· Not all Heroes Wear Capes ·

por **Jamile S. Czinege** Jue Jul 05, 2018 11:20 pm

¡Qué hermoso era el día sin nubes! Sus ojos curiosos paseaban entre el gentío, revoltosos, infantiles, brillantes. Más vivos que nunca. París lucía hermosa en aquella tarde de verano. La brisa llevaba y traía los olores procedentes de distintas partes de la ciudad. Jamile iba repartiendo florecillas como solía hacer en sus horas libres. Respondía con una enorme sonrisa -y a veces, un abrazo- a las pocas monedas que las personas depositaban en su palma abierta. Nunca sacaba demasiado dinero solamente vendiendo flores a los paseantes, pero para ella era más que suficiente. Era una chica flacucha, bastante bajita y que aún guardaba casi todas sus características infantiles en el semblante, como si aún no hubiese madurado del todo. Y así era. Se sentía aún más una niña que como una mujer en toda regla. Y eso le encantaba. Significaba que no había perdido del todo su "magia", sus ganas de soñar, sus ganas de vivir. Seguía soñando con imposibles sin frustrarse o acabar presa de la desesperanza por no ser capaz de afrontar la realidad. Ella le sonreía a la vida con ganas, de corazón, sin ninguna duda acerca de que lo que el futuro le deparaba era completamente bueno y positivo, y que las cosas, cuando iban mal, no podían hacer más que mejorar. O eso prefería pensar siempre que notaba que el desánimo se iba instalando en su corazón.

Su vida no era en absoluto fácil, pero aceptarlo y seguir hacia adelante era mejor que echarse a llorar y rendirse. Mientras su corazón, puro, palpitara, y sus pulmones siguieran funcionando, lucharía por ser cada día un poquito mejor y más feliz. Se esforzaría en dar todo de sí misma para intentar hacer felices a las personas que se le acercaran. Lucharía porque el mundo se convirtiese en un lugar mejor, más cálido y más hermoso para todo sus habitantes. Eso era lo que le daba las fuerzas para seguir sonriendo pese a todo. Puede que fuese un sueño difícil de conseguir, y más para ella, que apenas si era una niña, pero no por ello iba a rendirse. Nunca se había dado por vencida y no sería aquella la primera vez. Sus pasos la guiaron hacia el atestado mercado. Fue a comprar un par de naranjas en un puesto, pero la anciana, al verla tan delgada y sonriente, se las regaló pidiendo a cambio una flor y un abrazo. Jamile sonrió con más fuerza y continuó su paseo entre las personas que iban y venían, sonrientes y hablando entre ellas, dando una flor a cada caballero, que luego se la regalaban a la dama que les acompañaba... Lo irónico de aquel gesto era que a ella nunca le habían regalado una flor. Ella alegraba corazones, ¿pero acaso nadie se atrevía a hacer sonreír al suyo? Tan absorta iba en sus pensamientos, y tan alegres eran sus pasos, que chocó sin querer con un chico, con el que se disculpó haciendo una reverencia.

- Discúlpeme caballero. Permitame subsanar mi error regalándole esta rosa blanca. -Le tendió la flor con una sonrisa avergonzada y con las mejillas levemente sonrojadas. Así era ella: torpe, tímida, graciosa. Una niña de buen corazón. Pero una niña, al final, demasiado fácil de engatusar. Y eso no era tan bueno.