AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Sane Never Come, The Crazy Always Do
2 participantes
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The Sane Never Come, The Crazy Always Do
por Loane Lebijou Lun Mar 12, 2018 10:36 am
“You’re only a mouse
if you let them make you one.”
“Christina Henry” Alice
if you let them make you one.”
“Christina Henry” Alice
El corretear de las ratas reverberó entre las paredes de la taberna. Loane giró el rostro con brusquedad, gesto que le provocó un suave mareo. Se sujetó un momento a la barra y dejó la caza de roedores para otro momento. No estaba segura de si el vértigo se debía a su malestar habitual, o la botella que se había pimplado durante su jornada laboral. De cualquier forma, tan solo quedaba ella en la taberna y era hora de recoger. Si se demoraba, tendría que regresar a casa cuando los callejones resultaran opacos, y esa, no era su opción más deseada. Estaba harta de asaltantes y rameras, prefería incluso dormir en el mugriento suelo del local.
Tomó su cubeta de agua y comenzó a pasar el trapo húmedo por la barra. Después se desplazó hacia las mesas e hizo lo mismo. El caminar se le antojó torpe y decidió que la próxima vez que optara por catar tras la barra, trataría de controlarse. No solía beber tanto como aquel día, pero su mal humor últimamente se encontraba en su cúspide y se le antojaba realmente fastidioso tener que aguantar a los cuatro asnos de siempre. Burros, vulgares y arrogantes. Ya tenían aprendido que con ella no debían tratar más de la cuenta si no querían terminar sin entrepierna. Las bromas las soportaba, e incluso la complicidad, pero no la lascivia.
Se desplazó de una mesa a otra, escurriendo el trapo y pasándolo por la superficie de madera. En su estado y sumida en sus pensamientos, dio un respingón cuando la mano que sujetaba el trapo hizo tope sobre un brazo de un cuerpo extraño. Loane alzó el rostro, topándose de frente con la expresión de un hombre en el que no había reparado hasta el momento. Reculó bruscamente dejando escapar un profundo y claro juramento.
─Diablos…─murmuró para sí.
Se preguntó, cómo demonios no había reparado en él antes. Creía haber estado sola durante la última hora, en la cual, se había terminado la botella y en ocasiones había incluso hablado consigo misma. No se avergonzó, puesto que no era alguien tímida, sin embargo, se vio ligeramente irritada ante aquello. Le echó un vistazo, reflexiva. Con razón no lo había visto, observándolo de cerca, el extraño ni si quiera parecía respirar. Recordó haberle atendido cuando había entrado a la taberna, pero tras eso, le había perdido de vista. No sabía si había socializado con el resto de los clientes o si simplemente había permanecido en aquella sombría esquina, simulando ser invisible.
─Está cerrado ─bufó, incapaz de ocultar su mal humor ─. Es hora de que se marche.
No pasó por alto su lúgubre aspecto. Esperaba no tener que lidiar con un lunático. Tenía suficiente con su propia cabecita.
Loane Lebijou- Humano Clase Media
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Localización : París.
Re: The Sane Never Come, The Crazy Always Do
por Christopher Marlowe Mar Mar 13, 2018 7:37 pm
"Donde no hay vino, no hay amor."
Eurípides.
Eurípides.
La luna marcaba la hora señalada. Demasiados pensamientos agolpados en la cabeza de Christopher Marlowe durante aquella noche en que las musas habían tramado una cita con él a la que ninguna había acudido. ¿Qué nos queda cuando se va la creatividad? ¿Qué nos queda cuando no aparece la pasión? Marlowe lo tenía claro: el alcohol. Cualquier noche a la que hubiera podido llamar desaprovechada nunca fue tal, pues derivó en visitas a las tabernas cercanas que siempre le sacaban alguna que otra sonrisa -cuando no un ojo morado-. Siempre fue conocido como un auténtico beodo y en época de señores y reinas podía denominarse todo un auténtico cierra-tabernas.
