All flesh must be eaten // Privado - Dorian

Sumida en la desesperación de no poder cumplir con su cometido en la vida, aquel que se le había asignado siendo únicamente una niña, Amaryllis había decidido probar una cosa que jamás a ningún Gagneux se le hubiese ocurrido: dejar de comer carne humana, aquello que les diferenciaba del resto, lo que les hacía especiales, lo que les otorgaba una ventaja según se decían de padres a hijos desde hacía generaciones. Siglos habían pasado desde que el primero de su árbol genealógico decidiera pasarse al canibalismo y, desde entonces, nadie había abandonado la senda elegida por aquel pionero, cuyo busto en piedra presidía el hall de su mansión: Pierrot Gagneux, la leyenda. Pero ella no podía más con la culpa, con el miedo a decepcionar a aquel a quien más quería en el mundo, a la única familia que le quedaba, su hermano Dorian. Con lo que no contaba era con lo que sucedió casi dos semanas después de tomar aquella decisión.
 
Aquella mañana, al despertarse, tuvo que apoyarse en el respaldo de la silla para poder levantarse de la cama. Se sentía débil y algo mareada. Su rostro se veía pálido, demacrado y unas manchas oscuras enmarcaban sus ojos. Tardó más tiempo del habitual en vestirse y arreglarse cono era debido. Pero no había en el mundo maquillaje suficiente que cambiara el aspecto enfermizo de aquella cara.
 
Bajó las escaleras despacio, haciendo varias paradas en las que aferró con fuerza la barandilla. Una vez alcanzó la cocina, se encontró a su hermano allí, tomando café con el periódico en la mano. -Buenos días.- Le dedicó la mejor de sus sonrisas, intentando disimular su malestar. Fue a buscar la cafetera y le rellenó la taza a Dorian. -¿Quieres que te prepare algo para comer?- Lo cierto era que sentía el estómago revuelto y la cabeza le daba vueltas. De un modo tal que le costó regresar la tetera a su lugar sin desparramar todo su contenido por la encimera. Se puso de puntillas para coger un tarro de mermelada del estante más alto cuando, de pronto, sintió otro de aquellos mareos y se dejó caer arrodillada en el suelo, con las náuseas asomando a su garganta, cubriéndose la boca con ambas manos. Más que pálida, casi se veía amarillenta. -No sé lo que...- No pudo ni terminar la frase que sintió una arcada. Abrió con torpeza el armario del fregadero y sacó un cubo en el que poder vomitar. Se sentía hecha unos zorros. Jamás en su vida se había encontrado tan mal. ¿Qué estaba ocurriendo? Mientras en su cabeza algunas ideas se iban cavilando, lo que sucedía era que su metabolismo, educado durante generaciones a sustentarse a base de carne humana, estaba ahora minado por la falta de ese alimento. La carne animal no aportaba los mismos nutrientes y su cuerpo exigía ser atendido como correspondía del único modo que conocía: Doliendo.

Tomo 3. El libro del buen amante.

La noche brillaba en plata, la luna redonda y blanca coronaba como una dama la noche carente de estrellas. Ese día había fijado mi mirada en la condesa de Montroy una mujer adinerada que enviudó hacia apenas un par de años, la dama estaba de muy buen ver pese a que me sacaba cerca de diez años y como yo deseaba “discreción” Con ella descubrí una nueva cosa que desconocía, al parecer alguna féminas cansadas del sexo “normal” anhelaban algo mas, el látigo se convirtió en nuestro aliado y mi verga concluyó la noche adentrándose en unos confines completamente empapados...


Cerré el libro al escuchar a mi hermana ya en la cocina, sople apagando el velón que iluminaba la mesa de mi escritorio y me puse en pie dejando la silla perfectamente alineada con la mesa del despacho.
Si en algo debía caracterizarse alguien como yo era en ser meticuloso, no podía cometer errores pues podrían ser fatales para mi familia.

