AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Sweetest Trap
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The Sweetest Trap
"I'm scared to get close and I hate being alone
I long for that feeling to not feel at all
The higher I get, the lower I'll sink
I can't drown my demons,
they know how to swim."
"Bring me the horizon"
Can you feel my heart?
I long for that feeling to not feel at all
The higher I get, the lower I'll sink
I can't drown my demons,
they know how to swim."
"Bring me the horizon"
Can you feel my heart?
Vio nebulosas de cian en sus ojos, culminados por vórtices oscuros, que absorbían las estrellas más próximas. Vio pestañas de azabache, dueñas del más arrebatador de los marcos. Vio cabellos tejidos por los rayos del sol, ebras doradas que en conjunto, reflejaban un cielo veraniego. Vio una boca, ancha y mullida, tintada en el más tímido de los rosas y bañada en inocencia y bondad. La deseo morder, pero apenas tenia coraje para mirar. Ni siquiera en sus sueños, donde el rostro de Simonetta lo atormentaba.
Si…Mo…ne…tta.
Su nombre, se le antojaba idílico, desconocido y cercano, como el fuego de su chimenea. Imposible al acercamiento, pero hermoso para contemplar. Se encontraba a si mismo susurrándolo entre composición y composición, entre verso y verso, entre respiración y respiración. Todavía le costaba creer haberla visto de nuevo, que lo hubiese recibir entre la textura de sus brazos y mimado bajo la caricia de sus dedos. Y su aroma, ah, su aroma…En ocasiones, creía olerlo cerca y su corazón palpitaba con fuerza, aterrorizado por encontrarla en su mansión y emocionado por ver su rostro nuevamente. Pero era consciente que si ella veía el ajeno, sería el fin. Por ello, debía de andarse con pies de plomo, como había hecho siempre.
Y siempre haría.
Sus sirvientes odiaban que tocara el violín en la madrugada, pero últimamente no podía contenerse. Le resultaba inevitable, amoldarse a la trágica melodía de su instrumento musical. Simonetta, susurraba cada nota, Simonetta, chillaban las cuerdas del violín, Simonetta, ansiaba Colombo. Así sucedió durante todas las noches una semana entera, hasta que no pudo soportarlo más. Era un día festivo, cuando Colombo, en vez de regresar a los pliegues de su cama tras tocar el instrumento, se vio arrastrado hacia el exterior. La nieve aglomeraba su cándida palidez sobre los extensos jardines. El siamés, dejó tras de sí, un rastro de diminutas pisadas mientras caminaba entre salto y salto, tratando de no hundirse en el polvo inmaculado. Su pelaje, se tiño de blanco mientras se internaba en el bosque, en busca de un trazo, una migaja de aquel perfume, del inolvidable jazmín que lo atormentaba día y noche. El poeta no había tenido demasiadas oportunidades para utilizar sus habilidades de cambiante. Normalmente lo evitaba, pero en aquel instante puso todo su empeño en rastrear a su anhelada Musa. La amortiguación de la nieva parecía querer ocultarlo todo, empalarlo, bajo una manta cremosa, pero él no se dio por vencido. Pronto, descubrió que había estado caminando en círculos. No supo en que momento, tuvo la idea, la atrevida elección de tomar otra forma, una forma que podría delatarlo ante la inquisición. ¿Pero valía la pena correr el riesgo?
El exótico leopardo se deslizó entre los troncos de los árboles, hallando un claro rastro de su objetivo. El animal, caminó entre la nieve, esclareciendo la piel parda de su lomo. No le tomó demasiado tiempo hallar el final del camino, sin embargo, cuando dio con la casa frente a sus ojos felinos, se detuvo. No se atrevió a traspasar la linde del bosque. Contempló las ventanas, oscurecidas puesto que entrada se encontraba la madrugada. Era la hora mágica, la hora de las brujas y los espíritus, la hora de la luna llena y el esoterismo de la nieve.
Por favor, asómate. Quiero verte, quiero ver tus ojos sosegados, tu mirada celeste.
Permaneció oculto, entre la sombra de los pinos, a la espera, a la espera de un milagro. Por Dios, estaría durmiendo, aquella probablemente había sido la idea más imprudente y menos certera que había tomado a lo largo de su vida y sin embargo, un leopardo bajo la nieve esperaba, aguardando como un guardián oculto a los pies de una ventana.
Última edición por Colombo Dall'Ancisa el Mar Mar 06, 2018 3:50 pm, editado 1 vez
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Re: The Sweetest Trap
"Aquel ser estaba envuelto en una asfixiante inquietud
Era oráculo y misterio, hombre y animal.
Mi desconcierto y alucinación
¡Que no se vaya! gritaba un momento.
Y al otro, no quería oírlo."
Simonetta Vespucci
Era oráculo y misterio, hombre y animal.
Mi desconcierto y alucinación
¡Que no se vaya! gritaba un momento.
Y al otro, no quería oírlo."
Simonetta Vespucci
¿Qué día fue, el que empecé a soñar con dulce fatiga? Al principio, apenas distinguía imágenes concretas. Oía música, veía oscuridad, y en ocasiones movimientos. Algo así como el meneo de una cola. Sentía curiosidad, fascinación, miedo y odio. Emociones extremadamente opuestas en una sola ensoñación. Yo solía apoderarme del control sobre mis sueños, pero algo me limitaba allí, como si no fuese la única manipulando aquel mundo virtual que tenía mucho de realidad.
