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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Angele Nïm Dom Mar 25, 2018 9:19 pm

El Jardin des Plantes había sobrevivido guerras, había sobrevivido a la revolución francesa y a aquellos que insistian en tratar la ciencia como magia. Era uno de los lugares más hermosos de París. Desde la Menagerie donde se exponian cientos de animales traídos de todos los rincones del mundo hasta el pabellón de las rosas, donde a principios de invierno, cientos de rosales florecían llenándolo todo de su aroma dulce y delicado. Pero durante el final del invierno y el inicio de la primavera, en esos días helados y lluviosos, el lugar más popular del Jardín era en invernadero, donde como cada año, cientos de especímenes exóticos eran expuestos para que aquellos amantes de las flores pudiesen disfrutar de ellas.

Angele, Angele el estudiante, pues en momentos como este fingía ser solo un joven más, disfrutando de los primeros rayos del sol de la primavera, preocupándose sólo por los exámenes y trabajos que tenía que entregar.Una vez por mes se permitía ser normal, gastar un poco más de la cuenta y olvidarse de todo.

De los asistentes de la exposición, Angele no era el mejor vestido. Sus botas estaban bastante gastadas, los pantalones verde oscuro habían sido habilidosamente remendados media docena de veces y los puños de su camisa, que asomaban bajo el abrigo azul oscuro estaban manchados de tinta. Su atuendo era el típico de un estudiante universitario de familia popular. Común, sencillo y práctico.

Los colores lo tenían encantado. El verde claro de los helechos, rosas pálidos y amarillos brillantes. Todas las secciones resultaban encantadoras, pero el pabellón asiático, con sus delicadas orquídeas, crisantemos de brillantes colores y pequeños bonsáis habían llamado su atención como nada antes.
Encandilado, había sacado un pequeño cuaderno de anotaciones y un lápiz y durante varios minutos había hecho pequeños bocetos de las flores del lugar.
Las delgadas ramas del cerezo, con sus pequeñas flores, las flores de las magnolias, brillantes como el vestido de una prostituta.
El cuaderno y los dibujos:


En momentos como ese, el joven parecía olvidarse del mundo, su mente estaba a millones de kilómetros, imaginando cómo sería conocer el lugar del cual dichas flores procedían, imaginando las flores del cerezo, cayendo sobre los cabellos de las damas, las abejas volando alrededor de los crisantemos, exóticas y brillantes mariposas, bailando de flor en flor.
Su caminar distraído lo había llevado hasta los bancos de piedra del lugar, los cuales estaba rodeados por unas curiosas plantas de aspecto bizarro.


-¿...Erythronium dens canis? -murmuró leyendo la etiqueta, suspirando al ver que alguien habìa robado el cartelito con su nombre común- ¿Que demonios tiene esta planta que se parezca a un perro?

Honestamente el latín no era su fuerte, y que hubiese llegado a entender que canis significaba perro era casi un verdadero milagro.
Aun intentando descifrar el nombre de la planta se sentó en uno de los bancos, llevandose el lápiz a los labios y girando la cabeza suavemente, intentando encontrar un buen ángulo para reproducir la planta.

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Mensaje por Rhett O'Shaughnessy Sáb Mar 31, 2018 12:56 am

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Tea for two.
Pocos sitios interesaban tanto al jovencito inglés como los bosques. En ocasiones —y con algo de suerte— algún parlanchín adinerado hacía alarde de la diversidad oculta en su invernadero personal y Rhett, habilidoso manipulador, lograba acceder a una visita poco grata, en la que las exigencias sociales de la plática y el aparentar reclamaban su atención, estorbando en su tiempo de calidad con las plantas.
Algunos años atrás, cuando aún residía en su patria natal, había logrado convencer a Sir Banks para que solicitara permiso a su Majestad con objeto de realizar un paseo por los jardines de la Dutch House, vanagloriados por su extenso repertorio de especies vegetales y que, se rumoreaba, pasarían a convertirse, eventualmente, en el primer parque botánico de Inglaterra. Sir Banks conocía más de flora que de política y era por ello, además de su vasto léxico, que el cambiante se había sentido profundamente admirado por su personalidad pública, más aún, por su faceta privada. Desafortunadamente, habían sido pocas las veces en que había logrado entablar conversación con el barón y su visita a los jardines prevalecía como producto de un auténtico milagro.
Era por ello que, tras arribar a París, su primer impulso había sido el de ir a visitar el Jardin des plantes; un espacio de sus características admitía todo y cuanto el inglés más añoraba, tanto desde la perspectiva arquitectónica como desde la conceptual y visual. En resumen, constituía su ideal de paraíso.

