La presentación [privado]

Que todas las noches eran libres salvo la del jueves era de todos ya sabido en casa de los Blackmore. había noches esenciales y especiales, que compartían en el gran salón, al final había resultado que Anaé podía llegar a ser una anfitriona estupenda, con muchísima ayuda, eso seguro, pero con los años había adquirido cierta fama por sus fiestas y por sus decorados, como sus sombreros, siempre fusionaban las telas y las tendencias modernas con un toque bohemio, con un toque nostálgico y muy clásico, había sabido plasmar esas ideas en su propia casa. En cuanto escapó del yugo de su estricta madre, Anaé se soltó cada vez más, al principio seguía con sus sombreros, pero Axel le regaló una salita con unas vistas y una estupenda iluminación en la que podía dar rienda suelta a su imaginación a base de pintura y lienzos, una zona exclusiva para ella, donde poder expresarse y ser ella misma, resultó que eso la ayudó a tener más confianza, a ir ampliando esos trazos al resto de su día a día, hasta el punto de poder organizar cosas básicas que se fueron ampliando con el tiempo, hasta convertirse en tendencia. Todo el mundo quería ir a las refutadas fiestas de los Blackmore, todos querían imitar su forma elegante y sencilla de presentar un hogar, tan totalmente contraria a la tendencia que se iba llevando donde lo sobrecargado y lo llamativo era lo común.

Era muy difícil reunir a la familia, con Helen en una crisis de las suyas, Axel tan ocupado en su trabajo, Enola fuera de casa y el resto de chicos ocupados con sus propios problemas, la casa se le hacía inmensa y vacía, ocupaba su tiempo con su arte y mejorando sus aptitudes. Esa noche prometía ser como cualquier otra y estaba dispuesta a acostarse y a leer un libro, le sorprendió el golpe de la puerta y se puso la bata cuando volvieron a llamar con cierta prisa. Salió a la recepción, pero se dio cuenta de que no era esa la puerta que sonaba, fue a la trasera, donde unos golpes realmente imponentes se repetían. Cualquiera le diría que era muy mala idea abrir ella misma la puerta, pero inconsciente hasta ese punto, Anaé se abrochó la bata y abrió, observando cómo su hija mayor traía a rastras a saber a qué tipo. Ya no le sorprendía ver a krystha vestida para la caza y ante la urgencia que presentaba abrió la puerta de par en par y les dejó llegar hasta la cocina.

- Madre, necesito ayuda, mi amigo..-Era evidente lo que quería enseñarle, el hombre de cabello blanco estaba destrozado, con la piel del rostro brutalmente marcada y lleno de sangre. La sorpresa le invadió pero la presión ganó y señaló hacia arriba.- Llévalo al cuarto de invitados, llamaré al padre..- ¡No! No podemos llamar a nadie tú solo..Haz lo que puedas.- Anaé apretó los labios mirando a su hija, nunca había traído a alguien de la Sede allí, no tenía sentido, pero Krystha puso los ojos en blanco, con desesperación y ella suspiró. Sabía qu su primogénita la tenía por una inútil, de modo que se metió en la cocina y empezó a trastear. No era ni por asomo tan buena como Aletheia o como el padre que usaba también la magia, pero con una familia de cazadores la mujer no había tenido más remedio que adaptarse y a pesar de no poder acompañarles a las cacerías, había algo que se reconfortaba haciendo y era cuidándoles, no había nada mejor para ella que poder vendar, coser o cuidar las heridas más superficiales de sus hijos y de su marido. De modo que tenía un pequeño kit con lo que necesitaba para dicha tarea.

Varias imágenes se plasmaban en la cabeza de un Valiont derrotado y demacrado, su herida sangraba y entonaba un brillo azul de una constante que jamás se había visto por estos lares. También tenía el umbral de toxicidad por las nubes, pues en aquél último encuentro para salvar aquél pueblecito de la maldición, unió fuerzas con Krystha y tuvo que abusar de sus conocimientos y su alquimia así como de sus elixires para ponerse a la altura, puesto que ya estaba herido de haber luchado en días anteriores contra aquél terrible miembro de la Familia Blackbird, la cual, tomará cartas en el asunto en alguna ocasión.

El combate contra el Alpa le había marcado para siempre, y no solo por la herida de su rostro, si no por el combate que llevó a cabo junto a Krystha. No obstante, después de aquello, volvió a interceptar la muerte que iba de boca hacia Krystha Blackmore para poner su vida como escudo, ¿Por qué? Si hasta hace varias semanas no se conocían de nada. Era algo que Krystha quería saber, que le gustaría indagar, pues incluso aquél hombre albino le había dicho que no le debía nada cuando la joven segadora le dijo deberle la vida, no una; Si no dos veces.

Notó la puerta abrir y alguien sorprendido por ello, pero no podía abrir los ojos. Lo que notó después fue como le pusieron en la cama tumbado. Su herida comenzó a sangrar de forma apabullada, manchando lo que tuviese a su lado. -Slav… ia.. Krys… Kryst… -Intentó decir, parecía que lo hacía en sueños, o quizá no. Incluso en aquél estado, seguía preocupándose por el estado de su mejor amiga y de su compañera Cazadora. Movió el rostro, lo contrajo, y entonces, comenzó a tener convulsiones y sacar espuma blanca por los extremos de la herida. Sólo por los extremos. Su cuerpo no paraba de vibrar, contraerse y moverse. Sus músculos se tensaban sin parar y los labios se le cortaban por el esfuerzo que estaba haciendo. Pero.. entre todo aquello, había algo muy extraño por encima de todo, Krystha había visto como el hombre tenía una curación tan acelerada como un Licántropo, después supo que es causa de las mutaciones que parece haber sufrido de pequeño, una especie de prueba de las hierbas, pues aún no pudo indagar demasiado en la vida de quien parecía convertirse en un buen amigo, un amigo que le besó. No una vez, ni dos.

Pero entonces, ¿Por que sus heridas ahora no cicatrizaban como ella había visto antes? Al contrario.. ¡Sus cicatrices! ¡Se estaban abriendo! conforme la herida del rostro brillaba con un azul más intenso.