Recuerdo haber buscado a Campagnolo, la mejor y peor entidad que podía nombrar. Con el nombre de Ánima abrí la puerta de la misma habitación en la que había adquirido mis poderes. En las secciones más recónditas de mi mente. Su rostro, aunque medio amorfo, me decía que sonreía, como si se complaciera con languidecerme.
— Ah, estás aturdida, ruborizada hasta la raíz de los cabellos. Ignoras por qué tambalea tu espacio mental. Algo quiere entrar. Titubeante, pero no se va. Es una esencia muy particular, fuerte, pero peligrosa. Y ni siquiera sabe que lo es. — me recitaba. Yo quería gritarle, confundida, por una explicación, pero él seguía con sus enigmas —. Al pasar los años, vamos dejando tareas pendientes. Desafíos no completados. Pero la vida ansía ser como una flecha y no le gusta que dejen espacios en blanco. Es una falsedad pensar que nosotros podemos volver al pasado; es el pasado el que vuelve por nosotros. Ya viene. No llegues tarde.
Y se comenzaron a difuminar las aristas, junto al rostro de mi guía. Estiré mis manos en su busca, pero todo cuanto fue mi intención se difuminó. ¿Por qué, Campagnolo? ¿Por qué tenía que abandonarme al desasosiego?
Desperté de golpe, como si alguien me hubiese estado asfixiando. Pensamientos absurdos me asediaron de improviso, sin razón y tan estrepitosamente, que colisionaban sacando chispas. Me reventaban las sienes. Quería salir. Necesitaba respirar. Aparté las sábanas con desprecio, incorporándome con un mareo que me obligó a apoyarme en el marco de mi ventana. Fue entonces que mis ojos me dirigieron al jardín y lo vi entre la nieve: un leopardo majestuoso ubicado justo en medio de los árboles de mi padre. Su mirada reflejaba las luces naturales de la noche, con una intensidad blanda y pesada, como si fuese a llorar en silencio. Y aquello fue tan carente de sentido y tan colmado de emociones, que estuve a punto de estallar en lágrimas, como si estuviese sollozando por él.
Confinada en mi laberinto, no me pregunté qué hacía una criatura como esa en París, en mi jardín. Lo que hice fue abrir la ventana usando la magia, sin percatarme del viento helado. Mis poderes habían aprendido a protegerme, y me entibiaban para que no perdiera de vista lo importante: que mi alma hechicera me hablaba de muchas formas, y que ésta podía ser una. Sentí que emanaba una energía poderosa de aquel ser, diferente a lo que había conocido. Estiré mi mano y me concentré en ella. Nada de lo que hallaba me tranquilizaba.
— Dimmi, ¿qué es esta fuerza que envuelve y arrebata?
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The Sweetest Trap
Anoche soñé contigo, los rayos de sol que conformaban tu cabello se enredaban entre mis dedos. Perdí la fe en las obras de arte tras fundir mis pupilas con las tuyas. Tu boca, tormento de la fe cristiana, hubiese ardido en la hoguera, ígnea por su propia existencia. Incluso en mi cosmos onírico temí acercarme a ti, temí que substrajeses toda mi inspiración, que me vaciaras y anularas hasta que el tiempo dejara de tener sentido, hasta que el universo y las estrellas tan solo fueran meros insectos a tu lado. Por eso, ahora que te observo temo creer que continúo fantaseando o, que al fin he perdido los estribos y mi mente de artista te pinta por si sola.
Tu respiración empaña el cristal y sin embargo, temo que tu súbita aparición tan solo sea producto de mi imaginación. Háblame, o mejor, no me hables, no me mires, pero deja que yo lo haga.
¿Por qué lloras mi Afrodita? Dime, ¿por qué la vidriosidad de tu mirada divide mis entrañas? Las lágrimas ruedan ahora por mis ojos felinos. ¿Habías visto alguna vez a un leopardo llorar en medio de la nieve? ¿Habías visto alguna vez a una bestia ocultarse de tu mirada?
Colombo reaccionó. Se percató al fin, de que no soñaba, de que el frío que indagaba entre su pelaje era real y de que la muchacha que lo contemplaba a través de la ventana no era ninguna aparición. Reculó sobre sus pasos, tratando de ocultarse entre la espesura de los pinos. Qué patético, que con tanto ahínco había deseado que se asomara a la ventana y que ahora que lo había hecho, se escondía de ella. El animal cabeceó, sus ojos iluminando la oscuridad.
¿Quién era esa ninfa que lo contemplaba como a un óleo y ni el más mínimo resquicio de temor amenazaba sus facciones? No le temía, no temía al leopardo que había caminado entre la nieve tan solo para descansar bajo su ventana, para palpar su aroma a jazmín, para imaginarla cerca.
Permaneció allí, contemplando su figura hechizante desde la distancia. Que bajara, que se acercara y lo acariciara, nada deseaba con más terror que aquello. Pero tendría que entrar en razón en algún momento, percatarse de que se encontraba frente a un depredador y huir como resultado. Colombo no deseaba aquello, prefería no ver el miedo reflejado en el océano que conformaba sus irises, así que tomó la decisión de regresar. La contempló por última vez antes de desaparecer, dejando tras de sí una atmósfera pesada, como las nostálgicas piezas musicales que componía en su nombre.
Simonetta...
Caminó de vuelta a su hogar, impregnando sus huellas en la espesa nieve. Había dejado de nevar y el rastro que presentó fue limpio y claro; huellas que cruzaron el bosque de pinos hasta la puerta principal de su mansión.
