Un pequeño juego [Priv.]

Oh, bellas noches de París, aquella ciudad que me vio nacer, y la que ahora me veía maldito a no poder observarla bajo la luz del astro rey. Al principio quizás algo pudo importarme, pero a cualquier curioso sabelotodo de mi especie que me preguntara ahora...recibiría primero una carcajada a modo de respuesta y después un excitante mordisco en el cuello. Aquella noche parecía diferente y de hecho así lo fue al principio cuando pasé minutos demasiado largos sin fémina o caballero que cayera en mis redes. Pero al cabo de un tiempo, el destino pareció mofarse de una bella jovencita de no más de 18 años, vestida con humildes harapos y al parecer sin ningún tipo de compañía. No fue mucho lo que tardó en decirme con su mirada además de con sus labios lo mucho que deseaba que un caballero como yo le sacara de la miseria durante unas horas.

Y así le juré que lo haría, con mi palabrería y mi perfecta presencia, la chiquilla cayó como una niña enamorada, dispuesta a entregarse a mí. Pues bien, si eso era lo que quería...así lo haría. Le premetí llevarla a mi hogar, así como mil promesas vacías que sabía que ella quería escuchar, pero tenía pensado algo mucho más divertido (obviamente para mí) de camino, más concretamente en unos lúgubres callejones. La muy tonta seguía sujeta a mi brazo aún a sabiendas de que le había llevado hasta allí a propósito, así que pensé castigar su estupidez. Me puse frente a ella, sujetando sus muñecas, y le mostré gustoso qué era yo. Dejé que huyera de mis garras: ahí comenzaría el juego.

Sabía perfectamente dónde se encontraba, podía oír su respiración agitada, su corazón latiendo como el de un pequeño roedor, el sudor frío cayendo por su espina dorsal y...el delicioso sabor salado de las lágrimas fruto del más puro terror. -Mademoiselle- comencé, en un tono tranquilo y lo suficientemente alto como para que me oyera -No ha de preocuparse, le juro ser el monstruo más caballeroso que haya conocido nunca- caminaba por entre las callejuelas, con cierta tranquilidad pero notando que el hambre y la excitación de la caza comenzaban a hacer que perdiera la compostura. Pero la encontré, con todos mis sentidos. Corrí hacia ella como tan solo un vampiro sabía hacer y la arrinconé contra la pared. Le sonreí socarronamente mientras lamía sus lágrimas, hasta que de repente hice un pequeño corte en su delicado cuello con mis afiladas uñas -Le prometo, bella dama, que ésto le va a doler- murmuré, para finalmente llevar mi boca a la herida que había causado antes, dejando al descubierto mis colmillos y terminar clavándolos en aquella dulce carne.

Quería evitar que la comida se me cayera al suelo, por lo que la sujetaba en un extraño abrazo, agarrando con un brazo de su cintura y con la mano contraria tirando del cabello de la fémina para que me dejara comer tranquilo. Era tan delicioso...la sangre salía a borbotones de la joven, que gritaba con fuerza en un vano intento de que la rescataran, pero pronto cerró la boca, o quizás fue su cerebro el que no soportó más dolor. No, no la había matado, tan solo se había desmayado, pero yo seguía alimentándome de su esencia vital, hasta que, con la cara completamente tintada de rojo carmín, cesé de alimentarme. Por ahí cerca, según me decía mi olfato, había alguien más ajeno a mi banquete. Solo esperaba no tenerlo que matar, ya casi estaba saciado y era una auténtica lástima desperdiciar deliciosa sangre.