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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Dominic Kraemer Lun Feb 19, 2018 12:59 pm

«Porque las hadas existen, aunque muchos no sepan verlas.
De hecho, pueden pasar por tu lado y que no te des ni cuenta»
Rozalén


Hacía muy poco tiempo que había llegado a París. ¿Había pasado una semana completa desde que aparcó la caravana? Dominic dudaba de que así fuera. Todavía no se había mezclado del todo entre el pueblo gitano, a pesar de que su hermana ya parecía que formaba parte de él, pero sí había conocido a un par de mujeres interesantes con las que ya había compartido las sábanas. No a la vez, por supuesto, aunque a él no le hubiera importado del todo. «Tiempo al tiempo», se dijo a sí mismo, porque raro era el deseo de Dominic que no consiguiera cumplir.

Esa mañana salió de su caravana con el pelo despeinado y los ojos hinchados de sueño. Vestido tan sólo con un pantalón fino lino, se asomó por la puerta a observar el panorama: el cielo estaba cubierto de unas nubes densas y oscuras que anunciaban lluvia, pero desconocía si llegaría a caer alguna gota; la tierra estaba cubierta por una fina neblina que mojaba la piel e incitaba a volver entre las mantas de la cama; el campamento entero, no obstante, llevaba horas en pie y trabajando. Se frotó los ojos y se pasó los dedos entre el cabello antes de volver al interior. No tenía grandes cosas que hacer en París, pero sí contaba con unos pocos contactos a los que podía vender los hermosos caballos que se había traído en el viaje. Eran animales rápidos, eso lo sabía bien, como también sabía que comprándolos de forma legal costarían una fortuna, y en eso él llevaba ventaja.

Se visitó rápidamente y llevó comida a los caballos antes de ir a la ciudad. Callejeó hasta dar con un tugurio donde se venía tabaco —mucho de él de contrabando— y entró como si fuera un cliente más. El dueño lo saludó sin demasiada efusividad, despachó al cliente al que estaba atendiendo y se acercó a la puerta para colgar un cartel que decía “Cerrado”.

Dominic, qué sorpresa —saludó—. No sabía que fueras a venir a París. ¿Qué negocio te traes ahora entre manos?

Fuera a donde fuera, el gitano ya era conocido entre los más rufianes del lugar.

Estoy aquí por asuntos familiares —contestó, escueto. No quería que esa parte de la historia se aireara demasiado, sobre todo aquella en la que él tenía que pagar una cantidad ingente de dinero—. Sigo con lo mío, ya sabes. Tengo un par de ejemplares recién traídos de las tierras del sur, rápidos como saetas. —Caminó hasta el mostrador de la tienda y apoyó el trasero en el borde, con los brazos cruzados a la altura del pecho—. Un macho y una hembra, perfectos para la cría: él, castaño puro, sin marcas blancas; ella, rubia con crines canela, una belleza rara de encontrar.

Vio cómo las pupilas del tabaquero se dilataban, pero ya sabía que la extrañeza de la yegua sería demasiado cara para sus intereses. El instinto de Dominic, a veces, abarcaba hasta a los humanos más transparentes.

Me interesa el macho, necesito un semental. Iré a verlo en un par de días —dijo—. A propósito, ¿sabes dónde está Palafox?

Y fue ahí, en mitad de la venta de su hermoso caballo, donde se enteró de todo. Rómulo Palafox fue un antiguo socio de Dominic con el que había hecho jugosos y fructíferos negocios, pero que hacía unos años no veía. Al parecer, la policía francesa había apresado a Rómulo recientemente por supuestos fraudes que había cometido en el pasado. Sin dar demasiados detalles, el gitano intentó sonsacar información al tabaquero, interesado, obviamente, en saber si su nombre había aparecido durante los interrogatorios. El hombre no supo contestarle, o no quiso, así que, nada más cerrar el trato del semental, Dominic salió directo a la prisión. Debía saber qué había contado el estúpido de Palafox, porque de eso dependía la largura de su estancia en París.

Tardó más de lo deseado en llegar, principalmente porque no se sabía el camino, pero las puertas cerradas y vigiladas de la prisión se mostraron frente a él, finalmente. Entró dando un nombre falso que olvidó nada más decirlo, y un trabajador lo guió, entre pasillos, hasta el mismo centro de la prisión. Por la profundidad en la que estaba, debían de tratar a Palafox como un hombre peligroso. Dominic se hubiera reído de no encontrarse allí metido y rodeado de policías.

Lo mandaron parar en una sala con un par de sillas, y el hombre que lo había acompañado cruzó una puerta de seguridad. El gitano esperó sentado unos minutos hasta que la puerta volvió a abrirse, sólo que, esta vez, frente al hombre caminaba una hermosa joven de cabellos como el fuego que Dominic reconoció al instante: Jasmine.
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Mensaje por Jasmine Palafox Mar Feb 27, 2018 2:43 pm

Todas las historias de amor son iguales.
Paulo Coelho.




Estuvo nerviosa todo el día. Se provocó el vómito dos veces en la mañana creyendo que aquello la ayudaría a tranquilizarse y efectivamente así fue, pero esa tranquilidad era pasajera, no le duró más de dos horas. Intentaba mantenerse ocupada, adelantar sus trabajos de costura para poder entregarlos antes del sábado y así tener el fin de semana para descansar aunque… ¿por qué se engañaba así? Sabía bien que no podría dormir en paz, que las pesadillas la despertarían como cada noche hacían, a ellas no les importaba si era la madrugada de un sábado o de un jueves, lo mismo les daba.

Desde que habían apresado a su padre, Jasmine también se sentía arrestada. Encerrada en su casa, sola todo el día sin más compañía que sus trabajos, temiendo por las noches que alguien entrase a robarle lo poco que tenía, durmiendo con una pistola que no sabía usar debajo de la cama. Solo James O’Brien, el abogado de su padre, la visitaba y le daba ánimos prometiendo que lo arreglaría todo… pero Jasmine no veía avances en la causa y con el correr de los meses desconfiaba más y más de ese parlanchín.

No le gustaba ir a visitarlo, el lugar le daba miedo y los carceleros le parecían todos unos asquerosos que se aprovechaban de tener que revisarla –en enaguas- para constatar que no entraba armada al lugar; claro que podría simplemente pasar de eso y verlo en la sala común de visitas, donde no se necesitaba de tantos controles porque no se permitía hablar a solas o tocar a los presos, pero ella prefería ir hasta su celda porque allí sí podía abrazarlo y hablar sin que nadie más estuviese presente. Pasaba minutos de humillación cada vez que iba pero, ¿cómo no iba a padecer aquello por su padre? ¿Cómo podía no visitarlo? Le llevaba ropa limpia y comida, algún queso que pudiese permitirse comprar –con el dinero que ganaba como costurera- y una cesta con frutas que ella misma arrancaba de los árboles cargados del jardín trasero de su casa. Por desgracia no tenía nada más, ella no sabía cocinar y se alimentaba ocasionalmente dando mordiscos a algunas manzanas o ciruelas.

Caminar hasta la prisión no era una opción, quedaba muy lejos y en una zona peligrosa… por lo que debía contar obligadamente con la ayuda de James, el abogado, para el traslado. Durante lo que duraba el trayecto, Jasmine se limitaba a oír todos los planes que le hombre tenía, no solo para sacar a su padre de la prisión, sino también para lograr que le devolviesen todas sus posesiones, el dinero que con trabajo se había ganado y que era también de ella, su única hija. En ese mismo estado, de inercia absoluta, Jasmine –cargada con la ropa limpia y la cesta de comida- bajaba del carruaje de James y se dirigía a la prisión. Sin hablar con nadie se dirigía hacia donde le indicaban y se desvestía a medias para demostrar que no ingresaba con nada que no estuviese permitido, tomaba lo que había llevado para dirigirse rumbo a la celda de su padre.