Bajé las escaleras sonriendo a mi hermana que preparaba un café danzando por la cocina de roble maciza que teníamos perfectamente decorada para nuestro estatus.
Enarque una ceja al ver como flaqueaba, nosotros no eramso propensos a enfermar, seguramente por la deliciosa dieta que frecuentábamos, así que aquel mareo me preocupó en exceso, sobre todo porque mi hermana carecía de la capacidad de reproducirse, algo que bien podía costarle la muerte en nuestro linaje a una mujer.
-¿Que te pasa? -pregunté al verla sacar rápidamente un cubo de debajo de la pila donde vomito mientras yo sujetaba con paciencia su pelo - ¿que te esta pasando hermana?

La ayudé a llegar a la silla mientras me acuclillaba frente a ella para buscar su mirada.
-¿que esta pasando?
Mi afán por protegerla me había llevado a cometer abominaciones y ahora, la idea de poder perderla me arrancaba la paz de mis entrañas.
Teníamos un imperio, dinero suficiente como para poder poseer media Francia y sin embargo eso no parecía servir de nada pues ningún medico de renombre podía tratarla sin descubrir nuestro secreto.

Se limpió la boca con el dorso de la mano, aguantando la siguiente arcada que, por suerte, no terminó de salir. Su respiración era errática y tenía la frente perlada en sudor. Su piel normalmente aceitunada, ahora se veía tan blanca que casi transparentaba, menos su rostro, que seguía con aquel tono ligeramente amarillento. -No lo sé... He amanecido muy…- Otra arcada cortó la frase, una que vino seguida de tos y saliva escurriéndose de su labio inferior. No era una imagen nada seductora, cabe decir, sino la de una mujer enferma. Cuando creyó encontrarse algo mejor, apartó el cubo empujándolo con el brazo izquierdo y giró hasta encontrarse con el preocupado gesto de su hermano, que aún sujetaba su larga melea en la zona de la nuca. -No me encuentro bien, Dorian...- Musitó en un tono apagado de voz, dejándose caer lentamente de lado contra el pecho ajeno. Cerró los ojos, porque así no sentía que el mundo entero daba vueltas a su alrededor, mareándola.
 
Intentó, en aquella posición, calmar un poco su malestar. Pensó en cosas agradables, tranquilas. Recordó su viaje a la costa, el olor del mar, el rumor de las olas. También hizo memoria sobre aquella vez que fueron a la ópera, el timbre de la soprano era una maravilla y el sonido de los violines como un arrullo.
 
Y en mitad de aquellos instantes de calma, en el silencio que había fuera de su cabeza, el fuerte retortijón de sus tripas se escuchó haciendo eco en la cocina e hizo que de nuevo se doblara sobre su estómago con el brazo derecho contra este. -Ugh, Dios...- Una mueca de dolor se dibujó en su rostro al alzar la cabeza de nuevo y mirar al varón. -No debería sentirme tan mal del estómago... Si llevo días sin comer casi nada… No me ha podido sentar mal...- Murmuró, sin pensar que sus palabras anunciaran nada malo.

Mi mirada se perdió furibunda en la suya ¿estaba loca? Nuestra dieta no era solo un vicio sádico que degustaban paladares exquisitos como los nuestros, no, era un modo de vida, una necesidad de nuestro linaje distinta a la de los humanos corrientes. Nunca habíamos logrado sobrevivir sin ese tipo de carne, eramos lo que eramos, así nacíamos, así crecíamos y como tales debíamos seguir y enseñar a nuestros hijos a evolucionar en sociedad de acuerdo a nuestro pequeño inconveniente.

No todo era malo, gozábamos de mas salud, en ocasiones las cosas eran simplemente como debían ser, nosotros envejecíamos mas despacio, pocas veces sufríamos de rompeduras de huesos, eramos mas flexibles, mas fuertes, mas raídos, eramos humanos alfas, estábamos mejor adaptados a este mundo.

Dejé escapar el aire de forma calmada, tratando de no alterarme en demasía.
-Vamos a ver querida -susurré apartando los mechones de pelo de su rostro -se que la muerte repentina de padre te ha entristecido, se que estas últimamente triste por tu infertilidad, pero son cosas que suceden preciosa ¿lo entiendes? -susurré dándole un beso en la frente -lo arreglaremos, pero tienes que comer, has de alimentarte, esto que te pasa se debe a tu falta de ingesta de alimentos ¿entiendes?

