AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Capuleto, Montesco y alguien más en escena [Varlaam Nicolescu)
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Capuleto, Montesco y alguien más en escena [Varlaam Nicolescu)
Los actores se esfuerzan en representar sus papeles de forma impecable. Para un conocedor como Charles, la nodriza y el Príncipe Escalus no practicaron lo suficiente y lucen sosos en su interpretación. La puesta en escena deja de tener la perfección que requiere una obra de ese calibre con ese fallo. Le haría llegar sus comentarios al director al día siguiente. Se reacomoda en el asiento en tanto su acompañante sonríe pensando, esperando que él se torne romántico. No, no iba a hacerlo así. La idea de venir a ver la obra es para complacer a su cliente de que acompañe a su hija en tanto va al coto de cacería a divertirse de otra manera. No hay interés romántico. Ni siquiera le atrae físicamente aunque para algunos es una belleza. Es la mente la que no le convence.
Bebe un poco del vino que queda en la copa antes de que, por fin el intermedio indica que puede estirar las piernas y salir del balcón que, de pronto, se ha convertido en una trampa mortal. Ella insiste en reclinar más la cabeza contra su hombro y Charles en alejarse. Como siga así, terminará cayendo por el precipicio. ¿Acaso las mujeres no pueden entender cuando un hombre les niega su compañía? Es su culpa que el mensaje que busca filtrar en la mente de la joven es contradictorio si primero la invita al teatro y después evita todo contacto con ella. El fallo, en definitiva, es suyo y por eso desea que la velada termine lo más pronto posible. - Voy a ir a los servicios un momento, señor Moncrieff. ¿Le parece bien? - ¿Y qué va a saber él si está bien o está mal que ella vaya a orinar o a defecar? Los ojos verdáceos de la joven intentan encandilarlo, pero habiendo conocido a tantas mujeres, ese truco le parece muy barato.
Quizá debiera presentarle a Josephine para que le enseñara nuevos métodos de conquista. Eso le vendría bien, - claro que sí, señorita Jhonson. Le espero bajo el reloj, quiero estirar las piernas - la joven se sonríe tímida, aletea las pestañas como mariposa y sale contoneando las caderas. Si tan sólo le resultase un poco atractiva, las cosas serían diferentes. De lo único que es consciente es que ese tipo de féminas sólo las desea para tenerlas en la cama, juguetear con ellas y después, desaparecer. Duda que el señor Jhonson esté agradecido con esa actitud y como no quiere perder a un cliente...
Deberá conseguirse a un hombre guapo que llame la atención y pueda hacer esta labor, se determina a decírselo a Cinder. Sus pasos le llevan primero al bar, solicitando un vaso de whiskey irlandés. Lo necesita para continuar con esta velada que apenas va a la mitad. Le quedan hora y media de suplicio que, espera, resistir. Busca un lugar donde al menos el viento le dé en el rostro para alejar las tribulaciones y llevar su mente a otro sitio. Encuentra un balcón abierto, la baranda de metal es labrada a mano y se denota el buen gusto. Pasea su mano por ésta pensando en cómo se vería en su mansión.
Hay cierto sitio que quisiera reformar que, un sonido le distrae de sus banalidades, voltea la cabeza para observar a un caballero arribar y excusarse - buenas noches, no se preocupe, no está ocupado. Haría bien algo de compañía. En ocasiones las mujeres son un regalo de los dioses, pero en otras, es el infierno liberado en la tierra - suelta un suspiro resignado llevando el vaso a sus labios impregnándolos del líquido embriagante. Tiene un sabor fuerte, la cebada malteada es de primera calidad. Justo lo que necesita. Se recarga contra la baranda mirando al espectáculo que brinda la panorámica de la ciudad. En total relajación.