-Gracias por venir, hijita –le dijo Rómulo y la abrazó. ¡Estaba tan delgado! Asustaba.

Jasmine hizo lo único que podía hacer, llorar en el pecho de su padre mientras recordaba a su difunta madre. Cuando estaba con él volvía a sentirse una chiquilla despreocupada, sin el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.


-Te he traído frutas, queso y algo de pan –dijo y se secó las lágrimas-. Así puedes ponerte fuerte –lo hacía porque sabía que la comida de la prisión no era suficiente para él, acostumbrado a comer hasta la saciedad-. ¿Todavía tienes jabón? –él asintió-. Te traeré más la próxima vez que venga. Y te he hecho una camisa nueva, mira –la sacó de entre las otras que le llevaba limpias y se la mostró.

Él tomó la prenda como si fuese una camisa digna del mismísimo rey, la tocó con adoración y luego besó a su hija, orgulloso.

-Ojalá algún día puedas perdonarme, Jasmine –le dijo, encerrándola en su abrazo-. Tú no mereces estar pasando por todo esto, vidita mía.


-No tengo que perdonarte nada, tú eres inocente –le recordó, tomando el rostro amado de su padre entre sus manos, de piel agrietada-. Me ha dicho James que está pronto a poder probarlo todo, puede probar que tú no has estafado a nadie, que el dinero era tuyo, ganado con trabajo honrado. Quiero que vuelvas a casa –le dijo, ya sin poder aguantar ese deseo en el pecho-, quiero que estemos juntos y que hagamos viajes…

Pasaron algunos minutos así, poniéndose al día de las distintas actividades que cada uno hacía. Jasmine hablándole de los vecinos diciéndole que la ayudaban mucho –lo cual era mentira, pues ellos no hacían más que ignorarla cuando la veían pasar, todos le habían retirado el saludo-, Rómulo de sus compañeros… Hasta que un guardia llegó para interrumpirlos, anunciando que Palafox tenía visitas en la sala.

-No, pero estás conmigo ahora –se quejó Jasmine, calculado que todavía le quedaba al menos media hora junto a él; los minutos habían pasado y ella casi había olvidado en qué lugar estaban-. No vayas, te ruego…

-Puede ser algo importante. Tal vez sea James –caviló Rómulo-, ven conmigo.

De mala gana, Jasmine lo siguió a la sala de visitantes, allí atestiguó el cambio en el gesto de su padre al ver quién había llegado con intención de verlo. Ella también lo reconoció, era Dominic, el socio y amigo de su padre.

-Jasmine, mi vida… Necesito hablar a solas con Dominic, mejor vuelve a casa –le pidió Palafox y, por el gesto en el rostro de su padre, su primera reacción fue obedecer.

Se despidió de él con un fuerte abrazo y más lágrimas, separarse siempre les costaba demasiado. Lo dejó a solas con el otro hombre… pero finalmente se rebeló, Jasmine no obedeció. No se volvió a su casa, sino que se dispuso a aguardar en la salida del edificio, lista para enfrentar a Dominic en cuanto saliera para averiguar si podía o no ayudar a su padre de alguna forma.

-Niña, debo volver a mis negocios –se quejó James al ver que no tenía intenciones de subirse al carruaje.


-Ve, James. Te agradezco que me hayas acompañado, pero volveré a casa escoltada por el comisario él me lo ha prometido –le mintió, porque no pensaba volverse sin enfrentar a Dominic, no le importaba tener que caminar luego.


Última edición por Jasmine Palafox el Miér Mar 28, 2018 8:11 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Dominic Kraemer Dom Mar 25, 2018 3:17 pm

Cuando decidió ir a la prisión a ver a su exsocio, nunca imaginó que se encontraría con Jasmine. Hacía mucho tiempo que no la veía, puesto que las veces que lo había hecho había sido momentos esporádicos y prácticamente extraordinarios. A Palafox no le gustaba mezclar a su familia con los negocios que se traía entre manos con Dominic, y el gitano lo comprendía bien. Él, en lo personal, prefería no tener que soportar a las familias —hijas, en concreto— de la gente con la que hacía negocios. Las esposas era algo distinto, puesto que con alguna había tenido incluso un enredo casual, pero también prefería tenerlas lejos.

Se cruzó con la joven y la miró, pero ni siquiera la saludó; le interesaba su padre, no ella, y sería mejor para todos que los guardias la sacaran de allí. No le convenía escuchar lo que tenía que decirle a Rómulo, ni quería que lo hiciera. Cuantos menos oídos estuvieran presentes mejor para todos, sobre todo para Dominic, que ya se sentaba en la silla frente al preso.

¿Qué haces aquí, Dominic?
He venido a verte, Rómulo —contestó con una sonrisa—. Qué poco agradecido eres. Me apuesto lo que quieras a que tu hija es la única que se interesa por ti.
No la nombres. No te acerques a ella —dijo el hombre con voz temblorosa, fruto de la rabia—. Tú también deberías estar aquí, conmigo, y no disfrutando de una libertad que no te pertenece.

Dominic se revolvió en la silla y se inclinó sobre la mesa, acortando la distancia que los separaba.

Baja la voz si no quieres que te restrinjan las visitas. Sabes que puedo hacerlo —lo amenazó sin ningún tipo de escrúpulos; Dominic Kraemer no sabía qué era eso—. Quiero saber qué has dicho, en concreto, qué has dicho de mí. Como comprenderás, no me interesa hacerte compañía aquí dentro.
No he dicho nada. Estoy aquí porque tienen pruebas contra mí, pero en cuanto consigan anularlas saldré y serás tú el que pase una temporada entre rejas. No pienses que te vas a librar.

Dominic se rió. Menudo idiota era Palafox.

No vas a decir nada, ni ahora ni nunca. ¿Sabes por qué? —La confianza que mostró fue suficiente para que al hombre se le cambiara el rictus y pasara a uno aterrorizado. Que Dominic mostrara esa seguridad en sí mismo no era buena señal—. Porque como se te ocurra abrir la boca, le contaré a tu querida hijita que su padre quizá no sea su verdadero padre. ¡Oh, vamos! No pongas esa cara —dijo, casi ofendido—. ¿No recuerdas que me lo contaste aquella noche en la taberna, mientras tomábamos unos tragos de whisky? No, claro que no lo recuerdas. Estabas demasiado borracho para eso.

El rostro de Palafox se demudó. Negó con la cabeza mientras un sudor frío le recorría las sienes y la espina dorsal.

Por favor, Dominic, ella no…
Está en tus manos que ella lo sepa, Rómulo. —Elevó las manos en el aire, como si el derrotado fuera él y no el otro—. Si tú no dices nada, yo tampoco lo haré.

Y así, sin más, se levantó y le pidió al guardia que lo acompañara fuera, dejando al pobre Palafox con el corazón en un puño y el estómago encogido por la angustia. No miró atrás para recordarle al padre desolado el trato —si es que se podía llamar así— al que habían llegado. Rómulo lo conocía bien, y sabía que no se debía jugar con Dominic si no quería que tomara represalias muy serias contra uno. El gitano estaba tranquilo, puesto que la información que poseía era suficiente para tenerlo callado de por vida. Sabía lo mucho que amaba a su hija, así que perderla no era algo que Palafox fuera a permitir, y a Kraemer no le interesaba gastar ese cartucho a la ligera; si tenía que usarlo lo haría, pero todo a su debido tiempo.

Salió contento y tranquilo de la prisión, sin ver el momento de llegar a casa para descansar, cuando alguien se cruzó en su camino, estropeándole sus planes por segunda vez.