Visitaba el parque con frecuencia, algunas veces para recorrerlo en su totalidad y, así, disipar sus confusiones; otras, se detenía específicamente en determinadas alas o presenciaba largas horas los mismos especímenes, para analizarlos minuciosamente y memorizar sus características más particulares. Le gustaba acudir con sus volúmenes ilustrados, donde los botánicos más experimentados volcaban sus conocimientos y observaciones, clasificaciones y opiniones. El universo de los vegetales, de las flores en particular, le apasionaba profundamente; tanto era así que, en ciertas ocasiones, se introducía en secreto en las clases correspondientes a la facultad de ciencias naturales con el único objetivo de expandir su instrucción en la disciplina.
Si bien la filosofía se le daba bien, lejos estaba de pensar en dedicarse a ella; con cada nueva exposición teórica que aludía a la botánica presenciada, más se replanteaba la posibilidad de introducirse cuanto antes en la carrera, dispuesto a surcar el mundo entero si con ello podía aportar nuevos descubrimientos a la ciencia que tanto le enardecía.
Por el momento, sin embargo, insistiría en proseguir con los planes establecidos antes de alojarse en Francia. Su prioridad era familiar y personal, su vida, siempre y cuando tomara precauciones, se extendería lo suficiente para dedicarse a cuanto ámbito del saber quisiera y, por ello, se resignaba a perseverar.

Aquella mañana se había topado con un artículo en el periódico que anunciaba el comienzo de una flamante exposición de especies exóticas en su paraíso personal. El humor de Rhett se tornó radiante y acabó prometiéndose que, una vez concluidos sus quehaceres rutinarios, acudiría al Jardin para embeberse en sus tonalidades. Asistió, pues, a las clases del primer turno y compartió el almuerzo con algunos de sus compañeros; varios de ellos insistieron en que les acompañara a una sesión de debate llevada a cabo en la biblioteca comunal, donde se tocarían las teorías aristotélicas y sus discrepancias con las predecesoras. Las excusas, como la botánica, eran su fuerte, así que no debió hacer mayores esfuerzos para convencerlos de participar sin él.  
Hacia las tres de la tarde fue que el coche de alquiler le dejó en el sendero de acceso al Jardin des plantes, donde una muchachita le ofreció un folleto informativo a cambio de unas monedas. Los invernaderos se hallaban repletos de curiosos, mujeres en particular; las flores eran la poesía de la naturaleza y, en tiempos tan románticos, acaparaban la atención de los soñadores. Las exposiciones se hallaban clasificadas según el origen geográfico de las especies, por continentes, más específicamente.
Durante el recorrido, Rhett se topó con algunos conocidos, pero ningún verdadero experto con el que compartir una plática enriquecedora. El impreso que le habían entregado ilustraba un mapa sintético de los diferentes recintos y alguna que otra cualidad de las plantas ubicadas en cada región.

El joven pautó su recorrido siempre con destino en las zonas menos concurridas, de modo en que su apreciación de la flora pudiese ser lo más personal e ininterrumpida posible. Eventualmente arribó al pabellón de las especies asiáticas, resultaba fascinante el tamaño de los ejemplares, tomando en consideración que crecían en una particular condición de cautiverio.
Se distrajo contemplando los brotes de un joven conjunto de la especie Bambusa arundinacea, vulgarmente conocida con el nombre de bambú gigante; le fascinaba el concepto que los nativos de su hábitat le atribuían, además de su sorprendente velocidad de crecimiento, propiciada por la extensión de sus raíces, que tardaban diez veces más en arraigarse a la tierra de lo que los tallos en elevarse treinta metros sobre el suelo.

