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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Sáb Sep 15, 2018 12:44 pm

Arriba el sol, abajo el reflejo de cómo estalla mi alma.
Ya estás aquí y el paso que dimos es causa y es efecto.
Gustavo Cerati – Puente



Yulia había imaginado su boda con Eliot Ferrec desde el momento en el que a él se le había ocurrido semejante idea. Había pensado que estaría nerviosa, que se sentiría sola, que debería fingir alegría… pero nada de eso había ocurrido, contra todo pronóstico Yulia había disfrutado de la ceremonia. Jamás había sido tan feliz como en el momento en el que Eliot deslizó la alianza dorada por su dedo y la besó delante de todos los congregados. Y esa emoción no hacía más que crecer, cada día era mejor al anterior… incluso con lo agotador del viaje posterior, porque nada podía robarle la alegría del pecho.

-Soy feliz –le dijo, volviéndose para mirarlo. Sin la formalidad de la base, sin las preocupaciones de la facción, el rostro amado de Eliot parecía rejuvenecido, pero había momentos en los que lo descubría demasiado pensativo y eso la alertaba-. ¿Estás feliz de estar aquí?

Era su tercer día en La Provenza, el lugar elegido para pasar su luna de miel. El sol caía ya, coloreando el cielo, y el viento mecía las plantaciones de lavanda. Yulia observaba agradecida aquella vista desde el balcón de la casita que la familia Ferrec tenía allí. Era pequeña pero cómoda, de dos pisos, con un personal mínimo, lo que le daba el toque perfecto de intimidad que ella precisaba para sentirse realmente a gusto. Aquella terraza-balcón era compartida por ambas habitaciones, la de Eliot era un poco más grande, pero la de Yulia tenía más muebles donde guardar toda la ropa que había elegido para llevar. El balcón no era la única conexión entre los dormitorios, una puerta los conectaba internamente, pero nunca la habían abierto. Del salón comedor no podía decir mucho pues solo habían comido allí una vez, las otras habían elegido alimentarse allí mismo, en la intimidad del balcón con sus sillones cómodos y su mesa baja. ¿Para qué usar formalidades? Estaban solos.

Hizo bailar entre sus dedos la copa de vino, endulzado con miel, y caminó hasta Eliot que contemplaba el cielo desde el sillón. Sin preguntarle rellenó la copa de su esposo y se la tendió antes de sentarse en su regazo.


-¿En qué piensas, cariño? –le preguntó y se abrazó a él-. Es por la facción –adivinó-. No hay de qué preocuparse, sabes que Dupont es de confianza y puede hacerse cargo de cualquier cosa que surja, que nada ocurrirá de todos modos pues hemos dejado todo muy ordenado.

Bebió de su copa hasta acabarse el vino endulzado y la dejó en la mesilla. Buscó la boca de Ferrec para distraerlo, para que disfrutase del atardecer maravilloso –con olor a lluvia- que estaban compartiendo. Yulia ya no era tan tímida, ahora disfrutaba de abrir con su lengua los labios de su esposo para buscar la de él, cómplice.

-Sí, soy feliz –volvió a decir, porque lo confirmaba a cada minuto-. Creo que esta noche lloverá, ¿te gusta dormir con lluvia? Es relajante…


Última edición por Yulia Leuenberger Ferrec el Jue Sep 20, 2018 4:22 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Eliot Ferrec Sáb Sep 15, 2018 3:14 pm

Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver a Yulia caminando por el pasillo de Notre Dame, vestida de blanco y con el ramo agarrado a la altura del pecho, tan hermosa que irradiaba más luz que el mismo sol. Todavía podía sentir el tacto de sus dedos cuando sujetó su mano para ponerle la alianza —que todavía sentía extraña— y la enorme sonrisa que le dedicó cuando él le puso la suya. Cuando los abría, Eliot se daba cuenta de que el día de su boda había sido perfecto, y que su decisión de pedirle matrimonio a Leueberger no podía haber sino más acertada.

Cada vez que la miraba —como lo hizo durante todo el viaje hasta la casa de La Provenza— descubría en ella un nuevo rasgo que no había visto antes: un lunar, una mueca distinta cuando se concentraba, otro mechón rebelde que se escapaba de sus siempre cuidadosos peinados… lo que fuera, cualquier cosa, que la hacía maravillosa a sus ojos.

Lo soy —contestó, abrazándola por la cintura desde atrás y hundiendo su rostro en el cuello de Yulia—. Soy muy feliz. Tú me haces feliz.

Lo era, en eso no mentía. Aquella casa le traía muy buenos recuerdos, momentos de su infancia y adolescencia cuando celebraban allí su cumpleaños. Su padre siempre contaba las mismas anéctodas y, aunque todos las habían oído cientos de veces, la familia entera se mantenía a la escucha alrededor de la tarta que su madre preparada cada año. No se podía decir que fueran veranos increíbles, llenos de aventuras o viajes exóticos, como hacían algunos de sus compañeros, pero sí eran veranos inolvidables. Poder compartir parte de eso con su esposa, la mujer que amaba, era para él una suerte que no todo el mundo llegaba a tener, y un motivo suficiente para dar gracias a Dios por estar allí con ella.

No obstante y a pesar de que era su luna de miel, Eliot no era capaz de dejar de pensar en todo lo que le esperaba en París a su regreso. Al liderazgo de la facción se iban a sumar algunos asuntos de los negocios de su padre, que, aunque se habían frenado algo con la noticia de su compromiso, en cuanto todo se tranquilizara volverían a empezar. Lo que más le preocupaba a Eliot era el asunto de su heredero. Aunque Yulia ya estaba enterada y, de hecho, había aceptado, no dejaba de causarle cierta inquietud.

¿Que en qué pienso? —dijo, recibiendo a su esposa en el regazo con sumo gusto y tomando la copa que ella le tendió—. En demasiadas cosas, me temo.

Dio un trago, bastante largo, y dejó la copa sobre la mesilla, junto a la de ella, para poder abrazarla con ambas manos.

La facción es una de ellas, sí. No es que no confíe en Dupont; si tú lo haces, yo también, pero soy incapaz de dejar de darle vueltas a cómo estarán las cosas —confesó—. También pienso en todas las cartas y el papeleo de los negocios que dejé sin revisar. Sé que debería olvidarme de todo eso, pero, sencillamente no puedo. Hacía tanto tiempo que no me tomaba unas vacaciones así que se me ha debido de olvidar.

Yulia buscó sus labios y él no se negó a que lo besara así, sin pudor. Estaba descubriendo una parte de ella que le gustaba, una Yulia cálida y sin barreras a la que no le importaba nada más que no fueran ellos dos.

Pero también pienso en lo hermosa que te pones cada vez que sonríes —susurró, besándola en la mandíbula—, en lo feliz que me hace estar aquí contigo —subió los labios hasta su mejilla y la volvió a besar— y en cómo es que puedo amarte tanto sin que me explote el corazón en el pecho.

Esta vez, la besó en los labios de la misma forma en la que ella lo había hecho, sin temor a que nadie los viera. ¿Qué problema había? Ya eran marido y mujer, podían hacer eso y todo lo que quisieran.

A mí no me relaja —contestó—, de hecho, no me gusta que llueva mientras duermo. Me pone un poco nervioso —la acercó más a su cuerpo, tanto que sus rostros no podían estar más cerca el uno del otro—, pero, si me das otro beso, creo que se me pasará.

Ni siquiera le dio tiempo a que ella hiciera nada, puesto que él se lanzó a buscar sus labios como un verdadero hombre sediento mientras la acomodaba en su regazo. Podía pasar así días enteros.

Cuando era niño, celebrábamos aquí mis cumpleaños —dijo— y mi padre siempre contaba que, con tres años, me subí al castaño que hay en la entrada y que no sabía bajar. Mañana, con la luz del sol, te explicaré exactamente dónde decía que me encontró. —Se rió—. No te voy a engañar, me cuesta creer que llegara tan arriba en el árbol, pero a mi padre nadie podía negarle nada.

La abrazó más, haciendo que hundiera el rostro en su cuello, y agachó la cabeza para besar su frente.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Sáb Sep 15, 2018 11:48 pm

Eliot le decía siempre cosas bonitas, frases dulces que la hacían sonrojar, pero que ella adoraba oír. Se removía muy pegada a su cuerpo y con cada caricia del hombre su piel se erizaba de un modo al que jamás se acostumbraría. Yulia se sentía mucho más libre, podía hacer lo que sintiera, como besarle el lóbulo de la oreja y pasar la punta de su lengua por la barba de Eliot hasta hallar los hoyuelos que se le formaban cuando sonreía. Qué descarada ella, que divertido todo.

