AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Se despertó sobresaltada, la luz entraba por los ventanales porque la noche anterior había elegido dejar las cortinas descorridas. La tristeza no tardó en hacerse sentir en su pecho y Yulia recordó todo otra vez. Habían pasado dos noches y la angustia no era la misma… ahora al dolor de la desilusión se le sumaba la añoranza. Estaba terriblemente enojada con Eliot, defraudada por él, pero lo extrañaba porque ya se había acostumbrado a tenerlo muy cerca todo el tiempo, a reír junto a él, a sentarse en su regazo y dormir una siesta apoyada en su pecho. Lo extrañaba, lo necesitaba, pero no podía perdonarlo.
No lo había vuelto a ver, al menos no de cerca. Muchas veces él había intentado hablarle, golpeaba con insistencia sus puertas –la del pasillo, la interna que conectaba los dos dormitorios y la del balcón-, pero ella no abría ninguna. Ni siquiera le hablaba. Así había sido desde aquella noche en la que le había entregado su cuerpo y él había destrozado el alma. La mañana siguiente a eso había sentido molestia física, pero luego de un baño y de caminar por su habitación aquello había remitido, lo que no disminuía era su enojo… por eso se había encerrado, resguardado: para separarse de él, para no tener que ver sus ojos mentirosos. Había soportado dormir junto a Eliot esa noche porque se lo había prometido, porque era notable el miedo que sentía por las tormentas, incluso apretó su mano hasta el amanecer… pero cuando en la mañana él se levantó para bajar a desayunar, ella cerró y trabó la puerta y ya no lo dejó volver a ingresar.
Sí lo había espiado desde el balcón. Cuando salía a montar al atardecer, lo veía sobre su caballo plateado mezclarse entre las flores del campo y sentía una puntada de angustia porque le gustaría que todo fuese de otra manera para poder estar allí paseando con él, pero cuando Eliot se acercaba de nuevo a la casa, cuando estaba lo suficientemente cerca para que sus miradas conectaran, Yulia corría y volvía a encerrarse en su dormitorio. Allí le subían las mujeres del servicio la comida, solo a ellas las dejaba ingresar también para que le preparasen el baño. No le hablaban y eso le agradaba, le gustaba que la gente le temiese, que la considerasen fría y distante, porque era una manera de protegerse también.
En las dos noches que habían pasado desde la fatídica confesión de su esposo, Yulia había observado las lámparas de la habitación contigua encendidas, así lo revelaba la rendija que separaba la puerta del piso de madera reluciente. Lo extrañaba tanto… Sabía que volvería a verlo, que volverían a hablar, a besarse y que eventualmente lo dejaría entrar en ella otra vez –se había comprometido a darle un heredero y eso haría-, pero no ahora, no esa semana, no ese mes. No podía dejar de pensar en que él no le había creído, en que la había tomado por una cualquiera, pero ya estaba casada y eso era para siempre. Volverían a estar juntos.
Yulia se levantó de la cama y se quitó la redecilla del cabello. Se sentó frente al espejo que tenía junto a la puerta que daba al cuarto de baño y se contempló: la angustia le había marcado los rasgos, tenía oscurecida la zona de debajo de los párpados inferiores y ya nada quedaba del brillo de felicidad que se había visto en los ojos la primera vez que se había plantado frente a ese espejo. Se cepilló el cabello por el espacio de quince minutos, luego se aplicó un bálsamo dulce en los labios y eligió usar un aceite de manzanilla en el rostro, deseaba mejorar su aspecto. Sintió algunos pasos en el pasillo y supo que se acercaban las mujeres del servicio, no tardaron en llamar a la puerta y Yulia se incorporó con intención de abrirles.
-Es el desayuno, señora Ferrec –se anunció Francine.
Yulia destrabó y abrió la puerta. Alcanzó a verla escapar antes de que Eliot, con la bandeja entre las manos, ingresase y cerrase atrás de sí. Se alejó hasta que sus piernas chocaron contra la cama. En principio le sostuvo la mirada, pero no pudo evitar luego la tentación de observarlo. También lucía cansado, tenía unas arruguitas debajo de los ojos y lo encontró un poco más delgado. ¿Era posible? Solo habían pasado dos días…
-Buenos días –le dijo con voz segura, porque no chillaría como niñita-. ¿Qué deseas, Ferrec?
No lo había vuelto a ver, al menos no de cerca. Muchas veces él había intentado hablarle, golpeaba con insistencia sus puertas –la del pasillo, la interna que conectaba los dos dormitorios y la del balcón-, pero ella no abría ninguna. Ni siquiera le hablaba. Así había sido desde aquella noche en la que le había entregado su cuerpo y él había destrozado el alma. La mañana siguiente a eso había sentido molestia física, pero luego de un baño y de caminar por su habitación aquello había remitido, lo que no disminuía era su enojo… por eso se había encerrado, resguardado: para separarse de él, para no tener que ver sus ojos mentirosos. Había soportado dormir junto a Eliot esa noche porque se lo había prometido, porque era notable el miedo que sentía por las tormentas, incluso apretó su mano hasta el amanecer… pero cuando en la mañana él se levantó para bajar a desayunar, ella cerró y trabó la puerta y ya no lo dejó volver a ingresar.
Sí lo había espiado desde el balcón. Cuando salía a montar al atardecer, lo veía sobre su caballo plateado mezclarse entre las flores del campo y sentía una puntada de angustia porque le gustaría que todo fuese de otra manera para poder estar allí paseando con él, pero cuando Eliot se acercaba de nuevo a la casa, cuando estaba lo suficientemente cerca para que sus miradas conectaran, Yulia corría y volvía a encerrarse en su dormitorio. Allí le subían las mujeres del servicio la comida, solo a ellas las dejaba ingresar también para que le preparasen el baño. No le hablaban y eso le agradaba, le gustaba que la gente le temiese, que la considerasen fría y distante, porque era una manera de protegerse también.
En las dos noches que habían pasado desde la fatídica confesión de su esposo, Yulia había observado las lámparas de la habitación contigua encendidas, así lo revelaba la rendija que separaba la puerta del piso de madera reluciente. Lo extrañaba tanto… Sabía que volvería a verlo, que volverían a hablar, a besarse y que eventualmente lo dejaría entrar en ella otra vez –se había comprometido a darle un heredero y eso haría-, pero no ahora, no esa semana, no ese mes. No podía dejar de pensar en que él no le había creído, en que la había tomado por una cualquiera, pero ya estaba casada y eso era para siempre. Volverían a estar juntos.
Yulia se levantó de la cama y se quitó la redecilla del cabello. Se sentó frente al espejo que tenía junto a la puerta que daba al cuarto de baño y se contempló: la angustia le había marcado los rasgos, tenía oscurecida la zona de debajo de los párpados inferiores y ya nada quedaba del brillo de felicidad que se había visto en los ojos la primera vez que se había plantado frente a ese espejo. Se cepilló el cabello por el espacio de quince minutos, luego se aplicó un bálsamo dulce en los labios y eligió usar un aceite de manzanilla en el rostro, deseaba mejorar su aspecto. Sintió algunos pasos en el pasillo y supo que se acercaban las mujeres del servicio, no tardaron en llamar a la puerta y Yulia se incorporó con intención de abrirles.
-Es el desayuno, señora Ferrec –se anunció Francine.
Yulia destrabó y abrió la puerta. Alcanzó a verla escapar antes de que Eliot, con la bandeja entre las manos, ingresase y cerrase atrás de sí. Se alejó hasta que sus piernas chocaron contra la cama. En principio le sostuvo la mirada, pero no pudo evitar luego la tentación de observarlo. También lucía cansado, tenía unas arruguitas debajo de los ojos y lo encontró un poco más delgado. ¿Era posible? Solo habían pasado dos días…
-Buenos días –le dijo con voz segura, porque no chillaría como niñita-. ¿Qué deseas, Ferrec?
Última edición por Yulia Leuenberger Ferrec el Lun Nov 12, 2018 10:57 pm, editado 1 vez
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 73
Fecha de inscripción : 12/07/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
«Hablemos de ruina y espina,
hablemos de polvo y herida,
de mi miedo a las alturas,
lo que quieras, pero hablemos»
Vetusta Morla
hablemos de polvo y herida,
de mi miedo a las alturas,
lo que quieras, pero hablemos»
Vetusta Morla
Cada vez que pasaba frente a las múltiples puertas de la habitación de Yulia, Eliot tenía que aguantar la tentación de golpearla hasta desfallecer. Solía intentar que le abriera alguna de las tres varias veces al día, pero nunca conseguía que ella cediera y le dejara pasar. Si salía de la casa era sólo para no tener que sentir la presencia de su esposa allí dentro, porque el simple hecho de pensar en ella le dolía.
Apenas durmió la última noche que pasó con Yulia. La tormenta no cesó hasta la madrugada, pero no era eso lo que le quitó el sueño al inquisidor. No hacía más que darle vueltas a cómo iba a abordar el asunto en la mañana siguiente, porque ese era un tema que necesitaba zanjar. Viendo que el sueño no parecía llegar, se levantó sin hacer mucho ruido y cruzó la puerta que unía ambas habitaciones. Se dio un baño —que le supo amargo al ver que él seguía manchado de sangre— y se vistió para bajar a desayunar. Decidió que volvería a hablar con ella después, con el estómago lleno y la cabeza centrada. Las puertas, sin embargo, no se volvieron a abrir, y Eliot no tuvo ocasión de explicarse como era debido.
El segundo día desde aquella noche, pasó gran parte de la tarde montando entre las flores de lavandas que crecían alrededor de la casa. La situación se estaba volviendo insoportable y, mientras regresaba, se hizo una promesa a sí mismo: no dejaría pasar un día más sin explicárselo todo a Yulia. El único problema era cómo conseguir entrar en su habitación.
A la mañana siguiente se levantó temprano y bajó a las cocinas cuando todavía estaban preparando el desayuno. Se quedó en el umbral de la puerta, impaciente, hasta que la bandeja que Francine subiría para su esposa estuviera lista. La joven hizo amago de salir con ella en las manos, pero Eliot se la quitó y le indicó que saliera delante de él.
—Le avisarás de que el desayuno está listo y te marcharás inmediatamente, ¿de acuerdo?
—Sí, señor.
La joven anduvo rápido para poder seguir el paso de Eliot, que en varias ocasiones estuvo a punto de adelantarla. Su corazón latía rápido en el tiempo que estuvo esperando frente a la puerta, todavía cerrada, de la habitación de su mujer. ¿Qué le diría? ¿Que se marchara sin dejarle tiempo de hablar? No pensaba hacer algo así; si conseguía entrar, no saldría hasta que le dijera todo lo que le picaba en el pecho.
Cuando la puerta se abrió, metió el pie rápidamente para evitar que la volviera a cerrar al verle y la empujó con el cuerpo entero. El zumo de naranja se derramó y manchó la bandeja, pero eso era lo de menos. Cerró la puerta tras de sí y dejó el desayuno sobre una mesa que encontró sin prestar demasiada atención.
—Que me escuches —contestó, sin siquiera saludar—. Quiero explicarte lo que pasó, Yulia, pero para eso tienes que dejar que lo haga.
Se acercó a ella un poco, acortando la distancia a la mitad de la que era inicialmente, y respiró hondo.
—Esto ya te lo dije, pero te lo repito ahora: yo te creí a ti desde el principio. Necesito que entiendas eso, que lo recuerdes —comenzó, tomando aire después para prepararse—. Cuando llegué al despacho la mañana siguiente de la noche que fui a tu cuarto —tragó saliva—, me encontré una carta en el suelo. Creí que sería tuya, así que la abrí, pensando ver tu letra, pero resultó que era de Vaguè.
Recordar el momento le dolía, y eso se notó en la voz, que tembló ligeramente. No obstante, se recuperó rápido y siguió hablando, desviando la mirada hacia el suelo.
—No sé cuántas veces tuve que leerla para poder entender algo de lo que decía. En ella me felicitaba por el compromiso, otra vez, y luego quería darme consejos sobre ti. Eso es lo que más me perturbó.
Se acercó un poco más y la miró con ojos vidriosos.
—Contaba cosas que se suponía que te gustaban, y no me hubiera creído ni una de sus palabras de no haber sabido que algunas de esas cosas que él decía eran verdad. Sabía lo mucho que te gustan los besos en el cuello, y que también te gusta que te los den en el pecho. Sabía que, pese a que te da pudor que te vean con el pelo suelto, te llega casi a la mitad del pecho, y que cae haciendo hondas que te enmarcan el rostro porque siempre lo llevas trenzado o recogido, y eso le da forma. —La voz se le volvió a quebrar y tuvo que parpadear antes de seguir—. También sabía que lo cuidas con aceites porque es suave y hacen que huela bien. —Respiró hondo, llenando los pulmones—. Dime cómo podía saber todo eso si no había estado contigo ni una sola vez. El resto de cosas no puedo saber si son o no verdad, pero esas sí, y era tan específico cuando lo relataba… ¡Parecía que las había escrito yo, Yulia!
Estaba desesperado y se le notaba en la actitud.
—Por eso dudé, porque si era verdad lo que tú decías, todo eso sólo debía saberlo yo. Cómo lo supo él, no lo sé. Podía habérselas inventado, claro, pero ¿de forma tan certera? —cuestionó—. Si sólo hubiera sido una cosa no le habría dado importancia, pero todo lo que yo sabía que te gustaba estaba ahí escrito con sumo detalle. Creí que él había vivido lo mismo que yo.
El silencio de Yulia lo estaba matando casi tanto como si se hubiera puesto a gritar, así que decidió dejar que todo lo que había dicho fluyera y calara en ella, con la esperanza de que, finalmente, lo perdonara.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 71
Fecha de inscripción : 23/08/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
No iba a negarlo, la estrategia que se había montado Eliot para poder llegar a su habitación le había dado ternura. Quería abrazarlo por no haberse rendido. Le parecía extraño no sentir pudor ante él ya. No le importaba que la viese en camisón y con el cabello suelto como ahora estaba, porque habían compartido algo mucho más íntimo, más cercano. Sintió sus mejillas encenderse cuando recordó la forma rítmica en la que los dedos de él acariciaban su sexo. Se abrazó el cuerpo, intentando protegerse de ese recuerdo.
Oírle fue difícil, Yulia no quería hacerlo porque le dolía. Ante el relato de Ferrec, ella podía imaginarse a ese otro hombre despreciable escribiendo, ensimismado, solo con el objetivo de hacer daño. ¿Por qué tanta saña con ella? ¿Por qué invertía tanto tiempo en hacerles daño? Había tantas cosas que hacer en la facción, tanto trabajo atrasado, no podía entender que el otro tecnólogo perdiese tiempo en fastidiarlos. Algo quería de ellos, pero lo que fuese no lo tendría. Yulia no olvidaba que había jurado vengarse.
-Lo odio –susurró-. No entiendo por qué nos hace esto, no entiendo que haya podido meterse aquí con nosotros en un momento tan especial… que nos lo haya arruinado. Lo odio y te creo –le dijo, al entender la situación de él, y lo miró fijamente-, te creo como me hubiera gustado que me creas tú. Nunca estuve con él, supongo que ahora lo sabes bien, nunca lo besé ni le di esperanzas de nada… Hace algunos años él se acercó a mí con intensión de cortejarme, me invitó a la Ópera y el maestro Beaumont me dio permiso de ir, pero con una de las damas de compañía de Marianne. Fue tan incómodo, solo me hacía preguntas sobre Beaumont y sobre ti, era lo único que le importaba. Es todo lo que tengo que decir de él, no sé cómo sabe tantas cosas de mí, cosas que solo compartí contigo –necesitó remarcar-. Solo tú ves mi cabello –dijo y se lo acarició antes de acomodarlo a cada lado de su rostro, sobre los hombros.
Sentía que él no la entendía, que nunca podría hacerlo porque eran muy diferentes en sus realidades. Eliot pretendía que lo perdonase para que todo volviese a ser como era antes, podía verlo en sus ojos, pero ¿qué con ella y con su dolor? ¿No contaba? ¿Solo importaba él? La imagen de Eliot como rival, como competidor egoísta, ya no coincidía con la de su esposo, pero seguía siendo la misma persona.
-Estás pensando solo en ti –lo acusó-. Tú no me entiendes, Eliot. No sé si podrás hacerlo alguna vez porque no creo que puedas sentir la dimensión que esto tiene para mí. Yo también tengo algo que repetirte: no tengo a nadie, no sé dónde está mi madre, mi padre y mi maestro han muerto. Marianne se irá a vivir con su hermana a Calais el mes próximo… No tengo a nadie, solo a ti. A ti que eres un hijo amado, un hermano admirado, un líder respetado y un amigo muy querido. Estás rodeado de gente, pero yo solo te tengo a ti –las malditas lágrimas hicieron que ya no lo viese con claridad, pestañeó con fuerza y ellas saltaron de sus ojos-. ¿Puedes entender cuánto me duele que la única persona que tengo haya creído mentiras de mí? Lo entiendo, entiendo que esto no tu culpa, que fuiste engañado, pero eso no hace que me duela menos. Lo siento aquí –se llevó una mano al pecho-, no me deja respirar…
Era una contradicción, un absurdo teniendo en cuenta la situación, pero Yulia dio dos pasos y lo miró, como pidiéndole permiso, antes de abrazarse a él, de apoyar el rostro en su hombro y llorar el dolor que en esos dos días no se había ido. Necesitaba un poco de su consuelo porque, ¿a quién más podría recurrir?
-Me duele tanto porque te amo, Eliot. Nunca creí que iba a decir algo así, pero llevo analizando hace tiempo qué es lo que me ocurre contigo, más allá del pacto que hemos hecho, y hoy puedo decirlo: siento que te amo, que eres lo mejor que tengo, me importas más que nuestro laboratorio, que todo lo que he construido. Y me duele tanto…
Se sintió liberada. Había querido decírselo en la laguna, cuando lo perdonó, pero había podido ponerlo en palabras ahora, luego de una desilusión mucho mayor y eso solo podía significar una cosa: Eliot Isaïe Ferrec era lo más importante para ella, sin importar lo que había hecho. Pero la Yulia sensible, frágil y amorosa se deshizo en el aire y volvió la que siempre había mostrado ser:
-Ferrec, necesito pensar –se alejó de él-. Esto es muy nuevo para mí, nunca pensé que iba a sentir todo esto y estoy confundida. Necesito estar sola, por favor. Te prometo que mañana a esta hora estaremos desayunando juntos en nuestro balcón, pero necesito este día para pensar.