Bebe un poco del vino que queda en la copa antes de que, por fin el intermedio indica que puede estirar las piernas y salir del balcón que, de pronto, se ha convertido en una trampa mortal. Ella insiste en reclinar más la cabeza contra su hombro y Charles en alejarse. Como siga así, terminará cayendo por el precipicio. ¿Acaso las mujeres no pueden entender cuando un hombre les niega su compañía? Es su culpa que el mensaje que busca filtrar en la mente de la joven es contradictorio si primero la invita al teatro y después evita todo contacto con ella. El fallo, en definitiva, es suyo y por eso desea que la velada termine lo más pronto posible. - Voy a ir a los servicios un momento, señor Moncrieff. ¿Le parece bien? - ¿Y qué va a saber él si está bien o está mal que ella vaya a orinar o a defecar? Los ojos verdáceos de la joven intentan encandilarlo, pero habiendo conocido a tantas mujeres, ese truco le parece muy barato.
Quizá debiera presentarle a Josephine para que le enseñara nuevos métodos de conquista. Eso le vendría bien, - claro que sí, señorita Jhonson. Le espero bajo el reloj, quiero estirar las piernas - la joven se sonríe tímida, aletea las pestañas como mariposa y sale contoneando las caderas. Si tan sólo le resultase un poco atractiva, las cosas serían diferentes. De lo único que es consciente es que ese tipo de féminas sólo las desea para tenerlas en la cama, juguetear con ellas y después, desaparecer. Duda que el señor Jhonson esté agradecido con esa actitud y como no quiere perder a un cliente...
Deberá conseguirse a un hombre guapo que llame la atención y pueda hacer esta labor, se determina a decírselo a Cinder. Sus pasos le llevan primero al bar, solicitando un vaso de whiskey irlandés. Lo necesita para continuar con esta velada que apenas va a la mitad. Le quedan hora y media de suplicio que, espera, resistir. Busca un lugar donde al menos el viento le dé en el rostro para alejar las tribulaciones y llevar su mente a otro sitio. Encuentra un balcón abierto, la baranda de metal es labrada a mano y se denota el buen gusto. Pasea su mano por ésta pensando en cómo se vería en su mansión.
Hay cierto sitio que quisiera reformar que, un sonido le distrae de sus banalidades, voltea la cabeza para observar a un caballero arribar y excusarse - buenas noches, no se preocupe, no está ocupado. Haría bien algo de compañía. En ocasiones las mujeres son un regalo de los dioses, pero en otras, es el infierno liberado en la tierra - suelta un suspiro resignado llevando el vaso a sus labios impregnándolos del líquido embriagante. Tiene un sabor fuerte, la cebada malteada es de primera calidad. Justo lo que necesita. Se recarga contra la baranda mirando al espectáculo que brinda la panorámica de la ciudad. En total relajación.
Charles Moncrieff- Esclavo de Sangre/Realeza
- Mensajes : 295
Fecha de inscripción : 28/03/2018
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Re: Capuleto, Montesco y alguien más en escena [Varlaam Nicolescu)
Travesía: la de un ser oscuro.
Para Varlaam, el hecho de alimentarse cada cierto tiempo conforme pasaban las noches de su longeva existencia, significaba un recuerdo sublime de su verdadera naturaleza, y de su verdadera esencia. Una que no era humana, y que no tenía más en sí que un eterno abismo insensible, vació y hueco, como lo era su corazón, carente de toda humanidad que alguna vez hubiese existido en él, y lleno solo de vagos recuerdos y reflejos de una vida que jamás volvería a ser. “Cada tres noches, tendrás que alimentarte, y así jamás morir”. ¿Un acto de crueldad? ¿Un acto diabólico? Quizá para los más creyentes y arropados en la fe, quizá para lo más visionarios…pero para él, alguien que había entendido y aceptado la realidad de su existencia, no era nada más simple que eso: la respuesta a su naturaleza maldita.
Por eso, esta noche, al igual que otras, la bestia, una a la que la conciencia del Duque nunca jamás había cedido, sino que, en su vacía existencia, se había levantado, aprendiendo a dominarla, debía responder. Esa era la realidad.