-¿Te costará dormir esta noche entonces, Ferrec? –le preguntó, usaba el apellido más por costumbre que por cualquier otra cosa. Ella prefería reservarse el llamarlo Eliot para momentos especiales, así había comenzado a salirle sin que tuviese que pensar demasiado-. Pareces un niñito, mi Eliot pequeñito –le dijo con voz mimosa y depositó una seguidilla de diez besitos en su mejilla-, si tienes temor esta noche puedes venir a dormir conmigo, prometo darte la mano hasta que amanezca –lo invitó.

Le dio otro beso –tal como le había pedido- y luego otro, y otro, y otro más. Le gustó que le contase algo de su niñez, ella era ajena por completo al Eliot Ferrec de aquella época y conocer un poco de su infancia le calentó el pecho, al igual que oírle hablar de su padre, algo que nunca había hecho así, y por lo que Yulia tampoco había preguntado.


-Algún día tendrás que bajar a tu hijo de ese castaño –le dijo y cuando se oyó comprendió cuánto pesaban esas palabras, pues si hijo de Eliot hijo suyo también.

Se acomodó abrazada a él y disfrutó del silencio, del viento que perfumaba la noche con aroma a lavandas y del calor de su esposo. Querría moverse para atrapar la manta de lana y así poder abrigarlos a ambos, incorporarse para rellenar su copa, pero no lo haría… si tenía que elegir prefería quedarse muy cerquita de Eliot. ¿Qué le había hecho él a su espíritu desapegado? ¿Dónde estaba la Yulia fría de antaño? No era ella, no desde hacía algunos meses.

Una de las mujeres del servicio apareció sin anunciarse y preguntó si deseaban comer en la sala o allí arriba. Yulia se sobresaltó al oír la voz de la mujer y darse cuenta que estaba en posición indecente, sentada sobre su esposo, pero no se movió. Simplemente la buscó con la mirada para hablarle:


-Cenaremos aquí mismo, si la lluvia nos lo permite. Así lo hemos hecho desde que llegamos, en caso de que ordenemos lo contrario seguiremos comiendo aquí –resolvió, con voz firme-. Ferrec, ¿no se te hace extraño todo esto? –le preguntó, cuando la mujer se retiró. Esa vez aprovechó para estirarse y tomar la manta de lana-. Hasta hacía unos días era pecado que estuviésemos así sin estar casados, y ahora es casi un deber conyugal… No sé si me acostumbraré fácilmente, entró Francine y me sobresalté al pensar que estábamos haciendo algo malo –le confesó y se rió mientras extendía el abrigo para cubrirlos, pero sin abandonar el regazo de él-. Pero no es malo, es algo… normal. ¿Cierto?

Apoyó la palma abierta en el abdomen de Eliot, le gustaba por lo duro que era y por el calor que siempre emanaba. Lentamente lo acarició y mirándolo a los ojos comenzó a desabrochar sus botones como ya había hecho en el pasado. No había de qué preocuparse, si volvía Francine con la comida no vería nada de aquello, la gruesa lana ocultaba la osadía de sus manos. Yulia Leuenberger de Ferrec moría de ganas de besar el pecho de Eliot y sabía que de esa noche no pasaría, cumpliría con ese deseo.
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Mensaje por Eliot Ferrec Dom Sep 16, 2018 4:46 am

Las caricias de Yulia no pasaban inadvertidas en el cuerpo de Eliot. Cada vez que se movía sobre él, su corazón latía alegre como el de un pajarillo. Cuando ella tomaba la inciativa y lo besaba en lugares nuevos, su piel se erizaba hasta un punto en el que sus ojos se cerraban solos, dejando que fuera el resto de su cuerpo el que sintiera la presencia del de ella.

¿Cómo que pequeñito? —dijo, abriendo los ojos y buscando su mejilla para fingir que la mordía—. La lluvia no me da miedo, sólo me inquieta. Las tormentas son lo que no soporto; hasta que no se pasan no consigo conciliar el sueño —confesó. Eso era algo que no le había contado a nadie antes—. Pero acepto esa invitación, llueva, truene o brillen las estrellas esta noche. Quiero que, haga lo que haga fuera, me des la mano hasta que amanezca.

Cuando dijo eso, buscó la de Yulia y entrelazó los dedos de ambos. Las alianzas chocaron y Eliot sintió un placer indescriptible al darse cuenta de que nada de aquello no era soñado. Yulia Leuenberger era su esposa, la mujer más hermosa y maravillosa del mundo y la única por la que estaba dispuesto a dar su vida.

La mención del niño le hizo sonreír. Todavía no se imaginaba a sí mismo como padre, ni a Yulia llevando a su retoño en el vientre, pero sabía que, tarde o temprano, eso iba terminar ocurriendo. En realidad, todo aquello que ahora disfrutaban había empezado así, como un pacto del que ambos iban a salir beneficiados: Yulia seguía manteniendo su estatus en la orden y Eliot ganaba un heredero para los negocios de su familia. Él no podía decir si era igual de justo para ambos, pero los dos aceptaron todo lo que ese pacto traía implicado, así que se podía decir que sí.

Buscaré unos tablones para clavarlos en el tronco y que sirvan de escaleras, así no tendré que trepar a por él. Si lo hago, es probable que tengas que subir tú para bajarnos a los dos —contestó—. Aunque también puedo construir una casita en el árbol para que suba y baje cuando quiera. —La miró, buscando su aprobación—.  Yo siempre quise tener una, pero nunca la conseguí.

Alzó la mano que abrazaba a Yulia por detrás hasta alcanzar un mechón de su pelo que se había escapado del recogido y comenzó a enredarlo entre sus dedos. El silencio no era total, puesto que los pájaros entonaban las últimas melodías del día y la brisa silbaba por cada resquicio que encontraba entre las paredes de la casa. El sol ya no templaba lo suficiente, pero teniendo el cuerpo de Yulia que le daba calor, ¿quién necesitaba nada más? La apretó contra sí y la envolvió con más fuerza, como si temiera que alguien pudiera apartarla de su lado. Así los atrapó Francine cuando entró, y lo cierto es que, al contrario que Yulia, Eliot no se sobresaltó.

Es un poco extraño, sí —contestó, ayudando a Yulia a extender la manta sobre ellos—, pero lo cierto es que me gusta, así que no creo que tarde demasiado en acostumbrarme. Lo más duro va a ser la vuelta a París; allí no tendremos tanta intimidad como tenemos aquí. En la base no podrás sentarte en mi regazo y yo padeceré tu ausencia, aunque te tenga a mi lado, y en casa, a pesar de que estamos casados, no estaremos solos completamente —dijo—. No es malo, mi amor, es algo normal, pero relegado a la intimidad de la pareja, nada más.

Le besó la sien y quiso hacer que se recostara sobre él, pero Yulia se movió antes y posó su pequeña mano sobre su abdomen. El cuerpo de Eliot se tensó al sentir que los botones de la camisa se iban desabrochando suavemente. No habían estado así desde la noche en la que él se coló en su habitación de la base y su mente enseguida rememoró esas sensaciones, haciendo que reaccionara al instante.

Agarró una de sus manos y la llevó hacia la espalda, recorriendo su cuerpo, para juntarlo con el de Yulia. Aprovechó la postura para levantar el vestido y dejar las pantorrillas de ella a la vista, pero cubiertas siempre con la manta. Si Francine volvía era mejor que no viera nada de aquello, ya imaginaría suficiente.

Eliot no tardó en acariciarlas las piernas de su esposa con deleite. Siguió subiendo por los muslos, pasando las manos por la cara interna de los mismos, hasta llegar a su vientre, que envolvió con una mano mientras la otra mantenía a Yulia cerca de su cuerpo.

Comenzó a besarla despacio, saboreando sus labios sin prisa mientras su mano, inquieta, recorría cada centímetro de piel que el vestido permitía.

Por el amor de Dios, Leuenberger —susurró, entre beso y beso—. No sé si alguna vez lograré saciarme de ti.

