AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Riverso {Samuele Liccari}
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Riverso {Samuele Liccari}
«Eres un verso en riversa, un riverso
Despertaste y le diste vuelta a mi universo»
Calle 13
Despertaste y le diste vuelta a mi universo»
Calle 13
El circo gitano era un lugar al que siempre acudía gente, pero esa noche había más que de costumbre, y Kala enseguida se dio cuenta; su carpa no se liberó ni un sólo segundo desde que había llegado, y hacía ya un par de horas de eso. El ir y venir de visitantes eran buenas noticias porque, cuanto más gente acudiera a ella, más francos se embolsaría, pero también tenía una parte mala, y es que la gitana no tenía tiempo casi ni para respirar. Apenas despedía a la persona con la que estaba en ese momento y ya entraba la siguiente, con lo que su mente no tenía tiempo para nada más que no fuera ver el futuro anodino de sus clientes.
Entre visita y visita, y prestando especial atención a las conversaciones de los que esperaban fuera, pudo captar la razón por la que había tantos visitantes. Al parecer, toda la ciudad se había empapelado con la propaganda sobre un nuevo espectáculo, por lo que decían, innovador, en el que participaban animales. Le extrañó, y mucho, puesto que no había oído nada al respecto, y estaba segura de que el resto de trabajadores del circo, tampoco. Kala conocía al domador desde que era una niña; Dimitri era un hombre enorme y tosco, gruñón en ocasiones y poco amigable, pero la gitana no había visto a ningún humano que se entendiese mejor con esas bestias que él. Los caballos del ruso eran los más elegantes de París, y los elefantes los más lustrosos que Kala había visto jamás, y eso que había visto cientos en Ceylan.
Aprovechó la cháchara que una de las clientas para preguntar algo más acerca del supuesto espectáculo. La señora, una mujer de mediana edad muy mal conservada, no dudó en contarle todo lo que había oído y, por los detalles que le dio, la gitana supo que no se trataban de los animales de Dimitri, sino de una compañía que acababa de llegar a la ciudad y se había unido al circo gitano para ofrecer su actuación. No pudo averiguar mucho más, ni qué era lo que iban a hacer exactamente, ni la hora a la que daría comienzo, aunque sobre esto último enseguida se percató; un barullo ensordecedor llegó desde el exterior de la carpa y, aprovechando que la mujer con la que había estado acababa de salir, la gitana se asomó para ver a qué se debía el alboroto.
Nada más asomar el cuerpo se topó con una muralla de gente que le impedía ver más allá, pero, entre los cuerpos, consiguió ver al que supuso que sería el domador, seguido de una hilera de animales exóticos que a Kala le resultaron extraños. No por la forma que tenían —de un pelaje brillante y un andar extraordinario—, sino por su aura, una que ya había visto antes en numerosas ocasiones y que podría reconocer en cualquier parte: cambiantes. Arrugó el ceño mientras la troupe pasaba de largo, seguida de cerca de todos los asistentes que esperaban, ansiosos, a que el espectáculo diera comienzo.
Los alrededores de las carpas se vaciaron en cuestión de segundos, pero el grueso de los asistentes no fue demasiado lejos. La carpa dónde se haría la función no era lo suficientemente grande como para albergar a tanto público, así que la mayoría tuvo que quedarse fuera, peleando por entrar y armando un alboroto mayor que el que habían hecho hasta ahora.
Kala los miró y suspiró. Parecía que su trabajo ya había terminado por ese día, puesto que dudaba que alguien más fuera a acudir a que le prestara sus servicios, pero, en el fondo, lo agradeció. Cuadno se giró para volver a su carpa vio, junto a la puerta, a un hombre que miraba el tumulto de gente que había al fondo
—Si vienes al espectáculo nuevo, creo llegas tarde —le dijo al desconocido—. Vas a tener que pelear para poder entrar, me temo.
Sonrió antes de entrar en la intimidad de su carpa. Estaba agotada y su único deseo era volver a su casa, pero se dio el gusto de tomar una última taza de té recién hecho antes de recoger sus bártulos.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Riverso {Samuele Liccari}
La misión no era nada simple, pero aun así Samuele debía afrontarla solo, sin compañero. Se lo habían planteado como un simple reconocimiento del terreno, una previa inspección antes de armar un plan de ataque, pero Samuele no era de los hombres que necesitaban segundas oportunidades, si le era posible ahorrarse el tiempo y esfuerzo de volver una segunda vez, lo haría y aprovecharía las ventajas que tuviera sobre los cambiantes para atraparlos y llevarlos a la base de París a la primera. ¿Qué tanto gasto de presupuesto y de tiempo? A veces no entendía la lógica que los líderes seguían pero alguien como él -que no provenía de buena cuna ni tenía un apellido de peso- sabía desde el principio que por muy bueno o inteligente que fuera nunca iba a estar al mando de cosas importantes. Samuele lo aceptaba, en definitiva era un alivio no tener que aspirar a ser ascendido, si supiera que tenía mínimas chances viviría tensionado, al menos se libraba de ciertos dolores de cabeza y todo gracias a ser hijo de personas humildes.
París. Ciudad mágica, llena de demonios de día y de noche. París, ciudad de enamorados, de mujeres bellas y hombres doctos. Ningún lugar era como su Roma natal, pero a Samuele la capital francesa le gustaba.
La misión, debía concentrarse en la misión. Al parecer, los gitanos que poseían un circo en las afueras de la ciudad tenían, como mínimo, a dos cambiantes con los que lucraban. Si los cambiantes estaban allí por propia voluntad o no a la Orden le tenía sin cuidado, eran demonios, seres creados por Satán y debían ser atrapados.
Samuele pasó dos horas –o un poco más- dando vueltas por el perímetro del circo, observando y dudando de todo. La gran cantidad de personas le favorecía, podía esconderse en la multitud, oír lo que nadie más oiría en el bullicio del ir y venir. Quería saber qué eran los cambiantes, ¿leones? ¿Osos? Si eran pájaros estaría en un serio problema, los cambiantes aves eran los más difíciles de atrapar.
