AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Do you wanna die happy? — Priv.
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Do you wanna die happy? — Priv.
Puente Nuevo, París, Francia.
Diciembre, 1842.
03:15
06 °C
Diciembre, 1842.
03:15
06 °C
Meses habían pasado desde su llegada a tierras francesas, huyendo de su familia y de su oscuro pasado allá en tierras españolas. Álvaro se había asentado en la capital francesa con un solo propósito; vengarse y darle muerte de la manera más vil a Jordi, su antiguo amante y quién se fue con casi toda la fortuna que poseía anteriormente. El dinero no era precisamente lo que más le afectaba al alamedano, era haber confiado en alguien que resultó ser un farsante, pero principalmente se sentía molesto consigo mismo por no haber advertido las intenciones de este. ¿Qué clase de hechicero era si se le había escapado un asunto de tal magnitud?
Por meses estuvo siguiendo la pista del otro, hasta que se enteró del paradero de este en París. No iba a cobrar la deuda pendiente con el despreciable hombre de forma inmediata, pero sí trataría de observar todo a detalle para ejecutar su venganza de una manera magistral e impecable. Álvaro estaba lleno de ira, pero principalmente, de dolor. Se sentía enormemente traicionado y burlado por este. Pero por otro lado, se sentía sin un rumbo fijo. Su misma vida ahora se había reducido a la venganza que llevaría a cabo contra el aragonés, y principalmente, a intentar enmendar todos los errores de su pasado mientras fue miembro activo del aquelarre familiar. Dicho aquelarre, de magia negra, cobró la vida de muchísimos inocentes gracias a sacrificios humanos ofrecidos a dioses paganos y demonios. Los favores concedidos eran grandiosos. ¿Pero a qué costo?
Caminaba el español muy cerca al río Sena, con sus manos dentro de su abrigo. Era una fría madrugada de invierno y era una de esos días donde el insomnio le podía. Sus ojos marrones pestañeaban lentamente, mientras caminaba absorto entre sus pensamientos. Se sentía frustrado de diferentes maneras, y aunque estaba luchando por recuperar lo que era suyo, aún sentía que le faltaba algo a su vida. Una chispa, una razón verdadera para vivir. No sabía exactamente qué era, pero era consciente de que no se sentía satisfecho. Divagaba aún entre sus pensamientos cuando un intenso escalofrío le invadió el cuerpo. Y no era precisamente ese tipo de escalofríos producto del frío invierno ―. No esta noche ― dijo entre dientes mientras frunció su ceño y apuró el paso. Algo no andaba bien, lo sabía.
Cruzó el puente sobre el río, y al llegar al otro lado, vislumbró a un hombre de gran altura, amenazando y al parecer robando a otro hombre de avanzada edad. El mayor parecía asustado e indefenso, mientras que el malhechor dejaba entrever en su rostro egoísmo puro. Álvaro apretó sus puños con rabia y dirigió su mirada inquisidora hacia el menor ―. Déjalo ir o tendrás serios problemas ― alzó su voz mientras continuaba caminando hacia ellos, deteniéndose a escasos par de metros. Su paciencia estaba agotada, y si aquel no cooperaba, pagaría los platos rotos de toda la frustración que invadía al español.
Podía sentir gran energía fluir a través de su cuerpo, esa misma que muchas veces se apoderaba de su ser cuando practicaba sus rituales de magia negra.
Álvaro Córdoba de Alcalá- Hechicero Clase Alta
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Re: Do you wanna die happy? — Priv.
«DO YOU WANNA DIE HAPPY? »
CHRISTOPHER & ÁLVARO
Diciembre, 1842
Puente Nuevo
3:15 am
Puente Nuevo
3:15 am
El Bar de Effie se ha convertido en un refugio para escapar de la soledad. No sólo es por el auténtico gin inglés ni por las largas piernas de la dueña del local —alabado aquel que logre bailar entre sus piernas, porque Effie no es de las que eligen a cualquiera—; sino que se trata de algo más profundo que aun no puedo descifrar.