El poeta retomó su forma humana una vez regresó a sus aposentos. Allí, permaneció junto a los ventanales, como si esperase ver un ángel de nuevo. Sin embargo, los milagros tan solo sucedían una vez en la vida.
Tu respiración empaña el cristal y sin embargo, temo que tu súbita aparición tan solo sea producto de mi imaginación. Háblame, o mejor, no me hables, no me mires, pero deja que yo lo haga.
¿Por qué lloras mi Afrodita? Dime, ¿por qué la vidriosidad de tu mirada divide mis entrañas? Las lágrimas ruedan ahora por mis ojos felinos. ¿Habías visto alguna vez a un leopardo llorar en medio de la nieve? ¿Habías visto alguna vez a una bestia ocultarse de tu mirada?
Colombo reaccionó. Se percató al fin, de que no soñaba, de que el frío que indagaba entre su pelaje era real y de que la muchacha que lo contemplaba a través de la ventana no era ninguna aparición. Reculó sobre sus pasos, tratando de ocultarse entre la espesura de los pinos. Qué patético, que con tanto ahínco había deseado que se asomara a la ventana y que ahora que lo había hecho, se escondía de ella. El animal cabeceó, sus ojos iluminando la oscuridad.
¿Quién era esa ninfa que lo contemplaba como a un óleo y ni el más mínimo resquicio de temor amenazaba sus facciones? No le temía, no temía al leopardo que había caminado entre la nieve tan solo para descansar bajo su ventana, para palpar su aroma a jazmín, para imaginarla cerca.
Permaneció allí, contemplando su figura hechizante desde la distancia. Que bajara, que se acercara y lo acariciara, nada deseaba con más terror que aquello. Pero tendría que entrar en razón en algún momento, percatarse de que se encontraba frente a un depredador y huir como resultado. Colombo no deseaba aquello, prefería no ver el miedo reflejado en el océano que conformaba sus irises, así que tomó la decisión de regresar. La contempló por última vez antes de desaparecer, dejando tras de sí una atmósfera pesada, como las nostálgicas piezas musicales que componía en su nombre.
Simonetta...
Caminó de vuelta a su hogar, impregnando sus huellas en la espesa nieve. Había dejado de nevar y el rastro que presentó fue limpio y claro; huellas que cruzaron el bosque de pinos hasta la puerta principal de su mansión.
El poeta retomó su forma humana una vez regresó a sus aposentos. Allí, permaneció junto a los ventanales, como si esperase ver un ángel de nuevo. Sin embargo, los milagros tan solo sucedían una vez en la vida.
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Re: The Sweetest Trap
Debe ser imposible precisar cuándo se empieza a abandonar la lógica para entregarse al más puro sentimiento. Establecer un hito. Irrealizable. En mí, fue una cosa que empezó como diluida, un ahogo inoportuno cuyo fin era entregarme un mensaje. Cuando busqué a ese ser de aspecto cauteloso y él reaccionó a mí, la inestabilidad desapareció, dejándome sólo la energía. ¿Energía para qué? Para que me arrojara al desatino, por supuesto. Para que emergiera dentro de mí esa voz que gritaba fuerte y claro que, aunque no recordara esa pujanza, yo la conocía. Para que cayera bajo el sortilegio en mis venas, porque si no lo hacía me condenaría a la desdicha. Me torturaría el deseo de desatar el nudo que se había formado en mi garganta, la necesidad de encontrarle otra vez para cerciorarme de que no me había imaginado la familiaridad de su huella, de que no me estaba engañando a mí misma para callar mi soledad.
Y después de que le vi partir, silencié mis pensamientos. Ahora me tocaba a mí. Tenía que actuar. Tomé la enredadera y bajé, vistiendo únicamente mi camisón. Es que no me acordaba que lo llevaba encima. Si añadía que la magia guarecía el calor de mi cuerpo del hielo, estaban todas las señales predispuestas a que no me detuviera. No me prometían que me gustaría lo que hallaría, pero daría con ello.
Así fui internándome, siguiendo las huellas de aquella alma invasora. Iba una tras otra, palpando el suelo y asimilando su esencia, volviéndola cada vez más nítida. La razón, de haber podido detenerme o siquiera persuadirme, me hubiera forzado a volver, o al menos a sentir algo de vergüenza por andar en ese estado por allí, como una cualquiera, deshonrando mi nombre y exponiéndome a cualquier peligro que pudiera ocultarse en la espesura. Normalmente, ella me dominaba, pero nada podía hacer frente a mi brío compulso.
Avancé con la cabeza alta, como buscando el sol de la mañana, hasta que hallé la luna iluminando lo alto de una torre. Me detuve unos momentos en su altura y sus vértices afilados, pero lo que me abstrajo fue el nivel de concentración de la esencia que me había guiado hasta allí. Nada me hubiera detenido de llegar, de no ser que me topé con la verja y una luz que, a lo lejos, daba señal de que se estaba custodiando la propiedad. La aprensión nerviosa y el deseo por resolver aquel misterio me produjeron un estremecimiento que no tardó en convertirse en rabia. Hubiera perforado las paredes con la mirada.
— Es intolerable que acometa en mi casa y que ahora se esconda. Es indigno robar así la paz. — desprecié como loca en incertidumbre, apretando los puños — No pretenda que no existe y dígame pronto por qué me ha traído. Sea hombre, ente o sustancia, sé que fue usted.
Me sentía corajuda, insultada, porque se había avivado en mí una llama de intriga que alguien más había encendido y que yo no podía apagar. Prometí que no le saldría gratis y que se lo haría pagar. No tenía idea de lo que pedía se volvería contra mí.