La carpa principal comenzó a llenarse, señal de que iniciaría el espectáculo muy pronto. Samuele prefería merodear por detrás, no quería entrar y quedar atrapado entre el gentío –aunque tuviese un lugar preferencial para poder ver de cerca a los presuntos cambiantes-, le convenía quedar libre para poder moverse por el detrás de escena cuando entrasen y saliesen las jaulas. Además, planeaba estar por allí algunos días, ya tendría oportunidad de ver el show. Se había quedado junto a las carpas más pequeñas; Samuele observaba todo y en el fondo se alegraba de haber pasado desapercibido por la gente que allí solo buscaba un momento de diversión y no estaba dispuesta a desconfiar de nadie. La voz de la mujer no lo sobresaltó, pues la había visto surgir de una de las carpas, pero sí le hechizó pues jamás había un tono de voz así de dulce y a la vez seguro.
-Sí, definitivamente he llegado tarde –le sonrió, sabiendo que era eso lo primero que las mujeres disfrutaban de él-. Creo que tendré que volver mañana, he cabalgado en vano me temo. –Terminó la frase con las mismas palabras que ella había usado y, sin haberlo planeado, sintió que cierto aire de confidencialidad los envolvía.
La mujer se metió en la carpa y Samuele sintió añoranza de ella. Era un sinsentido, ¿por qué la extrañaba si no la conocía? Tal vez se trataba de una premonición, ¿era posible que de tanto andar con condenados se le hubiese pegado algo de sus dones? Se tomó unos segundos para leer el cartel junto a la carpa. Decidió que podía ser útil para su investigación conocerla un poco más, y que si sus inexistentes dones le habían avisado que había algo especial con aquella mujer él debía oírlos.
-Disculpa –dijo, cuando sacudió la puertilla de tela para anunciarse. Luego de eso metió la cabeza y ya por último el cuerpo entero-. ¿Podrías…? Bueno, no sé como se dice… ¿Podrías hacer conmigo eso que tú haces? –se rió porque sonaba extraño-. ¿Qué crees que hay en mi futuro? Me llamo Samo –le dijo y eso no era del todo mentira.
París. Ciudad mágica, llena de demonios de día y de noche. París, ciudad de enamorados, de mujeres bellas y hombres doctos. Ningún lugar era como su Roma natal, pero a Samuele la capital francesa le gustaba.
La misión, debía concentrarse en la misión. Al parecer, los gitanos que poseían un circo en las afueras de la ciudad tenían, como mínimo, a dos cambiantes con los que lucraban. Si los cambiantes estaban allí por propia voluntad o no a la Orden le tenía sin cuidado, eran demonios, seres creados por Satán y debían ser atrapados.
Samuele pasó dos horas –o un poco más- dando vueltas por el perímetro del circo, observando y dudando de todo. La gran cantidad de personas le favorecía, podía esconderse en la multitud, oír lo que nadie más oiría en el bullicio del ir y venir. Quería saber qué eran los cambiantes, ¿leones? ¿Osos? Si eran pájaros estaría en un serio problema, los cambiantes aves eran los más difíciles de atrapar.
La carpa principal comenzó a llenarse, señal de que iniciaría el espectáculo muy pronto. Samuele prefería merodear por detrás, no quería entrar y quedar atrapado entre el gentío –aunque tuviese un lugar preferencial para poder ver de cerca a los presuntos cambiantes-, le convenía quedar libre para poder moverse por el detrás de escena cuando entrasen y saliesen las jaulas. Además, planeaba estar por allí algunos días, ya tendría oportunidad de ver el show. Se había quedado junto a las carpas más pequeñas; Samuele observaba todo y en el fondo se alegraba de haber pasado desapercibido por la gente que allí solo buscaba un momento de diversión y no estaba dispuesta a desconfiar de nadie. La voz de la mujer no lo sobresaltó, pues la había visto surgir de una de las carpas, pero sí le hechizó pues jamás había un tono de voz así de dulce y a la vez seguro.
-Sí, definitivamente he llegado tarde –le sonrió, sabiendo que era eso lo primero que las mujeres disfrutaban de él-. Creo que tendré que volver mañana, he cabalgado en vano me temo. –Terminó la frase con las mismas palabras que ella había usado y, sin haberlo planeado, sintió que cierto aire de confidencialidad los envolvía.
La mujer se metió en la carpa y Samuele sintió añoranza de ella. Era un sinsentido, ¿por qué la extrañaba si no la conocía? Tal vez se trataba de una premonición, ¿era posible que de tanto andar con condenados se le hubiese pegado algo de sus dones? Se tomó unos segundos para leer el cartel junto a la carpa. Decidió que podía ser útil para su investigación conocerla un poco más, y que si sus inexistentes dones le habían avisado que había algo especial con aquella mujer él debía oírlos.
-Disculpa –dijo, cuando sacudió la puertilla de tela para anunciarse. Luego de eso metió la cabeza y ya por último el cuerpo entero-. ¿Podrías…? Bueno, no sé como se dice… ¿Podrías hacer conmigo eso que tú haces? –se rió porque sonaba extraño-. ¿Qué crees que hay en mi futuro? Me llamo Samo –le dijo y eso no era del todo mentira.
Samuele Liccari- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/03/2017
Re: Riverso {Samuele Liccari}
Beber té siempre la calmaba, sin importar las circunstancias que la rodearan, por eso se lo ofrecía a todos aquellos que entraban en su carpa, esperando que obrara en ellos el mismo efecto tranquilizante. Puede que no fuera la bebida en sí, sino el clima que creaba en torno a esa taza; los hacía sentirse seguros, arropados, como si estuvieran delante de una vieja amiga, aunque hiciera apenas un minuto que la habían visto por primera vez. Su voz tranquila y melodiosa hacía que volvieran su atención a ella, y el tacto suave de sus manos los atrapaba como el canto de una sirena. El exotismo de la carpa de Kala, con sus colores y su aroma a tierras lejanas, siempre resultaba de ayuda.
Estaba al fondo de la carpa, de pie, cuando la cortina de la puerta se abrió. Bajó la taza —que tenía a la altura de los labios— para girar la cabeza y ver a qué se debía. Era el hombre que había llegado tarde a la función y, cuanto entró en la carpa, a Kala le pareció mucho más grande que cuando estaba fuera. Probablemente se debiera al ambiente recogido del interior, más adaptado al tamaño de ella que al de sus visitantes.
—¿Eso que yo hago? —repitió, sonriendo divertida—. Se le llama ver el futuro.
