AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las cuatro lecciones (Yendra)
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Las cuatro lecciones (Yendra)
Los muros de piedra eran fuertes y gruesos. La luz de las velas arrojaba algo de claridad, suficiente para que el maestro pudiera impartir la lección amparado por ese halo de misterio y temor tan característico de la figura que representaba. Nada se escuchaba del exterior y la voz, casi como un susurro, de quien contestaba y guiaba las enseñanzas de aquellos cinco niños era incapaz de atravesar las grises paredes de piedra enmohecida que conformaban el aula.
-Izrail, señor…- se aventuró a decir una de las niñas -… siempre nos dices que el perdón es el mayor regalo divino que se nos ha concedido a los hombres…- la exposición de la niña se había llevado ganado parte de mi atención -… ¿Cuándo sabremos a qué seres hay que perdonar y cuáles deben ser castigados?- y con esa pregunta, tan directa y sincera como sólo los niños podían ser, se había ganado mi interés.
- Castigados no. Liberados, Victoria. El poder de castigar sólo le está reservado a él, aunque a menudo hasta yo erro usando ese término…- Sonriendo para mí mismo, recordé aquella aldea, en los Pirineos Españoles; de aquello hacía ya casi cinco años. Aquella fue la primera y única vez que había enterrado mi determinación al ver más humanidad en “Ella” que en mí mismo –Y en respuesta a tu pregunta, jovencita… nunca debéis otorgar el beneficio de la duda- sentencié, tajante, al ser consciente de la incongruencia entre mis palabras y mi acto del pasado, pero del que no me arrepentía.
La puerta se abrió y chocó con la pared, provocando un estrépito como el de un cañón al ser disparado. Un fraile, quizá el más joven de la orden, se apoyaba en el suelo, exhausto mientras recogía tomos raídos y pergaminos del suelo –Señor… se le requiere; a su espada en realidad. Una carta anónima ha llegado a la atención de la diócesis y usted es el único inquisidor disponible. Un asunto de su máxima atención- rebuscó y rebuscó entre la torre de papeles que sujetaba y que había recogido del suelo y me entregó un trozo de papiro mal cortado pero escrito con una caligrafía impoluta y elegante. Mis ojos se desplazaban de izquierda a derecha a toda velocidad, sabedor de la importancia de aquel comunicado; más en tanto más leía de él.
-Ya que has preguntado, Victoria, serás tú quien me acompañe. Coge tus ropas y una espada, si no tienes, haz que el Padre Beaufort te procure una… el resto, podéis marchar-
Media hora después de haber salido, el sol se situaba en el punto más alto del día. Era una mañana templada que amenazaba en convertirse en un tarde calurosa e incómoda. La niña, visiblemente asustada, sólo había salido de la protección de la abadía para visitar otras sedes inquisitoriales en las que, como ella, otros pequeños también se formaban. En mi interior, sabía que parte de ese miedo era infundido por mi propia persona pues, entre los más pequeños, eran frecuentes las historias sobre mí, mis estigmas y mis demonios, a menudo exageradas. Y ahora, ella, cabalgaba junto al protagonista de esas historias que se contaban por las noches para no dormir.
-No aprietes tanto tu arma, Victoria. No es el acero el que te protegerá sino tu Fé… además sólo vamos a recabar información- traté de tranquilizarla – Ahora dime ¿Qué sabes sobre los cambiantes?-
-Izrail, señor…- se aventuró a decir una de las niñas -… siempre nos dices que el perdón es el mayor regalo divino que se nos ha concedido a los hombres…- la exposición de la niña se había llevado ganado parte de mi atención -… ¿Cuándo sabremos a qué seres hay que perdonar y cuáles deben ser castigados?- y con esa pregunta, tan directa y sincera como sólo los niños podían ser, se había ganado mi interés.
- Castigados no. Liberados, Victoria. El poder de castigar sólo le está reservado a él, aunque a menudo hasta yo erro usando ese término…- Sonriendo para mí mismo, recordé aquella aldea, en los Pirineos Españoles; de aquello hacía ya casi cinco años. Aquella fue la primera y única vez que había enterrado mi determinación al ver más humanidad en “Ella” que en mí mismo –Y en respuesta a tu pregunta, jovencita… nunca debéis otorgar el beneficio de la duda- sentencié, tajante, al ser consciente de la incongruencia entre mis palabras y mi acto del pasado, pero del que no me arrepentía.
La puerta se abrió y chocó con la pared, provocando un estrépito como el de un cañón al ser disparado. Un fraile, quizá el más joven de la orden, se apoyaba en el suelo, exhausto mientras recogía tomos raídos y pergaminos del suelo –Señor… se le requiere; a su espada en realidad. Una carta anónima ha llegado a la atención de la diócesis y usted es el único inquisidor disponible. Un asunto de su máxima atención- rebuscó y rebuscó entre la torre de papeles que sujetaba y que había recogido del suelo y me entregó un trozo de papiro mal cortado pero escrito con una caligrafía impoluta y elegante. Mis ojos se desplazaban de izquierda a derecha a toda velocidad, sabedor de la importancia de aquel comunicado; más en tanto más leía de él.
-Ya que has preguntado, Victoria, serás tú quien me acompañe. Coge tus ropas y una espada, si no tienes, haz que el Padre Beaufort te procure una… el resto, podéis marchar-
[…]
Media hora después de haber salido, el sol se situaba en el punto más alto del día. Era una mañana templada que amenazaba en convertirse en un tarde calurosa e incómoda. La niña, visiblemente asustada, sólo había salido de la protección de la abadía para visitar otras sedes inquisitoriales en las que, como ella, otros pequeños también se formaban. En mi interior, sabía que parte de ese miedo era infundido por mi propia persona pues, entre los más pequeños, eran frecuentes las historias sobre mí, mis estigmas y mis demonios, a menudo exageradas. Y ahora, ella, cabalgaba junto al protagonista de esas historias que se contaban por las noches para no dormir.