Pasó el día meditando en lo que había sucedido en la mañana. Recién a la noche probó bocado, porque antes de eso su estómago estuvo cerrado. No era por lo que él le había dicho, le creía y, aunque le dolía su desconfianza, sabía que había sido engañado. Le preocupaba lo que ella sentía, lo expuesta que estaba. Le había dado poder a ese hombre, todo lo que hiciera o dijera Eliot tendría su eco en ella.
Era cerca de medianoche y daba vueltas en la cama porque el sueño no le llegaba. La luz de la habitación de Eliot se asomaba por la dichosa rendija de debajo de la puerta. Yulia se incorporó, con el deseo de abrirla… solo con la excusa de darle las buenas noches, no importaba, quería verlo. Sentía que ella le había soltado demasiadas cosas en la mañana, que lo había confundido y lastimado al responsabilizarlo de un dolor que solo era suyo. ¿Qué culpa tenía él de que ella no tuviera familia?
Corrió las cortinas y observó la noche. Las estrellas estaban desaparecidas y a lo lejos se veían algunos rayos. ¿Otra vez tormenta? Miró nuevamente la rendija y seguía iluminada, además le pareció oír pasos… Eliot estaba levantado. Caminó ella también, dando algunas vueltas, para hacerse oír, pero aquello le pareció una niñada y volvió a la cama. Desde allí, siguió controlando la rendija que le indicaba que él estaba despierto, que si quería ir a verlo tendría que ser en ese momento… y pasó al menos una hora más.
La mente de Yulia repasaba lo que recordaba de esa mañana mientras sus ojos estaban fijos en la luz de las lámparas que Eliot usaba para leer. Quería ir, pero no sabía si debía… Cuando al fin se decidió a ponerse en pie, la luz se apagó y el corazón le dio un vuelco… todavía estaría despierto, a oscuras pero despierto, tenía que abrir esa puerta que comunicaba ambas habitaciones. Tomó la vela encendida de la mesilla -lamentablemente estaba muy consumida y poco le duraría, pero no tenía tiempo para buscar una nueva- y así, sin siquiera calzarse, abrió; dejó la vela sobre la cómoda para que los iluminase y lo observó, aunque no demasiado. Giró alrededor de la cama y fue a acostarse junto a él, a su lado derecho, y se quedó muy quieta. El silencio era incómodo, no sabía como comenzar a hablar y recién lo hizo cuando la vela se apagó y quedaron completamente a oscuras:
-Me comporté como una chiquilla encaprichada, Ferrec –reconoció, porque su comportamiento de los últimos días había sido patético-. Te pido disculpas por eso. Y viene tormenta, permíteme quedarme aquí esta noche.
Oírle fue difícil, Yulia no quería hacerlo porque le dolía. Ante el relato de Ferrec, ella podía imaginarse a ese otro hombre despreciable escribiendo, ensimismado, solo con el objetivo de hacer daño. ¿Por qué tanta saña con ella? ¿Por qué invertía tanto tiempo en hacerles daño? Había tantas cosas que hacer en la facción, tanto trabajo atrasado, no podía entender que el otro tecnólogo perdiese tiempo en fastidiarlos. Algo quería de ellos, pero lo que fuese no lo tendría. Yulia no olvidaba que había jurado vengarse.
-Lo odio –susurró-. No entiendo por qué nos hace esto, no entiendo que haya podido meterse aquí con nosotros en un momento tan especial… que nos lo haya arruinado. Lo odio y te creo –le dijo, al entender la situación de él, y lo miró fijamente-, te creo como me hubiera gustado que me creas tú. Nunca estuve con él, supongo que ahora lo sabes bien, nunca lo besé ni le di esperanzas de nada… Hace algunos años él se acercó a mí con intensión de cortejarme, me invitó a la Ópera y el maestro Beaumont me dio permiso de ir, pero con una de las damas de compañía de Marianne. Fue tan incómodo, solo me hacía preguntas sobre Beaumont y sobre ti, era lo único que le importaba. Es todo lo que tengo que decir de él, no sé cómo sabe tantas cosas de mí, cosas que solo compartí contigo –necesitó remarcar-. Solo tú ves mi cabello –dijo y se lo acarició antes de acomodarlo a cada lado de su rostro, sobre los hombros.
Sentía que él no la entendía, que nunca podría hacerlo porque eran muy diferentes en sus realidades. Eliot pretendía que lo perdonase para que todo volviese a ser como era antes, podía verlo en sus ojos, pero ¿qué con ella y con su dolor? ¿No contaba? ¿Solo importaba él? La imagen de Eliot como rival, como competidor egoísta, ya no coincidía con la de su esposo, pero seguía siendo la misma persona.
-Estás pensando solo en ti –lo acusó-. Tú no me entiendes, Eliot. No sé si podrás hacerlo alguna vez porque no creo que puedas sentir la dimensión que esto tiene para mí. Yo también tengo algo que repetirte: no tengo a nadie, no sé dónde está mi madre, mi padre y mi maestro han muerto. Marianne se irá a vivir con su hermana a Calais el mes próximo… No tengo a nadie, solo a ti. A ti que eres un hijo amado, un hermano admirado, un líder respetado y un amigo muy querido. Estás rodeado de gente, pero yo solo te tengo a ti –las malditas lágrimas hicieron que ya no lo viese con claridad, pestañeó con fuerza y ellas saltaron de sus ojos-. ¿Puedes entender cuánto me duele que la única persona que tengo haya creído mentiras de mí? Lo entiendo, entiendo que esto no tu culpa, que fuiste engañado, pero eso no hace que me duela menos. Lo siento aquí –se llevó una mano al pecho-, no me deja respirar…
Era una contradicción, un absurdo teniendo en cuenta la situación, pero Yulia dio dos pasos y lo miró, como pidiéndole permiso, antes de abrazarse a él, de apoyar el rostro en su hombro y llorar el dolor que en esos dos días no se había ido. Necesitaba un poco de su consuelo porque, ¿a quién más podría recurrir?
-Me duele tanto porque te amo, Eliot. Nunca creí que iba a decir algo así, pero llevo analizando hace tiempo qué es lo que me ocurre contigo, más allá del pacto que hemos hecho, y hoy puedo decirlo: siento que te amo, que eres lo mejor que tengo, me importas más que nuestro laboratorio, que todo lo que he construido. Y me duele tanto…
Se sintió liberada. Había querido decírselo en la laguna, cuando lo perdonó, pero había podido ponerlo en palabras ahora, luego de una desilusión mucho mayor y eso solo podía significar una cosa: Eliot Isaïe Ferrec era lo más importante para ella, sin importar lo que había hecho. Pero la Yulia sensible, frágil y amorosa se deshizo en el aire y volvió la que siempre había mostrado ser:
-Ferrec, necesito pensar –se alejó de él-. Esto es muy nuevo para mí, nunca pensé que iba a sentir todo esto y estoy confundida. Necesito estar sola, por favor. Te prometo que mañana a esta hora estaremos desayunando juntos en nuestro balcón, pero necesito este día para pensar.
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Pasó el día meditando en lo que había sucedido en la mañana. Recién a la noche probó bocado, porque antes de eso su estómago estuvo cerrado. No era por lo que él le había dicho, le creía y, aunque le dolía su desconfianza, sabía que había sido engañado. Le preocupaba lo que ella sentía, lo expuesta que estaba. Le había dado poder a ese hombre, todo lo que hiciera o dijera Eliot tendría su eco en ella.
Era cerca de medianoche y daba vueltas en la cama porque el sueño no le llegaba. La luz de la habitación de Eliot se asomaba por la dichosa rendija de debajo de la puerta. Yulia se incorporó, con el deseo de abrirla… solo con la excusa de darle las buenas noches, no importaba, quería verlo. Sentía que ella le había soltado demasiadas cosas en la mañana, que lo había confundido y lastimado al responsabilizarlo de un dolor que solo era suyo. ¿Qué culpa tenía él de que ella no tuviera familia?
Corrió las cortinas y observó la noche. Las estrellas estaban desaparecidas y a lo lejos se veían algunos rayos. ¿Otra vez tormenta? Miró nuevamente la rendija y seguía iluminada, además le pareció oír pasos… Eliot estaba levantado. Caminó ella también, dando algunas vueltas, para hacerse oír, pero aquello le pareció una niñada y volvió a la cama. Desde allí, siguió controlando la rendija que le indicaba que él estaba despierto, que si quería ir a verlo tendría que ser en ese momento… y pasó al menos una hora más.
La mente de Yulia repasaba lo que recordaba de esa mañana mientras sus ojos estaban fijos en la luz de las lámparas que Eliot usaba para leer. Quería ir, pero no sabía si debía… Cuando al fin se decidió a ponerse en pie, la luz se apagó y el corazón le dio un vuelco… todavía estaría despierto, a oscuras pero despierto, tenía que abrir esa puerta que comunicaba ambas habitaciones. Tomó la vela encendida de la mesilla -lamentablemente estaba muy consumida y poco le duraría, pero no tenía tiempo para buscar una nueva- y así, sin siquiera calzarse, abrió; dejó la vela sobre la cómoda para que los iluminase y lo observó, aunque no demasiado. Giró alrededor de la cama y fue a acostarse junto a él, a su lado derecho, y se quedó muy quieta. El silencio era incómodo, no sabía como comenzar a hablar y recién lo hizo cuando la vela se apagó y quedaron completamente a oscuras:
-Me comporté como una chiquilla encaprichada, Ferrec –reconoció, porque su comportamiento de los últimos días había sido patético-. Te pido disculpas por eso. Y viene tormenta, permíteme quedarme aquí esta noche.
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/07/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
El sol caía por el horizonte y Eliot observaba el atardecer desde detrás de los cristales de la puerta de su balcón. Esa tarde no había salido de casa, al contrario que las anteriores, y todo se debía a un motivo: las confesiones que Yulia le había hecho esa mañana lo habían destrozado. Aún recordaba el abrazo que ella le había dado, entre lágrimas de desconsuelo; si cerraba los ojos, todavía podía sentir su cuerpo temblando por el llanto entre sus brazos. Quería haberla consolado, decirle que, ocurriera lo que le ocurriera a él, jamás volvería a estar sola, que él también la amaba más que a nada, que el pacto que habían hecho y por el que en ese momento estaban casados se podía ir al infierno… Quería haberle dicho tantas cosas que ninguna le salió y se quedó mudo.
Cuando salió de la habitación de su esposa, bajo petición de ella, el color de su rostro había desaparecido. Francine lo vio bajar las escaleras y le preguntó si se encontraba bien, a lo que él asintió sin ganas y se fue a la biblioteca, la primera puerta que encontró abierta. Se sentó en uno de los sillones y allí estuvo, comiendo por inercia lo que le traían las mujeres del servicio y mirando un punto fijo de la chimenea, que se encontraba apagada. Sólo se movió cuando Janice le preguntó si cenaría ahí, en el comedor o en el balcón.
—Llévame la cena a mi habitación —dijo.
No comió mucho porque no tenía hambre. El silencio era tal que podía escuchar a Yulia moverse en la habitación contigua, y muchas fueron las veces en las que quiso abrir la maldita puerta y entrar en su cuarto con la única intención de verla. Pero no, no podía hacer eso porque ella le había pedido tiempo para pensar. ¿Pensar en qué? Se dijo Eliot, apartándose de la ventana en el momento en el que vio el primer rayo en el horizonte. Cerró las cortinas de mala manera y encendió la lámpara de la mesita de noche. Sabía que le costaría dormir, así que se armó de paciencia y eligió un libro que le diera sueño. Quedarse dormido leyendo era mucho más sencillo que dando vueltas en la cama, pero no consiguió ni lo uno, ni lo otro. Las horas pasaban y la tormenta no remitía, sino que arreciaba más y más. El libro era tan aburrido que ni siquiera podía captar el interés de Eliot, así que terminó dejándolo junto a la lámpara y apagó la luz.
Se tumbó de lado y cerró los ojos con la intención de dormirse, pero, esa vez, no fueron los truenos lo que se lo impidió; la puerta de la habitación contigua se abrió con un chirrido suave y entró Yulia con una vela en la mano que dejó sobre la cómoda antes de tumbarse a su lado.
—No tienes que pedir permiso para estar donde yo esté —dijo— y tampoco eres tú la que tiene que pedir disculpas.
Miró a la oscuridad y, ayudado por la escasa luz que entró entre las cortinas, vio la silueta de su esposa junto a él. Quería abrazarla y llenarla de besos, pero no se atrevía a tocarla siquiera por miedo a recibir un rechazo.
—Llevo todo el día pensando en lo que me has dicho esta mañana —comenzó él, pues las palabras le quemaban el pecho—. Tenías razón: he sido un egoísta. Y no, hasta ahora no he sido capaz de entender lo que todo esto está suponiendo para ti. —Quería darle la mano, pero no la podía encontrar en la oscuridad—. Dios no quiera que me pase nada, pero, si eso llega a ocurrir, quiero que sepas que no te quedarás sola. No me tienes sólo a mí, Yulia; todo lo mío es ahora tuyo también: mi casa, mis negocios y mi familia. Mi madre y mi hermana están ahí para ti de la misma manera que lo están para mí, te quieren muchísimo. —Necesitaba mirarla a los ojos, pero, ¡demonios! no veía absolutamente nada—. Ya sé que no es lo mismo que tener a tu madre, pero te prometo que arreglaremos eso y la verás antes de lo que crees.
El primer relámpago que cayó cerca de la casa permitió que su luz entrara, alumbrando la habitación durante escasos segundos, que aprovechó para admirarla. A pesar del miedo que le daba la tormenta, no se acurrucó a su lado, como la primera noche, sino que se tumbó boca arriba y se llevó el dorso de la mano a la frente.
—También he pensado en la facción. Ya te he dicho que hoy me has dado mucho en lo que reflexionar —sonrió y la miró—. En cuanto llegue a París, arreglaré todo para asegurarme de que te eligen a ti como mi sucesora, por si yo no puedo hacerlo cuando decida que no seguiré liderándola. Puedes rechazarlo, claro, pero quiero que seas la primera opción, sin excepciones.
Lo que también quería hacer, nada más regresar, era mandar a Vaguè a limpiar retretes hasta que su piel se quedara como una uva pasa, pero prefirió no mencionar su nombre de nuevo. Bastante daño les había hecho ya.
—A Gino no le agradas mucho, creo, pero estoy seguro de que Samuele, Massimo y Simona te ayudarán en lo que necesites.
Con la mano todavía en la frente, dejó la otra sobre el colchón, a medio camino entre su cuerpo y el de su esposa. Ahora sí necesitaba acurrucarse a su lado y dejar que ella lo consolara, puesto que la tormenta seguía azotando en el exterior.
—Te amo tanto que no soy capaz de ponerlo en palabras. Todavía no entiendo cómo he llegado a sentir esto, porque hace un año ni siquiera éramos capaces de darnos los buenos días sin ponernos mala cara, pero es así, mi amor. —Se giró y quedó de costado, frente a ella—. La carta fue el motivo por el que no fui contigo a la laguna ese día. Estaba enfadado y dolido, e hice las cosas mal, pero cuando me devolviste el anillo me di cuenta de que nada de lo que hubiera ocurrido en el pasado importaba. Supe que te quería a ti, que quería estar contigo, que formáramos una familia y que lideráramos la tercera facción juntos. Y aún lo sigo queriendo.
Tan simple y tan complejo al mismo tiempo. Un nuevo rayo, acompañado de su trueno, cruzó el cielo de La Provenza, haciendo que el cuerpo entero de Eliot se tensara y se encogiera del susto.
Cuando salió de la habitación de su esposa, bajo petición de ella, el color de su rostro había desaparecido. Francine lo vio bajar las escaleras y le preguntó si se encontraba bien, a lo que él asintió sin ganas y se fue a la biblioteca, la primera puerta que encontró abierta. Se sentó en uno de los sillones y allí estuvo, comiendo por inercia lo que le traían las mujeres del servicio y mirando un punto fijo de la chimenea, que se encontraba apagada. Sólo se movió cuando Janice le preguntó si cenaría ahí, en el comedor o en el balcón.
—Llévame la cena a mi habitación —dijo.
No comió mucho porque no tenía hambre. El silencio era tal que podía escuchar a Yulia moverse en la habitación contigua, y muchas fueron las veces en las que quiso abrir la maldita puerta y entrar en su cuarto con la única intención de verla. Pero no, no podía hacer eso porque ella le había pedido tiempo para pensar. ¿Pensar en qué? Se dijo Eliot, apartándose de la ventana en el momento en el que vio el primer rayo en el horizonte. Cerró las cortinas de mala manera y encendió la lámpara de la mesita de noche. Sabía que le costaría dormir, así que se armó de paciencia y eligió un libro que le diera sueño. Quedarse dormido leyendo era mucho más sencillo que dando vueltas en la cama, pero no consiguió ni lo uno, ni lo otro. Las horas pasaban y la tormenta no remitía, sino que arreciaba más y más. El libro era tan aburrido que ni siquiera podía captar el interés de Eliot, así que terminó dejándolo junto a la lámpara y apagó la luz.
Se tumbó de lado y cerró los ojos con la intención de dormirse, pero, esa vez, no fueron los truenos lo que se lo impidió; la puerta de la habitación contigua se abrió con un chirrido suave y entró Yulia con una vela en la mano que dejó sobre la cómoda antes de tumbarse a su lado.
—No tienes que pedir permiso para estar donde yo esté —dijo— y tampoco eres tú la que tiene que pedir disculpas.
Miró a la oscuridad y, ayudado por la escasa luz que entró entre las cortinas, vio la silueta de su esposa junto a él. Quería abrazarla y llenarla de besos, pero no se atrevía a tocarla siquiera por miedo a recibir un rechazo.
—Llevo todo el día pensando en lo que me has dicho esta mañana —comenzó él, pues las palabras le quemaban el pecho—. Tenías razón: he sido un egoísta. Y no, hasta ahora no he sido capaz de entender lo que todo esto está suponiendo para ti. —Quería darle la mano, pero no la podía encontrar en la oscuridad—. Dios no quiera que me pase nada, pero, si eso llega a ocurrir, quiero que sepas que no te quedarás sola. No me tienes sólo a mí, Yulia; todo lo mío es ahora tuyo también: mi casa, mis negocios y mi familia. Mi madre y mi hermana están ahí para ti de la misma manera que lo están para mí, te quieren muchísimo. —Necesitaba mirarla a los ojos, pero, ¡demonios! no veía absolutamente nada—. Ya sé que no es lo mismo que tener a tu madre, pero te prometo que arreglaremos eso y la verás antes de lo que crees.