Por eso, el antiguo y milenario vampiro, en cuya imagen humana, hermosa y perfecta, se reflejaba la simple y engañosa imagen de un joven de diecisiete años, una imagen que el mismo Duque describía no más que como solo un reflejo de una realidad distinta, un simple halo de lo que alguna vez fue, necesario para poder moverse entre los hombres. Él había seleccionado uno de sus impecables trajes propios de la época en la cual ahora vivían. Si bien aquel cascaron vació no era más que eso, Varlaam era un vástago que había desarrollado con los milenios el fino arte de aquellos que degustaban los placeres de la vida mortal, y el buen gusto al vestir era también uno de ellos. Sin embargo, Varlaam solía reflejar un cierto toque especial, porque el Duque siempre había sido alguien conservador y su vestimenta lejos de ser escandalosa y querer llamar la atención, se ceñía más a cosas que rescataran un poco de las viejas costumbres y tradiciones de Rumanía. En Paris, cualquier caballero lo suficientemente adinerado debía verse así: camisa blanca con el cuello levantado, rodeado por un pañuelo con lazada de color blanco inmaculado, chaleco corto, pantalones largos muy ajustados, zapatos o botas negras y el típico sobrero de copa.
Varlaam iba enteramente de negro, e ignoraba el uso de los sombreros y chalecos cortos, degustaba por llevar botas de cuero y gabardina, y aquellas formas ciertamente delataban que era alguien propio de Rumanía.
El Duque había escuchado de la fama del teatro de los vampiros. Era el lugar del creciente Aquelarre de París, pero en siglos el milenario vampiro nunca se había caracterizado por ser un vampiro tan apegado a otros iguales que él. No significaba que no valorase la existencia de todos sus congéneres tal como lo había hecho desde hacía siglos y por lo cual, al igual que muchos sobrenaturales, velaba y era capaz de hacer lo que fuese para que su existencia siguiese estando lejos de la humanidad y su progenie siguiera existiendo. Era algo distinto y profundo: sus recuerdos.
Por eso, había salido aquella noche de sus lejanos aposentos en la ciudad de París, y lo había hecho sin que nadie más en la mansión lo supiese. Había dado la explicita orden de que no se le molestase, y sin carruaje o algo más, vagó entre las sombras y se mezcló entre las personas del Teatro de París disfrutando de la puesta en escena que aquella obra de arte le había ofrecido, hasta tras acabar la primera presentación, visualizó a un hombre, mirando algo extraño en él. Algo que le había hecho despertar y poner su atención vampírica fija. –Y aun cuando lo sabemos con certeza, recurrimos una y otra vez a aquello que se puede convertir en un infierno. Es el precio del placer.– Mencionó con su tono de voz frío y melancólico, y un con un rostro imperturbable.
–Momentánea sensación, eterna condena, Monsieur.– Concluyó el milenario vampiro con aspecto adolescente, poniéndose justo a la altura del mortal, y buscando por fin encontrar sus ojos con los de él.
Para Varlaam, el hecho de alimentarse cada cierto tiempo conforme pasaban las noches de su longeva existencia, significaba un recuerdo sublime de su verdadera naturaleza, y de su verdadera esencia. Una que no era humana, y que no tenía más en sí que un eterno abismo insensible, vació y hueco, como lo era su corazón, carente de toda humanidad que alguna vez hubiese existido en él, y lleno solo de vagos recuerdos y reflejos de una vida que jamás volvería a ser. “Cada tres noches, tendrás que alimentarte, y así jamás morir”. ¿Un acto de crueldad? ¿Un acto diabólico? Quizá para los más creyentes y arropados en la fe, quizá para lo más visionarios…pero para él, alguien que había entendido y aceptado la realidad de su existencia, no era nada más simple que eso: la respuesta a su naturaleza maldita.
Por eso, esta noche, al igual que otras, la bestia, una a la que la conciencia del Duque nunca jamás había cedido, sino que, en su vacía existencia, se había levantado, aprendiendo a dominarla, debía responder. Esa era la realidad.