-No aprietes tanto tu arma, Victoria. No es el acero el que te protegerá sino tu Fé… además sólo vamos a recabar información- traté de tranquilizarla – Ahora dime ¿Qué sabes sobre los cambiantes?-
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
El día se le había antojado duro, hoy habían tenido mucho publico en el circo, y aunque se había divertido ciertamente unos cuantos "ohhh" mientras ella amagaba caer del trapecio y volver a recobrar el equilibrio con siguientes bonitas figuras para arrancar aplausos, acrobacias, contorsionismo, todo envuelto en un alo de misticismo que siempre ofrecía el circo, pero con la tarde y la noche eso se había acabado, y la cambiante había dejado atras la carpa y al capataz gritón que a veces la causaban migraña de oir sus exigencia, sus mandados, y demás, ahora era un momento de ocupar un poco de atenciones a ella misma, al ocio y si cabía en aquella noche disfrutar de placeres que ofrecía la parisina ciudad, así que abandonó el circó para dirigirse a un lugar donde no fuera reconocida, ni necesitaba vestir coloridos y brillantes trajes que pintaban los movimientos de más delicados y más magicos a la vista, se diría, todo eso quedaba atras ahora.
Vistiendo algó más apagado, un abrigo negro, un vestido más discreto, aunque no le gustaba mucho llevar vestidos, prefería una ropa más de pantalón, ya que para trepar le era más comodo, pero se decidió por un vestido negro y cobrizo para pasear por la ciudad.
Entró en una taberna finalmente, olfateando por si la presencia de otros sobrenaturales con los que posiblemente poder divertirse, pero allí no había nadie de naturaleza sobrenatural, más allá de ella, se acercó a la barra sonriendo de manera dulce al tabernero, mientras inclinaba la cabeza con un ligero coqueteo. -Un ron miel por favor...- Susurró al tabernero dejando caer la monedas, para despues dirigirse a sentarse en la esquina acomodandose, no tardaron en traerle el vaso con el licor ambarino en su interior, ella inclinó la cabeza a modo agradecida, mientras su mente aun estaba algo dispersa, había algo aun dandole vueltas, pues hacía pocas noches había cambiado su forma de pantera a humana delante de un humano, que aunque no estaba segura por la manera que se retiró no sabía decir con certeza si la vió o no, había sido en el callejon cercano, quizá no fuera nada, dada las horas de la noche quizá solo un borracho más.
Suspiró mientras cerraba los ojos, masajeando su cuello buscando destensar sus musculos, relajarse, quizá necesitaría un masaje, siempre podía desplumar a esos de alta cuna a los que solía robar para tener suficiente dinero para ocio que normalmente no podía pagarse, pero esos nobles practicamente cagaban dinero, tanto tiempo viviendo entre algondones sin conocer nada más que perder un poco de dinero solían hacer, que pensaran que los habían perdido dando al vicio más de lo debido, pues los elegidos por la sueca solían ser gente que frecuentaban tugurios de dudosa reputación donde la gente noble fingía no mezclarse, sonrió de medio lado de manera amplia, mientras humedecía los labios por el licor, se relamió y se relajó cerrando los ojos mientras balanceaba la silla haciendo equilibrio sobre las patas trasera de esta.
Vistiendo algó más apagado, un abrigo negro, un vestido más discreto, aunque no le gustaba mucho llevar vestidos, prefería una ropa más de pantalón, ya que para trepar le era más comodo, pero se decidió por un vestido negro y cobrizo para pasear por la ciudad.
Entró en una taberna finalmente, olfateando por si la presencia de otros sobrenaturales con los que posiblemente poder divertirse, pero allí no había nadie de naturaleza sobrenatural, más allá de ella, se acercó a la barra sonriendo de manera dulce al tabernero, mientras inclinaba la cabeza con un ligero coqueteo. -Un ron miel por favor...- Susurró al tabernero dejando caer la monedas, para despues dirigirse a sentarse en la esquina acomodandose, no tardaron en traerle el vaso con el licor ambarino en su interior, ella inclinó la cabeza a modo agradecida, mientras su mente aun estaba algo dispersa, había algo aun dandole vueltas, pues hacía pocas noches había cambiado su forma de pantera a humana delante de un humano, que aunque no estaba segura por la manera que se retiró no sabía decir con certeza si la vió o no, había sido en el callejon cercano, quizá no fuera nada, dada las horas de la noche quizá solo un borracho más.
Suspiró mientras cerraba los ojos, masajeando su cuello buscando destensar sus musculos, relajarse, quizá necesitaría un masaje, siempre podía desplumar a esos de alta cuna a los que solía robar para tener suficiente dinero para ocio que normalmente no podía pagarse, pero esos nobles practicamente cagaban dinero, tanto tiempo viviendo entre algondones sin conocer nada más que perder un poco de dinero solían hacer, que pensaran que los habían perdido dando al vicio más de lo debido, pues los elegidos por la sueca solían ser gente que frecuentaban tugurios de dudosa reputación donde la gente noble fingía no mezclarse, sonrió de medio lado de manera amplia, mientras humedecía los labios por el licor, se relamió y se relajó cerrando los ojos mientras balanceaba la silla haciendo equilibrio sobre las patas trasera de esta.
Yendra Isley- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/01/2017
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Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
Victoria me miraba con recelo y prudencia y resultaba bastante irónico ya que ella, en un futuro, acabaría convirtiéndose en una figura como otros tantos, capaces de infundir temor en el corazón de los impuros. A pesar de todo mostraba una abrumadora templanza, disimulando bien las miradas y manteniendo una postura erguida, nada sumisa o distante hacia mí; el resto de maestros siempre hablaban maravillas de ella y ahora sabía porqué.
Los herrajes de ambas monturas sonaban contra la piedra del suelo, anunciando la llegada de ambos y provocando que la gente, hombres de la guardia inclusive, se apartasen sabedores de la institución que representábamos. Victoria, por primera vez desde la salida de la Abadía, mostró asombro en su rostro. –No siempre es así- pronuncié, ladeando la cabeza aunque sin mirarla mientras un grupo de hombres ebrios hacía reverencias a modo de burla hacia nuestra persona.
La pequeña había demostrado ser más diplomática a su corta edad de lo que yo llegaría a ser en diez vidas. Había bastado una ligera presentación por mi parte, acero en mano, para que la labia innata de la niña hiciera el resto. Aquel feriante que regentaba el circo de la ciudad había cantado como un pajarillo ante las despiadadas preguntas de una niña de 12 años que amenazaba con dejar de hablar y dejar que yo hiciera el trabajo de una forma menos verbal.
El desenlace de todo aquello había conducido nuestros pasos a una taberna, por llamarla de alguna manera, a pocos minutos del circo. El olor a licor, desenfreno y vicio atravesaba la puerta de entrada y aún con ella cerrada, podía ver la esencia de la lujuria escabullirse por debajo de su rendija.
