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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Lilith d'Vandières Sáb Dic 02, 2023 10:16 pm




Plaza Tertre, Francia.
Noviembre, 1842.
20:00
18 °C





Le enfermaba aquel terrible compromiso que sus padres habían arreglado para ella. Ni siquiera entendía el motivo por el cual se había llevado acabo ese arreglo matrimonial con una persona proveniente de una familia a quiénes ni siquiera conocía. Pero por otro lado, un mal presentimiento entorno a ellos, embargaba al corazón de la renesa. Algo no terminaba de encajarle, aunque en apariencia no hubiera nada de lo que preocuparse. Le preocupaba o más bien le extrañaba, que a diferencia de otros compromisos anunciados por familias nobles y reales, los parentescos y acuerdos se formalizaban con conocimiento de por medio. No era este el caso de su compromiso, de los de Wittelsbach había escuchado muchas veces, pero nunca su familia había tenido cercanía con ellos. ¿Entonces, por qué precisamente ellos? Recordó incluso su compromiso jamás anunciado con Ischirione, y aunque no se conocía demasiado de su familia, sí que demostraba el mayor ser un hombre de calidad.

No podía quitarse de la cabeza aquella terrible idea. Y aunque su padre ya no se encontraba entre ellos, quién fue precisamente quién accedió a comprometer a su hija con Roderick de Wittelsbach, la muchacha ahora tenía la potestad de anular aquel compromiso si lo deseaba. Era ahora una duquesa, y obtendría el apoyo necesario de sus aliados y de Su Majestad propiamente. La excusa perfecta podría ser conseguir un mejor partido. ¿Pero acaso traicionaría así la palabra y la voluntad de su padre? Él ya no vivía, pero bien era cierto que sus buenas acciones y principalmente su honor se mantenían intactos y más vivos que nunca. ¿Sería ella la causante de quebrantar aquello? Desde luego que no, jamás le traicionaría de esa manera.

Caminaba la joven renesa, cubriendo sus dorados cabellos con una túnica de color rojizo mientras se desplazaba lentamente sobre las adoquinadas calles de la capital francesa. Quería un momento a solas, tenía mucho sobre lo que debía reflexionar y necesitaba un poco de aire. A veces el castillo le asfixiaba a pesar de sus grandes dimensiones. Posiblemente eran todas las responsabilidades que recaían sobre sus frágiles y delicados hombros, o tal vez la idea de unirse en matrimonio con alguien a quién no amaba. Pues estaba lejos ahora de unirse a quién sí amaba en cuerpo y alma. Una traviesa lágrima caía a través de una de sus tersas mejillas, estaba pasando por mucho en ese momento, pero principalmente se sentía muy sola.

Se sentía más incomprendida que nunca, y aunque su estatus social y su posición económica le daban acceso a muchas cosas, le restringían de lo que más anhelaba en su vida; la libertad de ser ella misma y principalmente la libertad de amar sin restricciones a quién verdaderamente amaba. Maldecía internamente el haber tenido que nacer con la finalidad de ser una ficha de ajedrez en el tablero político de la aristocracia. Suspiró con impotencia mientras sus pasos eran cada vez más lentos y cortos. Finalmente se detuvo frente a una fuente en el medio de una plaza. Necesitaba respirar.

Tomó asiento al borde de esta y dirigió su azulada mirada hacia el interior de la misma. El agua era cristalina y reposaban sobre la superficie de esta algunas anaranjadas hojas características del otoño parisino. De pronto, un relámpago iluminó los cielos con rapidez, y luego le siguió un fuerte estruendo. Alzó de inmediato su cabeza y logró visualizar brevemente el espectáculo que brindaba la naturaleza en ese momento. Le siguieron algunas gotas de agua luego, probablemente llovería. Pero a ese punto, ya nada le importaba a la bretona. Sólo quería desaparecer.


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Mensaje por Tiberius Lastra Miér Ene 17, 2024 10:19 am


«C'EST UN SIGNE»
TIBERIUS & LILITH




Plaza Tertre, Francia.
Noviembre, 1842.
20:30 hrs.


