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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Liara Eblan1 Lun Ene 30, 2017 4:06 pm


El teatro no era muy grande, ni estaba en la zona céntrica de París, ni tenía los adornos lujosos de los que presumían sus hermanos mayores, pero no tenía nada que envidiar a estos últimos. Era un sitio sobrio, pero a la vez elegante. La platea inclinada y con forma semicircular estaba rodeada de balcones colocados a diferentes alturas. Las barandillas tenían una compleja decoración floral que mantenía a los espectadores semiocultos en los asientos. Los palcos privados se encontraban en la zona más cercana al escenario del primer balcón, separados del resto de asientos por unas cortinas gruesas de color oscuro. Tras el escenario, un pasillo enmoquetado llevaba hasta los camerinos de los artistas, que no eran más que unas habitaciones amuebladas con un sofá, una mesa de té, un pequeño tocador y un biombo.

Frente al espejo del tocador se encontraba Liara, dando los últimos toques al peinado que luciría aquella noche. Los minutos antes de salir al escenario siempre se volvía puro nervio, independientemente de las veces que tocara para su público. Desde los camerinos no se podía escuchar el ruido de los espectadores que ya estarían entrando en el teatro, y la joven agradecía que así fuera. Necesitaba concentrarse lo máximo posible. Unos toques ligeros en la puerta le anunciaron que faltaba poco para que diera comienzo el concierto. Liara se mordió el labio inferior, cerró los ojos y cogió aire profundamente. Se miró una última vez en el espejo y salió del camerino en dirección al escenario. Allí le esperaba Madame Mimieux, su profesora desde niña y la mujer que movía todos los hilos necesarios para que fuera ella la que hiciera aquellas actuaciones. Siempre le había tenido en gran estima, desde que entró en el conservatorio a la tierna edad de siete años. Liara desconocía el motivo. Quizá fuera su tesón a la hora de aprender, la rapidez con la que lo hizo, o que fuera de las pocas alumnas que seguían dedicándose en cuerpo y alma a aquello, pero la veterana confiaba en ella más que en cualquier otro para aquellos menesteres. La mujer envolvió las manos de Liara entre las suyas con suavidad.

—Lo harás bien —le dijo, sonriendo ampliamente.

Una sonrisa nerviosa fue lo único que pudo devolverle Liara. Desde la esquina donde se encontraba podía ver las butacas de la platea y parte de las balconadas, todas llenas de gente. Había un murmullo incesante que le reconfortaba de alguna manera, como si la gente no estuviera prestándole atención. Pero en la medida en la que la hora llegaba, el murmullo fue apagándose paulatinamente, llegando a quedar todo el teatro en completo silencio. Se abrió el telón. Liara respiró profundamente y soltó el aire muy despacio, casi ahogándose. Tragó saliva y subió al escenario, donde le esperaba el hermoso piano de cola. Hizo una reverencia a su público y se sentó en el asiento, dejando la mirada fija en las teclas blancas y brillantes. Tardó unos pocos segundos en empezar a tocar, lo que duraron algunas toses y sonidos que llegaban de entre los asistentes.

Las primeras notas sonaron como gotas tímidas chocando contra el suelo, pero sirvieron de tranquilizante para Liara. Dejó de ver a su alrededor, dejó de sentir y casi incluso de respirar. Lo único que se escuchaba en el teatro era el sonido de aquel gigantesco piano de cola, pero podía haber una auténtica algarabía, que ella sólo tendría oídos para su música. Podía considerarse su droga, el medio de escape para una realidad que no siempre había sido fácil.

Cuando acabó había pasado más de una hora, pero ella no se dio cuenta de ello. Sus oídos volvieron a captar los sonidos que había a su alrededor. Los aplausos resonaron en el teatro ensordeciéndola por completo. Se levantó del banco y se quedó de pie, mirando al público. Hizo una reverencia y se quedó en el escenario hasta que el telón se cerró. Madame Mimieux la esperaba en el mismo lugar donde la había recibido, rodeada de algunas personas que esperaban para saludarla. A Liara siempre le sorprendía la rapidez con la que algunos espectadores llegaban a la parte trasera del escenario, antes incluso que ella, teniendo en cuenta que el acceso estaba prohibido para todo aquel que fuera ajeno al teatro. Todavía algo aturdida, saludó a todos los que desearon felicitarla. No se fijó en los rostros, sólo pensaba en volver a su camerino para poder descansar. Pero su sorpresa no llegó hasta que finalmente llegó a la habitación, donde una mujer de rostro pálido la esperaba tranquilamente. Nada más verla, Liara sufrió una sensación de dejà vu que la inquietó.