Cuando las dos figuras, una alta y otra mucho más baja en estatura, abrieron la puerta súbitamente y caminaron apenas un par de pasos hacia el interior del establecimiento, aquellos que hasta hacía unos segundos gritaban y bromeaban, cesaron en sus risas haciendo que el más absoluto silencio, sólo mancillado por algún cristal dejado reposar sobre la mesa, invadiera el momento. Silencio que se rompió cuando un hombre delgado, de nariz aguileña y aspecto desaliñado, se insinuó lascivamente a la niña, alargando la mano en un intento de agarrarla por la falda al tiempo que la palabra “fulana” salía de su boca. Craso error que comprendió en cuanto mi espada segó de un solo tajo la extremidad a la altura del codo –Si gritas, lo siguiente que te corte será la lengua…- me dirigí a él al tiempo que dejaba bien visible el sello inquisitorial que colgaba de mi cuello y que, a modo de recipiente pequeño, guardaba un peligroso secreto.
-Éste santo recipiente contiene polvo de plata… lo abriré y lo esparciré por el ambiente… ¿alguna objeción?- amenacé mientras un “clic” indicaba que el sello, había sido abierto.
Los herrajes de ambas monturas sonaban contra la piedra del suelo, anunciando la llegada de ambos y provocando que la gente, hombres de la guardia inclusive, se apartasen sabedores de la institución que representábamos. Victoria, por primera vez desde la salida de la Abadía, mostró asombro en su rostro. –No siempre es así- pronuncié, ladeando la cabeza aunque sin mirarla mientras un grupo de hombres ebrios hacía reverencias a modo de burla hacia nuestra persona.
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La pequeña había demostrado ser más diplomática a su corta edad de lo que yo llegaría a ser en diez vidas. Había bastado una ligera presentación por mi parte, acero en mano, para que la labia innata de la niña hiciera el resto. Aquel feriante que regentaba el circo de la ciudad había cantado como un pajarillo ante las despiadadas preguntas de una niña de 12 años que amenazaba con dejar de hablar y dejar que yo hiciera el trabajo de una forma menos verbal.
El desenlace de todo aquello había conducido nuestros pasos a una taberna, por llamarla de alguna manera, a pocos minutos del circo. El olor a licor, desenfreno y vicio atravesaba la puerta de entrada y aún con ella cerrada, podía ver la esencia de la lujuria escabullirse por debajo de su rendija.
Cuando las dos figuras, una alta y otra mucho más baja en estatura, abrieron la puerta súbitamente y caminaron apenas un par de pasos hacia el interior del establecimiento, aquellos que hasta hacía unos segundos gritaban y bromeaban, cesaron en sus risas haciendo que el más absoluto silencio, sólo mancillado por algún cristal dejado reposar sobre la mesa, invadiera el momento. Silencio que se rompió cuando un hombre delgado, de nariz aguileña y aspecto desaliñado, se insinuó lascivamente a la niña, alargando la mano en un intento de agarrarla por la falda al tiempo que la palabra “fulana” salía de su boca. Craso error que comprendió en cuanto mi espada segó de un solo tajo la extremidad a la altura del codo –Si gritas, lo siguiente que te corte será la lengua…- me dirigí a él al tiempo que dejaba bien visible el sello inquisitorial que colgaba de mi cuello y que, a modo de recipiente pequeño, guardaba un peligroso secreto.
-Éste santo recipiente contiene polvo de plata… lo abriré y lo esparciré por el ambiente… ¿alguna objeción?- amenacé mientras un “clic” indicaba que el sello, había sido abierto.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
Humedeciendose de tanto en tanto los labios con el licor, disfrutando de instantes de tranquilidad recostada sobre la silla, mientras la balanceaba a lo que los otros podía observar el maravilloso equilibrio que tenía la rubia, mientras esta aun con los ojos cerrados meditaba en sus propios asuntos y se perdía en sus pensamientos, cosas que daban ciertas preocupaciones a la cambiante, que seguía masajeandose el cuello con lentitud, para destensarse, poco a poco consiguiendolo, incluso deslizando el vaso a apoyarlo en su hombro recibiendo el frio en su musculatura, antes de dar otro trago más, dejando un par de tragos restantes antes de acabarse el ron miel, aunque más que un licor realmente la habría preferido una taza de chocolate caliente, pero a esas horas diificil encontrar un establecimiento que cubriera el real antojo, empujó con los dedos la copa y se recostó sobre la mesa medio adormilada, realmente algo cansada, el día de hoy había ido ajetreado a fin de cuentas.
Sus ojos estaban cerrados, casi parecía que echaba una cabezada sobre la mesa, aunque muy lejos de la realidad, solo aparentemente parecía estar dormida, sintió el frio de la caller acariciar su rostro cuando un par de personas entraron, el olor a incienso que arrastraban con ellos, eso hizo que la cambiante abriera ligeramente los ojos pero con la melena cubriendole el rostro no se divisaba bien si tenía los ojos abiertos o no, les siguió con la mirada, parece que a su paso las risas se apagaban, emanaban inquietud, y ella conocía ese aroma, ese incienso que utilizaban en los lugares como iglesia, se fijo primeramente en la jovencita, inusualmente acompañando a un hombre bastante más alto que ella, pues esa niña debía tener como 13 o 12 años, aunque Yendra apenas sería más alta que ella. Aunque los acrobatas logicamente no solian ser altos por el tipo de ejercicios que realizaban, la cambiante no levantó la cabeza se mantenía inmoviles mirandoles, aun parecía que dormitaba seguramente.
Se hizo lo que no se debía, intentaron tocar a la niña, el acero cortando el aire y luego algo, el olor a sangre que llegó a las fosas nasales de la cambiante que se incorporó ligeramente, pudo ver en el hombre lo que le revelaba de inquisidor, lo que hizo que recordará que hacía pocas noches quizá si que la vieron y fueron corriendo, el oido de la cambiante era muy fino por lo que no se perdío la conversación. -Maldición.- Protestó de manera casi inaudible, y cuando descubrió las intenciones, polvo de plata, eso era molesto, mucho, Yendra simplemente se incorporó y dejo caer unas monedas antes de disponerse a abandonar como quien no quería la cosa la taberna, como si se fuera por el simple hecho de que la hostilidad le asustase, aunque no era cierto, cuando estaba más subida de animó Yendra le gustaba descargar adrenalina golpeando a alguien que lo mereciera, salía de la taberna y rapidamente se adentró en el callejón de al lado.