Antes de meterse en la carpa, la gitana había visto la sonrisa del hombre y le había parecido francamente hermosa. Ahora que lo tenía ahí cerca, pudo apreciar con mayor exactitud sus rasgos, desde sus ojos azules hasta la sombra de la barba que enmarcaba parte de su rostro, la complexión de su cuerpo y su espalda, ancha y apetecible.
—Había terminado ya —dijo—, pero supongo que puedo aceptar un último cliente, Samo. —Sonrió de nuevo y se sentó en su lado de la mesa—. Yo me llamo Kala. Ven, siéntate.
Señaló el hueco frente a ella. En la carpa de Kala no había sillas. La gente se sentaba directamente en el suelo sobre cojines mullidos y de múltiples colores. En realidad, toda la carpa era una explosión de color, perfecta para dejar volar la imaginación a donde quiera que le quisiera llevar a uno. Era algo que describía a la perfección cómo era la ceilanesa, vibrante y llena de color.
Dejó la taza a un lado y sacó otra que no hacía juego con la suya, pero eso no hacía más que darle realismo a la situación. La llenó de té y se la ofreció a Samuele.
—Es té verde. Se lo ofrezco a todos los que entran, ayuda a que se relajen —explicó—. La mayoría de gente entra aquí sin saber muy bien qué busca, así que cuando les preguntó qué quieren saber se quedan trabados sin saber qué decirme, exactamente. —Tomó su taza y le dio un sorbo—. No es que necesite saberlo, en realidad, pero me ayuda a centrarme y no pasar horas contándoles cada cosa que veo. Si sé qué buscar termino antes, ellos pagan menos y yo recibo a más clientes.
¿Por qué le contaba todo aquello a un hombre que no conocía de absolutamente nada? No lo sabía. Quizá le había parecido simpático, o atractivo, o había sentido una conexión inusual entre ambos, o todo a la vez. El caso era que le apetecía hablar con él. ¿Importaba realmente el motivo? A Kala no, desde luego.
—Así que ahora me toca hacerte esa misma pregunta a ti —dejó la taza y extendió las manos sobre la mesa—: ¿qué es lo que quieres saber de tu futuro?
Clavó sus ojos en los de él, admirando la belleza que había en ellos. De pronto pensó que no debía ser la primera mujer que quedaba hechizada con ese azul intenso. Sonrió.
Estaba al fondo de la carpa, de pie, cuando la cortina de la puerta se abrió. Bajó la taza —que tenía a la altura de los labios— para girar la cabeza y ver a qué se debía. Era el hombre que había llegado tarde a la función y, cuanto entró en la carpa, a Kala le pareció mucho más grande que cuando estaba fuera. Probablemente se debiera al ambiente recogido del interior, más adaptado al tamaño de ella que al de sus visitantes.
—¿Eso que yo hago? —repitió, sonriendo divertida—. Se le llama ver el futuro.
Antes de meterse en la carpa, la gitana había visto la sonrisa del hombre y le había parecido francamente hermosa. Ahora que lo tenía ahí cerca, pudo apreciar con mayor exactitud sus rasgos, desde sus ojos azules hasta la sombra de la barba que enmarcaba parte de su rostro, la complexión de su cuerpo y su espalda, ancha y apetecible.
—Había terminado ya —dijo—, pero supongo que puedo aceptar un último cliente, Samo. —Sonrió de nuevo y se sentó en su lado de la mesa—. Yo me llamo Kala. Ven, siéntate.
Señaló el hueco frente a ella. En la carpa de Kala no había sillas. La gente se sentaba directamente en el suelo sobre cojines mullidos y de múltiples colores. En realidad, toda la carpa era una explosión de color, perfecta para dejar volar la imaginación a donde quiera que le quisiera llevar a uno. Era algo que describía a la perfección cómo era la ceilanesa, vibrante y llena de color.
Dejó la taza a un lado y sacó otra que no hacía juego con la suya, pero eso no hacía más que darle realismo a la situación. La llenó de té y se la ofreció a Samuele.
—Es té verde. Se lo ofrezco a todos los que entran, ayuda a que se relajen —explicó—. La mayoría de gente entra aquí sin saber muy bien qué busca, así que cuando les preguntó qué quieren saber se quedan trabados sin saber qué decirme, exactamente. —Tomó su taza y le dio un sorbo—. No es que necesite saberlo, en realidad, pero me ayuda a centrarme y no pasar horas contándoles cada cosa que veo. Si sé qué buscar termino antes, ellos pagan menos y yo recibo a más clientes.
¿Por qué le contaba todo aquello a un hombre que no conocía de absolutamente nada? No lo sabía. Quizá le había parecido simpático, o atractivo, o había sentido una conexión inusual entre ambos, o todo a la vez. El caso era que le apetecía hablar con él. ¿Importaba realmente el motivo? A Kala no, desde luego.
—Así que ahora me toca hacerte esa misma pregunta a ti —dejó la taza y extendió las manos sobre la mesa—: ¿qué es lo que quieres saber de tu futuro?
Clavó sus ojos en los de él, admirando la belleza que había en ellos. De pronto pensó que no debía ser la primera mujer que quedaba hechizada con ese azul intenso. Sonrió.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Riverso {Samuele Liccari}
Samuele –o Samo, como se había presentado recordando el apodo cariñoso con el que la sua mamma lo llamaba- era un hombre común que se esforzaba por ser detallista. Era algo que no le nacía con naturalidad, por lo que tenía que obligarse a observar, a leer las situaciones, los lugares y a las personas. El vistazo fue rápido, pero efectivo: todo allí hablaba de ella, de lo femenina y delicada que era, de su alegría y detalle.
-Ve mi futuro entonces, Kala –le dijo, sin dejar de lado la sonrisa que no era en absoluto fingida-. Nunca nadie lo ha visto, solo Dios, estimo, pero creo que puedo confiar en ti. Muchas gracias –dijo y aceptó la infusión que ella le daba.
Sentarse en el almohadón no era algo que tuviese en mente, si alguien entraba en plan de ataque él estaría en desventaja, por no decir que iba armado y sentarse requería que él se expusiese en ese aspecto frente a la mujer… Samuele tuvo que meditar bien sobre la acción y finalmente se sentó tras dar el primer sorbo al té, no sin antes sacar de su cinturón la daga mediana que siempre llevaba a mano.