- ¡Caramba! llevas hablando la última hora conmigo como si fuera un borracho más y ahora me tratas como a un caballero. ¿Debería hacer yo lo mismo con usted, hermosa dama? Mujer entre mujeres, venenosa belladona, mia donna angelicata... y párame ya porque no se me ocurren más piropos baratos de ingenio rápido.
Era evidente que aquel hombre al que le gustaba bromear más que un buen vino tinto no podía estar bajo los efectos de ninguna bebida adulterada, sino que, siendo consciente de su existencia y de su no existencia al mismo tiempo, el propio vampiro se engañaba a si mismo noche tras noche como el joven que vuelve a su casa obnubilado por la ingente cantidad de alcohol que ha tomado -la ingente sugestión más bien- cuando pocas han sido las gotas que han besado sus labios.
- ¿Siempre eres así? ¿Te presta alguien sus oídos y su atención y le echas a patadas después? Pobres de los hombres que acaben en tu lecho. ¡Gracias y adiós, caballeros! -se rió imitando a su acompañante entre almohadas-.
Christopher Marlowe podía presumir de un sinfín de cosas. Se reía de todo y de todos, se ahogaba en su propio vómito más veces de lo que le gustaría, y no recordaba un instante en que William Shakespeare no dejara de actuar como el peor Othello de su tiempo, rondando los pensamientos del dramaturgo y sedando su poco optimismo. Pero si había algo de lo que el escritor podía presumir más que nada era de su curiosa empatía hacia las mujeres y la caballerosidad que siempre le gobernaba en los casos oportunos.
- Te ayudo -sugirió éste levantando un par de sillas para despejar el suelo-. ¿Cuánto llevas trabajando aquí? ¿Te he visto alguna vez? -capaz es de ver a la misma persona cien veces mientras ni siquiera es consciente de que la está mirando-.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/01/2015
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Re: The Sane Never Come, The Crazy Always Do
por Loane Lebijou Dom Abr 08, 2018 3:14 pm
Eran escasas las ocasiones en las que Loane tenía el placer de presenciar un acto de puro altruismo, escasas, o nulas. Por ello, era incapaz de creerlos. Por cara había dos rostros más al menos, mascaras, expresiones dedicadas al teatro, actores de incognito. La mujer presumía de su honestidad, pero incluso ella, ocultaba quién era. Su esencia, nunca había sido desnudada por nadie, ni si quiera por su propia persona. Sin embargo, la esencia de quién tenía frente a sus ojos, rezumaba en cargante galantería.
Loane frunció ligeramente la nariz.
─Detén ya la verborrea, ¿quieres? Mia donna angelicata… ─murmuró para sí, con evidente recelo. Estiró una mano para robar su jarra, que terminó de un generoso trago─. Lo siento, ese vino parecía estar criando ácaros. No quisiera que ninguno de mis clientes tomara alcohol en mal estado. Y sí, siempre soy así. ¿Y usted señor? Siempre acecha a sus víctimas desde lúgubres esquinas.
Cuando ofreció su ayuda, no hizo sino incrementar la escama de la joven tabernera. Algo, que se reflejó en la expresión de su rostro. Juraría ante un Dios, si lo había, que aquel no era un acto de pura bondad. Contemplativa, se apoyó sobre la mesa. Una araña correteó entre sus elegantes dedos, la cual aplastó sin titubear y limpió en su delantal con desinterés mientras preguntaba:
─¿Vamos a intercambiar papeles ahora? ─murmuró ciertamente entretenida─. Puedes limpiar las tres mesas que quedan si con ello piensas que te ganaras la atención de una vulgar mesera. Apuesto a que te tienes que sentir solo para bromear con rondarme. Pero adelante, limpia, yo ya estoy cansada. E incluso hubiese pensado que realmente te interesaba de no haberme preguntado si me habías visto antes. Yo siempre estoy aquí. Aunque buena estrategia, obsequiar a una dama con flores para luego confesarle que nunca se había fijado en ella… Touché.