Por eso, el antiguo y milenario vampiro, en cuya imagen humana, hermosa y perfecta, se reflejaba la simple y engañosa imagen de un joven de diecisiete años, una imagen que el mismo Duque describía no más que como solo un reflejo de una realidad distinta, un simple halo de lo que alguna vez fue, necesario para poder moverse entre los hombres. Él había seleccionado uno de sus impecables trajes propios de la época en la cual ahora vivían. Si bien aquel cascaron vació no era más que eso, Varlaam era un vástago que había desarrollado con los milenios el fino arte de aquellos que degustaban los placeres de la vida mortal, y el buen gusto al vestir era también uno de ellos. Sin embargo, Varlaam solía reflejar un cierto toque especial, porque el Duque siempre había sido alguien conservador y su vestimenta lejos de ser escandalosa y querer llamar la atención, se ceñía más a cosas que rescataran un poco de las viejas costumbres y tradiciones de Rumanía. En Paris, cualquier caballero lo suficientemente adinerado debía verse así: camisa blanca con el cuello levantado, rodeado por un pañuelo con lazada de color blanco inmaculado, chaleco corto, pantalones largos muy ajustados, zapatos o botas negras y el típico sobrero de copa.
Varlaam iba enteramente de negro, e ignoraba el uso de los sombreros y chalecos cortos, degustaba por llevar botas de cuero y gabardina, y aquellas formas ciertamente delataban que era alguien propio de Rumanía.
El Duque había escuchado de la fama del teatro de los vampiros. Era el lugar del creciente Aquelarre de París, pero en siglos el milenario vampiro nunca se había caracterizado por ser un vampiro tan apegado a otros iguales que él. No significaba que no valorase la existencia de todos sus congéneres tal como lo había hecho desde hacía siglos y por lo cual, al igual que muchos sobrenaturales, velaba y era capaz de hacer lo que fuese para que su existencia siguiese estando lejos de la humanidad y su progenie siguiera existiendo. Era algo distinto y profundo: sus recuerdos.
Por eso, había salido aquella noche de sus lejanos aposentos en la ciudad de París, y lo había hecho sin que nadie más en la mansión lo supiese. Había dado la explicita orden de que no se le molestase, y sin carruaje o algo más, vagó entre las sombras y se mezcló entre las personas del Teatro de París disfrutando de la puesta en escena que aquella obra de arte le había ofrecido, hasta tras acabar la primera presentación, visualizó a un hombre, mirando algo extraño en él. Algo que le había hecho despertar y poner su atención vampírica fija. –Y aun cuando lo sabemos con certeza, recurrimos una y otra vez a aquello que se puede convertir en un infierno. Es el precio del placer.– Mencionó con su tono de voz frío y melancólico, y un con un rostro imperturbable.
–Momentánea sensación, eterna condena, Monsieur.– Concluyó el milenario vampiro con aspecto adolescente, poniéndose justo a la altura del mortal, y buscando por fin encontrar sus ojos con los de él.
Varlaam Nicolescu- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 13/03/2018
Re: Capuleto, Montesco y alguien más en escena [Varlaam Nicolescu)
Las luces contrastan con la noche de la ciudad, las personas se desplazan por las calles al igual que los carruajes y los caballos cuyos jinetes lucen las más diversas galas. Si bien el sector donde está ubicado el teatro es uno de los de mayor poder adquisitivo, pueden observarse personas de clase baja o media pululando por la zona. Es la consecuencia de las clases sociales y obreras. Algunos deben trabajar en tanto otros sólo disfrutan de la opulencia. El inglés es un ser quimérico pues ha estado en ambos sectores. Trabajando como lo podrían demostrar los callos de sus manos ahora ocultos por los guantes y disfrutando de su dinero como hace al venir al teatro.
La voz que emite el otro caballero le obliga a mirar por el rabillo del ojo. Definitivamente extranjero. Ni Charles tiene la habilidad del nativo para no tener un acento que le haga parecer oriundo de París, aunque el de su interlocutor es difícil de distinguir. Ha de ser de Europa del Este, pero no es italiano ni alemán. La duda le carcome en tanto voltea a observarlo. Sus ojos azul cobalto brillan en la luz en tanto lleva el contenido del vaso a su boca para dar un pequeño trago - es correcto. Mientras más conozco al sexo femenino, más recomiendo sólo pasar con ellas una fracción de mi tiempo - el abrigo es una usanza muy rara.