Quizás simplemente estoy tratando de justificar mi inminente alcoholismo.
Las cosas se han vuelto difíciles allí afuera. El caos y la violencia se han tomado las calles como si hubiésemos vuelto a la Edad Media. La gente clama desesperadamente por respuestas, pero no hay nadie dispuesto a dar explicación. París hierve con la misma furia que cobró la vida de Maria Antonietta. El Emperador es el siguiente, se me agota el tiempo.
— Ya es hora de cerrar, corazón —la dulce y profunda voz de Effie me arrebata de mis pensamientos y sólo entonces caigo en cuenta de que nuevamente soy el último cliente en el bar. En mi copa languidece la cáscara de pepino todavía húmeda con los últimos vestigios de mi trago.
Diablos, como decirle que no a esa expresión coqueta y desafiante. Effie no se intimida ante nadie; es inglesa y lleva la determinación en la sangre. Si yo no fuese un monstruo, seguramente la invitaría a salir.
Ya había renunciado a esa idea hace mucho. Desde el asesinato de Víctor, el violinista callejero.
Sin ser demasiado consciente de mi consumo, vacío mis bolsillos sobre la mesa y me alejo tambaleante hacia la puerta. La fresca brisa invernal me ayudó a espabilar y tras una buena sacudida, me sentí capaz de emprender el camino a casa. El Bar de Effie no está muy lejos del Puente Nuevo y allí me dirigí con la idea de acortar camino, sin embargo, un aroma llamó mi atención y apuré el paso con un mal presentimiento.
Algo estaba pasando. Un sujeto alto y fornido amenazaba con un arma corto punzante a un hombre mayor. Con dedos torpes cogí mi arma, pero antes de lograr reaccionar una voz proveniente del puente se me adelantó.
«No otra vez»
Su aura delataba que se trataba de un brujo. Como si no tuviese suficiente con las Amapolas, los malditos parecían multiplicarse como pulgas. No se puede confiar en un hechicero. Las Luciérnagas y su líder son la única excepción.
—¡Policía! ¡Las manos sobre la cabeza o ambos estarán en problemas! —Rugí sin un ápice de humor, pero con los reflejos tan aletargados como los de un humano cualquiera.
Al verse rodeado, el asaltante ladró un par de insultos y en un rápido movimiento que no pude prever —joder, tengo que dejar el gin—, empujó al anciano con fuerza contra el borde del puente y se lanzó a la carrera.
¡Maldita sea! Dejándome llevar por el instinto, salté y me sumergí en las gélidas aguas del Sena, buscando en la oscuridad hasta dar con el cuerpo inconsciente del anciano. Aquella proeza sólo era posible en mi forma de Leopardo y cuando emergí del agua, traía al hombre bien agarrado con mis zarpas y mandíbula. El pobre casi no pesaba nada. Lo arrastré hasta la orilla del río y presioné su pecho con mi hocico, pero no parecía respirar. Algún golpe en la cabeza o la sorpresa de la caída, le había arrebatado la vida.
Miré hacia el puente esperando que esos dos también se hubiesen matado entre ellos. Por desgracia, mi trabajo era interferir.
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Re: Do you wanna die happy? — Priv.
Si había algo que el joven alamedano no toleraba de ninguna manera, eran a los rateros. Sí, de esas mismas calañas a las que pertenecía también Jordi, su antiguo amante y quién le dejó al borde de la quiebra. Por lo que no podía evitar sentirse notablemente molesto ante la escena que acontecía frente a sus ojos. Podía percibir, a través de sus dones, la terrible angustia que invadía al hombre de avanzada edad mientras se sentía intimidado y aterrorizado por el antisocial, sin embargo, Álvaro no permitiría que nada malo le ocurriese. Su mirada castaña, se centraba precisamente en el hombre de gran altura que pretendía despojar de sus pertenencias al anciano.