Disculpe, esto es una zona privada. ¿Buscaba algo? —preguntó.
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Mensaje por Invitado Jue Feb 09, 2017 2:52 pm

Se habían esparcido muchos rumores sobre mí desde mi coronación, e incluso antes de ello, desde mi llegada a París; muchos de esos rumores habían sido malos, algunos otros neutros, y una minoría de ellos realmente ciertos, lo cual los convertía, ante mis ojos, en buenos, ya que al menos reflejaban la realidad tal cual era, dentro de la simpleza que, por su naturaleza de chismorreo propio de correveidiles, poseían. Gracias a ellos, ¿o debería decir por culpa de ellos?, me había ganado la fama de ser una mujer que no escatimaba en gastos cuando se trataba de aquello que la apasionaba, artes que para el pueblo llano carecían de significado si no tenían nada que llevarse al estómago, pero que, para mí, que ya no me alimentaba de los frutos de la tierra, sí que eran sustento para mi alma. Dejando aparte el eterno debate, en el que unos cuantos Inquisidores tendrían con toda seguridad una clara opinión, respecto a si yo poseía alma o no, lo cierto era que practicaba con regular constancia el mecenazgo, y si bien solamente salía a la luz el de las Bellas Artes porque poseía, a mi nombre, un Museo que las desarrollaba e impulsaba, lo cierto era que la música no se quedaba atrás. Para mi enorme suerte, había podido coincidir con Mozart, el genio que me había reconciliado con las melodías tras una larga temporada alejada de ellas; gracias al de Salzburgo, había retomado el piano, y no solamente eso, sino que lo había impuesto allí donde mis pasos me habían trasladado. Así pues, no era de extrañar que me hubiera labrado un nombre en aquellos conservatorios donde los talentos se pulían con trabajo duro y constancia, y que en muchas ocasiones los maestros que allí enseñaban, de cuyos servicios había dispuesto con anterioridad, me presentaran posibles candidatos para mí. Se trataba, a un tiempo, de una cuestión de patrocinio (por tanto, orgullo para ellos por poseer un criterio digno de una reina) y de una cuestión de responsabilidad, pues sus aprendices podían labrarse un futuro como músicos de cámara de una corte potentísima, como la mía, y por ello, debían hacer una buena selección.

Con el tiempo, había terminado por aprender de qué criterios podía fiarme y de cuáles mejor me olvidaba; así, había profesores a los que despachaba con amabilidad pero firmeza, y otros, como Madame Mimieux, cuyas sugerencias atendía y conservaba con el mayor de los celos. No importaba, en absoluto, si el recital tenía lugar en la Ópera o en un descampado en el que alguien había decidido, bajo su cuenta y riesgo, colocar un piano; fuera cual fuese la persona elegida, tendría talento, y en cuanto me llegaba una misiva de aquella brillante mujer, desplazaba mis ocupaciones y sacaba un rato para ella. Aquella noche, por tanto, no fue una excepción, y con vestimentas sobrias y acordes al teatro donde me encontraba, rico en tonos ocre y dorados semejantes a los de mi atuendo, me presenté en el palco privado que Mimieux me había reservado desde el momento en que respondí, con entusiasmo, a su nota. Una vez allí, con la cortina ocultando solamente parte de mi rostro, pues al no encontrarme en un lugar de la altísima sociedad no existía tanto riesgo de ser reconocida, aguardé con la paciencia eterna que nos caracterizaba a los de mi especie a que diera comienzo el recital, a manos de una jovencita que aparentaba ser, incluso, más joven que yo misma. Sin juicios previos, ya que Madame Mimieux poseía mi absoluta confianza, la observé con curiosidad, atenta a cada uno de los movimientos que realizó desde que salió de las entrañas del teatro hasta que se sentó frente al instrumento; una vez allí, mi mirada fue sustituida por mi oído como principal sentido interesado en ella, y me permití incluso cerrar los ojos mientras la joven, cuyo nombre ignoraba por el momento, comenzaba a tocar. Apenas necesité unos pocos compases para darme cuenta de que ella, efectivamente, era talentosa, y de que el criterio de mi vieja conocida no se equivocaba, mas como para confirmármelo, su maestra se personó en mi palco en un momento dado, y me alargó una nota con el nombre de la joven, a sabiendas de mi interés. Sonriendo, asentí para agradecérselo, y con el trozo de papel en la mano, me dirigí hasta su camerino, donde la esperé una vez más hasta que, tras el debido baño de aplausos, llegó hasta mí. – Sí, señorita Eblan, la buscaba a usted. Su maestra me habló de su talento, y si bien ha sido necesario experimentarlo por mí misma para creerlo, afortunadamente me ha convencido. Heme aquí, como admiradora suya, y deseosa de conocerla un tanto mejor, si no es inconveniente. Puede llamarme Amanda. – respondí, inclinando la cabeza un tanto al final, al presentarme, y dedicándole un gesto cordial.
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Mensaje por Liara Eblan1 Jue Feb 23, 2017 4:31 pm

