Abrázame (Amane Fay || ID)

por **Amane Fay** Jue Mayo 03, 2018 7:41 pm

DATOS BÁSICOS

▲Amane Fay▲

Amane Kiri Fay

▲EDAD▲

Veintiún años

▲ESPECIE▲

Esclava de sangre

▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲

x

▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲

Alta

▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲

Bisexual

▲LUGAR DE ORIGEN▲

París, Francia

▲HABILIDADES/PODERES▲

→ Sentidos aumentados.
→ Fortaleza.
→ Longevidad.
→ Sanación más acelerada.

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

—¡Pero si no tiene maldad!

La curiosidad propia de todo niño solía ser suavizada con esas cuatro palabras cada vez que la sorprendían en algo. Sus padres de carácter blando, se encontraron pronto con una pequeña sin maldad, pero nunca exenta de travesuras. En ambos yacía un mismo anhelo de distinto origen: libertad. Al darse cuenta de que de no ser formadas bajo la rígida norma de la alta sociedad acabarían pagando las consecuencias, se desentendieron de tomar parte en la crianza de sus seis hijas, dejándolas a merced de una institutriz severa. Ella, se encargó de formarlas cuando ambos padres miraban para otro lado. Así, Amane nunca vio realmente a sus padres como figuras autoritativas. Ante los ojos de la institutriz, las hijas de los Beauchêne eran respetuosas, obedientes y responsables con sus deberes, pero para ellas no se trataba más que de un juego que incluso los adultos juegan: aparentar.

Es quizás por esta razón que Amane Fay nunca se sintió abrumada por su condición limitante de ser una señorita de la clase alta. Sabía que para complacer a unos, debía actuar de cierta forma, y que ante su familia, podía preguntar lo que realmente quería saber, demostrar interés por lo que realmente ocupaba su mente y sentir la libertad a la que todo niño debería tener derecho. Esto no la hizo ni ambiciosa ni conformista, sino que más bien, desarrolló un carácter de camaleón. De actitud relajada pero de mente inquisitiva. Amane no parece tener ningún afán con su deleitadora conversación casual, pero se encuentra analizando brevemente cómo mostrarse ante el tercero. Al ser consciente de los valores incrustados en el corazón de cada familia, desde pequeña y sin quererlo, se hizo desconfiada.

Su pubertad la vivió más bien en un silencio recatado, sabiendo que los pretendientes no tardarían en tocar su puerta. Tres de sus hermanas se comprometieron primero, lo cual marcó un ligero cambio en su personalidad: la "madurez". Con ello cayó el peso de lo que inconscientemente venía cargando durante sus años pueriles. Se volvió más consciente de sus herramientas sociales y entendió que lo que correspondía ahora, era mantenerse al margen. Pero nada podía interrumpir el curso natural de la vida de una muchacha de su edad: el matrimonio.

Los sucesos en su vida fueron moldeando su personalidad, cada etapa trazándola a medida. De su infancia quedó su jovialidad y retórica, de su adolescencia la cautela. Y fue algo sucedido a sus trece otoños lo que acabó por moldear su carácter actual, incorporando un componente extra. Pasó de ser consciente de sus habilidades de "supervivencia" ante una realidad difícil, a saber sacarles provecho. Más absuelta en su ello, dejando poco a poco de lado su actuar más bien pasivo y entregándose—sin dejar de lado el sigilo—a ir detrás de lo que su instinto demandaba. Tras eso, se convirtió en un perfecto equilibrio de estas tres etapas, para darle curso a su misión personal.

HISTORIA

—¡Shh! Has de entender que no hay cabida para monstruos como yo

—Amane, he visto civilizaciones levantarse y caer, he visto la muerte besar los labios de los más inocentes, y la inmortalidad abrazar a los más despiadados. No hay un Dios que os proteja de lo que la noche cubre con su manto negro, por mucho que el día os haga olvidar las pesadillas que os quitan el sueño por las noches. La Santa Inquisición quiere manteneros aferrados a vuestra fe ciega, ignorantes de todo aquello que desafíe lo que os habéis entregado a creer incluso antes de nacer. Alguna vez fui parte de vuestra ignorancia, pero en cuanto abrí los ojos, me negué a volver a cerrarlos y supe que mi voz no debía ser acallada ni en mil años... Y he vivido desde entonces, susurrando la verdad a quienes quieran escucharla. ¿Sabe usted, madame Fay, que podría unírseme? Llevo cientos de años buscando unos luceros como los suyos, curiosos y despiertos, para hacerme compañía...

