Perdida en la calle (libre)

Debí haberle hecho caso a mi tía.
No dejaba de reprocharme esto una y otra vez a mí misma mientras vagaba por los callejones, perdida y confundida. A saber qué clase de gente indeseable e inmundicia habría por aquí.
Llevaba mi libro de música en francés bajo el brazo, pues había oído que en el Conservatorio Ascarlani se buscaba una maestra de canto, y tras discutir deliberarlo con mis tíos llegamos a un acuerdo: yo me presentaba en sociedad en una semana y a cambio ellos me permitían trabajar en el conservatorio y aprender a tocar el piano.
Caminaba procurando hacer el menor ruido posible -cosa difícil calzando unos tacones infernales propios de "señoritas de buen ver"- al tiempo que intentaba orientarme. No lo conseguiría; y tampoco podía preguntarle a nadie -si es que hubiese alguien por aquí- pues apenas sabía hablar algo de francés, solo leía a autores como Jean Jacques Rousseau por entretenerme y los idiomas que dominaba eran el inglés, el español y el italiano. El francés nunca me agradó, o más bien me encandiló hasta que mis padres... bueno, desparecieron misteriosamente abandonándome...
Tropecé con un socavón por andar demasiado ensimismada en mis recuerdos. Casi sin darme cuenta las lágrimas empezaban a aflorar a mis ojos a causa de la desaparición de mis padres. Ya habían pasado dos años, debía centrarme en MI presentación pública, en MI vida, en MI futuro... pero, ¿qué otra opción había? Yo había aprendido a contarle a mi madre todo aquello que me inquietaba, a ver a mi padre fumar un puro cada tarde mientras me contaba los detalles de los hijos de sus "amigos", que algún día podrían llegar a ser mis esposos. Pero lo que más me gustaba de mi familia era que estaban siempre a mi lado. Mi antigua mejor amiga me confesó que a su prima, su padre le hacía trabajar en un burdel por las noches y que no le daban de comer si no "se lo ganaba"; desde que esa horrenda idea se instaló en mi mente, me di cuenta de la suerte que tenía respecto a mi familia. Pero entonces ellos...
Otro socavón y, desgraciadamente para mi honor, acabé tirada en el suelo, con mi libro de música a unos cuantos pasos; mi vestido sucio y maltrecho por el golpe y mi pelo desordenado, sudado y sucio.
Quizá fue la tristeza, quizá la vergüenza de haber tenido una caída tan ridícula, quizá que mi presentación estaba cerca y yo, nada dispuesta a estar allí ese día. El caso es que las lágrimas que tanto había intentado contener, junto con el enfado y los nervios, salieron de mi garganta en forma de gemidos cortos y agudos; comencé a llorar, a gritar como una bruja loca y a pegar puñetazos al suelo sin poder parar.
Ya era u poco tarde, debía llegar a casa para ensayar un poco antes de dormir.
Dormir...
¿Qué sueños me esperarían esa noche? Quizá otra vez con que me como un conejo, o algo mucho más estúpido. Mis sueños también me hacen sentir de una extraña manera...
Tras varios minutos de llantos y gemidos lastimeros, decidí recuperar la poca dignidad que seguramente me quedaba y volver a casa. Me levanté, alisé mi vestido azul oscuro con toda la delicadeza posible, intenté peinarme con los dedos y arreglar mi maquillaje con sumo cuidado. Seguramente a estas alturas tenía una apariencia horrible y decadente, pero no fue eso lo que hizo que un escalofrío me recorriese entera, sino el sonido de algo...
¿Un gruñido? ¿Pasos? , pensé aterrada.
-¿H-Hay alguien ahí?-pregunté mientras tragaba con fuerza. Había demasiada oscuridad y yo ya temblaba violentamente.