Clarisse Anneccy

por **Clarisse Anneccy** Miér Sep 12, 2018 3:07 pm

DATOS BÁSICOS

▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲

Clarisse Anneccy

▲EDAD▲

19 años

▲ESPECIE▲

Humana; Inquisidora

▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲

Facción n°1

▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲

Clase Media

▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲

Heterosexual

▲LUGAR DE ORIGEN▲

La Provenza; Francia

▲HABILIDADES/PODERES▲

Clarisse no tiene mucha fuerza física, pero sí una gran resistencia. Por eso no es buena en combate cuerpo a cuerpo, el uso de armas blancas también se le dificulta. En cambio, tiene muy buena visión y puntería, es diestra con la ballesta y las armas de fuego.

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Clarisse es bastante cambiante en su ánimo, su estado puede variar de la alegría a la profunda nostalgia en cuestión de horas. Lucha contra eso, pero no siempre gana. Esa inestabilidad emocional se debe en parte a su adolescencia, pero también nace de una inseguridad emocional con la que ha crecido.

Es tan soñadora y enamoradiza como tenaz. Cualquier cosa que se proponga puede lograr a base de esfuerzo y constancia; sabe bien que alcanzar lo que desee en ocasiones le cuesta tres veces más que al resto de las personas –ella no nació en una buena familia, la vida no le sonrió ni obtuvo oportunidades gracias a tener un gran apellido-, ese es tal vez su mayor motor.

Puede ser por su pasado, carente de afecto, que uno de sus puntos débiles es el cariño. Cuando se siente un poco querida o halagada –ni pensar en ser amada-, Clarisse confía plenamente y obedece sin pensar demasiado. Es cariñosa en extremo, le gusta demostrar el respeto y el amor que siente a través de gestos y actos. Es muy sensible y sentimental –defectos imperdonables para una soldado-, eso la vuelve vulnerable.

Clarisse detesta las injusticias, puede combatirlas gracias a ser inquisidora y por eso está agradecida. Lejos de renegar de pertenecer a la Orden, para ella es un privilegio. ¿Cuántos hijos de campesinos llegan a un lugar tan importante? Ella no conoce a nadie más con una historia parecida a la suya, aunque claro que nadie andaría contando aquello con orgullo… haber nacido pobre era causa de vergüenza entre esas personas, pero no para ella. Aunque tampoco lo anda diciendo, ¿a quién si no tiene amigos?

HISTORIA

Los Anneccy eran una familia campesina del sureste de Francia. Vivían de trabajar los campos de los grandes señores de La Provenza, allí había mucho para hacer en los viñedos, los campos moreros y arboledas de olivos.

Jaime y Lauren Anneccy se habían conocido allí mismo, hijos también de campesinos, y habían decidido casarse ante el párroco de la zona: Adrien Anjou. Lauren no tardó en quedar embarazada, quizás por ser tan devota cristiana Dios la recompensaba con un vientre fértil. Sus hermanas, a las que les había costado un poco más quedar embarazadas de sus esposos, solían decirle que bastaba con que Jaime la viese fijo para que ella quedase encinta. El comentario siempre le molestaba, porque la hacía sentir como ajena a un acto que era en conjunto y que ellos, en la intimidad de la pareja, en verdad disfrutaban. Pero sus hermanas tenían razón en algo: Lauren parecía vivir embarazada. Sus cinco primeros hijos llegaron uno detrás del otro –todos varones-, uno cada año, y el sexto con dos años y medio de diferencia del anterior.

Con una casita que mantener en orden y seis niños –el mayor de solo siete años-, era de esperarse que Lauren no trabajase más en el campo y que solo Jaime saliera a esforzarse por ganarse la vida propia y de su familia. Él se decía que era un esfuerzo que bien valía la pena, porque en unos años tendría a seis hijos fuertes trabajando a la par suya y sus ingresos se incrementarían. Su trabajo presente era una inversión que vería en el futuro recompensada.