Hundió el rostro en el cuello de ella y lo besó, como sabía que le gustaba, porque eso era lo que siempre intentaba: hacerla feliz.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Dom Sep 16, 2018 11:52 am

A Yulia no le gustaría que nadie fuese testigo de lo que ellos compartían, era algo íntimo y especial, solo de ellos dos. Además, ella sentía que cuando estaba en brazos de Eliot Ferrec no era la misma mujer que se había esforzado por mostrar que era en sus últimos años… cambiaba por completo, no tenía que aparentar nada ni estar a la defensiva, esperando algún ataque. Por eso era que tampoco quería que nadie la viese así de vulnerable, prefería mostrarse como la mujer de hielo que siempre había sido y solo bajar la guardia con él, con su esposo.

Marianne Beaumont, la esposa del difunto maestro del flamante matrimonio Ferrec, era una mujer tan mayor como sabia. Yulia la quería y respetaba mucho, los Beaumont la habían tratado siempre como a una hija e incluso en su adolescencia Yulia había vivido en su hogar durante dos años; luego se trasladó a la base, a esa habitación espaciosa que había dejado hacía unos días con algo de nostalgia y emoción. Marianne Beaumont había citado a Yulia la semana anterior a su boda para darle una charla de madre a hija, cosa que Yulia agradeció enormemente, en ella Marianne habló sobre los deberes de una buena esposa, sobre la sumisión y la obediencia que se suponía que Yulia le debería a Eliot –cosa que ella cuestionaba en su interior- y la había llenado de recomendaciones referentes a la intimidad de la pareja, algunas que francamente la habían turbado.

Por eso, porque estaba llena de esas confusas recomendaciones –algunas contradictorias entre sí-, Yulia apretó los muslos y detuvo la mano de Eliot en cuanto la sintió ascender por sus piernas, demasiado cerca de su intimidad. Contuvo el aliento y lo miró confundida, ¿por qué querría tocarla allí si, según la sabia Marianne, caricias de ese estilo podían hacer que las mujeres enloquecieran y tuvieran que depender de medicinas para recuperarse? Esa idea se contradecía con otra que la mismísima Marianne le había repetido con seguridad: los hombres siempre saben lo que hacen, no hay que cuestionarlos. Ella aseguraba que los hombres aprendían desde muy jóvenes aquellas cuestiones y que –como decía el Apóstol San Pablo-, las mujeres debían estar sujetas a sus esposos con plena confianza. Eso lo hacía, Yulia estaba bien sujeta al cuerpo de Ferrec en esos momentos… Soltando un suspiro liberó la mano de su esposo para dejarlo seguir y se relajó, prefería pensar que era cierto y que él sabía lo que hacía, aunque querría preguntarle dónde había aprendido.


-No quiero enloquecer, Eliot –le susurró, suponiendo que él entendía a qué se refería-, pero confío en ti.

Yulia volvió a acomodarse de manera que su rostro quedaba escondido en el cuello de él, y la palma de su mano acariciaba el pecho desnudo de su esposo. Cada tanto aguantaba el aire temerosa de suspirar de manera vergonzosamente sonora, pero al final acabó haciéndolo… porque no podía contenerlo, la piel de Eliot era demasiado cálida, el vello de su pecho era poco, pero a Yulia le resultó tentador acariciarlo una y otra vez, enredando en él sus yemas. Darle esas caricias tan tiernas le erizaba la piel a ella. Se fue desarmando poco a poco, cayendo y cayendo hasta poder al fin besar su pecho, hasta poder apoyar sus labios en el centro de Eliot y de allí arrastrarlos hasta su corazón.

Mientras en eso estaba, la sobresaltaron algunos pasos y se incorporó rápidamente para volver a ese que ya había hecho su lugar: el espacio entre el cuello y el hombro de él. Francine comenzó a disponer la mesa para la cena, mientras Janice encendía algunas velas y las farolas. No se había dado cuenta, pero, mientras estaba allí muy entretenida, la tarde le había dado paso a la noche. La llegada de las mujeres la incomodó, pero Yulia no se movió. Cerró los ojos y susurró:


-No deseo que te sacies jamás de mí, tampoco que este momento acabe, Eliot. No quiero cenar, porque eso significa que tendremos que separarnos.
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Mensaje por Eliot Ferrec Dom Sep 16, 2018 12:10 pm

Las caricias que se habían estado dedicando durante esos tres días habían ido subiendo en intensidad, y el cuerpo de Eliot cada vez resistía menos la cercanía del de Yulia. En ese momento, de hecho, ella debía de estar notando su excitación, aunque por cortesía no dijera nada. Salvo la joven del cabaret —a la que ni siquiera había llegado a tocar—, no se había visto con ninguna otra mujer, a pesar de que sí había tenido necesidad. Eliot respetaba a Yulia, y sabía que jamás podría hacer algo así.

No entendió por qué le cerró las piernas, atrapando así su mano entre ellas. Sí era cierto que se había aventurado más que ninguna otra vez y, aunque su intención inicial no había sido tocar la zona más íntima de su cuerpo, tampoco era algo que descartara por completo. Hasta donde él sabía —aunque, en realidad, no sabía nada—, ya había habido otro hombre ahí donde él se había querido acercar. ¿Acaso ahora se mostraba vergonzosa con él, su esposo? Antes de la boda podía haberlo entendido, pero ¿ahora? Quizá no habían sido tantas las veces que se había entregado a Vaguè, tal y como él aseguraba, y no era otra cosa que falta de experiencia. Eso debía ser, sí, porque enseguida se relajó y permitió que él siguiera examinando su cuerpo.

No comprendió a qué se refería con eso de la locura, por eso prefirió no decir nada y besarla con verdadera pasión. Mientras ella jugueteaba con el vello de su pecho, él aprovechó que había relajado sus piernas para volver a acariciar la cara interna de sus muslos. Era tan suave que podría pasarse horas con los dedos rozando esa piel. Los dedos y, por qué no, los labios. Sí, deseaba besar las piernas de Yulia, y su vientre, y juguetear con su ombligo. Se moría por desnudarla y verla plena sólo para él.

Tan solo pensar en su cuerpo le erizó la piel y le produjo un escalofrío. Su mano, osada, subió hasta la cadera de Yulia y la dejó ahí, llevando el pulgar hacia la entrepierna de su esposa. La rozó por encima de la tela de la ropa interior, esperando su reacción; quería escucharla gemir. Lo que oyó, sin embargo, fueron movimientos en la entrada del balcón. Francine y Janice se adentraron sin llamar —como siempre—, algo que a Eliot lo estaba empezando a cansar. Parecía que no tuvieran intimidad suficiente para quererse sin miedo a ser interrumpidos.

Me parece que este momento ya ha terminado —dijo, también en un susurro y con la voz un tanto entrecortada—. Gracias, Francine. Janice —saludó a la otra joven—. Podéis retiraros, si necesitamos algo, os haremos llamar. Mañana no hará falta que nos despertéis, no tenemos prisa alguna.

Las muchachas asintieron y se marcharon de allí tras desearles buenas noches. Eliot echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en el respaldo y cerró los ojos un momento, dejando que su corazón volviera a latir a un ritmo aceptable.

¿Por qué no cenamos algo? —propuso, girando la cabeza y observando lo que Francine había traído—. Comeremos del mismo plato, no te vayas —le pidió, antes de darle un beso en la mejilla.

Estiró el brazo y alcanzó una bandeja con panecillos untados con crema de queso, foie con mermelada, mantequilla salada y alguna que otra mezcla que Eliot no supo descifrar. Dio un mordisco a uno de ellos y masticó despacio, dejando el plato cerca para que Yulia pudiera alcanzarlo.

¿Te gustan? —le preguntó—. Es sólo para pedir que no lo hagan más si no es así. Conozco más tu cuerpo que tus gustos.

La acercó a su cuerpo y pegó su frente a la sien de ella. El cielo estaba cada vez más plomizo, pero la oscuridad de la noche impedía ver las nubes negras cargadas de lluvia que tenían sobre sus cabezas.

¿Me volverás a besar aquí? —preguntó de pronto, señalándose el pecho ahí donde Yulia lo había rozado con sus labios—. ¿O tendré que rogarte para que lo hagas, como un niñito?
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Dom Sep 16, 2018 3:04 pm

Inspiró, se llenó el pecho del aroma de ese instante, uno que no volvería, uno que ella no quería olvidar porque jamás se había sentido tan parte de algo como en esos momentos… era familia de Eliot y era la primera vez que se sentía tan íntimamente ligada a alguien.

