Malamente | Yolande Hirondelle

por **Agathe Duval** Lun Nov 12, 2018 6:08 am

Agathe tiró el cuerpo atontado del humano al suelo y se limpió la boca con un pañuelo. El torrente de energía que le daba la sangre iba llenando su cuerpo de vida, si es que un vampiro podía tener algo parecido a eso. Con mucha delicadeza guardó el pañuelo en el bolsillo y de una patada envió el cuerpo hacia un callejón.

No había secado al humano completamente, estaba sorprendentemente sano para ser un mendigo y su sangre sabía mejor que la del resto, por lo que planeaba alimentarse de él un tiempo más hasta que encontrara alguna presa más suculenta.

Echó a andar con paso firme y las manos en los bolsillos, imitando a un hombre. Cuando salía a cazar por aquellos callejones prefería vestirse de hombre, ocultando su largo y rubio cabello bajo una gorra. No le preocupaba que nadie pudiera atacarla, ella era capaz de matar a cualquier débil humano, pero sabía lo que les hacían los hombres a las mujeres si las encontraban solas por la noche y ella no quería tomarse la justicia por su mano y que la acabaran descubriendo. Esas calles eran muy concurridas y, por muy agudos que fueran sus sentidos, siempre se escuchaban historias de vampiros que habían sido cazados porque un tercer espectador estaba escondido entre las sombras.

Cuando vestía de hombre tenía una libertad que como mujer no podía soñar, incluso siendo vampira. Si mantenía la cabeza gacha y ocultaba su rostro, nadie la miraba, nadie cuestionaba que hacía ahí sola a esas horas, nadie le decía que fuera a casa a cuidar de su familia. Sí, los hombres lo tenían muy fácil en esa sociedad. Ni siquiera cuando ellas se convertían en vampiras gozaban de los mismos derechos que un hombre humano.

Desterrando esos pensamientos de su mente, se concentró en su alrededor. Todavía era muy pronto, había salido a cazar relativamente temprano y las ratas nocturnas de París estaban empezando a despertar. Utilizó la telepatía para sondear pensamientos cercanos y ver si había algo interesante, hacía ya alguna semana que no frecuentaba los fumaderos de opio y lo echaba de menos, pero sobre todo echaba de menos fumar en compañía.

por **Yolande Hirondelle** Mar Nov 13, 2018 1:51 pm

Tenía ganas de vomitar, aunque, a decir verdad, cuándo no las tenía. Su último cliente había sido asquerosamente desagradable, estaba borracho y olía a toda clase de fluidos corporales además de a alcohol. Y, sin embargo, ella se había tenido que tragar su orgullo y estar con él por unas monedas. Unas monedas que le iban a permitir olvidarse de él durante unas horas, un ciclo sin fin de adicción y horror del que ni podía ni quería salir.

A veces soñaba con quitarse la vida, había fantaseado con muchas formas diferentes de hacerlo, desde tirarse al Sena desde uno de los puentes que lo cruzaban hasta enfadar a algún borracho hasta que le diera una paliza que le dejara inconsciente, con el frío y el poco caso que la policía le hacía a los que no tenían dinero no tardaría en irse de aquel mundo y descansar en paz, o pudrirse en el infierno por pecadora. Incluso aquella última opción parecía más agradable que seguir con aquella vida.

Sin embargo, no lo hacía. A veces pensaba en que quizás si seguía viviendo acabaría encontrándose con Mathilde. Verla una vez más compensaría todas aquellas penurias. Sin embargo, sabía que aquello nunca pasaría, y Mathilde no era más que una excusa para no tener que reconocer que tenía miedo de la muerte, de no existir, de que se la recordara como una puta anónima que alguien encontraría tirada en la calle, o en el río, y a la que no se le prestaría más atención.

Ella, que se había codeado con las altas esferas de la Gascuña, que había llevado los mejores vestidos de la región y había impresionado a todo Bergerac con su dulce voz, no quería acabar muerta, no tan pronto, no de aquella manera. Aunque sabía que una vez que había caído en aquel pozo, era imposible salir, y que mientras más tiempo siguiera viva más se hundiría en aquel pozo de miseria y desolación.

Lo único que tenía eran aquellas monedas. Aquellas monedas que se pensaba gastar en opio en algún tugurio de mala muerte que le permitiera distanciarse, olvidar durante unas horas que estaba en un lugar tan sucio y asqueroso como ella misma. Yolande sentía que mataría por un baño, aunque sabía que era imposible quitarse la suciedad de encima aunque se frotara durante días con el mejor jabón del mundo. Aquella porquería se había incrustado en su ser, en su alma, y era imposible limpiar aquello de alguna forma que no fuera la muerte, algo que estaba descartado, por el momento.