Sus ojos estaban cerrados, casi parecía que echaba una cabezada sobre la mesa, aunque muy lejos de la realidad, solo aparentemente parecía estar dormida, sintió el frio de la caller acariciar su rostro cuando un par de personas entraron, el olor a incienso que arrastraban con ellos, eso hizo que la cambiante abriera ligeramente los ojos pero con la melena cubriendole el rostro no se divisaba bien si tenía los ojos abiertos o no, les siguió con la mirada, parece que a su paso las risas se apagaban, emanaban inquietud, y ella conocía ese aroma, ese incienso que utilizaban en los lugares como iglesia, se fijo primeramente en la jovencita, inusualmente acompañando a un hombre bastante más alto que ella, pues esa niña debía tener como 13 o 12 años, aunque Yendra apenas sería más alta que ella. Aunque los acrobatas logicamente no solian ser altos por el tipo de ejercicios que realizaban, la cambiante no levantó la cabeza se mantenía inmoviles mirandoles, aun parecía que dormitaba seguramente.
Se hizo lo que no se debía, intentaron tocar a la niña, el acero cortando el aire y luego algo, el olor a sangre que llegó a las fosas nasales de la cambiante que se incorporó ligeramente, pudo ver en el hombre lo que le revelaba de inquisidor, lo que hizo que recordará que hacía pocas noches quizá si que la vieron y fueron corriendo, el oido de la cambiante era muy fino por lo que no se perdío la conversación. -Maldición.- Protestó de manera casi inaudible, y cuando descubrió las intenciones, polvo de plata, eso era molesto, mucho, Yendra simplemente se incorporó y dejo caer unas monedas antes de disponerse a abandonar como quien no quería la cosa la taberna, como si se fuera por el simple hecho de que la hostilidad le asustase, aunque no era cierto, cuando estaba más subida de animó Yendra le gustaba descargar adrenalina golpeando a alguien que lo mereciera, salía de la taberna y rapidamente se adentró en el callejón de al lado.
Yendra Isley- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/01/2017
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Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
Un silencio sepulcral se había hecho con nuestra llegada y la amenaza del polvo de plata no hizo, sinó, prolongarlo. Todos los allí presentes mostraban gestos de asombro, desconocedores del uso y la finalidad de aquel metal hecho polvo. No les podía culpar; posiblemente, muchos de ellos no supieran el mal que les acechaba de manera constante, oculto en las sombras incluso a plena luz del día. Nadie dijo nada, por supuesto. La inquisición despertaba miedo y respeto en diferentes medidas, pero su verdadero fin era completamente desconocido para casi la totalidad de la población y, por ende, la amenaza sólo se tomó con una excentricidad que provenía de la boca de quien se sabía con el poder de aplicar justicia a discreción.
Pobres ignorantes. Desconocen que mi mano no da puntada sin hilo y que, aunque no los escuche de viva voz, puedo leer en sus gestos su pensamientos y, de no ser otro el fin que nos ocupa, con gusto purgaría aquel pozo de deprabación con todos ellos dentro. Pero sin darse cuenta, sus actos o, mejor dicho, la omisión de los mismos, me había proporcionado toda la información que necesitaba... y Victoria, la joven estudiante, se había percatado de lo mismo que yo.
Guardé el frasco aún lleno. No había hecho falta derrochar ni un solo gramo de su contenido para desenmascarar a quien, cuanto menos, era sospechosa. Una mujer, menuda y llamativa tal como nos había confesado el dueño del circo, ahuyentada por la argentea amenaza, había emprendido una huída bajo el semblante de la falsa inocencia; pero los ojos de la Inquisición eran atentos y, bajo Su divina confianza, incapaces de perder detalles como aquel.
Muestros pasos cruzaron el local, aún en silencio que empezaba a romperse para acabar devolviendo el ambiente habitual de un lugar como aquel. Al llegar a una puerta desvencijada, que sin duda era usada solamente por el servicio y los trabajadores de la taberna, instintivamente, coloqué a la niña tras de mí, negando con la cabeza -¡No!- repliqué a la estudiante, privándola del derecho a blandir la espada de momento -Si la provocas, pueden desencadenarse una serie de hechos que no deseamos. Nuestro deber es proteger a Sus hijos, no sólo a través del acero... hay cosas que no deben saberse; la existencia de esos seres es una de ellas y debemos evitarlo en la medida de lo posible- y pareció entenderlo al instante, enfundando su espada.
El callejón se alargaba varios metros hasta dar a un muro el cual un ser humano normal habría tardado bastante tiempo en saltar; aquello era, a todas luces, un callejón sin salida repleto de basura. Por instinto, mi mirada escrutó el lugar prestando atención a cada detalle, acariciando el gatillo de una de mis pistolas, con una mezcla de nervios e impaciencia mientras esperaba que ella, si era lo que la carta decía que era, se abalnzase sobre nosotros.
-No debes huir... no es tu sangre lo que buscamos. Sólo respuestas- dije en alto a la espera de que alguna voz nos brindase, al menos, la oportunidad de una conversación.
Pobres ignorantes. Desconocen que mi mano no da puntada sin hilo y que, aunque no los escuche de viva voz, puedo leer en sus gestos su pensamientos y, de no ser otro el fin que nos ocupa, con gusto purgaría aquel pozo de deprabación con todos ellos dentro. Pero sin darse cuenta, sus actos o, mejor dicho, la omisión de los mismos, me había proporcionado toda la información que necesitaba... y Victoria, la joven estudiante, se había percatado de lo mismo que yo.
Guardé el frasco aún lleno. No había hecho falta derrochar ni un solo gramo de su contenido para desenmascarar a quien, cuanto menos, era sospechosa. Una mujer, menuda y llamativa tal como nos había confesado el dueño del circo, ahuyentada por la argentea amenaza, había emprendido una huída bajo el semblante de la falsa inocencia; pero los ojos de la Inquisición eran atentos y, bajo Su divina confianza, incapaces de perder detalles como aquel.
Muestros pasos cruzaron el local, aún en silencio que empezaba a romperse para acabar devolviendo el ambiente habitual de un lugar como aquel. Al llegar a una puerta desvencijada, que sin duda era usada solamente por el servicio y los trabajadores de la taberna, instintivamente, coloqué a la niña tras de mí, negando con la cabeza -¡No!- repliqué a la estudiante, privándola del derecho a blandir la espada de momento -Si la provocas, pueden desencadenarse una serie de hechos que no deseamos. Nuestro deber es proteger a Sus hijos, no sólo a través del acero... hay cosas que no deben saberse; la existencia de esos seres es una de ellas y debemos evitarlo en la medida de lo posible- y pareció entenderlo al instante, enfundando su espada.