Jasmine. —Carraspeó—. Lamento lo de tu padre. Me ha dicho que tienen pruebas para apresarlo, pero no me ha querido dar detalles allí dentro. Nunca se sabe qué oídos están escuchando —comentó, sonando lo más compungido que podía—. ¿Qué tienen en su contra? ¿Lo sabes?
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Mensaje por Jasmine Palafox Mar Mar 27, 2018 10:13 pm

Jasmine se había preparado para afrontar una larga espera allí. Nerviosa, iba y venía de un lado al otro. Incluso llegó a cruzar la calle para analizar si le era conveniente aguardar desde allí la salida del hombre o no, pero finalmente decidió regresar a la puerta misma de la prisión.

De pequeña había amado en silencio a Dominic, recordaba las veces en las que el hombre -siempre misterioso- había visitado su casa, las cenas que ella había compartido la mesa con ese amigo y socio de su padre que le robaba el aliento y al que observaba sin poder evitarlo mientras los adultos hablaban de sus temas sumamente importantes. Dominic era hipnótico. En cambio hoy que el tiempo había transcurrido, Jasmine no podía recordar siquiera el apellido del hombre al que había jurado amar durante toda la vida… ¿Kalemer? Algo parecido debía ser, no podría decirlo.

No sabía qué le diría y tampoco tenía los nervios controlados como para respirar y armar alguna estrategia mental. Lo único que sabía, por como estaba su padre cuando lo dejó, era que aquella charla iba a ser larga… pero se equivocaba. El hombre no tardó más de diez minutos, quince como mucho, en salir de la prisión y la sorpresa hizo que Jasmine se plantase frente a él sin saber bien qué decirle o cómo comenzar la conversación, estaba en blanco. Afortunadamente, él le habló sin necesidad de que ella hiciera preguntas. ¿Podía confiar en él? Si su padre había querido pasar tiempo a solas con Dominic era porque de seguro tenían cosas importantes de qué hablar y las personas no hablaban de cosas importantes con quienes no fuesen confiables. A esa conclusión rápida llegó Jasmine Palafox, quizás apurada por la voz de él que se volvía gruesa y hermosa al pronunciar su nombre.


-¿De qué cosas ha hablado con mi padre, señor Dominic? –Seguía sin recordar su apellido, esperaba que él no tomase como una falta de respeto que lo llamase por su nombre de pila-. Por favor, cuénteme lo que sepa. No sabe lo mal que estoy pasando estos días lejos de él.

Su impronta la hacía sentir demasiado pequeña y esa situación de vulnerabilidad no le gustaba nada, en esos meses ella había tenido que dejar de ser una niña para situarse en su rol de mujer, una mujer fuerte y emprendedora que si quería vivir debía dejar las lágrimas a un lado para trabajar esforzadamente. Por eso, Jasmine retrocedió unos pasos hasta que su espalda tocó la fría pared de la fachada de la prisión.

-Yo… no sé muy bien qué pruebas son las que tienen, pero en nuestro hogar han encontrado algunas cosas y se han llevado todo. Casi no han dejado muebles –le dijo y con vergüenza desvió la mirada-. Necesito que me ayude, señor Dominic. Si usted sabe de la inocencia de mi padre debería presentarse como testigo, se lo ruego. Él es prisionero injustamente… El abogado de mi padre es James O’Brien, ¿lo conoce? Él me trajo hasta aquí, pero se ha marchado ya, lo que es una real pena porque hubiera sido bueno que usted pudiese hablar con él.
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Mensaje por Dominic Kraemer Dom Abr 15, 2018 2:24 pm

¡Oh, la dulce e inocente Jasmine! Desde la última vez que la había visto, su cuerpo había pasado de ser el de una niña al de una mujer. Joven, sí, pero mujer: la cintura se le marcaba bajo el vestido, al igual que el pecho que, aunque no era excesivamente grande, parecía terso y de piel suave. Dominic miró su cabello, uno de los rasgos que siempre le habían gustado de ella y que tanto la diferenciaba del resto de su familia, rojo y brillante como el mismísimo fuego.

No hemos podido hablar mucho. Había hombres dentro, y tu padre no ha querido darme demasiados detalles al respecto —contestó—. He creído que tú sabrías algo más, pero veo que no te han mantenido informada de lo que está pasando.

Tampoco le extrañó. Siendo tan joven y, encima, mujer, lo más seguro era que la hubieran subestimado, suponiendo que no iba a ser capaz de entender lo que estaba pasando, así que, ¿para qué malgastar tiempo y esfuerzos en intentar explicárselo? Si quería enterarse, lo mejor sería que hablara con ese tal James O’Brien. Si quería enterarse, porque lo cierto era que a Dominic le traían sin cuidado los detalles que habían llevado a Palafox a prisión. Conocía bien los negocios que había tenido con él: compraventas ilegales, estafas e incluso pequeños hurtos que luego terminaron siendo vendidos en el mercado negro. Era demasiado fácil engañar a Rómulo para que ejerciera de intermediario y, por tanto, de cara visible; mientras tanto, Dominic se encargaba de la parte más tediosa, la de conseguir los bienes y trazar los planes. Esa era, sin embargo, la parte segura del trato; nadie conocía su rostro, sino el de su compañero, así que si él no abría la boca, el gitano sabía que estaría a salvo.

No, no conozco a ese abogado, pero me temo, Jasmine, que poco podía haber hablado con él. Dudo mucho que tenga permitido compartir información con alguien que no sea de la familia —comentó—. Además, lo que yo pudiera contarle tampoco sería de gran interés. Hace ya algún tiempo que tu padre y yo dejamos de tener negocios juntos, ya lo sabes.

Sonó demasiado paternal, algo que el gitano no era, en absoluto. No le importaba el futuro de la chiquilla siempre y cuando no estuviera relacionado con el suyo, así de simple, pero tampoco podría desentenderse por completo. Palafox podía ponerse en contacto con ella y contarle que Dominic era tan culpable, o más, que él, y ella no dudaría en usar esa información para sacar a su querido padre de la cárcel. Quizá debía tenerla vigilada, por su bien y, por supuesto, sin dejar entrever sus intenciones.

Caminó un par de pasos en su dirección con las manos en los bolsillos y la miró.

No sé en qué habrá estado metido en este tiempo, así que lo lamento, pero no voy a poder ayudarte. —En realidad, no lamentaba nada—. ¿No hay nadie que pueda darte alguna pista sobre los motivos que tienen para acusarlo? De todos modos, ese tal O’Brien debería habértelo dicho. ¿Le has preguntado a él? Puedo acompañarte a su despacho, si quieres.
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Mensaje por Jasmine Palafox Mar Jun 05, 2018 9:08 pm

Era tan propio de su padre eso de desconfiar de todo y de todos, eso de no hablar de temas delicados frente a desconocidos, suponer siempre que había alguien escuchando para usar en su contra lo que dijese… Sí, reconocía a su padre en las palabras del gitano y eso la apenaba. Si Rómulo hubiese confiado en ella tal vez juntos habrían podido pensar en algo que ayudase a evitar lo que ahora vivían -y se incluía, porque de la desgracia de su padre había nacido la propia-, eso nunca podrían saberlo con certeza.

¿Tan obvio era que la habían hecho a un lado? ¿Tanto se notaba que Jasmine no sabía realmente qué estaba ocurriendo allí? Le dolió eso, que alguien como él se diese cuenta de lo ajena que su padre la había mantenido. Ah, pero Jasmine se había acostumbrado a vivir dolida. A ella todo le dolía, la hería, las palabras, los olvidos… el futuro. El futuro que no tendría le dolía más que ninguna otra cosa. ¿Qué joven respetable querría desposar a la hija de un preso? ¿Qué hombre la aceptaría si no tenía quien le buscase esposo? Su padre era su única familia y en esos momentos tenía otras preocupaciones más urgentes, de más peso. Jasmine estaba condenada a la soltería, a no saber lo que se sentía ser amada por un hombre.