Todo iba transcurriendo de manera tranquila, a pesar de la situación. Lo tenía bajo control, usaría sus dones si llegaba a ser necesario, pero preveía que no llegaría a hacerlo. No obstante, cuando se disponía a tomar acción, una voz masculina provenía desde atrás, y su aura la detectó rápidamente. Era un ser sobrenatural, aquel aroma era inconfundible ―. Todo está bajo control, señor oficial. El ratero dejará en paz al hombre y se retirará. ¿No es así? ― Sus ojos comenzaron a tornarse de un color ligeramente más oscuro, y sus pupilas se iban dilatando. La energía comenzaba a fluir a través de su cuerpo, trataría de manipular sus pensamientos para obligarle a retirarse, pero antes de que pudiera hacerlo, el hombre se había percatado de la presencia del policía, y tomando con fuerza al anciano, le arrebató de sus pertenencias y le arrojó al río.
Las facciones del rostro de Álvaro se contrajeron, a medida que veía al hombre caer a las frías aguas del río Sena. El invierno azotaba con fuerza a la capital francesa en esa oportunidad y aquello no era positivo para el organismo del hombre que ahora se adentraba en aquellas heladas aguas. La ira comenzó a apoderarse de Álvaro, y cuando a punto estuvo de lanzarse al agua, notó que el policía ya lo había hecho ―. Un cambiaformas ― mencionaba entre dientes mientras le vio adquirir una figura felina y comenzaba a encargarse del anciano. Su atención ahora se centró en el malhechor, quién había corrido varios metros más adelante y a punto estaba de desaparecer de su visibilidad ―. No esta noche ― murmuraba con el ceño fruncido. Las pagaría verdaderamente caro.
Comenzó a correr todo lo que su capacidad física le permitía, y aunque el ladrón era bastante rápido, las piernas de Álvaro parecían ir alcanzándolo poco a poco. Pasaron varios minutos de aquella frenética persecución, hasta que el malhechor se adentró en un callejón sin salida. El alamedano se adentró en el mismo, y se encontró con este al final de aquel callejón. Con la respiración agitada, dirigió su mirada fría hacia este ―. Devuelve lo que te has llevado, no volveré a decirlo ― pronunciaba con la voz trémula, debido a lo agitado que se encontraba, mientras se cruzaba de brazos. Por otro lado, el ladrón se mantenía con una actitud hostil, mientras reía. No parecía muy convencido de las palabras del hechicero ― ¿Y si no, qué? ― Retaba al castaño, con una sonrisa burlona en su rostro. Aquello bastó para agotar la poca paciencia del español.
«Arrodíllate»
Ordenó con una voz más grave, mientras sus ojos se tornaban totalmente negros. Haciendo uso de sus dones de magia negra, Álvaro obligaba al malhechor a realizar la acción indicada. La sorpresa del otro no pasó desapercibida para el hechicero, quién con cara de terror, preguntaba qué ocurría ― ¿Qué ocurre? ― Preguntó con ironía, mientras una sonrisa maliciosa se asomaba en su rostro. Suspiró hondo y continuó ―. Que has agotado mi paciencia ― finalizaba, mientras dejaba de cruzar sus brazos y apretaba su puño derecho.
Por medio de su don de Dominación, Álvaro hacía tomar al ladrón de aquella daga que portaba en su mano y la llevaba hasta el cuello del antisocial. Este último rogaba por piedad, sabía lo que aquello significaba ―. Demasiado tarde, te advertí que sólo te pediría una vez que obedecieras ― volvía a vocalizar palabras, mientras giraba su cuello de un lado a otro, liberando parte del estrés y el cansancio que aquella persecución le había generado.
―Nos vemos en el infierno, de donde nunca has debido salir ― llevaba su mano derecha hasta su frente, y se despedía de este. Apunto estaba de darle muerte al delincuente, cuando volvía a percibir el aura del cambiante. Se aparecía nuevamente a la escena.