Finalmente, no pudo aguantar más y vomitó en un callejón. Afortunadamente no había nadie allí para verla salvo las ratas y cucarachas que poblaban la ciudad. Esbozó una sonrisa amarga. Hacía años ver a aquellos bichos le habría provocado un ataque de histeria, ahora eran los únicos testigos silenciosos y comprensivos de sus penurias y momentos de debilidad. Cuando quiso darse cuenta, tenía los ojos húmedos, aunque no se había dado cuenta de que estaba llorando. Cada vez aquello parecía más habitual y cada vez le preocupaba menos. Sabía que era malo pero casi le hacía gracia pensar en todo aquello, su vida era una comedia. Una comedia a la que parecía asistir más como espectadora que como protagonista.

Una comedia desoladora con un final grotesco que culminaría con una carcajada.

por **Agathe Duval** Miér Nov 14, 2018 5:57 am

¿Podría ser... un alma atormentada? Agathe se concentró. Estaba oyendo pensamientos cercanos que le estaban llamando la atención. Parecía ser una mujer, pero no lograba ubicar del todo su posición. Se concentró aún más para intentar ver y oír lo que la mujer tenía a su alrededor. Estaba borroso, pero pudo distinguir ratas, cucarachas, y una fachada parecida a las que le rodeaban a ella. La mujer estaba cerca, muy cerca, pero ¿dónde?

Al parecer, la mujer había vomitado. Agathe vio el vómito delante de ella y sonrió, mostrando los colmillos afilados. Solo tenía que utilizar el olfato y este le llevaría hasta ella. Con su velocidad, calculó que llegaría hasta ella en dos segundos, pero no quería asustarla, ya había comido y le interesaba mucho más lo que la humana tenía que contarle que su sangre.

Anduvo a paso rápido hasta llegar a la boca del callejón, donde soltó un audible suspiro para advertir a la humana de que alguien se acercaba, y redujo la velocidad de sus pasos, pisando fuerte para hacer ruido como un humano normal. Odiaba el ruido, odiaba tener que actuar como una vulgar humana ahora que tenía reflejos de vampira, pero si aparecía sigilosamente la mujer se asustaría y sería más difícil que confiara en ella. No le gustaba usar la persuasión, pero lo haría en caso de que fuera necesario.

Según se iba acercando podía ver el aura de la mujer. Sus colores indicaban sufrimiento, odio a si misma y una tristeza muy grande. Era un gran contraste con su alborotado cabello color de fuego, y Agathe pudo leer en su pensamiento que pensaba gastarse unas monedas que había ganado en opio. Se paró enfrente de la mujer y, quitándose la gorra para dejar al descubierto su rostro y dejando que los rizos dorados cayeran por su espalda, dijo:

-Un franco por tus pensamientos.

por **Yolande Hirondelle** Jue Nov 15, 2018 12:08 pm

Yolande escuchó un suspiro y se puso alerta, secándose las lágrimas lo más deprisa que podía, lo cual no era la mejor forma de hacerlo. Si bien tampoco suponía ninguna diferencia verla en aquel estado lamentable o en otro aún peor, seguía repitiendo aquellos gestos casi por inercia.

El desconocido se acercó a ella, que seguía tensa, como si en su estado pudiera acabar con alguna amenaza, o como si le importara lo que le pudieran hacer. Incluso si le robaban las pocas monedas que tenía aquello significaría un castigo divino por la forma en la que lo había obtenido. O lo significaría si Yolande creyera en Dios.

Cuando era pequeña había sido creyente, por supuesto. Todo aquel que tuviera una buena educación y clase social creía en la Biblia firmemente, pero llegada a aquel punto no podía creer que hubiera alguien que le hiciera pasar por tantas penalidades, a ella y a tantos otros. Una vez que veías la miseria en el mundo era necesario preguntarse si realmente había un ser superior y todopoderoso, y que, si lo había, qué clase de ser retorcido debía ser para permitir tanta tristeza. Yolande prefería pensar que no existía nadie tan cruel (nadie divino, al menos) y que, de existir, no merecía ser adorado. Por tanto, prefería no creer en Dios.