-Sí, entiendo. Aunque con la familia, que soy yo, O’Brien tampoco comparte nada de sus investigaciones, me cuenta algunas cosas… pero creo que no puedo confiar en él.

¿Por qué no confiaba en O’Brien pero sí en Dominic? Él era amigo de su padre –aunque ahora decía que solo habían llevado algunos negocios juntos-, pero al parecer Rómulo no le había contado mucho… Jasmine se dijo que era hora de dejar de hablar, de ser cautelosa, de desconfiar porque estaba sola y si no se cuidaba nadie más lo haría.

Como respuesta al acercamiento del hombre, Jasmine retrocedió la misma cantidad de pasos que él había dado. No quería que la viese de cerca, no quería que se fijase en su rostro demasiado redondo y en esas pecas que la afeaban. No quería ser juzgada por nadie, mucho menos por Dominic Kraemer.


-¡Kraemer! Al fin me he acordado de su apellido –dijo, con una sonrisa genuina-. No se preocupe, fue un abuso de mi parte esperarlo aquí para pedirle ayuda y lo siento tanto… no quise ser impertinente. Usted no tiene por qué tomar parte de esto y lo comprendo perfectamente.

Debía volver a la casa pronto, antes de que la noche cayese pues era peligroso andar sola por las calles y ella lo sabía, había oído de asaltos y violencia ahora que tenía trato con más personas gracias a su incipiente trabajo como costurera. Las mujeres con las que se relacionaba siempre estaban dispuestas a hablar y así Jasmine, sin pedirlo ni quererlo, se enteraba de la realidad que corría por las calles de la ciudad.

-No, por favor. Prefiero no hablar con él, nada cambiará, se lo aseguro. Lo siento, he de volver a mi casa antes de que se haga muy tarde. ¿Qué camino tomará, señor Kraemer? Tal vez pueda acompañarme algunas calles… aunque sea hasta la plaza, desde allí ya sé bien qué camino debo tomar.
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Mensaje por Dominic Kraemer Dom Jul 01, 2018 6:08 am

Durante un breve instante, Dominic sintió lástima de la muchacha. Sabía que su madre había muerto y que ella era lo único que Rómulo tenía —puesto que se lo repetía una y otra vez—. Por lo que decía ahora ella, parecía que aquello era recíproco, así que, tras la encarcelación de su padre, estaba sola en la ciudad. Pero, tan rápido como llegó esa sensación de lástima, se esfumó. No se sentía culpable de nada de lo que había pasado; si Palafox había sido tan estúpido de dejarse atrapar, no era culpa de él. Sabía de sus problemas con el alcohol, él mismo había sido testigo de varios de sus episodios de embriaguez —incluso había sacado partido de ellos recopilando información que, de otra manera, no le hubiera contado jamás—, así que no sería de extrañar que se hubiera ido de copas con la persona equivocada, hablara de más y terminara cavando su propia tumba.

¡Oh! Por favor, no ha sido ningún abuso —aseguró—. No has sido impertinente, Jasmine. Entiendo que busques respuestas, yo también lo haría, créeme. —No se acercó más, puesto que había notado el rechazo por parte de ella—. Me apena mucho no poder ayudarte más, pero si hay algo que yo pueda hacer por ti, dímelo, con total confianza. Y, por favor, llámame Dominic.

Si no fuera porque conocía la verdadera historia sobre cómo Jasmine había terminado apellidándose Palafox, Dominic habría pensado que aquella chiquilla había salido sólo a su madre. Era imposible que esa sonrisa tan espléndida, esa piel cubierta de pecas y esa cabellera de fuego fueran herencia del insulso Rómulo Palafox. Un cosquilleo recorrió su cuerpo de arriba a abajo al darse cuenta de que la miraba como la mujer en la que se había convertido, no en la niña que siempre le pareció.

No te preocupes, te acompañaré hasta la misma puerta de tu casa —dijo, sacado una de las manos y colocándola en la espalda de la joven, sin llegar a tocarla—. Aunque el centro de la ciudad es más seguro que esta zona, nada impedirá a los maleantes seguirnos hasta que te encuentres sola. Tu padre no me lo ha pedido, principalmente porque no hemos tenido demasiado tiempo, pero estoy seguro de que desea que cuide de ti.

Menudo mentiroso estaba hecho Dominic Kraemer. Si había alguien en la tierra del que Rómulo no se fiara para que cuidara a su hija, ese era el gitano. Estaba seguro de que prefería dejarla con su compañero de celda antes que con él, pero, para su desgracia, ya no estaba en libertad para vigilar con quién pasaba tiempo la niña de sus ojos.

Hacía mucho tiempo que no te veía, Jasmine —comentó, mirándola sin ningún reparo—. Sigues igual que siempre, pero más adulta, más mujer. —Sonrió como sólo lo hacía frente a una mujer hermosa y siguió caminando a un paso que ella pudiera seguir—. Cuéntame qué ha sido de ti en este tiempo. ¿No hay ningún pretendiente tocando a la puerta de tu casa? Esa sonrisa que tienes los debe atraer como la miel a los osos.

Conociendo a su padre como lo hacía, imaginaba que no, pero quería asegurarse de que no hubiera hombre alguno que lo acusara de acercarse demasiado a una joven que no le correspondía. Cuantos menos problemas se originaran relacionados con aquella familia, mejor.
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Mensaje por Jasmine Palafox Jue Jul 05, 2018 11:02 pm

-¿Sí? ¿Me acompañarás hasta mi casa? ¡Qué amable eres, Dominic! No sé cómo agradecerte que lo hagas. –Tal vez fue demasiado entusiasta, no supo por qué le salió expresarse así, pero hacía tanto que no se sentía cuidada que el ofrecimiento del hombre fue casi tan reconfortante como un abrazo y no pudo, por educación, rechazarlo-. Espero no estar quitándote tiempo, tal vez tienes cosas importantes que hacer... Si es así puedes decírmelo, no me ofenderá que me dejes a medio camino.

Poco a poco se alejaban de la prisión y Jasmine no pudo evitar volverse para saludar con el pensamiento a su padre. Que disfrutase la comida que ella le había llevado, que descansase bien y no pasara frío, que nadie quisiera violentarlo, que pudiera regresar junto a ella pronto… esos eran los deseos que tenía, por eso mismo rezaría esa noche esperando que un Dios –que por el momento la tenía olvidada- la oyera.

Oh, sí que se sentía segura con él, con Dominic Kraemer, viejo amigo de su padre. Jasmine se pudo relajar en la caminata y dejó de temer mirando hacia todos lados todo el tiempo –como hacía cuando debía recorrer sola las calles-, hacía mucho tiempo que no se sentía así de bien. Quería decírselo, agradecerle por la seguridad que le daba tenerlo, pero temía que Dominic la tomase por loca. Prefería hablar poco, por suerte él era muy extrovertido y hablaba por los dos.


-¿Más mujer? –repitió lo que él había dicho y que a ella le había sonado a halago. Estaba sorprendida. -¿En qué sentido lo dices? Hace poco cumplí los veinte años.

Jasmine no necesitaba llevarse las manos a las mejillas para saber que le ardían de vergüenza y alegría a la vez. Hacía mucho que nadie le decía algo así… a veces el abogado de su padre tenía frases algo incómodas para con ella, pero no eran como lo que Dominic le había dicho porque él no había tenido la intención que ella sí le notaba, en cambio, a O’Brien.