El callejón se alargaba varios metros hasta dar a un muro el cual un ser humano normal habría tardado bastante tiempo en saltar; aquello era, a todas luces, un callejón sin salida repleto de basura. Por instinto, mi mirada escrutó el lugar prestando atención a cada detalle, acariciando el gatillo de una de mis pistolas, con una mezcla de nervios e impaciencia mientras esperaba que ella, si era lo que la carta decía que era, se abalnzase sobre nosotros.
-No debes huir... no es tu sangre lo que buscamos. Sólo respuestas- dije en alto a la espera de que alguna voz nos brindase, al menos, la oportunidad de una conversación.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
La cambiante había emprendido una rapida y agil, atajo al callejón que había llegando al muro, en cuestión de un par de segundos trepó con suma agilidad, llegando a las cornisas y al tejado bajo, en un par de pasos se colocó sobre la puerta de trasera de la taberna, donde se sentó, no tardaron mucho en salir aquel hombre que olía a incienso prmero, y seguidamente la jovencita, que debía de ser su pupila, el hombre miraba minuciosamente cada requiscio de aquel callejon, buscando donde se podía haber metido la joven de pelo rubio, cuando le escuchó decir que no debía huir y que no buscaba su sangre si no respuestas, aunque en ese momento la cambiante no adivinaba en que podía necesitar respuestas de ella, había algo que se le escapaba, la joven se acarició el mechon de su pelo mientras se tomaba su tiempo para responderle.
Finalmente se decidió a hablarle. - Asi que no quieres mi sangre....no te imaginas cuanto lo dudo, tu amenaza me ha interrumpido mi hora de descanso ¿sabes?.- La gata sonó notablemente con desdeén, mientras seguía sentada en la cornisa, aunque se deslizó para dejarse caer de pie y les miró con atención a ambos.
Les examinó de arriba abajo, mientras se tomó la libertad de acercarse a ellos, teniendo que alzar la cabeza para enfrentar la marada del inquisidor y apenas bajarla para la de la joven que la miraba de manera fija, la cambiante enarcó una ceja, mientras se llevaba ambas manos a la espalda, donde el inquisidor no sabía que ocultaba un par de dagas que sabía manejar con destreza, todo sea dicho, ladeo la cabeza mientras clavaba la mirada en el que más peligroso encontraba por la sobrada esperiencia. -No he tacado a ningun miembro de vuestro rebaño, asi que no entiendo por qué acosarme de esta manera.- Gruñó la rubia fulminandolos con la mirada, mientras retrocedía unos pasos, asi tenía la capacidad de reaccionar por si acaso se daba un posible movimiento traicionero por parte de ambos inquisidores.
Chasqueó la lengua con cierto fastidio y emitió un bufido similar a la de un felino enfadado, mientras arrugaba las fosas nasales mostrando ligeramente los dientes, especificando bien claro lo molesta que se sentía por las acciones del inquisidor y su pupila, pero entrecerró los ojos y se inclinó ligeramente hacia atra, en un gesto bastante felino. -¿Que respuestas puede buscar alguien como tú de alguien como yo? a mera escusa para que me fie de tí me suena, lo cual no vas a tener, eso te lo aseguro.- Amenazó la joven, pero no dijo ninguna mentira, no se fiaba en absoluto de ese hombre, y rozaba con los dedos las dagas apunto de empuñarlas si hacian el mas minimo movimiento que alertase a la joven de las hostiles intenciones de quien tenía frente a ella.
Finalmente se decidió a hablarle. - Asi que no quieres mi sangre....no te imaginas cuanto lo dudo, tu amenaza me ha interrumpido mi hora de descanso ¿sabes?.- La gata sonó notablemente con desdeén, mientras seguía sentada en la cornisa, aunque se deslizó para dejarse caer de pie y les miró con atención a ambos.
Les examinó de arriba abajo, mientras se tomó la libertad de acercarse a ellos, teniendo que alzar la cabeza para enfrentar la marada del inquisidor y apenas bajarla para la de la joven que la miraba de manera fija, la cambiante enarcó una ceja, mientras se llevaba ambas manos a la espalda, donde el inquisidor no sabía que ocultaba un par de dagas que sabía manejar con destreza, todo sea dicho, ladeo la cabeza mientras clavaba la mirada en el que más peligroso encontraba por la sobrada esperiencia. -No he tacado a ningun miembro de vuestro rebaño, asi que no entiendo por qué acosarme de esta manera.- Gruñó la rubia fulminandolos con la mirada, mientras retrocedía unos pasos, asi tenía la capacidad de reaccionar por si acaso se daba un posible movimiento traicionero por parte de ambos inquisidores.
Chasqueó la lengua con cierto fastidio y emitió un bufido similar a la de un felino enfadado, mientras arrugaba las fosas nasales mostrando ligeramente los dientes, especificando bien claro lo molesta que se sentía por las acciones del inquisidor y su pupila, pero entrecerró los ojos y se inclinó ligeramente hacia atra, en un gesto bastante felino. -¿Que respuestas puede buscar alguien como tú de alguien como yo? a mera escusa para que me fie de tí me suena, lo cual no vas a tener, eso te lo aseguro.- Amenazó la joven, pero no dijo ninguna mentira, no se fiaba en absoluto de ese hombre, y rozaba con los dedos las dagas apunto de empuñarlas si hacian el mas minimo movimiento que alertase a la joven de las hostiles intenciones de quien tenía frente a ella.
Yendra Isley- Cambiante Clase Media
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Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
"En un gato de enormes dimensiones" La nota no mentía; no al menos en el trasfondo, pues ningún ser no sobrenatural habría subido al tejado desde el que nos hablaba en esa cantidad de tiempo tan reducida. Por un momento, incluso, me tomé la libertad de imaginarme a la joven en su forma transformada, asumiendo que su naturaleza era lo que la empujaba a trabajar en el circo como acróbata, tal y como su propio dueño nos había confesado.
-Tu descanso poco me importa si éste no me impide el mío- de soslayo, miré a Victoria, notablemente intimidada ante, lo que posiblemente, fuera su primer contacto hostil con un ser sobrenatural ajeno a la iglesia.