Y después de que le vi partir, silencié mis pensamientos. Ahora me tocaba a mí. Tenía que actuar. Tomé la enredadera y bajé, vistiendo únicamente mi camisón. Es que no me acordaba que lo llevaba encima. Si añadía que la magia guarecía el calor de mi cuerpo del hielo, estaban todas las señales predispuestas a que no me detuviera. No me prometían que me gustaría lo que hallaría, pero daría con ello.
Así fui internándome, siguiendo las huellas de aquella alma invasora. Iba una tras otra, palpando el suelo y asimilando su esencia, volviéndola cada vez más nítida. La razón, de haber podido detenerme o siquiera persuadirme, me hubiera forzado a volver, o al menos a sentir algo de vergüenza por andar en ese estado por allí, como una cualquiera, deshonrando mi nombre y exponiéndome a cualquier peligro que pudiera ocultarse en la espesura. Normalmente, ella me dominaba, pero nada podía hacer frente a mi brío compulso.
Avancé con la cabeza alta, como buscando el sol de la mañana, hasta que hallé la luna iluminando lo alto de una torre. Me detuve unos momentos en su altura y sus vértices afilados, pero lo que me abstrajo fue el nivel de concentración de la esencia que me había guiado hasta allí. Nada me hubiera detenido de llegar, de no ser que me topé con la verja y una luz que, a lo lejos, daba señal de que se estaba custodiando la propiedad. La aprensión nerviosa y el deseo por resolver aquel misterio me produjeron un estremecimiento que no tardó en convertirse en rabia. Hubiera perforado las paredes con la mirada.
— Es intolerable que acometa en mi casa y que ahora se esconda. Es indigno robar así la paz. — desprecié como loca en incertidumbre, apretando los puños — No pretenda que no existe y dígame pronto por qué me ha traído. Sea hombre, ente o sustancia, sé que fue usted.
Me sentía corajuda, insultada, porque se había avivado en mí una llama de intriga que alguien más había encendido y que yo no podía apagar. Prometí que no le saldría gratis y que se lo haría pagar. No tenía idea de lo que pedía se volvería contra mí.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The Sweetest Trap
Aquella noche no volvería a soñar, había topado con un hada onírica y no había forma de dar con ella nuevamente. Su fortuna había sido desmesurada y el recuerdo de aquella noche lo acompañaría durante años. No había otra explicación más que la de que Simonetta fuera una quimera, un ser intangible creado por sus fantasías, extraído de cuentos de hadas y fabulas encantadas.
La mirada atormentada del poeta no descansaba, sus pupilas estaban clavadas entre los troncos de los pinos. Una figura se desplazó alrededor de estos, abriéndose paso entre la nieve, sus labios enrojecidos por el frío, su nariz del mismo tono. Espesas nubes se veían expulsadas por su boca, demasiado caliente para una noche tan fría como aquella. Si hubiese sido pintor, hubiese plasmado aquella imagen en uno de sus cuadros, pero tan solo era un poeta, y a pesar de que los versos viajaban dementes en su cabeza, no pudo hacer otra cosa más que permanecer paralizado. Era él ahora, quién contemplaba a través de la ventana, sin embargo, el coraje demostrado por el cambiante era inmensamente menor que el de su musa. Ni en sus peores pesadillas saldría en su búsqueda. Sin embargo, ella..., la necia lo estaba persiguiendo. ¿Qué se creía que hacía? Se sorprendió a si mismo, sustituyendo el temor por frustración y enojo. Maldita niña que todo lo quería, no lo bastaba con tener su corazón entre sus dedos que deseaba desnudar sus sentimientos, destrozarlo por dentro y evidenciar su temor. No podía ser, no la podía ver, no lo podía ver.
Se percató de que estaba temblando cuando la vio detenerse ante la verja. ¿Con tanto apremio deseaba conocer a la bestia que la acechaba? Le hubiese gustado conceder su deseo, pero sabía que su posición se encontraba allí, contemplándola desde la lejanía. No supo si fue la plena incertidumbre del momento o simplemente que fue ella quién alzó la voz, pero la escuchó. Berrinchuda, se enfadaba con él por la invasión a su mente curiosa y lo culpaba por despertar su intriga. Colombo se enojó de igual forma, no tenía ningún derecho de exigirle, no si no comprendía su situación de ninguno modo. No podía llegar a comprender que le hacía sentir, que podía alcanzar con aquellos tormentosos sentimientos y cuan evidente esfuerzo había hecho al ir a verla. Hizo rechinar los dientes, impotente.
Debía haberse refugiado en el acogedor calor de su hogar, permanecer allí incapaz de recordar a la mañana siguiente si lo observado por la ventana había sido cierto o un simple sueño. Pero no aquello, no debía de haberle seguido… La culpo a ella por eso, a su mente curiosa, pasional por los misterios de la noche, que había ido hasta allí para derrumbar su torre. Tan frágil a merced del frio, cogería un resfriado…O lo que era peor, una pulmonía. ¿Es que acaso aquella criatura no pensaba con claridad? Apretando la mandíbula supo que no la podía dejar allí…Pero ¿y qué hacer?