-No, no hay nadie en mi vida. Solo mi padre. Hace poco cumplí los veinte años –le repitió y bajó la cabeza sin dejar de seguirlo en el trayecto, cuánto más se alejaban de la prisión más viva se volvía la ciudad-, ¿quién va a querer desposarse conmigo? Ya soy grande y ahora no tengo a mi padre para que se ocupe de encontrarme un buen partido. Mi sonrisa es horrible, debo contradecirte en eso, pero aunque fuera bella… ¿quién se casaría con la hija de un recluso? Por favor, no me malinterpretes, ser la hija de Rómulo Palafox es lo más bello que tengo, no cambiaría a mi padre por ningún buen matrimonio... Así que parece que he de quedarme sola –bajó la voz con la última frase, no era algo que desease porque ciertamente ella era una muchacha romántica, pero estaba resignada a quedarse sola para cuidar de su padre-. ¿Qué hay de ti? ¿Te has casado y tienes hijos? –lo preguntó para que dejasen de hablar de ella, eso la incomodaba, aunque poco a poco crecía su interés en conocer más de él.
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Mensaje por Dominic Kraemer Dom Jul 29, 2018 10:50 am

Si había algo que le gustara hacer a Dominic, era coquetear con las mujeres. Por lo general, no le importaba que fueran altas, bajas, morenas, rubias, pelirrojas, delgadas o con deliciosas curvas que agarrar. Él las halagaba, deseaba hacer que se sonrojaran, que tuvieran que apartar la mirada porque fijarla en él les aceleraba el pulso, exactamente igual que le había pasado a Jasmine. ¡Oh, la dulce Jasmine!

Me refiero a que, cuando te miro, a pesar de que te sigo viendo a ti, ya no veo a la niña que conocí —explicó—. Tu cuerpo ha crecido, ha madurado. ¡Mírate! —La sujetó de una mano y la obligó a que diera una vuelta sobre sí misma—. Te has convertido en una preciosa mujer.

No faltó una gran sonrisa en su rostro que acompañó a sus palabras. En realidad, a Dominic le parecía que Jasmine estaba demasiado delgada, pero, hasta donde él recordaba, siempre había sido una muchacha flaca, así que tampoco fue algo que le sorprendiera en exceso.

Tu sonrisa es hermosa, Jasmine —contradijo él, afianzando así sus palabras—. Tu padre siempre fue celoso de los hombres que se acercaban a ti; ahora entiendo por qué —comentó—. De todas formas, tu padre no estará encarcelado eternamente. Si todo va bien, podrá salir enseguida, y los veinte aún es una edad en la que muchos hombres se interesarán por ti. —La miró—. Todo llega, Jasmine. No te entristezcas por eso.

Guardó las manos en los bolsillos y devolvió su mirada al frente.

No, ni me he casado, ni tengo hijos —contestó.

Aunque lo primero era muy cierto, lo segundo no lo tenía tan claro. Hijos legítimos y reconocidos era cierto que no tenía, pero no descartaba que alguno de sus numerosos enredos entre las sábanas de alguna joven no hubiera dado, como fruto, un retoño no deseado. Hasta ese momento, ninguna mujer con la que hubiera intimado se había presentado en su carreta reclamándole una compensación, pero, siendo sinceros, era difícil seguirle la pista a alguien como Dominic.

Viajo mucho, estoy siempre de un lado para otro, y ninguna mujer está dispuesta a seguirme allá a donde voy —explicó—. Me gusta la aventura, descubrir nuevos lugares, conocer otras culturas… En definitiva, no quedarme quieto.

Era curiosa la capacidad que tenía Dominic de tergiversar la verdad de manera que le fuera conveniente y favorable. Nada de lo que había dicho era mentira, no del todo, al menos. La mayoría de mujeres que él había conocido no soportarían el ir y venir que se traía el gitano, eso era cierto, pero, si seguía soltero y sin descendencia, era sólo porque él lo había elegido así. No quería compromisos ni depender de nadie que no fuera él mismo. Si quería pasar un buen rato buscaba a una muchacha que estuviera dispuesta a dárselo, y Dios era testigo de que siempre encontraba a alguna. La vida era fácil así, sin obligaciones, sin explicaciones. Había roto muchos corazones, pero, para él, la solución era tan sencilla como desaparecer a la mañana siguiente sin dejar rastro. No era culpa suya que las jóvenes creyeran en promesas que él nunca pronunció.

Yo sí que soy mayor para que una mujer se interese por mí —comentó, burlón—, pero esa ha sido mi decisión, así que supongo que tengo que aceptarla. —Se encogió de hombros—. Cuidado.

Sujetó a Jasmine del brazo y la acercó hacia él para que esquivara un agujero que había en la calzada. La zona por la que estaban pasando estaba muy concurrida, así que decidió sujetarla pasando el brazo por sus hombros para que no se perdiera entre el gentío.

Esta muchedumbre se pasará en cuanto nos metamos a alguna de las calles secundarias, pero, por el momento, no te separes —le pidió—. Si te pierdo de vista me será difícil encontrarte.

La guió apartando sin pudor ni suavidad a la gente que se ponía delante hasta que consiguieron llegar a una de las calles aledañas, mucho más vacías que la principal. La soltó y continuó caminando.

Hay algo que me preocupa, Jasmine. —Carraspeó y se detuvo un momento para poder volverse hacia ella—. ¿Cómo te estás arreglando tú sola ahora que tu padre… bueno, no está? ¿Tendrás suficiente dinero hasta que consiga salir y volver a la normalidad o necesitarás ayuda de algún tipo?
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Mensaje por Jasmine Palafox Jue Ago 09, 2018 11:08 pm

Ese hombre estaba poniéndola nerviosa y a la vez un cosquilleo le recorría el vientre, Jasmine nunca había recibido palabras tan halagüeñas, era la primera vez que giraba en manos de un hombre para mostrarse, aunque solo fuera algo tímido e inocente. Estaba descubriendo sensaciones nuevas y ellas le gustaban, pero también la atormentaban. Lo veía todo como un juego, pero desconfiaba porque eso le había enseñado su padre: que los hombres no tenían nunca intenciones románticas con las señoritas. ¡Pero claro que Dominic no las tenía con ella! Si era fea, su pelo era horrible y su piel demasiado pálida... No se iba a ilusionar, Jasmine sabía bien quien era, conocía sus defectos y se hacía cargo de ellos.

Se extrañó al sentir alivio cuando él aseguró no estar casado ni tener hijos, ¿por qué le había gustado esa respuesta? ¿Qué más le daba a ella la vida de aquel hombre? Como si no tuviese suficientes problemas ya con la propia y con la de su padre… Ah, pero sí que le gustaba aquello, porque habilitaba libertad en el coqueteo que de pronto sentía que compartían.


-Oh, claro que no eres mayor para eso… Eres apuesto y muy simpático, yo creo que si quisieras encontrar una compañera no tardarías en hacerlo. Seguramente haya alguna mujer dispuesta a acompañarte en tus aventuras.

No pudo decir más al respecto, quedó atrapada entre el gentío y afortunadamente Dominic la tomó del brazo y la pegó a su cuerpo para guiarla a una salida de aquel atasco humano. Nunca ningún hombre que a ella le gustara la había tomado así, nunca había estado tan cerca de alguien… sí, admitía ahora que él le gustaba, que le había gustado desde que era pequeña y reencontrarlo no había hecho más que remover todo aquello que él le hacía sentir.

Jasmine, sabiendo que aquello acabaría pronto y que probablemente no volvería a encontrarlo, se permitió disfrutar la cercanía. Aprovechó el momento para dejar a un lado sus miedos y para pegarse al cuerpo del hombre con intención. ¿Intención de qué? No lo sabía, pero ya estaba hasta disfrutando del aleteo de las mariposas en su estómago, siempre vacío. Pero pronto llegaron a una calle paralela y el encanto en el que Jasmine había caminado los últimos minutos, junto al duro cuerpo de Dominic, se rompió. Y no solo porque él ya no la tocaba, sino también porque hizo preguntas demasiado ásperas para la joven.