Todavía un poco aturdida debido a aquella ovación final, no creyó haber entendido bien el motivo de la visita de aquella mujer. Amanda, así había pedido que la llamara. La observó de manera discreta, pero tampoco hacía falta ser un erudito para darse cuenta de la elegancia que desprendía, a pesar de la sobriedad de su vestimenta. Y es que la ropa que llevaba era lo de menos; ella entera parecía fundirse con el teatro en el que se encontraban, como si fuera una pieza hecha a medida. Era algo más, fuera completamente del ámbito físico, lo que conseguía que todas las miradas se fijaran en ella. Liara, que no tenía poder sobrenatural alguno, podía notarlo solo con estar en su presencia. Esa sensación de haberla visto antes seguía inquietándola, como si estuviera con un viejo amigo al que hacía mucho tiempo que no veía. Pero no, era la primera vez que cruzaba unas palabras con ella, así que simplemente debía estar confundiéndola con otra persona. Se acercó unos pocos pasos manteniendo siempre la distancia de cortesía.

Encantada, Amanda —contestó, inclinando la cabeza en un gesto idéntico al de la vampira—. Me alegra mucho escuchar que ha disfrutado con el concierto y, por supuesto, me alegra oír que la opinión de Madame Mimieux ha sido acertada. Aunque hay veces en las que me parece que exagera, pero… —Dejó la frase en el aire y sonrió—. Me es grato saber que esta vez no ha sido una de esas veces. Llámeme Liara.

Así que Madame Mimieux estaba detrás de todo aquello. La joven pianista desconocía que la mujer se dedicara a exaltar sus virtudes musicales a gente, suponía, influyente. Y lo suponía, porque, en realidad, desconocía frente a quien estaba. De haber sabido que se encontraba frente a la reina de los Países Bajos su reacción habría sido, probablemente, muy distinta, pero sus escasos conocimientos sobre los rostros de la nobleza europea y la falta de escoltas en la habitación no la hicieron pensar que se encontraba cara a cara con un monarca. En su inocencia, ni siquiera pensó que se trataría de alguien de la nobleza, sino alguien que Madame Mimieux había elegido con criterio y tiento por algo que esperaba descubrir pronto.

No hay ningún inconveniente, Amanda, en absoluto. Por favor.

Señaló el sofá con una mano invitándola a sentarse. Notaba el cansancio en todo el cuerpo. Aquellos pequeños conciertos la agotaban no por el esfuerzo físico que requerían, sino por el nivel de tensión que llegaba a sufrir. A pesar de llevar años tocando frente a otros, nunca se había llegado a acostumbrar a ese momento inicial detrás del telón, el cosquilleo en el estómago y la sensación de vértigo, antes de que todo empezara. Pero, a pesar de que sólo quería sentarse —incluso tumbarse— en aquel sofá, decidió que nada pasaría si dedicaba un poco de tiempo a saciar la curiosidad de aquella nueva admiradora.

