AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Arbre mille fois (Quillan)
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Arbre mille fois (Quillan)
¡Oh, soy una doncella!
Soy pura y bella.
No bailaría nunca con un oso peludo.
¡Un oso! ¡Un oso!
(...)
Yo quería un caballero,
pero tú eres un oso.
¡Un oso! ¡Un oso!
¡Cubierto de pelo horroroso!
Soy pura y bella.
No bailaría nunca con un oso peludo.
¡Un oso! ¡Un oso!
(...)
Yo quería un caballero,
pero tú eres un oso.
¡Un oso! ¡Un oso!
¡Cubierto de pelo horroroso!
El vocablo bestia nunca estuvo tan errado como cuando se refería al bueno de Griff, a pesar de que su nombre venía de la palabra griffe que no significa en francés otra cosa que garra. Era un ejemplar adulto de su especie con el pelaje pardo y dos metros y medio de longitud que con su mera presencia imponía mucho más que respeto. Ahí residía gran parte del atractivo que el público le veía y la razón por la que los gitanos lo conservaban a su lado: niños y mayores lo contemplaban siempre fascinados con esa congoja que nace en el alma al saberse cerca del peligro pero no tan inminente y terrible como para espantar a la clientela. Ambos, la niña de piel tostada y el úrsido, habían llegado al campamento de los zíngaros prácticamente al mismo tiempo y procedentes de orígenes escalofriantemente semejantes: la madre de Edée había muerto al darle a luz y a la hembra que parió a Griff la habían matado unos cazadores, así que sin saberlo ellos sus primeros años de vida transcurrieron en igualdad de condiciones y tan solo separados por unos metros y la reja metálica del vagón de circo en el que viajaban los animales.
La joven mulata poseía desde pequeña un carácter indomable que por fortuna para todos no compartía en absoluto el pobre Griff, una criatura tan asombrosamente dócil que ni siquiera fue necesario intervenirle para quitarle las uñas, una práctica muy extendida entre todas las tropas circenses que transportaban bestias para sus números. Edée escapaba continuamente de los límites seguros del establecimiento de las tiendas de su clan para inmiscuirse en el mismo corazón de las ciudades por las que pasaba la troupe, siempre ansiosa de aventuras y reacia a enterarse de las noticias por boca de otros. La mayoría de los ancianos del grupo coincidían en que era poco más que un milagro que nunca le hubiera pasado nada cuando no era más que una mocosa que correteaba entre las calles de los barrios buenos con su piel oscura tan patente como un insulto a la alta sociedad. Podría haberse expuesto a abusos y golpizas de cualquier tipo, pero siempre conseguía regresar sana y salva al campamento al caer la noche y ninguno de los castigos que le impusieron le caló jamás tan hondo como para evitar que se escapara tan pronto como ponían los pies en otro núcleo distinto de población que aún no conocía. Fue tras una de esas correrías cuando le impusieron como reto limpiar la jaula de los animales para que reflexionara sobre su díscola conducta, y así - a los siete años - conoció por fin al que habría de ser su compañero para los años venideros.
Griff era entonces un osezno de formas redondeadas y suave pelaje castaño que se acurrucaba en el fondo del vagón porque tenía miedo de los tres monos que con sus chillidos lo atemorizaban. A Edée le pareció en principio una fascinante criatura pero luego quedó decepcionada al comprender que un ser de una envergadura y poder semejantes estaba malgastando todos los dones que la naturaleza le había concedido humillándose de esa manera ante unos macacos. Al comienzo la niña lo despreciaba por considerarlo un cobarde y casi deseaba que un día se revelara y redujera el carromato entero a astillas con sus fauces de agarre férreo y cruel, pero pronto comenzó a despertarse en su interior una clase de simpatía que se fortaleció con el tiempo. Los zíngaros no trataron de entender aquella extraña amistad entre jovencita y úrsido porque sabían que aunque se esforzaran no lograrían hallar ninguna razón para los actos de la mulata, y porque por primera vez ella se comportaba mejor y lo agradecían. Con el paso de los meses dejaron de tener cuidado con la integridad de la mocosa y ya no se preocupaban si en las noches ella huía del vagón que le correspondía, el de los niños, para ir a dormir con Griff. La serenidad del animal y su actitud resignada ante todo dejó de parecerle a Edée patética para pasar a constituir un bello ejemplo de cómo la fortaleza interior no va necesariamente acompañada de actos vandálicos externos. Un espíritu sólido sabe que es poderoso y no necesita de grandes demostraciones. Solo los que se sienten débiles se muestran crueles con los demás.