Fue su despertar. Su vida hasta entonces se hacía cenizas a sus pies, dejándole un sabor amargo en la boca que le hacía sentir que su vida hasta entonces había sido un sueño. Sus cercanos se le hacían lejanos y casi sentía que flotaba. Le golpeaba el deseo de beber hasta la última gota de la sangre de la criatura más hermosa que había visto. Y pasaban como estrellas fugaces sus recuerdos más preciados, ahora más carentes de significado que nunca: su infancia, principalmente puertas adentro, criada junto a sus hermanas por una institutriz con altas exigencias y expectativas; las historias de su padre que leía en secreto de su olvidado diario personal—su amorío con una gitana que le dejó anhelando por siempre una vida más sencilla y carente del peso de ser un hombre de negocios, un heredero más de la fortuna de su familia—y las que sonsacaba a su madre, que aunque no llegó a enamorarse de su padre como le prometió la suya el día antes del matrimonio, logró una amistad que les unía para cumplir con sus roles como corresponde y ser exitosos en el propósito más importante: una familia bien constituida; la llegada de quien buscaba cortejarla y el fin de su vida como señorita de familia, trayendo consigo una nueva etapa que, aunque esperaba saber manejar, se le vino encima como una avalancha. Fue ahí cuando se paró el tiempo.

Se esperaba que quedara encinta tan pronto estuviera casada, su menstruación ya era cosa de cada mes y su marido, Jean Fay, no era el monstruo que se había temido, a pesar de llevarle una década de distancia. Fue entonces cuando, recorriendo el inmenso jardín de la mansión de su esposo que ahora tenía por hogar, la vio llegar junto al círculo de mujeres casadas al que Jean deseaba integrarla, para acelerar el proceso de adaptación. Las sirvientas dispusieron del té y las mujeres empezaron a platicar. Ella, siempre compuesta y encantadora, manejaba la conversación con gracia y elegancia, dejando a Amane prácticamente muda. Entre consejos y secretos de señoritas, el té y el sol radiante, se pasó la tarde y el carruaje pasó por las muchachas, que debían regresar a sus labores de amas de hogar e incluso madres. Ella, cuya pálida piel brilló por un segundo al sol contrastando dramáticamente sus rizos espectaculares, caminó más atrás junto a Amane a la sombra y le susurró—: ¿Nunca has sentido que hay más de lo que eres capaz de ver con tus propios ojos? —y tropezó, cortándose la palma de la mano. Amane insistió al resto que no se retrasaran, pues disponía de una sirvienta con conocimientos en enfermería. Ella, se disculpó cortés, llevándose la mano a los labios y absorbiendo parte de la sangre—. Dulce —le estiró la mano a Amane, quien para entonces ya estaba bajo una especie de inexplicable hechizo. Y entonces probó, y para cuando la sirvienta llegó con vendas, la herida ya no tenía una gota de sangre.

La creyeron encinta cuando su período no llegó al mes siguiente, pero como era de costumbre, nada se le comentó al futuro padre. Sin embargo, Amane no tenía ninguno de los síntomas típicos de un embarazo, ni siquiera al tercer mes. Su madre y hermanas—las únicas al tanto de la situación aparte de las sirvientas de más confianza—sospechaban una pérdida, pero no había ningún indicio de aquello. Desde el día en que la conoció, Amane se hizo adicta a la sangre de la vampiresa. Su Domitor fue poco a poco desmantelando un mundo oculto, y era eso lo más atrayente para Amane, junto con su necesidad de pertenecer a él en su totalidad. Siempre que la contactaba acudía, ingeniándoselas con pretextos. Su esposo, sin embargo, empezó a sospechar, ya que se volvió menos cuidadosa, impulsiva como nunca, al estar cegada por los efectos de ser una esclava de sangre.