Pediré que traigan algo para beber. No tardaré. —Efectivamente, sólo tuvo que salir al pasillo y hacer un gesto a uno de los sirvientes que encontró fuera. Raudo, el hombre desapareció entre unas cortinas un poco más lejos, momento que Liara aprovechó para volver junto a su invitada—. Vendrán enseguida —comentó mientras se sentaba a su lado. La miró para seguir hablando, pero nada más elevar los ojos hacia ella, esa misma sensación extraña le cruzó el pecho haciendo que se quedara callada durante un par de segundos antes de poder continuar—. Lo cierto es que no acostumbro a tener visita aquí, en el camerino. Es agradable poder charlar con alguien que aprecie la música tanto como lo hago yo o, si no tanto, al menos un poco más que muchas de las personas de esta ciudad. ¿No cree?
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Mensaje por Invitado Miér Mar 01, 2017 1:36 pm

Encontrarme en presencia de una mujer que ignoraba mi auténtica identidad, más allá del parco “Amanda” que le había regalado para que pudiera tener un nombre con el que tratarme, resultaba refrescante, pues me regalaba una oportunidad inmensa para acabar con el protocolo tan arcaizante en el que me veía obligada a moverme a diario y me permitía conocerla, algo básico si quería saber si era una buena recomendación o no. Si bien su talento era innegable, especialmente para alguien que, como yo, poseía cierto oído musical e incluso tocaba el mismo instrumento que ella, no todo era cuestión de talento, y eso lo sabía muy bien. En mi amplísima experiencia como mecenas, me había encontrado en innumerables ocasiones con artistas cuyo temperamento, escudándose en lo volátil de sus musas y en lo desequilibrado de sus mentes como medios para obtener el auténtico arte, y una colaboración con ellos había resultado, en última instancia, absolutamente infructuosa. Con todo, había aprendido la valiosa lección de ser selectiva a la hora de elegir los talentos que, generosamente (aunque se me hubiera acusado de lo contrario, como si hubiera creado algún tipo de red clientelar), patrocinaba, y por ello agradecía que ella no supiera de mi título, pues eso podía corromper su percepción sobre mí antes incluso de conocer mi oferta. Si Liara pensaba que se encontraba ante una burguesa más, sin los medios para encumbrarla en las cortes de todo el continente, se mostraría mucho más abierta y sincera que si supiera que su futuro, probablemente, estaba en juego y dependía de que me cayera bien. Asimismo, si se enteraba de que era de la realeza probablemente quisiera tratarme como tal, con lo cual la frescura con la que me había recibido desde el primer momento se esfumaría, y adiós a la posible camaradería que me había parecido intuir desde que había entrado en su propio camerino y me había ofrecido sentarme frente a ella.

– Tengo en muy alta estima a Madame Mimieux, créame, y me tomo su criterio con absoluta seriedad. Jamás, de entre todas las veces que hemos hablado de posibles talentos, ha exagerado con ninguno, y de hecho creo sinceramente que, en este caso concreto, la ha infravalorado un tanto, Liara. – observé, cruzando las rodillas con un gesto elegante y observándola con la atención que creía que merecía, especialmente si a nuestro primer encuentro debía aderezárselo con la potencialidad de un empleo bajo mi mando e influencia. Se trataba de una mujer de rostro angelical, tanto como el talento que se escondía bajo sus dedos largos y finos; su mirada, clara, resultaba refrescante, pero probablemente se tratara de alguien que, al haberse criado con una posición económica tal vez acomodada, tuviera ciertos problemas al distinguir entre amigos y enemigos. Por supuesto, no había investigado nada de ella en lo personal, pues con la recomendación me había bastado, pero por un momento deseé haberlo hecho, ya que, tal vez, hubiera algo en su álbum familiar que supusiera un cierto matiz en la imagen que me había hecho de ella. – Desde luego, es agradable. En mi círculo, no es muy habitual que alguien con quien me relaciono toque algún instrumento, en ese sentido suelo ser la única, aunque no es necesario eso para saber apreciar una dulce melodía, como la suya. – dejé caer, con delicadeza, y en cuanto supe que poseía su atención, sonreí y me incorporé un tanto, mirándola a los ojos con la franqueza que, en ese tipo de situaciones, solía caracterizarme. – Como usted, yo también sé tocar el piano. No poseo su talento, por descontado, ya que nunca he recibido una educación estrictamente formal, mas es un instrumento que disfruto y cuyas vicisitudes conozco bien, por lo que eso me hace aún más apta para reconocer el talento cuando lo escucho, como con usted, Liara. – afirmé, y solamente en ese momento di un sorbo a mi copa de vino tinto, añejo y afrutado.
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Mensaje por Liara Eblan1 Jue Mar 16, 2017 4:19 pm