Cuando fue evidente que Simonetta no pretendía marcharse, Colombo hizo llamar a su más fiel asistenta, Colette. Con la cabeza gacha y las palabras seseantes, le indicó escuetamente que llevara a la muchacha al cuarto de invitados. Ella no hizo preguntas, tampoco respondió a las que Simonetta le pudo formular una vez apareció ante la verja para permitirle la entrada. Las escuchó, ascendiendo las escaleras. El corazón de Colombo sin duda traqueteaba más veloz que sus pasos. Cerró la puerta de su habitación, cauto. Se preguntó de nuevo, que demonios pensaba que estaba haciendo. Se dijo que era por la salud de ella, que no podía permitir que permaneciera bajo el frio mucho más, la tormenta de nieve se estaba convirtiendo en ventisca y no deseaba contemplar sus pestañas escarchadas. Sin embargo, muy en el fondo, sabía que su elección había sido plenamente egoísta. A cada paso que daban en dirección a la habitación de invitados, Colombo podía degustar su aromaba con más claridad. Cerró los ojos y respiró, nervioso, encandilado.
─¿Desearía algo más el señor?
El cambiante encontró aterrador que ni si quiera se hubiese percatado de la proximidad de Colette, tan perdido se había hallado en el perfume de Simonetta…
─Llévele un té para entrar en calor y cualquier cosa que desee, así como ropa seca. Después cierre la puerta con llave.
El silencio tras su espalda, le indicó cuán escalofriantes resultaban sus palabras. ¿Pero no era aquello lo adecuado? Palabras escalofriantes paralelas a su aspecto.
─Solo será esta noche.
Se dijo, le dijo a Colette mientras marchaba para hacer lo ordenador, pero ni si quiera él estaba seguro del plan que comenzaba a tomar forma en su mente. Un plan plenamente egoísta.
La mirada atormentada del poeta no descansaba, sus pupilas estaban clavadas entre los troncos de los pinos. Una figura se desplazó alrededor de estos, abriéndose paso entre la nieve, sus labios enrojecidos por el frío, su nariz del mismo tono. Espesas nubes se veían expulsadas por su boca, demasiado caliente para una noche tan fría como aquella. Si hubiese sido pintor, hubiese plasmado aquella imagen en uno de sus cuadros, pero tan solo era un poeta, y a pesar de que los versos viajaban dementes en su cabeza, no pudo hacer otra cosa más que permanecer paralizado. Era él ahora, quién contemplaba a través de la ventana, sin embargo, el coraje demostrado por el cambiante era inmensamente menor que el de su musa. Ni en sus peores pesadillas saldría en su búsqueda. Sin embargo, ella..., la necia lo estaba persiguiendo. ¿Qué se creía que hacía? Se sorprendió a si mismo, sustituyendo el temor por frustración y enojo. Maldita niña que todo lo quería, no lo bastaba con tener su corazón entre sus dedos que deseaba desnudar sus sentimientos, destrozarlo por dentro y evidenciar su temor. No podía ser, no la podía ver, no lo podía ver.
Se percató de que estaba temblando cuando la vio detenerse ante la verja. ¿Con tanto apremio deseaba conocer a la bestia que la acechaba? Le hubiese gustado conceder su deseo, pero sabía que su posición se encontraba allí, contemplándola desde la lejanía. No supo si fue la plena incertidumbre del momento o simplemente que fue ella quién alzó la voz, pero la escuchó. Berrinchuda, se enfadaba con él por la invasión a su mente curiosa y lo culpaba por despertar su intriga. Colombo se enojó de igual forma, no tenía ningún derecho de exigirle, no si no comprendía su situación de ninguno modo. No podía llegar a comprender que le hacía sentir, que podía alcanzar con aquellos tormentosos sentimientos y cuan evidente esfuerzo había hecho al ir a verla. Hizo rechinar los dientes, impotente.
Debía haberse refugiado en el acogedor calor de su hogar, permanecer allí incapaz de recordar a la mañana siguiente si lo observado por la ventana había sido cierto o un simple sueño. Pero no aquello, no debía de haberle seguido… La culpo a ella por eso, a su mente curiosa, pasional por los misterios de la noche, que había ido hasta allí para derrumbar su torre. Tan frágil a merced del frio, cogería un resfriado…O lo que era peor, una pulmonía. ¿Es que acaso aquella criatura no pensaba con claridad? Apretando la mandíbula supo que no la podía dejar allí…Pero ¿y qué hacer?
Cuando fue evidente que Simonetta no pretendía marcharse, Colombo hizo llamar a su más fiel asistenta, Colette. Con la cabeza gacha y las palabras seseantes, le indicó escuetamente que llevara a la muchacha al cuarto de invitados. Ella no hizo preguntas, tampoco respondió a las que Simonetta le pudo formular una vez apareció ante la verja para permitirle la entrada. Las escuchó, ascendiendo las escaleras. El corazón de Colombo sin duda traqueteaba más veloz que sus pasos. Cerró la puerta de su habitación, cauto. Se preguntó de nuevo, que demonios pensaba que estaba haciendo. Se dijo que era por la salud de ella, que no podía permitir que permaneciera bajo el frio mucho más, la tormenta de nieve se estaba convirtiendo en ventisca y no deseaba contemplar sus pestañas escarchadas. Sin embargo, muy en el fondo, sabía que su elección había sido plenamente egoísta. A cada paso que daban en dirección a la habitación de invitados, Colombo podía degustar su aromaba con más claridad. Cerró los ojos y respiró, nervioso, encandilado.
─¿Desearía algo más el señor?
El cambiante encontró aterrador que ni si quiera se hubiese percatado de la proximidad de Colette, tan perdido se había hallado en el perfume de Simonetta…
─Llévele un té para entrar en calor y cualquier cosa que desee, así como ropa seca. Después cierre la puerta con llave.
El silencio tras su espalda, le indicó cuán escalofriantes resultaban sus palabras. ¿Pero no era aquello lo adecuado? Palabras escalofriantes paralelas a su aspecto.