Todo iba transcurriendo de manera tranquila, a pesar de la situación. Lo tenía bajo control, usaría sus dones si llegaba a ser necesario, pero preveía que no llegaría a hacerlo. No obstante, cuando se disponía a tomar acción, una voz masculina provenía desde atrás, y su aura la detectó rápidamente. Era un ser sobrenatural, aquel aroma era inconfundible ―. Todo está bajo control, señor oficial. El ratero dejará en paz al hombre y se retirará. ¿No es así? ― Sus ojos comenzaron a tornarse de un color ligeramente más oscuro, y sus pupilas se iban dilatando. La energía comenzaba a fluir a través de su cuerpo, trataría de manipular sus pensamientos para obligarle a retirarse, pero antes de que pudiera hacerlo, el hombre se había percatado de la presencia del policía, y tomando con fuerza al anciano, le arrebató de sus pertenencias y le arrojó al río.
Las facciones del rostro de Álvaro se contrajeron, a medida que veía al hombre caer a las frías aguas del río Sena. El invierno azotaba con fuerza a la capital francesa en esa oportunidad y aquello no era positivo para el organismo del hombre que ahora se adentraba en aquellas heladas aguas. La ira comenzó a apoderarse de Álvaro, y cuando a punto estuvo de lanzarse al agua, notó que el policía ya lo había hecho ―. Un cambiaformas ― mencionaba entre dientes mientras le vio adquirir una figura felina y comenzaba a encargarse del anciano. Su atención ahora se centró en el malhechor, quién había corrido varios metros más adelante y a punto estaba de desaparecer de su visibilidad ―. No esta noche ― murmuraba con el ceño fruncido. Las pagaría verdaderamente caro.
Comenzó a correr todo lo que su capacidad física le permitía, y aunque el ladrón era bastante rápido, las piernas de Álvaro parecían ir alcanzándolo poco a poco. Pasaron varios minutos de aquella frenética persecución, hasta que el malhechor se adentró en un callejón sin salida. El alamedano se adentró en el mismo, y se encontró con este al final de aquel callejón. Con la respiración agitada, dirigió su mirada fría hacia este ―. Devuelve lo que te has llevado, no volveré a decirlo ― pronunciaba con la voz trémula, debido a lo agitado que se encontraba, mientras se cruzaba de brazos. Por otro lado, el ladrón se mantenía con una actitud hostil, mientras reía. No parecía muy convencido de las palabras del hechicero ― ¿Y si no, qué? ― Retaba al castaño, con una sonrisa burlona en su rostro. Aquello bastó para agotar la poca paciencia del español.
«Arrodíllate»
Ordenó con una voz más grave, mientras sus ojos se tornaban totalmente negros. Haciendo uso de sus dones de magia negra, Álvaro obligaba al malhechor a realizar la acción indicada. La sorpresa del otro no pasó desapercibida para el hechicero, quién con cara de terror, preguntaba qué ocurría ― ¿Qué ocurre? ― Preguntó con ironía, mientras una sonrisa maliciosa se asomaba en su rostro. Suspiró hondo y continuó ―. Que has agotado mi paciencia ― finalizaba, mientras dejaba de cruzar sus brazos y apretaba su puño derecho.
Por medio de su don de Dominación, Álvaro hacía tomar al ladrón de aquella daga que portaba en su mano y la llevaba hasta el cuello del antisocial. Este último rogaba por piedad, sabía lo que aquello significaba ―. Demasiado tarde, te advertí que sólo te pediría una vez que obedecieras ― volvía a vocalizar palabras, mientras giraba su cuello de un lado a otro, liberando parte del estrés y el cansancio que aquella persecución le había generado.
―Nos vemos en el infierno, de donde nunca has debido salir ― llevaba su mano derecha hasta su frente, y se despedía de este. Apunto estaba de darle muerte al delincuente, cuando volvía a percibir el aura del cambiante. Se aparecía nuevamente a la escena.
Álvaro Córdoba de Alcalá- Hechicero Clase Alta
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Re: Do you wanna die happy? — Priv.
«DO YOU WANNA DIE HAPPY? »
CHRISTOPHER & ÁLVARO
La nieve comenzó a caer otra vez. Blancos copos se adhirieron a mi lomo y me sacudí pesadamente para eliminar los restos de agua y humedad de mi grueso pelaje, adaptado tras siglos de evolución para soportar precisamente este tipo de frío y más. Me siento cabreado, la punta de la cola enrollada delata mi mal humor y el instinto aflora potenciado por la adrenalina y el alcohol. El repentino baño de agua fría no logró aplacar mis frustraciones ni la ebriedad y ahora la Necesidad nubla mi vista, mi razonamiento.