-Ya no puede uno andar seguro en los caminos, los asaltantes aguardan tras cada árbol –le dijo a modo explicativo de la razón por la que iba armado así, lo decía buscando la complicidad y la dispensa de Kala-. Té verde, nunca había bebido, es bueno… creo que con miel podría estar todavía mejor.
Relajado no estaba, hacía muchos años que no experimentaba algo parecido. Ni siquiera entre las piernas de Simona –una compañera en la Orden con la que solían mantener encuentros meramente físicos, sin vínculo sentimental que los uniese- se sentía relajado. Era un soldado de la Santa Inquisición y solía dormir con un ojo medio abierto y la daga, que ahora estaba a su lado, en las manos. No podía cargarle la responsabilidad de relajarlo a un té verde, pero su sabor era agradable casi tan agradable como la presencia de Kala frente a él.
-No sé qué quiero saber, que feo se siente ser igual a todos los demás –se rió, mientras pensaba qué podría preguntarle, tenía que ser algo que pareciese común, que lo disfrazase de un hombre corriente con las dudas que alguien así tendría-: Preguntaré algo que tiene sin dormir a mi hermana… ¿Encontraré el amor de una buena mujer? ¡Pero qué manos tan suaves tienes! –puso las manazas suyas sobre las de ella y descubrió la calidez de sus palmas, no pudo evitar acariciarlas. –Soy un buen tío por lo que mi hermana y mi cuñado dicen, pero ¿alguna vez seré buen padre? Kala, ¿cómo funciona exactamente esto que tú haces?
Casarse y tener hijos nunca había estado en los planes de Samuele, pero Samuele no era Samuele en esos momentos, sino Samo y por eso jugaría a preguntar todo lo que un no-inquisidor querría saber. Ya tendría tiempo para hacerle preguntas que tuviesen que ver con el entorno, con el circo, sus hombres poderosos y el espectáculo con los cambiantes. Ah, por un momento se había olvidado de la misión, pero como buen pensamiento latente siempre regresaba para no dejarle olvidar quién era en realidad.
-Ve mi futuro entonces, Kala –le dijo, sin dejar de lado la sonrisa que no era en absoluto fingida-. Nunca nadie lo ha visto, solo Dios, estimo, pero creo que puedo confiar en ti. Muchas gracias –dijo y aceptó la infusión que ella le daba.
Sentarse en el almohadón no era algo que tuviese en mente, si alguien entraba en plan de ataque él estaría en desventaja, por no decir que iba armado y sentarse requería que él se expusiese en ese aspecto frente a la mujer… Samuele tuvo que meditar bien sobre la acción y finalmente se sentó tras dar el primer sorbo al té, no sin antes sacar de su cinturón la daga mediana que siempre llevaba a mano.
-Ya no puede uno andar seguro en los caminos, los asaltantes aguardan tras cada árbol –le dijo a modo explicativo de la razón por la que iba armado así, lo decía buscando la complicidad y la dispensa de Kala-. Té verde, nunca había bebido, es bueno… creo que con miel podría estar todavía mejor.
Relajado no estaba, hacía muchos años que no experimentaba algo parecido. Ni siquiera entre las piernas de Simona –una compañera en la Orden con la que solían mantener encuentros meramente físicos, sin vínculo sentimental que los uniese- se sentía relajado. Era un soldado de la Santa Inquisición y solía dormir con un ojo medio abierto y la daga, que ahora estaba a su lado, en las manos. No podía cargarle la responsabilidad de relajarlo a un té verde, pero su sabor era agradable casi tan agradable como la presencia de Kala frente a él.
-No sé qué quiero saber, que feo se siente ser igual a todos los demás –se rió, mientras pensaba qué podría preguntarle, tenía que ser algo que pareciese común, que lo disfrazase de un hombre corriente con las dudas que alguien así tendría-: Preguntaré algo que tiene sin dormir a mi hermana… ¿Encontraré el amor de una buena mujer? ¡Pero qué manos tan suaves tienes! –puso las manazas suyas sobre las de ella y descubrió la calidez de sus palmas, no pudo evitar acariciarlas. –Soy un buen tío por lo que mi hermana y mi cuñado dicen, pero ¿alguna vez seré buen padre? Kala, ¿cómo funciona exactamente esto que tú haces?
Casarse y tener hijos nunca había estado en los planes de Samuele, pero Samuele no era Samuele en esos momentos, sino Samo y por eso jugaría a preguntar todo lo que un no-inquisidor querría saber. Ya tendría tiempo para hacerle preguntas que tuviesen que ver con el entorno, con el circo, sus hombres poderosos y el espectáculo con los cambiantes. Ah, por un momento se había olvidado de la misión, pero como buen pensamiento latente siempre regresaba para no dejarle olvidar quién era en realidad.
Samuele Liccari- Inquisidor Clase Media
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Re: Riverso {Samuele Liccari}
Ahora era el turno de Samuele, así que Kala se calló y dejó que fuera él quien hablara. Recibió las grandes manos del hombre sobre las suyas, y no pudo evitar doblar ligeramente los dedos como si quisiera encerrarlas dentro de las mismas. Como casi todos los que entraban en su carpa, no sabía qué quería preguntar. La gitana sólo pudo sonreír ante tal confesión, puesto que sabía que, tarde o temprano, sus verdaderas dudas saldrían a flote, igual que a todos y cada uno de los que habían pasado por ahí. Tantos años allí debían de haber servido para algo, ¿no?
—Esto que yo hago —repitió— funciona manteniendo el contacto físico y concentrándome, captando la energía del otro. Son una especie de sueños premonitorios, sólo que no necesito estar dormida para tenerlos, y son menos claros que los otros, así que tengo que interpretarlos con más detenimiento.
No sabía si se lo creería o no, pero ella había sido sincera con él. Por lo general, ninguna persona que había acudido a ella le había preguntado cómo pensaba contestar a sus preguntas, así que, que ella recordara, era la primera vez que explicaba sus métodos. Tampoco se había parado a pensar cómo funcionaba exactamente; se limitaba a tomar las manos de sus clientes y concentrarse, como había hecho desde niña.
—Pero funciona —aseguró—, así que veamos, Samo, si puedes salir de aquí con una alegría para tu hermana.