Su imprevista llegada a la capital francesa se había visto empañada por la casualidad. Lo que comenzó como un viaje que se esperaba breve pasó a convertirse en una estancia indefinida y de constantes viajes, pues una vez que hubo acabado con los trámites legales que allí le convocaban, París volvió a atraparle entre sus garras al presentarle a quien probablemente sería su compañero definitivo. Y puesto que el vampiro deseaba tomarse las cosas con calma, aprovechó cada oportunidad que se le presentó para trasladarse a la capital gala, ya fuera por negocios o placer.

La Mansión di Moncalieri se convirtió en su residencia vacacional predilecta y la excusa perfecta para tener mayor intimidad frente a la enorme Comitiva de nobles que siempre le acompañaba. Aquellos eran tiempos turbulentos y la seguridad para un Monarca era esencial; bastaba recordar la terrible traición cometida durante la Ceremonia de Coronación de la Soberana de los Países Bajos, Amanda van der Bosch, de manos de su propia Corte, apenas cuatro meses atrás. Frente a la cobardía implícita en aquel acto, Tiberius había decidido intervenir pretendiéndose con la viuda neerlandesa y la había acogido en su propio reino como refugiada política, asegurando así que su destino no sería el mismo de María Antonietta.

El tiempo pasó como un parpadeo. Volvía a estar en el corazón de París.

Había salido solo, o al menos, en apariencia. Su Servicio Secreto le seguía a una distancia prudente, oculto entre las sombras. En cuanto el sol se vio oculto por las nubes del atardecer aprovechó la oportunidad para recorrer las últimas tiendas abiertas del mercado y escoger algunas prendas que pensó, serían del agrado de su futuro compañero. Dos guardaespaldas y su Consejera Real seguían de cerca sus pasos al tratarse aquel de un lugar público. Su actual estatus le exigía ciertos códigos a los que debía ceñirse, especialmente si era reconocido por alguno de los presentes. Mantener un bajo perfil era su especialidad.

Al acabar las compras despachó a Madame Gwyddyon junto a los guardaespaldas de vuelta a la Embajada y en solitario se encaminó hacia la Plaza Tertre. Necesitaba pensar. Las responsabilidades con su Reino comenzaban a volverse incompatibles con sus anhelos personales y supo que pronto tendría que hacer una difícil elección.

Unas pocas gotas cayeron del cielo. Mientras los humanos volvían a sus hogares en busca de refugio, el vampiro se sentó en una banca con los ojos cerrados y el rostro hacia el cielo. Sentir la lluvia en su piel era un placer que se veía intensificado por la sensibilidad de la inmortalidad. Sin embargo, no pudo poner su mente en blanco. El tímido llanto de una dama, allí sentada al borde de la fuente central de la plaza, le hizo enfocar la vista en una figura ya conocida. Nadie más había allí, salvo ellos dos.

Decidió acercarse cuidando de hacer sonar sus pasos para no asustar a la joven Duquesa.

No debería salir a solas sin seguridad, Excelencia —mencionó como quien no quiere la cosa, dándole prudente tiempo y distancia para que la damisela pudiese limpiar sus lágrimas—. Es Francia una nación peligrosa y ambos estamos muy lejos de casa. ¿Me permite acompañarla? No le preguntaré sobre los motivos de su angustia, solo quisiera asegurar que llegará sana y salva a su hogar.




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Mensaje por Lilith d'Vandières Vie Feb 23, 2024 10:11 pm

