta que sus cuerpos chocaran buscando fundirse en uno sólo, no consiguiéndolo, pero no cejando jamás en su empeño, deseando probar cada llama que ardiera en el infierno que sería su encuentro, pasional, un ascenso imparable que los desviase hasta el más pleno y deseado pecado. Pero no, él había crecido sabiendo poner límites a sus propias necesidades, esas que podían resultar exiguas e insatisfactorias, si no se trataban con el justo empeño, o que podían destruir mundos y vidas por un insignificante instante de la ausencia del tesón necesario. Era ésta última la que se daba en ese momento.
Así pues, fue que sus palabras arrancaron de él una sonrisa, no complaciente, sino casi cargada de sorna. ¿Virgen él? Que supiera elegir su compañía en la cama no significaba que fuera ajeno a los placeres que lecho, suelo o la misma pared en la que se encontraban pudieran otorgar. Ella era una ladrona, desde luego no una vulgar, pues había logrado adentrarse en el palacio sin que hubiera ni un intento de hacer correr la alarma y su agilidad frente a las flechas demostraba una técnica que había sido trabajada. Pero, ¿por qué no usaba esas dotes en ese preciso momento? ¿Por qué no intentaba apartarle y huir con su preciado botín? Quizás fuera que aquella ansia también le invadiera a ella y fuera lo suficientemente estúpida como para dejarse llevar por ella. Estúpida o, quizás, arriesgada, no queriendo sino experimentar aquel deleite, macerarlo hasta que no quedara una sola sensación que arrancar, como, posiblemente, hiciera con todo situación en su vida. Sino, ¿por qué buscaba un objetivo tan alto que sustraer? Había miles de explicaciones posibles, o eso se dijo en aquel momento, buscando evitar seguir pensando en temas que no le debieran importar lo más mínimo.
Tampoco hubiera podido seguir cavilando. Su boca se atrevió a seguir tentándole, desviándose hasta el lateral de la cara y clavando aquellos incisivos seductoramente en su lóbulo. El otomano juró internamente por Dios, Alá y cualquier otro ser supremo que se atreviera a pasar por su blasfema mente en ese preciso instante. Resistir los encantos de alguien no debiera suponer un problema para él, pero, ella sólo insistía en provocar su perdición. No, no podía permitirse ceder y percatarse de que aquello no era más que una estratagema para zafarse de él. No sólo era una cuestión de orgullo, por no quedar como un mero patán que se dejaba vencer por sus instintos, pues también tenía que evitar que ella se llevara aquellas joyas a toda costa; pertenecían a la nación que dirigía su primo y prefería tenerle ocupado en otras cuestiones.
- Deberle la vida – repitió con una voz que adquirió también la jocosidad de sus labios -. En ningún caso le pedí que me salvara y, de una u otra forma, yo no soy el último responsable de los acontecimientos de esta noche – en realidad, el causante de aquel encuentro había sido esa dote que había despertado en él hacía tiempo atrás y las fuerzas ocultas que habían provocado que se transformara en aquella visión que le había dirigido hasta esa estancia donde casi acaba atravesado por una flecha en su abdomen o, peor aún, en su propio rostro. Su mirada se ensombreció por un segundo ante ese pensamiento, volviendo pronto a insistir en su determinación anterior. No conocía el motivo por el que había terminado allí, pero estaba plenamente convencido de que no era casualidad y eso no hacía sino fortalecer su curiosidad -. Y olvídese de desfogarse conmigo; conozco un par de jóvenes que estarían dispuestos a cubrir sus necesidades a cambio de un par de monedas – sonrió, ladino, aunque sinceramente dudaba que necesitase pagar para mantener relaciones. Los hombres matarían por escuchar uno sólo de los gemidos que provocaran esos labios y ver aquellos ojos de un profundo azul mientras el clímax del orgasmo acudía a invadirlos. Sin embargo, la intriga por su visión y aquella sensación que provocaba el contacto con su cuerpo, que no era mero instinto sexual, le impedían dejarla marchar sin más. Por lo tanto, necesitaba una excusa para provocar un encuentro futuro. Por mucho que con sus palabras negara cualquier pronta confluencia de sus cuerpos desnudos, el agarre al que sometió a conciencia a su cuerpo, introduciendo una de sus piernas entre las suyas y pegando por completo su torso al de ella, haciendo que sus labios volvieran a estar a apenas unos milímetros, parecían erróneamente contradecirle, ya que no buscaba más que establecer esa superioridad que necesitaba para demandar una respuesta verbal de ella -. Dígame, ¿por qué ha venido a robar estas joyas? ¿Alguien le ha contratado? – estuvo a punto de formularle su sospecha de la afición que ella pudiera tener por la adrenalina, pero prefirió que fuera ella misma la que contestara, no resolviéndole él mismo la pregunta y haciendo más fácil la mentira. Ella debía contestarle y pronto, antes de que los guardias despertaran o que alguien más entrara en aquel corredor; o que fuera su propia cordura la que cediera a la locura.