Entonces sí, envolvió las manos de Samuele con las suyas —bastante más pequeñas, en comparación— y se calló, entrando en una especie de trance que, aunque le permitía seguir sintiendo lo que pasaba a su alrededor, la mantenía concentrada en la sucesión de imágenes que se iban dibujando en su mente. Al principio no ocurrió nada extraño, sólo vio escenas sueltas de la vida del hombre que estaba frente a ella. En la medida que se iba acercando a lo referente a su futuro amoroso y su descendencia, sin embargo, las imágenes se volvían borrosas y confusas, como si algo no le dejara pasar. Lo intentó varias veces, incluso hizo una pausa para dar un sorbo de su té, que ya se había enfriado, para intentar serenarse, pero le resultó imposible. Aún así, Kala no se dio por vencida.
Agarró las manos de Samuele con más fuerza y cerró los ojos tanto que los párpados le dolieron. Se había propuesto darle las respuestas que buscaba, así que se abalanzó sobre la neblina que veía como si fuera un muro que quería atravesar. Escuchaba ruidos. ¿Era eso la risa de un bebé? Vio unas manos pequeñitas y rechonchas agarrar el mentón de un hombre y oyó el tono de voz tan dulce con el que hablaba al niño. Aparecieron las manos de una mujer, y el corazón de Kala comenzó a latir desbocado, un aviso de su cuerpo para que lo dejara.
Tuvo que soltar las manos de Samuele como si estuvieran ardiendo. Se quedó mirando las suyas con el cuerpo entero temblando. ¿Qué había pasado? ¿Por qué no había sido capaz de ver algo tan sencillo como eso?
—Lo siento —susurró—. No sé qué me ha pasado.
Quiso mirarle a los ojos, pero en cuanto elevó la vista y la cruzó con la de él la bajó de nuevo a la mesa. Nada más ver el azul de sus pupilas su cuerpo volvió a temblar.
—Debe de ser el cansancio, ha sido un día muy largo. —Habló sin mirarlo, intentando aparentar una calma que lejos estaba de sentir—. Probaré otra cosa. Es menos preciso, pero siempre funciona. Y esta vez es verdad.
Se estiró y sacó una baraja del tarot de debajo de la mesa. Las barajó despacio, dándose tiempo a tranquilizarse, y las dejó, boca abajo, frente a Samuele.
—Está bien. —Carraspeó—. Corta la baraja y deja el montón de encima aquí —puso la mano en su lado izquierdo—. El otro, dámelo.
Tendió la mano derecha sobre la mesa y esperó. Si con aquello no conseguía decirle nada nuevo, ya podía irse despidiendo de unos cuantos clientes. Estaba segura.
—Esto que yo hago —repitió— funciona manteniendo el contacto físico y concentrándome, captando la energía del otro. Son una especie de sueños premonitorios, sólo que no necesito estar dormida para tenerlos, y son menos claros que los otros, así que tengo que interpretarlos con más detenimiento.
No sabía si se lo creería o no, pero ella había sido sincera con él. Por lo general, ninguna persona que había acudido a ella le había preguntado cómo pensaba contestar a sus preguntas, así que, que ella recordara, era la primera vez que explicaba sus métodos. Tampoco se había parado a pensar cómo funcionaba exactamente; se limitaba a tomar las manos de sus clientes y concentrarse, como había hecho desde niña.
—Pero funciona —aseguró—, así que veamos, Samo, si puedes salir de aquí con una alegría para tu hermana.
Entonces sí, envolvió las manos de Samuele con las suyas —bastante más pequeñas, en comparación— y se calló, entrando en una especie de trance que, aunque le permitía seguir sintiendo lo que pasaba a su alrededor, la mantenía concentrada en la sucesión de imágenes que se iban dibujando en su mente. Al principio no ocurrió nada extraño, sólo vio escenas sueltas de la vida del hombre que estaba frente a ella. En la medida que se iba acercando a lo referente a su futuro amoroso y su descendencia, sin embargo, las imágenes se volvían borrosas y confusas, como si algo no le dejara pasar. Lo intentó varias veces, incluso hizo una pausa para dar un sorbo de su té, que ya se había enfriado, para intentar serenarse, pero le resultó imposible. Aún así, Kala no se dio por vencida.
Agarró las manos de Samuele con más fuerza y cerró los ojos tanto que los párpados le dolieron. Se había propuesto darle las respuestas que buscaba, así que se abalanzó sobre la neblina que veía como si fuera un muro que quería atravesar. Escuchaba ruidos. ¿Era eso la risa de un bebé? Vio unas manos pequeñitas y rechonchas agarrar el mentón de un hombre y oyó el tono de voz tan dulce con el que hablaba al niño. Aparecieron las manos de una mujer, y el corazón de Kala comenzó a latir desbocado, un aviso de su cuerpo para que lo dejara.
Tuvo que soltar las manos de Samuele como si estuvieran ardiendo. Se quedó mirando las suyas con el cuerpo entero temblando. ¿Qué había pasado? ¿Por qué no había sido capaz de ver algo tan sencillo como eso?
—Lo siento —susurró—. No sé qué me ha pasado.
Quiso mirarle a los ojos, pero en cuanto elevó la vista y la cruzó con la de él la bajó de nuevo a la mesa. Nada más ver el azul de sus pupilas su cuerpo volvió a temblar.
—Debe de ser el cansancio, ha sido un día muy largo. —Habló sin mirarlo, intentando aparentar una calma que lejos estaba de sentir—. Probaré otra cosa. Es menos preciso, pero siempre funciona. Y esta vez es verdad.
Se estiró y sacó una baraja del tarot de debajo de la mesa. Las barajó despacio, dándose tiempo a tranquilizarse, y las dejó, boca abajo, frente a Samuele.
—Está bien. —Carraspeó—. Corta la baraja y deja el montón de encima aquí —puso la mano en su lado izquierdo—. El otro, dámelo.
Tendió la mano derecha sobre la mesa y esperó. Si con aquello no conseguía decirle nada nuevo, ya podía irse despidiendo de unos cuantos clientes. Estaba segura.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Riverso {Samuele Liccari}
La alegría de Brunella Liccari –ahora esposa de Davide D’Arcone y madre de Michella D’Arcone, de casi un año de edad- sería ver a Samuele establecido, formando una familia y lejos del peligro que la inquisición traía aparejado. Justamente por eso, por la última parte del deseo de la joven, era que Samuele sabía que nunca podría contentarla. Había sido entregado a Cristo desde pequeño como cumplimiento de una promesa familiar a Dios, primero había servido en la iglesia, luego, ya de mayor, en la Santa Orden llevando orgullo a la familia trabajadora de la que provenía: los Liccari. Sus padres habían hecho una promesa a Dios, involucrando la vida de su primogénito, y no sería él quien la rompiese. Brunella podía soñarlo como padre de algunos primos de Michella, pero no lejos de lo único que sabía hacer.
