Flores silvestres para la muerte - Privado

por **Mirelle Provence** Lun Jul 30, 2018 11:50 am

¿Cual era su lugar favorito de todo París, luego de la Plaza de Montmartre, esa pequeña y soleada plaza que contemplaba cada vez que observaba desde su ventana? ese lugar era el mas sombrío, el mas triste, de la ciudad. El cementerio de Montmartre, con sus esculturas de mármol, con sus epitafios, enigmáticos, lograban encender en la joven, esa chispa de trágica mirada que los pintores y los escultores, se llegaban a la discordia, los unos y los otros, con tal de que la delgada y etérea jovencita, posara para ellos, encarnando a la heroína melancólica de sus obras.

Aquella tarde, apenas habían pasado dos horas del medio día, cuando Mirelle, saludó a los sepultureros, - Buenas tardes Mirelle... ¿hoy viene el ángel de la muerte, a llorar por sus victimas? - dijo uno de ellos, con una sonrisa socarrona en sus labios. Su compañero le propinó un codazo en las costillas, - Disculpe señorita - se adelantó a pedir perdón, por lo que su compañero había dicho, y el motivo, era porque en varias esculturas que engalanaban los mausoleos, la figura del ángel piadoso, había sido la suya. por lo que en las charlas de sobremesa, en las horas de descanso, los sepultureros, solían asegurar que tan bella modelo, no era otra cosa que la enamorada de la muerte, y que por ello, muchas veces se la podía ver recorrer las callejuelas del campo santo. Mirelle, apenas se había detenido, girado unos milímetros su rostro, tan bello, tan blanco, como el mármol, y su mirada perdida, ni siquiera logró tocar sus miradas. No contestó, no suspiró, solo se enderezó, bajó suavemente la cabeza, y prosiguió su camino, como si en verdad de tratase de un espectro.

Vestida de luto, con un traje que le quedaba grande, puesto había adelgazado mucho, hasta el extremo que los mismos artistas insistían que debía comer, por lo que la sentaban frente a las mesas de sus atelieres y la hacían comer, todo lo que cada uno podía ofrecerle. Así, mezcla de espectro y viuda eterna, se dejó llevar pos su estado de animo, caminando sin rumbo fijo por las estrechas callejuelas, llevando entre los brazos un atado de flores silvestres, para depositar en la enorme cruz, que marcaba el lugar donde se encontraba la última fosa común, de la casi olvidada revolución. El sol se hundía en el horizonte, cuando Mirelle llegó a donde quería entregar las flores, como un mudo homenaje a sus difuntos padres, y al que fuera su padre adoptivo, su familia, solo era - en el presente - un nostálgico recuerdo.