El humano jamás ha salido de las tierras inglesas e irlandesas, a lo sumo Escocia, España cuando niño, pero no más allá. - Interesante abrigo, caballero. ¿Quién es su modisto? Me parece que no es una moda muy usada en esta ciudad - la mirada de Charles es todo, menos relajada. Expresa una confianza en su propia mente, conducta y apariencia. No teme ser criticado porque las habladurías son eso, formas que las mujeres utilizan para llamar la atención y él, mientras más hablen de su persona, mejor publicidad le dan y más dinero puede conseguir.
Su cabeza se mueve de arriba a abajo en un mohín silencioso de comprensión, - me parece que soltero estoy mil veces mejor que casado. No he conocido fémina a quien quiera tener en casa, pero en la cama. Usted comprende - sonríe cómplice volteando hacia el interior del teatro para estar atento en el instante en que el intermedio parezca terminar y las personas se vayan retirando para tomar sus asientos. Por curiosidad, toma el reloj de bolsillo para ver que sólo han transcurrido siete minutos. Le quedan otros tres para tener el lapso exacto para regresar a su asiento - ¿Y qué le parece París? No sé de dónde sea originario, caballero, pero su acento suena muy exótico y peculiar. Casi arrastrase las palabras como los alemanes, aunque es un poco más tosco - observa dejando su vaso en una superficie pulida para sacar su caja de cigarrillos, abrirla y acercarla a su interlocutor - ¿Fuma? Son de Cuba, el papel hace una perfecta mezcla con el tabaco - no sospecha lo que la naturaleza del otro podría albergar. Sólo está relajándose fuera del Teatro con un hombre sin más.
La voz que emite el otro caballero le obliga a mirar por el rabillo del ojo. Definitivamente extranjero. Ni Charles tiene la habilidad del nativo para no tener un acento que le haga parecer oriundo de París, aunque el de su interlocutor es difícil de distinguir. Ha de ser de Europa del Este, pero no es italiano ni alemán. La duda le carcome en tanto voltea a observarlo. Sus ojos azul cobalto brillan en la luz en tanto lleva el contenido del vaso a su boca para dar un pequeño trago - es correcto. Mientras más conozco al sexo femenino, más recomiendo sólo pasar con ellas una fracción de mi tiempo - el abrigo es una usanza muy rara.
El humano jamás ha salido de las tierras inglesas e irlandesas, a lo sumo Escocia, España cuando niño, pero no más allá. - Interesante abrigo, caballero. ¿Quién es su modisto? Me parece que no es una moda muy usada en esta ciudad - la mirada de Charles es todo, menos relajada. Expresa una confianza en su propia mente, conducta y apariencia. No teme ser criticado porque las habladurías son eso, formas que las mujeres utilizan para llamar la atención y él, mientras más hablen de su persona, mejor publicidad le dan y más dinero puede conseguir.
Su cabeza se mueve de arriba a abajo en un mohín silencioso de comprensión, - me parece que soltero estoy mil veces mejor que casado. No he conocido fémina a quien quiera tener en casa, pero en la cama. Usted comprende - sonríe cómplice volteando hacia el interior del teatro para estar atento en el instante en que el intermedio parezca terminar y las personas se vayan retirando para tomar sus asientos. Por curiosidad, toma el reloj de bolsillo para ver que sólo han transcurrido siete minutos. Le quedan otros tres para tener el lapso exacto para regresar a su asiento - ¿Y qué le parece París? No sé de dónde sea originario, caballero, pero su acento suena muy exótico y peculiar. Casi arrastrase las palabras como los alemanes, aunque es un poco más tosco - observa dejando su vaso en una superficie pulida para sacar su caja de cigarrillos, abrirla y acercarla a su interlocutor - ¿Fuma? Son de Cuba, el papel hace una perfecta mezcla con el tabaco - no sospecha lo que la naturaleza del otro podría albergar. Sólo está relajándose fuera del Teatro con un hombre sin más.
Charles Moncrieff- Esclavo de Sangre/Realeza
- Mensajes : 295
Fecha de inscripción : 28/03/2018
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