Y ante sus ojos, lo nunca imaginado. Parece caer sobre Amane una maldición con piel de pesadilla. Una estacada le atraviesa el pecho a su Domitor. Jean la deja caer al suelo con la estaca de madera clavada. Del brazo, lleva a Amane al interior de la mansión. Allí, le revela que es un inquisidor, un espía, y que estuvo bajo el hechizo de la vampiresa durante todos esos años. Le dijo que nadie se había enterado acerca de su condición y que, a pesar de que debería castigarla o incluso darle caza por ser una esclava de sangre, la dejaría con vida a cambio de que, a partir de ahora, cumpliera con sus labores como su esposa, especialmente la de ser madre. Entonces Amane comprendió que sus instintos iniciales eran ciertos acerca de Jean. Sus recuerdos junto a ella, su Domitor, no se vieron alterados ni siquiera con el pasar del tiempo, a pesar de fingir lo contrario. Al cabo de unos meses, sus rasgos parecieron madurar una pizca más, como si de pronto su cuerpo se pusiera al día con los años que tenía. Su mente, ya no dependiente ni adicta, seguía secretamente anhelando encontrar a alguien que pudiese ayudarla.

Con dieciocho años, una vez recuperada, quedó finalmente y por primera vez embarazada. Dio a luz a un niño. Fue entonces cuando Jean, al no ver índices de su mujer que le dieran a sospechar, se convenció de que Amane era puramente humana una vez más. Le hizo ver cuánto arriesgó por salvarla a ella y la familia que ahora iban a conformar. Ella, con el pretexto de agradecimiento y devoción, le ofreció ayuda en su caza, para aportar con la información que había recolectado durante sus años junto a su Domitor. Para demostrarlo, delató a una pareja de vampiros que conoció en una ocasión en su época de esclava de sangre. Así, su marido se convenció de que podía ayudarle. Sabiendo que le sería imposible unirse como inquisidora, al no haber recibido nunca ninguna clase de entrenamiento, se unió a un grupo de cazadores que de vez en cuando unían fuerzas con Jean y otros inquisidores más.

Actualmente y ante los ojos del resto, cumple satisfactoriamente con sus labores de madre y esposa. Pero mientras Jean Fay duerme, Amane se abriga con sus recuerdos para seguir pisando fuerte hacia su futuro. Su reciente alianza a la red de espías Phoenix, liderada por Annabeth de Louise, le permitió contactarse con quien fuera la creadora de su anterior Domitor, Aglaia, la vampiresa espartana que la bendijo con su sangre para cumplir con sus anhelos, convirtiéndose en su actual Domitor, cumpliéndose así la primera etapa de su misión.

DATOS EXTRA

֎ El hijo de Amane se llama Trevor Jean Fay y tiene tres años.
֎ Su madre y hermanas han intentado reiteradamente averiguar por qué la falta de embarazos y sus sutiles cambios físicos. Amane se encargó de deshacerse de las sospechas a su alrededor, pero el instinto de una madre puede más que excusas.
֎ Fue esclava de sangre por cinco años. Su Domitor, de personalidad sensual y ligeramente dominante, se convirtió en su mayor adoración, a pesar de ser platónico. La vampiresa la invitaba con una mezcla de ternura y energía a quitarse la venda de sus ojos, siendo esa su principal exigencia, por sobre cualquier capricho banal. Era quizás por eso que evitó durante todo ese tiempo que su influencia sobre Amane se centrara en lo romántico. De por sí, ser su esclava la volvía sumisa, y prefería enfocarla en la dirección de lo que ella consideraba importante. Quizás por eso, por no abusar de su poder, su influencia resistió incluso cuando Amane fue liberada del vínculo.

por **Bárbara Destutt de Tracy** Lun Mayo 07, 2018 6:31 am

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