-Estoy bien, vivo bien –le dijo en voz muy baja porque no esperaba aquellas preguntas, no después de haberse sentido florar al estar tan pegada a él-. Yo… he vendido algunas cosas en el mercado y también estoy trabajando. –No podía mirarlo a los ojos, era vergonzoso, tal vez al saberlo ya dejara el tema, no quería continuar aquella charla.

Quería correr, gritar y llorar. Se sentía confundida y no entendía cómo o por qué habían llegado a aquella calle... De pronto un malestar le sobrevino, las emociones habían sido muy fuertes para ella, por un lado la ilusión de estar tan cercana a Dominic y luego la vergüenza inesperada… Necesitaba sentarse un momento para aclarar su mente.


-Dominic, quiero descansar un momento. No me siento bien… -quiso buscar donde apoyarse, pero no había nada, estiró el brazo para tomarse de una de las paredes, pero el cuerpo se le fue hacia atrás y cayó desvanecida.
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Mensaje por Dominic Kraemer Dom Ago 26, 2018 8:08 am

No esperaba que sus preguntas fueran a afectarle de ese modo. La intención de Dominic era conocer el estado en el que se encontraban las finanzas de la familia Palafox y, por lo que le contestó Jasmine, no estaban bien. En el pasado, el gitano había podido ver, de primera mano —porque Rómulo era demasiado confiado con él—, la situación de las cuentas de aquella casa, y sabía que no eran malas, para nada. La respuesta que él había esperado era una bien distinta, no que había tenido que vender cosas, además de trabajar.

Vaya —fingió lástima—, creía que tu padre tenía las cuentas repletas como para que no te tuvieras que preocupar de nada. Pero, como ya te digo, hace tiempo que no…

No le dio tiempo a terminar la frase porque la voz angustiada de Jasmine lo obligó a girarse hacia ella. Había empalidecido de pronto —más de lo que ella solía ser—, tanto, que Dominic se asustó de verdad. En menos de una zancada estaba a su lado, justo en el momento en el que ella se desvaneció, cayendo hacia atrás. Él la sujetó antes de que tocara el suelo y la sostuvo entre sus brazos intentando espabilarla.

Jasmine —la llamó con premura—, óyeme, Jasmine. Despierta, chiquilla. Eh.

Miró a su alrededor en busca de algún local al que poder ir a buscar algo de agua, pero parecía que habían entrado ya en la zona residencial, por lo que nada de lo que allí había les serviría. Un hombre que caminaba por la calle los vio y se acercó con premura, pero también con cautela. Aunque Dominic no iba mal vestido —teniendo en cuenta que pertenecía a ese grupo social tan poco valorado que eran los gitanos—, sus rasgos no dejaban de llamar la atención, al igual que su acento.

¡Caballero! —llamó—. ¡Caballero, por favor! Ayúdeme.
¿Qué ha ocurrido? —preguntó el hombre una vez que se acercó.
Se ha desmayado. Veníamos de la consulta el doctor, últimamente mi esposa no se encontraba bien. Gracias a Dios, son buenas noticias —acarició el vientre de Jasmine, fingiendo un embarazo que lejos estaba de producirse— y veníamos tan felices… pero no sé qué le ha pasado. Necesito llevarla a casa para que pueda tomar su infusión de jengibre. ¿Podría parar un coche, por favor?
Desde luego, espere.

Dominic esperó a que el hombre volviera a su lado con el cochero y, cuando ambos estuvieron, cargó a Jasmine en brazos y la metió en el coche con suavidad, como si realmente fuera su esposa. Después metió la mano en el bolsillo y sacó unos pocos céntimos.

Necesito que me lleve a la calle de la ópera —pidió, extendiendo la mano y mostrando las monedas.
Señor, lo más lejos que le podría llevar con ese dinero es a la vuelta de la esquina.
Por favor, no tengo más. Todo lo que traía se ha quedado en la consulta del doctor.
Lo siento, pero no puedo. Si no tiene más, tendrá que bajar a la señora del coche.

Dominic tragó saliva y dejó caer los hombros, frustrado, antes de subirse al coche para sacar de allí a Jasmine. Susurraba palabras hermosas en su oído, palabras que el hombre que lo había ayudado oyó sin problema y que ejercieron el efecto deseado en él.

Espere, señor, no la baje del coche. Yo pagaré el viaje.

Se acercó al cochero y le dio un buen puñado de francos, casi más de lo que Dominic llevaba en el otro bolsillo.

Que Dios le bendiga y se lo pague, caballero. ¡Arranque, por favor!

Saludó al hombre, cuya cara denotaba que se sentía bien por haber hecho una buena obra, y cerró la puerta del coche. Cuando estuvo oculto en el interior, sonrió cruelmente y miró a Jasmine, que descansaba a su lado. Se acercó a ella y se deleitó observando sus rasgos, incluso perfilándolos con las yemas de los dedos.

Eres hermosa, Jasmine —susurró—. No llegué a conocer a tu madre, pero supongo que dirán que te pareces a ella, porque en lo que respecta a tu padre… Queda más que claro que él no puede haberte engendrado. Pobre niña, tan joven y tan desdichada.

Le acarició los labios con el pulgar. Eran carnosos y asombrosamente apetecibles y Dominic, que no tenía ningún pudor en tomar aquello que deseaba, acercó su rostro un poco más para rozarlos con sus propios labios. «Deliciosa», pensó antes de acomodarla en el asiento y sentarse él a su lado, fingiendo que nada de aquello había pasado.
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Mensaje por Jasmine Palafox Dom Sep 09, 2018 8:35 pm

Abrió los ojos dos o tres veces y no entendió lo que estaba ocurriendo. Se había desvanecido, pero ahora al despertar su realidad era terriblemente confusa y la cabeza le daba vueltas. Supo que no estaba sola, pues una voz que identificó, con esfuerzo, como la de Dominic, la llamaba y ella no podía enfocar de dónde provenía la voz.


****


Sintió que había pasado un día entero. Otra vez volvió en sí e intentó incorporarse para darse cuenta que estaba recostada en su colchón de lana, rodeada de todos los rollos de tela y los vestidos terminados que debía encargarse de entregar aquella semana. ¿Cómo había llegado hasta allí? Se sentó y de inmediato su estómago se quejó, advirtiéndole que llevaba demasiado tiempo sin comer.

No recordaba haberse quitado el vestido, tampoco los zapatos… ¿qué había sucedido? Estaba caminando con Dominic en la calle, él hablaba mucho y le hacía preguntas, Jasmine se recordaba habiendo pensado alguna mentira que decirle pero luego de eso… nada. ¿Qué había pasado? Su voz. Tenía presente que había sido su voz la que le susurraba.

Quiso destaparse para ponerse en pie, pero tenía mucho frío y no estaba segura de poder caminar teniendo ese mareo. Extrañaba la buena época de su vida, en la que había tenido una cama debajo de ese colchón de lana, en el que había tenido personal de servicio en la casa y a sus padres con ella. Pero cuando su padre fue arrestado unos hombres llegaron tras los policías para llevarse todo lo que era de valor –incluyendo la cama de Jasmine, las mesas y sillas, todos los muebles-, el abogado de su padre le había explicado que no habían podido quedarse con la casa porque en una brillante jugada Rómulo Palafox al comprarla la había puesto a nombre de su hija. La casa era de Jasmine entonces, aunque por dentro estuviese tan vacía como estaba ella.

Oyó un ruido afuera de la habitación y sus pensamientos se desvanecieron en el aire. Todavía no lograba recordar qué había ocurrido, cómo había llegado allí ni en qué momento se había separado de Dominic. El sonido se volvió claro a oídos de Jasmine Palafox, alguien subía las escaleras y con cada pisada la madera crujía un poco.