Con la confianza de quien se sabía en ventaja, bajó del tejado que la alejaba de nosotros. Al instante, quedé sorprendido por la altura de ella o, más bien, la falta de la misma. Apenas levantaba un palmo más que la pupila que me acompañaba aunque, por sus facciones y atributos, muy claro dejaba que no se trataba de una niña. La acción fue inocente y tan sólo con ánimo de medirnos. Después de todo, se trataba de un animal, una mancha en la perfecta creación del Señor oculta bajo el semblante de la belleza y la juventud y esas acciones, las llevaban en la sangre.
La niña retrocedió instintivamente. Quizá no estuviera preparada para una confrontación como aquella, pero ya no había vuelta atrás. -Muestra tus manos manos, mujer. Mi confianza es algo de lo que aún no eres merecedora- Sentencié firme pero calmado, jugando con el sagrado recipiente que ya le había presentado en la taberna y que, en aquel momento, mantenía bien a la vista.
Mi sugerencia pues, no era en vano. La experiencia me dictaba que, a menudo, las cosas más peligrosas procedían de aquello que escapaba de la visión; y sus juegos de manos encubiertos eran una de esas cosas
-Vuelve a la abadía, Victoria. No digas nada hasta que yo no vuelva- Obediente, la niña acató tal y como se la había adoctrinado toda su vida. No hubo réplica ni objeción alguna por su parte. "Mejor así" me dije a mi mismo, tranquilo de que nadie osaría faltarla al respeto ante la inminente amenaza de un castigo severo.
Para entonces, mi atención se centró en la cambiante -No busco que te fíes de mí, mujer. De buena gana te daríamos caza ante la acusación que se nos ha hecho llegar en tu contra; pero la diócesis, y yo mismo, tenemos asuntos más urgentes de los que ocuparnos que una transformación a la vista de un humano- saqué del bolsillo la nota que se me había hecho llegar, motivo por la cual había interrumpido las clases y se la lancé a los pies.
En cualquier otra ociasión, la orden habría sido purgarla de inmediato, pero aún recordaba una de las lecciones que la vida me había dado y, aunque mi determinación seguía siendo implacable, había saboreado un leve atisbo de humanidad.
-¿Niegas las acusaciones?- pregunté expectante mientras desenfundaba las dos espadas que mi capa mantenía ocultas. Con postura relajada y la punta de ambas hacia el suelo, pero alerta -No es sangre lo que busco pero, si lo deseas, con gusto la habrá-
-Tu descanso poco me importa si éste no me impide el mío- de soslayo, miré a Victoria, notablemente intimidada ante, lo que posiblemente, fuera su primer contacto hostil con un ser sobrenatural ajeno a la iglesia.
Con la confianza de quien se sabía en ventaja, bajó del tejado que la alejaba de nosotros. Al instante, quedé sorprendido por la altura de ella o, más bien, la falta de la misma. Apenas levantaba un palmo más que la pupila que me acompañaba aunque, por sus facciones y atributos, muy claro dejaba que no se trataba de una niña. La acción fue inocente y tan sólo con ánimo de medirnos. Después de todo, se trataba de un animal, una mancha en la perfecta creación del Señor oculta bajo el semblante de la belleza y la juventud y esas acciones, las llevaban en la sangre.
La niña retrocedió instintivamente. Quizá no estuviera preparada para una confrontación como aquella, pero ya no había vuelta atrás. -Muestra tus manos manos, mujer. Mi confianza es algo de lo que aún no eres merecedora- Sentencié firme pero calmado, jugando con el sagrado recipiente que ya le había presentado en la taberna y que, en aquel momento, mantenía bien a la vista.
Mi sugerencia pues, no era en vano. La experiencia me dictaba que, a menudo, las cosas más peligrosas procedían de aquello que escapaba de la visión; y sus juegos de manos encubiertos eran una de esas cosas
-Vuelve a la abadía, Victoria. No digas nada hasta que yo no vuelva- Obediente, la niña acató tal y como se la había adoctrinado toda su vida. No hubo réplica ni objeción alguna por su parte. "Mejor así" me dije a mi mismo, tranquilo de que nadie osaría faltarla al respeto ante la inminente amenaza de un castigo severo.
Para entonces, mi atención se centró en la cambiante -No busco que te fíes de mí, mujer. De buena gana te daríamos caza ante la acusación que se nos ha hecho llegar en tu contra; pero la diócesis, y yo mismo, tenemos asuntos más urgentes de los que ocuparnos que una transformación a la vista de un humano- saqué del bolsillo la nota que se me había hecho llegar, motivo por la cual había interrumpido las clases y se la lancé a los pies.
En cualquier otra ociasión, la orden habría sido purgarla de inmediato, pero aún recordaba una de las lecciones que la vida me había dado y, aunque mi determinación seguía siendo implacable, había saboreado un leve atisbo de humanidad.
-¿Niegas las acusaciones?- pregunté expectante mientras desenfundaba las dos espadas que mi capa mantenía ocultas. Con postura relajada y la punta de ambas hacia el suelo, pero alerta -No es sangre lo que busco pero, si lo deseas, con gusto la habrá-
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
El hombre se mostró impertinente, engreido para el gusto de la cambiante con esa falta de consideración, dado que la cambiante en ese momento no había hecho nada, y se consideraba merecedora de un descanso, hizo que enarcara una ceja y ladeara ligeramente la cabeza, en un gesto bastante animal, no dijo nada en ese momento, solo miraba de arriba a abajo al hombre y a la chiquilla, estudiandoles con la mirada, cuando este hizo la petición de que la rubia mostrara sus manos, una cosa a la que ella no estaba muy dispuesta, pero en un principio decidió acceder, alzando ambas manos, pues confiaba ser más rapida que él en caso de necesitarlo, el inquisidor mandó a la chiquilla que volviera, muy seguro de si mismo de que él más tarde volvería tambien, aunque de momento esas palabras a Yendra se le antojaran más improbables según el caracter que gastaba.
Yendra emitió un bufido observando como la jovencita se iba sin replica alguna, quizá la cambiante la había asustado, no negaría que en ese momento ella e estaba sintiendo sumamente violenta, volvía a mirar al inquisidor aun con las palmas en alto, pero empezando a relajar su postura ante él.