─Solo será esta noche.
Se dijo, le dijo a Colette mientras marchaba para hacer lo ordenador, pero ni si quiera él estaba seguro del plan que comenzaba a tomar forma en su mente. Un plan plenamente egoísta.
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Re: The Sweetest Trap
La ira crecía, y no era por mi causa; estaba retroalimentándose. No hacía falta preguntar gracias a quién. Y mis ardientes manos se adhirieron a la verja, como si fueran a derretirla. Lo irónico de aquella fuerza era que quería seguirla y, al mismo tiempo, combatirla. Yo y mi maldito orgullo revanchista, que una vez herido debía cobrar. Sí, me daba gusto que supiera que yo estaba allí, y que antes de que mi carne sucumbiera ante del frío, su tranquilidad se quebraría ante el caos de mi alma inquieta.
Pero mis demonios se guarecieron cuando vi emerger a una mujer de la vivienda. Me sorprendí de verla, pero ella no daba señales de desconcierto. Estudié su aspecto. Se veía dudosa, pero imparable. Me daba la impresión de ser una sierva noble, ó bien acostumbrada a obedecer sin reflexionar. Mejor para ella.
— Señorita. — me llamó —. Sígame. Lo que busca está por aquí.
Lo sabía.
Fueron despejados los límites, autorizándome a pasar. Así que ingresé boquiabierta y sin emitir sonido. No percibí el hielo calándome los huesos sino hasta que tuve una taza de té en mis manos. Abrí la boca para preguntar a la sirvienta por qué estaba allí, pero no pronuncié palabra; pude distinguir que la mujer era humana, pero no como yo, por lo que, si soltaba la lengua, iniciaría una batalla que no estaba dispuesta a luchar. Nunca fui como los demás. Cualquier respuesta que recibiera sería tan terrenal como aquella criada. Hablaríamos idiomas distintos y nos perderíamos en la frustración.
Cuando ella me dejó, caí en cuenta de lo insólito; en un instante estaba declarando la guerra, y al otro, estaba cubierta con una frazada, sentada cómodamente en el salón. Y qué raro, pero no tenía el gusto de una bienvenida. No había sido invitada.
— Hay algo...
De pronto, oí el atrancar de una cerradura, tan violento como el invierno. La adrenalina se aniquiló sobre mí, obligándome a levantarme de golpe y embestir contra la puerta. Mi rostro y mis manos se tornaron al rojo. Grité y grité, pero nadie vino. Yo sufría por mi propia negligencia, pedía perdón por mi impulsividad. Las lágrimas se asomaron por mis ojos, pero no las dejé salir. Contuve tanto que los objetos más cercanos a mí comenzaron a caer, estrellándose contra el piso. La magia hablaba por mí; no le gustaba ser enjaulada.
— ¡Gesù! ¡Qué ser tan alienado puede sentir un momento de gusto en atraparme así! ¡Dejadme salir, ya!
Con el corazón agitado, caí de rodillas al piso. Me abracé a mí misma, brindándome protección y paz. Las necesitaba. La magia era mi herramienta, pero era peligrosa, y podía atentar contra mí si no la direccionaba. Si no lo conseguía, no saldría de ese lugar.
Pero mis demonios se guarecieron cuando vi emerger a una mujer de la vivienda. Me sorprendí de verla, pero ella no daba señales de desconcierto. Estudié su aspecto. Se veía dudosa, pero imparable. Me daba la impresión de ser una sierva noble, ó bien acostumbrada a obedecer sin reflexionar. Mejor para ella.
— Señorita. — me llamó —. Sígame. Lo que busca está por aquí.
Lo sabía.
Fueron despejados los límites, autorizándome a pasar. Así que ingresé boquiabierta y sin emitir sonido. No percibí el hielo calándome los huesos sino hasta que tuve una taza de té en mis manos. Abrí la boca para preguntar a la sirvienta por qué estaba allí, pero no pronuncié palabra; pude distinguir que la mujer era humana, pero no como yo, por lo que, si soltaba la lengua, iniciaría una batalla que no estaba dispuesta a luchar. Nunca fui como los demás. Cualquier respuesta que recibiera sería tan terrenal como aquella criada. Hablaríamos idiomas distintos y nos perderíamos en la frustración.
Cuando ella me dejó, caí en cuenta de lo insólito; en un instante estaba declarando la guerra, y al otro, estaba cubierta con una frazada, sentada cómodamente en el salón. Y qué raro, pero no tenía el gusto de una bienvenida. No había sido invitada.
— Hay algo...
De pronto, oí el atrancar de una cerradura, tan violento como el invierno. La adrenalina se aniquiló sobre mí, obligándome a levantarme de golpe y embestir contra la puerta. Mi rostro y mis manos se tornaron al rojo. Grité y grité, pero nadie vino. Yo sufría por mi propia negligencia, pedía perdón por mi impulsividad. Las lágrimas se asomaron por mis ojos, pero no las dejé salir. Contuve tanto que los objetos más cercanos a mí comenzaron a caer, estrellándose contra el piso. La magia hablaba por mí; no le gustaba ser enjaulada.
— ¡Gesù! ¡Qué ser tan alienado puede sentir un momento de gusto en atraparme así! ¡Dejadme salir, ya!