O así fue hasta aquel momento, cuando el recién llegado se quitó la gorra y dejó ver su rostro, y su pelo que caía como hilos de oro alrededor de su rostro. Alguien con tanta belleza no pertenecía a aquel lugar, resultaba incluso grotesco ver a alguien tan hermoso, alguien no corrompido por la decadencia en aquel callejón. Por un momento, Yolande pensó en que se le había aparecido un ángel, que quizás había muerto finalmente y habían venido a llevársela. O quizás era un demonio que la iba a guiar al infierno, algo mucho más acorde a sus actos. Fuera uno u otro, agradecía que la encargada de llevársela de allí fuera aquella mujer.

La mujer habló, tenía una voz tan dulce que a Yolande le costó procesar lo que estaba diciendo y volver a la realidad. Obviamente no era un ángel, pero seguía siendo chocante ver a alguien tan perfecto en un lugar tan sucio. No parecía ser nadie que estuviera allí por necesidad, más bien parecía alguien que estaba allí de incognito, a juzgar por su vestimenta. Quizás una mujer noble que buscaba encontrarse allí con su ser amado, aunque a Yolande se le ocurrían mil sitios mejores para encontrarse con alguien en París que no fueran las asquerosas callejuelas de esa parte de la ciudad.

— ¿Y cómo sabrías que te estoy diciendo la verdad? — inquirió, forzandose a poner un tono ligeramente burlón.

Un franco era mucho dinero y en aquella situación no podía rechazarlo, por muy patético y humillante que fuera. Pero desde luego no pensaba desnudar su corazón ante la primera persona que pasara. En aquel momento vendía su cuerpo para sobrevivir, de modo que lo único que le quedaban eran sus memorias y recuerdos. Aquellas cosas eran suyas, sólo suyas y no pensaba venderlas por una moneda. Afortunadamente, podía inventarse todo lo que quisiera, y la otra nunca lo sabría. Quizás aquella pregunta tan solo disuadía a aquella curiosa, o quizás hacía que aquel juego de mentiras se le hiciera más interesante y le diera más dinero.

O quizás solo era una trampa pero llegados a aquel punto, Yolande no tenía nada que perder,

por **Agathe Duval** Lun Nov 19, 2018 8:16 am

Agathe sonrió sin abrir la boca. No es que hubiera mucha luz, pero sus colmillos llamaban demasiado la atención y no quería espantar a la mujer.

Los pensamientos de su interlocutora le llegaban como gritos. Creía que ella era un ángel, y aunque su apariencia pudiera llevarle a esa conclusión, Agathe no podía estar más lejos del cielo. O lo que los cristianos consideraban el cielo. Ella fue muy devota en su humanidad, pero tras su conversión, perdió el interés por lo que pasaba después de la muerte: ella ya lo sabía y no había religión que pudiera convencerla de lo contrario. Aunque, de vez en cuando, estaba bien hacer creer a sus víctimas que era una devota joven que se había perdido camino al convento. Hacía la caza más interesante, casi como si estuviera interpretando un papel en el teatro.

Se esforzó por ahondar en la mente de la mujer. Al parecer se llamaba Yolande y lloraba la pérdida de... ¿una hermana? ¿una amiga? Ah, era una amante. El triunfo se instaló en su muerto corazón: hacía tiempo que no encontraba a alguien tan interesante a su alrededor y quería saber más de ella. Decidió no utilizar la persuasión, sería mejor que Yolande confiara en ella a la vieja usanza y, además, le gustaban las descaradas.

-Hay varias maneras de averiguar si alguien está mintiendo. Un cambio en el tono de voz, un desvío de mirada, un ligero movimiento de los músculos de la cara... -"...ser capaz de leer la mente." pensó Agathe. -Pero no creo que tengas nada que perder al contarme tu vida. Y, si mi invitación no te parece lo bastante agradable -extendió el brazo izquierdo para señalar la calle que llevaba a los fumaderos de opio. -siempre podemos charlar de banalidades bajo una nube de humo. -tras volver a esconder su cabello bajo la gorra, dio un pequeño paso hacia la mujer y le ofreció su brazo derecho, como un caballero haría con una dama a la que quiere invitar a pasear. -¿Su nombre, madame?

por **Yolande Hirondelle** Lun Nov 19, 2018 3:29 pm

— Miento muy bien — respondió, sin borrar aquella media sonrisa del rostro.