***
El día era claro y avanzada la mañana los gitanos acamparon en el bosque a las afueras de París. Todos sus miembros preferían la intimidad que les confería la espesura porque no dejaban de sentirse marginados entre los habitantes franceses con su estrechez de miras y su racismo innato. ¿Qué necesidad de ir a plantar sus tiendas justo bajo las narices de aquellos que los despreciaban por haber nacido zíngaros y nómadas? Allí en el claro entre árboles podían encender sus fogatas y cantar sus canciones sin que nadie los molestara, así como abrir las jaulas y permitir que los monos camparan a sus anchas y los perros se tendieran a los pies de sus dueños a dormitar entre las melodías de las flautas. Edée soltó a Griff tan pronto como detuvieron el traqueteo de la carreta. No necesitaba collar ni cadena ningunos para ir a pasear con él porque no sentía como si lo estuviera llevando a ninguna parte, eran dos almas gemelas que conducían sus pasos juntos y que a su modo, por extraño que pudiera parecer, casi conversaban. Juntos, la muchacha de andares elásticos y piel oscura y el gran oso de zancadas firmes, se adentraron en la espesura hasta que el silencio los envolvió, y solo entonces nadaron en un riachuelo profundo y se echaron después bajo el sol para que sus rayos les secaran la ropa y el pelo. Mientras Griff dormía una merecida siesta la mujer se levantó y sin hacer ruido se alejó unos metros en busca de las frutas que en aquella época del año pendían de las ramas como regalos dulces y jugosos de una tierra que los quería mucho más que el resto de humanos que la poblaban.
Edée- Gitano
- Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 05/06/2013
Re: Arbre mille fois (Quillan)
"Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca buenos."
Cicerón
Cicerón
Aquella mañana era una mañana especial, no una de adrenalina y estrés como la mayoría de las mañanas, sino relajada y tranquila. Había optado por su “buena acción” del año; un trabajo pro-bono, es decir que no recibiría paga alguna, a excepción de una buena fama, claro está, y... aquel pasaje seguro al cielo, si en verdad existía, pero ¿por qué no existiría si existían los seres malditos? Aquella era una buena pregunta que muchas veces le llevaba a comportarse un poco mejor debido a aquel interés, pues no es de esperar que él alguna vez llegase a orar a una Iglesia, o al menos no en publico. Así que helo ahí, en la búsqueda de una bestia a quien culpar por el asesinato de una familia de campesinos sin dinero, motivo por el cual ni siquiera se tomaba prisa y sólo deseaba encontrar cualquier bestia sin siquiera tomarse la molestia de investigar.
Había abandonado la granja montado en su caballo, a un galope firme que finalmente había acabado en una simple caminata equina mientras disfrutaba del paisaje. Observaba los árboles y las formaciones rocosas como cual turista que hace tiempo no disfrutaba de una mañana de naturaleza. Había llevado sus implementos de caza, pues desde un principio había decidido tomárselo con calma. Tenía planeado parar a comer en medio del bosque algo de su propio esfuerzo. No esperaba encontrar a ninguna bestia sino pasado el ocaso, pero helo ahí, tendido a la orilla del riachuelo como un regalo caído del mismo cielo. Por supuesto, hacer una “buena acción” también tenía que tener sus recompensas.
Detuvo a su caballo aún a una distancia bastante considerable y le amarró a uno de los árboles para acercarse a su propio paso, no quería que huyera y por tanto no le convenía despertarlo hasta que estuviera cerca. Ballesta en mano, se acercó lentamente y evitando las hojas secas o ramillas en su camino, todo aquello que pudiese producir un sonido que a su presa le sirviera de alerta. Se detuvo a una docena de metros y alzó su arma hasta tenerlo en la mira. Soltó el seguro del gatillo y volvió a mirarle por algunos segundos, como si por primera vez en su vida sintiera piedad alguna por una vida que no fuese la suya propia o la de su familia. Pero no era eso, simplemente era que asesinar a un oso dormido era aburrido y poco osado ¿En donde estaba la adrenalina, el gusto de matar y aquella sensación de triunfo de ver morir a un enemigo? Se maldijo a sí mismo y al úrsido durmiente, aunque claro, más al segundo que al primero.