Con el corazón agitado, caí de rodillas al piso. Me abracé a mí misma, brindándome protección y paz. Las necesitaba. La magia era mi herramienta, pero era peligrosa, y podía atentar contra mí si no la direccionaba. Si no lo conseguía, no saldría de ese lugar.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The Sweetest Trap
No temas mi Musa, no existe daño alguno que pueda alcanzarte en este lugar. Te lo ruego, no llores, no dejes que los llantos ahoguen el dulce tililar de tu voz. Toda tu vida te has sentido desplazada, incompleta, a veces demasiado pequeña para este mundo y otras tantas demasiado grande. Das más de lo que te devuelven y eso hace mella en tu maltrecho corazón, y por mucho que lo intentas, por tantas veces que ofrezcas la mano y tomen tu brazo, no desistes en tu buena obra. No te hace necia aquello, sino magnifica, tu corazón no está hecho para ser caprichoso. ¿No ves cuán única es tu habilidad para inmacular este mando de podredumbre? Tienes un don envidiable y ni siquiera eres consciente del vestigio refulgente que dejas a tu paso.
Te lo suplico, no llores, mi diamante de carbón. El azabache no luce bien en ti, el mundo pinto tus brillantes esquirlas diamantinas de oscuro. Pero no temas más, nada podrá alcanzarte de nuevo.
Toma el té, cúbrete con la manta y duerme, mi sirena. Todo está bien.
Todo estará bien dulce Simonetta…
Te lo suplico, no llores, mi diamante de carbón. El azabache no luce bien en ti, el mundo pinto tus brillantes esquirlas diamantinas de oscuro. Pero no temas más, nada podrá alcanzarte de nuevo.
Toma el té, cúbrete con la manta y duerme, mi sirena. Todo está bien.
Todo estará bien dulce Simonetta…
Una vez la tinta se secó, Colombo dobló la carta con manos temblorosas y la colocó dentro de un sobre. Ahora que había cesado su escritura, el momento se cernió sobre su mente. Se preguntó qué demonios estaba haciendo, pero no dejó que la racionalidad tomara posesión de su mente. Había estado enfadado, y aquella había sido su reacción, pero luego la había escuchado sollozar…
“Ser alienado”
Un dardo cruzó el corazón de cambiante cuando escuchó aquello. El muchacho indicó a Colette que se retirara a descansar, el se encargaría de la situación. Sus pasos esquivos e inseguros se acercaron silenciosos hacia la puerta de la muchacha, su aroma hizo mella en sus pensamientos y por un momento se vio confundido. Regresó sobre sus pasos, inseguro y al final consiguió permanecer frente a la puerta sin huir de nuevo. Simonetta había cesado en su llanto y ahora tan solo podía escuchar su irregular respiración. Colombo apoyó la oreja contra la puerta y permaneció de aquella forma, hasta que la respiración de la joven se acompasó. Solo entonces extrajo la carta y amenazó con pasarla bajo la puerta. En su otra mano, sujetaba un cálido té de valeriana. Abrió el compartimento y en un movimiento fugaz introdujo la carta y el té. Sacó el brazo rápidamente, como si con tan solo verle la mano pudiera prender fuego a su piel agonizante.
Agitado, esperó. Quizás ya estaba dormida, quizás no lo había oído. Puede que ya no escuchara sus tímidos pasos acercarse para recoger su ofrenda.
Su regalo.
Su destino.
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Re: The Sweetest Trap
Ni una sola ventana o rendija abierta, pero corría un aire. De abrazarme las piernas, pasé a presionar las manos contra el piso. No se habían abierto las puertas, pero mi alboroto había provocado una reacción. Lo sentía, pero todavía no sabía de qué índole sería. No me quedé ahí. Pensé en mi padre, en la planta curiosa que él había hecho crecer. Mis ramas se extendían. Era incapaz de sofocarlas. Tendría que matarme a mí primero.
Me levanté, presa de mis presentimientos. No era yo la que caminaba hacia la puerta; era una muñeca, un títere resignado a las cuerdas que le daban movimiento. Se aproximaron unos pasos, pero yo no les escuché; sólo podía percatarme del aura, cada vez más grande y cercana. No necesitaba siquiera abrir los ojos para distinguirle. Mis guías eran los impulsos eléctricos suspendidos en la atmósfera que, de alguna manera, me tomaban de manos.
Me detuve a centímetros de la puerta, como si una pared no visible se interpusiera. Insultante, insistí, y deposité una palma sobre la madera. Tuve la impresión de tocarle, a lo que fuera que me esperase del otro lado; una parte mía lo había hecho. Y se sumó a ese temblor en mi tacto, el bálsamo de un relajante aroma. Parecía estar en la mitad de un encantamiento, pero éste, en particular, no lo conocía.
Entonces se quebró la quietud, con un presente a mis pies. Me arrojé al piso, buscando una clave y tratando de ignorar el miedo de encontrarla. De encontrarlo. Fue sólo cuando las primeras letras inmortales se registraron en mi retina, que me di cuenta de que le esperaba, como frontera desafiante, un juego de retos, una llama en un pocillo de vidrio. Pero cada frase tenía púas, y mis ojos se aguaron cuando me rozaron. Vime vaciada de sesos, porque no vislumbraba razón, sino pura pasión. Ser llamada de esa manera, acorralada y protegida, pero confinada.
Aún en el piso y con el papel aferrado a mis manos, reposé mi cabeza sobre la puerta. No conocía a mi celador, pero gracias a su carta y a su tímida cercanía percibí un sinnúmero de cosas. Sí, eran cosas inexplicables, porque él era inexplicable. Algo quería que me enfrentara a él, y no podía darle la espalda. No se hace eso cuando obedeces a la magia. Por lo demás, era cruel, absurdo, ponerle el rótulo de “inexplicable” y suponer que eso lo hacía menos real.