Una voz cantarina se alzó por sobre los lejanos murmullos de la multitud, Rhett recordó que no debía encontrarse precisamente solo en un evento como aquel y se puso de pie, tras hallarse agachado, para hacer alarde de una fingida compostura. Se palmeó los pantalones de pana gris y sacudió polvo imaginario de las mangas de su chaqueta a juego; por si acaso, se arregló las solapas de la camisa de seda y palpó los botones del chaleco de hilo para comprobar que se hallaran abrochados. Sus zapatos de cuero permanecían bien lustrados y su curiosidad, intacta. Se asomó por sobre el follaje de un tupido arbusto interpuesto entre los senderos del invernadero, para detectar la presencia de un jovencito de alborotada cabellera. Supuso que habría sido quien hablara anteriormente y, tras avanzar unos pasos a sus espaldas, vislumbró su cuaderno y la habilidad con que hacía bailotear el lápiz.
Una sonrisa le tentó los labios y, pasando desapercibido, aprovechó para espiar las ilustraciones que se desparramaban por la hoja en uso. Le agradó que alguien tan joven mostrara un interés tan puro por las flores y, por supuesto, la belleza de los dibujos le impulsó a querer conocer el nombre de su autor.
Diente de perro, diente sangriento, mantecón, entre otros —soltó de improviso—. Dens-canis hace referencia no a la flor, sino a la raíz. Porque no podemos verla y forzarlo sería una lástima, es difícil de imaginar; mas el bulbo de la planta es alargado y blanco, similar al colmillo de un can, de ahí la etimología. —Concluyó, con las manos entrelazadas detrás de la cintura y las facciones teñidas de su característico sosiego.
Lamento haberle interrumpido, pero no pude evitar escuchar su comentario respecto de la flor y mi pasión accionó antes de que pudiera contenerla —se excusó, con inocencia, señalando sutilmente el espacio desocupado que se alojaba a su lado—. Si no es estorbo, he estado caminando sin pausa durante un buen rato, me aliviaría bastante descansar las piernas.
Una más detallada apreciación del joven ilustrador dejó al inglés sin aliento; la belleza impoluta que exhibían sus facciones no era moneda corriente. Circundado por las flores entonaba a la perfección, como otra maravilla exótica digna del Edén.



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Mensaje por Angele Nïm Lun Abr 02, 2018 1:02 pm

La voz lo sobresaltó ligeramente, haciendo que rompiese la delicada punta de grafito del lápiz contra su cuaderno. Semejante acto le habrìa irritado de no ser por el aspecto del hombre… más bien joven, tal vez un par de años mayor que el. - No os preocupeis Monsieur -dejó el cuaderno de lado, señalando con el lápiz el banco, permitiéndole que tomase asiento a su lado- Uno jamás ha de pedir perdón por sus pasiones, sobre todo cuanto estas evitan que tenga que hablar con mi profesor de latín.

Volvió sus ojos a la flor, ladeando la cabeza y fungiendo estudiarla con cuidado, llevando el lápiz a los labios, como si estuviera extremadamente concentrado. La verdad es que la planta habìa dejando de interesarle, y en su mente, los rasgos del joven a su lado, angulosos, atractivos y aristocráticos le resultaban más atrayentes de los que cualquiera de las bellezas del lugar. Bueno, Tal vez no más que las plantas carnívoras sobre las que había oído hablar. El concepto de esas plantas lo encantaba y seducía como ninguna otra cosa. Pero un segundo lugar entre toda esa belleza no era nada de lo que avergonzarse.

Se mantuvo varios minutos en silencio, disimulando su nerviosismos, intentando mantener la compostura y no resultar invasivo y demasiado curioso. Había algo en el muchacho que lo intimidaba, tal vez fuese su rostro, exquisitamente cincelado, o la forma en la cual se había movido, pasos seguros, ropas de buena calidad, todo en el gritaba alta cuna y lo que hacía que Angele, con sus pantalones cuidadosamente remendados se sintiese inapropiado. Iba a continuar sentado un poco más para no parecer maleducado y se iría de allí, olvidando al atractivo desconocido. Enserio estaba listo para irse, cuando vio como una mariposa de las brillantes se posaba sobre los botones de la camisa de su acompañante.

Una risa clara y agradable escapó de sus labios, lo suficientemente baja como para no espantar al…¿Insecto? ¿Las Mariposas contaban como insectos? - Con todas las flores del pabellón parece que nuestra pequeña amiga ya ha decidido cuál de ellas es la más bella -murmuro de forma coqueta.