Le besó le mentón con un beso duradero, sonoro y muy nuevo. Luego se deslizó lentamente para bajar del regazo de él y sentarse a su lado, pegada a su costado izquierdo. La visión del alimento la emocionó, en realidad nunca le había dado demasiada importancia a la comida, acostumbrada como estaba a vivir en la base, a Yulia le daba igual qué comía cada día porque su mente siempre estaba fija en los asuntos del laboratorio. Ver tanto solo para ellos dos no hizo más que profundizar el sentimiento de unión que la embargaba en el último tiempo. Quería decirle cuánto lo quería, pero no tenía el valor.


-Suelo cenar ligero –le dijo y alcanzó un panecillo que sostenía el foie con mermelada-. Qué bien huele esto…

Qué él asegurase que conocía su cuerpo más que sus gustos la hizo pensar en que en verdad Eliot no conocía su cuerpo. Sí la había tocado en algunas oportunidades, pero jamás la había visto desnuda. El matrimonio no estaba consumado y eso la tenía algo nerviosa, porque una cosa era oír todo lo que de ella se decía, pero otra era tomar conciencia de que esa noche, la siguiente o la otra podría de verdad permitirle a Eliot entrar en ella, tal como Vaguè juraba haber hecho una vez. Sí, estaba nerviosa, pero le gustaba pensar en que pronto compartiría algo así con Eliot. Sin decirle en qué estaba pensando, Yulia movió la mano que tenía debajo de la manta y apretó la rodilla de él.

Comió dos panecillos, demasiado. Y al final decidió caer en la tentación de servirse una nueva copa de vino endulzado. Sirvió ambas, para él también, y la botella se acabó. La miel estaba demasiado líquida y, cuando fue a ponerle al vino, acabó con el dedo índice embadurnado. A punto estuvo de limpiarse con el paño individual que las mujeres del servicio habían dejado, pero eligió ofrecerle esa miel a Eliot. Con una sonrisa dejó su dedo muy cerca de los labios de él como una invitación.


-No debes suplicarme por algo que deseo mucho volver a hacer –le dijo y bebió de su copa-. Tal vez mañana tenga una nueva oportunidad para hacerlo, mi Eliot pequeñito…

Ya estaba saciada. Quería volver a acomodarse muy cerquita de él, iba a hacerlo cuando el primer rayo la sorprendió cruzando la noche y el trueno no tardó en sonar. Yulia buscó la mirada de Eliot, pero no la halló.

-Creo que deberíamos ir a dormir, cariño –le dijo y se puso en pie, la manta cayó a sus pies y Yulia la recogió para dejarla en el lugar que ella acababa de dejar. Al ver la camisa de él abierta se inclinó para comenzar a abotonarla, aunque desistió luego del segundo porque no tenía sentido, pronto él se pondría la ropa de cama. Besó su frente y tiró de él-. Vamos, Ferrec. Entremos o nos mojaremos, supongo que alguien vendrá a recoger todo esto.

Tenía más cerca la puerta de la habitación de él –la de la izquierda-, pero Yulia descubrió que estaba cerrada, por lo que se movió rápida para poder entrar a la de ella. Tiró de la mano de él hasta que estuvieron secos y a salvo. Una vez allí oyeron como las primeras gotas repiqueteaban, segundo a segundo éstas caían con más violencia, ayudas por el viento. Las velas que iluminaban la mesa en la que ellos habían cenado se fueron apagando una a una y los vidrios de la puerta comenzaron a recibir también el impacto de las gotas. Yulia corrió los cortinados, para que el sonido disminuyese y se quedaron completamente a oscuras.
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Mensaje por Eliot Ferrec Lun Sep 17, 2018 4:37 pm

Estar allí sentado, en el balcón de aquella casa, rodeado de la oscuridad de la noche, con la cena frente a ellos y, sobre todo, acompañado de Yulia, le resultaba embriagador. Eliot comió unos cuantos panecillos más que su esposa, puesto que su apetito en los últimos días había aumentado considerablemente. Se debía, sobre todo, a la felicidad que lo embargaba cada vez que sentía la alianza en su dedo anular, el símbolo de la unión que había jurado ante Dios con la mujer que tenía a su lado.

Eliot no se había parado a pensar en lo mucho que significaba Yulia para él. Sólo se limitaba a quererla, a amarla como nunca antes había amado a nadie, pero sin cuestionarse el cómo había llegado hasta ese punto o los motivos tras esos sentimientos. ¿Acaso hacía falta? No, porque al amor no estaba hecho para contestar preguntas, ni para hacerlas, sino para disfrutarlo a manos llenas. No había nada más placentero que eso.

¿Mañana? —repitió él, antes de relamer el índice embadurnado de miel que Yulia le había dejado frente a sus labios—. ¿Vas a hacerme esperar hasta mañana? Sabes que no necesitas esperar a que se dé la oportunidad de hacerlo, que la puedes buscar tú, ¿verdad? Justo así.

Y, haciendo caso a sus propias palabras, apartó el plato de los panecillos y se arrimó a ella para poder rodearla con los brazos y acercarla hacia él. Tuvo el tiempo justo de besarla en la mejilla antes de que el primer rayo cruzara el cielo, seguido de su correspondiente trueno. El cuerpo entero de Eliot se tensó e, inconscientemente, se agazapó ligeramente junto al de Yulia. Cuando el eco del relámpago se disipó en el aire, miró en lontananza y vio el resplandor de muchos otros rayos que impactaban contra la tierra. Sobre ellos había una tormenta descomunal, y la lluvia no tardaría en comenzar a caer.

Será mejor, sí —musitó él, pendiente de la tormenta.

Dejó que ella tirara de sus manos y lo guiara hasta el interior seguro de su habitación. Nada más cerrar las puertas que daban a la terraza, el repiqueteo de las gotas contra los cristales lo sobresaltó. La tormenta parecía haberse recrudecido allí mismo, puesto que cada vez había menos tiempo entre el rayo y su trueno. Su padre siempre le recordaba ese pequeño truco a Eliot cuando, siendo niño, no podía dormir. «Cuenta los segundos desde que ves el rayo hasta que escuchas el trueno. Si son más de diez, la tormenta estará lo suficientemente lejos como para que no te haga daño». El inquisidor vio el resplandor fuera y contó, pero no había llegado a tres cuando tuvo que parar. Estaba demasiado cerca.

La oscuridad en la habitación era total, pero, aún así, buscó el cuerpo de su esposa a tientas. Cuando lo encontró —que no le llevó demasiado tiempo—, alargó la mano hasta dar con la de ella y la apretó antes de acercarse y abrazarla por la cintura. Se inclinó hacia delante para esconder su rostro en el cuello de Yulia, mientras fuera los truenos seguían sonando. Los rayos ya no los veía porque mantenía los ojos cerrados.

¿Aún me sigues dejando que duerma contigo? —le preguntó sin apartar el rostro de su piel—. Sólo hoy, por favor.

Un nuevo trueno sonó, tan fuerte que los cristales de las ventanas temblaron. Eliot apretó más el abrazo hasta casi rozar lo asfixiante y tragó saliva. Sólo su latido desbocado era fiel ejemplo de lo verdaderamente mal que lo estaba pasando en ese momento.

Por favor —suplicó de nuevo, muy bajito. Se había quedado casi sin voz.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Mar Sep 18, 2018 1:26 am

Yulia se abrazó a Eliot. Extendió sus brazos y los cruzó a la altura de la nuca de él mientras meditaba en que cuando le había dicho que le temía a las tormentas ella no había asimilado realmente el peso de aquella declaración. Eliot parecía realmente afectado y eso la tomaba por sorpresa, nunca lo había visto perder el control y no quería verlo ahora tampoco… Ver, si quería ver debería prender algunas lámparas.

-Eliot, ¿qué te ocurre? ¿Por qué te has puesto así? –apretó aun más su abrazo y sintió la fuerza del corazón de Eliot muy cerca del de ella, querría besarlo otra vez, sentirlo latir contra sus labios-. Ven, siéntate en la cama mientras enciendo una de las lámparas de aceite.

Le costó hacerlo, no estaba acostumbrada pues en la base –donde ella vivía- solo usaban velas en las recámaras. Las lámparas de aceite eran un invento reciente y allí las destinaban a los pasillos y salones, pero no a los dormitorios de los inquisidores que vivían en la base. La luz iluminó tenuemente la habitación y a ella le pareció bien, no encendería de momento las demás. Ahora que podía verlo, notó que la mirada de Eliot había cambiado, realmente estaba asustado.