Necesito romperle el cuello a los dos. Solo así podré sentirme mejor y lograr dominar a mi bestia interior, aquella que clama por sangre, carne y vísceras. La escena del viejo reposando para siempre en el borde del río me recuerda a Víctor destrozado en el callejón; no repetiré el error dos veces, atraparé a sus asesinos y solo así habrá venganza y justicia en un mundo determinado por la violencia.
Con tres largos saltos regreso al puente, mis garras bien afiladas incrustándose en el cemento y el adoquín. La ciudad no está hecha para grandes felinos, pero me he adaptado bien. Mi pelaje moteado se vuelve uno con las sombras y la nieve, disimulando mi presencia de ojos curiosos. Y aunque la misma nieve amenaza con borrar el rastro de mis presas, mi olfato superior me guía a través de los callejones hasta una zona que conozco bien. Están atrapados.
Otro salto y me desplazo a través de los tejados; pobre símil de las crestas de la montaña que en sueños suelo visitar con el recuerdo de mi más tierna infancia.
Mi corazón late fuerte con el embate de la adrenalina, siento el cuerpo caliente y los ojos desorbitados por la furia y la ferocidad. Desde la altura logro visualizar a mis presas y acorto rápidamente la distancia, haciendo uso de mi habilidad para ocultar mi presencia me escabullo con el vientre pegado al piso y las patas acolchadas para no hacer ruido.
Frívolas palabras y cobardes balbuceos llegan a mi oído y es cuando veo al brujo actuar. Imposible ignorar su aura negra como el mismísimo averno, la sombra de un demonio y la ira de sus palabras. La intención es clara. Nublado el pensamiento por la Necesidad y el alcohol, sólo puedo interpretar sus intenciones como un acto de provocación a mi autoridad.
Salto sobre mi presa con las garras extendidas y las fauces abiertas antes de que logre quitarse la vida, arrancando de un mordisco la piel de su cuello. Las venas estallan placenteramente en mi boca empapando mi hocico con el delicioso y cálido líquido vital. El crujir de los huesos es lo último que se escucha de aquella lacra de la sociedad. Al instante dejo caer el cuerpo sin vida y mis pupilas dilatadas se clavan en mi siguiente víctima. Mi postura es rígida y amenazadora, con el lomo erizado y las puntas de mis orejas pegadas al casco. Sin el amuleto de Gwang So no hay suerte ni protección de mi lado, pero ya no hay vuelta atrás. Estoy en guardia, atento a atacar frente al más mínimo movimiento.
Sólo somos él y yo.
Necesito romperle el cuello a los dos. Solo así podré sentirme mejor y lograr dominar a mi bestia interior, aquella que clama por sangre, carne y vísceras. La escena del viejo reposando para siempre en el borde del río me recuerda a Víctor destrozado en el callejón; no repetiré el error dos veces, atraparé a sus asesinos y solo así habrá venganza y justicia en un mundo determinado por la violencia.
Con tres largos saltos regreso al puente, mis garras bien afiladas incrustándose en el cemento y el adoquín. La ciudad no está hecha para grandes felinos, pero me he adaptado bien. Mi pelaje moteado se vuelve uno con las sombras y la nieve, disimulando mi presencia de ojos curiosos. Y aunque la misma nieve amenaza con borrar el rastro de mis presas, mi olfato superior me guía a través de los callejones hasta una zona que conozco bien. Están atrapados.
Otro salto y me desplazo a través de los tejados; pobre símil de las crestas de la montaña que en sueños suelo visitar con el recuerdo de mi más tierna infancia.
