Hagan juego (priv)

por **Sorsha** Dom Mar 10, 2019 10:59 am

"La vida es un juego de azar"
Voltaire

En las mesas del fondo se jugaba una partida de naipes que mentenía el interés de medio casino, varias filas de curiosos se congregaban alrededor de los jugadores ávidos de presenciar cual sería el desenlace. Los cuatro contrincantes se miraban por encima de las cartas, sonriendo con suficiencia o afilando el gesto para intimidar, podía ser todo farol o podía suceder que alguno tuviera una buena mano, pero en cualquier caso el montante acumulado sobre el centro del tapete era un buen pellizco para cualquiera.

A un lado los Sinclair, viejos conocidos del casino, jóvenes, guapos y con mucha suerte. Al otro los Dumont, empresarios del textil de mediana edad que solían acudir al casino a jugar fuertes sumas y a buscar la compañía de amantes que estuvieran de buen ver, para paliar sus sosos y aburridos matrimonios "perfectos" de cara a la alta sociedad. En el centro de la mesa, la croupier, una mujer alta y rubia con gesto generalmente serio y ojos penetrantes.

Con la habilidad que se adquiere con la práctica repetida, barajaba los palos y repartía cartas a los jugadores vigilando cada ínfimo movimiento. Su vista hiperdesarrollada, su oído exquisito y su olfato le iban diciendo quién estaba pasando apuros y tenía más posibilidad de hacer trampas.

— Hagan sus apuestas señores.— Los Dumont colocaron algunas fichas en el centro, eso elevaba la cantidad de nuevo y se escucharon silbidos, bufidos y exclamaciones alrededor de la mesa, donde la gente comentaba las osadías de los apostadores. Los Sinclair no tardaron en reaccionar y de nuevo la montaña de fichas se elevó causando más expectación entre los curiosos. Sorsha enarcó una ceja cuando vio a los primos arengar a su alrededor, les encantaba ser el centro de atención de la sala de juegos.— No va más.— Anunció la mujer, dejando claro que ya no había más apuestas sobre la mesa, la cantidad era obscenamente alta. Desplegó varias cartas sobre el mantel verde y las giró una tras otra, en aquel ritual que noche a noche repetía y hacía contener el aliento a los que miraban por encima del hombro de los jugadores.— la suerte está echada, hagan juego.

Con esas palabras indicó que el destino de aquella noche estaba ya solamente en las manos de los cuatro jugadores y de su pericia a la hora de engañar a los contrarios, ella sólo intervendría para cambiar las cartas que le pidieran y para vigilar que se cumplieran las reglas del juego.