-¿Padre? –preguntó, aunque era una idea estúpida. Su padre estaba preso, no podía ser él la persona que subía a la planta alta de la casa-. ¿Quién…?

No le hizo falta acabar la pregunta, la puerta se abrió lentamente y tras ella apareció un hombre algo mayor, que ella no conocía, seguido de Dominic Kraemer, ese amigo de su padre que a ella siempre le había gustado. Qué vergüenza que él la viese en la cama.

-Dominic, ¿qué me ha pasado? Me siento un poco mareada.
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Mensaje por Dominic Kraemer Dom Nov 04, 2018 9:53 am

Llegaron a la calle de la ópera bastante rápido. El cochero que los llevaba había entendido la urgencia que Dominic fingió tener y azuzó a los caballos para que estos avanzaran a gran velocidad. El gitano no sabía el número de la casa, pero creía que podría reconocerla si la volvía a ver. Eso, siempre que Rómulo no se hubiera mudado en el tiempo en el que no habían mantenido el contacto, algo que bien podía haber pasado, teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba actualmente.

El coche paró y el cochero abrió la puerta, anunciando que habían llegado al destino. Dominic se asomó y buscó la casa sin bajarse del coche.

¿Podría llevarnos hasta la casa de ladrillo rojo? Es la nuestra.

El hombre asintió y avanzó los pocos metros que les faltaban hasta llegar a la puerta. Ayudó a Dominic a sacar a Jasmine del coche y lo acompañó hasta el recibidor de la casa. Se quedó esperando a que el hombre la llevara hasta el dormitorio, y en cuanto el gitano la dejó sobre la cama, bajó las escaleras para encontrarse con el cochero.

Gracias, gracias de verdad. No obstante, ¿podría hacerme un último favor? —le pidió, abriendo el cajón de una pequeña mesita que había junto a la entrada para buscar algo—. Al final de la calle, en el número dos, vive un médico retirado. ¿Podría, por favor, pedirle que venga? Le prepararé su infusión, pero quiero descartar que le pase algo grave.

Sacó unas pocas monedas del cajón y se las tendió. El hombre las aceptó y asintió, saliendo rápidamente y dejando a Dominic solo. Cerró la puerta y subió de nuevo al dormitorio. Jasmine parecía dormir, y él se quedó unos pocos minutos observándola sentado en el borde de la cama antes de desabrocharle el vestido y quitarle los zapatos. La dejó sólo con las enaguas, el vestidillo blanco y fino que dejaba entrever el cuerpo que pretendía cubrir. Dominic no se aprovechó de ella, tenía un mínimo de decencia, pero sí apretó la tela contra su cuerpo para que se apreciaran mejor las areolas de sus senos.

Alguien tocó a la puerta, debía de ser el doctor. Tapó a la joven con una manta y fue a recibir al hombre.

Gracias por venir. Sé que no me conoce, me llamo Dominic y soy amigo de la familia Palafox —se presentó.
Un placer, Dominic. Soy el doctor Levallois, y me han dicho que necesitaba ayuda.
—contestó—. ¿Conoce a Jasmine, la muchachita que vive en esta casa? —El doctor asintió—. Venía con ella, hablando, y de pronto se ha desmayado. No sé qué le ha pasado, la he llevado a su dormitorio. ¿Podría, por favor, echarle un vistazo y asegurarme de que no es nada? Su padre se preocupará mucho si algo le ocurre.

El hombre volvió a asentir y siguió al otro hasta la habitación de la joven. Dominic le dejó pasar primero, y se sorprendió al ver que Jasmine había vuelvo en sí.

Acuéstate, Jasmine —le pidió—. Te desmayaste, aún no sabemos por qué. Él es el doctor Levallois, va a mirar qué te ha ocurrido. Haz lo que te pida, por favor.
Jasmine —la llamó el doctor—, quiero que te quedes relajada mientras te examino, ¿de acuerdo?

Dominic se situó a los pies de la cama mientras el hombre revisaba el cuerpo de la joven. Le tomó el pulso, le revisó el cuello y las articulaciones, comprobó que la espina dorsal no estaba dañada y le palpó el vientre. Cuando terminó, se levantó y le pidió a Dominic que lo acompañara fuera de la habitación.

Está bien, no le pasa nada grave. Aún —puntualizó y, ante el asombro de Dominic, siguió explicando—. Está muy delgada, demasiado. ¿Come bien? Porque yo diría que no. —Suspiró—. Debe tranquilizarse y comer bien. Con eso mejorará considerablemente.

El gitano asintió y, tras agradecerle la visita en varias ocasiones, volvió a la habitación del piso superior. Se acercó a la cama y se sentó en el borde, pero esta vez no se fijó en el cuerpo de Jasmine, sino que la miró a los ojos con gesto de preocupación.

El doctor ha dicho que estás bien, que has sufrido un vahído, nada más —carraspeó—, pero también ha dicho que estás muy delgada, que probablemente no comas adecuadamente. Me has dicho que vivías bien, ¿es eso cierto, Jasmine?
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Mensaje por Jasmine Palafox Sáb Nov 10, 2018 9:39 pm

¡Qué vergüenza tan grande sentía! El médico le controlaba los latidos del corazón, le palpaba el abdomen solo cubierto por la delgada tela del camisolín y todo frente a Dominic. ¡Qué sofoco tan grande sintió al verse así de expuesta! Era casi comparable a la arcada que la asaltó en respuesta a la presión ejercida por el médico en su vientre.

Jasmine se sentía tan vulnerable mientras otros decidían por ella, tan agotada también… necesitaba escaparse de su vida, irse lejos y dejar de ser ella durante unos pocos días aunque sea. No aguantaba más convivir con ella misma, deseaba tanto ser otra persona, iniciar una nueva vida desde cero.

Jasmine se abstrajo en aquellos pensamientos, ni siquiera le respondió al médico las preguntas que le hizo. ¿Qué sentido tenía? Ella no le importaba a ese hombre, solo estaba allí por dinero –dinero que ella no tenía para pagarle su servicio-, lo que a Jasmine Palafox le ocurriera no era de su incumbencia, ni siquiera había sido ella quien lo había buscado.

Cuando los dos hombres salieron, Jasmine se dio vuelta en la pequeña cama hasta quedar de cara a la pared, como siempre hacía cuando necesitaba llorar. Lloró por su padre apresado, por su madre muerta y por ella misma, viviendo una vida cruel y solitaria. Lloró porque no podía cambiar lo que era aunque quisiera, porque no era tan fuerte como quería creer y porque no sabía qué sería de su futuro. Lloró porque no era valiente, porque cualquiera podía hacerle daño, incluso ella. Principalmente ella.

Algunos minutos pasaron, pero eso era otra cosa que a ella le daba igual: el tiempo. Solo le importaba cuando tenía que hacer alguna entrega de vestidos o cuando se acercaba el día de visita en la prisión, por lo demás el tiempo le daba igual… pasaba demasiado lento para su gusto. Dominic ingresó y comenzó a hablarle, ella se secó las lágrimas y –con mucho esfuerzo- se incorporó en la cama, llevándose las rodillas al pecho para abrazarlas y tener dónde apoyar su cabeza.


-No tenías que llamar al médico, yo estoy muy bien –le recriminó-. Vivo bien, tengo mi casa y un empleo.

Pero cuando mencionó el tema de la alimentación, Jasmine sintió un fuego en el pecho. Era una mezcla de enojo con la terrible sensación de saberse descubierta y expuesta. ¡El médico no tenía derecho a decir una mentira así sobre ella! ¡No tenía que hacerlo porque no era nadie para opinar sobre como vivía!