No estaban buscando más hijos y, por alguna extraña razón, pasaron seis años hasta que Lauren volvió a quedarse embarazada. Su cuerpo estaba acostumbrado a adaptarse, pero durante ese tiempo ella ya había organizado una dinámica para la casa en donde también podía trabajar para ayudar a Jaime. El embarazo de Michelle, su primera hijita, fue complicado. Las pérdidas constantes la aterraban y la niña acabó naciendo en el séptimo mes de gestación. La beba era una leona, el padre Anjou la bautizó la tercera noche, pues la única partera de la zona –una vieja sabia y vital- aseguraba que la niña no viviría. Pero vivió, y los Anneccy vieron aquello como un milagro que simbolizaba que Dios estaba con su familia.

Al año siguiente Lauren estaba embarazada otra vez, de gemelas.

Clarisse y Olivia Anneccy llegaron últimas a la familia, cayeron en una casa llena de niños donde la mayoría ya tenía responsabilidades. Jaime y sus dos hijos mayores trabajaban en el viñedo, los dos siguientes recogían moras o aceitunas de los árboles y los dos menores cuidaban de Michelle, la niña de un añito y medio. Pese al trabajo extra que le daban –y que ya no tenía la misma energía de la juventud-, Lauren cuidaba con mimo de sus dos pequeñas.

El miedo más terrible de Lauren siempre había sido morir a consecuencia de un parto, cualquiera diría que habiendo transitado ocho –el último doble-, y sin acusar graves consecuencias, ese miedo debería ser ridículo. Cuando sus hijas menores acababan de cumplir los dos años, un cálido mes de julio, Lauren murió. Una poderosa tormenta se desató y todo el campo se oscureció bajo ella. Lauren Anneccy, asustada porque dos de sus niños -los que no trabajaban cerca de Jaime- no volvían de los olivares, salió a buscarlos y no los halló. Corrió entre medio del campo de lavandas para llegar a los moreros, pensando que tal vez sus pequeños se encontrarían allí, pero no llegó. La encontraron muerta en medio de los campos de espliego unas diez horas después que la tormenta hubiera acabado. El doctor revisó el cuerpo inerte y conjeturó que la señora de Jaime Anneccy había muerto de miedo, seguramente un rayo había caído cerca mientras ella corría en busca de sus hijos y el terror le había provocado un salto fuerte del corazón. Jaime quedó devastado. Era un hombre solo, sin su compañera de tantos años y con nada más y nada menos que nueve hijos muy pequeños que cuidar.

La idea fue del padre Adrien Anjou, el mismo hombre que lo había casado con Lauren y que había bautizado a cada uno de sus hijos cuando iban cumpliendo los dos meses de vida –todos excepto Michelle, bautizada a los pocos días de nacida-. El hombre le sugirió que se quedase con los varones, eran mayores –varios años los separaban de las niñitas- y más fuertes. Le aseguró que él podría cuidar de las niñas, encontrarles un buen convento porque, ¿qué mejor que entregarlas a Dios? Eso sí, sería necesario ingresarlas con un dinero, que se pagaba por única vez –pero que luego podría reforzarse con ofrendas voluntarias mes a mes-, y sería la seguridad de que a ellas nada les faltaría. Jaime no era un mal hombre, no quería deshacerse así de sus hijas, por eso aguantó todo lo que pudo, hizo mucho para no tener que considerar la idea del sacerdote… las llevaba con él a los campos, pero siempre las perdía o alguna se lastimaba; las dejaba en la casa con su hijo mayor, pero eso solo le representaba pérdidas porque el muchachito perdía días de estar en el campo. Trabajaban menos, ganaban menos y comían menos. Algunos de sus hijos adelgazaban de modo pasmante, incluso Michelle –siempre de salud endeble- se enfermó gravemente y estuvo otra vez al borde de morir. Jaime se endeudó con su patrón, Julien du Belont, pidiéndole un préstamo para poder pagar las medicinas de Michelle. Al enterarse de la necesidad que los Anneccy pasaban, du Belont ofreció un nuevo empleo para los hijos más grandes, podía tenerlos en la casa para que aprendiesen oficios, de esa forma ayudaba a la economía familiar, pero las niñas más pequeñas continuaban quedándose solitas…

Con lo ahorrado gracias a los nuevos ingresos, Jaime juntó el dinero para darle al padre Anjou, en quien confiaba ciegamente. Las niñas tenían siete y seis años cuando marcharon llorosas y oyendo las promesas de su padre que aseguraba que iría a visitarlas todos los meses, que les enviaría dinero siempre que pudiese y que si al cumplir los quince años decidían que ya no querían estar más allí –en el convento- podrían regresar, eso le había asegurado el cura.