Me alcé y sin mediar mas palabra me fui hacia la biblioteca del salón, moví un libro y un portón secreto se abrió rechinando ligeramente.
Como era de imaginar no conservaba el alimento secreto en la cocina, si no en otro lugar mas recóndito y privado.

Muchos tildarían dicho almacén de circo de lo horrores, pero no compartía su visión, a fin de cuentas todos eramos depredadores de un modo u otro.
Saqué del ultimo cuerpo conservado un trozo de carne de la costilla manchándome las manos de sangre con el cuchillo de carnicero y sin mas preámbulos volví a la cocina dispuesto a cocinarlo.
Saqué la sarten y fileteé la carnaza que ahora no era muy distinta a la de una pieza de ternera.
-Comerás -ordené.- y te sentirás mucho mejor después.

La joven se encogió sobre sí misma, cerrando los párpados con fuerza, cubriéndose con una mano la cara, mientras con la otra se seguía sujetando el vientre. Su hermano era muy paciente y diplomático, pero ella tenía miedo, siempre lo había hecho, porque su padre no era, para nada, como Dorian. Aunque el único varón Gagneux que ahora quedaba con vida no era tampoco un pozo infinito de comprensión y atenciones, sencillamente calculaba cuándo era el momento oportuno de dejar salir a la bestia que anidaba dentro. Era un humano, a él no le afectaba la luna llena ni ninguna de esas tonterías, pero cuando se enfadaba de verdad, podía convertirse en la peor de las fieras.
 
No fue hasta que no le escuchó liberar el aire de manera lenta y calma, que apartó la mano de su rostro y abrió lentamente los ojos, encontrándose con el preocupado rostro de la única persona que le importaba. -Lo lamento, yo sólo… Sólo creí que...- Suspiró, incapaz de terminar la frase. Se mordió el labio inferior, aguantando las ganas que tenía de llorar y vio como el contrario se alzaba y se marchaba a buscar algo con lo que alimentarla.
 
Mientras él bajaba al sótano, la “cámara” frigorífica en la que guardaban los cuerpos con los que se alimentaban, ella se apoyó en el asiento de una silla con ambas manos y, tras ponerse de rodillas en el suelo, se ayudó con el mueble para incorporarse, hasta terminar sentada en éste. Dorian se puso a calentar la carne, no demasiado porque a ambos les gustaba que la pieza aún sangrara un poco cuando la cortaran. -Creí que... tal vez cambiando la dieta, pudiera… ya sabes…- Alzó la mirada hasta encontrarse con aquellos ojos azules que la observaban. -Quedarme embarazada.- Amaryllis estaba obsesionada con aquello que su padre le había inculcado desde antes de tener la primera menstruación: Su misión en el mundo era traer descendientes fuertes para la familia Gagneux. Pocas mujeres nacían y a todas se les encomendaba la misma tarea y se les decía que eso era para lo único que realmente servían. Sólo su hermano la había tratado como a más que una hembra procreadora. Él siempre la había protegido de los ataques violentos de su padre, la quería más que a nadie en la familia y la anteponía a sus propias necesidades. Pero ella sentía que, precisamente por ese amor incondicional, debía esforzarse aún más por ofrecerle una familia, por darle sobrinos que portaran el apellido por el que tanto luchaba Dorian. Él era un excelente cabeza de familia, como jamás lo había sido su progenitor. Era inteligente, metódico y calculador. Era un hombre maravilloso y perfecto. Si las mujeres pudieran comprender su estilo de vida, seguramente ya estaría casado y tendría sus propios hijos, porque ¿qué mujer con dos dedos de frente, no desearía compartir su lecho con un hombre como ese y colmarlo de atenciones?

Preparé el plato como nos gustaba ligeramente crudo para que la sangre se notara al cortar el trozo, estaba aderezándolo con un chorro de vino tinto cuando la escuché a mis espaldas. Padre la había metido la idea de que si no servía para la reproducción a la familia no le servia, sería considerada una paria, una mujer que ningún hombre de los pocos que quedábamos la querría, a fin de cuentas, nuestras mujeres siempre quedaban en manos de la familia, no les estaba permitido buscarse pareja fuera de esta, ya que nuestra “dieta” especial hacía peligroso compartir nuestro mundo con otras personas que no fueran como nosotros.