«Soy rápido, muy rápido»
Mi corazón late fuerte con el embate de la adrenalina, siento el cuerpo caliente y los ojos desorbitados por la furia y la ferocidad. Desde la altura logro visualizar a mis presas y acorto rápidamente la distancia, haciendo uso de mi habilidad para ocultar mi presencia me escabullo con el vientre pegado al piso y las patas acolchadas para no hacer ruido.
Frívolas palabras y cobardes balbuceos llegan a mi oído y es cuando veo al brujo actuar. Imposible ignorar su aura negra como el mismísimo averno, la sombra de un demonio y la ira de sus palabras. La intención es clara. Nublado el pensamiento por la Necesidad y el alcohol, sólo puedo interpretar sus intenciones como un acto de provocación a mi autoridad.
«No en mi territorio»
Salto sobre mi presa con las garras extendidas y las fauces abiertas antes de que logre quitarse la vida, arrancando de un mordisco la piel de su cuello. Las venas estallan placenteramente en mi boca empapando mi hocico con el delicioso y cálido líquido vital. El crujir de los huesos es lo último que se escucha de aquella lacra de la sociedad. Al instante dejo caer el cuerpo sin vida y mis pupilas dilatadas se clavan en mi siguiente víctima. Mi postura es rígida y amenazadora, con el lomo erizado y las puntas de mis orejas pegadas al casco. Sin el amuleto de Gwang So no hay suerte ni protección de mi lado, pero ya no hay vuelta atrás. Estoy en guardia, atento a atacar frente al más mínimo movimiento.
Sólo somos él y yo.
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Re: Do you wanna die happy? — Priv.
Por momentos, sus luces negras y el poder que heredaba de generaciones de brujos que pertenecieron a su núcleo familiar, Álvaro se dejaba seducir por el gran poder que ostentaba y que en más de una ocasión le hizo cometer grandes atrocidades. Principalmente empujado por la avaricia de su aquelarre familiar, quiénes gracias a los diferentes dones de su persona y de otros miembros más, hacían cualquier clase de rituales satánicos con la finalidad de obtener beneficio personal y que, entre otras cosas, no hacía más que generarle más poder, riqueza y abundancia a ellos. Y por otro lado, borrar de la faz de la tierra a sus enemigos y a los propios miembros de la Inquisición cuando se generaba alguna sospecha que lograra incriminarlos.
A punto estuvo de apretar su puño, para que el antisocial finalmente clavara aquella filosa daga en su yugular, cuando de nuevo, aquella fastidiosa e inoportuna pantera volvía a hacer presencia en la escena. Frunció su ceño rápidamente, y antes de que pudiera culminar lo que estaba por finalizar, el animal le arrebató la vida a ese malnacido. Sus pupilas negras, poseídas por el poder que emanaba de su interior, observaban con detenimiento a la bestia saciar su sed y su apetito. Detalló la manera en que arrancaba la cabeza de su cuerpo, y hacía crujir gran parte de sus huesos. Lo último que pudo escuchar del moribundo hombre fueron algunos gritos de desespero mientras su cabeza terminaba de ser devorada. Gran cantidad de sangre borbotaba del cuerpo de este, y caía en los adoquines de aquel abandonado callejón.
La ira volvió a apoderarse del muchacho, y antes de que el cambiaformas pudiera terminar su banquete, Álvaro giró su muñeca y con ello hizo estallar en pedazos el resto de la humanidad del malhechor, haciendo volar pequeños trozos a la redonda ―. No debiste hacer eso ― pronunció con una voz más grave, casi demoníaca, sin retirar su oscura y profunda mirada del otro. Su respiración ahora se hacía más pesada y lenta ― ¿Qué ocurrió con el anciano? ¿Está bien? ― Preguntó con interés, dentro de todo, un ápice de humanidad y cordura se escondía en la mente del español.
― ¿Quién eres y quién te ha enviado? ― Su aura delataba que aquel era una clara amenaza, pero no estaba seguro si se trataba de alguien que iba tras su persona o si era posiblemente un miembro de la Inquisición. Habían muchos condenados que ahora trabajaban para dicha institución con la finalidad de ser expiados de sus culpas, desconocía si era el caso de la pantera que ahora se encontraba amenazante frente a su persona. Se mantuvo el alamedano en alerta, cualquier movimiento en falso y haría uso de sus dones ―. Te escucho ― continuaba, mientras sus pupilas, continuaban dilatadas y totalmente negras, sin retirar su atención del otro.