Las palabras que escupió este se le antojaban en esceso desafiantes, miró lo que le arrojó a lo pie y la cambiante se agachó para recogerlo a regañadientes, obervando por fin su sospecha, la había visto el inquisidor cambiar de forma, eso hizo que la platina emitiera un bufido y mirara ojiplatica al inquisidor que tenía delante, provocación tras provocación y Yendra no se pudo resistir, en un rapido movimiento la cambiante dió una sonora bofetada al inquisidor para despues cruzarse de brazos, quizá pagaría la desfachatez, pero en principio miró con orgullo al hombre que tenía delante. -En mi defensa diré que no esperaba que me estuvieran mirando cuando cambie de forma, pero también diré que si tu compañero me vió puso demasiado empeño en ver a una mujer desnuda, para satisfacer a saber que depravación imaginaria.- Protestó la sueca.
-Y ahora dejate de rodeos y dime que quieres, o empezaré a a pagar contigo cada impertinencia que digas...ademas...- Se acercó y empezó a olfatearle ligeramente, sin ocultarlo en esceso. - Te aseguro que puedo ser más rapida que tú.- Gruñó con descaro y orgullo, mientras retrocedía observandole aun de manera fija. -Has hecho bien en retirar a tu joven pupila, yo a los crios prefiero hacerlos reir no llorar.- Sonaba seca amenazante, recargó su espalda contra la pared a un cruzada de brazos mientras entrecerraba los ojos mirandole. - Hagamos un trato, yo te ayudo con lo que demonios quieras de mí. y tú....haces desaparecer mi historial de vuestros archivos, es un trato justo, y un buen pago por que no me transforme y te devore, creo yo...- Dijo finalmente mientras seguía con ese aire engreido muy propio de los felinos, aun con la vista clavada en la del inquisidor, seguramente también esperando la replica por el haberle dado una bofetada por impertinente.
Yendra emitió un bufido observando como la jovencita se iba sin replica alguna, quizá la cambiante la había asustado, no negaría que en ese momento ella e estaba sintiendo sumamente violenta, volvía a mirar al inquisidor aun con las palmas en alto, pero empezando a relajar su postura ante él.
Las palabras que escupió este se le antojaban en esceso desafiantes, miró lo que le arrojó a lo pie y la cambiante se agachó para recogerlo a regañadientes, obervando por fin su sospecha, la había visto el inquisidor cambiar de forma, eso hizo que la platina emitiera un bufido y mirara ojiplatica al inquisidor que tenía delante, provocación tras provocación y Yendra no se pudo resistir, en un rapido movimiento la cambiante dió una sonora bofetada al inquisidor para despues cruzarse de brazos, quizá pagaría la desfachatez, pero en principio miró con orgullo al hombre que tenía delante. -En mi defensa diré que no esperaba que me estuvieran mirando cuando cambie de forma, pero también diré que si tu compañero me vió puso demasiado empeño en ver a una mujer desnuda, para satisfacer a saber que depravación imaginaria.- Protestó la sueca.
-Y ahora dejate de rodeos y dime que quieres, o empezaré a a pagar contigo cada impertinencia que digas...ademas...- Se acercó y empezó a olfatearle ligeramente, sin ocultarlo en esceso. - Te aseguro que puedo ser más rapida que tú.- Gruñó con descaro y orgullo, mientras retrocedía observandole aun de manera fija. -Has hecho bien en retirar a tu joven pupila, yo a los crios prefiero hacerlos reir no llorar.- Sonaba seca amenazante, recargó su espalda contra la pared a un cruzada de brazos mientras entrecerraba los ojos mirandole. - Hagamos un trato, yo te ayudo con lo que demonios quieras de mí. y tú....haces desaparecer mi historial de vuestros archivos, es un trato justo, y un buen pago por que no me transforme y te devore, creo yo...- Dijo finalmente mientras seguía con ese aire engreido muy propio de los felinos, aun con la vista clavada en la del inquisidor, seguramente también esperando la replica por el haberle dado una bofetada por impertinente.
Yendra Isley- Cambiante Clase Media
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Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
Quizá había medido mal mis pasos y aquello me estaba pasando factura. Había pecado de impaciente, otra vez, y había pagado cara mi debilidad. Pago que había cobrado forma con una bofetada que, de haberlo desead, incluso podría haberme arrancado la cabeza. Pero a veces, según Sus enseñanzas era necesario poner la megilla, dar un poco de ventaja para recibirla después, aunque eso pudiera haber significado ponerme en un riesgo excesivo e innecesario. Pero no era mi rostro lo que había quedado herido, ni si quiera mi orgullo. La respuesta, aunque tarde, pronto nos sería revelada.
Sonreí para mí mismo viendo como el gato corría tras lo que consideraba un ratón; ahora veríamos quien era el cazador y quien la presa.
La arrogancia también era un mal que debía ser erradicado. Embrujaba las mentes de las personas y las hacía falsos merecedores de una posición que, a menudo, no les correspondía. Cruzada de brazos, no fue haciendo otra cosa más que ir cerrando la trampa que había dejado abierta a la espera de que la gata se metiera persiguiendo su "ovillo de lana".
-Con testigos o sin ellos... da igual. No hay excusa ante tamaña ofensa a Su creación- suspiré, recomponiendo la postura y tomando aire para contestar a su petición -Debes ser muy estúpida como para creer que un mero instrumento como yo puede hacer desaparecer cualquier información que podamos poseer acerca tuya en nuestros archivos...- enfundé las espadas lentamente, con la calma y templanza que había ido madurando durante toda la vida, moldeándola y perfeccionandola para que fuera parte de mí personalidad.
-No obstante...- me acerqué un par de pasos a ella -ya sé que eres más rápida que yo, gata...- negar una evidencia, en ese momento, resultaba algo tremendamente absurdo -...y por eso me he permitido la licencia de tomar ciertas precauciones. ¿No sientes un picor raro en manos y brazos? No te preocupes, es la plata impregnada en la nota que muy gentilmente has decidido leer, manchando tus manos y, ahora también, tus brazos- No la mataría ni mucho menos; no obstante, retrasaría algo su transformación dado el caso e inclinaría un poco más la balanza de poderes -Y ahora si me lo permites...- vacié parte del recipiente en cuyo interior se encontraba el polvo de plata sobre mis manos y me froté mis ropas con ellas.
-Y ahora... hablemos de ese trato que me propones; Mis convicciones me impiden dejarte totalmente libre pero sí puedo asegurarte que, por mi parte, jamás te sentirás perseguida, a cambio, sólo reclamaré tu ayuda una vez de aquí hasta el día en que muera... y tú no podrás negarte- ladee la cabeza, escrutando la menudez de aquel cuerpo, a la espera de una réplica que, sin duda, no iba a ser la última de aquella entretenida charla.
Sonreí para mí mismo viendo como el gato corría tras lo que consideraba un ratón; ahora veríamos quien era el cazador y quien la presa.