A decir verdad, a Yolande le daba curiosidad saber si aquella mujer realmente podría saber si ocultaba algo gracias a aquellas cosas que nombraba. Probablemente no, y mucho menos con aquella oscuridad que las rodeaba. De todas formas, aunque se estuviera marcando un farol, aquella mujer era la persona más interesante que se había encontrado en mucho tiempo, y además era alguien que no estaba interesada en su trabajo, sino en ella.

Quizás (sin duda) estaba pecando de inocente, especialmente teniendo en cuenta el baño de realidad que habían supuesto los últimos meses para su vida, pero Yolande extrañaba resultar interesante, tener una conversación agradable con alguien o, simplemente, estar con una mujer aunque no fuera de forma sentimental. Nunca le habían gustado los hombres, ahora los detestaba y eran los únicos con los que se relacionaba a diario, y por un único motivo. Ninguna mujer decente se acercaría a ella, y para las mujeres indecentes no era más que competencia. El hecho de pensar que tenía que pelear con otras mujeres por un hombre le provocaba arcadas, pero de algo tenía que vivir.

El hecho de que una mujer de bien le ofreciera caminar junto a ella... Aquello era algo nuevo para Yolande, y antes de darse cuenta estaba tomando del brazo a su nueva acompañante.

— Yolande — respondió.

Rara vez daba su nombre, porque a nadie le importaba. Dar su nombre suponía que a la otra persona le importaba ella y no su cuerpo, y aunque en aquellos momentos se daba asco a sí misma, algo dentro de ella quería permitirse disfrutar de aquel momento, disfrutar de un efímero sueño antes de volver al repugnante mundo al que pertenecía.

Quizás era una trampa, nada tenía sentido y no podía evitar preguntarse a dónde la llevaría aquello, pero Yolande no tenía nada que perder, salvo la vida, y si aquello ocurría casi que sería un alivio para su alma torturada. Era demasiado cobarde para quitarse la vida, pero si se la quitaba aquella mujer después de tratarla como una persona y no un trozo de carne, moriría feliz.

por **Agathe Duval** Jue Nov 22, 2018 9:34 am

Qué fáciles eran los humanos miserables. Un poco de interés y ya los tenías comiendo de tu mano.

-Eso ya lo veremos, Yolande.

Con paso firme y cabeza baja para esconder sus rasgos de mujer, tiró suavemente de Yolande para encaminarla hacia su fumadero de opio favorito. Lo frecuentaban varios vampiros amigos suyos y ahí daba igual el sexo u orientación: nadie juzgaba y todo el mundo iba a pasárselo bien. Los humanos... bueno, digamos que ellos no se lo pasaban tan bien, no solían salir vivos de aquel antro.

Al llegar a la puerta levantó la cabeza para mirar al guarda. Este dejó pasar a ambas mujeres casi sin mirarlas, y una vez dentro, Agathe indicó a Yolande que esperase ahí.

-Cuídala. No quiero que nadie me la arrebate. -le pidió al guarda con una mirada significativa. Ahí, como descuidases a tu humano, cualquiera se lo podía llevar. -¿Dónde está la jefa?

Siguió las indicaciones del hombre y pudo ver a la vampira que regentaba el lugar detrás de la barra. Tras un alegre saludo y la comprobación de que su sala favorita estaba a punto, Agathe dio la orden de no ser molestada en toda la noche. Había decidido no usar la persuasión, y que la humana se soltara y le contara su vida iba a costar tiempo.

Girando sobre sus talones, la vampira volvió con su nueva invitada y le apretó las manos, sonriendo afablemente sin mostrar los dientes.

-Dime, Yolande... ¿alguna vez has viajado a Oriente?

por **Yolande Hirondelle** Lun Nov 26, 2018 3:52 am

Yolande no dijo nada más, en parte porque no se le ocurría nada que decir y en parte porque era ridículo seguir discutiendo sobre aquello. Tampoco dijo nada cuando su acompañante obvió el hecho de que ella desconocía su nombre. Quizás no quería decírselo ya que se jugaba su reputación. Yolande no podía culparla, ella tampoco le habría dicho su nombre a una cualquiera que viviera en la calle cuando ella no era la cualquiera que vivía en la calle. Claro que tampoco la habría invitado a fumar opio.