A punto estuvo de apretar su puño, para que el antisocial finalmente clavara aquella filosa daga en su yugular, cuando de nuevo, aquella fastidiosa e inoportuna pantera volvía a hacer presencia en la escena. Frunció su ceño rápidamente, y antes de que pudiera culminar lo que estaba por finalizar, el animal le arrebató la vida a ese malnacido. Sus pupilas negras, poseídas por el poder que emanaba de su interior, observaban con detenimiento a la bestia saciar su sed y su apetito. Detalló la manera en que arrancaba la cabeza de su cuerpo, y hacía crujir gran parte de sus huesos. Lo último que pudo escuchar del moribundo hombre fueron algunos gritos de desespero mientras su cabeza terminaba de ser devorada. Gran cantidad de sangre borbotaba del cuerpo de este, y caía en los adoquines de aquel abandonado callejón.
La ira volvió a apoderarse del muchacho, y antes de que el cambiaformas pudiera terminar su banquete, Álvaro giró su muñeca y con ello hizo estallar en pedazos el resto de la humanidad del malhechor, haciendo volar pequeños trozos a la redonda ―. No debiste hacer eso ― pronunció con una voz más grave, casi demoníaca, sin retirar su oscura y profunda mirada del otro. Su respiración ahora se hacía más pesada y lenta ― ¿Qué ocurrió con el anciano? ¿Está bien? ― Preguntó con interés, dentro de todo, un ápice de humanidad y cordura se escondía en la mente del español.
― ¿Quién eres y quién te ha enviado? ― Su aura delataba que aquel era una clara amenaza, pero no estaba seguro si se trataba de alguien que iba tras su persona o si era posiblemente un miembro de la Inquisición. Habían muchos condenados que ahora trabajaban para dicha institución con la finalidad de ser expiados de sus culpas, desconocía si era el caso de la pantera que ahora se encontraba amenazante frente a su persona. Se mantuvo el alamedano en alerta, cualquier movimiento en falso y haría uso de sus dones ―. Te escucho ― continuaba, mientras sus pupilas, continuaban dilatadas y totalmente negras, sin retirar su atención del otro.
Álvaro Córdoba de Alcalá- Hechicero Clase Alta
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Re: Do you wanna die happy? — Priv.
«DO YOU WANNA DIE HAPPY? »
CHRISTOPHER & ÁLVARO
El instinto me empuja a actuar de forma territorial, imponiéndome sobre mi contrincante incluso a costa de mi vida. Imágenes intercaladas del cadáver de Víctor, las esclavas coreanas y los pechos de Effie mientras me corre del bar me nublan la cordura. No está siendo mi noche, en verdad. Desde el indiscriminado consumo de gin y la repentina zambullida en el agua congelada, hasta la muerte del viejo y el enfrentamiento con este brujo temperamental. La última vez que me enfrenté a un grupo de estos malditos, casi no vivo para contarlo.
La carne estalla entre mis fauces tomándome por sorpresa. Pego un salto nervioso y erizado, tan tenso que me tiemblan los músculos por la ansiedad de atacar. Estoy cansado. Instantáneamente me sacudo la sangre y vísceras frescas, salpicándole a propósito el traje de dandy. El tono de su voz es una clara amenaza y el negro de sus ojos me recuerda a los demonios de Goya; es la encarnación del mal absoluto y solo yo puedo detenerlo.
Quizás, me temo, hoy sea mi última noche en París.
Enseño los dientes en un bufido amenazante y vuelvo a bajar las orejas mientras calculo la distancia hasta su yugular. Un ser así de siniestro no puede ir a sus anchas por la ciudad. Su siguiente pregunta me confunde y me hace dudar por un instante. ¿Por qué de pronto parece tan preocupado por la vida ajena? Me gustaría poder hablar y sacarle las respuestas que necesito. Por su acento, debe de ser español.