Samuele bebió de un trago el té verde que le quedaba, como si se tratase de ron. Luego volvió a entregarle sus manos a Kala para acabar imitándola, cerrando los ojos y concentrándose en los sonidos lejanos, que el circo creaba, y ajenos a la intimidad que la carpa les brindaba. ¿Cómo no le daba miedo a aquella mujer estar sola con un hombre allí, que para colmo le había mostrado que iba armado?
Abrió un ojo tímidamente y al observarla, por completo abstraída, Samuele acabó abriendo el otro también. Los movimientos de su rostro evidenciaban concentración y a él le pareció todavía más hermosa, bajó la mirada hacia sus manos que permanecían unidas y le gustó el contraste que se creaba entre las tonalidades de ambas pieles. En ellas se concentraba cuando Kala lo soltó de golpe, como si hubiera pasado algo malo.
-¿Pero está todo bien? –se preocupó, sin caer en cuenta de que poco a poco estaba creyendo en algo que bien podría ser solo un invento para quitarle dignamente el dinero a las personas-: ¿Qué has visto? ¡No me digas que muero mañana! Bueno, al menos moriré con tu sonrisa bien dibujada en mi memoria –le sonrió para desdramatizar.
Lamentando que la suavidad de Kala ya no estuviese entre sus manos, Samuele observó las cartas de tarot y cerró los ojos –como un total creyente de aquellas cosas- y cortó la baraja. Cuando volvió a ver, notó que había cortado en dos partes muy desiguales, la que dejó a un lado tenía solo cuatro cartas. Esperaba que eso no significase nada malo.
-Me gustaría sumar preguntas –pidió, crédulo como si no fuese católico incluso desde antes de nacer-: ¿Cómo me irá en mi… negocio? –No sabía cómo denominar su actividad, la de soldado de la inquisición, de manera que no llamase la atención. Para cubrirse y no dejar lugar a preguntas que no supiese responder, agregó una duda más-: También me gustaría saber si tú y yo seremos amigos, Kala. –Después de todo él necesitaba crear cierto vínculo con ella para hacerse con información del circo, ¿no era por eso que había acabado allí adentro bebiendo té verde y cortando barajas?
Samuele bebió de un trago el té verde que le quedaba, como si se tratase de ron. Luego volvió a entregarle sus manos a Kala para acabar imitándola, cerrando los ojos y concentrándose en los sonidos lejanos, que el circo creaba, y ajenos a la intimidad que la carpa les brindaba. ¿Cómo no le daba miedo a aquella mujer estar sola con un hombre allí, que para colmo le había mostrado que iba armado?
Abrió un ojo tímidamente y al observarla, por completo abstraída, Samuele acabó abriendo el otro también. Los movimientos de su rostro evidenciaban concentración y a él le pareció todavía más hermosa, bajó la mirada hacia sus manos que permanecían unidas y le gustó el contraste que se creaba entre las tonalidades de ambas pieles. En ellas se concentraba cuando Kala lo soltó de golpe, como si hubiera pasado algo malo.
-¿Pero está todo bien? –se preocupó, sin caer en cuenta de que poco a poco estaba creyendo en algo que bien podría ser solo un invento para quitarle dignamente el dinero a las personas-: ¿Qué has visto? ¡No me digas que muero mañana! Bueno, al menos moriré con tu sonrisa bien dibujada en mi memoria –le sonrió para desdramatizar.
Lamentando que la suavidad de Kala ya no estuviese entre sus manos, Samuele observó las cartas de tarot y cerró los ojos –como un total creyente de aquellas cosas- y cortó la baraja. Cuando volvió a ver, notó que había cortado en dos partes muy desiguales, la que dejó a un lado tenía solo cuatro cartas. Esperaba que eso no significase nada malo.
-Me gustaría sumar preguntas –pidió, crédulo como si no fuese católico incluso desde antes de nacer-: ¿Cómo me irá en mi… negocio? –No sabía cómo denominar su actividad, la de soldado de la inquisición, de manera que no llamase la atención. Para cubrirse y no dejar lugar a preguntas que no supiese responder, agregó una duda más-: También me gustaría saber si tú y yo seremos amigos, Kala. –Después de todo él necesitaba crear cierto vínculo con ella para hacerse con información del circo, ¿no era por eso que había acabado allí adentro bebiendo té verde y cortando barajas?
Samuele Liccari- Inquisidor Clase Media
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Re: Riverso {Samuele Liccari}
El tacto desgastado de las cartas la tranquilizó, permitiéndole, al menos, volver a mirar el rostro de Samuele. Aún así, el azul de sus ojos seguía causándole cierta inquietud, y cada vez que lo miraba más de lo estrictamente necesario recordaba la manos y la risa del bebé de las visiones. No había llegado a ver los rasgos del hombre que lo tenía en brazos, por eso no quería aventurarse a contestar tan pronto a su preguntas. Estaba casi segura de que era él, pero no le valía una certeza a medias; necesitaba estar totalmente segura.
—¡No, no! —contestó rápidamente—. No es por nada de eso, es más, no es… —intentó explicar, pero lo cierto era que ni siquiera ella era capaz de entender qué había pasado—. No he cortado por lo que he visto, sino por lo que no he podido ver. Me ha ocurrido alguna otra vez, pero aún no entiendo el motivo. Lo que sí te puedo asegurar es que no morirás mañana, ni pasado, ni en un corto período de tiempo —dijo—. Me atrevería a decir que eres como una roca.
Si no creía que, efectivamente, lo era, fue por el aura de humano que veía cuando lo miraba. No lo mencionó porque no sería la primera vez que alguien se ofendía por escuchar algo así, así que simplemente sonrió y tomó el montón de cartas que Samuele le tendió.
—Eso son muchas preguntas —dijo, colocando una fila de cuatro cartas sobre la mesa, con el dorso hacia arriba—, así que las iremos resolviendo de una en una. ¿Te parece bien?