— Despierta — murmuró entre dientes, demasiado despacio como para surtiera el esperado efecto, pues en el fondo también se sentía un poco ridículo hablando con un oso.
Volvió a maldecir, pero entonces miró hacia abajo, buscando por un algo de utilidad cuando vio una buena roca la que pateó con su propio pie izquierdo, directo hacia el animal que por fin despertó, aunque no con la agresividad que hubiese deseado. ¿Qué pasaba? ¿En verdad estaba tan dormido como para despertar tan aturdido?
— ¡Despierta! — exclamó esta vez, ya con tono enojado, y volvió a arrojar una segunda roca en dirección del animal — ¡Reacciona! ¡Ataca!
Y entonces por fin el animal se movió. Le apuntó, esperando un buen ataque, pero él no le atacó, mas bien se hubo erguido sólo porque había escuchado o visto algo que Quillian no, pero el cazador bien sabía que darle la espalda a un oso era también una de las formas de suicidio más bizarras pero a la vez conocida dentro del rubro de los cazadores de animales. Jamás pensó que pudiese tratarse de otra persona, y por eso no preguntó ni dijo ninguna otra palabra, sólo centró su mirada en los ojos y orejas del oso hasta que le pareció que ese otro algo estaba cerca, entonces y sólo entonces, volteó y disparó la ballesta.
Había abandonado la granja montado en su caballo, a un galope firme que finalmente había acabado en una simple caminata equina mientras disfrutaba del paisaje. Observaba los árboles y las formaciones rocosas como cual turista que hace tiempo no disfrutaba de una mañana de naturaleza. Había llevado sus implementos de caza, pues desde un principio había decidido tomárselo con calma. Tenía planeado parar a comer en medio del bosque algo de su propio esfuerzo. No esperaba encontrar a ninguna bestia sino pasado el ocaso, pero helo ahí, tendido a la orilla del riachuelo como un regalo caído del mismo cielo. Por supuesto, hacer una “buena acción” también tenía que tener sus recompensas.
Detuvo a su caballo aún a una distancia bastante considerable y le amarró a uno de los árboles para acercarse a su propio paso, no quería que huyera y por tanto no le convenía despertarlo hasta que estuviera cerca. Ballesta en mano, se acercó lentamente y evitando las hojas secas o ramillas en su camino, todo aquello que pudiese producir un sonido que a su presa le sirviera de alerta. Se detuvo a una docena de metros y alzó su arma hasta tenerlo en la mira. Soltó el seguro del gatillo y volvió a mirarle por algunos segundos, como si por primera vez en su vida sintiera piedad alguna por una vida que no fuese la suya propia o la de su familia. Pero no era eso, simplemente era que asesinar a un oso dormido era aburrido y poco osado ¿En donde estaba la adrenalina, el gusto de matar y aquella sensación de triunfo de ver morir a un enemigo? Se maldijo a sí mismo y al úrsido durmiente, aunque claro, más al segundo que al primero.
— Despierta — murmuró entre dientes, demasiado despacio como para surtiera el esperado efecto, pues en el fondo también se sentía un poco ridículo hablando con un oso.
Volvió a maldecir, pero entonces miró hacia abajo, buscando por un algo de utilidad cuando vio una buena roca la que pateó con su propio pie izquierdo, directo hacia el animal que por fin despertó, aunque no con la agresividad que hubiese deseado. ¿Qué pasaba? ¿En verdad estaba tan dormido como para despertar tan aturdido?
— ¡Despierta! — exclamó esta vez, ya con tono enojado, y volvió a arrojar una segunda roca en dirección del animal — ¡Reacciona! ¡Ataca!