En el momento que las palabras salieron de su boca Angele se dió cuenta del error que había cometido. El hacer semejante comentario en frente de un desconocido era arriesgado, sobre todo en un lugar público como aquel. SI el joven iba a los guardias, ofendido por lo que acababa de decir siempre había la posibilidad que uno de ellos lo reconociera y terminase pensando que estaba ejerciendo su profesión a plena luz del día. Si llegaban a arrestarlo, la noticia llegaría al rector de su universidad y podrían expulsarlo por falta de moral. Había dado un paso en falso y a menos que lo rectifica podía pagarlo caro.

-Oh.. yo… -se levantó rápidamente, haciendo una leve reverencia con la cabeza- si me disculpa tengo que irme. -Su rostro estaba pálido y no se atrevía a mirarlo a la cara - Que tenga una buena tarde -salió de allí casi corriendo, rezando para que el joven no le fuese con cuentos a la guardia. Quizás debería irse, pensó, guardándose el lápiz en el bolsillo interior de la chaqueta. Sí, lo mejor sería guardar su cuaderno e irse de allí.
Su cuaderno… Su cuaderno que había quedado olvidado en el banco. Un cuaderno que no solo contenía dibujos, sino que varios poemas y su nombre completo en la capa interior.

-Oh cielos…- Se dió la vuelta, suspirando pesadamente, volviendo sobre sus pasos, en busca de lo que le pertenecía, esperando que el Joven ya hubiese salido de allí. Tal vez la suerte le acompañase por una vez en su vida. Tal vez…

En el momento que volvió a entrar en el pabellón se dio de cara contra una elegante chaqueta color gris, chaqueta que según recordaba pertenece al joven que querìa evitar. Parecía que la suerte, como siempre, vaya novedad, no lo acompañaba.

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Mensaje por Rhett O'Shaughnessy Dom Abr 15, 2018 12:12 am

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¿Cómo saber cuándo la mala suerte procede de la fortuna y no de algún egoísta pugnando por satisfacer sus deseos?
El inglés tomó asiento donde el joven le indicaba, haciendo alarde de sus perfectamente calculados movimientos. Todo en él estaba predestinado a cumplir con las expectativas de sus interlocutores, aunque enteramente embebido en la solemnidad y galanteo de quien se sabe infranqueable además de irresistible.
Ya en reposo, se permitió echar un discreto vistazo a quien se alojaba a su lado. Los rizos que enmarcaban su rostro respondían a un orden personal carente de verdadera lógica, mas entonaban de forma sublime con la palidez de su piel, la cual se percibía tan sedosa como los pétalos de las flores; Rhett se preguntó si se sentiría de igual modo al recorrerla con los dedos. Aunque no alcanzaba a distinguir con detenimiento sus ojos, puesto que los tenía puestos en otro sitio, sí pudo percatarse del nítido azulado que detentaban sus irises. Aquellos labios, gruesos como las hojas de las especies suculentas, posicionados en su forma habitual, parecían invitar al espectador a mordisquearlos sin reparo; presionados por el extremo del lápiz, sin embargo, excedían la belleza de cualquier ninfa efímera jamás imaginada.
El cambiante centró la vista en el suelo cuando lo creyó prudente, conteniendo una sonrisa pícara que había sido invocada por la intensa presencia del muchachito con rasgos de ángel.

Hacer una observación de sus prendas le llevó mucho menos tiempo, puesto que había poco en ello que le indujera placer. La tela con la que se hallaban confeccionados sus pantalones se veía ligeramente gastada, aunque resultaba evidente que se la cuidaba con dedicación; botas en similares condiciones, un abrigo no muy a la moda y puños salpicados con tinta. Se había dirigido hacia él con evidente respeto, por lo que debía de ser un fiel exponente de las clases medias en surgimiento, si no, pues, un jovencito lo suficientemente alejado de los barrios más bajos.
La forma en que observaba las flores le había llamado extensamente la atención, no era postura que un mozo de su edad empleara habitualmente, la hubiese asociado más, incluso, con la de una mujercita en plena edad de ensoñaciones. Rhett dedujo que el muchachito conocía perfectamente la extensión de su belleza y, aparentemente, cómo explotarla.
Retornando a la cuestión inherente a su identidad, las manchas de pigmento le impulsaban a pensar que pudiera ser un escritor o, bien, un estudiante; la primera posibilidad resultaba algo más utópica si se reparaba en su corta edad, prefería apostar a la segunda.
Si tenía padres que solventaran su escolaridad, no habría demasiado en lo que ahondar. Mas, algo en su inexplicable magnetismo, sumado a lo sugerentes de sus movimientos, le llevaban a considerar la posibilidad de que se valiera por sí mismo. Hecho que podía implicar un sinfín de peculiaridades.

