Abruptamente sedoso | Frédéric d'Dreux-Griezman

por **Irene de Wittelsbach** Jue Feb 01, 2024 5:39 pm

En la ópera, siempre hay mucho cantar.

Claude Debussy

París, Francia – Hace un año

En el escenario se observaba la tragedia desde un ángulo tan distante que era difícil conectar con ella. Además, para las clases altas siempre ha sido difícil conectar con la clase obrera. Pueden fingir hacerlo, que por un momento parezca algo real, pero nunca va a serlo. La ópera transforma el dolor en algo bello, el lamento en un canto tan profundo que es capaz de perforar los corazones de esas clases altas y, por un momento, hace que sientan un atisbo de realidad. Pero nunca va a serlo.

La soprano, magnífica, estaba arrodillada en el suelo. Todo era seda y tul de distintos tonos de azul. El volumen del vestido ocultaba su cuerpo. Las manos se adherían a su pecho con tal fuerza que parecía que en cualquier instante podría sacar entre ellas su corazón. Su rostro transmitía de manera impecable el pesar que le suponía ver a su amante muerto delante de ella. Plañidera entre violines. La tristeza más desgarradora que verían aquellos estirados en semanas. Todo fingido de una manera impoluta, envidiable.

Pero Irene no sentía nada.

La duquesa de Baviera no era muy entusiasta de la ópera. Dicho de un modo mucho más mundano, le aburría. No bostezaba porque, ante todo, sabía mantener el tipo, ser educada y fingir el más absoluto interés por la cosa más aburrida del mundo. Apreciaba el trabajo de los músicos y los cantantes, el vestuario, el arte de los decorados… Todo era increíble, pero por alguna razón a ella no le movía ni un solo pelo. Se había cuidado siempre de mantener su opinión a buen recaudo, sobre todo delante de su madre, quien le había intentado inculcar la importancia y dificultad de ese arte.

Esa noche había acudido con ella, pero aprovechando uno de los intermedios, su madre se había marchado a casa, pues se encontraba un poco cansada. Era lógico teniendo en cuenta que había llegado esa misma tarde a París después de un largo viaje. La duquesa podría haber aprovechado para marcharse ella también, pero rara vez tenía momentos a solas consigo misma y los atesoraba como lo que eran, efímeros y especiales. Tampoco estaba sola del todo, eso, para alguien como ella, sería un despropósito, un sinsentido. Celine, su querida doncella, estaba allí con ella. Le había pedido sentarse a su lado.

—Creo que está prolongando el lamento en exceso. Nadie se comportaría de ese modo en una situación así —criticó Irene, con los binoculares delante de los ojos, en secreto hacia Celine.

—Tiene que tener en cuenta que se trata de una actuación, mi señora. Todo es mucho más exagerado —respondió la doncella.

El tono era suave, pero alguien con buen oído desde el palco contiguo podría captar la conversación entre las dos mujeres sin mucho esfuerzo.

por **Frédéric d'Dreux-Griezman** Jue Abr 04, 2024 3:26 pm

Ópera de París, Francia.
Invierno, 1841.
21:00
10 °C

La familia d’Dreux-Griezman se encontraba dispersa entre sus dramas familiares y las obligaciones y compromisos que asumían cada uno de manera individual. Costance, su madre, se dedicaba a viajar dentro y fuera del país galo debido a sus compromisos como condesa y viuda del conde d’Dreux, su padre. Por otro lado, Jean, su mellizo, viajaba frecuentemente gracias a su oficio como galeno y también como profesor de la universidad de París mientras asistía a diferentes congresos y foros científicos. Mientras que su persona, se encontraba de gira constantemente a lo largo y ancho de Europa, incluso fuera de sus fronteras en algunas ocasiones. Motivo por el cual la desunión, se acrecentaba mucho más en cada aspecto. Y es que las rencillas entre ellos, y el profundo resentimiento que vivía en el corazón del borgoñés no se esfumarían de la noche a la mañana, mucho menos cuando era testigo del trato diferente de su madre hacia su hermano, a comparación de su trato con él.

Se había tomado un merecido descanso, viajar de ciudad en ciudad, país en país, era verdaderamente agotador a pesar de las muchas comodidades que había dentro de los carruajes y barcos que utilizaba como medio de transporte. Era necesario distraer la mente y tener momentos para poder disfrutar. Ese día en particular no tenía nada planeado, tan solo había decidido quedarse a solas en casa leyendo algún libro, o incluso tocando el piano para sí mismo, actividad que adoraba con demasía. El bullicio de los aplausos y las ovaciones del público eran adrenalina para su persona, sin embargo, también la quietud, el silencio y tan solo la paz y la tranquilidad que le brindaba la privacidad de su alcoba, era algo que también le agradaba y disfrutaba enormemente. No obstante, en horas de la tarde de ese mismo día, una invitación directa desde la Ópera de París había llegado a su casa, donde se daría inauguración a una obra en la ciudad que recorrería muchos destinos. Su interés en asistir era tan mínimo que ni siquiera se molestó en terminar de leer la misiva, sin embargo, su representante le recomendó asistir, para mantener buenos contactos con personalidades del medio, y que, entre otras cosas, no hacían más que fortalecer la ya robusta reputación y fama del joven músico.