Muevo las orejas en señal de entendimiento y bajo un poco el lomo a una postura menos amenazadora, sin bajar la guardia en ningún momento, me muestro un poco más dispuesto a escuchar. Algo en su postura me recuerda a mi padre humano; es un duelo de miradas donde ninguno es capaz de parpadear. A mis fauces llegan los aromas de su persona: algodón, perfume y sudor corporal. Cuidadosamente almaceno la información en mi cerebro, una biblioteca rebosante de olores a lo largo de mi vida y una memoria capaz de darle nombre, lugar y fecha a cada uno. El brujo español queda impreso para siempre en mi memoria.
«Nadie me envía», niego con la cabeza su insinuación de buscarlo o conocerlo, más allá de la maldita fortuna que nos cruzó el camino aquella noche. Ahora que parece un poco más razonable decido acercarme con movimientos lentos y calculados, la cola rígida en señal de alerta y las orejas atentas a cualquier señal de peligro.
Si es inteligente, sabrá interpretar mi lenguaje corporal. Una de las ventajas de ser criado por humanos, fue haber desarrollado una comunicación única entre nosotros cuando me encuentro en mi forma felina, sin embargo, hace años que no lo he vuelto a practicar. Me detengo a su lado mirándolo fijamente, desafiante y autoritario al mismo tiempo.
«Yo soy el guardián de este territorio. No matarás en mis tierras», hubiese deseado decirle, más no podía cambiar a mi forma humana sin quedar vulnerable ante él.
La carne estalla entre mis fauces tomándome por sorpresa. Pego un salto nervioso y erizado, tan tenso que me tiemblan los músculos por la ansiedad de atacar. Estoy cansado. Instantáneamente me sacudo la sangre y vísceras frescas, salpicándole a propósito el traje de dandy. El tono de su voz es una clara amenaza y el negro de sus ojos me recuerda a los demonios de Goya; es la encarnación del mal absoluto y solo yo puedo detenerlo.
Quizás, me temo, hoy sea mi última noche en París.
«¡Ya ves, no te tengo miedo!»
Enseño los dientes en un bufido amenazante y vuelvo a bajar las orejas mientras calculo la distancia hasta su yugular. Un ser así de siniestro no puede ir a sus anchas por la ciudad. Su siguiente pregunta me confunde y me hace dudar por un instante. ¿Por qué de pronto parece tan preocupado por la vida ajena? Me gustaría poder hablar y sacarle las respuestas que necesito. Por su acento, debe de ser español.
Muevo las orejas en señal de entendimiento y bajo un poco el lomo a una postura menos amenazadora, sin bajar la guardia en ningún momento, me muestro un poco más dispuesto a escuchar. Algo en su postura me recuerda a mi padre humano; es un duelo de miradas donde ninguno es capaz de parpadear. A mis fauces llegan los aromas de su persona: algodón, perfume y sudor corporal. Cuidadosamente almaceno la información en mi cerebro, una biblioteca rebosante de olores a lo largo de mi vida y una memoria capaz de darle nombre, lugar y fecha a cada uno. El brujo español queda impreso para siempre en mi memoria.
«Nadie me envía», niego con la cabeza su insinuación de buscarlo o conocerlo, más allá de la maldita fortuna que nos cruzó el camino aquella noche. Ahora que parece un poco más razonable decido acercarme con movimientos lentos y calculados, la cola rígida en señal de alerta y las orejas atentas a cualquier señal de peligro.
Si es inteligente, sabrá interpretar mi lenguaje corporal. Una de las ventajas de ser criado por humanos, fue haber desarrollado una comunicación única entre nosotros cuando me encuentro en mi forma felina, sin embargo, hace años que no lo he vuelto a practicar. Me detengo a su lado mirándolo fijamente, desafiante y autoritario al mismo tiempo.
«Yo soy el guardián de este territorio. No matarás en mis tierras», hubiese deseado decirle, más no podía cambiar a mi forma humana sin quedar vulnerable ante él.
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Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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