-Amor mío –dijo preocupada y caminó hacia él, era la primera vez que lo llamaba así y se conmovió al notar la naturalidad con la que había surgido-, si quieres puedes quedarte conmigo, te daré la mano como te he prometido y si no puedes dormir yo tampoco dormiré. Mírame –le pidió y acarició su mejilla-, estamos bien.

En la mesilla tenía la jofaina con agua fresca, mojó la toallita y luego la pasó por el cuello y la frente de Eliot para refrescarlo. Se sentó a su lado y tomó sus manos, las humedeció con el agua fresca también y luego decidió llevarlas a su vientre, para que se secasen con la tela de su vestido verde pálido. Otro trueno, tan poderoso esa vez que hasta ella se sobresaltó, pero no quiso que él lo notase. Se abrazó a Eliot y se pegó a su oído para susurrarle:

-Eliot, mi Eliot… es solo lluvia, estamos a salvo, estamos juntos. ¿Qué tormenta podría arruinar esto? –Lo besó en los labios con posesión, quería darle seguridad.

Cuando pasaron algunos minutos sin que se oyesen más truenos, Yulia se movió, incorporándose para quitarse el calzado. Rodeó la cama -había decidido que dormiría del lado de los ventanales para no exponerlo a lo que tanto le asustaba-, necesitaba ponerse su camisón rosa pálido. Ya sabía que no se podría cepillar el cabello, pero al menos lo encerraría en su redecilla.


-Recuéstate si quieres, yo iré… pasaré al cuarto de baño a ponerme la ropa de cama. No tardaré, lo prometo –le dijo y abrió uno de los cajones para sacar su camisón.
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Mensaje por Eliot Ferrec Mar Sep 18, 2018 3:38 pm

Los truenos seguían sonando, demasiado cerca de la casa, y Eliot no se atrevía a abrir los ojos por miedo a ver siquiera un pequeño reflejo de los rayos. Cuando sintió los brazos de Yulia rodear su cuello, se relajó algo, pero ni por asomo lo suficiente como para que el miedo dejara de hacer mella en él. Hacía falta mucho, demasiado, para que Elito se sintiera bien cuando fuera se desataba tal caos.

Es la tormenta —un nuevo trueno impidió que siguiera hablando, pues, cada vez que sonaban, se apretaba a su esposa para sentirla lo más cerca posible—, no soporto las tormentas, Yulia.

Su voz sonó suplicante, como si ella tuviera el poder de pararla con un sólo gesto de la mano. Si ella supiese lo que eran para Eliot las tormentas… En su vida, todas las pérdidas y momentos trágicos habían ocurrido en noches como aquella. Desde que tenía memoria, nada bueno había pasado durante las tormentas, ni siquiera cuando todo apuntaba a que sí.

A pesar de su miedo, obedeció y se sentó en el borde de la cama mientras Yulia encendía la lámpara. A pesar de que la oscuridad no lo incomodaba, agradeció tener un poco de luz en la estancia. Su esposa se veía realmente hermosa con el reflejo de la pequeña llamita brillando en su pelo, pero estaba tan concentrado en la tormenta del exterior que ni siquiera pudo apreciarlo como se merecía. Sin hablar, dejó que le refrescara con la toallita —gesto que agradeció— y, después, se abrazó a ella, a su Yulia, hundiendo el rostro en su cuello después de recibir ese beso tan gratificante.

Cuando ella se levantó, aprovechó y se descalzó también, pero no se recostó como ella le había dicho. No quería que se separara mucho de él, y el cuarto de baño quedaba bastante alejado de la cama.

No entres al cuarto de aseo —le pidió en voz baja—, cámbiate aquí.

No tenía claro que ella fuera a cumplir su deseo —puesto que era algo novedoso para ambos—, así que, para intentar que así fuera, se levantó despacio y se acercó a ella por detrás mientras buscaba la ropa de cama en el cajón de la cómoda. Pasó los brazos a cada lado de su cuerpo y los apoyó en el cajón abierto. Dio un paso para acercarse más y posó la mano derecha en el vientre de su mujer para pegarla a él. Un trueno sonó en la lejanía, haciendo que se tensara un poco, pero nada parecido a lo que había pasado ya.

La tormenta se aleja —dijo—. Debes contar los segundos que pasan entre que cae el rayo y suena el trueno. Si son más de diez, estará lo suficientemente lejos como para que no te haga daño —explicó, de la misma manera que se lo decían a él de niño.

La besó en el hombro y fue recorriendo, dejando pequeños besos a su paso, el espacio hasta el cuello, hundiendo el rostro en él por enésima vez. Ese estaba siendo su lugar favorito aquella noche.

¿Lo harás? —preguntó, sin separarse—. ¿Te cambiarás aquí, conmigo?

La soltó y se separó ligeramente, lo justo para dejarle su espacio, de tal manera que se interponía entre la lámpara y ella, dando sombra. No dejó de mirarla ni un sólo segundo, mientras la lluvia seguía sonando en el exterior, pero a Eliot ya no le interesaba. Frente a sí tenía lo único que le importaba.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Miér Sep 19, 2018 1:53 am

Oyó el pedido de Eliot y agradeció estar dándole la espalda, al menos él no vería su gesto. No la escandalizaba la idea de cambiarse ante él, tampoco la asustaba –era Eliot, su esposo, ¿por qué tendría que incomodarle hacer algo así?-, pero su nerviosismo tenía que ver con lo novedoso de la idea. Ningún hombre la había visto cambiarse, de hecho era Eliot Ferrec el único que la había visto en camisón.

Sintió su abrazo que la envolvía y el aliento de la súplica de Eliot en su oído. Un escalofrío la conmovió y una puntada nació en su vagina y se conectó justo con la zona de su vientre en la que Eliot apoyaba su mano. Abrió los labios y se le escapó un suspiro.


-Sí, sí lo haré –le dijo-. Estoy un poco nerviosa, Eliot. Aunque ya me has visto con ropa de dormir…

Se giró para mirarlo, lamentó que se hubiera alejado de ella. Aunque hacía calor, Yulia sentía la necesidad de tener a Eliot todo el tiempo cerca suyo. No era un deseo, un capricho o puro romanticismo, era una necesidad.

Tomó de la cómoda el camisón rosa pálido y se lo tendió, para que se lo sostuviera. De frente a él comenzó a aflojar las tiras delanteras de su vestido y a medida que éstas se aflojaban también lo hacía ella que podía respirar con más libertad. ¿Qué pensaría de ella? ¿Eso hacían todas las mujeres recién casadas? Le gustaba tener su completa atención, pero se sentía insegura… sabía que él había visto a otras mujeres, no le gustaba saber que podía estar comparándola con ellas. Una vez libre, sacó los brazos y el vestido acabó cayendo a sus pies. Recién en ese momento tuvo el valor de mirarlo y en sus ojos halló la confianza para seguir. Hizo lo mismo con las enaguas, desató las cintas de lino suave –aunque con manos más temblorosas que antes- y cuando la tela resbaló por su piel Yulia perdió la confianza que había encontrado en la mirada deseosa de él y se cubrió los senos con las manos, aunque eso fuese insuficiente.


-Oh, Eliot, me da vergüenza –le confesó y se acercó a él hasta pegarse a su pecho, lo abrazó, para que él ya no la viera-. Lo siento, creo que no soy buena en esto.

Le buscó los labios para besarlo, pero era un beso que intentaba distraerlo para que no pensase en ninguna otra mujer al estar viéndola a ella… le gustaría que él le viese los senos sin pensar en nadie más, si tuviera esa certeza tal vez la vergüenza disminuiría, pero no la tenía. Las gotas volvieron a golpear con intensidad contra los ventanales y eso le hizo tomar consciencia de que durante los últimos minutos Eliot parecía haberse tranquilizado. La veía quitarse la ropa y ya no parecía tan asustado por la tormenta.

Estando allí, así, se le ocurrió una idea francamente embriagadora. No tomó el camisón de manos de Eliot, sino que se lanzó a abrir los pocos botones que le quedaban a él prendidos y pegó su piel a la piel de él. La sensación de ese contacto no se parecía a nada que hubiese experimentado antes.