Tras colocar esas en línea recta, hizo otras tres filas de la misma longitud —cuatro en total, una por cada pregunta— y dos más que dejó al final, algo separadas de las demás pero bien visibles. Dejó las sobrantes en su lado derecho, de manera que no se mezclaran con las cuatro que había en el izquierdo, miró a Samuele un momento y después bajó los ojos hasta las cartas desplegadas.
—Por lo que me has dicho que tiene preocupada a tu hermana, deduzco que eres soltero, o viudo. —levantó la primera carta y sonrió—. Soltero.
Siguió levantando las cartas de la primera fila y, cuando terminó, apoyó una mano sobre la otra y las observó detenidamente.
—Eres un hombre que trabaja mucho en algo que tu familia te ha proporcionado. Puede ser un negocio familiar —dedujo—, o algo que ellos querían que fueras. Sea como fuere, has seguido un camino que te han marcado, con bastante éxito, parece. —Observó las últimas dos cartas y se calló unos segundos—. No veo que vaya a haber grandes cambios en tu… negocio, pero sí habrá momentos complicados en los que termines cansado y agobiado. No serán momentos fáciles, pero pareces un hombre fuerte, decidido y con unos ideales bien definidos.
Señaló la última carta, la que retorcía un poco el brillante futuro del inquisidor, y pasó a la siguiente fila de cartas. Levantó la primera y abrió los ojos; esa fila le daría las respuestas que su hermana andaba buscando.
—Algo sí que queda claro —puso el índice sobre la carta descubierta—: habrá una mujer en tu vida —anunció y procedió a levantar el resto—. Pero, de nuevo, no será algo sencillo… Vaya, Samo, tu vida parece realmente intensa —comentó y sonrió—. No va a ser una relación fácil; tengo la sensación de que entre ella y tu negocio habrá una relación muy fuerte que va a suponer un reto para los dos.
Continuó levantando las cartas de la fila siguiente en busca de la próxima respuesta, que estaba estrechamente relacionada con ésta. Volvió a sonreír cuando la halló.
—Pero el futuro os traerá una alegría muy grande. —Señaló una carta en la que el dibujo simbolizaba la fertilidad de la mujer—. Enhorabuena.
Iba a comenzar con la última fila, pero cuando estaba a punto de levantar la primera de las cartas —de hecho, ya había separado uno de los bordes de la mesa— se quedó quieta; no necesitaba verlas para saber la respuesta a la última pregunta. Alargó la mano hasta alcanzar una de las de Samuele y se la colocó con la palma hacia arriba encima de la mesa. La acarició con las yemas de los dedos y, aunque no se concentró tanto como la vez anterior, un chispazo le recorrió el brazo, erizándole la piel.
—En cuanto a tu última pregunta —dijo—, no necesito ver las cartas, puesto que algo me dice que sí seremos amigos. —Apartó la mano con suavidad y sirvió un poco más de té en ambas tazas—. Lo que no puedo decirte es cuando, porque todo dependerá de la asiduidad con la que vengas a verme.
Envolvió su taza con las manos y dejó que el humo le rozara el rostro antes de dar el primer sorbo. Aquella era la primera vez que Kala sentía curiosidad por conocer un poco más de la vida del hombre que tenía en frente.
—¡No, no! —contestó rápidamente—. No es por nada de eso, es más, no es… —intentó explicar, pero lo cierto era que ni siquiera ella era capaz de entender qué había pasado—. No he cortado por lo que he visto, sino por lo que no he podido ver. Me ha ocurrido alguna otra vez, pero aún no entiendo el motivo. Lo que sí te puedo asegurar es que no morirás mañana, ni pasado, ni en un corto período de tiempo —dijo—. Me atrevería a decir que eres como una roca.
Si no creía que, efectivamente, lo era, fue por el aura de humano que veía cuando lo miraba. No lo mencionó porque no sería la primera vez que alguien se ofendía por escuchar algo así, así que simplemente sonrió y tomó el montón de cartas que Samuele le tendió.
—Eso son muchas preguntas —dijo, colocando una fila de cuatro cartas sobre la mesa, con el dorso hacia arriba—, así que las iremos resolviendo de una en una. ¿Te parece bien?
Tras colocar esas en línea recta, hizo otras tres filas de la misma longitud —cuatro en total, una por cada pregunta— y dos más que dejó al final, algo separadas de las demás pero bien visibles. Dejó las sobrantes en su lado derecho, de manera que no se mezclaran con las cuatro que había en el izquierdo, miró a Samuele un momento y después bajó los ojos hasta las cartas desplegadas.
—Por lo que me has dicho que tiene preocupada a tu hermana, deduzco que eres soltero, o viudo. —levantó la primera carta y sonrió—. Soltero.
Siguió levantando las cartas de la primera fila y, cuando terminó, apoyó una mano sobre la otra y las observó detenidamente.
—Eres un hombre que trabaja mucho en algo que tu familia te ha proporcionado. Puede ser un negocio familiar —dedujo—, o algo que ellos querían que fueras. Sea como fuere, has seguido un camino que te han marcado, con bastante éxito, parece. —Observó las últimas dos cartas y se calló unos segundos—. No veo que vaya a haber grandes cambios en tu… negocio, pero sí habrá momentos complicados en los que termines cansado y agobiado. No serán momentos fáciles, pero pareces un hombre fuerte, decidido y con unos ideales bien definidos.
Señaló la última carta, la que retorcía un poco el brillante futuro del inquisidor, y pasó a la siguiente fila de cartas. Levantó la primera y abrió los ojos; esa fila le daría las respuestas que su hermana andaba buscando.
—Algo sí que queda claro —puso el índice sobre la carta descubierta—: habrá una mujer en tu vida —anunció y procedió a levantar el resto—. Pero, de nuevo, no será algo sencillo… Vaya, Samo, tu vida parece realmente intensa —comentó y sonrió—. No va a ser una relación fácil; tengo la sensación de que entre ella y tu negocio habrá una relación muy fuerte que va a suponer un reto para los dos.
Continuó levantando las cartas de la fila siguiente en busca de la próxima respuesta, que estaba estrechamente relacionada con ésta. Volvió a sonreír cuando la halló.
—Pero el futuro os traerá una alegría muy grande. —Señaló una carta en la que el dibujo simbolizaba la fertilidad de la mujer—. Enhorabuena.