Parecía que no era la primera vez que Madame Mimieux recomendaba a uno de sus alumnos, pero tampoco tenía muy claro el motivo por el que le habría hablado de ella, precisamente, a la mujer que tenía en frente. Lo que Liara no imaginaba era que aquel encuentro podía acabar con ella tocando para los más altos escalones de la sociedad. ¡Tocar para una reina! ¿Quién iba a imaginarlo? Nunca se lo había planteado, es más, ni siquiera creía que aquello fuera posible para alguien que no tuviera conocidos en alguna corte, y ella, viniendo de una familia de origen humilde, no entraba en esa categoría. Estaba claro que los contactos no lo eran todo y que el talento, tarde o temprano, acababa abriendo unas puertas que hasta entonces habían estado prohibidas. Pero a la joven pianista todavía le quedaba mucho camino que descubrir y muchas cosas que aprender.

Sonrió y agachó la cabeza ligeramente, aceptando tanto el cumplido implícito en las palabra de la vampira como la corrección que le hizo sobre las suyas propias. Quizá tuviera razón y se había excedido con su comentario, y en ningún caso quiso ofender a la que durante tantos años había sido su maestra y confesora. Sabía bien la habilidad que tenía Madame Mimieux para ver el talento desde el inicio, y conocía de primera mano el empeño que ponía en sacar todo lo mejor de cada uno de sus alumnos. Lo había vivido en su propia piel; cuando acudió la primera vez al conservatorio, nadie daba un franco por ella, pero Madame Mimieux la adoptó como pupila y, a base de esfuerzo y dedicación, la convirtió en la pianista que era ahora.

En ningún momento he querido faltar al respeto a Madame Mimieux —aclaró sin borrar la sonrisa, pero completamente convencida de sus palabras—. Ha sido mi maestra durante años, y aún hoy lo sigue siendo, a pesar de que ya no doy lecciones como antes. La admiro y quiero mucho, y también me tomo su criterio muy en serio. No es la primera vez que habla de mí, es sólo que no termino de acostumbrarme. —Y, sobre todo, tenía miedo de defraudarla, pero eso no lo dijo en voz alta.

Unos golpes en la puerta las interrumpieron. Liara indicó que entraran elevando la voz lo suficiente para que se escuchara desde fuera pero sin llegar a gritar. El empleado del teatro al que le había pedido el aperitivo entró con una bandeja en las manos que dejó sobre la mesita de té que había frente al sofá. Sobre ella había dos botellas, una con vino tinto y otra con agua. Fue él mismo quien sirvió las primeras copas de tinto, y acto seguido salió del camerino, dejando a las mujeres solas de nuevo.

Amanda volvió a hablar, y esta vez, Liara sonrió ampliamente al escuchar sus palabras, incluso llegó a sonrojarse ligeramente.

Gracias, Amanda. —Le gustaba pensar que su música gustaba entre su público, pero siempre era de agradable que se lo hicieran saber, y ella no dudaba ni un segundo en agradecer cada cumplido que recibía por su música—. ¿Así que toca el piano? Esto sí que es algo verdaderamente inusual. —Tanto que sólo le había pasado otra vez, hacía tiempo, y con alguien al que hacía mucho que no veía—. Son pocas las veces que hablo con alguien ajeno al conservatorio que conozca bien un instrumento como el piano. Y, aunque tiene razón cuando ha dicho que no hace falta saber tocar un instrumento para reconocer una hermosa melodía, debo reconocer que la conversación que pueda llegar a surgir no se desarrolla de la misma manera. Gran parte de la gente que acude a este tipo de conciertos no sabe tocar, eso lo sé porque son ellos mismos los que me lo confiesan al final de cada actuación —aclaró—, y estoy segura de que disfrutan tanto como los que sí saben. —Dio un sorbo de su copa y volvió a dejarla sobre la mesa—. Pero cuando hablo con alguien que comparte esta pasión de la misma manera que yo, siento que me entiende mejor cuando intento explicar qué es para mí la música. Yo sí he tenido la oportunidad de conocer otros músicos ajenos al conservatorio, creo que es lo normal debido a mi profesión, pero admito que no es lo habitual. —La miró un segundo—. Así que me alegro de que Madame Mimieux le haya hablado de mí, porque eso ha permitido que nos conozcamos en el día de hoy —confesó, alzando su copa un poco y bebiendo después, como si estuviera brindando—. Si no es indiscreción... ¿Por qué eligió el piano? —preguntó, curiosa.
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Mensaje por Invitado Vie Mar 17, 2017 6:04 am