-Tengo calor, pero toda mi piel se ha erizado –descubrió, asombrada por la excitante contradicción.
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Mensaje por Eliot Ferrec Miér Sep 19, 2018 4:42 pm

Agarró el camisón sin prestar mucha atención a la prenda, puesto que no quería perder detalle de cada movimiento que hiciera Yulia para quitarse la ropa. Disfrutó del sonido del roce del lazo al desatarse, de la forma en la que ambos extremos quedaron colgados de los ojales y de los movimientos de los hombros que hicieron que el vestido cayera, pesado, al suelo.

La mirada de Eliot se ensombreció de deseo al verla vestida sólo con las enaguas, una prenda más fina incluso que el camisón con el que ya la había podido abrazar. La luz era demasiado tenue para apreciar las formas de su cuerpo a través del tejido, pero lo que sí pudo notar fue el tono más oscuro de sus pezones. Yulia se quitó las enaguas de la misma manera, pero se cubrió los pechos —esos que a Elito tanto le gustaban— casi antes de que él pudiera verlos como deseaba.

¿Por qué dices eso? —preguntó, recibiéndola entre sus brazos—. Eres maravillosa.

Ella le besó y él la correspondió con necesidad. A pesar de que la tenía envuelta con sus brazos y completamente desnuda, no la tocó más que lo necesario para poder abrazarla. Cuando sintió el contacto de su piel, un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, erizándole la suya. Dejó escapar un suspiro y buscó la clavícula de su esposa con los labios, besando, de paso, todo lo que encontraba en el camino.

La mía también —contestó, subiendo la boca hasta la mandíbula y recorriendo ésta hasta el mentón—, y no me había pasado nunca.

Separó su rostro para poder mirar el de ella. Después, llevó la vista hacia abajo, donde sus pechos, aprisionados contra el cuerpo de él, sobresalían más que nunca. Dejó que se liberaran y acarició uno con las yemas de los dedos, pero no era suficiente, ni por asomo. Necesitaba verlos bajo la luz de la lámpara, tocarlos con la palma completa, apretarlos y besarlos. Tenía que beber de ellos como si la vida le fuera en ello.

Quiero verte —dijo, quitándose la camisa y tirándola a una esquina—. Vamos a la luz.

Le dio la mano y tiró de ella para acercarse a la mesita de noche. Una vez allí, la colocó frente a él y la miró de arriba a abajo con los ojos turbios y las pupilas dilatadas. No había mujer más hermosa que ella en la faz de la tierra.

No sientas vergüenza de tu cuerpo, mi amor —le pidió, dando un paso hacia ella—, porque es perfecto.

La abrazó y la besó antes de desabrocharse el pantalón. Dejó que cayera y, con una patada, lo alejó para que no les estorbara.

Ahora estamos los dos igual —constató y, de pronto, se rió—. ¿Alguna vez pensaste que terminaríamos así, desnudos y uno frente al otro?

Pasó sus manos por detrás de Yulia y buscó el final de la trenza que todavía llevaba. Desató el fino lazo que la mantenía sujeta y, poco a poco, fue deshaciéndola mientras jugueteaba con su pelo. Cuando terminó, bajó las manos hasta sus nalgas, que apretó y masajeó, haciendo que el cuerpo entero de Yulia se pegara al de él de manera irremediable.

Dime qué quieres que haga, dime qué sientes —le pidió contra su boca antes de besarla—, porque yo no lo sé, no puedo adivinarlo.

La agarró de una de las muñecas y la giró, apoyando su espalda contra su torso. Una mano la posó en el vientre para tenerla bien pegada a él, mientras que la otra envolvió uno de sus senos, que tanta tentación le habían causado, y lo masajeó con urgencia.

Estamos solos, Yulia. Nadie nos ve y nadie nos oye. Lo que hagamos y digamos quedará entre nosotros dos, será sólo nuestro —susurró.

La mano que tenía en el vientre descendió hasta que llegó al vello de su pubis, que acarició y dejó atrás en busca de su muslo. Coló la mano entre ambas piernas y separó una de ellas, acariciando la suave piel del interior en un movimiento ascendente, dejando claro cuál era su objetivo pero sin llegar a él. Quería tentarla, que ella se lo pidiera, aunque bien sabía que aquello no sería fácil de lograr.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Jue Sep 20, 2018 4:20 pm

Quería preguntarle si su cuerpo era más bello que el de las otras mujeres a las que había visto. Había un fuego nuevo ardiendo en su pecho, uno que necesitaba saber que era mejor a los ojos de Eliot que cualquier otra, uno que deseaba tener la seguridad de que él siempre la elegiría por su inteligencia, por todo lo que habían creado juntos a lo largo de los años, pero también por su cuerpo; tal vez se tratase de vanidad, había mucho de eso en ella.

Se dejó conducir a la luz y aunque su primer impulso fue volver a cubrirse no lo hizo. Dejó que él la observase y le gustó descubrir nuevos gestos en el rostro, ya familiar, ya amado, de Eliot. La observaba con los labios ligeramente separados, como si estuviese teniendo dificultades para respirar. ¿Ella le estaba provocando eso? Sonrió satisfecha. El escudriño acrecentó la palpitación en su entrepierna y si Eliot no hubiese tirado de ella para abrazarla, Yulia habría llevado una mano a su intimidad para presionarla e intentar así calmar el latido.

Yulia conocía la fisiología masculina, sabía de las diferencias genitales que guardaba para con la femenina. Había usado dibujos de anatomía masculina muchas veces en el laboratorio, pero nunca había visto a un hombre desnudo. Que fuera Eliot el primero, que se mostrase a ella sin vergüenzas, sin querer cubrirse sino confiado plenamente, la conmovió. Quiso tocarlo, a medio camino de hacerlo se arrepintió y en lugar de llevar aquella caricia a su miembro la depositó en su pecho.


-No, nunca lo había imaginado. Te conozco, te conozco mucho, pero nunca creí que te vería así, tampoco que me mostraría ante ti –le confesó, dentro de su abrazo-. Y me gusta, tú me gustas, Ferrec –susurró, casi de forma inaudible.

Estaba poco a poco perdiendo la timidez, que él le soltase el cabello le dio seguridad pues ya sabía ella cuánto le gusta a su flamante esposo su pelo. No le había dado el gusto todavía de soltárselo y le gustó que la primera vez que lo viese –ahora que estaban casados- fuese en esa noche de tormenta.

Ya había sentido aquello antes, ese calor que nacía en su centro y se expandía, el temblor en sus piernas… Todo eso le recordaba al encuentro que habían tenido en su habitación en la base, donde con besos y caricias él le había provocado lo mismo, claro que en el pasado iban vestidos, ahora sus pieles estaban en contacto y todo se intensificaba.

Cuando él la giró, Yulia apoyó con desesperación ambas palmas en la pared, creyendo que se desplomaría. Su respiración se volvía más pesada, su piel era tan sensible al toque de Eliot… necesitaba pedirle que la tocase mucho más todavía, que la aliviase, pero no podía hacerlo.


-Siento que me quemo –le respondió casi sin pensar y fue consciente de que lo mismo debía de estar pasándole a él pues lo sentía en su espalda baja, caliente, duro y palpitante-. Quiero… no sé, quiero lo que tú quieras –le dijo, porque estaba perdiendo la capacidad de pensar con claridad.

Agradeció la afirmación de Eliot, creyó que podía leer su mente en esos momentos. Como si aquellas palabras le diesen la libertad, Yulia hizo lo que su cuerpo le pedía: llevó su mano a la mano de Eliot –esa que le acariciaba la cara interna de los muslos-, tiró para pegarla a ese insistente latido y sobre ella se movió, guiada por el instinto.


-Solo nuestro –repitió las palabras que él le había dicho sin importarle lo que Marianne le había enseñado. ¿Acaso no había enloquecido ya?
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Mensaje por Eliot Ferrec Vie Sep 21, 2018 11:19 am

El olor de su piel estaba inundándole las fosas nasales, turbándolo como nada antes. La mano seguía, tentadora, sobre la piel de su pierna, pero cuando vio que Yulia tardaba demasiado tiempo en decidirse, decidió alargar el pulgar para rozar el pubis con la yema. Sabía —o creía saber— lo que ella deseaba, y era consciente de que terminaría haciéndolo aunque ella no se lo pidiera, pero, finalmente, su esposa terminó llevando la mano a su entrepierna, buscando el roce ella misma con un movimiento de caderas.