El primer relámpago que cayó cerca de la casa permitió que su luz entrara, alumbrando la habitación durante escasos segundos, que aprovechó para admirarla. A pesar del miedo que le daba la tormenta, no se acurrucó a su lado, como la primera noche, sino que se tumbó boca arriba y se llevó el dorso de la mano a la frente.
—También he pensado en la facción. Ya te he dicho que hoy me has dado mucho en lo que reflexionar —sonrió y la miró—. En cuanto llegue a París, arreglaré todo para asegurarme de que te eligen a ti como mi sucesora, por si yo no puedo hacerlo cuando decida que no seguiré liderándola. Puedes rechazarlo, claro, pero quiero que seas la primera opción, sin excepciones.
Lo que también quería hacer, nada más regresar, era mandar a Vaguè a limpiar retretes hasta que su piel se quedara como una uva pasa, pero prefirió no mencionar su nombre de nuevo. Bastante daño les había hecho ya.
—A Gino no le agradas mucho, creo, pero estoy seguro de que Samuele, Massimo y Simona te ayudarán en lo que necesites.
Con la mano todavía en la frente, dejó la otra sobre el colchón, a medio camino entre su cuerpo y el de su esposa. Ahora sí necesitaba acurrucarse a su lado y dejar que ella lo consolara, puesto que la tormenta seguía azotando en el exterior.
—Te amo tanto que no soy capaz de ponerlo en palabras. Todavía no entiendo cómo he llegado a sentir esto, porque hace un año ni siquiera éramos capaces de darnos los buenos días sin ponernos mala cara, pero es así, mi amor. —Se giró y quedó de costado, frente a ella—. La carta fue el motivo por el que no fui contigo a la laguna ese día. Estaba enfadado y dolido, e hice las cosas mal, pero cuando me devolviste el anillo me di cuenta de que nada de lo que hubiera ocurrido en el pasado importaba. Supe que te quería a ti, que quería estar contigo, que formáramos una familia y que lideráramos la tercera facción juntos. Y aún lo sigo queriendo.
Tan simple y tan complejo al mismo tiempo. Un nuevo rayo, acompañado de su trueno, cruzó el cielo de La Provenza, haciendo que el cuerpo entero de Eliot se tensara y se encogiera del susto.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/08/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Giró su rostro hacia el suyo, la guiaba su voz triste. ¿Por qué tenía que ser todo así? ¿Por qué un mes que debía ser pura dicha estaba comenzando de tan mal modo? Él estaba mal, ella también, ¿y qué podían hacer? Yulia encontró la mano de Eliot y la acarició, con miedo a ser rechazada. Sabía lo que era no poder olvidar, tener la cabeza detenida en la misma conversación, en el mismo problema... lamentaba entonces que él haya pasado un día entre las mismas palabras que se repetían una y otra vez. Ella se había liberado, pero no se sentía bien de que eso hubiese sido a costa de cargarlo a él.
-Por favor no digas esas cosas –le rogó, la angustia era evidente en su voz-. Nada te ocurrirá, Ferrec. Por favor, no pienses esas cosas, no creas que te ocurrirá algo malo. Estamos seguros en nuestros laboratorios, no somos como los soldados o los espías que están expuestos, nosotros estamos a salvo –lo repetía para creerlo ella misma, pese a que sabía que ellos debían protegerse de sus mismos compañeros. La competencia, por demostrar inteligencia, era despiadada a veces.
Finalmente se acurrucó contra él, ya no le temía al rechazo. Llevó la mano de Eliot a su vientre y la apretó. Era tan buena persona… no lo había visto así, no hasta esa noche en la que en medio de su desesperación él le propuso un plan que podía ayudarlos a los dos. Desde esa noche algo cambió en ella, haciendo que pueda ver lo que antes no veía: Eliot era un hombre bueno, considerado y comprometido.
-Por favor, ya no hablemos más de él –le rogó-. No quiero que esté aquí entre nosotros ahora, no en nuestro mes de descanso, en nuestro viaje de bodas. No quiero pensar más en él, Ferrec.
Se llevó la mano de él a los labios para besarla, la pasmaba notar que ya lo había perdonado, que oír sus palabras dulces la había ablandado, aunque el dolor seguía allí, punzante. A pesar de eso, se sentía satisfecha al haber tomado la decisión de cruzar esa puerta. Le había prometido que desayunarían juntos, pero faltaba demasiado para el amanecer.
-Adoro a tu madre y a tu hermana -se cuidó de decir que no le pasaba lo mismo con su grupo de amigos, con la mayoría jamás había simpatizado-, agradezco todo el cariño que me han dado y su recibimiento... pero pronto formaremos algo nuestro, algo que solo será tuyo y mío.
Nunca había deseado ser madre, no se imaginaba con el vientre abultado o con un niñito cerca. Aun así, un pacto los unía y sabía que ocurriría: tendría una familia con ese hombre y, aunque no le gustaban los niños, creía que tener uno le aseguraba que no estaría sola.
-Tendremos nuestra familia, sé que serás un gran padre, Ferrec. ¿Te imaginas? Un niñito inteligente y bondadoso, aunque no me gustaría que se acerque a la Orden –le compartió-. ¿Qué deseabas cuando soñabas con tener una familia? Cuando eras pequeño, cuando te imaginabas que en un futuro lejano serías un hombre adulto, ¿qué soñabas? –Se giró y quedó de frente a él, pasó su brazo derecho sobre el cuerpo de Eliot y fue entonces consciente de cuánto lo había necesitado en esos días, de lo que su cercanía le provocaba-. Te he echado tanto de menos, Eliot. Créeme siempre –le rogó-, créeme siempre porque no tengo motivos para engañarte.
-Por favor no digas esas cosas –le rogó, la angustia era evidente en su voz-. Nada te ocurrirá, Ferrec. Por favor, no pienses esas cosas, no creas que te ocurrirá algo malo. Estamos seguros en nuestros laboratorios, no somos como los soldados o los espías que están expuestos, nosotros estamos a salvo –lo repetía para creerlo ella misma, pese a que sabía que ellos debían protegerse de sus mismos compañeros. La competencia, por demostrar inteligencia, era despiadada a veces.
Finalmente se acurrucó contra él, ya no le temía al rechazo. Llevó la mano de Eliot a su vientre y la apretó. Era tan buena persona… no lo había visto así, no hasta esa noche en la que en medio de su desesperación él le propuso un plan que podía ayudarlos a los dos. Desde esa noche algo cambió en ella, haciendo que pueda ver lo que antes no veía: Eliot era un hombre bueno, considerado y comprometido.
-Por favor, ya no hablemos más de él –le rogó-. No quiero que esté aquí entre nosotros ahora, no en nuestro mes de descanso, en nuestro viaje de bodas. No quiero pensar más en él, Ferrec.
Se llevó la mano de él a los labios para besarla, la pasmaba notar que ya lo había perdonado, que oír sus palabras dulces la había ablandado, aunque el dolor seguía allí, punzante. A pesar de eso, se sentía satisfecha al haber tomado la decisión de cruzar esa puerta. Le había prometido que desayunarían juntos, pero faltaba demasiado para el amanecer.
-Adoro a tu madre y a tu hermana -se cuidó de decir que no le pasaba lo mismo con su grupo de amigos, con la mayoría jamás había simpatizado-, agradezco todo el cariño que me han dado y su recibimiento... pero pronto formaremos algo nuestro, algo que solo será tuyo y mío.
Nunca había deseado ser madre, no se imaginaba con el vientre abultado o con un niñito cerca. Aun así, un pacto los unía y sabía que ocurriría: tendría una familia con ese hombre y, aunque no le gustaban los niños, creía que tener uno le aseguraba que no estaría sola.
-Tendremos nuestra familia, sé que serás un gran padre, Ferrec. ¿Te imaginas? Un niñito inteligente y bondadoso, aunque no me gustaría que se acerque a la Orden –le compartió-. ¿Qué deseabas cuando soñabas con tener una familia? Cuando eras pequeño, cuando te imaginabas que en un futuro lejano serías un hombre adulto, ¿qué soñabas? –Se giró y quedó de frente a él, pasó su brazo derecho sobre el cuerpo de Eliot y fue entonces consciente de cuánto lo había necesitado en esos días, de lo que su cercanía le provocaba-. Te he echado tanto de menos, Eliot. Créeme siempre –le rogó-, créeme siempre porque no tengo motivos para engañarte.
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/07/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Cuando Yulia le dio la mano, Eliot sintió que las cosas volvían a encauzarse. Quizá no se arreglara todo esa noche, ni la siguiente, ni todas las que le quedaban a su luna de miel, pero ese gesto era un primer paso para la reconciliación. La había echado tanto de menos que saber que estaba tumbada a su lado le resultó casi hasta extraño. Aunque habían pasado cada minuto de su luna de miel juntos, la de hacía tres días había sido la primera noche que dormían en la misma cama, con el resultado atroz que vivieron. Para ellos, pasar una noche de placentero sueño juntos era algo nuevo que todavía les quedaba por experimentar.
—No lo digo sólo por la orden. Ya sé que nuestro trabajo no sale de los laboratorios, pero incluso ahí puede haber accidentes —explicó—. Puede pasarnos cualquier cosa, a los dos, en realidad, estando dentro, o estando fuera, lo mismo da. Lo único que quiero es dejar las cosas bien atadas, para que, en el hipotético caso de que algo ocurra, no haya dudas sobre qué hacer. —Acarició su vientre y jugueteó con su ombligo a través del camisón cuando ella llevó su mano hasta ahí—. No era mi intención asustarte, sólo quería que supieras lo que voy a hacer. Esto también está siendo nuevo para mí, y hay millones de cosas que no estaba teniendo en cuenta.
Se habían prometido que no habría secretos entre ellos, y Eliot estaba intentando romper con sus costumbres de ocultar los problemas para no preocupar de más a su madre y a su hermana. Nunca las había hecho partícipes de los negocios por dos motivos: el principal era que ninguna de las dos había querido tomar el mando, bien por costumbre o por la cantidad de trabajo que aquello llevaba —y que las dos conocían después de haber visto a Théodore Ferrec trabajar durante años—; el segundo motivo era que las conocía demasiado bien como para saber que ambas pondrían el grito en el cielo con cada problema que surgiera, con sus consiguientes preocupaciones y angustias. Si podía evitarles eso, lo haría sin dudar.
—Algo que sólo será tuyo y mío —repitió.
Sonrió con la mención del bebé que en algún momento tendrían y, sin aguantarlo más, pasó un brazo en torno al cuerpo de Yulia y se apretó a ella cuando lo abrazó. En realidad, tampoco se imaginaba a sí mismo como padre, aunque la verdad fuera que, desde que se lo había propuesto a Yulia, cada vez tenía más ganas de serlo.
Pasó el otro brazo por el hueco del cuello de Yulia, de manera que quedara rodeada de ambos brazos, y se acomodó aún más cerca de su cuerpo.
—Yo tampoco quiero que se acerque a la orden, aunque pueda sonar hipócrita. Me gusta lo que hacemos, me gusta mucho; lo que no me gusta es cómo se mueve la gente ahí dentro. ¿Sabes qué? —Comenzó a dibujar formas aleatorias con el índice en la espalda de ella—. Durante muchos años quise que Anna se uniera a la Inquisición. No sé, supongo que quería poder enseñarle cosas, o quizá era sólo una forma de tenerla cerca cuando ya no viviera en casa, pero ahora ya no lo tengo tan claro —confesó—. Por suerte, a ella no parece interesarle, porque creo que no soportaría estar allí dentro. Sólo conozco —hizo memoria— a tres mujeres, incluyéndote a ti, y las tres sois mucho más fuertes que ella. Es un lugar cruel e injusto, y no creo que esté hecho para cualquiera, la verdad.
Pegó su frente a la de ella cuando un nuevo trueno resonó en el exterior y cerró los ojos, concentrándose para poder tranquilizarse.
—¿De verdad crees que seré buen padre? —preguntó, todavía con los ojos cerrados—, porque yo no lo tengo tan claro. Siempre supe que terminaría teniendo una familia, pero lo veía como algo tan lejano que nunca le di demasiada importancia. Ahora, sin embargo, me da un poco de vértigo todo esto. —Abrió los ojos y buscó los de ella en la oscuridad—. ¿Te das cuenta de que será una personita que va a depender de nosotros todo el tiempo? Seremos los responsables de hacer de él, o de ella, alguien bueno. Habrá que enseñarle todo, lo que debe y lo que no debe hacer.
El silencio que se produjo —roto tan sólo por el golpeteo de la lluvia— no era tenso, al contrario. Sentir el latido del corazón de Yulia lo tranquilizaba y ayudaba al suyo a estabilizarse con los vaivenes de la tormenta.
—Voy a serte sincero: no me imagino estar casado con una mujer que no seas tú —susurró—. No me arrepiento de habértelo pedido, y te agradezco que no me rechazaras delante de toda la orden. Me habrías roto el corazón, ¿lo sabías?
Se acurrucó junto a ella, pegando el rostro a la piel de su pecho que quedaba a la vista, y volvió a cerrar los ojos. Apretó el abrazo en torno a ella mientras notaba que, al fin, el sueño llegaba.
—No lo digo sólo por la orden. Ya sé que nuestro trabajo no sale de los laboratorios, pero incluso ahí puede haber accidentes —explicó—. Puede pasarnos cualquier cosa, a los dos, en realidad, estando dentro, o estando fuera, lo mismo da. Lo único que quiero es dejar las cosas bien atadas, para que, en el hipotético caso de que algo ocurra, no haya dudas sobre qué hacer. —Acarició su vientre y jugueteó con su ombligo a través del camisón cuando ella llevó su mano hasta ahí—. No era mi intención asustarte, sólo quería que supieras lo que voy a hacer. Esto también está siendo nuevo para mí, y hay millones de cosas que no estaba teniendo en cuenta.
Se habían prometido que no habría secretos entre ellos, y Eliot estaba intentando romper con sus costumbres de ocultar los problemas para no preocupar de más a su madre y a su hermana. Nunca las había hecho partícipes de los negocios por dos motivos: el principal era que ninguna de las dos había querido tomar el mando, bien por costumbre o por la cantidad de trabajo que aquello llevaba —y que las dos conocían después de haber visto a Théodore Ferrec trabajar durante años—; el segundo motivo era que las conocía demasiado bien como para saber que ambas pondrían el grito en el cielo con cada problema que surgiera, con sus consiguientes preocupaciones y angustias. Si podía evitarles eso, lo haría sin dudar.
—Algo que sólo será tuyo y mío —repitió.
Sonrió con la mención del bebé que en algún momento tendrían y, sin aguantarlo más, pasó un brazo en torno al cuerpo de Yulia y se apretó a ella cuando lo abrazó. En realidad, tampoco se imaginaba a sí mismo como padre, aunque la verdad fuera que, desde que se lo había propuesto a Yulia, cada vez tenía más ganas de serlo.
Pasó el otro brazo por el hueco del cuello de Yulia, de manera que quedara rodeada de ambos brazos, y se acomodó aún más cerca de su cuerpo.
—Yo tampoco quiero que se acerque a la orden, aunque pueda sonar hipócrita. Me gusta lo que hacemos, me gusta mucho; lo que no me gusta es cómo se mueve la gente ahí dentro. ¿Sabes qué? —Comenzó a dibujar formas aleatorias con el índice en la espalda de ella—. Durante muchos años quise que Anna se uniera a la Inquisición. No sé, supongo que quería poder enseñarle cosas, o quizá era sólo una forma de tenerla cerca cuando ya no viviera en casa, pero ahora ya no lo tengo tan claro —confesó—. Por suerte, a ella no parece interesarle, porque creo que no soportaría estar allí dentro. Sólo conozco —hizo memoria— a tres mujeres, incluyéndote a ti, y las tres sois mucho más fuertes que ella. Es un lugar cruel e injusto, y no creo que esté hecho para cualquiera, la verdad.
Pegó su frente a la de ella cuando un nuevo trueno resonó en el exterior y cerró los ojos, concentrándose para poder tranquilizarse.
—¿De verdad crees que seré buen padre? —preguntó, todavía con los ojos cerrados—, porque yo no lo tengo tan claro. Siempre supe que terminaría teniendo una familia, pero lo veía como algo tan lejano que nunca le di demasiada importancia. Ahora, sin embargo, me da un poco de vértigo todo esto. —Abrió los ojos y buscó los de ella en la oscuridad—. ¿Te das cuenta de que será una personita que va a depender de nosotros todo el tiempo? Seremos los responsables de hacer de él, o de ella, alguien bueno. Habrá que enseñarle todo, lo que debe y lo que no debe hacer.
El silencio que se produjo —roto tan sólo por el golpeteo de la lluvia— no era tenso, al contrario. Sentir el latido del corazón de Yulia lo tranquilizaba y ayudaba al suyo a estabilizarse con los vaivenes de la tormenta.
—Voy a serte sincero: no me imagino estar casado con una mujer que no seas tú —susurró—. No me arrepiento de habértelo pedido, y te agradezco que no me rechazaras delante de toda la orden. Me habrías roto el corazón, ¿lo sabías?
Se acurrucó junto a ella, pegando el rostro a la piel de su pecho que quedaba a la vista, y volvió a cerrar los ojos. Apretó el abrazo en torno a ella mientras notaba que, al fin, el sueño llegaba.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/08/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Tenía que darle la razón en eso: Anna Ferrec no estaba hecha para la inquisición. De solo imaginarse a su cuñada, de rostro angelical y figura menuda, armada hasta los dientes para encajar con la facción uno, a Yulia le daban ganas de reír.
-Anna es la mujer perfecta, la esposa y madre por excelencia. Tendré mucho que aprender de ella, pues no he tenido las mismas enseñanzas que a ella le han dado. –Sabía que Anna sería mejor tía que ella madre.