La mujer la guió por los callejones a un local en el que nunca había estado. No solo es que no lo conociera, es que, por aspecto, estaba muy por encima de su insignificante presupuesto. Las paredes estaban decoradas según la moda oriental (o lo que en Europa se consideraba oriental) y todo el mundo allí eran tan hermoso como su nueva acompañante. Yolande se sentía como si estuviera en un palacio de la India, lo cual tan sólo aumentaba su incomodidad y asco por sí misma. No era digna de pisar un lugar así, su cuerpo estaba demacrado y su alma, sucia. No encajaba en aquel lugar y tuvo que luchar para no salir corriendo dejando tirada a la otra mujer antes de que volviera con ella.

Por suerte, o por desgracia, su acompañante volvió antes de que pudiera huir. De alguna forma aquel apretón de manos la tranquilizó, aunque no podía evitar sentir que no merecía estar ahí. Si levantara la mirada del suelo probablemente vería las miradas de todos los allí presentes clavadas en ella y en sus harapos, de modo que decidió centrarse en mirar el rostro de su acompañante mientras esta la guiaba hacia aquella sala que había pedido.

Una vez en ella, la desconocida le hizo una pregunta, a la que Yolande respondió con una risa irónica.

— ¿De veras crees que en mi situación puedo permitirme salir de París?

por **Agathe Duval** Sáb Dic 15, 2018 12:11 pm

Una pequeña sonrisa asomó a sus labios. Iban esquivando vampiros y humanos, todos ellos demasiado ocupados en sus quehaceres como para dirigirles una mirada. No sabía si Yolande había tenido algún encuentro con alguno de su especie, aunque lo dudaba, puesto que no parecía presentar marcas. Y tampoco creía que la hubieran dejado con vida. Una prostituta era una presa fácil para un vampiro, así como un borracho o un ladrón. Nadie preguntaba por ellos al día siguiente, y era común encontrárselos ahogados en el río.

-Hay muchas maneras de viajar sin salir de una ciudad. Los libros son una de ellas.

Al instante se sintió culpable. No sabía si Yolande sabía leer y escribir, pues había decidido no leerle más la mente, pero en el caso de que supiera, no la veía muy entregada a leer épicas novelas de aventuras. Agathe se encontró mordiéndose el labio de preocupación. Cuando se convirtió perdió la inocencia humana, pero todavía seguía sintiendo empatía, y las enseñanzas de su abuela seguían muy presentes en su mente. Odiaba que la gente estuviera a disgusto a su alrededor, pero sobre todo odiaba disgustar a la gente.

-Et voilà! -habían llegado a su destino. Un humano guardaba la puerta, y al verlas, la abrió y se hizo a un lado. -Espero que te agrade tu primer viaje a la India.

por **Yolande Hirondelle** Dom Ene 06, 2019 4:19 pm

Yolande tuvo que contenerse para no esbozar una sonrisa irónica cuando su acompañante mencionó los libros. Hacía años que no tocaba uno, mucho menos leerlos. A veces se preguntaba si en algún momento volvería a disfrutar de las historias que en ellos había, o a deleitarse con algún poema. Probablemente no. Aun así intentó que sus emociones no salieran a la superficie, no quería ser tan obvia. Las luces de aquel lugar eran tenues, lo justo para no tropezar con lo que tenías delante y las sombras ocultaban su rostro, y el de su acompañante, por lo que no podría ver su reacción, pero no quería arriesgarse. Había dicho que sabía mentir, ¿no?

— Supongo — respondió simplemente, encogiéndose de hombros. — Pero las historias no dejan de ser mentira.

Si leía un libro quizás podría viajar a otros países y ser otra persona, pero al final, en la vida real, ella seguiría siendo una vulgar prostituta en un asqueroso callejón parisino que en cualquier momento podía morir de una neumonía o ser asesinada por un borracho y a nadie le importaría lo más mínimo.

Yolande continuó andando en silencio hasta entrar en aquella habitación aparentemente reservada para ellas. Hacía unos años se habría maravillado con la decoración exótica que exhibía aquel lugar, tan diferente a los amplios salones europeos a los que estaba acostumbrada, pero en aquellos momentos de su vida todo aquello le parecía superficial y carente de interés. Sorprender a Yolande, o causarle cualquier emoción real era cada vez más difícil.

Su apatía se intensificaba cada día conforme sus ganas de vivir decrecían, si es que a aquello se le podía llamar vivir. Su existencia se basaba en una rutina agotadora y monótona que solo le provocaba repulsión y desesperación. Las riquezas que antaño le rodearon eran tan lejanas que casi parecían un sueño difuso, y las allí presentes no eran más que un espejismo. La realidad era muy diferente y no quería pensar siquiera en disfrutar el momento porque la despedida sería mucho más cruel.

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