"El tamaño de una Mentira"

La peineta Dorada

Me despertaba con la firme idea de que hoy mi madre si saldría a jugar conmigo, que hoy si abandonaría se recamara y saldríamos al jardín, ella nunca podía ir conmigo, es más, nunca me decía nada, ella solo estaba en una cama, apoyada sobre suaves almohadones; tenía 5 años, unas mejillas muy rosas e infladas, cada día la mucama entraba me traía un delicioso desayuno y luego abría las ventanas, me encantaba el aire fresco, salía de la cama a correr por toda la habitación, estaba llena de energía, pero una orden se escuchaba desde afuera de la recamara “¡Orianna!” solo bastaba oír eso para que mi cuerpo se congelara, era mi padre, el hombre menos afectuoso conocido por mi frágil cuerpo, a mi corta edad creía que todos los padres eran iguales, que esa era la forma de dar cariño los papas y qué las mamas eran aquellas que te abrazaban y daban amor, el solo hecho de quedarme inmóvil me hacía suspirar, mi mente vagaba por la idea de sentir los tibios brazos de mi madre rodeándome.
Era hora de vestirme, peinaban mi corto pero ondulado cabello con suavidad y luego se disponían de rodear mi cabeza con una cinta y así elaborar un lazo que caía a un costado, estaba lista para una visita más a la recamara de mi madre, caminar de una habitación a otra era de manera pausada, se me tenía prohibido correr de un lado a otro, me sentía como un canario enjaulado, sin poder volar libremente, ahogada en mis pensamientos tropecé con la mucama hasta llegar a la recamara de mi madre, toco tres veces la puerta y luego abrió.
Mi padre ya no estaba junto a ella, nunca coordinaban nuestras horas de visita, me acerque a mi madre y ella solo podía abrir y cerrar sus ojos para verme, una que otra extraña ocasión dejaba correr una lagrima, me senté en el mueble a su lado y como toda niña preguntaba -Mami, ¿hoy tampoco vas a salir a jugar conmigo?- su respuesta fue la misma “ninguna” con mi frágil mano acaricie el cabello de mi madre, este caía por sus hombros -Te voy a colocar hoy muy Hermosa madre- baje del sillón, abrí los ventanales con un poco de dificultad y que entrara un poco de aire fresco, me acerque a su mesa aún estaba llena de todo su maquillaje, todo estaba completamente en orden como si lo usara a diario, pero la realidad es que la servidumbre se encargaba de mantener todo tal y como la última vez que ella lo utilizo, tome lo que pude y me acerque a su cama, labial, colorete y talco.
Debo admitir que mi experiencia en belleza era un poco abstracta, pero a mi corta edad yo creía que hacia un gran trabajo, apoye mis rodillas en la cama de mi madre y comencé a pintar sus ojos, ella los cerraba aprobando mi travesura, creo que eso es lo que era jugar con tu madre, si esta se pudiera mover, luego tome el colorete y lo aplique en sus mejillas estas se tornaron de un rosa fuerte, pero para mí nunca era suficiente –Esto no pinta- decía una y otra vez cada que pintaba sus mejillas de más color, le aplique un labial rojo en sus labios saliéndome de su margen, y para finalizar coloque una peineta dorada en su cabellera, para mí se veía hermosa, era la madre más bella del mundo. – Mami te ves bellísima, voy a buscar un espejo para que puedas verte- baje de la cama, corrí hacia el tocador, tome el espejo de mano y al darme vuelta para ir a la cama, la puerta se abrió, era mi padre, pensé que estaría muy feliz y me acerque orgullosa a enseñar mi trabajo – Padre, mira lo que he hecho, mi madre a quedado hermo..- no pude finalizar mi frase, sentía como la mano de mi padre se enfrentaba hacia mi mejilla, no midió su fuerza lo suficiente haciéndome caer al piso y partir el espejo que llevaba en mi mano, aun en el suelo no entendía lo que había sucedido ¿Qué había hecho mal? Me levante del suelo como pude para reacciones que la servidumbre limpiaba el rostro de mi madre, esta solo podía observar lo que sucedía mientras las lágrimas brotaban de su rostro , mi padre retiro la peineta de su cabellera y la arrojo contra mi “¡Cierren todas las ventanas he dicho!, y tu Orianna Largate a tu habitación, desde tu nacimiento no has hecho más que hacer daño, hacer el mal ¡LARGATE!”.
Estaba acostumbrada a sus palabras, a su mal trato, a lo que no estaba acostumbrada era que a partir de ese día ya no vería a mi madre tan seguido y sin supervisión, la vería solo media hora y luego yo recibiría educación, en mi recamara sostenía en mis manos aquella peineta Dorada, lo apretaba mientras mi mirada se fijaba en las ves que estaban en mi ventana, la mucama colocaba una compresa fría sobre mi mejilla, pero la compresa la estaba necesitando era mi corazón,