Iba a comenzar con la última fila, pero cuando estaba a punto de levantar la primera de las cartas —de hecho, ya había separado uno de los bordes de la mesa— se quedó quieta; no necesitaba verlas para saber la respuesta a la última pregunta. Alargó la mano hasta alcanzar una de las de Samuele y se la colocó con la palma hacia arriba encima de la mesa. La acarició con las yemas de los dedos y, aunque no se concentró tanto como la vez anterior, un chispazo le recorrió el brazo, erizándole la piel.
—En cuanto a tu última pregunta —dijo—, no necesito ver las cartas, puesto que algo me dice que sí seremos amigos. —Apartó la mano con suavidad y sirvió un poco más de té en ambas tazas—. Lo que no puedo decirte es cuando, porque todo dependerá de la asiduidad con la que vengas a verme.
Envolvió su taza con las manos y dejó que el humo le rozara el rostro antes de dar el primer sorbo. Aquella era la primera vez que Kala sentía curiosidad por conocer un poco más de la vida del hombre que tenía en frente.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Riverso {Samuele Liccari}
Siempre había creído que había personas especiales -¿cómo no iba a hacerlo si estando en la Inquisición convivía con condenados de diferentes razas?-, pero de ellas a Kala, que al parecer podía meterse en él y leerlo. sí que había una diferencia. Era una experiencia fuerte, Samuele por un instante se había sentido expuesto ante ella, como si estuviese desnudo ante Kala y ella se entretuviese mirando en detalle la forma de cada una de sus cicatrices, y a la vez sintió que la situación era purificadora; un examen del que había salido airoso. Cuando volvieron a hablar, ya sin la solemnidad del acto, Samuele se sentía unido a la mujer de una manera que no podría explicar.
-Sí, estoy donde mis padres desearon que esté –le dijo para confirmar que había visto lo correcto, pero sin dar más detalles-. Y en cuanto a la mujer de mi vida… pues tendré que estar más atento si no quiero que pase de largo, porque en realidad no hay ninguna mujer de importancia en mi vida. Podría decir que solo tú lo sabes todo de mí.
Y eso no era mentira, sacando a su hermana, a Abigail –que era la líder de su facción y con quien tenía un trato cercano, pero no íntimo- y Simona, una compañera con la que ocasionalmente se encontraba solo para aliviar los cuerpos, Samuele no tenía a ninguna otra mujer en su vida. Bueno, ahora Kala, su reciente amiga.
-Gracias –respondió inmediatamente, y sin pensar, a la felicitación por el hijo que tendría. Luego de eso soltó una carcajada-: Qué extraño es aceptar felicitaciones por algo que aún no he hecho, pero gracias de todos modos.
Un alboroto se dejó oír a pesar de la grosura de las telas que formaban la carpa, al parecer estaba por empezar otro de los espectáculos o alguno había acabado. No podía decirlo con seguridad, pero lo evidente era que la gente comenzaba a circular otra vez por el circo gitano. Samuele debía irse, volver a su investigación. Se puso en pie lentamente y dejó dos monedas en la mesilla donde estaban todavía las cartas de Kala.
-Volveré pronto entonces, amiga –le sonrió-, aunque ahora te tocaría a ti visitarme. Estoy en el límite del camino, del otro lado de la entrada. Dormiré ahí unos días, aprovechando el buen clima, luego he de seguir viaje. Serás bienvenida, aunque te advierto que no sé leer el futuro de nadie y tampoco tengo té, pero pasaremos un buen momento de todos modos –se encogió de hombros-. Gracias por todo, me voy siendo un poco más creyente.
Antes de salir, Samuele se acercó a Kala y la miró unos instantes, como si quisiera memorizarla para no olvidarla jamás. Había sido un remanso en medio de la caótica misión, había sido la risa sincera y el despeje mental que necesitaba. Le debía más de lo que podía explicarle. Por eso, a modo de despedida, Samuele se inclinó y la besó en la comisura del labio.
-Hasta pronto, amiga. Esperaré tu visita, pero mientras tanto espero que no vayas por ahí contando mis secretos.
-Sí, estoy donde mis padres desearon que esté –le dijo para confirmar que había visto lo correcto, pero sin dar más detalles-. Y en cuanto a la mujer de mi vida… pues tendré que estar más atento si no quiero que pase de largo, porque en realidad no hay ninguna mujer de importancia en mi vida. Podría decir que solo tú lo sabes todo de mí.
Y eso no era mentira, sacando a su hermana, a Abigail –que era la líder de su facción y con quien tenía un trato cercano, pero no íntimo- y Simona, una compañera con la que ocasionalmente se encontraba solo para aliviar los cuerpos, Samuele no tenía a ninguna otra mujer en su vida. Bueno, ahora Kala, su reciente amiga.
-Gracias –respondió inmediatamente, y sin pensar, a la felicitación por el hijo que tendría. Luego de eso soltó una carcajada-: Qué extraño es aceptar felicitaciones por algo que aún no he hecho, pero gracias de todos modos.
Un alboroto se dejó oír a pesar de la grosura de las telas que formaban la carpa, al parecer estaba por empezar otro de los espectáculos o alguno había acabado. No podía decirlo con seguridad, pero lo evidente era que la gente comenzaba a circular otra vez por el circo gitano. Samuele debía irse, volver a su investigación. Se puso en pie lentamente y dejó dos monedas en la mesilla donde estaban todavía las cartas de Kala.
-Volveré pronto entonces, amiga –le sonrió-, aunque ahora te tocaría a ti visitarme. Estoy en el límite del camino, del otro lado de la entrada. Dormiré ahí unos días, aprovechando el buen clima, luego he de seguir viaje. Serás bienvenida, aunque te advierto que no sé leer el futuro de nadie y tampoco tengo té, pero pasaremos un buen momento de todos modos –se encogió de hombros-. Gracias por todo, me voy siendo un poco más creyente.
Antes de salir, Samuele se acercó a Kala y la miró unos instantes, como si quisiera memorizarla para no olvidarla jamás. Había sido un remanso en medio de la caótica misión, había sido la risa sincera y el despeje mental que necesitaba. Le debía más de lo que podía explicarle. Por eso, a modo de despedida, Samuele se inclinó y la besó en la comisura del labio.
-Hasta pronto, amiga. Esperaré tu visita, pero mientras tanto espero que no vayas por ahí contando mis secretos.
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Samuele Liccari- Inquisidor Clase Media
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