Aunque apenas fuera un instante, el rubor que cubrió sus mejillas de forma tan genuina como dulce casi me provocó una sonrisa, no satisfecha por haber sido la responsable, con mis absolutamente sinceros halagos, de provocárselo, sino gentil, porque me gustaba ver la sinceridad en sus rasgos tanto como la escuchaba en su voz. Algo en aquella joven, en Liara, me recordaba a los amaneceres a los que hacía más de un milenio que había renunciado: ella se me antojaba como una mujer brillante, en más de un sentido, que apenas acababa de comenzar a relucir y que ya deslumbraba por completo a aquellos que la miraran sin la debida protección. Con la guía adecuada, y Madame Mimieux se había encargado de que dicha guía fuera la mía, consciente gracias a la relación profesional que manteníamos desde hacía ya bastante tiempo de que no podría resistirme a los encantos de Liara, y ni siquiera en el plano físico, sino en el musical. Con ella, aparentemente, había sentido una conexión inmediata, lo suficientemente intensa para que no se me pasara por la cabeza no contratarla ni por un momento, y también tan intensa que ya estaba empezando a hacer algunos planes, por supuesto de forma sumamente informal, para los futuros conciertos que podría ofrecerle. Aun así, mi atención permanecía sumida, en su mayor parte, en la conversación que estábamos manteniendo, y en la que ella tomó el relevo para preguntarme por algo que yo le había dejado caer, pero en lo que no había profundizado demasiado, creía, con casi nadie... Únicamente con algunos seres que hacía mucho tiempo que no veía, y dado que eran sobrenaturales y París seguía plagada de inquisidores, era bien probable que por desgracia ya hubieran conocido su final a manos del brazo armado de la Iglesia Católica.

– Tuve mi educación musical más o menos seria hace años, cuando era más joven, muy lejos de aquí. Por diferentes circunstancias, he viajado mucho durante toda mi vida, y he tenido algunos maestros que me ayudaban en puntos diferentes del continente, si bien precisamente por viajar tanto, nunca podría comprometerme seriamente con ninguna enseñanza. – aclaré, simplificando la verdad un tanto, pero no por ello mintiendo, pues de entre todas las cosas que le había dicho, ni una sola había sido un embuste. Durante mi vida inmortal, especialmente desde que llegara a la moderna Roma en la época de Miguel Ángel, la música había sido una constante en mi vida tan importante como la pintura o la escultura, y me había tratado de instruir en la mayor parte de instrumentos posible, aunque solamente el piano y el violín hubieran sido mis predilectos, hasta el punto de que algunos me habían llegado a decir que los dominaba. En mi defensa, por supuesto, debía decir que superaba el milenio de antigüedad; si con todo ese tiempo no me había convertido en una maestra en al menos una rama del conocimiento, definitivamente había estado malgastando los siglos de una manera abismal. – Lo cierto es que mis dos pasiones son el piano y el violín, y si me gustan es por un motivo tan sencillo que probablemente le parezca absurdo: disfruto mucho de sus sonidos. El violín me fascina por lo chirriante que puede llegar a ser, lo creo muy expresivo y muy vivo, pero el piano... Si elegí el piano es porque lo creo el más versátil de todos, el que puede expresar absolutamente lo que se desee con tal de encontrar las teclas correctas. Ambos fueron un desafío, por supuesto, pero disfruto de ellos por igual. – afirmé, y por un instante mis dedos bailaron por el borde de la copa, creando otro sonido que no era tan puro como cabría esperar, pero tampoco tan estruendoso como si el cristal fuera de ínfima calidad.