Tilin-Tilan Suena los Cristales

Toda mi vida la he pasado en esta enorme mansión, es una casa demasiado grande, muchas habitaciones que visitar, muchos rincones que limpiar, la servidumbre cuando terminaba con la última habitación yo tenía la sospecha de que empezaban de nuevo, ya que era tan grande que para mí se tornaba aburrido, así que iba de un lado a otro al terminar mis clases, ya tenía 13 años, mi frágil cuerpo ya se estaba comenzando a desarrollar, según los empleados de la casa que charlaban tras las cortinas creyendo que no escuchaba, decían que ya estaba digna para dar a luz, yo pensaba diferente, me sentía digna para poder ver el mundo, respirar el aire puro, caminaba junto a las barandas de madera que estaban talladas a mano, rozaba mi dedo índice y anular por el madero, mi mirada no se separaba de mis dedos hasta que el madero empezaba a curvarse para avisar que las escaleras se aproximaban. Me detuve, en un punto donde mi mirada recorría las escaleras hasta su culminación, las escaleras de madera cubiertas de una alfombra vino tintó que me parecía de mal gusto, pero perfectas para camuflar la sangre, ¿Por qué pensaba esto? Porque siempre me detenia sobre este primer escalón y pensaba en tomar una decisión, la cual era, si dejaba caer mi frágil cuerpo por las escaleras, podría dar fin al rencor que tiene mi padre hacia mi, podría girar a tal velocidad de que mi cabeza pierda su eje y se detenga sobre el ultimo escalón, dejando atrás mi antigua vida, abandonando este cuerpo y encontrar la libertad.
No era tan idiota, también sabía que podría terminar como mi madre, en una cama sin más que mover mis ojos al compás del tiempo, hasta que estos pierdan su brillo y mi cuerpo sea una prisión más fuerte que esta casa; levante la mirada, desde donde estaba podía observar el techo a corta distancia y ahí estaba, la observe con un gesto en mi cara, horrible araña de cristal, desde mi existencia estaba ahí, sobre el salón principal, en algunas ocasiones se balanceaba, era un balanceo ligero, pero para mí era el punto en donde deseaba que cayera; tal y como si yo lo hubiese pedido, esta se soltó y cayo, creo que pude verlo en cámara lenta, esta se caia lentamente hasta ocasionar un fuerte ruido en el suelo, millones de fragmentos de cristal y vidrio se esparcieron por todo el salón, rebotaban como pequeñas pelotas de juegos, tilín-tilan, se podía escuchar, era casi una melodía, algunas intentaron subir la escalera, mi rostro reflejaba asombro y un poco de satisfacción, baje las escaleras, aún no había llegado la servidumbre, con mis zapatos pisaba y trozaba los cristales en el suelo, algunos cristales rodaban de aquí a allá, me detuve frente a la araña semi destruida en el suelo, flexione mis rodillas, y empecé a tomar cristales con mis manos del suelo de madera, lo hacia inconscientemente como si tratase de tomar un tesoro oculto, porque aunque la araña era horrible ante mis ojos, destruida poseía los más hermosos y diminutos cristales.
Los recogía y escondía en mis bolsillos, hasta que sentía que estaban pesados, no me percate que el ultimo cristal que tomaba estaba fragmentado y se partió entre mis dedos, estilándose y enterrando un fragmento en mi dedo índice, lo solté rápidamente pero el fragmento quedo ahí, lo observaba con interés, como sentía que mi corazón se trasladaba hasta mi dedo, ahí sentía las palpitaciones, era la primera vez que me sucedía, no me daba miedo, era una curiosidad fascinante, la sangre goteaba a medida que el corazón latía, mí concentración fue detenida, escuche unos pasos que venían de la otra habitación, subí rápidamente las escaleras y me encerré en mi habitación, cerré la puerta con llave y me senté junto a la ventada, donde observe el dedo con concentración y retire el fragmento de este con cuidado, la sangre comenzó a brotar y luego, empecé a sentir el dolor, ya estaba despertando de ese choque de adrenalina.