Eliot sonrió y hundió el rostro en su cuello para besarlo. Buscó, con su mano, ese punto más duro que ya conocía y sabía que era el origen del placer en las mujeres. Lo comenzó a acariciar con movimientos lentos y circulares, ejerciendo una ligera presión. La otra mano la bajó hasta la cintura de Yulia para poder sujetarla, puesto que sabía que sus piernas flaquearían en la medida en la que el clímax se acercara.

El roce de su miembro contra la espalda de Yulia era estimulante, y eso, sumado a la necesidad contenida durante los últimos meses, le hicieron ser consciente de que no iba a poder seguir en esa posición sin terminar antes de tiempo. Su boca seguía enterrada en su cuello, y sólo la separó para acercarla a su oído y poder así susurrar:

Yo ya sé lo que quiero.

Paró el movimiento de su mano y la sacó de la entrepierna para tomar las de Yulia, que estaban apoyadas en la pared. La volvió a girar despacio y le ayudó a apoyar la espalda contra el muro, de manera que tuviera un punto de equilibrio, antes de pasarle los brazos alrededor de su cuello. Esta vez, una de las manos buscó sus glúteos, mientras la otra volvía a la tarea de hacerla sentir el mayor placer sobre la tierra. Podía notar la humedad que le estaba provocando y, estando frente a frente, el olor de la piel de Yulia se mezclaba con el de la lujuria que desprendía su sexo.

Mírame —le pidió cuando sintió que su cuerpo se tensaba—. Mírame, Yulia.

Intensificó las caricias, ejerciendo más presión y acelerando los movimientos. La agarró con más fuerza para tenerla bien sujeta cuando el orgasmo la inundara, haciendo que su rostro quedara muy cerca del ajeno.

Sólo nuestro —susurró contra sus labios.

Deseó que no tuviera pudor en dejarse ir, que le regalara ese gemido intenso que sabía que se estaba generando en su garganta. Su propia respiración era entrecortada, como si le causase más gusto ver a Yulia extasiada que ser él el receptor de ese placer. Las últimas caricias fueron las más intensas y las que terminaron llevándola al clímax. Eliot la sujetó rápidamente de la cintura y la sostuvo unos segundos, esperando a que se tranquilizara un poco. Después, bajó las manos hasta sus muslos, pasando inevitablemente por las nalgas, y la levantó, haciendo que envolviera su cintura con las piernas. La agarró con fuerza y la llevó hasta la cama, donde la dejó caer, colocándose él encima.

¿Sigues queriendo lo mismo que yo?

Su voz sonó ronca y deseosa. La besó con frenesí, intercalando el jugueteo de su lengua con suaves mordiscos en los labios. Volvió a llevar una mano a su sexo y la estimuló de nuevo para aumentar la humedad —aunque, en realidad, no había tenido tiempo de disminuir—. Mientras que con una mano se sujetaba para no dejar caer todo su cuerpo, la otra agarró las caderas de Yulia por la espalda y las elevó hasta que quedaron a la altura de las suyas, introduciéndose, finalmente, en ella. Soltó un largo suspiro que terminó en jadeo; no había placer mayor que el que sintió en ese momento.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Sáb Sep 22, 2018 10:24 am

Yulia también sabía lo que quería, eso era lo único que rondaba su mente en ese momento tan nuevo, tan íntimo, tan complejo y simple a la vez… pero no podía decirlo. Tendría que confiar en que Eliot lo notaría, en que recordaría.

Cuando la giró, Yulia se pegó a la pared y se alejó unos centímetros del cuerpo de él. Quería mirar y no le importó si eso a él le molestaba, ni siquiera se detuvo a pensarlo. Se inclinó y halló dos visiones completamente novedosas para ella, la primera era el sexo erguido de Eliot que emergía paralelo al abdomen de ambos, y la segunda era casi hipnótica: los dedos de Eliot acariciándola con suavidad, pero pericia. Deseó tener más luz, que fuera de día y que estuviesen en la mitad del campo, para poder ver en detalle lo que él le hacía.

Sentía el corazón latiendo fuerte en varias partes de su cuerpo, como si ese motor de su ser se hubiera multiplicado. Una sensación indescriptible comenzaba a crecer en ella, desde donde Eliot la manipulaba hasta el resto de su cuerpo, los pequeños círculos que él trazaba se agigantaban en oleadas indómitas. Yulia respiró con dificultad, sus labios abiertos no contuvieron los sollozos y no pudo más que complacer a Eliot cuando él le pidió que lo mirase a los ojos, aunque la mirada fue breve; apretó los párpados para disfrutar del inusual temblor y cuando volvió a abrirlos estaba entre los brazos de su esposo. Besó la piel de su hombro en tanto se acostumbraba a la sensación y él no tardó en levantarla. Amó besarlo desde la nueva altura, tomó con ambas manos ese hermoso rostro, ahora cómplice, y lo acarició, todavía con la consecuencia de sus caricias vibrando en su intimidad.

Recién cuando estuvo en la cómoda cama logró asimilar lo que sentía. Estaba ligera, había disfrutado el confuso momento y así quería hacérselo saber a Eliot. Lo besó con una sonrisa en los labios y cuando él volvió a tocarla se lo permitió, confiada, abriendo un poco más las piernas con completa procacidad. ¿Una vez más? ¿Volvería a provocarle la placentera convulsión?


-Sí, Eliot –respondió así a su pregunta, no solo porque, según le habían dicho, en el plano de la intimidad ella debía seguir confiada a su marido, sino porque lo sentía.

Pero tal vez no tendría que haber confiado tanto… Eliot entró en ella sin ayudarla a que se acostumbrase, y el sonido interno del pequeño desgarro la recorrió. Yulia dio un gritito y se llevó una mano al bajo vientre mientras con la otra lo empujaba, instintivamente, para que se separase de ella. Sabía que iba a padecer, Marianne se lo había mencionado, pero no fue tanto el dolor sino la sorpresa lo que la llevó a sentarse en la cama y el movimiento se hizo sentir en su interior. Confundida buscó la mirada de Eliot y al verla intuyó que algo ocurría en él. Tardó un poco más en descubrir la sangre, porque era muy poca y porque la luz era insuficiente.


-Estoy bien –le aseguró-, sabía que iba a suceder, pero igualmente me ha sorprendido –intentó explicar, su voz estaba inusualmente ronca-. Estoy bien –le repitió y quiso tomar la mano de Eliot, pero no la alcanzó.
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Mensaje por Eliot Ferrec Sáb Sep 22, 2018 6:42 pm

Eliot no fue especialmente brusco —porque nunca lo era—, pero tampoco fue todo lo suave y atento que tendría que haber sido para ser la primera vez de Yulia. Él no se dio cuenta, claro, porque su mente ya había asimilado que su esposa no había llegado virgen al matrimonio. Lo había aceptado, aunque le costara al principio, porque la amaba y nada de eso era suficientemente importante como para estropear lo único que verdaderamente le hacía feliz, lo que necesitaba en su vida. Además, ¿qué importaba si, llegado el momento, todo se terminaría sabiendo?

Extasiado como estaba, sí escuchó el quejido de Yulia, pero no creyó que se debiera a la nueva y extraña sensación de verse invadida. Cuando ella posó la mano en su pecho y lo empujó para que se apartara, paró el movimiento de sus caderas y entonces se dio cuenta: esa primera vez no había sido como las que él estaba acostumbrado a tener, había algo distinto que no sabía definir, pero sí había notado. Inquieto, se quitó de encima y se sentó en la cama. Yulia lo tenía preocupado, así que no dejó de mirarla de arriba a abajo, hasta que la vio. La mancha era pequeña, pero sobre la piel blanca de su esposa era la más clara marca de la culpa. Se miró la entrepierna y descubrió que él también se había manchado de sangre.

Maldito malnacido —musitó—. Desgraciado, hijo de…

Se llevó el puño a la boca y lo mordió con fuerza para intentar tranquilizarse. ¿Cómo había sido tan estúpido de caer en su trampa? Quería llorar de la impotencia y de la vergüenza que sentía. ¡Yulia era su esposa, por el amor de Dios! ¿Cómo había podido dudar de ella ni un sólo segundo?

Se movió rápido y alcanzó la jofaina de agua y la toalla que ella había usado momentos antes para refrescarlo. La dejó sobre la cama y humedeció el paño con rapidez. Lo escurrió y se acercó a ella, con cuidado de no derramar el recipiente sobre el colchón.