— ¿Quién es usted, y a qué vienen estas palabras? — susurré.
Y no me atreví a preguntarle nada más, porque no supe contestar si el cautivo era él o la prisionera era yo.
Me levanté, presa de mis presentimientos. No era yo la que caminaba hacia la puerta; era una muñeca, un títere resignado a las cuerdas que le daban movimiento. Se aproximaron unos pasos, pero yo no les escuché; sólo podía percatarme del aura, cada vez más grande y cercana. No necesitaba siquiera abrir los ojos para distinguirle. Mis guías eran los impulsos eléctricos suspendidos en la atmósfera que, de alguna manera, me tomaban de manos.
Me detuve a centímetros de la puerta, como si una pared no visible se interpusiera. Insultante, insistí, y deposité una palma sobre la madera. Tuve la impresión de tocarle, a lo que fuera que me esperase del otro lado; una parte mía lo había hecho. Y se sumó a ese temblor en mi tacto, el bálsamo de un relajante aroma. Parecía estar en la mitad de un encantamiento, pero éste, en particular, no lo conocía.
Entonces se quebró la quietud, con un presente a mis pies. Me arrojé al piso, buscando una clave y tratando de ignorar el miedo de encontrarla. De encontrarlo. Fue sólo cuando las primeras letras inmortales se registraron en mi retina, que me di cuenta de que le esperaba, como frontera desafiante, un juego de retos, una llama en un pocillo de vidrio. Pero cada frase tenía púas, y mis ojos se aguaron cuando me rozaron. Vime vaciada de sesos, porque no vislumbraba razón, sino pura pasión. Ser llamada de esa manera, acorralada y protegida, pero confinada.
Aún en el piso y con el papel aferrado a mis manos, reposé mi cabeza sobre la puerta. No conocía a mi celador, pero gracias a su carta y a su tímida cercanía percibí un sinnúmero de cosas. Sí, eran cosas inexplicables, porque él era inexplicable. Algo quería que me enfrentara a él, y no podía darle la espalda. No se hace eso cuando obedeces a la magia. Por lo demás, era cruel, absurdo, ponerle el rótulo de “inexplicable” y suponer que eso lo hacía menos real.
— ¿Quién es usted, y a qué vienen estas palabras? — susurré.
Y no me atreví a preguntarle nada más, porque no supe contestar si el cautivo era él o la prisionera era yo.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: The Sweetest Trap
La escuchó moverse, maravillado; tan solo el rozar de sus ropajes se le antojó un sueño. Estaba ahí, a su lado, separados por menos que la nada. Indeciso, no supo decir si deseaba más que ya estuviera durmiendo o que se acercara y que su respiración pausada y mansa acunara sus oídos. El cambiante parpadeó lentamente, como un felino, tranquilo, pero siempre en alerta; un leopardo en apariencia, un tigre de bengala con complejo de minino. Beso, pestañas contra pestañas y respiró profundamente. El perfume a jazmín y la salinidad de su piel provocó que, entreabierta la boca, su lengua apenas rozando los propios labios, con el único deseo de probar la textura de su carne con mimo.
“¿Quién es usted, y a qué vienen estas palabras?”
Colombo se sobresaltó por la súbita transgresión de su inusual tranquilidad. De algún modo su voz parecía más clara, más viva…Más real que las veces que la había escuchado en su pelaje felino. En su forma animal, oír a Simonetta era como un suceso irreal, alejado de la realidad. Pero del presente no se podía desasociar tan fácilmente; era un gato hambriento que había atrapado a un ratón por descuido y que ahora no sabía qué hacer con él. Irónicamente, el roedor asustaba más al felino que de la otra forma.
Si hubiese estado loco le hubiese respondido, pero no lo estaba, así que permaneció tras la puerta, petrificado y deseando que su hada lo diera por desaparecido. Temió incluso respirar. Su voz permaneció en el aire por unos segundos más que se le antojaron eternos. Las agujas del reloj se paralizaron, cesaron el tictac y el aire que los separaba se le antojó insoportable. Un arrebato forastero lo abrumo, y por un momento creyó que tendría el coraje suficiente de asomarse por la apertura para contemplar su rostro cincelado. El pensamiento aterró de tal modo que giró sobre sus zapatos y abandonó el corredor a paso ligero. No podía perder la cordura, al menos, no podía perderla más.
Puso tierra de por medio entre él y su obra, alcanzando sus aposentos con el corazón atronando sus temblorosas costillas. Ansioso, con los nervios en punta y los órganos en la garganta, se repito una y otra vez que todo saldría bien, tal y como le había hecho saber a su sirena.
Mentira, mentira, mentira.
Cerró los ojos con fuerza, el sudor resbalando por su sien. Debía, tenía que tranquilizarse. Ignorar las voces. Tomó una bocanada de aire, lenta y profunda. Con la frente contra el marco de la puerta, consiguió relajarse por un instante. Las manos de ella acariciaron su lomo animalístico, su mentón y tras sus orejas.
El ronroneó.
Aquel recuerdo siempre conseguía mantenerlo en paz. Con ese mismo pensamiento durmió, y tan solo lo hizo cuando supo que ella se había rendido al fin, había cedido al sueño y navegaba el infinito mar de Morfeo. No habría sabido responder como sabía que ella también descansaba, simplemente lo sabía. Más que una sensación era certeza, porque ella estaba allí, esperándolo en sus sueños.
El único lugar donde nada corría peligro.
TEMA FINALIZADO
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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