Arrastró los pies tras la barra para guardar el recipiente y permaneció allí un rato. Los maderos del suelo se superpusieron, unos sobre los otros. Afectada, dio un largo suspiro. Tendría que pasar allí la noche. Las calles opacas para una mujer borracha no eran la mejor de las ideas. Incluso ella, que la mayor parte de las ocasiones se sentía segura con su pequeño revolver, prefería permanecer allí a tener que pasar por la fatigosa situación de enfrentarse a un tarado. Y hablando de tarados. Se asomó por la barra nuevamente y sus ojos se toparon con la mirada taciturna del extraño.
─Vamos, un hombre servicial tal vez pueda llegar a seducirme. Y en el peor de los casos abriré el más infame de los vinos para ti.
No había más que decir, que la muchacha ya estaba descorchando la botella y derramando el liquido sobre su recipiente. Se sentó sobre la barra, bebida en mano y piernas dobladas.
─Dime, ¿siempre te sientas solo a beber alcohol? ─preguntó, como si aquello mismo no fuera su pan de cada día─. ¿No serás uno de esos artistas atormentados? Aborrezco a esos desequilibrados, siempre se creen mucho mejores que el resto del mundo. Nadie es suficiente para ellos.
Loane frunció ligeramente la nariz.
─Detén ya la verborrea, ¿quieres? Mia donna angelicata… ─murmuró para sí, con evidente recelo. Estiró una mano para robar su jarra, que terminó de un generoso trago─. Lo siento, ese vino parecía estar criando ácaros. No quisiera que ninguno de mis clientes tomara alcohol en mal estado. Y sí, siempre soy así. ¿Y usted señor? Siempre acecha a sus víctimas desde lúgubres esquinas.
Cuando ofreció su ayuda, no hizo sino incrementar la escama de la joven tabernera. Algo, que se reflejó en la expresión de su rostro. Juraría ante un Dios, si lo había, que aquel no era un acto de pura bondad. Contemplativa, se apoyó sobre la mesa. Una araña correteó entre sus elegantes dedos, la cual aplastó sin titubear y limpió en su delantal con desinterés mientras preguntaba:
─¿Vamos a intercambiar papeles ahora? ─murmuró ciertamente entretenida─. Puedes limpiar las tres mesas que quedan si con ello piensas que te ganaras la atención de una vulgar mesera. Apuesto a que te tienes que sentir solo para bromear con rondarme. Pero adelante, limpia, yo ya estoy cansada. E incluso hubiese pensado que realmente te interesaba de no haberme preguntado si me habías visto antes. Yo siempre estoy aquí. Aunque buena estrategia, obsequiar a una dama con flores para luego confesarle que nunca se había fijado en ella… Touché.
Arrastró los pies tras la barra para guardar el recipiente y permaneció allí un rato. Los maderos del suelo se superpusieron, unos sobre los otros. Afectada, dio un largo suspiro. Tendría que pasar allí la noche. Las calles opacas para una mujer borracha no eran la mejor de las ideas. Incluso ella, que la mayor parte de las ocasiones se sentía segura con su pequeño revolver, prefería permanecer allí a tener que pasar por la fatigosa situación de enfrentarse a un tarado. Y hablando de tarados. Se asomó por la barra nuevamente y sus ojos se toparon con la mirada taciturna del extraño.
─Vamos, un hombre servicial tal vez pueda llegar a seducirme. Y en el peor de los casos abriré el más infame de los vinos para ti.
No había más que decir, que la muchacha ya estaba descorchando la botella y derramando el liquido sobre su recipiente. Se sentó sobre la barra, bebida en mano y piernas dobladas.
─Dime, ¿siempre te sientas solo a beber alcohol? ─preguntó, como si aquello mismo no fuera su pan de cada día─. ¿No serás uno de esos artistas atormentados? Aborrezco a esos desequilibrados, siempre se creen mucho mejores que el resto del mundo. Nadie es suficiente para ellos.