La infancia de Clarisse fue compleja. Vivía en un sitio que no le agradaba, tenía una hermana que enfermaba constantemente y era obligada a aprender sobre un Dios que sentía totalmente lejano. Su padre cumplía la promesa, las visitaba –aunque no una vez al mes- y les daba dinero a escondidas en cada visita. Era un hombre pobre, sin educación, pero muy honrado –aunque Clarisse no descartaba que lo hiciera por culpa- que hacia donaciones mensuales al convento, no eran grades cifras, pero jamás se atrasaba a la hora de ofrendar. Con la llegada de la adolescencia, Clarisse sabía que se acercaba el momento de decidir su destino. Ya estaba acostumbrada a la rutina del lugar, le gustaba ayudar a los desvalidos e ir a pasar el fin de semana a la casa de los ancianos que no tenían quien les cuidase. ¿Podría dejar la estabilidad de su vida para volver al campo? De allí poco recordaba.

La primera vez que oyó hablar de la inquisición, Clarisse tenía catorce años –estaba a un mes de los quince- y Michelle, un año mayor, ya había decidido regresar con su padre, no por convicción, sino porque le daba pena que el hombre siguiese ofrendando por ella si en verdad no quería estar allí. Llegaron dos hombres que se presentaron como parte de la Orden y pidieron que se les entregase una monja joven que pudiese ayudarles en una misión. La madre superiora pensó de inmediato en Clarisse porque aunque en apariencia las gemelas eran idénticas, ella era mucho más dócil y obediente que Olivia. La misión consistía en ser el señuelo con el que esos soldados acabarían atrapando a vampiros solitarios y bastante nuevos. Lejos de durar los dos meses que le prometieron, Clarisse estuvo recorriendo toda la Francia con esos dos hombres durante casi un año y medio y de ellos aprendió muchísimo, vivió aventuras que jamás había imaginado.

Al principio con miedo, pero luego tomando confianza, aceptó que aquello de hacer algo de justicia le gustaba, que el mundo sobrenatural le atraía. Cuando regresó al convento su hermana gemela ya no estaba y ese espacio le resultaba tan pequeño comparado con todo lo que había visto en ese año y medio fuera… Sus dos compañeros le habían hablado de la posibilidad de hacerla ingresar en la Inquisición de forma permanente y a ella le fue suficiente con pasar una semana en el convento para decidir que quería volver a servir al Santo Oficio.

Ella tenía sus ahorros, su ya anciano padre –pese a no entender del todo qué era la Inquisición- apoyaba su decisión y le daba dinero cada mes, ahora que ya no debía ofrendarlo al convento… pero eso no hacía que a vistas de sus ostentosos compañeros dejase de ser una mujer simple, sin demasiados recursos. Pero su fuerte era la inteligencia y poco a poco –ayudada por los dos soldados que la habían reclutado inicialmente- fue puliendo sus habilidades con las armas.

DATOS EXTRA

*Desconoce gran parte de su historia, ama a sus dos hermanas, pero no vio nunca más a ninguno de sus seis hermanos varones. Su padre le habló muy poco de su madre.

*Le gustaría ser fuerte como Michelle y Olivia, que al cumplir quince años decidieron regresar al campo. Pero ya tiene su vida nueva planteada y no sabe si alguna vez podrá salir de la inquisición.

*Contra cualquier pronóstico, Clarisse ama a su padre y entiende el sacrificio emocional y económico que ha hecho para, a pesar de todo, darle lo mejor que podía.

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por **Bárbara Destutt de Tracy** Vie Sep 14, 2018 7:41 am

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