No puedes estar bien, mi amor —le dijo, tomando su rostro con una mano y haciendo que lo girara en su dirección—. Deja que te limpie esto.

Se acomodó a su lado y le separó los muslos ligeramente para poder quitarle los restos de sangre. No se atrevía a mirarla a los ojos, pero esta vez no era por estar enfadado o decepcionado con ella; era él, junto con su estupidez y su inconsciencia, lo que le hacía tener los ojos fijos en sus piernas y su mente concentrada en algo tan sencillo como limpiar una mancha.

Esto no tenía que haber pasado así. Perdóname, Yulia, por favor.

Volvió a mojar el trapo para eliminar parte de la suciedad y lo escurrió. El agua se tiñó de rosáceo, pero ya no la usaría más, así que dejó la jofaina sobre la mesita de nuevo y volvió a centrarse en el cuerpo de su mujer.

Nunca debí creerme sus palabras, pero parecían tan reales que no sé, no sé… —su voz sonó desesperada. Necesitaba explicárselo y que ella lo entendiera—. Me escribió una carta, Vaguè, en la que contaba cosas que me hicieron dudar.

Dejó de limpiarla para mirarla a los ojos, unos que sabía que le iban a doler en lo más hondo de su alma.

No debí creerle, lo sé, pero las cosas que decía eran tan... —no podía seguir, nada de lo que había pasado tenía sentido ya—. No sé cómo las supo, pero te juro que no fue algo tonto que me creería a la ligera. Tienes que creerme, Yulia.

Antes incluso de ver la reacción de su esposa, él ya se veía a sí mismo en un nuevo infierno como el que vivió semanas antes de su boda. Para colmo, la lluvia que chocaba contra los cristales arreció, y Eliot pudo ver el resplandor de un relámpago por la rendija de las cortinas, seguido de un sonoro trueno. La tormenta había vuelto, y su tormento, también.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Dom Sep 23, 2018 2:01 am

No entendía lo que estaba ocurriendo, de pronto todo parecía haber acabado y sentía que había hecho algo mal. ¿Pero qué? No tenía idea, había seguido a su esposo en todo, había hecho lo que él le había marcado.

-¿Qué te sucede, cariño? –le preguntó, asustada al verlo así. De pronto, Eliot parecía haber perdido el control de la situación-. ¿Tú estás bien?

El latido placentero que había sentido hacía unos minutos le había dado paso a uno mucho más molesto. Ahora que el placer la había abandonado del todo, Yulia sí sentía un pequeño dolor en su interior, pero no se lo diría. Algo le indicaba que era mejor callar aquello.

-Eliot no entiendo, ¿qué dices? –Se recostó y clavó la mirada en el techo, aunque la luz de la lámpara no era suficiente, ella recordaba que estaba empapelado de un verde grisáceo maravilloso.

Parecía hablar solo, Yulia se limitó a hacer lo que le indicaba pero esa vez, al tener la mirada de él en su entrepierna, sintió pudor. Quería decirle que se apartase, que ella podía higienizarse sola, que no lo necesitaba… pero no quería contrariarlo, estaba enojado y no acababa de entender si era o no con ella. Agradeció con un susurro la frescura del agua, aunque se sintiera incómoda con aquello reconocía que la limpieza que él le había hecho la había aliviado y refrescado.

Más que la puntada en el interior de su cuerpo, más que la visión de la sangre, más que haber visto a Eliot en el cabaret con una promiscua mujer en el regazo… más que cualquier otra cosa, a Yulia le dolió saber que él no le había creído. Enterarse de aquello, que el nombre de Jean Vaguè sonase allí, en ese lugar donde habían compartido cosas demasiado íntimas, le molestó. No estaba bien, no tenía sentido. ¿Cómo había llegado Vaguè a su viaje de bodas?


-¿Qué dices? ¿Cómo que él…? Oh –se quejó porque, al haberse sentado de golpe sintió una molestia-. Eliot, no puede ser. ¿Me dices que todo este tiempo tú… tú no creíste en mí? ¿Creíste que yo había compartido esto con Jean Vaguè, que le había permitido tocarme como solo tú me has tocado?

No lo entendía, ¿qué podía haber dicho aquel hombre para convencer a Eliot? No tenía sentido, Ferrec sabía desde el principio lo mentiroso que Vaguè era, ¡si había sido su competidor directo por el mando de la facción y no le habían dado el cargo por su mala reputación! Todos sabían que él era un mentiroso, arrogante, que solo daba problemas. ¿Por qué Eliot había elegido creerle a él?

-Te lo juré, te juré que no era cierto. Tú me viste destrozada desde el primer día en el que supe de todo aquello que se decía de mí a causa suya… ¿Por qué no me creíste?

Yulia lloró. Al principio solo eran unas lágrimas que nacían mientras ella hablaba, pero ese llanto dio paso a uno más profundo que la hizo temblar. Se movió para meterse dentro de las sábanas -necesitaba cubrir su desnudez, repentinamente no se sentía segura ante él-, ya pediría al día siguiente que le cambiasen el cobertor manchado. Quería descansar, nada de lo que él pudiera decirle mitigaría el dolor que sentía.
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Mensaje por Eliot Ferrec Dom Sep 23, 2018 7:24 am

Se sentía despreciable. No, qué demonios, ¡era despreciable! Primero por haber dudado de ella y pensar que, efectivamente, se había entregado a un hombre que no fuera su esposo, y, segundo, por hacerla llorar, aunque esto último era consecuencia directa de lo primero. Eliot ya había visto las lágrimas de Yulia en más de una ocasión, y le habían afectado, porque ver llorar a una mujer como Leuenberger, que siempre se mostraba fuerte e imperturbable, no dejaba a nadie indiferente. Las lágrimas que derramaba en esa ocasión, sin embargo, le dolieron en lo más hondo de su pecho, porque él, y sólo él, era el causante de las mismas.

Yulia, escúchame, por favor —suplicó, sin éxito.

Ella se alejó de él y se hizo un ovillo en un lado de la cama, cubriéndose con las sábanas. Eliot se llevó una mano al rostro y se frotó los ojos, pensando todo lo rápido que su mente le permitía, pero no halló la forma de solucionar el entuerto en el que se encontraban.

La miró y se dio cuenta de que su llanto se había incrementado, puesto que su cuerpo se movía en pequeñas convulsiones que lo evidenciaban. Apretó los labios e intentó contener sus propias lágrimas, que le ardían en la garganta, pujando por salir. Se acercó a Yulia despacio y se tumbó junto a ella, pegando su pecho en la espalda de su mujer. Pasó un brazo alrededor de su cuerpo para abrazarla, para intentar hacer que se sintiera segura, pero no creyó que conseguiría nada de eso. Ella debía odiarlo en ese momento.

Te creí a ti desde el principio —prometió con la voz quebrada—. Esa carta que me dejó en el despacho es lo único que me ha hecho dudar. No quise creer sus palabras, sé lo mentiroso que es, pero, de todo eso que decía, había cosas que sólo un hombre que hubiera estado contigo sabría. No sé cómo las supo, pero estaban escritas de su puño y letra.

Un trueno ensordecedor hizo que se callara y que hundiera el rostro en la almohada, cerca del cuerpo de Yulia. El olor de su piel era tranquilizante, pero no era capaz de eliminar el rastro de culpa que lo azotaba. Eliot quería volver atrás, al momento en el que ella le había mirado a los ojos antes de recibir el placer del orgasmo que él mismo le había provocado. Quería besarle las mejillas, la nariz y los párpados, jugar a enredar su pelo en los dedos, abrazarla y dejar que durmiera sobre su pecho hasta la hora de almorzar. Otro trueno estalló fuera, e hizo que el cuerpo del inquisidor se tensara y se ovillara como el de un niño pequeño. Siempre, desde que tenía uso de razón, pasaban cosas malas las noches de tormenta.

Se juntó más a Yulia, de manera casi posesiva, buscó su mano a tientas y la agarró, rezando para que ella no se la apartara.

Yulia, por favor, perdóname —susurró con el rostro aún oculto y cerca de su cuerpo.

Sonaron más truenos y relucieron más rayos, mientras parecía que las gotas iban a destrozar los cristales de las ventanas. Esa noche, que había comenzado como la mejor, iba a terminar sin ser la mejor para él, y ahora tampoco lo sería para ella.




FIN DEL TEMA
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