Sin poder evitarlo, me adelanté un poco hacia ella, no lo suficiente para levantarme y quedar a su lado, pero sí lo bastante para que quedara muy claro que mi atención estaba por completo puesta en ella. No mentiría diciendo que no tenía curiosidad, pero sabía que debía refrenarme si quería que el misterio de mi identidad se mantuviera todo lo posible, y me gustaba la comodidad de no estar atada a mi título, así que buscaría que así fuera durante todo el tiempo que me fuera posible. – Era inevitable acabar tocando algún instrumento. Soy una enamorada del arte, me he educado en ese ámbito durante más tiempo del que puedo recordar, y aunque mi énfasis suele encontrarse en las artes mayores, la música es una pieza clave a la que no puedo, ni quiero, renunciar. Supongo que, para mí, eso es la música: arte, pero uno que se aprecia con el oído, no con la vista o el resto de sentidos. Dígame, Liara, ¿para usted qué es la música? – pregunté, con la certeza, pues ella misma así lo había afirmado, de que por tener eso en común podría comprenderlo mejor que nadie. A fin de cuentas, ¿no era así como funcionaban las relaciones de cualquier tipo? Cuantos más elementos compartidos existieran, más posibilidades había de acercamiento, y lo cierto era que yo con Liara buscaba precisamente eso, aunque, y sin que sirviera de precedente, de la manera más profesional y platónica posible. Dado el motivo por el que había acudido a ella, consideraba que, sin dudas, ese era el mejor tipo de acercamiento que podríamos llegar a realizar ella y yo para el más común y mutuo de los beneficios.
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Mensaje por Liara Eblan1 Jue Mar 30, 2017 3:12 pm

El piano y el violín. Sintió otra vez esa sensación, como si ya la hubiera conocido antes, lo que hizo que la escuchara con total atención. No es que si fuera otra persona no fuera a hacerlo, al contrario, Liara era, entre muchas otras cosas, educada para con el prójimo. Pero aquella mujer, con ese aire tan misterioso que la envolvía por completo, esa forma de moverse tan delicada y, sobre todo, su pasión por la música, le resultaban tan familiares que no necesitaba forzar la conversación, sino que ésta fluía de manera natural.

Es difícil mantener una educación continuada cuando se viaja mucho. Yo lo tuve fácil en ese sentido, no he salido de París, así que no tuve que cambiar de escuela —comentó—. Bueno, en realidad, sí salí, pasé un año en Viena, pero siempre bajo la tutela de una conocida de Madame Mimieux, así que el cambio no fue demasiado dramático. Un amigo me habló de cómo viven la música allí, y pensé que tenía que comprobarlo por mí misma. ¿Ha tenido la oportunidad de visitar la ciudad?

A Liara ya se le había olvidado que seguía en su camerino del teatro hablando con una recién conocida tras haber finalizado una de sus actuaciones. Estaba claro que la música la absorbía tanto encima del escenario como fuera de él.

¿Qué es la música para mí? —repitió, desviando la mirada hacia el frente. Se relamió los labios mientras pensaba las palabras que definieran exactamente lo que era para ella aquel arte. —Yo diría que es la medicina para todos mis males. Es la mejor manera que tengo de canalizar lo que siento, sin importar si estoy alegre, si estoy triste, nerviosa, eufórica… La música que toco en cada momento es el mejor reflejo de lo que me pasa, sea lo que sea, y me gusta pensar que, cuando me siento frente al piano, soy capaz de transmitir ese sentimiento a la gente que me escucha, aunque sólo sea una pequeña parte. Ya me dirá si lo consigo. —Sonrió y cambió la postura de las piernas, cruzando una sobre la otra—. La verdad es que nada más tocar la primera nota, dejo de ser consciente de lo que me rodea y me centro sólo en la música, en tocar la siguiente tecla, en marcar los tiempos… Es algo que me absorbe completamente, de la misma manera la literatura lo hace con unos, o la pintura con otros.

¿Habría entendido lo que quería decir? Liara creía que sí, siendo, como decía, una apasionada del arte en general. Ella, por su parte, no era muy diestra en el resto. Su capacidad para distinguir una buena pintura se basaba, básicamente, en si le gustaba o no, y ello dependía de los colores empleados y de la escena plasmada en el lienzo. No tenía conocimientos suficientes para valorar la calidad del trazo del pincel o las distintas técnicas que los maestros habían utilizado para crearla. La escultura, por ejemplo, era otro de los ámbitos que se escapaban completamente de su conocimiento; le gustaban o no le gustaban, simplemente, pero la música… ¡Ah, la música! Tenía un oído tan fino que podía sacar la partitura sólo escuchando la melodía, y era capaz de detectar cualquier cambio en el timbre, tanto de las teclas de su piano como en la voz de su interlocutor, por mínimo que fuera. Era asombrosa, pero no habría llegado a serlo de no ser por su esmerada educación, fruto de la mano de Madame Mimieux.