Le acerque el plato a la mesa y tomé asiento a su lado cortandole la carne como antaño, como cuando solo era una niña pequeña que me miraba pensando que yo todo lo podía. 
Desde entonces siempre la protegí, cuide de ella evitándole todo peligro, incluso aunque para hacerlo, para salvarla de los continuos maltratos hubiera tenido que cometer un acto abominable contra los míos.
-Te quiero hermana y no permitiré que nada te pase. Se que quieres ser madre, complacerme, peor no me importa si eso no sucede, buscaré una mujer que sea como nosotros, no se terminará el linaje, te lo prometo, peor no es justo que tu cargues con toda la responsabilidad de nuestra especie.

Deslicé mis dedos por su rostro con cariño.
-Es posible que acabes pudiendo ser madre, tampoco es que lo hayamos intentado demasiadas veces, pero te aseguro que ninguno de nosotros a sobrevivido con carne de animal, enfermaras y enloquecerás, así que por favor, te lo suplico, no hagas mas cosas de ese tipo, te prometo que solucionaré esto..lo intentaremos mas a menudo... pero no puedes dejar de alimentarte ¿lo comprendes?

Ya era suficientemente complicado conseguir carne humana como para tener que estar pensando en que mi hermana no enfermara por su obsesión por ser madre.
-Esta tarde he de ir a visitar a el carnicero, por favor, necesito descanses y te mantengas en un perfil bajo.
El acuerdo con el “carnicero” era muy apropiado para ambos, el disfrutaba matando y deshacerse de los cadáveres le resultaba complicado, por contra yo comía carne humana, así que era una simbiosis perfecta.

Oía las palabras de su hermano, pero no las escuchaba. En su mente se repetía una y otra vez la misma frase pronunciada por su padre. Las sílabas salían de aquellos labios finos, ocultos siempre bajo un tupido bigote oscuro. La mirada inexpresiva, como si estuviera muerto en vida. Su dedo señalándola repetidas veces con el brazo subiendo y bajando desde el codo, acusándola con voz furiosa, casi a gritos. “Si no puedes darnos descendencia, tu existencia se convierte en un estorbo.” Se mordió el labio inferior, conteniendo el llanto que le sobrevenía. Sus acuosos ojos siguieron la mano que depositó el plato sobre la mesa y de manera casi instintiva, giró en la silla para quedar enfrentando la comida. Sus manos ascendieron despacio y acariciaron con dedos temblorosos los cubiertos. Se debatía entre el hambre que sentía, la necesidad de aplacar la ansiedad que la falta de carne humana le producía, y la idea que se le había metido en la cabeza de que era culpa de aquella dieta que su útero no servía para engendrar vida.

La diestra de Dorian acarició el rostro de la muchacha, apartando los cabellos tras su oreja. Amaryllis elevó el rostro hasta que los orbes de ambos se encontraron. Ladeó un poco la cara, dejando que la palma ahuecara su mejilla durante unos segundos. Cerró los párpados, intentando centrarse en la voz ajena para dejar marchar la figura de su difunto padre. Al despegarlos de nuevo, sus pupilas se veían un poco más pequeñas. Asintió despacio, regresando la vista a la carne. -Comeré y descansaré, lo prometo.- Deslizó el cuchillo por encima del filete y lo cortó como si fuera mantequilla, antes de llevarse el trozo a la boca. La inundó una sensación extraña y una lágrima rodó hasta la barbilla, cruzando el pómulo y la mandíbula. Había echado de menos aquel sabor y el alivio la arrolló de manera inesperada. -¿Irás a alguna parte después de ver al carnicero?- Sabía que su hermano solía ir a ver a diversas mujeres a la semana y aunque ella no tenía derecho a pedirle nada, aquella noche no deseaba estar sola. Sin embargo, se veía incapaz de decírselo abiertamente y sólo se vio capaz de formular aquella tonta pregunta como si Dorian, con ella, pudiera adivinar lo que ella pensaba y necesitaba.