Se sintió tan a gusto entre los brazos de Eliot… notó que ya estaba acostumbrada al nuevo vínculo que los unía, ya no podría volver a ser solo la compañera de laboratorio. Eliot se acercó a ella y Yulia deseó que la besase, que barriera con un beso todo rastro de angustia. ¿Había perdonado demasiado pronto a su esposo? Tal vez, pero se debía a que había logrado comprender que él no era culpable, que había sido engañado. Volver a pensar en aquello le provocó pesadez en el pecho y Yulia cerró los ojos para tratar de pensar en otra cosa. Aunque en cuanto él mencionó lo que anhelaba de su vida de padre Yulia los abrió, era todo lo opuesto a lo que ella desearía:
-Habrá alguna niñera que le enseñe mejor que nosotros, maestros que podamos contratar –dijo, porque de solo pensar en tener un niño pegado a ella todo el tiempo le daba rechazo-. Tú serás buen padre, pero me temo que no seré una buena madre… Intentaré aprender –le prometió rápidamente.
Yulia lo abrazó, le permitió apoyarse en su pecho y estiró su mano para asegurarse que estuviese bien cubierto por el calor de las frazadas… pero no le respondió. Ella tampoco quería imaginarse con otro hombre, había descubierto lo que era sentirse deseada y valorada a partir de la propuesta que él le había hecho, pero no pudo decírselo pues lo juzgaba como un signo de debilidad. Recién cuando lo descubrió dormido, cuando su respiración se hizo profunda, Yulia le susurró:
-No lo sabía, pero adoro que así sea –le acarició el cabello y se entregó ella también al sueño.
Odiaba las mañanas, madrugar no era algo usual en ella pues solía quedarse hasta tarde en los laboratorios. Esa rutina del sueño se había alterado ahora en su viaje de bodas, pues se dormía más temprano. Por eso se despertó con el canto de los pájaros y descubrió a Eliot a su lado, le costó unos segundos entender que estaba en la habitación de él. ¡Qué hermoso era en la inocencia del sueño! Sus rasgos parecían dulcificados al estar relajados. Yulia, con sumo cuidado, se despegó de él para salir de la cama y cuando lo hizo el frío la sorprendió.
Se cruzó hasta su dormitorio y allí corrió los cortinados, la tormenta de la noche anterior había limpiado el cielo y brillaba el sol, pero hacía frío, era inusual, principalmente teniendo en cuenta que estaban en primavera. Yulia se quitó la redecilla del cabello y se dirigió al cuarto de baño para orinar e higienizarse como hacía cada mañana. Le había prometido a Eliot que desayunarían juntos en el balcón, pero con ese frío no lo creía posible. Cuando estuvo de vuelta en el dormitorio y se envolvió en una de las batas gruesas, justo en ese momento llamaron a su puerta. Francine traía el desayuno para ella.
-Esto es muy poco –dijo, viendo la bandeja-. Desayunaré junto al señor Ferrec en el dormitorio de él. Tengan listo todo para subirlo en quince minutos –ordenó, soberbia como era con todos, antes de cerrar la puerta.
Se encaminó otra vez a la habitación de Eliot y se sentó junto a él, con la espalda apoyada en el entramado respaldo de la cama. Tomó su mano con suavidad –no quería despertarlo- y comenzó a jugar con sus dedos.
-Anna es la mujer perfecta, la esposa y madre por excelencia. Tendré mucho que aprender de ella, pues no he tenido las mismas enseñanzas que a ella le han dado. –Sabía que Anna sería mejor tía que ella madre.
Se sintió tan a gusto entre los brazos de Eliot… notó que ya estaba acostumbrada al nuevo vínculo que los unía, ya no podría volver a ser solo la compañera de laboratorio. Eliot se acercó a ella y Yulia deseó que la besase, que barriera con un beso todo rastro de angustia. ¿Había perdonado demasiado pronto a su esposo? Tal vez, pero se debía a que había logrado comprender que él no era culpable, que había sido engañado. Volver a pensar en aquello le provocó pesadez en el pecho y Yulia cerró los ojos para tratar de pensar en otra cosa. Aunque en cuanto él mencionó lo que anhelaba de su vida de padre Yulia los abrió, era todo lo opuesto a lo que ella desearía:
-Habrá alguna niñera que le enseñe mejor que nosotros, maestros que podamos contratar –dijo, porque de solo pensar en tener un niño pegado a ella todo el tiempo le daba rechazo-. Tú serás buen padre, pero me temo que no seré una buena madre… Intentaré aprender –le prometió rápidamente.
Yulia lo abrazó, le permitió apoyarse en su pecho y estiró su mano para asegurarse que estuviese bien cubierto por el calor de las frazadas… pero no le respondió. Ella tampoco quería imaginarse con otro hombre, había descubierto lo que era sentirse deseada y valorada a partir de la propuesta que él le había hecho, pero no pudo decírselo pues lo juzgaba como un signo de debilidad. Recién cuando lo descubrió dormido, cuando su respiración se hizo profunda, Yulia le susurró:
-No lo sabía, pero adoro que así sea –le acarició el cabello y se entregó ella también al sueño.
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Odiaba las mañanas, madrugar no era algo usual en ella pues solía quedarse hasta tarde en los laboratorios. Esa rutina del sueño se había alterado ahora en su viaje de bodas, pues se dormía más temprano. Por eso se despertó con el canto de los pájaros y descubrió a Eliot a su lado, le costó unos segundos entender que estaba en la habitación de él. ¡Qué hermoso era en la inocencia del sueño! Sus rasgos parecían dulcificados al estar relajados. Yulia, con sumo cuidado, se despegó de él para salir de la cama y cuando lo hizo el frío la sorprendió.
Se cruzó hasta su dormitorio y allí corrió los cortinados, la tormenta de la noche anterior había limpiado el cielo y brillaba el sol, pero hacía frío, era inusual, principalmente teniendo en cuenta que estaban en primavera. Yulia se quitó la redecilla del cabello y se dirigió al cuarto de baño para orinar e higienizarse como hacía cada mañana. Le había prometido a Eliot que desayunarían juntos en el balcón, pero con ese frío no lo creía posible. Cuando estuvo de vuelta en el dormitorio y se envolvió en una de las batas gruesas, justo en ese momento llamaron a su puerta. Francine traía el desayuno para ella.
-Esto es muy poco –dijo, viendo la bandeja-. Desayunaré junto al señor Ferrec en el dormitorio de él. Tengan listo todo para subirlo en quince minutos –ordenó, soberbia como era con todos, antes de cerrar la puerta.
Se encaminó otra vez a la habitación de Eliot y se sentó junto a él, con la espalda apoyada en el entramado respaldo de la cama. Tomó su mano con suavidad –no quería despertarlo- y comenzó a jugar con sus dedos.
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/07/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
No recordaba la última noche que había dormido tan bien. Ni siquiera en los mejores días desde que se prometiera con Yulia había descansado tanto y tan profundamente. El aroma del cuerpo de su esposa lo embriagó desde el mismo momento en el que cerró los ojos, y disfrutó de la suavidad de la piel de su pecho sobre sus labios hasta que el sueño lo alcanzó. Ni siquiera se despertó cuando Yulia se levantó para asearse y cambiarse, como tampoco lo hizo cuando volvió a su lado y le tomó la mano; un ruido en la planta baja fue lo que hizo que retomara la consciencia poco a poco.
Supo que estaba en su cama y creyó que se encontraba solo, igual que lo había estado en las últimas noches. Entreabrió los ojos y se sorprendió al ver que había alguien a su lado, pero tardó unos segundos en darse cuenta de que era Yulia. Todavía adormilado, se acercó a ella y apoyó la cabeza sobre su regazo, enterrando el rostro entre los pliegues de la gruesa bata que llevaba. Pasó un brazo sobre sus piernas y se abrazó a ellas, dejando que el sueño fuera y viniera a su antojo. Los párpados seguían pesándole y no quería levantarse; estaba demasiado a gusto entre las sábanas, disfrutando de las caricias y del calor del cuerpo de su mujer.
Alguien tocó a la puerta y Eliot enterró más el rostro, como si cualquier ruido lo molestara. Aún así, parecía que quien fuera había ignorado sus deseos, puesto que abrió la puerta y entró en la habitación. Identificó la voz de Francine, mezclada con el tintineo de los vasos del desayuno, y fue en ese momento en el que se dio cuenta de que se moría de hambre. Miró a su alrededor sin levantar la cabeza en el momento en el que la sirvienta abría las cortinas de su habitación, dejando que una potente luz entrara. Los ojos le dolieron, así que se cubrió el rostro durante unos segundos hasta que su vista se acostumbró un poco a la claridad. Después, se tumbó boca arriba con los ojos cerrados y la cabeza todavía sobre las piernas de Yulia.
—Gracias, Francine —murmuró con voz ronca y esperó a que la puerta se cerrara para abrir los ojos.
La visión que tenía de Yulia desde ahí lo dejó mudo. Sonrió, embobado, y admiró el rostro de su esposa enmarcado por su cabello suelto, que caía con gracia sobre sus hombros y parte de su pecho.
—Buenos días —saludó, feliz de estar allí.
Se frotó los ojos y se incorporó con desgana. Sintió frío cuando las mantas se escurrieron y dejaron parte de su cuerpo a la intemperie, y un escalofrío le erizó la piel. Aún así, se giró para mirar a Yulia y pasó una mano por encima de sus piernas hasta dejarla a un costado del cuerpo de ella, de manera que los rostros de ambos quedaron frente a frente.
—Qué guapa estás —dijo, y le besó la mejilla con ternura—. Siempre lo estás, en realidad, pero hoy es más que otros días. —Volvió a besarle en la mejilla y miró hacia la mesa, donde esperaba el desayuno—. Dame un minuto, enseguida vengo y desayunamos juntos.
Se levantó y se abrazó a sí mismo para combatir el frío que reinaba en la habitación durante el recorrido hasta el cuarto de aseo. Una vez allí, se lavó la cara con agua fresca, se enjuagó la boca con agua y zumo de limón para eliminar el mal aliento y se arregló el cabello con el esmero suficiente para que no estuviera revuelto. También aprovechó para asearse el cuerpo y, cuando se sintió listo, salió en busca de la bandeja de desayuno para volver al agradable calor de la cama.
—Han traído el desayuno para dos —comentó, extrañado, mientras se metía debajo de las sábanas—. ¿Cómo sabían que estabas aquí?
Eliot no tenía una mesita de cama en su habitación porque nunca desayunaba allí, así que dejó la bandeja sobre el colchón y rezó porque no se cayera nada sobre los edredones. Limpiar las sábanas era sencillo, limpiar los cubrecamas no lo era tanto.
—¿Has dormido bien? Te has despertado pronto.
Supo que estaba en su cama y creyó que se encontraba solo, igual que lo había estado en las últimas noches. Entreabrió los ojos y se sorprendió al ver que había alguien a su lado, pero tardó unos segundos en darse cuenta de que era Yulia. Todavía adormilado, se acercó a ella y apoyó la cabeza sobre su regazo, enterrando el rostro entre los pliegues de la gruesa bata que llevaba. Pasó un brazo sobre sus piernas y se abrazó a ellas, dejando que el sueño fuera y viniera a su antojo. Los párpados seguían pesándole y no quería levantarse; estaba demasiado a gusto entre las sábanas, disfrutando de las caricias y del calor del cuerpo de su mujer.
Alguien tocó a la puerta y Eliot enterró más el rostro, como si cualquier ruido lo molestara. Aún así, parecía que quien fuera había ignorado sus deseos, puesto que abrió la puerta y entró en la habitación. Identificó la voz de Francine, mezclada con el tintineo de los vasos del desayuno, y fue en ese momento en el que se dio cuenta de que se moría de hambre. Miró a su alrededor sin levantar la cabeza en el momento en el que la sirvienta abría las cortinas de su habitación, dejando que una potente luz entrara. Los ojos le dolieron, así que se cubrió el rostro durante unos segundos hasta que su vista se acostumbró un poco a la claridad. Después, se tumbó boca arriba con los ojos cerrados y la cabeza todavía sobre las piernas de Yulia.
—Gracias, Francine —murmuró con voz ronca y esperó a que la puerta se cerrara para abrir los ojos.
La visión que tenía de Yulia desde ahí lo dejó mudo. Sonrió, embobado, y admiró el rostro de su esposa enmarcado por su cabello suelto, que caía con gracia sobre sus hombros y parte de su pecho.
—Buenos días —saludó, feliz de estar allí.
Se frotó los ojos y se incorporó con desgana. Sintió frío cuando las mantas se escurrieron y dejaron parte de su cuerpo a la intemperie, y un escalofrío le erizó la piel. Aún así, se giró para mirar a Yulia y pasó una mano por encima de sus piernas hasta dejarla a un costado del cuerpo de ella, de manera que los rostros de ambos quedaron frente a frente.
—Qué guapa estás —dijo, y le besó la mejilla con ternura—. Siempre lo estás, en realidad, pero hoy es más que otros días. —Volvió a besarle en la mejilla y miró hacia la mesa, donde esperaba el desayuno—. Dame un minuto, enseguida vengo y desayunamos juntos.
Se levantó y se abrazó a sí mismo para combatir el frío que reinaba en la habitación durante el recorrido hasta el cuarto de aseo. Una vez allí, se lavó la cara con agua fresca, se enjuagó la boca con agua y zumo de limón para eliminar el mal aliento y se arregló el cabello con el esmero suficiente para que no estuviera revuelto. También aprovechó para asearse el cuerpo y, cuando se sintió listo, salió en busca de la bandeja de desayuno para volver al agradable calor de la cama.
—Han traído el desayuno para dos —comentó, extrañado, mientras se metía debajo de las sábanas—. ¿Cómo sabían que estabas aquí?
Eliot no tenía una mesita de cama en su habitación porque nunca desayunaba allí, así que dejó la bandeja sobre el colchón y rezó porque no se cayera nada sobre los edredones. Limpiar las sábanas era sencillo, limpiar los cubrecamas no lo era tanto.
—¿Has dormido bien? Te has despertado pronto.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/08/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
El gesto de Eliot la sorprendió, pero no tardó en disfrutar del ánimo cariñoso de su esposo. Acarició el cabello rubio del hombre mientras se decía que pocas cosas le habían gustado tanto de su vínculo como sentir el peso de su cabeza apoyada sobre su regazo. Yulia se inclinó sobre él y le besó la nuca.
Se sintió interrumpida y vulnerada en su intimidad cuando la desagradable mujer del servicio ingresó. Posesiva, abrazó a su esposo que se removía sobre sus piernas. ¿Qué era esa costumbre tan baja de entrar en la habitación sin que los señores dieran la autorización? Ella no aprobaba aquello, ya veía que algunas cosas deberían cambiar… aunque se lamentó al recordar que en la casa de Eliot mandaría siempre Maureen, no quería tener que competir con su suegra por el gobierno sobre las personas del servicio. Siguió con mala mirada a la mujer hasta que ésta abandonó la habitación.
-Buenos días –le respondió y acarició su mejilla rasposa-. ¿Has dormido bien? ¿No te he incomodado? –Quería pedirle que no se moviera, que se quedase un poco más descansando en su regazo… pero no era posible, el día acababa de comenzar. –Oh, ¿sí? Gracias –sonrió feliz ante los cumplidos de Eliot.
¡Cómo le gustaba dormir! No estaba cansada –porque acababa de despertar-, pero si por ella fuera se quedaría en la cama al menos una hora más… las mañanas no eran la parte del día que más disfrutaba, definitivamente. Yulia acomodó las almohadas tras ella y cuando se recostó sobre ellas Eliot ya estaba de regreso.
-He dormido bien, aunque es muy extraño compartir espacio, no creo que pueda hacerlo todas las noches –le dijo, con total sinceridad-. Yo le he dicho que estábamos aquí cuando quiso dejar mi desayuno, habrán oído que ya estaba despierta y moviéndome en mi recámara. ¿Estuvo mal? Me gusta que sepan que hemos dormido juntos, Ferrec. Sé que te prometí desayunar en el balcón, pero no quiero moverme de la cama…
Tomó un bollo con salsa de moras y lo mordió, era la especialidad de la región y Yulia podría volverse adicta a ellos, ya se notaba con el cuerpo un poco más redondeado y culpaba a esos bollos, aunque no podía negarse a disfrutarlos.
-Quiero decirte algo, algo lindo –le aclaró, antes de que él creyera que estaba por comenzar una nueva discusión-, no temas. –Lo miró por unos instantes, le gustaba como se le achinaban los ojos a causa de estar recién despierto. -Nunca creí que tuvieras brazos tan fuertes, no son grandes como los de los soldados, pero tienes mucha fuerza –le sonrió, sin poder creer que estuviera diciéndole algo así a Ferrec-. Son lindos –agregó.
Acabó con el bollo y reprimió el deseo de comer uno más. Antes de continuar hablando bebió del jugo de naranja y se limpió los labios con la servilleta de tela.
-Muchas cosas son diferentes de lo que imaginaba, otras también me han sorprendido. Te cambia la voz cuando… bueno, cuando estamos solos y acariciándonos –sintió el calor trepar por su cuello, para encenderle las mejillas, al estar mencionando algo así-, es como si no fuera tuya. Si cerrase los ojos podría pensar que es otro hombre el que me toca, pero no, eres tú. ¿Algo de mí te ha sorprendido?
Se sintió interrumpida y vulnerada en su intimidad cuando la desagradable mujer del servicio ingresó. Posesiva, abrazó a su esposo que se removía sobre sus piernas. ¿Qué era esa costumbre tan baja de entrar en la habitación sin que los señores dieran la autorización? Ella no aprobaba aquello, ya veía que algunas cosas deberían cambiar… aunque se lamentó al recordar que en la casa de Eliot mandaría siempre Maureen, no quería tener que competir con su suegra por el gobierno sobre las personas del servicio. Siguió con mala mirada a la mujer hasta que ésta abandonó la habitación.
-Buenos días –le respondió y acarició su mejilla rasposa-. ¿Has dormido bien? ¿No te he incomodado? –Quería pedirle que no se moviera, que se quedase un poco más descansando en su regazo… pero no era posible, el día acababa de comenzar. –Oh, ¿sí? Gracias –sonrió feliz ante los cumplidos de Eliot.
¡Cómo le gustaba dormir! No estaba cansada –porque acababa de despertar-, pero si por ella fuera se quedaría en la cama al menos una hora más… las mañanas no eran la parte del día que más disfrutaba, definitivamente. Yulia acomodó las almohadas tras ella y cuando se recostó sobre ellas Eliot ya estaba de regreso.