Rhett guardó silencio durante su prolongado análisis, como muestra de respeto hacia el joven y método efectivo para no obligarle a nada. Llegados a cierta instancia, comenzó a creer que planeaba marcharse e iba a intervenir para que desistiera, pero la aparición de un curioso ejemplar le impidió anticiparse.
Una mariposa monarca revoloteó hasta su chaleco y se posó sin reparos sobre uno de sus botones. El inglés la miró desconcertado, puesto que aquello no venía incluido en sus premeditaciones. Quizá fuese una señal de buen augurio.
Al inusual acontecimiento siguió la risa del muchacho, que tintineó como las campanas cuando llaman a los ángeles. El cambiante clavó los ojos en su rostro y aguardó inmóvil, contagiándose del gesto, a que algo más sucediera. Y sí que lo hizo, las palabras que escaparon a los labios de su acompañante se incrustaron en sus oídos ya inolvidables, induciéndole a teñir sus facciones de dulce expectación. Pero aquella criatura risueña no volvió a mirarle directamente, sino que, estupefacta, huyó dejando atrás la pobreza de una breve excusa.
La mariposa se espantó a raíz de los bruscos movimientos a tan corta distancia y Rhett se quedó completamente solo. Una soledad relativa y limitada a los seres con vida, claro, puesto que debajo de su palma descansaba el cuaderno del ilustrador, que con tanta destreza había logrado retener en vistas de que su propietario se disponía a partir.
La prisa había provocado que el joven le dejara atrás, sumando a su listado de características recientemente descubiertas la de la torpeza. Esta última, pues, inspiraba en el inglés un interés particular.

El cambiante abrió el cuaderno luego de comprobar que nadie se aproximaba al recinto, hojeando velozmente las páginas adosadas a la cubierta, descubriendo en cada una un nuevo tesoro ilustrado. Una firma distintiva reclamaba la autoría de todos los bocetos y la portada llevaba escrito con nitidez el nombre que ésta enarbolaba. Le pareció que no podía existir otro más adecuado que Angele para definir a aquel jovencito.
Aguardó unos instantes antes de ponerse de pie y comenzar a caminar rumbo a la entrada del majestuoso invernadero. Sabía que el muchachito regresaría, así que se tomaría su tiempo mientras aguardaba a que lo hiciera.

No alcanzó a pisar el umbral cuando una complexión más liviana que la suya se estrelló contra su cuerpo con la potencia de una carrera interrumpida. Rhett logró sostener a la persona por los hombros, evitando que se desplomara de espaldas sobre el suelo. Si bien había simulado verse afectado por el impacto más de lo que efectivamente le había perjudicado —comportamiento cultivado a lo largo de los años hasta haberse convertido en un instinto—, éste había sido considerablemente vigoroso.
Apartó al joven con delicadeza, ayudándole a recobrar la estabilidad, para comprobar inmediatamente que era a quien había estado esperando.
Lo siento mucho, ¿se encuentra bien? —se excusó con evidente preocupación—. Venía distraído y no me percaté de que también pasaba usted.
Aguardó un instante a que el aludido le dirigiera la mirada y, tan pronto se topó con sus ojos, esbozó una radiante sonrisa.
Vaya, pero si es usted. —Acotó, como si recién lo hubiese notado—. Que se despidiera tan repentinamente me dejó perplejo, sobre todo luego de haberme dedicado un halago tan condescendiente. Debo admitir, sin embargo, que me alegra verle de regreso.
Elevó el cuaderno que llevaba en su diestra a la altura de su rostro, balanceándolo para que acaparara toda la atención antes de extendérselo.
Lo encontré sobre el banco y supe que sería suyo. Aquí tiene, intacto. —Anunció, despojándose finalmente del objeto.