Así pues, fue que sus palabras arrancaron de él una sonrisa, no complaciente, sino casi cargada de sorna. ¿Virgen él? Que supiera elegir su compañía en la cama no significaba que fuera ajeno a los placeres que lecho, suelo o la misma pared en la que se encontraban pudieran otorgar. Ella era una ladrona, desde luego no una vulgar, pues había logrado adentrarse en el palacio sin que hubiera ni un intento de hacer correr la alarma y su agilidad frente a las flechas demostraba una técnica que había sido trabajada. Pero, ¿por qué no usaba esas dotes en ese preciso momento? ¿Por qué no intentaba apartarle y huir con su preciado botín? Quizás fuera que aquella ansia también le invadiera a ella y fuera lo suficientemente estúpida como para dejarse llevar por ella. Estúpida o, quizás, arriesgada, no queriendo sino experimentar aquel deleite, macerarlo hasta que no quedara una sola sensación que arrancar, como, posiblemente, hiciera con todo situación en su vida. Sino, ¿por qué buscaba un objetivo tan alto que sustraer? Había miles de explicaciones posibles, o eso se dijo en aquel momento, buscando evitar seguir pensando en temas que no le debieran importar lo más mínimo.
Tampoco hubiera podido seguir cavilando. Su boca se atrevió a seguir tentándole, desviándose hasta el lateral de la cara y clavando aquellos incisivos seductoramente en su lóbulo. El otomano juró internamente por Dios, Alá y cualquier otro ser supremo que se atreviera a pasar por su blasfema mente en ese preciso instante. Resistir los encantos de alguien no debiera suponer un problema para él, pero, ella sólo insistía en provocar su perdición. No, no podía permitirse ceder y percatarse de que aquello no era más que una estratagema para zafarse de él. No sólo era una cuestión de orgullo, por no quedar como un mero patán que se dejaba vencer por sus instintos, pues también tenía que evitar que ella se llevara aquellas joyas a toda costa; pertenecían a la nación que dirigía su primo y prefería tenerle ocupado en otras cuestiones.
- Deberle la vida – repitió con una voz que adquirió también la jocosidad de sus labios -. En ningún caso le pedí que me salvara y, de una u otra forma, yo no soy el último responsable de los acontecimientos de esta noche – en realidad, el causante de aquel encuentro había sido esa dote que había despertado en él hacía tiempo atrás y las fuerzas ocultas que habían provocado que se transformara en aquella visión que le había dirigido hasta esa estancia donde casi acaba atravesado por una flecha en su abdomen o, peor aún, en su propio rostro. Su mirada se ensombreció por un segundo ante ese pensamiento, volviendo pronto a insistir en su determinación anterior. No conocía el motivo por el que había terminado allí, pero estaba plenamente convencido de que no era casualidad y eso no hacía sino fortalecer su curiosidad -. Y olvídese de desfogarse conmigo; conozco un par de jóvenes que estarían dispuestos a cubrir sus necesidades a cambio de un par de monedas – sonrió, ladino, aunque sinceramente dudaba que necesitase pagar para mantener relaciones. Los hombres matarían por escuchar uno sólo de los gemidos que provocaran esos labios y ver aquellos ojos de un profundo azul mientras el clímax del orgasmo acudía a invadirlos. Sin embargo, la intriga por su visión y aquella sensación que provocaba el contacto con su cuerpo, que no era mero instinto sexual, le impedían dejarla marchar sin más. Por lo tanto, necesitaba una excusa para provocar un encuentro futuro. Por mucho que con sus palabras negara cualquier pronta confluencia de sus cuerpos desnudos, el agarre al que sometió a conciencia a su cuerpo, introduciendo una de sus piernas entre las suyas y pegando por completo su torso al de ella, haciendo que sus labios volvieran a estar a apenas unos milímetros, parecían erróneamente contradecirle, ya que no buscaba más que establecer esa superioridad que necesitaba para demandar una respuesta verbal de ella -. Dígame, ¿por qué ha venido a robar estas joyas? ¿Alguien le ha contratado? – estuvo a punto de formularle su sospecha de la afición que ella pudiera tener por la adrenalina, pero prefirió que fuera ella misma la que contestara, no resolviéndole él mismo la pregunta y haciendo más fácil la mentira. Ella debía contestarle y pronto, antes de que los guardias despertaran o que alguien más entrara en aquel corredor; o que fuera su propia cordura la que cediera a la locura.
Bilge Şahin- Hechicero Clase Alta
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