-He dormido bien, aunque es muy extraño compartir espacio, no creo que pueda hacerlo todas las noches –le dijo, con total sinceridad-. Yo le he dicho que estábamos aquí cuando quiso dejar mi desayuno, habrán oído que ya estaba despierta y moviéndome en mi recámara. ¿Estuvo mal? Me gusta que sepan que hemos dormido juntos, Ferrec. Sé que te prometí desayunar en el balcón, pero no quiero moverme de la cama…
Tomó un bollo con salsa de moras y lo mordió, era la especialidad de la región y Yulia podría volverse adicta a ellos, ya se notaba con el cuerpo un poco más redondeado y culpaba a esos bollos, aunque no podía negarse a disfrutarlos.
-Quiero decirte algo, algo lindo –le aclaró, antes de que él creyera que estaba por comenzar una nueva discusión-, no temas. –Lo miró por unos instantes, le gustaba como se le achinaban los ojos a causa de estar recién despierto. -Nunca creí que tuvieras brazos tan fuertes, no son grandes como los de los soldados, pero tienes mucha fuerza –le sonrió, sin poder creer que estuviera diciéndole algo así a Ferrec-. Son lindos –agregó.
Acabó con el bollo y reprimió el deseo de comer uno más. Antes de continuar hablando bebió del jugo de naranja y se limpió los labios con la servilleta de tela.
-Muchas cosas son diferentes de lo que imaginaba, otras también me han sorprendido. Te cambia la voz cuando… bueno, cuando estamos solos y acariciándonos –sintió el calor trepar por su cuello, para encenderle las mejillas, al estar mencionando algo así-, es como si no fuera tuya. Si cerrase los ojos podría pensar que es otro hombre el que me toca, pero no, eres tú. ¿Algo de mí te ha sorprendido?
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/07/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
¡Cielo santo, cómo le gustaba ver a su esposa sonreír! Siempre, desde que la conoció, le había parecido que Yulia tenía una sonrisa hermosa, pero sólo había podido disfrutar de ella a partir del día de su compromiso. Antes apenas le dedicaba alguna de vez en cuando, casi forzada y para nada igual que la de esa mañana, genuina y deslumbrante.
—Es extraño dormir con alguien si llevas toda la vida haciéndolo solo, pero contigo se duerme bien; no das patadas como Anna.
Se rió al recordar las noches en las que su hermana se había colado en su cama, buscando consuelo presa de alguna pesadilla. Eliot le permitía dormir con él porque, por aquel entonces, la niña sólo tendría cinco o seis años, pero intentaba evitar por todos los medios que ocurriera. Desde muy pequeña tendía a invadir la cama ajena, relegando al dueño legítimo de ese colchón a dormir en el borde, a un palmo de caer al suelo.
—No, no, está bien —contestó, restando importancia con una mano—. Es sólo que me ha extrañado. Ni siquiera me he dado cuenta de que te habías levantado. Hacía tiempo que no dormía de manera tan profunda.
Se cubrió la boca para tapar un bostezo y tomó uno de los famosos bollos de moras de la región. El primero se lo comió de dos mordiscos, y enseguida se lanzó a por el segundo. La noche anterior apenas había cenado algo por culpa de la angustia que tenía, así que esa mañana se había despertado con el estómago completamente vacío. El segundo bollito lo comió de manera más sosegada, intercalando los mordiscos con sorbitos de café solo sin endulzar, mientras escuchaba a Yulia.
Sonrió ante el inesperado cumplido sobre sus brazos, pero sonrió aún más cuando ella le confesó que su voz le cambiaba en la intimidad. Se terminó el dulce sin prisa, pero sin pausa, y le dio un último trago a su taza de café antes de retirar la bandeja y dejarla sobre la mesita de noche, puesto que parecía que Yulia había terminado por el momento.
—Si me cambia la voz —dijo, comprobando que la bandeja estaba bien apoyada—, es sólo por ti, por lo que me haces sentir. ¿Lo sabes, verdad?
Se giró y la miró antes de acomodarse contra los almohadones. La sujetó de un brazo y tiró de ella hasta que quedó sentada frente a él, entre sus piernas, y la apoyó contra su pecho, abrazándola con fuerza.
—Me han sorprendido muchas cosas de ti —contestó—, pero la que más es lo cariñosa que eres cuando estamos solos. También lo mucho que te dejas querer. —Le acarició la sien con la punta de la nariz y se la besó después—. Para nada creía que fueras así, pero me gusta esta Yulia, y me gusta más saber que sólo yo la conozco.
La estrechó más contra su cuerpo y agachó la cabeza para buscar sus labios. Si no la había besado al despertarse había sido para no incomodarla con el aliento del que recién se levanta, pero ahora, con el sabor de los bollos todavía presente, no lo aguantó más.
—Sabes a mermelada de moras —susurró, antes de volver a besarla—. Quiero proponerte algo. —Acomodó la espalda en el cabecero antes de seguir—. ¿Qué te parece si nos quedamos en la cama hasta que nos cansemos de estar tumbados?
La abrazó de la cintura y se pegó a ella, sin sobrepasarse en sus caricias, pero también sin pudor. La había echado mucho de menos, y su trabajo le estaba costando no abrumarla esa mañana. La necesitaba con urgencia.
—Podemos volver a desayunar si nos entra el hambre, o podemos dormir si tenemos sueño. O hablar, simplemente, sobre lo que tú quieras. La verdad es que yo me conformo sólo con mirarte mientras estás aquí, conmigo.
Se recostó sobre las almohadas y la miró desde ahí. Le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja, dejando que cayera por su espalda, y jugueteó con él de la misma forma que lo hizo en su habitación de la base de la Inquisición. En ese momento, no había hombre en la tierra más enamorado que Eliot Isaïe Ferrec.
—Es extraño dormir con alguien si llevas toda la vida haciéndolo solo, pero contigo se duerme bien; no das patadas como Anna.
Se rió al recordar las noches en las que su hermana se había colado en su cama, buscando consuelo presa de alguna pesadilla. Eliot le permitía dormir con él porque, por aquel entonces, la niña sólo tendría cinco o seis años, pero intentaba evitar por todos los medios que ocurriera. Desde muy pequeña tendía a invadir la cama ajena, relegando al dueño legítimo de ese colchón a dormir en el borde, a un palmo de caer al suelo.
—No, no, está bien —contestó, restando importancia con una mano—. Es sólo que me ha extrañado. Ni siquiera me he dado cuenta de que te habías levantado. Hacía tiempo que no dormía de manera tan profunda.
Se cubrió la boca para tapar un bostezo y tomó uno de los famosos bollos de moras de la región. El primero se lo comió de dos mordiscos, y enseguida se lanzó a por el segundo. La noche anterior apenas había cenado algo por culpa de la angustia que tenía, así que esa mañana se había despertado con el estómago completamente vacío. El segundo bollito lo comió de manera más sosegada, intercalando los mordiscos con sorbitos de café solo sin endulzar, mientras escuchaba a Yulia.
Sonrió ante el inesperado cumplido sobre sus brazos, pero sonrió aún más cuando ella le confesó que su voz le cambiaba en la intimidad. Se terminó el dulce sin prisa, pero sin pausa, y le dio un último trago a su taza de café antes de retirar la bandeja y dejarla sobre la mesita de noche, puesto que parecía que Yulia había terminado por el momento.
—Si me cambia la voz —dijo, comprobando que la bandeja estaba bien apoyada—, es sólo por ti, por lo que me haces sentir. ¿Lo sabes, verdad?
Se giró y la miró antes de acomodarse contra los almohadones. La sujetó de un brazo y tiró de ella hasta que quedó sentada frente a él, entre sus piernas, y la apoyó contra su pecho, abrazándola con fuerza.
—Me han sorprendido muchas cosas de ti —contestó—, pero la que más es lo cariñosa que eres cuando estamos solos. También lo mucho que te dejas querer. —Le acarició la sien con la punta de la nariz y se la besó después—. Para nada creía que fueras así, pero me gusta esta Yulia, y me gusta más saber que sólo yo la conozco.
La estrechó más contra su cuerpo y agachó la cabeza para buscar sus labios. Si no la había besado al despertarse había sido para no incomodarla con el aliento del que recién se levanta, pero ahora, con el sabor de los bollos todavía presente, no lo aguantó más.
—Sabes a mermelada de moras —susurró, antes de volver a besarla—. Quiero proponerte algo. —Acomodó la espalda en el cabecero antes de seguir—. ¿Qué te parece si nos quedamos en la cama hasta que nos cansemos de estar tumbados?
La abrazó de la cintura y se pegó a ella, sin sobrepasarse en sus caricias, pero también sin pudor. La había echado mucho de menos, y su trabajo le estaba costando no abrumarla esa mañana. La necesitaba con urgencia.
—Podemos volver a desayunar si nos entra el hambre, o podemos dormir si tenemos sueño. O hablar, simplemente, sobre lo que tú quieras. La verdad es que yo me conformo sólo con mirarte mientras estás aquí, conmigo.
Se recostó sobre las almohadas y la miró desde ahí. Le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja, dejando que cayera por su espalda, y jugueteó con él de la misma forma que lo hizo en su habitación de la base de la Inquisición. En ese momento, no había hombre en la tierra más enamorado que Eliot Isaïe Ferrec.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/08/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
La que su esposo proponía le parecía una idea excelente por dos motivos: el primero era que creía profundamente en que las mañanas estaban hechas para dormir; y la segunda era que no imaginaba nada mejor que estar abrazada a Eliot, recibiendo sus mimos.
-Me parece una gran idea. Quizás podamos pasear por la arboleda en la tarde –propuso; luego de la pelea y de todas las cosas que se habían dicho, pasear por un lugar tan hermoso junto a él le parecía reparador-. No tenemos obligación de nada, no está aquí el laboratorio… Mi único deber es ser buena esposa y descansar mucho, pues nos esperan meses de mucho trabajo.
Lo abrazaba y descansaba la cabeza en su pecho. No deseaba volver a pelear jamás con él, pero teniendo el carácter que tenía, no podía asegurar que eso no volviera a ocurrir. Afortunadamente él la conocía y así y todo la había elegido, no podría decir que no sabía con quién se estaba metiendo. Claro que ahora que compartían intimidad Yulia había dejado caer algunas barreras, pero seguía siendo letalmente sincera y desconfiada, orgullosa por sobretodo. Eliot ya no podía cambiar de idea, ya estaban casados y, aunque de forma extraña, el matrimonio se había consumado. ¿Aprobaba Dios aquella consumación? La sola idea de que el Creador los hubiera visto hacía algunas noches le provocó calor, vergüenza. Culpó de eso a Eliot, aunque no era justo.
-Eres muy caliente, Elito –le dijo y se removió para despegarse un poco de él-. ¿Puedo llamarte Elito? Me parece muy dulce, de seguro te llamaban así cuando eras niño.
Sí que estaba pasando calor al estar pegada a él, pero quería seguir así. Por eso se alejó, se quitó la bata gruesa con la que se había cubierto el camisón para desayunar y la dejó sobre la silla rinconera. Así, con ropa más ligera, volvió a la cama, pero no ocupó el lugar de antes, sino que se sentó frente a él y lo observó en silencio durante algunos segundos, mientras una idea se formaba en su mente. Besó la mejilla de Eliot primero y luego reclamó su boca; meditó en lo que él le había dicho hacía unos minutos mientras lo besaba con amor.
-Nadie me había dicho antes eso, que soy cariñosa. Creo que solo lo soy contigo, nadie más me dio la oportunidad de mostrar un poco más de mí, tampoco la seguridad para querer hacerlo.
La pasmaba comprender que ya no desconfiaba de él, que toda la aprensión que por años le había provocado su compañero ya no existía, que se había marchado así como había llegado el cariño, la confianza. El amor.
Se metió debajo de las sábanas nuevamente y se pegó a él, quería dormir y a la vez no deseaba perder tiempo haciéndolo. ¿Perder tiempo? No se reconocía en aquel pensamiento. Lo acarició lentamente en el abdomen una y otra vez, dibujando sobre él círculos. Pasaron varios minutos en silencio y Yulia llegó a creer que Eliot se había dormido.
-Eliot, me gustaría que… en algún momento, antes de volver a París, cuando quieras y te parezca bien… aunque a mí me parece bien ahora -Ya comenzaba a enredarse, ella no sabía pedir y por eso no lo hacía jamás. –Tal vez sea correcto esperar a alguna noche, no sé cómo son los otros matrimonios, pero lo supongo. Yo… lo que quiero decir es que, bueno –se movió nerviosa y cuando alzó la mirada vio que Eliot no dormía, la oía atento y ella pensó que ya no tenía más remedio que hablar-. Hubiera sido mejor que estuvieses dormido, Ferrec –le sonrió-, así no tendría que seguir diciendo estas cosas. -Suspiró y acomodó un poco sus ideas-: Me gustaría que alguna vez volviéramos a intentar estar… No sé cómo decirlo sin que suene desagradable -se incorporó para quedar con sus labios a la altura del oído derecho de él-, que volvieras a estar dentro de mí, Eliot.
-Me parece una gran idea. Quizás podamos pasear por la arboleda en la tarde –propuso; luego de la pelea y de todas las cosas que se habían dicho, pasear por un lugar tan hermoso junto a él le parecía reparador-. No tenemos obligación de nada, no está aquí el laboratorio… Mi único deber es ser buena esposa y descansar mucho, pues nos esperan meses de mucho trabajo.
Lo abrazaba y descansaba la cabeza en su pecho. No deseaba volver a pelear jamás con él, pero teniendo el carácter que tenía, no podía asegurar que eso no volviera a ocurrir. Afortunadamente él la conocía y así y todo la había elegido, no podría decir que no sabía con quién se estaba metiendo. Claro que ahora que compartían intimidad Yulia había dejado caer algunas barreras, pero seguía siendo letalmente sincera y desconfiada, orgullosa por sobretodo. Eliot ya no podía cambiar de idea, ya estaban casados y, aunque de forma extraña, el matrimonio se había consumado. ¿Aprobaba Dios aquella consumación? La sola idea de que el Creador los hubiera visto hacía algunas noches le provocó calor, vergüenza. Culpó de eso a Eliot, aunque no era justo.
-Eres muy caliente, Elito –le dijo y se removió para despegarse un poco de él-. ¿Puedo llamarte Elito? Me parece muy dulce, de seguro te llamaban así cuando eras niño.
Sí que estaba pasando calor al estar pegada a él, pero quería seguir así. Por eso se alejó, se quitó la bata gruesa con la que se había cubierto el camisón para desayunar y la dejó sobre la silla rinconera. Así, con ropa más ligera, volvió a la cama, pero no ocupó el lugar de antes, sino que se sentó frente a él y lo observó en silencio durante algunos segundos, mientras una idea se formaba en su mente. Besó la mejilla de Eliot primero y luego reclamó su boca; meditó en lo que él le había dicho hacía unos minutos mientras lo besaba con amor.
-Nadie me había dicho antes eso, que soy cariñosa. Creo que solo lo soy contigo, nadie más me dio la oportunidad de mostrar un poco más de mí, tampoco la seguridad para querer hacerlo.
La pasmaba comprender que ya no desconfiaba de él, que toda la aprensión que por años le había provocado su compañero ya no existía, que se había marchado así como había llegado el cariño, la confianza. El amor.
Se metió debajo de las sábanas nuevamente y se pegó a él, quería dormir y a la vez no deseaba perder tiempo haciéndolo. ¿Perder tiempo? No se reconocía en aquel pensamiento. Lo acarició lentamente en el abdomen una y otra vez, dibujando sobre él círculos. Pasaron varios minutos en silencio y Yulia llegó a creer que Eliot se había dormido.
-Eliot, me gustaría que… en algún momento, antes de volver a París, cuando quieras y te parezca bien… aunque a mí me parece bien ahora -Ya comenzaba a enredarse, ella no sabía pedir y por eso no lo hacía jamás. –Tal vez sea correcto esperar a alguna noche, no sé cómo son los otros matrimonios, pero lo supongo. Yo… lo que quiero decir es que, bueno –se movió nerviosa y cuando alzó la mirada vio que Eliot no dormía, la oía atento y ella pensó que ya no tenía más remedio que hablar-. Hubiera sido mejor que estuvieses dormido, Ferrec –le sonrió-, así no tendría que seguir diciendo estas cosas. -Suspiró y acomodó un poco sus ideas-: Me gustaría que alguna vez volviéramos a intentar estar… No sé cómo decirlo sin que suene desagradable -se incorporó para quedar con sus labios a la altura del oído derecho de él-, que volvieras a estar dentro de mí, Eliot.
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/07/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Cuando estaban así, abrazados, era capaz de no pensar en absolutamente nada que no fuera ella. La facción que ahora lideraba quedaba relegada a un segundo plano, casi invisible y del que apenas era consciente. Y la realidad era que eso, a Eliot, no le importaba, en absoluto. Disfrutaba de cada segundo de paz en compañía de su esposa; la conocía y sabía perfectamente que esa calma se podía truncar en cualquier momento. Así había sido durante los años en los que habían sido compañeros de laboratorio bajo el mando del maestro Beaumont, y el carácter de ambos, ahora diluído en el amor que sentían el uno por el otro, no había desaparecido.
—Puedes llamarme como quieras —le aseguró—, aunque no recuerdo que nadie me llamara Elito, ni siquiera creo que yo lo dijera cuando era niño, pero es divertido.
La observó sin perder detalle cuando se levantó para quitarse la gruesa bata, y no dejó de hacerlo hasta que ella se sentó frente a él y lo besó. Eliot fue hundiéndose poco a poco sobre los almohadones, con un pulso lento que se iba acompasando al momento de paz que sentía su mente. La calma con la que Yulia lo besaba era contagiosa.
—Me halaga eso que dices, me halaga mucho, cariño. —Le acarició el pelo y la miró con amor—. Me siento muy afortunado de que hayas decidido mostrarte así conmigo. Haces que sienta que no estoy haciendo las cosas tan mal.
Lo halagaba y lo tranquilizaba, puesto que el inicio de su matrimonio se había truncado incluso antes de que diera comienzo. Eliot no quería recordar el día que recibió la carta de Vaguè porque el dolor que sintió tanto ese como los días que le sucedieron fue el peor que él recordaba. La discusión que tuvieron hacía tres días había terminado de romperle todos los esquemas, tanto que llegó a creer que aquel era el final de la que había sido la etapa más feliz de su vida. Pero Yulia le había perdonado, y no pensaba dejar de agradecer a quien fuera necesario de la decisión que había tomado su mujer.