Se brindó unos segundos para observar los alrededores, satisfecho con el hecho de estar privados de compañía. Había asistido al Jardin des plantes con objeto de avistar y estudiar a las flores, quién hubiese imaginado que, en medio de la faena, se iría a topar con un ángel retratista. Estaba fascinado.
Permítame, buen joven, abusar de mi fortuna tras rescatar su cuaderno y cobrarme en este preciso momento su muestra de gratitud. —Soltó, jovial, haciéndose a un lado con la mano extendida, invitándole a emprender una caminata—. Me encantaría compartir mi pasión por las plantas exóticas con alguien que entiende de lo que se trata. Si está libre de compromisos, insisto en que se me una en el recorrido.
»Puede llamarme Rhett, con ese nombre me bautizaron; ¿cuál debería emplear para usted hoy, sir?
—Inquirió, atreviéndose a apuntar hacia donde sus deducciones le habían conducido.
¡Oh!, claro, aún no lo había mencionado. Si había algo de lo que podía estar completamente seguro, era de que Angele y él tenían, al menos, una cosa en común.



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Mensaje por Angele Nïm Mar Jun 05, 2018 10:52 pm

Oh, Oh… Parecía ser que no había metido del todo la pata y que los dioses de la fortuna le sonreían y que su leve indiscreción se vería recompensada con la compañía del elegante caballero.

- Jóvenes menos galantes habrían mantenido mi cuaderno como rehén para asegurarse que los acompañase - sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa, colocando el cuaderno en el interior de su abrigo y el desgastado lápiz sobre su oreja derecha, enredado en sus rizos.

Angele podría haber inventado alguna excusa en ese momento y desaparecer para siempre, sus instintos le estaban suplicando que se fuese de allí, puesto que aunque era posible que Rhett compartiera sus… inclinaciones, en más de una ocasión había sido estúpido y se había metido en problemas por ello. Pero el joven parecía tan educado, tan.. encantador… y Angele dudaba que fuese a atacarlo en un lugar como aquel, tal vez acompañarlo no era tan mala idea.

-Rhett, que nombre más peculiar para una flor como usted -comenzó a caminar mirándolo por encima del hombro -Por la forma que esa mariposa os escogió habría supuesto que seriais tal vez Clavel o Narciso.

No era común que se comportase así fuera de su trabajo. Durante su tiempo libre solía ser más reservado y algo taciturno. Pero tenía tan pocas opciones de coquetear con gente de su edad, sobre todo aquellos que desconocen su profesión. Era refrescante y divertido, casi como un juego.

-Respondiendo a su pregunta, podeis llamarme Angele -se llevó la mano al pecho, inclinando la cabeza de forma educada - Y me encantaría acompañarlo. Parece usted un caballero que entiende de la flora que nos rodea y solo un idiota rechazaría la oportunidad de tener un guia privado.

Por unos momentos se mantuvo callado, y por segunda vez se vio incapaz de prestarle atención a las bellezas exóticas que los rodeaban, pues le prestaba más atención a su acompañante que a las flores.

-¿Es usted un estudiante? -preguntó con curiosidad, sinceramente interesado en su respuesta. Angele no recordaba haberlo visto en su universidad, pero París estaba lleno de ellas y se trataba de una posibilidad. La otra era que Rhett, con su leve acento extranjero y sus ropas elegantes pero demasiado sobrias fuese un joven adinerado en un tour por europa. Angele había conocido a varios de esos viajantes adinerados, y mientras que los encontraba entretenidos, la gran mayoría del tiempo terminaban comportándose de una manera condescendiente con el. Como si su clase y fortuna les hiciesen más importantes y valiosos. Angele sinceramente esperaba que Rhett no fuese uno de ellos. -¿Un botanista tal vez? o un Poeta, los poetas tienden a ser conocedores de la flora… -se apartó un rizo rebelde de en frente de los ojos- Espero que de ser un estudiante este usted estudiando algo… emocionante y bohemio.


Se paró en frente de un arbusto podado en forma de cisne, pasando los dedos por su cuello, encantado ante la suavidad de las hojas.