Y entonces por fin el animal se movió. Le apuntó, esperando un buen ataque, pero él no le atacó, mas bien se hubo erguido sólo porque había escuchado o visto algo que Quillian no, pero el cazador bien sabía que darle la espalda a un oso era también una de las formas de suicidio más bizarras pero a la vez conocida dentro del rubro de los cazadores de animales. Jamás pensó que pudiese tratarse de otra persona, y por eso no preguntó ni dijo ninguna otra palabra, sólo centró su mirada en los ojos y orejas del oso hasta que le pareció que ese otro algo estaba cerca, entonces y sólo entonces, volteó y disparó la ballesta.
Quillan Porter- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 20/02/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Arbre mille fois (Quillan)
Por muy zíngara y belicosa que pudiera considerarse Edée llevaba un vestido como todas las mujeres en aquella época. Calzarse unos pantalones habría supuesto mucho más que una inocente declaración de intenciones, y si bien a la muchacha no le importaría enojar a algunos tradicionalistas estrechos de miras sabía que no conducía a buen puerto ofender por ofender. Procuraba que sus ropas fueran siempre ligeras y resistentes, todo lo contrario a las finas sedas de las damas pudientes, y de corte lo más cómodo posible para no topar con que unas enaguas le obstaculizaban las piernas cuando más las necesitaba. Todo tenía sus ventajas, pues en esa ocasión la falda le sirvió de cesta improvisada para hacerse con unas cuantas manzanas que sabía que a Griff le iban a gustar.
Resultaba irónico que cuando se separaban fuera ella la que temiera por la integridad del enorme oso y no al contrario, ya que cualquiera pensaría que la que perdía el beneplácito de la protección era Edée. Sin embargo la gitana sabía muy bien que el animal había nacido con un temperamento dócil y confiado que solo se alteraba en las contadas ocasiones en las que veía realmente amenazado algo que quería mucho, y eso aunque sonara estúpido no siempre incluía su propia integridad física. A veces la mulata tenía la impresión de que Griff se dejaría matar sin oponer resistencia si fuera ella la que empuñara el arma responsable, y eso le daba miedo. Ahora por ejemplo mientras ella recogía fruta podía ser que en la orilla del río hubiera algún contratiempo. Se le erizó el vello de los brazos y no supo si era una intuición, pero los zíngaros que ahora eran su familia le habían enseñado a confiar siempre en su sexto sentido y a no despreciar las señales que éste le enviaba. Ya tenía todas las manzanas que quería, así que caminando sin hacer apenas ruido entre la maleza deshizo el trayecto que había andado hasta el punto donde el sendero se abría de nuevo.
La escena que se desarrollaba ante sus ojos casi la congeló. La ballesta de ese cazador desconocido del que únicamente veía la parte posterior de la cabeza apuntaba directamente al único amigo de verdad que Edée tenía en el mundo, y como respuesta Griff solo lo miraba con sus ojos profundos como preguntándole educádamente si podía - si no es mucha molestia - dejar de amenazarlo. La mujer avanzó sigilosa como un gato y empuñó lo único que tenía a mano: una manzana. No quería deshacerse de ese hombre sino distraerlo, hablar con él, explicarle por qué el úrsido no era como las demás bestias a las que él estaba acostumbrado a combatir. El destello de luz que bordeaba su figura y que solo los iniciados podían percibir le contaba a la mulata algunas cosas del buen señor que no hacían sino preocuparla más. Era el aura de alguien decidido y obstinado pero también experto, una mala combinación que empujó a Edée a extremar precauciones. Sus piernas ágiles de bailarina la salvaron de una muerte segura cuando súbitamente el desconocido dio media vuelta y disparó, y si ella no hubiera estado atenta la flecha le habría atravesado el vientre. A causa de su rápida reacción solo le rozó el brazo izquierdo, dejando a su paso un rasguño que no era profundo pero que escocía y comenzó a sangrar. Las manzanas cayeron al suelo con un golpe sordo y entonces Griff, que había estado tranquilo hasta ese momento, percibió por fin la amenaza que el cazador representaba y abriendo las fauces rugió con furia como si la herida de su compañera le doliera en sus propias carnes. - ¡No Griff, no! ¡Quieto! ¡Arrête-toi! - Ignorando el arañazo corrió hacia el animal haciendo caso omiso de sus colmillos afilados como cuchillos y le rodeó el cuello con los brazos. - Quieto, quieto. Tranquilo. - El úrsido agachó la cabeza y comenzó a limpiarle a lametones la sangre que le corría sobre la piel.