Cuando comenzó con las caricias en su abdomen, el sueño volvió de golpe a sus ojos. Los cerró y dejó que el silencio lo meciera, junto con el frío del exterior y el calor de su lecho. A punto estuvo de dormirse de nuevo cuando Yulia comenzó a hablar. Al principio la escuchó con los ojos cerrados, pero al ver lo mucho que le estaba costando decirle lo que fuera que quisiera —teniendo en cuenta lo directa que era ella siempre— los abrió, curioso, y la miró.
—Cuando te trabas así me causa curiosidad lo que tengas que decir —dijo y sonrió divertido.
Lo que le dijo, sin embargo, acompañado del aliento sobre su oído, hizo que un cosquilleo comenzara en en su vientre y se extendiera hacia el pecho y hacia las piernas. Se revolvió inquieto, movido por ese mismo cosquilleo, y la miró directamente a los ojos con un deseo claro pintado en ellos.
Se giró para que ella quedara tumbada boca arriba en la cama y él de lado, apoyado sobre su codo para poder mantener el peso de su cuerpo, que quedó algo elevado. Repasó los rasgos de su rostro una y otra vez antes de llevar sus labios al mentón de Yulia. Fue arrastrándolos por la línea de su mandíbula hasta que llegó a su oído, y ahí se paró.
—A mí también me parece bien ahora, Yuls —susurró.
Fue bajando los labios por su cuello a la vez que su mano libre lo hacía por el costado del cuerpo de su esposa, marcando despacio las curvas de su cuerpo. Las dejó sobre la cintura unos segundos para llevarlas después hacia sus piernas, redondeando los glúteos con detenimiento por el camino. Sus labios seguían buscando cada trozo de piel que quedaba a la vista, tanto en hombros, como en el cuello y hasta en el rostro, tranquilos, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Cuando llegó a la línea de su escote, elevó los ojos hacia arriba y se detuvo, como queriendo pedirle permiso para seguir. Podía sentir los latidos del corazón de Yulia sobre sus labios, puesto que se había detenido justo encima de éste. La notó alterada, pero no más de lo que ya estaba él.
—Puedes llamarme como quieras —le aseguró—, aunque no recuerdo que nadie me llamara Elito, ni siquiera creo que yo lo dijera cuando era niño, pero es divertido.
La observó sin perder detalle cuando se levantó para quitarse la gruesa bata, y no dejó de hacerlo hasta que ella se sentó frente a él y lo besó. Eliot fue hundiéndose poco a poco sobre los almohadones, con un pulso lento que se iba acompasando al momento de paz que sentía su mente. La calma con la que Yulia lo besaba era contagiosa.
—Me halaga eso que dices, me halaga mucho, cariño. —Le acarició el pelo y la miró con amor—. Me siento muy afortunado de que hayas decidido mostrarte así conmigo. Haces que sienta que no estoy haciendo las cosas tan mal.
Lo halagaba y lo tranquilizaba, puesto que el inicio de su matrimonio se había truncado incluso antes de que diera comienzo. Eliot no quería recordar el día que recibió la carta de Vaguè porque el dolor que sintió tanto ese como los días que le sucedieron fue el peor que él recordaba. La discusión que tuvieron hacía tres días había terminado de romperle todos los esquemas, tanto que llegó a creer que aquel era el final de la que había sido la etapa más feliz de su vida. Pero Yulia le había perdonado, y no pensaba dejar de agradecer a quien fuera necesario de la decisión que había tomado su mujer.
Cuando comenzó con las caricias en su abdomen, el sueño volvió de golpe a sus ojos. Los cerró y dejó que el silencio lo meciera, junto con el frío del exterior y el calor de su lecho. A punto estuvo de dormirse de nuevo cuando Yulia comenzó a hablar. Al principio la escuchó con los ojos cerrados, pero al ver lo mucho que le estaba costando decirle lo que fuera que quisiera —teniendo en cuenta lo directa que era ella siempre— los abrió, curioso, y la miró.
—Cuando te trabas así me causa curiosidad lo que tengas que decir —dijo y sonrió divertido.
Lo que le dijo, sin embargo, acompañado del aliento sobre su oído, hizo que un cosquilleo comenzara en en su vientre y se extendiera hacia el pecho y hacia las piernas. Se revolvió inquieto, movido por ese mismo cosquilleo, y la miró directamente a los ojos con un deseo claro pintado en ellos.
Se giró para que ella quedara tumbada boca arriba en la cama y él de lado, apoyado sobre su codo para poder mantener el peso de su cuerpo, que quedó algo elevado. Repasó los rasgos de su rostro una y otra vez antes de llevar sus labios al mentón de Yulia. Fue arrastrándolos por la línea de su mandíbula hasta que llegó a su oído, y ahí se paró.
—A mí también me parece bien ahora, Yuls —susurró.
Fue bajando los labios por su cuello a la vez que su mano libre lo hacía por el costado del cuerpo de su esposa, marcando despacio las curvas de su cuerpo. Las dejó sobre la cintura unos segundos para llevarlas después hacia sus piernas, redondeando los glúteos con detenimiento por el camino. Sus labios seguían buscando cada trozo de piel que quedaba a la vista, tanto en hombros, como en el cuello y hasta en el rostro, tranquilos, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Cuando llegó a la línea de su escote, elevó los ojos hacia arriba y se detuvo, como queriendo pedirle permiso para seguir. Podía sentir los latidos del corazón de Yulia sobre sus labios, puesto que se había detenido justo encima de éste. La notó alterada, pero no más de lo que ya estaba él.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Re: Les autres premières fois +18 | Privado
En cuanto lo dijo, Yulia se llevó una mano a la boca para cubrir su sonrisa de niña traviesa, de chiquilla que quiere, pero no puede ocultar que ha hecho algo prohibido, que ha dicho aquello que no se dice. Recién descubrió su sonrisa cuando él la miró, porque llevó esa misma mano a la mejilla rasposa de su esposo para acariciarla. Le gustó el sonido que hizo la barba incipiente de él cuando ella rasguñó con suavidad su rostro, ahora un rostro que era amado.
Cerró los ojos cuando él la acomodó y comenzó a besarla, Yulia ya había descubierto que si no veía la sorpresa hacía que se potenciase el disfrute. Lo sintió en sus brazos, en su cuello y bajando por su pecho, estiró la mano para acariciarle el cabello mientras él la recorría. Su cuerpo reaccionaba a él y creía que eso no dejaría jamás de maravillarla, no tenía que hacer nada, no era necesario que su mente ordenase ninguna cosa, su cuerpo sabiamente reaccionaba al de Eliot.
-Me ha sorprendido que te parezca bien, Ferrec –le dijo y abrió los ojos-. Creí que ya nunca más querrías. Ven, ven –le rogó, para que volviera a estar a la altura de su rostro.
Yulia extendió el brazo derecho y atrapó las mantas con las que se habían cubierto en la noche, tapó con ellas ambos cuerpos –incluso las cabezas- y la oscuridad los envolvió allí abajo. Con las manos le buscó el rostro y allí los labios, tiro de él para poder besarlo mientras pensaba que Eliot Ferrec –Elito- era un gran compañero en todo sentido. ¿No era maravilloso que ambos coincidieran en aquellos momentos con sus ganas de acariciarse, de besarse? Compartir con alguien –con él- aquella intimidad era algo que Yulia jamás había imaginado, pero a lo que se podría acostumbrar sin mucho esfuerzo, con agrado.
Mientras lo besaba lentamente, acariciando sus labios con los de ella, jugando con su lengua, Yulia bajó su mano para apretar la espalda de Eliot y luego sus glúteos, quería pegar su cuerpo al de ella y no le importaba que él la aplastase. Lo que sí le preocupaba era que pudiese entrar Francine, dado que tenía, al parecer, la costumbre de ingresar en el dormitorio de Eliot sin más.
-¿Y si entra Francine a retirar la bandeja del desayuno y nos ve? –preguntó, compartiendo su preocupación con él-. No me gusta como te mira, te desea. –Aprovechó la oscuridad para hacerle ese reclamo, pero en cuanto lo dijo se mordió el labio, estaba arrepentida.
Movió su mano en la penumbra y halló el pecho de su esposo, subió hasta encontrar la cálida piel de su cuello y deseó besarle la nuez de Adán. En cambio, meditó en que la única vez en la que se habían visto había sido amparados por la noche tormentosa. Le gustaría verle la piel en esos momentos, en los que la luz del día entraba por la puertaventana, y a la vez no deseaba moverse siquiera por temor a arruinar el momento que compartían.
Cerró los ojos cuando él la acomodó y comenzó a besarla, Yulia ya había descubierto que si no veía la sorpresa hacía que se potenciase el disfrute. Lo sintió en sus brazos, en su cuello y bajando por su pecho, estiró la mano para acariciarle el cabello mientras él la recorría. Su cuerpo reaccionaba a él y creía que eso no dejaría jamás de maravillarla, no tenía que hacer nada, no era necesario que su mente ordenase ninguna cosa, su cuerpo sabiamente reaccionaba al de Eliot.
-Me ha sorprendido que te parezca bien, Ferrec –le dijo y abrió los ojos-. Creí que ya nunca más querrías. Ven, ven –le rogó, para que volviera a estar a la altura de su rostro.
Yulia extendió el brazo derecho y atrapó las mantas con las que se habían cubierto en la noche, tapó con ellas ambos cuerpos –incluso las cabezas- y la oscuridad los envolvió allí abajo. Con las manos le buscó el rostro y allí los labios, tiro de él para poder besarlo mientras pensaba que Eliot Ferrec –Elito- era un gran compañero en todo sentido. ¿No era maravilloso que ambos coincidieran en aquellos momentos con sus ganas de acariciarse, de besarse? Compartir con alguien –con él- aquella intimidad era algo que Yulia jamás había imaginado, pero a lo que se podría acostumbrar sin mucho esfuerzo, con agrado.
Mientras lo besaba lentamente, acariciando sus labios con los de ella, jugando con su lengua, Yulia bajó su mano para apretar la espalda de Eliot y luego sus glúteos, quería pegar su cuerpo al de ella y no le importaba que él la aplastase. Lo que sí le preocupaba era que pudiese entrar Francine, dado que tenía, al parecer, la costumbre de ingresar en el dormitorio de Eliot sin más.
-¿Y si entra Francine a retirar la bandeja del desayuno y nos ve? –preguntó, compartiendo su preocupación con él-. No me gusta como te mira, te desea. –Aprovechó la oscuridad para hacerle ese reclamo, pero en cuanto lo dijo se mordió el labio, estaba arrepentida.
Movió su mano en la penumbra y halló el pecho de su esposo, subió hasta encontrar la cálida piel de su cuello y deseó besarle la nuez de Adán. En cambio, meditó en que la única vez en la que se habían visto había sido amparados por la noche tormentosa. Le gustaría verle la piel en esos momentos, en los que la luz del día entraba por la puertaventana, y a la vez no deseaba moverse siquiera por temor a arruinar el momento que compartían.
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Eliot podría pasar el resto de su vida pegado a la piel de Yulia. Era suave y cálida, y sus labios no podían dejar de acariciarla para captar su olor y convertirlo en sabor. Quería desnudarla y seguir besándola en cada parte de su cuerpo, desde sus senos hasta el vientre, las piernas, la cintura… incluso los glúteos, redondos y firmes. Llevó una mano a uno de ellos y lo apretó para comprobar que, efectivamente, los recuerdos que tenía sobre ellos no habían sido alterados.
—Cómo no iba a querer —dijo cuando llevó el rostro la altura del ajeno, dejando que la oscuridad de las sábanas los envolviera—. A mí me ha sorprendido que me lo pidieras. Creía que no sabías hacerlo.
Sonrió antes de que Yulia lo besara, y él la dejó hacer. Sintió cómo las manos de su esposa le apretaban la espalda, haciendo que su cuerpo se pegara al de ella, y cómo después fue descendiendo hasta su trasero. Su piel absorbía el calor que desprendía la de ella como si fuera una esponja. Hacía tres noches había estropeado el momento más especial que ambos habían vivido y, aunque las ganas de Eliot crecían con cada suspiro de Yulia, se estaba mostrando muy cauteloso, preocupado para no dar ningún paso en falso.
Apoyó los antebrazos a los costados de la cabeza de Yulia para no cargar todo el peso de su cuerpo sobre el femenino, pero no pudo evitar pegarse a ella con necesidad. Aunque placentera, aquello estaba siendo una tortura.
—No entrará —aseguró, antes de buscar su boca de nuevo.
Siguió besándola con más intensidad que antes. La disposición que estaba mostrando su esposa empezaba a envalentonarlo, quizá demasiado, pero no podía evitarlo; Yulia lo volvía loco. Cuando ella descubrió ese atisbo de celos, sin embargo, Eliot separó su rostro lo justo para poder mirarla a los ojos. Entornó el ceño y suspiró.
—¿Hablas de Francine? —preguntó, dudoso—. No me desea, Yulia. Además, creo que está a punto de prometerse con un muchacho del pueblo, o no sé. Algo les oí hablar el otro día. —La besó con ternura y volvió a mirarla a los ojos—. Pero ahora vengo.
Bajó de la cama de un salto y se acercó a la puerta a paso ligero. Echó la llave y comprobó que la puerta no se podía abrir antes de volver bajo las sábanas. Se tapó y se tumbó al lado de Yulia, ligeramente encima de ella, y le pasó un brazo en torno a su cuerpo buscando su calor.
—Ya no podrá entrar. Todos tienen prohibido usar la puerta pequeña, y cruzar tu habitación para entrar por la terraza sería demasiado raro hasta para ella, así que —la besó antes de seguir— ya estamos solos.
Ahora que no estaban completamente tapados con las sábanas, aprovechó la luz que entraba por las ventanas para admirar el cuerpo de Yulia. El camisón era bonito, como todos los que ella tenía, y repasó el tirante ancho, que dejaba a la vista su hombro, con las yemas de los dedos. Tiró de él hacia abajo, después de desabrochar los botoncitos de la parte delantera, descubriendo el seno derecho de Yulia. Sin pensarlo demasiado, llevó su boca hasta él y lo besó despacio, acariciándolo con los labios y la punta de la nariz. Buscó su pezón con la lengua y lo saboreó con deleite, cerrando los ojos para que las sensaciones fueran todavía más intensas.
—Eres preciosa, mi amor —susurró contra su piel, sin poder separarse, ni contenerse.
—Cómo no iba a querer —dijo cuando llevó el rostro la altura del ajeno, dejando que la oscuridad de las sábanas los envolviera—. A mí me ha sorprendido que me lo pidieras. Creía que no sabías hacerlo.
Sonrió antes de que Yulia lo besara, y él la dejó hacer. Sintió cómo las manos de su esposa le apretaban la espalda, haciendo que su cuerpo se pegara al de ella, y cómo después fue descendiendo hasta su trasero. Su piel absorbía el calor que desprendía la de ella como si fuera una esponja. Hacía tres noches había estropeado el momento más especial que ambos habían vivido y, aunque las ganas de Eliot crecían con cada suspiro de Yulia, se estaba mostrando muy cauteloso, preocupado para no dar ningún paso en falso.
Apoyó los antebrazos a los costados de la cabeza de Yulia para no cargar todo el peso de su cuerpo sobre el femenino, pero no pudo evitar pegarse a ella con necesidad. Aunque placentera, aquello estaba siendo una tortura.
—No entrará —aseguró, antes de buscar su boca de nuevo.
Siguió besándola con más intensidad que antes. La disposición que estaba mostrando su esposa empezaba a envalentonarlo, quizá demasiado, pero no podía evitarlo; Yulia lo volvía loco. Cuando ella descubrió ese atisbo de celos, sin embargo, Eliot separó su rostro lo justo para poder mirarla a los ojos. Entornó el ceño y suspiró.
—¿Hablas de Francine? —preguntó, dudoso—. No me desea, Yulia. Además, creo que está a punto de prometerse con un muchacho del pueblo, o no sé. Algo les oí hablar el otro día. —La besó con ternura y volvió a mirarla a los ojos—. Pero ahora vengo.
Bajó de la cama de un salto y se acercó a la puerta a paso ligero. Echó la llave y comprobó que la puerta no se podía abrir antes de volver bajo las sábanas. Se tapó y se tumbó al lado de Yulia, ligeramente encima de ella, y le pasó un brazo en torno a su cuerpo buscando su calor.
—Ya no podrá entrar. Todos tienen prohibido usar la puerta pequeña, y cruzar tu habitación para entrar por la terraza sería demasiado raro hasta para ella, así que —la besó antes de seguir— ya estamos solos.
Ahora que no estaban completamente tapados con las sábanas, aprovechó la luz que entraba por las ventanas para admirar el cuerpo de Yulia. El camisón era bonito, como todos los que ella tenía, y repasó el tirante ancho, que dejaba a la vista su hombro, con las yemas de los dedos. Tiró de él hacia abajo, después de desabrochar los botoncitos de la parte delantera, descubriendo el seno derecho de Yulia. Sin pensarlo demasiado, llevó su boca hasta él y lo besó despacio, acariciándolo con los labios y la punta de la nariz. Buscó su pezón con la lengua y lo saboreó con deleite, cerrando los ojos para que las sensaciones fueran todavía más intensas.
—Eres preciosa, mi amor —susurró contra su piel, sin poder separarse, ni contenerse.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Yulia sabía bien que Francine miraba a Eliot con deseo, no importaba lo que él le dijera para convencerla de lo contrario. Eligió pensar que su esposo era un santo, un hombre sumamente inocente que no se percataba de las provocaciones de otras mujeres… Claro que ese pensamiento le duró poco, exactamente lo que tardó en llegar a su mente el recuerdo de aquella noche en la que había encontrado a Eliot en el cabaret.
El recuerdo se apagó con el frío que sintió cuando él la dejó. Yulia no pudo quitar sus ojos de Eliot, descubrió así que le gustaba mucho su forma de caminar y el juego de los músculos de sus brazos al moverse. Se sentó en la cama para no perderse un instante de aquello, era el hombre más hermoso que había conocido y ahora era su esposo.
Cuando él regresó a su lado ella ya no tenía deseos de hablar de Francine, ni de Francine ni de nadie que no fueran ellos dos. Confiada lo dejó avanzar sobre ella, muda lo observó liberar uno de sus senos y jugar con él y acabó sorprendida de sí misma pues no estaba escandalizada en absoluto. Lo que Eliot hacía le parecía bien, no tenía dudas ni temores al respecto. Estiró la mano y le acarició el cabello, despejando su frente. Sus ojos conectaron por un momento mientras él seguía sobre su seno como si se estuviera alimentando de ella. Esa visión, esa idea, le provocó todavía más calor y reconoció otra vez el insistente latido que comenzaba a instalarse en su intimidad como había ocurrido la vez anterior.
