...::Senghor::...

Personalidad

Senghor es silencioso y taciturno. Como todos los esclavos, está acostumbrado a siempre ir con la cabeza agachada frente a los hombres pálidos que sabe que pueden matarlo, pero dentro de él aviva una llama de odio y venganza que crece cada día; rabioso, iracundo cuando la situación lo amerita, es también un ser bondadoso con los más débiles como un día él mismo lo fue. No cree en la voluntad del hombre blanco, no guarda respeto hacia él sino la obediencia forzada.

Sabe leer y escribir, cosas que guarda ferozmente para él mismo, por lo tanto, sabe más de lo que debería de la nueva ama de la casa. A pesar de su fuerza física, curtida en años de trabajos forzados, no la usa cuando no es necesario; suele reír en los momentos adecuados, cuando puede, junto a los esclavos en las barricadas donde celebran la vida y siguen sus propias costumbres a pesar de que les han quitado todo.

Datos

₊ Tiene muchísimas cicatrices en el cuerpo.
₊ Vive junto a una esclava llamada Nohí, es su mujer desde que tienen dieciocho años.
₊ Es el único capaz de montar al caballo del Almirante.
₊ Mide poco más de uno noventa.
₊ Sus manos están llenas de marcas.
₊ Es sumamente veloz y ágil.
₊ Le tiene mucho odio a la gente religiosa.

Historia

Llegó a Francia en la embarcación del Almirante du Bouëxic de Guich cuando tenía ocho años. Había escapado de sus antiguos amos y viajó de polizón en la embarcación del Almirante. Los ojos gentiles de aquel francés sin embargo, no lograron que el pequeño sin nombre abriera la boca y pronunciara palabra, durante los meses de viaje de regreso a casa, el Almirante lo alimentó y vistió, intentando averiguar de dónde había salido, todo era inútil, nadie hasta la fecha sabe que aquel pequeño era hijo de un cazador que tuvo la mala fortuna de caer en una trampa para elefantes, Senghor, su hijo menor, encontró dos días después el cuerpo a medio comer y solamente pudo reconocerlo por el arco; en ese momento, los que habían puesto la trampa lo encontraron y lo se lo llevaron, vendiéndoselo a esos monjes a cambio de comida pasada que igual terminaron tragando. El chiquillo no era más que un saco de huesos con piojos y sarna, contraída en los calabozos donde fue refundido por los cazadores de quienes pudo escapar. Después lo encontraron vagando por los puertos de Sierra Leona unos hombres de Fe que lo mantuvieron cautivo, muerto de hambre y recibiendo palizas y quién sabe que otras vejaciones, cosa que afectaría en un futuro su relación con ese Dios cristiano que tanto quisieron meterle a la fuerza en casa de su benefactor.

Al llegar a Francia, el Almirante lo llevó enseguida a su casa de campo donde lo dejó al cuidado de la matrona de la barraca de esclavos, él lo sería, ese era el destino, pero el Almirante ordenó que se le tratara bien, como el niño que aún era. La matrona de la barraca terminó adoptándolo y haciendo hablar como pudo, le enseñó las costumbres de esa gente pálida y sin fuego,
informándole además que ese dichoso Dios en efecto, no existía, que esa gente lo usaba solamente para hacerse daño entre ellos y a los demás, es por eso que cada que eran obligados a recibir la comunión, Senghor masticaba y escupía la hostia que representaba a ese mentado salvador sin rostro, sin ganas y sin nada que pudiera salvarlo a él. Cuando el Almirante se casó, años después, conoció a la mujer de éste, una mujer muy pálida con el cabello anaranjado, como las zanahorias y que parecía tener el cielo encerrado en los ojos, Senghor cayó de rodillas ante la visión de aquella mujer y la amó vehemente, con toda la intensidad de sus años infantiles.

Años después, mejor nutrido y con una estatura que sobrepasaba a los demás esclavos, Senghor fue asignado al cuidado de las caballerizas al tener la facilidad de domar a esas bestias que en principio le aterraban. Fue provisto de la indumentaria, aunque jamás aceptó llevar zapatos, ni siquiera cuando del cielo caía esa cosa blanca que quemaba sus pies, era casi como pisar la tierra caliente que lo vio nacer, esa que estaba seguro que nunca más volvería a ver. Cuando la mujer que había amado en su infancia murió, después de dar a luz a las hijas del Almirante, Senghor al igual que aquel cayó se entristeció muchísimo y a partir de ahí, su vida se fue a pique.

El mismo Almirante, hombre que le había salvado la vida y lo había tratado con deferencia, terminó por desaparecer tiempo después, dejando todo en manos de una hermana que sacó a Senghor de su puesto en las caballerizas, regresándolo a las barricadas de los esclavos, donde fue la burla de los demás pues ahora era igual a ellos, como siempre debió ser. Se le asignaron las tareas más duras y fue desprovisto de su indumentaria, volviendo a la ropa de lino y los azotes que los capataces tenían ya libertad de darle.

Así llegó a la edad adulta, trabajando en silencio, observando la naturaleza tan ajena y distinta a la de su tierra, viendo nacer, crecer y morir plantas de colores que después le explicarían eran flores, cuyo aroma lo llevaría a conocer a las hijas de aquella mujer mágica que el Almirante y él habían amado, uno con intensidad y el otro con toda la inocencia potencial de la infancia. Fue Marion sin embargo, quién llamó más su atención, la ama Marion reía con fuerza, trepaba árboles con libertad, corría como bestia de campo y era de una constitución más fuerte que la otra niña de cabellos verdes, más parecida a su primer gran amor, pero no tan fuerte al parecer. Las vio crecer junto a él, cada año más altas, más bonitas, más lejanas...