A regañadientes aceptó, y horas más tarde ya se encontraba en un palco que había sido reservado para su persona. Rato después, y luego de algunas personas a quién tuvo que saludar y conocer, tuvo la tranquilidad para centrar su atención en la obra que se desarrollaría esa misma noche. Pero lo cierto era que no estaba muy convencido de la temática de la misma, o del desarrollo de esta. ― ¿Podrías decirme a qué clase de circo me has traído, Étienne? ― su voz suave habitual, dejaba verbalizar a su representante el fastidio y la apatía que le generaba estar allí durante esa noche.

Pero cuando estuvo a punto de continuar con su opinión, sus oídos captaron las voces de un par de féminas a su derecha. Su esmeraldina mirada se dirigió hacia el origen de esta y pudo visualizar al par de damas. Escuchó claramente los comentarios de una mujer de buena vestimenta y de cabello oscuro, quién parecía compartir las mismas opiniones que su persona. Acto seguido, el muchacho desvió su mirada hacia su acompañante. ― ¿Lo ves? No soy el único que piensa que estamos presenciando una… situación que deja mucho que desear ― Continuaba mientras giró sus ojos y negó con delicadeza.

― No solo el lamento es excesivo, el timbre de su voz es irritante y creería que cualquiera de mis criadas podría hacer mejores notas ― dirigió su mirada hacia la derecha, respondiendo a los comentarios de la dama que se encontraba en el próximo palco. ― Me temo que aparenta ser desolador el futuro de los espectáculos ― y en ese momento, tomó los binoculares que reposaban sobre una pequeña mesa a su lado, para apreciar mejor el espectáculo desde las alturas.

por **Irene de Wittelsbach** Dom Abr 21, 2024 9:04 am

Aburrirse en el momento adecuado es signo de inteligencia.

Clifton Paul Fadiman

En una sociedad en la que se ensalzaba enormemente un arte como la ópera, Irene se sentía fuera de lugar muchas veces. Cuando peor lo pasaba era en las que acompañaba a su madre, puesto que ella sí disfrutaba del largo —para ella interminable— espectáculo, al menos que ella supiera y si se trataba de lo contrario, lo disimulaba igual de bien o mejor que su hija.

Si se encontraba en compañía de otras personas que también disfrutasen de ello, fingía, pero no al mismo nivel que con su progenitora. No quería regañinas como cuando era pequeña y le corregía absolutamente todo lo que consideraba que estaba mal. Por suerte, Irene era lo suficientemente inteligente como para no contentarse con esas lecciones que pretendían hacer de ella una mujer perfecta. Y perfecta era a ojos de quien quisiera verla así, pero como el resto de los mortales, tenía sus debilidades y momentos en los que su comportamiento no era exactamente el más correcto. Esa mentira nunca la había mantenido con Celine.

La duquesa siempre procuraba tener al menos una doncella en la que pudiera confiar plenamente, alguien que la conociera de verdad más allá de su marido, que supiera cosas de ella que incluso este no sabía. Celine, y no su madre, era la persona que más daño podría hacerle en caso de que se volviera en su contra, pero Irene procuraba, también, tener el control de la relación. Sabía calar bien a la mujer que la acompañaba y sería capaz de detectar con la suficiente antelación cualquier movimiento extraño que pudiera siquiera acercarse a algo parecido a una traición. Y precisamente como Celine la conocía, sabía que era mejor no jugársela, que tentar a la suerte no era para gente como ella, que era mejor serle fiel a aquella reina sin corona ni trono que, por el momento, había decidido mantenerla a su lado.

—Entiendo que a las gentes hay que darles fantasía para que se olviden de sus preocupaciones, incluso cuando lo que se presencia es un drama de este tamaño, pero personalmente me agrada más algo más real —respondió Irene sin despegar los ojos de los binoculares, como si realmente estuviera interesada en seguir la trama.

En ese momento, oyó unas voces que parecían provenir del palco de la izquierda y le hizo un gesto a Celine para que callase y escuchase.

—¿Has visto, Celine? Parece que no somos las únicas que aborrecen lo que está ocurriendo ahí abajo —susurró señalando al escenario—. ¿Podrías ir a ver quiénes son e invitarlos a pasar la velada con nosotras? —aventuró, como si se le hubiera ocurrido una magnífica idea y no una que podía hacerle quedar mal en público si alguien la reconocía.

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