Hagan. Id.

PSICOLOGÍA

Si hubiera que describirle con una sola palabra, claramente sería huraño. Obviamente no siempre fue así, en su infancia y juventud era un chico sociable, rebelde, extrovertido... Lo normal en alguien de su edad y condición social, criado casi en comunidad como solía ocurrir en los poblados por esa época. Pero el modo de vida al que se ha sometido a sí mismo dado su trabajo, le ha convertido en alguien que rehúye el trato con los demás.

Acostumbrado a moverse siempre solo, a no necesitar a los demás para nada que no sea cobrar o conseguir objetos que no es capaz de fabricarse él solo, ha hecho que mantener una conversación con alguien se haya convertido en algo complicado para él o, más bien, en algo en lo que no encuentra ningún interés.

Vive por y para las trampas y las pieles. Le encanta estudiar a los animales para crear la jaula perfecta o el cepo ideal. No se puede matar a un lobo con una trampa para osos y viceversa. No le gusta, a pesar de lo que muchos puedan pensar dado su oficio, ver sufrir a un animal. Es por eso que pone tanto empeño en su labor, para que la muerte sea rápida, precisa y perfecta.

HISTORIA

Criado en una tribu de hechiceros, Hagan era un niño normal en el sentido literal de la palabra, pues carecía de poderes. Él, era el raro del pueblo, el abandonado por la magia, el que debía aprender a hacer las cosas a la antigua usanza, con sus manos, sus pies, sus ojos y su pensamiento. No le valía con preparar potajes o recitar extraños versos, nada le venía rodado, todo para él era mucho más complicado. Y, a pesar de todo ello, acabó por ganarse el respeto de sus compañeros, de aquellos que durante años le sometieron a bromas pesadas, a trucos maliciosos y le vejaron con palabras.

Hagan les demostró que con ganas, tesón, instinto, mañana y fuerza bruta, se podía conseguir casi cualquier cosa. Si bien ellos poseían poderes, físicamente eran incapaces de defenderse. Se respaldaban tanto en la magia, que todo lo que implicaba usar el cuerpo, lo tenían casi abandonado, excepto por comer, beber y el sexo. Eso no era muy distinto entre unos y otros, aunque el aguante del grandullón dejaba al resto como simples aficionados en los concursos de aguante a jarras. Por eso nadie apostaba con él o en su contra y sólo volaban las monedas cuando algún forastero iluso, se arriesgaba a enfrentarse al campeón del pueblo.

Con el paso del tiempo, aquel lugar se le quedó pequeño y decidió partir, dejando atrás aquello que conocía para sumergirse en la naturaleza más salvaje. Siempre le había gustado apañárselas solo y los animales, así con entusiasmo, se perdió por los bosques más espesos y se dedicó a estudiar el terreno, la vegetación y cada ser vivo que s cruzaba en su camino. Aprendiendo de las costumbres de mamíferos, aves y reptiles, su manera de alimentarse, de trasladarse, de cuidar a las crías o incluso de su modo de cazar. Era fascinante poder experimentar todo aquello en primera línea y ser capaz de mimetizarse con el entorno para que esos a los que estudiaba, no le vieran a él y se escondieran o, peor aún, le atacaran.

Así, poco a poco, a base de entrenarse a sí mismo y de sistema de prueba y error, acabó por convertirse en el mejor trampero del país.