Cuando giró parcialmente el cuello para encarar a Quillan en sus ojos se traducía de todo menos amabilidad. Si no tuviera una ballesta en la mano no dudaría en haberlo golpeado con lo más sucio que le se le ocurriera, pero tenía que cuidar del animal y sacarlo de allí. - ¿Está contento, monsieur? Lamento que haya fallado el tiro. Estoy segura de que ahora sería una preciosa alfombra frente a su chimenea si hubiese apuntado mejor. - Estúpido e ignorante niño mimado.
Resultaba irónico que cuando se separaban fuera ella la que temiera por la integridad del enorme oso y no al contrario, ya que cualquiera pensaría que la que perdía el beneplácito de la protección era Edée. Sin embargo la gitana sabía muy bien que el animal había nacido con un temperamento dócil y confiado que solo se alteraba en las contadas ocasiones en las que veía realmente amenazado algo que quería mucho, y eso aunque sonara estúpido no siempre incluía su propia integridad física. A veces la mulata tenía la impresión de que Griff se dejaría matar sin oponer resistencia si fuera ella la que empuñara el arma responsable, y eso le daba miedo. Ahora por ejemplo mientras ella recogía fruta podía ser que en la orilla del río hubiera algún contratiempo. Se le erizó el vello de los brazos y no supo si era una intuición, pero los zíngaros que ahora eran su familia le habían enseñado a confiar siempre en su sexto sentido y a no despreciar las señales que éste le enviaba. Ya tenía todas las manzanas que quería, así que caminando sin hacer apenas ruido entre la maleza deshizo el trayecto que había andado hasta el punto donde el sendero se abría de nuevo.
La escena que se desarrollaba ante sus ojos casi la congeló. La ballesta de ese cazador desconocido del que únicamente veía la parte posterior de la cabeza apuntaba directamente al único amigo de verdad que Edée tenía en el mundo, y como respuesta Griff solo lo miraba con sus ojos profundos como preguntándole educádamente si podía - si no es mucha molestia - dejar de amenazarlo. La mujer avanzó sigilosa como un gato y empuñó lo único que tenía a mano: una manzana. No quería deshacerse de ese hombre sino distraerlo, hablar con él, explicarle por qué el úrsido no era como las demás bestias a las que él estaba acostumbrado a combatir. El destello de luz que bordeaba su figura y que solo los iniciados podían percibir le contaba a la mulata algunas cosas del buen señor que no hacían sino preocuparla más. Era el aura de alguien decidido y obstinado pero también experto, una mala combinación que empujó a Edée a extremar precauciones. Sus piernas ágiles de bailarina la salvaron de una muerte segura cuando súbitamente el desconocido dio media vuelta y disparó, y si ella no hubiera estado atenta la flecha le habría atravesado el vientre. A causa de su rápida reacción solo le rozó el brazo izquierdo, dejando a su paso un rasguño que no era profundo pero que escocía y comenzó a sangrar. Las manzanas cayeron al suelo con un golpe sordo y entonces Griff, que había estado tranquilo hasta ese momento, percibió por fin la amenaza que el cazador representaba y abriendo las fauces rugió con furia como si la herida de su compañera le doliera en sus propias carnes. - ¡No Griff, no! ¡Quieto! ¡Arrête-toi! - Ignorando el arañazo corrió hacia el animal haciendo caso omiso de sus colmillos afilados como cuchillos y le rodeó el cuello con los brazos. - Quieto, quieto. Tranquilo. - El úrsido agachó la cabeza y comenzó a limpiarle a lametones la sangre que le corría sobre la piel.
Cuando giró parcialmente el cuello para encarar a Quillan en sus ojos se traducía de todo menos amabilidad. Si no tuviera una ballesta en la mano no dudaría en haberlo golpeado con lo más sucio que le se le ocurriera, pero tenía que cuidar del animal y sacarlo de allí. - ¿Está contento, monsieur? Lamento que haya fallado el tiro. Estoy segura de que ahora sería una preciosa alfombra frente a su chimenea si hubiese apuntado mejor. - Estúpido e ignorante niño mimado.
Edée- Gitano
- Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 05/06/2013
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