-Espero que no esté destinado a una profesión aburrida, como…  Dueño de una compañía, o contable o… -frunció los labios suavemente, quitando el lapiz de detrás de la oreja- o abogado… -fingio estremecerse- Solo aquellos sin imaginación merecen ser abogados.

disculpa:

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Mensaje por Rhett O'Shaughnessy Jue Jun 21, 2018 9:00 pm

Camellia sinensis
(Almost) like two peas in a pod.
Rhett se descubrió nuevamente maravillado frente la suavidad que destilaba la voz del artista; acabó esbozando una sonrisa ladina, puesto que el peso de sus palabras no había perdido la vehemencia.
Forzarle a guardarme compañía mediante una jugada tan indecorosa no es precisamente mi estilo, Monsieur; confío bastante en mis modales como incentivo para ganarme la simpatía de las personas —sugirió con fingida humildad, algo le decía que revelarse confiado reclamaría empatía por parte de su interlocutor.
Reparar en cómo el jovencito emprendía la caminata a la que había sido invitado le colmó de satisfacción e, inmediatamente, se dispuso a seguirle a ritmo pausado. Su acompañante exhibía un deje de elocuencia digno de admirar y cada una de sus acciones aparentaba haber sido calculada con extrema meticulosidad; quizá ya se hubiese convertido en un comportamiento instintivo —como le sucedía a él en muchos casos— mas, justamente por ello, la curiosidad sobre qué se escondería detrás de su fachada le instaba a impacientarse. Se encontraba frente a un digno oponente y sacaría el mejor provecho de la ocasión. Quizá y hasta lograse ganarse un par.

La sonrisa que adornaba el rosto de Rhett se ensanchó tras escuchar el nombre que reclamó el muchacho, que fuese sincero respecto de aquello le abría un amplio espectro de divagaciones, pero, sin dudas, anclaba una certeza: Angele estaba dispuesto a desenvolverse con autenticidad frente a él, bastaría con prestarle suficiente atención para reconocer su verdadero rostro.
¡Oh!, no sólo entiendo de flora, se ha convertido en un pasatiempo que me apasiona, me apena confesar que en diversas ocasiones he incomodado a mis interlocutores con mi persistencia respecto del tema. En caso de tornarme una molestia, hágame el favor de reprenderme, no me ofenderé en absoluto —comentó, con pena oculta en la voz.

El silencio que se suspendió entre ambos no se exhibió incómodo o decepcionante, parecía propiciarles a los dos la posibilidad de atender a la presencia del otro y Rhett no se contuvo en inspeccionar al jovencito con la mirada, pues el balanceo de sus rizos al compás de la caminata era toda una maravilla digna de recordar.
Una pregunta rompió con el patrón perpetuado, seguida por una secuencia de comentarios que le impidió responder a tiempo; el humor que los impregnaba le indujo a soltar una atenuada carcajada.
¡Vaya!, sí, soy un estudiante y, por fortuna, no me he abocado a la abogacía. Si bien no me dedico a la botánica (algo que, en el futuro, me dispongo a hacer), podría decirse que mi facultad es un nido de bohemios en el que, en ocasiones, siento no encajar por completo —reveló, permitiéndose ser sincero por un momento.
Rhett, quien se había detenido a la par del muchachito, contempló las hojas del arbusto que conformaban el cuello del ave tiempo después de que sus dedos de seda las abandonaran, preguntándose si, acaso, el calor de su tacto aún se hallaría latente en ellas.
Estudio filosofía —agregó al cabo de un instante, saliéndose de sus ensoñaciones. Se aproximó a Angele, con cautela premeditada y, alojándose a su lado, presionó el follaje recortado en la complexión del cisne para permitirse contemplar el estado del tronco oculto en la profundidad.
Si no recuerdo mal, hace algunos momentos mencionaste algo sobre un profesor de latín, ¿verdad? —inquirió, dejando a un lado las formalidades, puesto que, a su parecer, edificaban una incómoda barrera que enfriaba la plática—. Supongo, entonces, que tú también eres alumno académico. ¿Bellas artes, acaso?

Los indicios delataban que poseía más de una cuestión en común con aquel jovencito y la idea de sacar el mejor provecho de tan afortunada reunión ya se había instalado, inamovible, en su ávida razón. Le intrigaba la posibilidad de ahondar en las capas que conformaban al dibujante y encontrar, llevase el tiempo que llevara, el núcleo que infundía brillo a sus orbes.



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Rhett O'Shaughnessy
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