La arrogancia también era un mal que debía ser erradicado. Embrujaba las mentes de las personas y las hacía falsos merecedores de una posición que, a menudo, no les correspondía. Cruzada de brazos, no fue haciendo otra cosa más que ir cerrando la trampa que había dejado abierta a la espera de que la gata se metiera persiguiendo su "ovillo de lana".
-Con testigos o sin ellos... da igual. No hay excusa ante tamaña ofensa a Su creación- suspiré, recomponiendo la postura y tomando aire para contestar a su petición -Debes ser muy estúpida como para creer que un mero instrumento como yo puede hacer desaparecer cualquier información que podamos poseer acerca tuya en nuestros archivos...- enfundé las espadas lentamente, con la calma y templanza que había ido madurando durante toda la vida, moldeándola y perfeccionandola para que fuera parte de mí personalidad.
-No obstante...- me acerqué un par de pasos a ella -ya sé que eres más rápida que yo, gata...- negar una evidencia, en ese momento, resultaba algo tremendamente absurdo -...y por eso me he permitido la licencia de tomar ciertas precauciones. ¿No sientes un picor raro en manos y brazos? No te preocupes, es la plata impregnada en la nota que muy gentilmente has decidido leer, manchando tus manos y, ahora también, tus brazos- No la mataría ni mucho menos; no obstante, retrasaría algo su transformación dado el caso e inclinaría un poco más la balanza de poderes -Y ahora si me lo permites...- vacié parte del recipiente en cuyo interior se encontraba el polvo de plata sobre mis manos y me froté mis ropas con ellas.
-Y ahora... hablemos de ese trato que me propones; Mis convicciones me impiden dejarte totalmente libre pero sí puedo asegurarte que, por mi parte, jamás te sentirás perseguida, a cambio, sólo reclamaré tu ayuda una vez de aquí hasta el día en que muera... y tú no podrás negarte- ladee la cabeza, escrutando la menudez de aquel cuerpo, a la espera de una réplica que, sin duda, no iba a ser la última de aquella entretenida charla.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Re: Las cuatro lecciones (Yendra)
La cambiante observaba al inquisidor, no se arrepentía lo mas minimo en haberle abofeteado, se lo tenía bien merecido, y más despues de que descubriera la trampa, polvo de plata esparcido por sus manos y brazos incoscientemente, la cambiante fruncio el ceño mirando sus propias manos, notando la molestia del material el inquisidor usaba, a modo seguro por si la cambiante se ponía agresiva, sin dar mucho credito observó como el inquisidor también se bañaba en ese polvo de plata, de momento no había visto jamas a nadie usarlo y el hecho de que no lo conociera la pilla de improvisto, la cambiante se rasca por la molestia mientras bufa mirando al inquisidor con sumo enfado, a parte de sentirse algo estupida por haber caido de lleno en la trampa que tenía el inquisidor para ella.
Miró al inquisidor cuando le escuchó decir sus palabras, mientras aun intentaba deshacerse de los extractos de plata, mientras gruñía, aquel maldito cerdo la había dejado contra la espada y la pared, no estar perseguida por él a lo que Yendra se cruzó de brazos mirandole. -Los condenados que siguen vuestra orden me preocupan más que tu ciertamente, no te ofendas encanto pero espolvorearme un poco no me hace debil, y eso lo sabes.- Dió un bufido mientras pensaba en como podía girar las tornas para ponerse a favor de ella, se mordió el labio inferior pensativa. -Si quieres que te ayude me vas a tener que ayudar con eso...para vosotros lo de ser una "aberración" lo tomais muy a la ligera dependiendo de si es util o no. E insisto....no quiero problemas con la inquisición asi que...pon solución a eso y te ayudaré si me lo pides.- Gruñe la rubía observando al inquisidor.
Quizá asi podría encontrar una manera de escabullirse, y aunque no lo sabía a ciencia cierta, alguna vez había oido a algunos del mismo gremio decir que los cambiantes eran un mal menor si se comparaba con un licántropo o un vampiro, no iba a negarlo, estos últimos a la cambiante no le gustaban mucho, y salvo algunos casos intentaría siempre esquivarlos, pero aun asi emitió nuevamente un bufido mirando al inquisidor.- Es de buena educación presentarse.- Protestó buscando revelara algo más de si mismo, aunque a la cambiante su aroma ya era sufiente si necesitaba rastrearlo, mientras se seguía restregando por la molestía del polvo de plata intentando deshacerse de la misma. -Te escucho...- Dijo finalmente la rubia felina sin especial entusiasmo, era curiosa como buena gata, y la verdad quería saber que se traía el inquisidor entre manos.
Miró al inquisidor cuando le escuchó decir sus palabras, mientras aun intentaba deshacerse de los extractos de plata, mientras gruñía, aquel maldito cerdo la había dejado contra la espada y la pared, no estar perseguida por él a lo que Yendra se cruzó de brazos mirandole. -Los condenados que siguen vuestra orden me preocupan más que tu ciertamente, no te ofendas encanto pero espolvorearme un poco no me hace debil, y eso lo sabes.- Dió un bufido mientras pensaba en como podía girar las tornas para ponerse a favor de ella, se mordió el labio inferior pensativa. -Si quieres que te ayude me vas a tener que ayudar con eso...para vosotros lo de ser una "aberración" lo tomais muy a la ligera dependiendo de si es util o no. E insisto....no quiero problemas con la inquisición asi que...pon solución a eso y te ayudaré si me lo pides.- Gruñe la rubía observando al inquisidor.
Quizá asi podría encontrar una manera de escabullirse, y aunque no lo sabía a ciencia cierta, alguna vez había oido a algunos del mismo gremio decir que los cambiantes eran un mal menor si se comparaba con un licántropo o un vampiro, no iba a negarlo, estos últimos a la cambiante no le gustaban mucho, y salvo algunos casos intentaría siempre esquivarlos, pero aun asi emitió nuevamente un bufido mirando al inquisidor.- Es de buena educación presentarse.- Protestó buscando revelara algo más de si mismo, aunque a la cambiante su aroma ya era sufiente si necesitaba rastrearlo, mientras se seguía restregando por la molestía del polvo de plata intentando deshacerse de la misma. -Te escucho...- Dijo finalmente la rubia felina sin especial entusiasmo, era curiosa como buena gata, y la verdad quería saber que se traía el inquisidor entre manos.
Yendra Isley- Cambiante Clase Media
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