AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Σεληνόφωτο · Under the Light of the Moon [Flashback]
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Σεληνόφωτο · Under the Light of the Moon [Flashback]
Creta, Grecia, Año 2800 a.C. aprox.
Las mentiras tienen una vida muy corta, especialmente cuando el ente hacia el cual las diriges es un fantástico mentiroso. Hēra, en parte porque su propia naturaleza la empujaba a ello, y en parte porque sus circunstancias habían hecho aún más patente aquella característica, siempre había tenido una estupenda facilidad para mentir, y más importante, para contar mentiras de las que nadie jamás dudaría. No era algo que hiciera a propósito, no al principio, al menos. En su vida como humana, y especialmente en su labor como sacerdotisa, el arte de la persuasión mediante el uso de palabras era tan necesario como respirar. Si bien puede ser cierto el dicho de que "la fe mueve montañas", cambiar las creencias y convertir en creyentes a aquellos que antes no creían en nada, no es una tarea sencilla, y mucho menos cuando el requisito que se pedía era tan alto. Reclutar mujeres para servir al mismo propósito que ella servía resultaba ser bastante más complicado de lo que había imaginado al principio. Ni ellas querían abandonarse a la voluntad de una diosa que las tendría para siempre prisioneras, ni aquellos quienes las protegían estaban tan convencidos de que eso era lo mejor. El ego de los hombres les impide entregar la virtud de una mujer a otros, a pesar de ser una petición venida de Dios mismo, incluso aunque la capacidad para arrebatar dicha virtud jamás fuera a estar en sus manos. Ella misma había estado en semejante tesitura, así que lo comprendía. Casi mejor de lo que quería recordar.
A pesar de que sus recuerdos eran demasiado difusos por haber sido tan pequeña cuando fue entregada al culto y al templo, aún podía rememorar con cierta facilidad el rostro contraído por la rabia de su padre, quien muy a regañadientes había finalmente aceptado entregar a su primogénita, a aquella preciosa niña que sabía se convertiría en una belleza, a las sacerdotisas de entre las que una vez escogió a su actual esposa. Ese era el principal requerimiento para aquellos hombres que deseaban contraer matrimonio con alguna de las mujeres de la congregación, algo así como sustituir una sacerdotisa por otra, una vida por otra. Sólo así se mantenía el equilibrio. Ella acabó siendo una de las más jóvenes en ingresar, y precisamente por esa razón, su fe, su relación espiritual con la Diosa Madre a la que rendían culto siempre fue más estrecha que la de las otras muchachas con las que compartía religión y creencias. Por eso mismo comprendía la necesidad de encontrar a más miembros para congraciarse a su divinidad, y desde muy temprano se dedicó de lleno a convencer, a propagar la palabra de su señora, de que lo mejor que podían hacer aquellos hombres y aquellas mujeres, era dejar que la virtud de aquellas niñas que ellas recogían fueran entregadas como ofrenda a una fe que los protegería a todos por igual a cambio de ese pequeño sacrificio.
A pesar de que conocía las implicaciones de aquellas palabras, jamás sintió que fuera culpable de nada. Si bien los dones que su Diosa entregaba al mundo no podían ser mensurados de forma objetiva, estaba segura, convencida, de que era gracias a ella que el mundo seguía funcionando. Al fin y al cabo, tal y como a ella le sucedería, un buen día aquellas jóvenes se desposarían, y se unirían carnalmente a un hombre, ¿qué diferencia había que fuera por y para beneficio de una diosa, o que no fueran libres para escoger a su compañero? En muchos casos, aún estando fuera de las puertas del santuario, la gran mayoría de las féminas no tenían opción de elegir, sin embargo, al estar protegidas no solamente por la diosa, sino también por el resto de sacerdotisas, al menos estarían seguras de que quienes las reclamaban les garantizarían una buena y pacífica vida una vez estuvieran fuera de aquellas paredes. No era un intercambio tan terrible.
Muchos se preguntarían, dicho todo esto, por qué ella, a la edad de veinticinco años y a pesar de haber sido de las más jóvenes en entrar, acabó siendo la sacerdotisa mayor, sin haber perdido su pureza. Si bien muchos habían reclamado su compañía, finalmente se decantaban por otras jóvenes con una mentalidad mucho menos cerrada. Tomar a Hēra implicaba tener contigo a una mujer movida por la fe en cada aspecto de su vida, una religiosa consagrada a la oración y la veneración que jamás comprendería el significado de una vida en familia, ni mucho menos acerca de las obligaciones maritales. A pesar de una adulta en comparación a otras si hablábamos de su edad, su mentalidad era la que más anclada en la infancia permanecía. Después de todo, lo único que había conocido en su vida era aquel templo, rezar y hablar acerca de sus preocupaciones con su Diosa. Todo lo demás le resultaba irrelevante. Por eso, aunque era buena seleccionando a las candidatas para ingresar en la orden, y también tenia buen ojo a la hora de emparejar a los hombres que venían en busca de su ayuda con el resto de muchachas, ella jamás prestó atención a lo que sería de ella. ¿Acaso no cumpliría jamás con su cometido? El de engendrar a otra criatura a la luz de su Diosa, y así poder continuar con su legado...
El día en que eso ocurriría, estaba, sin embargo, más cerca de lo que pensaba.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/09/2013
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