Calle Ambición [Libre]

por **Flora Coquerel** Lun Jun 11, 2018 10:40 pm

—Vamos, Flora, vamos… que esta información te interesa.

Apremió Amadou Levasseur, conocido y eficaz malandrín que vigilaba de cerca los barrios altos, mientras se tocaba su clara melena y una pelirroja fruncía los labios en uno de los callejones de París.

Había sido una tarde agotadora para Flora, buscando información sobre gente poderosa en la zona. Y como Amadou tenía una excelente reputación de soltar datos certeros por algunos francos, se la había pasado negociando con él. Tras unos días rastreando potenciales nuevos amos, Flora había hecho contacto con aquella sabandija a un pasadizo donde habían pasado negociando el precio. Pero ya había muerto la mañana y Flora quería emprender la marcha, porque el dinero nunca duraba.

—Quizás unos tragos sean lo que hace falta para cerrar el trato.
—No, Levasseur. Ya te he dicho que tengo prisa. Cada minuto que gasto en ti es dinero que no gano. No voy a pagarte esa cantidad. Que te quede claro.

Al escuchar aquello, el hombre puso morritos pero ella ni lo miró: quería marcharse. Salieron de la calleja y se acabó totalmente la conversación. Él le miraba sumiso, deseoso de que le dijera dónde encontrarlo, por si lo pensaba mejor, pero al llegar al principio del callejón y ver que ella no se lo pedía, decidió hacer algo. Con la mejor de sus sonrisas, sacó un papelillo de su malogrado bolsillo.

—Toma, aquí tienes un nombre. Vuelve a mí y te conseguiré diez más, el doble de ricos.

Flora asintió y guardó el escrito en el bolsillo de su abrigo. Emocionada por haber conseguido aquello, pasó con provocación la lengua por sus labios, y se dispuso a alejarse de Amadou sentenciando:

—Ya, apártate. No quiero ser vista tratando contigo.

Desconcertado, el pillo le miró. Su orgullo herido deseó que alguien les pillara y acabara divulgando rumores acerca de la intachable ama de llaves. Pero al final, asintió, se dio la vuelta y se marchó. Al ver que se alejaba, Flora sonrió, ubicó con su vista la salida, y se marchó hacia un lugar donde, definitivamente, conocerían el nombre que celosamente guardaba: el Hotel Des Arenes.

En la recepción dijo estar buscando a la persona del papel, con la excusa de entregarle una encomienda de tal importancia que no podía llegar a destino sino por sus propias manos. El empleado le pidió unos minutos y se alejó de su puesto para corroborar la información. Eso le dio tiempo a Flora para examinar el salón más próximo.

¿Qué hacer con ese montón de adinerados huéspedes? Podía poner en peligro a un mocoso a propósito, para luego salvarlo y quedar de santa ante los padres, o también estaba la opción de compadecerse de un viejo enfermo que necesitaba de cuidados. Cualquier maniobra servía, pero esa era solamente la puerta de entrada. Lo importante era lo que podía ofrecer una vez dentro de la casa para escalar. Podía vender sus servicios, su instinto asesino, su sangre, su cuerpo. Hasta su alma hubiera enajenado, de tener una.