Creyó en sus palabras. No por vanidosa, de ninguna manera, sino porque se lo veía en los ojos: Eliot realmente la creía hermosa, no estaba diciéndolo para adularla o hacerla sentir cómoda –que hubiera sido considerado de su parte también-, sino porque lo pensaba de verdad. Yulia volvió a pensar en que no sentía vergüenza de su cuerpo ahora, no con él al menos, y decidió confesárselo.
-Eliot, ven –le pidió y se incorporó para quedar a la altura de él-. La otra noche, cuando estábamos solos y acariciándonos, sentí mucha vergüenza de que me vieras. Era la primera vez y no sabía qué ibas a pensar de mí –se excusó y teniéndolo tan cerca no reprimió el deseo de besarle los labios antes de proseguir-, pero eso no me ocurre hoy. Me gustaría mucho que me vieras, con la luz de la mañana, me siento confiada hoy después de todas las cosas bonitas que me has dicho.
No quería abandonar la cama y no iba a hacerlo. Simplemente continuó con la tarea que él había iniciado, desprendiendo sus botones delanteros y bajando los breteles de su camisón. Sentada como estaba, había quedado con su torso desnudo y expuesto, pero con la parte baja de su cuerpo aún cubierto.
Yulia se despejó el cabello, llevándolo a su espalda y se recostó sobre los cómodos almohadones. Se sentía una reina en esos momentos y su poder nacía de la mirada deseosa de su compañero. Era libre para disfrutar de las nuevas sensaciones de su cuerpo, esas que ni siquiera sabía cómo se llamaban, y para invitar a Eliot a pegarse a ella. Estiró su mano para tomar la de él y obligarlo a acercarse, a moverse, a decir algo. Las mejillas se le encendieron, pero no era a causa del pudor, sino del deseo.
El recuerdo se apagó con el frío que sintió cuando él la dejó. Yulia no pudo quitar sus ojos de Eliot, descubrió así que le gustaba mucho su forma de caminar y el juego de los músculos de sus brazos al moverse. Se sentó en la cama para no perderse un instante de aquello, era el hombre más hermoso que había conocido y ahora era su esposo.
Cuando él regresó a su lado ella ya no tenía deseos de hablar de Francine, ni de Francine ni de nadie que no fueran ellos dos. Confiada lo dejó avanzar sobre ella, muda lo observó liberar uno de sus senos y jugar con él y acabó sorprendida de sí misma pues no estaba escandalizada en absoluto. Lo que Eliot hacía le parecía bien, no tenía dudas ni temores al respecto. Estiró la mano y le acarició el cabello, despejando su frente. Sus ojos conectaron por un momento mientras él seguía sobre su seno como si se estuviera alimentando de ella. Esa visión, esa idea, le provocó todavía más calor y reconoció otra vez el insistente latido que comenzaba a instalarse en su intimidad como había ocurrido la vez anterior.
Creyó en sus palabras. No por vanidosa, de ninguna manera, sino porque se lo veía en los ojos: Eliot realmente la creía hermosa, no estaba diciéndolo para adularla o hacerla sentir cómoda –que hubiera sido considerado de su parte también-, sino porque lo pensaba de verdad. Yulia volvió a pensar en que no sentía vergüenza de su cuerpo ahora, no con él al menos, y decidió confesárselo.
-Eliot, ven –le pidió y se incorporó para quedar a la altura de él-. La otra noche, cuando estábamos solos y acariciándonos, sentí mucha vergüenza de que me vieras. Era la primera vez y no sabía qué ibas a pensar de mí –se excusó y teniéndolo tan cerca no reprimió el deseo de besarle los labios antes de proseguir-, pero eso no me ocurre hoy. Me gustaría mucho que me vieras, con la luz de la mañana, me siento confiada hoy después de todas las cosas bonitas que me has dicho.
No quería abandonar la cama y no iba a hacerlo. Simplemente continuó con la tarea que él había iniciado, desprendiendo sus botones delanteros y bajando los breteles de su camisón. Sentada como estaba, había quedado con su torso desnudo y expuesto, pero con la parte baja de su cuerpo aún cubierto.
Yulia se despejó el cabello, llevándolo a su espalda y se recostó sobre los cómodos almohadones. Se sentía una reina en esos momentos y su poder nacía de la mirada deseosa de su compañero. Era libre para disfrutar de las nuevas sensaciones de su cuerpo, esas que ni siquiera sabía cómo se llamaban, y para invitar a Eliot a pegarse a ella. Estiró su mano para tomar la de él y obligarlo a acercarse, a moverse, a decir algo. Las mejillas se le encendieron, pero no era a causa del pudor, sino del deseo.
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Se movía despacio, avanzaba con pequeños pasos para no tener tantas opciones de volver a estropearlo todo. Aunque nunca había sido un hombre agresivo en el lecho, aquella era la primera vez que compartía las sábanas con una mujer virgen, y eso se notaba. Yulia no sabría bien qué hacer con él, así que Eliot había sentido la necesidad de ayudarla, de guiarla de alguna manera, de hacerla sentir cómoda y confiada cuando estuvieran juntos. Y parecía que lo estaba logrando.
La escuchó atento y la vio desnudarse en silencio, sin apresurarla. Verla bajarse ella misma el camisón le produjo un cosquilleo en el vientre, pero nada parecido a lo que sintió cuando ambos senos quedaron liberados. Le costó mucho apartar los ojos de su cuerpo, pero al final lo consiguió cuando ella se tumbó sobre los almohadones y tiró de él para acercarlo.
—Yo también sentí pudor al desnudarme —confesó cuando estuvo sobre ella—, pero es normal, Yulia. Estamos mostrando algo muy íntimo a otra persona, y lo extraño sería que no te diera vergüenza.
Le besó la mejilla y llevó la mano que no soportaba su peso hasta la cintura de su mujer. Su cuerpo estaba lleno de curvas, y todas esas formas eran una delicia para Eliot. Llevó sus labios por la mandíbula hasta las clavículas, y de ahí fue bajando por el centro de su cuerpo, pasando entre ambos senos —donde se detuvo para disfrutar del sabor de los mismos— y llegó al vientre. Aspiró el aroma de su cuerpo y la besó alrededor del ombligo, despacio, sintiendo la suavidad de la piel que tanto cuidaba Yulia.
Se movió un poco hasta quedar a su lado, en vez de encima, y tiró de su brazo para tumbarla de costado. Primero fue su mano la que perfiló el lateral del cuerpo femenino, pero a ella le siguió la boca sedienta del inquisidor. Terminó de quitarle el camisón y le acarició los glúteos antes de besarle las caderas. Volvió a estirar el cuerpo, de manera que quedara a la altura de ella, y la abrazó con el brazo que quedó debajo de su cuerpo, pegándola a él.
Mientras seguía besándola, esta vez en el hombro, coló la otra mano entre sus piernas y le separó la de arriba. Acarició despacio la cara interna de su muslo, dándole tiempo a Yulia a negarse, si quería, aunque terminó llevando los dedos a su sexo, impaciente. Lo descubrió húmedo, pero no sintió que fuera suficiente, así que comenzó a masajearlo con suavidad, sin prisa. Tenían todo el tiempo del mundo en aquel instante.
Cada vez la pegaba más a su cuerpo, así que Yulia debía estar sintiendo el miembro de Eliot contra su espalda. La falta de sexo que había tenido durante aquellos meses en los que estuvieron prometidos haría que, aquella vez, fuera demasiado rápido todo, así que tendría que valerse de los conocimientos adquiridos a lo largo de su vida para hacer que ella tuviera una buena experiencia.
—Túmbate —le susurró, parando sus movimientos.
Aprovechó la pausa para desnudarse él también de manera apresurada y volvió a colocarse sobre ella. La miró a los ojos, tan hermosos a la luz del día, y la besó mientras llevaba su mano al sexo de ella. Acomodó también su cadera entre las piernas de Yulia, pero no siguió, temeroso aún.
—Si en algún momento quieres que me detenga, dímelo.
Aunque estaba intentando retrasar el momento todo lo que pudo, ya no lo soportó más y, sin dejar de estimularla, se introdujo en ella, despacio, como debió haber sido la primera vez.
La escuchó atento y la vio desnudarse en silencio, sin apresurarla. Verla bajarse ella misma el camisón le produjo un cosquilleo en el vientre, pero nada parecido a lo que sintió cuando ambos senos quedaron liberados. Le costó mucho apartar los ojos de su cuerpo, pero al final lo consiguió cuando ella se tumbó sobre los almohadones y tiró de él para acercarlo.
—Yo también sentí pudor al desnudarme —confesó cuando estuvo sobre ella—, pero es normal, Yulia. Estamos mostrando algo muy íntimo a otra persona, y lo extraño sería que no te diera vergüenza.
Le besó la mejilla y llevó la mano que no soportaba su peso hasta la cintura de su mujer. Su cuerpo estaba lleno de curvas, y todas esas formas eran una delicia para Eliot. Llevó sus labios por la mandíbula hasta las clavículas, y de ahí fue bajando por el centro de su cuerpo, pasando entre ambos senos —donde se detuvo para disfrutar del sabor de los mismos— y llegó al vientre. Aspiró el aroma de su cuerpo y la besó alrededor del ombligo, despacio, sintiendo la suavidad de la piel que tanto cuidaba Yulia.
Se movió un poco hasta quedar a su lado, en vez de encima, y tiró de su brazo para tumbarla de costado. Primero fue su mano la que perfiló el lateral del cuerpo femenino, pero a ella le siguió la boca sedienta del inquisidor. Terminó de quitarle el camisón y le acarició los glúteos antes de besarle las caderas. Volvió a estirar el cuerpo, de manera que quedara a la altura de ella, y la abrazó con el brazo que quedó debajo de su cuerpo, pegándola a él.
Mientras seguía besándola, esta vez en el hombro, coló la otra mano entre sus piernas y le separó la de arriba. Acarició despacio la cara interna de su muslo, dándole tiempo a Yulia a negarse, si quería, aunque terminó llevando los dedos a su sexo, impaciente. Lo descubrió húmedo, pero no sintió que fuera suficiente, así que comenzó a masajearlo con suavidad, sin prisa. Tenían todo el tiempo del mundo en aquel instante.
Cada vez la pegaba más a su cuerpo, así que Yulia debía estar sintiendo el miembro de Eliot contra su espalda. La falta de sexo que había tenido durante aquellos meses en los que estuvieron prometidos haría que, aquella vez, fuera demasiado rápido todo, así que tendría que valerse de los conocimientos adquiridos a lo largo de su vida para hacer que ella tuviera una buena experiencia.
—Túmbate —le susurró, parando sus movimientos.
Aprovechó la pausa para desnudarse él también de manera apresurada y volvió a colocarse sobre ella. La miró a los ojos, tan hermosos a la luz del día, y la besó mientras llevaba su mano al sexo de ella. Acomodó también su cadera entre las piernas de Yulia, pero no siguió, temeroso aún.
—Si en algún momento quieres que me detenga, dímelo.
Aunque estaba intentando retrasar el momento todo lo que pudo, ya no lo soportó más y, sin dejar de estimularla, se introdujo en ella, despacio, como debió haber sido la primera vez.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Re: Les autres premières fois +18 | Privado
¿En verdad él también había sentido pudor? Yulia no podía creerlo. Un hombre tan bello, tan seguro de sí e íntegro como Eliot no podía sentir vergüenza. Además sabía que ya había estado con otras mujeres antes, por eso no comprendía su declaración. ¿Le daba vergüenza que lo viera su esposa y no otras mujeres desconocidas? Ella sabía que no podría desnudarse, como acababa de hacerlo, ante alguien que no fuera él.
-No tienes de qué avergonzarte –le aseguró y rodeó su cuello con los brazos-. Eres el hombre más guapo que conozco, el más dulce también. ¿De qué te avergüenzas si tu cuerpo es hermoso? Me gustas, Eliot –movió ligeramente la pierna para acariciar la de él.
Un solo rapto de valentía a la vez, más no. Ya había sido suficiente con desnudarse, todavía no se atrevía a pedirle que le dejase besarle la piel como él hacía en esos momentos. Yulia acarició el cabello de Eliot mientras él bajaba por su abdomen, cerró los ojos e intentó no pensar en si eso era amoral o no. Se limitaría a seguirlo en lo que él indicase.
Se puso de costado y supo que al fin la molestia de su intimidad sería calmada, lo suponía porque así había sido la vez anterior que, con caricias en su centro, Eliot había tomado el control de todo. Cuando él pasó su brazo por debajo de ella, Yulia buscó tomarle esa mano y entrelazó sus dedos con los de él. Los movimientos de la mano de Eliot le arrancaron suspiros al cabo de poco, pero acabaron demasiado rápido y ella lo lamentó.
-No, no me dejes –musitó cuando sintió que él la dejaba sola, en su mente confundida pensó que él se marcharía de la habitación-. Eliot –lo llamó con temor, pero cuando se giró vio que él se quitaba la ropa de cama.
Se acomodó como él le indicó y sonrió ante la frase que él dijo a continuación. Ella por su parte quería agradecerle y decirle que lo quería, que había llegado a ella para despertar un costado de mujer que Yulia creía anulado por el entrenamiento inquisitorial de tantos años… pero no pudo pronunciar nada de aquello. Lo sintió en su interior y ya nada hubo para decir.
No podía negar la incomodidad del principio –no era dolor, afortunadamente, pero sí una molestia provocada por la falta de costumbre-, pero conforme él se iba moviendo aquello parecía disiparse. Otra vez buscó tomar una de sus manos, intentando que ese gesto dijera todo lo que ella no podía decirle en esos momentos.
Poco a poco fue entendiendo cómo debía moverse, qué debía hacer para seguir unida a él, mientras la mano de su esposo no se separaba del punto en el que sentía renacer el cosquilleo que se conectaba con su vientre, a la altura del ombligo. Otra vez se le escaparon los suspiros y Yulia se dio cuenta que lo que más necesitaba en esos momentos era besar a Eliot. Se incorporó apenas y estiró la mano para atraerlo hacia ella, lo besó con pasión, como había aprendido en esos días compartidos.
-No tienes de qué avergonzarte –le aseguró y rodeó su cuello con los brazos-. Eres el hombre más guapo que conozco, el más dulce también. ¿De qué te avergüenzas si tu cuerpo es hermoso? Me gustas, Eliot –movió ligeramente la pierna para acariciar la de él.
Un solo rapto de valentía a la vez, más no. Ya había sido suficiente con desnudarse, todavía no se atrevía a pedirle que le dejase besarle la piel como él hacía en esos momentos. Yulia acarició el cabello de Eliot mientras él bajaba por su abdomen, cerró los ojos e intentó no pensar en si eso era amoral o no. Se limitaría a seguirlo en lo que él indicase.
Se puso de costado y supo que al fin la molestia de su intimidad sería calmada, lo suponía porque así había sido la vez anterior que, con caricias en su centro, Eliot había tomado el control de todo. Cuando él pasó su brazo por debajo de ella, Yulia buscó tomarle esa mano y entrelazó sus dedos con los de él. Los movimientos de la mano de Eliot le arrancaron suspiros al cabo de poco, pero acabaron demasiado rápido y ella lo lamentó.
-No, no me dejes –musitó cuando sintió que él la dejaba sola, en su mente confundida pensó que él se marcharía de la habitación-. Eliot –lo llamó con temor, pero cuando se giró vio que él se quitaba la ropa de cama.
Se acomodó como él le indicó y sonrió ante la frase que él dijo a continuación. Ella por su parte quería agradecerle y decirle que lo quería, que había llegado a ella para despertar un costado de mujer que Yulia creía anulado por el entrenamiento inquisitorial de tantos años… pero no pudo pronunciar nada de aquello. Lo sintió en su interior y ya nada hubo para decir.
No podía negar la incomodidad del principio –no era dolor, afortunadamente, pero sí una molestia provocada por la falta de costumbre-, pero conforme él se iba moviendo aquello parecía disiparse. Otra vez buscó tomar una de sus manos, intentando que ese gesto dijera todo lo que ella no podía decirle en esos momentos.
Poco a poco fue entendiendo cómo debía moverse, qué debía hacer para seguir unida a él, mientras la mano de su esposo no se separaba del punto en el que sentía renacer el cosquilleo que se conectaba con su vientre, a la altura del ombligo. Otra vez se le escaparon los suspiros y Yulia se dio cuenta que lo que más necesitaba en esos momentos era besar a Eliot. Se incorporó apenas y estiró la mano para atraerlo hacia ella, lo besó con pasión, como había aprendido en esos días compartidos.
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
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Re: Les autres premières fois +18 | Privado
¿Dejarla? Santo Dios, Eliot ya no podría alejarse de ella ni aunque eso le costara la vida. Era preso de sus besos, de su piel, de su cuerpo… Si Yulia lo llamaba, él acudía raudo a su encuentro; si, por el contrario, ella le pedía que se marchara, lo haría, aunque sus pasos fueran pesados y dejaran claro que aquel no era su deseo. Amaba a esa mujer como nunca antes había amado a nadie, y su felicidad era lo único que le importaba.
Sentirse tan unido a ella fue una de las mejores experiencias que había vivido. La vez anterior, lamentablemente, no tuvo tiempo de disfrutar junto a ella, al contrario que aquella mañana. Se movía despacio por dos motivos: el primero no era otro que darle tiempo a Yulia para acostumbrarse a las nuevas sensaciones, a los movimientos, al olor, a los sonidos… todo lo que el sexo implicaba. La segunda, quizá menos clara para ella, pero vital para él, era alargar el clímax lo máximo posible, y esa era la que más le estaba costando.
Quería ser delicado, pero a la vez decidido y certero en sus movimientos. Una de sus manos agarraba la de su esposa con cariño, mientras tanto la otra se afanaba en darle el orgasmo que, seguro, estaba deseando. Cuando ella lo besó, sin embargo, tuvo que sacar el brazo de entre ambos cuerpos para apoyarse en la cama. Al separarse para tomar aire susurró su nombre contra su boca y tragó saliva. Su respiración era pesada y ronca, más todavía en la medida en la que sentía que se acercaba al clímax.