-Yo estoy bien –volvió a decirle, pero su voz se quebró y Jasmine volvió a llorar. Escondió el rostro en el resguardo que le daban sus delgados brazos al envolverle las rodillas-. ¿Por qué ese hombre dice mentiras de mí? Yo como siempre –mintió, pero tras unos segundos de llanto tuvo que reconocer-: Es que no me gusta comer, Dominic, pero a veces lo hago.
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Mensaje por Dominic Kraemer Jue Dic 06, 2018 9:21 am

Dominic no daba crédito a lo que estaba escuchando, por eso se calló, haciendo que el silencio reinara en la habitación durante unos segundos.

Vamos a ver —dijo, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua—, ¿qué es eso de que a veces comes? Comer a veces no es vivir bien, Jasmine.

Nunca antes se había preocupado por la vida de nadie y, desde luego, no pensaba empezar a hacerlo en ese momento, pero las palabras de Jasmine calaron hondo en su mente. Al fin y al cabo, la había conocido desde niña, había compartido buenos momentos con su padre —aunque jamás lo admitiría— y verla así, tan escuálida con ese vestidillo que apenas le tapaba nada, era una imagen que no se borraría tan fácilmente de su memoria.

Se levantó y buscó algo con lo que cubrirla. Encontró, sobre el respaldo de una silla, una vieja manta de lana que desdobló y echó sobre los hombros de la joven antes de sentarse frente a ella. Le tomó el mentón y, sin soltarla, la obligó a mirarlo a los ojos.

¿Por qué dices que no te gusta comer? —preguntó, y fue entonces cuando la soltó—. El doctor ha dicho que necesitas tranquilizarte y alimentarte. Voy a ver qué encuentro en la despensa. No pienso irme hasta que vea que has comido algo.

Sin más que hablar, se dirigió a la cocina del piso inferior y comenzó a rebuscar en los armarios y el cuartito fresco donde se almacenaba aquello que no se estropeaba con facilidad. Encontró patatas, alguna fruta demasiado madura, pan seco y leche que todavía no olía mal. En una alacena había botes de conservas que utilizó para preparar un guiso un tanto extraño, pero que, gracias al sutil sabor de las especias, olía bastante bien. Si por él fuera se lo comería, pero estaba cocinando —¡él!— para Jasmine, así que sirvió un plato y lo subió en la mano, sin bandeja, hasta la habitación de la joven.

No he encontrado muchas cosas, pero te he preparado un guiso que huele bien —dijo, dejando el plato sobre la mesilla—. No pienso marcharme de aquí hasta que te lo hayas terminado. No me obligues a darte de comer como a una niña.

Metió la cuchara que traía consigo y removió la comida, haciendo que los aromas del guiso flotaran en el ambiente. Paladeó, hambriento, pero dejó el cubierto y miró a Jasmine, esperando a que empezara a comer.
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Mensaje por Jasmine Palafox Dom Dic 09, 2018 9:13 pm

Dominc le hablaba como un padre a su niñita, pero no, no lo era. No era su padre, ella no podía verlo de esa forma, y Jasmine ya no era una niña. Cuando la cubrió con la manta, cuando se sentó frente a ella, cuando la tocó… Jasmine revivió todo lo que en silencio había sentido por él hacía algunos años. Se cubrió por completo con la manta, porque no quería que él viese que el sol le había llenado de pecas el escote –producto de tener que caminar largo rato para entregar los vestidos-, no quería que pensase que ella era fea.

-No es algo importante, nada está mal –quiso convencerlo, pero era obvio que Dominic no le creería-. Fue un día de muchas emociones, he visto a mi padre… lucía tan cansado. Es eso lo que me ha puesto así y no otra cosa.

Bien, si quería que comiera, ella comería. Aunque no entendía qué era lo que debía demostrarle, tampoco cual era el motivo por el que el gitano se quedaba allí con ella en lugar de volver a sus casa, a sus ocupaciones. Lo único que temía era que algo de todo aquel episodio penoso llegase a oídos de su padre, él se preocuparía por demás y le afectaría la salud pensar que ella padecía cualquier mal.

Se acomodó en la cama, como si el solo hecho de estar acostada y respirando profundo le infundiese la energía que necesitaba para mostrarle a aquel hombre, cuando regresara a la habitación, que todo estaba mejor de lo que él creía.

Le asombró que él hubiera podido preparar algo con lo que tenía en la cocina –era lo que había quedado de la última vez que el abogado de su padre le había llevado alimentos, ella no compraba nada de eso, prefería gastar el dinero en cosas más importantes-, no podía decir que aquello oliese mal, pero la verdad era que hambre no tenía. Se sentó en la cama y se movió para quedar cerca de él.


-Es demasiado, no tengo hambre –fue lo primero que dijo, pero recordó que tenía que complacerlo si quería asegurarse de que ese hombre no le dijese nada a su padre-. Bueno, dame eso… si te quedas más tranquilo así comeré, solo para que veas que estoy bien.

Tomó el cuenco de sus manos y sopló un poco, pues humeaba. Cargó una primera cucharada y la tragó sin pensar demasiado, si dudaba estaba perdida. No le importó intentar definir cuáles eran los sabores que se mesclaban, tampoco que estuviera realmente caliente, solo demostrarle a Dominic que en vano se preocupaba por ella. La segunda cucharada, en cambio, ya no estuvo tan llena, al igual que la tercera… el líquido caliente cayó en su estómago vacío y lo hizo gruñir por la falta de costumbre.

-¿Tú no cenarás? ¿No probarás tu creación? –No le dio tiempo a responder, sino que cargó la cuchara y la dejó frente a los labios del gitano.

Quería que comiera él, porque cada cucharada que diera sería una menos para ella, pero también le gustaba la idea de poder estar tan cercanos.
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Mensaje por Dominic Kraemer Lun Ene 07, 2019 10:42 am

Poco le importaba a Dominic que no tuviera hambre. Se había propuesto quedarse ahí hasta que se terminara el guiso y eso haría, aunque regresara al campamento a altas horas de la madrugada. Tampoco se creía las excusas que la joven le había puesto; se fiaba mucho más de la opinión desinteresada del doctor que la había examinado, pero se cuidó de decírselo a ella. Simplemente asintió y fingió que la comprendía, algo que lejos estaba de ocurrir.

Precisamente por eso, porque ha sido un día de muchas emociones, es que debes comer para recuperar fuerzas. Parece mucho pero se digiere bien. La comida es algo con lo que no se debe jugar, Jasmine.

No pensaba darse por vencido, aunque lo cierto era que tampoco sabía por qué demonios se preocupaba tanto por ella. ¿No era más fácil dejarla allí y que fuera ella la que se ocupara de sus cosas? Sí, lo era, pero no lo hizo.

No —contestó—. No voy a cenar tu comida. Es un plato para uno, no para compartir, Jasmine. Además, ya lo he probado mientras cocinaba —mintió.

Aún así, ella llenó la cuchara y la dejó tan cerca de sus labios que a punto estuvo de derramarla entera sobre la colcha de la cama. Dominic quiso apartarla, pero a riesgo de tirarla entera, accedió a sus deseos y comió. No era su mejor plato, pero tampoco estaba tan mal.

Delicioso —comentó, aún con la boca llena, y le quitó la cuchara de las manos—, pero el resto es para ti.

Esta vez, fue él quien cargó la cuchara y se la acercó a la boca de la joven, esperando a que comiera.

No me iré hasta que termines, y créeme, tengo todo el día para estar aquí. Tampoco querrás que vaya a visitar a tu padre y le diga que su hija no se alimenta como debería, ¿no? —Sonrió maliciosamente—. Vamos, cuanto antes empieces, antes terminarás.

Fue un golpe bajo, y él lo sabía, pero ¿desde cuándo le había importado eso a Dominic Kraemer?




FIN DEL TEMA
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