El deber era un tema bastante serio en lo que a la aristocracia se trataba. Era básicamente olvidarse de la vida personal misma, para cumplir, satisfacer y consentir caprichos ajenos debido a las exigencias de la sociedad para ese momento. Jóvenes como Lilith, y otros más dentro del mundo en el que se movían, estaban condenados a obedecer y sin rechistar, las decisiones de terceros. Todo por el honor o la buena reputación que movían y pesaban dentro de la política europea. Pero ese deber comenzaba a ser fatídico para la joven renesa, cuyas etapas de su vida habían sido interrumpidas bruscamente, y luego empujadas a toda marcha sólo para que su casa noble fuese posicionada estratégicamente y siguiera escalando, como no podía ser de otra manera, dentro de las altas esferas. Y es que la Casa d’Vandières a pesar de tener un peso importante en la política exterior del Reino de Francia, su difunto padre siempre aspiró a más y más, no por nada el ducado de Bretaña se mantenía robusto frente a diferentes eventualidades que golpeaban a sus titulares a través de los siglos, y su padre, no estaba dispuesto a quebrantar aquella racha. Ni siquiera en momentos difíciles como lo que significó aquel día en el que la inocencia de su hija fue interrumpida de manera monstruosa. Un día que, cambiaría irrevocablemente, la personalidad y la vida misma de la muchacha.

Se encontraba inmersa entre sus pensamientos destructivos, que golpeaban salvajemente a su cabeza como una terrible manada de rinocerontes a su tranquilidad y sosiego. Por momentos quería gritar y salir corriendo de allí, muy lejos donde nadie la reconociera. Despojarse de todo ápice de ese mundo podrido de la aristocracia. Pero sabía que no era posible, y mucho menos ahora que su nombre era conocido aún más si cabía gracias a su investidura como duquesa de Bretaña. Respiró hondo con suma frustración mientras alzaba de nuevo su azulada mirada al cielo, con sus ojos llenos de lágrimas y la decepción de saber que no tenía más remedio que seguir adelante en dirección a ese destino que ya comenzaba a aborrecer.

Algunas gotas seguían cayendo levemente desde el cielo, pero a la muchacha era lo que menos le preocupaba en ese momento. Tan solo quería un momento para poder respirar y asimilar frente a todo lo que estaba aconteciendo en ese momento dentro de su vida, y por otro lado, lo que estaba por venir. Gimoteaba en ocasiones, y con delicadeza, retiraba de su delicado rostro, aquellas lágrimas que continuaban descendiendo a través de este. No obstante, se vio distraída por algunos pasos que se acercaban hasta su persona, también fue captada por sus oídos, una voz masculina que creía haber escuchado con anterioridad. Antes de girar su rostro en dirección hacia el recién aparecido, se cercioró rápidamente de retirar todas aquellas lágrimas.

Se puso en pie con delicadeza y finalmente se giró sobre sí misma. A escasos pasos de su persona, se encontraba Alexander Stewart. Titular de la corona escocesa y con quién había tenido oportunidad de compartir y cruzar palabras dentro de la coronación de Amanda van den Bosch, y luego el escape de esta de sus dominios para poder preservar su propia vida y la de su pequeño hijo. La muchacha respiró levemente, arqueando sus cejas de manera suave, y reverenció al monarca ―. Nada con lo que no se pueda lidiar, Majestad ― ¡Ah, ojalá fuese tan cierto como quisiera! Y allí estaba la muchacha, utilizando nuevamente aquella fachada de tranquilidad y perfección que, cuidadosamente, había sido inculcada y exigida hacia ella en toda circunstancia de su vida ―. Es una sorpresa coincidir con vuestra persona por aquí, no tenía conocimiento de que nos honraría con su visita ― continuó, intentando evadir a como diera lugar, el motivo de su quebranto emocional.

Ciertamente su interlocutor era joven, pero sabía reconocer la renesa que estaba frente a una persona muy sabia y con gran intelecto. Lo había deducido en las pasadas ocasiones cuando tuvo que compartir con él ―. Me encuentro constantemente viajando entre Rennes y París, pero tenga la certeza de que, siempre será bienvenido en tierras bretonas ― sonrió levemente, posando sus manos con delicadeza sobre la pomposa falda de su vestido.

Curiosamente, Alexander era de las pocas personas con las que, sentía cierta estima a pesar de sus pocos encuentros. El hecho de haber arriesgado su integridad por salvaguardar la integridad de Amanda, su amiga, significaba mucho para la muchacha. La lealtad eran uno de los grandes valores que más admiraba la rubia.


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