Pasó una mano por debajo del cuerpo de ella y la sujetó de las nalgas para acercar su cadera a la de él. De esta manera, las penetraciones eran más profundas y placenteras sin necesidad de aumentar el ritmo, aunque fuera lo que Eliot lo deseara.
La volvió a llamar cuando sintió los primeros espasmos en su cuerpo, como si fuera un aviso de su pronta eyaculación. Las últimas penetraciones se ralentizaron, volviéndose casi como estocadas, pero sin la agresividad de éstas. La última fue la que le produjo el orgasmo, una sacudida que lo barrió de arriba a abajo y que le hizo soltar un gemido ronco y seco. Cerró los ojos durante escasos segundos mientras duró el placer y después los abrió, despacio, en busca de los de Yulia.
Sin salir de su interior, llevó una mano hasta su rostro y se lo acarició con el dorso y las yemas de los dedos. Después le besó los pómulos, las mejillas y los párpados y la miró con una sonrisa bobalicona en los labios.
—Tendrás que darme un poco de tiempo —le pidió, avergonzado—. Han pasado meses desde la última vez.
Enterró un rostro sonrojado —no sólo por el esfuerzo— en su cuello y aspiró profundamente varias veces hasta que su corazón volvió a latir con normalidad. Tomó aire una última vez y se separó de Yulia, pero no fue muy lejos: se tumbó a su lado y la acercó hacia sí, rodeándola con un brazo para pegarla a su cuerpo.
—¿Cómo estás?
La pregunta abarcaba mucho más que saber si había disfrutado o no. Quería saberlo todo, si le dolía algo, si estaba cansada, si quería más, si era feliz… Pero como no podía hacerle tantas preguntas, decidió que las resumiría en una sola; la respuesta que ella diera sería suficiente.
Sentirse tan unido a ella fue una de las mejores experiencias que había vivido. La vez anterior, lamentablemente, no tuvo tiempo de disfrutar junto a ella, al contrario que aquella mañana. Se movía despacio por dos motivos: el primero no era otro que darle tiempo a Yulia para acostumbrarse a las nuevas sensaciones, a los movimientos, al olor, a los sonidos… todo lo que el sexo implicaba. La segunda, quizá menos clara para ella, pero vital para él, era alargar el clímax lo máximo posible, y esa era la que más le estaba costando.
Quería ser delicado, pero a la vez decidido y certero en sus movimientos. Una de sus manos agarraba la de su esposa con cariño, mientras tanto la otra se afanaba en darle el orgasmo que, seguro, estaba deseando. Cuando ella lo besó, sin embargo, tuvo que sacar el brazo de entre ambos cuerpos para apoyarse en la cama. Al separarse para tomar aire susurró su nombre contra su boca y tragó saliva. Su respiración era pesada y ronca, más todavía en la medida en la que sentía que se acercaba al clímax.
Pasó una mano por debajo del cuerpo de ella y la sujetó de las nalgas para acercar su cadera a la de él. De esta manera, las penetraciones eran más profundas y placenteras sin necesidad de aumentar el ritmo, aunque fuera lo que Eliot lo deseara.
La volvió a llamar cuando sintió los primeros espasmos en su cuerpo, como si fuera un aviso de su pronta eyaculación. Las últimas penetraciones se ralentizaron, volviéndose casi como estocadas, pero sin la agresividad de éstas. La última fue la que le produjo el orgasmo, una sacudida que lo barrió de arriba a abajo y que le hizo soltar un gemido ronco y seco. Cerró los ojos durante escasos segundos mientras duró el placer y después los abrió, despacio, en busca de los de Yulia.
Sin salir de su interior, llevó una mano hasta su rostro y se lo acarició con el dorso y las yemas de los dedos. Después le besó los pómulos, las mejillas y los párpados y la miró con una sonrisa bobalicona en los labios.
—Tendrás que darme un poco de tiempo —le pidió, avergonzado—. Han pasado meses desde la última vez.
Enterró un rostro sonrojado —no sólo por el esfuerzo— en su cuello y aspiró profundamente varias veces hasta que su corazón volvió a latir con normalidad. Tomó aire una última vez y se separó de Yulia, pero no fue muy lejos: se tumbó a su lado y la acercó hacia sí, rodeándola con un brazo para pegarla a su cuerpo.
—¿Cómo estás?
La pregunta abarcaba mucho más que saber si había disfrutado o no. Quería saberlo todo, si le dolía algo, si estaba cansada, si quería más, si era feliz… Pero como no podía hacerle tantas preguntas, decidió que las resumiría en una sola; la respuesta que ella diera sería suficiente.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 71
Fecha de inscripción : 23/08/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Sabía que él no la lastimaría, pero algunos movimientos le llamaban profundamente la atención porque eran fuertes y desesperados. Quizás fuera por eso, por estar tan pendiente de observar y aprender, que no podía disfrutar del todo. Se abrazó a su cuello cuando Eliot la elevó, pero sin pegarse del todo a él porque había descubierto cuánto le gustaba contemplar su rostro concentrado, era precioso y representaba un descubrimiento para ella que nunca le había visto esos gestos.
Cuándo él dejo de tocar su sexo las sensaciones se fueron perdiendo, pero Yulia no le dio importancia –a pesar de desear revivir el temblor que había experimentado la vez anterior-, estaba intentando comprender la dinámica de lo que ocurría. ¿Por qué Eliot hacía esos sonidos? ¿Acaso le faltaba el aire? Pareció padecer cuando los músculos de su cuello se tensaron. Ya se lo preguntaría, no podía quedarse tranquila pensando que algo de lo que compartían podía llegar a dolerle a él -como le había dolido a ella la noche primera-, además había sido su idea y si en efecto él padecía Yulia se sentiría muy culpable.
Disfrutó de sus caricias casi tanto como había disfrutado de observarlo hacer y deshacer en pleno control de ambos cuerpos. Cuando él salió de ella y se acomodó a su lado, Yulia se recostó boca abajo para observarlo. Le costaba creer que hubiera terminado así todo, pues no se parecía demasiado a lo que ya habían compartido.
-¿Tiempo para qué? –preguntó, confundida-. ¿Has conocido a muchas mujeres de esta forma? ¿Qué hacían ellas en momentos como éste? Solo quiero saber qué debo hacer yo –argumentó, aunque ese no era el único motivo por el que preguntaba por ellas.
Se acomodó, con el codo sobre el colchón, para poder observarlo. Sentía el abrazo de él y la sensación en su vientre no la había abandonado del todo. Notó que sus mejillas estaban enrojecidas y al apoyar su mano en el pecho de Eliot descubrió la fuerza de su latido. Yulia le besó la sien y luego la mejilla. ¡Había sido tan hermoso contemplarlo!
-Eres hermoso cuando estás en mi interior, Elito, haces un gesto tan… no sé cómo describirlo. Yo estoy bien –le respondió y acarició su pecho-, ¿lo estás tú? Al final me ha parecido que padecías y me asusté un poco, ¿te ha dolido? Has temblado como yo la vez anterior… ésta ha sido muy diferente a aquella, me ha gustado porque te he visto a ti todo el tiempo, pero no he temblado como la otra noche.
Se acomodó en su pecho y lo abrazó, estaba feliz de haber descubierto a Eliot de una nueva forma. Jamás creyó, cuando todo eso empezó, que se iba a sentir tan bien estar unida a él… el temor y la vergüenza habían primado en los pensamientos de antaño, pero ahora la sorprendía saber que todo había sucedido mucho mejor de lo que ella había esperado.
-Todavía te siento en mi interior, me ha quedado la sensación –le comentó-. ¿Recuerdas qué pensaste de mí la primera vez que me viste? Yo pensé que eras un niñito consentido y soberbio, un insoportable pedante –confesó-, pero nunca creí que acabaríamos así, aquí… La Yulia del pasado se horrorizaría de solo pensar en compartir la cama con ese antiguo Eliot, ni que decir de hacerlo estando desnudos –se pegó todavía más a él y rió-. Esa Yulia era una idiota, tendría que haberse enamorado de ese Eliot.
Cuándo él dejo de tocar su sexo las sensaciones se fueron perdiendo, pero Yulia no le dio importancia –a pesar de desear revivir el temblor que había experimentado la vez anterior-, estaba intentando comprender la dinámica de lo que ocurría. ¿Por qué Eliot hacía esos sonidos? ¿Acaso le faltaba el aire? Pareció padecer cuando los músculos de su cuello se tensaron. Ya se lo preguntaría, no podía quedarse tranquila pensando que algo de lo que compartían podía llegar a dolerle a él -como le había dolido a ella la noche primera-, además había sido su idea y si en efecto él padecía Yulia se sentiría muy culpable.
Disfrutó de sus caricias casi tanto como había disfrutado de observarlo hacer y deshacer en pleno control de ambos cuerpos. Cuando él salió de ella y se acomodó a su lado, Yulia se recostó boca abajo para observarlo. Le costaba creer que hubiera terminado así todo, pues no se parecía demasiado a lo que ya habían compartido.
-¿Tiempo para qué? –preguntó, confundida-. ¿Has conocido a muchas mujeres de esta forma? ¿Qué hacían ellas en momentos como éste? Solo quiero saber qué debo hacer yo –argumentó, aunque ese no era el único motivo por el que preguntaba por ellas.
Se acomodó, con el codo sobre el colchón, para poder observarlo. Sentía el abrazo de él y la sensación en su vientre no la había abandonado del todo. Notó que sus mejillas estaban enrojecidas y al apoyar su mano en el pecho de Eliot descubrió la fuerza de su latido. Yulia le besó la sien y luego la mejilla. ¡Había sido tan hermoso contemplarlo!
-Eres hermoso cuando estás en mi interior, Elito, haces un gesto tan… no sé cómo describirlo. Yo estoy bien –le respondió y acarició su pecho-, ¿lo estás tú? Al final me ha parecido que padecías y me asusté un poco, ¿te ha dolido? Has temblado como yo la vez anterior… ésta ha sido muy diferente a aquella, me ha gustado porque te he visto a ti todo el tiempo, pero no he temblado como la otra noche.
Se acomodó en su pecho y lo abrazó, estaba feliz de haber descubierto a Eliot de una nueva forma. Jamás creyó, cuando todo eso empezó, que se iba a sentir tan bien estar unida a él… el temor y la vergüenza habían primado en los pensamientos de antaño, pero ahora la sorprendía saber que todo había sucedido mucho mejor de lo que ella había esperado.
-Todavía te siento en mi interior, me ha quedado la sensación –le comentó-. ¿Recuerdas qué pensaste de mí la primera vez que me viste? Yo pensé que eras un niñito consentido y soberbio, un insoportable pedante –confesó-, pero nunca creí que acabaríamos así, aquí… La Yulia del pasado se horrorizaría de solo pensar en compartir la cama con ese antiguo Eliot, ni que decir de hacerlo estando desnudos –se pegó todavía más a él y rió-. Esa Yulia era una idiota, tendría que haberse enamorado de ese Eliot.
Yulia Leuenberger Ferrec- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 73
Fecha de inscripción : 12/07/2017
Re: Les autres premières fois +18 | Privado
Cerró los ojos un segundo, demasiado largo, y los volvió a abrir, girando la cabeza para buscar el rostro de Yulia. Si por él fuera, hubiera seguido con los ojos cerrados, esperando a que el sueño llegara para poder dormir un par de horas más, pero no lo haría si su esposa no lo acompañaba en la siesta. Con el brazo rodeando el cuerpo de ella, hacía dibujos en su espalda con las yemas de los dedos, desde la cintura hasta el cuello. Cuando llegaba cerca de la cabeza, buscaba mechones de su cabello y enredaba los dedos en ellos, dejando que se soltara solo, sin hacer fuerza. Le gustaba jugar así con su melena, puesto que era tan sedosa que tocarla se volvía un auténtico placer.
—A muchas no —contestó, y no era mentira—, pero hacía mucho tiempo que no estaba así con una mujer, y es como todo: si no lo practicas de manera habitual, se termina perdiendo práctica. Y eso es lo que me ha pasado.
Eliot no se caracterizaba por ser un hombre al que le gustara pasar cada noche en compañía de una mujer distinta. Aunque tenía amigos a los que esas prácticas les gustaban —y, de hecho, los había acompañado en alguna ocasión—, no lo hacía de manera habitual. Tenía, como todos los hombres, sus propias necesidades que se encargaba de saciar en compañía de mujeres que ya conocía, precisamente por eso: ellas sabían lo que a él le gustaba y viceversa, así que el sexo se volvía mucho más placentero y fructífero para ambos —y para su bolsillo, también—.
—No tienes que hacer lo que hagan otras. Deja que tu cuerpo te diga lo que le apetece, no pienses ni intentes buscar la lógica, porque no la hay —dijo—. Dime, ¿qué te apetece hacer ahora?
Se acercó a él y se abrazó a su cuerpo, así que Eliot la apretó más contra sí y la abrazó con ambos brazos. Giró el cuerpo y quedó tumbado ligeramente de costado, haciendo que Yulia quedara, prácticamente, apoyada sobre su pecho.
—¿Dolerme? —Frunció el ceño, confuso, hasta que entendió a qué se refería—. No, no, no —contestó rápidamente—, estoy muy bien, Yulia, como hacía mucho. A mí también me gustan los temblores —susurró, besándole la frente y abrazándola más fuertemente—. Pero temía eso, que tú no los sintieras. Creo que me resulta más fácil saber lo que estás pensando que dónde debo tocarte —confesó—. Ese es otro motivo por el que tenemos que darnos tiempo; aunque nos conocemos desde hace años, en el fondo seguimos siendo unos desconocidos. —Suspiró—. ¿Te incomoda esa sensación?
Llevó una mano al vientre de su esposa cuando está mencionó que aún lo sentía en su interior y lo acarició con dulzura, buscando sus labios para besarlos despacio.
—Sí, lo recuerdo —contestó—. Me pareciste muy guapa cuando te vi entrar en el laboratorio. Sabía que tendría un compañero, pero Beaumont jamás dijo que sería una mujer y, francamente, me sorprendió. Al principio tuve la sensación de que estabas algo cohibida, pero en cuanto me miraste con esa mirada tan tuya, me di cuenta de que no, que serías la mujer más soberbia que iba a conocer en mi vida —confesó—. Yo tampoco creía que terminaríamos así, y creo que la gente de nuestro entorno, tampoco. Ese Eliot no se lo ponía demasiado fácil, he de decir, aunque ella tampoco a él. Creo que había algunas barreras entre ellos que debían derribar primero —comentó, buscando sus ojos.
La miró largo y tendido y aguantó un bostezo antes de cambiar la postura. La dejó tumbada sobre la cama mientras que él se quedó de costado, con un brazo por detrás de su cuello y la mano libre sobre su vientre.
—Me apetece dormir un poco más, pero antes —la besó antes de continuar— quiero hacerte temblar —le dijo, sin preámbulos y sin vergüenza.
No dejó que ella le contestara; deslizó su mano hasta llegar a su entrepierna y comenzó a acariciarla, despacio primero, pero aumentando el ritmo y la intensidad con cada nuevo roce. Hasta que se conocieran mejor, tendrían que conformarse así.
—A muchas no —contestó, y no era mentira—, pero hacía mucho tiempo que no estaba así con una mujer, y es como todo: si no lo practicas de manera habitual, se termina perdiendo práctica. Y eso es lo que me ha pasado.
Eliot no se caracterizaba por ser un hombre al que le gustara pasar cada noche en compañía de una mujer distinta. Aunque tenía amigos a los que esas prácticas les gustaban —y, de hecho, los había acompañado en alguna ocasión—, no lo hacía de manera habitual. Tenía, como todos los hombres, sus propias necesidades que se encargaba de saciar en compañía de mujeres que ya conocía, precisamente por eso: ellas sabían lo que a él le gustaba y viceversa, así que el sexo se volvía mucho más placentero y fructífero para ambos —y para su bolsillo, también—.
—No tienes que hacer lo que hagan otras. Deja que tu cuerpo te diga lo que le apetece, no pienses ni intentes buscar la lógica, porque no la hay —dijo—. Dime, ¿qué te apetece hacer ahora?
Se acercó a él y se abrazó a su cuerpo, así que Eliot la apretó más contra sí y la abrazó con ambos brazos. Giró el cuerpo y quedó tumbado ligeramente de costado, haciendo que Yulia quedara, prácticamente, apoyada sobre su pecho.
—¿Dolerme? —Frunció el ceño, confuso, hasta que entendió a qué se refería—. No, no, no —contestó rápidamente—, estoy muy bien, Yulia, como hacía mucho. A mí también me gustan los temblores —susurró, besándole la frente y abrazándola más fuertemente—. Pero temía eso, que tú no los sintieras. Creo que me resulta más fácil saber lo que estás pensando que dónde debo tocarte —confesó—. Ese es otro motivo por el que tenemos que darnos tiempo; aunque nos conocemos desde hace años, en el fondo seguimos siendo unos desconocidos. —Suspiró—. ¿Te incomoda esa sensación?
Llevó una mano al vientre de su esposa cuando está mencionó que aún lo sentía en su interior y lo acarició con dulzura, buscando sus labios para besarlos despacio.
—Sí, lo recuerdo —contestó—. Me pareciste muy guapa cuando te vi entrar en el laboratorio. Sabía que tendría un compañero, pero Beaumont jamás dijo que sería una mujer y, francamente, me sorprendió. Al principio tuve la sensación de que estabas algo cohibida, pero en cuanto me miraste con esa mirada tan tuya, me di cuenta de que no, que serías la mujer más soberbia que iba a conocer en mi vida —confesó—. Yo tampoco creía que terminaríamos así, y creo que la gente de nuestro entorno, tampoco. Ese Eliot no se lo ponía demasiado fácil, he de decir, aunque ella tampoco a él. Creo que había algunas barreras entre ellos que debían derribar primero —comentó, buscando sus ojos.
La miró largo y tendido y aguantó un bostezo antes de cambiar la postura. La dejó tumbada sobre la cama mientras que él se quedó de costado, con un brazo por detrás de su cuello y la mano libre sobre su vientre.
—Me apetece dormir un poco más, pero antes —la besó antes de continuar— quiero hacerte temblar —le dijo, sin preámbulos y sin vergüenza.
No dejó que ella le contestara; deslizó su mano hasta llegar a su entrepierna y comenzó a acariciarla, despacio primero, pero aumentando el ritmo y la intensidad con cada nuevo roce. Hasta que se conocieran mejor, tendrían que conformarse así.
Eliot Ferrec- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 71
Fecha de inscripción : 23/08/2017
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