Loane Lebijou- Humano Clase Media
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Re: The Sane Never Come, The Crazy Always Do
por Christopher Marlowe Mar Jul 31, 2018 8:52 am
- ¡Las esquinas son lo mío! -señaló eufórico comprobando segundos después que acababa de compararse a Betty, la ramera más codiciada y sin dientes de Whitechapel-. Quiero decir que valoro más el anonimato con que me obsequian nuestras amigas las esquinas que enfrentamientos cara a cara como puede ser este, donde mi ingenio debería estar más rápido que mi lengua pero pocas veces sucede.
Christopher Marlowe fue durante muchos años un hombre fuerte, valeroso, henchido de coraje. Su transformación en vampiro había supuesto que su fuerza y capacidades se incrementaran hasta el punto de asemejarse irónicamente a un dios. Es irónico entonces también el hecho de que el silencioso corretear de un arácnido le resultara repugnante y que su muerte a manos de aquella mujer le produjera la misma sensación.
- Tu atención ya la tengo. Sólo busco tu complicidad, tarea más ardua si cabe.
"Apuesto a que te tienes que sentir solo para bromear con rondarme". Nunca, en los cientos de años que el escritor hubo logrado escapar a la muerte, había escuchado una frase tan diestra y honestamente pronunciada y, sobre todo, tediosamente acertada.
- Interesante. Tal vez estés demasiado acostumbrada a tratar con personas que se distinguen por su físico y que distinguen al resto por lo mismo. Siento decepcionarte en cuanto al prototipo que estás forjando en tu linda cabecita sobre que clase de hombre soy. Aunque a lo mejor eso es lo que buscas. El prototipo de un macho cabrío que al dejar que sus instintos le controlen, se coloque automáticamente en un peldaño inferior al tuyo. La excusa perfecta para mirarle por encima del hombro. Pero... -declaró acercándose a ella y tocando graciosamente su nariz a la espera de que el tiburón se llevara su mano entera- eres muy bajita, cariño. ¿Por qué debería acordarme de ti o de nadie, hasta el momento en que me demuestren quiénes son? Hasta el momento en que dejen una muesca aquí dentro -dijo señalando su cabeza-. Que dificultoso tener que acordarse de todas aquellas personas que conoces o ves solamente por el físico, ¿no te parece? Considero que todo el espacio que pueda manejar en mi cerebro es indispensable y que los datos absurdos deberían ser desechados. Aunque entiendo que no todo el mundo funcione como yo.
La oferta de la mesera parecía satisfacer al vampiro, que temía dificultarle todavía más el trabajo a su compañera si seguía bebiendo, pues cada vez le costaba más echar una mano sin tambalearse debido a la ficticia melopea que creía sentir cuando sus labios rozaban el líquido borgoña de la felicidad. Igual que un adolescente en busca de su primera juerga y algo de atención...
- ¡Vaya! Me has descubierto. Dime, ¿por qué ha sido? ¿Por la pretenciosidad de mi pensamiento, la redicha de mis palabras o porque bebo como un gorrino?
Marlowe, mejor que nadie, era consciente de lo prototípico que podía resultar. Pienso, luego sufro y me emborracho, citaba a menudo el escritor en honor a Descartes. Sin embargo, puesto que se hundía hasta las rodillas en el barrizal de lo evidente, podría decirse que al inglés tampoco se le daba nada mal intuir que personas se encontraban en el mismo barrizal, caladas hasta los huesos en ocasiones.
- Oh, espera. ¿Eres de esas que desprecian a todo el mundo porque el mundo ha sido malo contigo, pero sobre todo al género opuesto porque han sido el doble de malos contigo? ¿De las que pesan un quintal porque en sus manos llevan el escudo del cual no se desprenden por miedo a que vuelvan a hacerles daño? ¿De las que beben y beben porque el alcohol es el único amigo sincero y desinteresado que han llegado a conocer y que no les ha traicionado? -sentía su cruel sinceridad y alejándose del "donde las dan, las toman", sólo buscaba encontrar la puerta hacia una conversación menos condescendiente-.
Consciente de sus palabras, dejó a un lado el trabajo y se acercó a Loane.
- Ponme una copa y dime como te llamas de una vez, para que así deje de decir tonterías.
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