Si yo elegí el piano fue sólo porque había uno en la casa de mi tío —siguió, volviendo la mirada hacia Amanda de nuevo—. Mi hermano y yo crecimos allí, perdimos a nuestros padres siendo niños, y cuando llegamos a París era todo tan distinto y tan nuevo… —Dio un trago de su copa y se quedó con ella en la mano, girándola con las yemas de los dedos desde el fino pie de la misma—. Recuerdo que pasé unos años con la sensación de estar perdida y sin saber muy bien qué hacer, cómo si me faltara algo, hasta que un día descubrí aquel viejo piano, me senté en el banco y decidí que quería sacar algo hermoso de esas teclas. Empecé a ir al conservatorio siendo ya algo mayor. Casi todos los niños que había me sacaban tres o cuatro años de ventaja, pero Madame Mimieux se esforzó mucho por ayudarme a mejorar. Si no hubiera sido por su empeño no habría llegado hasta aquí. —Dio otro trago, esta vez más largo, y pasó la lengua por los labios con intención de limpiarlos. Se quedó mirando la copa unos segundos y después elevó los ojos hacia Amanda—. ¿Hace mucho tiempo que la conoce?  A Madame Mimieux, quiero decir.
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Mensaje por Invitado Mar Abr 04, 2017 11:32 am

¿Cuán engañoso podía terminar siendo el concepto de tiempo? Cuando era humana, me habían obligado a asociarlo con Saturno, el que devoraba a sus hijos para evitar que lo destronaran cuando llegara el momento; la inmortalidad, por otro lado, me había dado una perspectiva distinta, mas ¿acaso no era inevitable cuando se pasa de tener una fecha de expiración a todo el tiempo, valga la redundancia, del mundo...? Lo que a mí solía parecerme un instante, al resto de seres le parecía una eternidad, y pese a que esa fuera la norma general, a veces encontraba gloriosas excepciones como la que estaba viviendo con ella. Así era: la conversación convertía nuestro tiempo, la eterna constante, juntas en algo que parecía pasar rápido, pero no de forma abrumadora, sino ajustada al interés que nos provocaba el intelecto de la otra en el propio. Y pese a que supiera que ella estaría, probablemente, de acuerdo conmigo (su actitud así lo revelaba, dado que aún no me había preguntado por mi identidad real), ¿cómo podía afrontar la respuesta acerca del tiempo que llevaba conociendo a Madame Mimieux si mi realidad, en ese sentido, era tan distinta a la suya? Poco importaba la coincidencia anterior si, ante esa información, la respuesta era prácticamente imposible de ser contestada por la enorme diferencia que producía Saturno y la caprichosa y personal visión que teníamos de él; mis modales, sin embargo, me obligaban a responder, por lo que debía hacerlo si quería mantener esa relajación y cordialidad que nos había invadido desde que ambas habíamos cruzado nuestros caminos de la forma menos casual posible. ¿O es que, acaso, podía considerarse casual que su maestra hubiera decidido que ella era la mejor candidata para mi estilo de vida y para los actos que el protocolo, al que gustosamente renunciaba frente a Liara, me obligaban a realizar...? Personalmente, creía que no, y además no solía caracterizarme por creer en los accidentes del destino de esas características, por lo que era inevitable para mí ponerlo todo de mi parte para garantizar que aquel encuentro no fuera un asunto de una sola vez.

– Ya hace algunos años, la verdad es que no recuerdo exactamente cuántos. – respondí, dando la cantidad más objetiva de tiempo posible, pese a que esos años parecieran apenas días desde mi punto de vista y dada mi naturaleza, por suerte o por desgracia, eterna. – Nos encontramos por casualidad, cuando me encontraba buscando un concertista para una celebración que tenía preparada pero para la que me había quedado sin nadie que se pusiera ante las teclas; ella también creía que la música era el medio para expresarse, y eso era lo que yo estaba buscando, así que conectamos enseguida. Creo que algo similar me ha sucedido contigo. – detallé, y finalmente sonreí, con la cordialidad apropiada para el tono que habíamos estado manteniendo hasta ese instante y atreviéndome a hacer explícito algo que, hasta ese momento, había sido implícito, aunque no por ello menos palpable o real para ambas, o eso esperaba yo al menos. – Ningún arte se desarrolla sin esfuerzo, Liara, y la música no puede ser una excepción. Yo mejoré porque me empeñé en hacerlo, en buscar los maestros que mis medios podían garantizarme, y he sido lo suficientemente afortunada para poder permitirme una educación semejante a la que Madame Mimieux te ha dado a ti, aunque sólo sea en constancia y esfuerzo. – aventuré, y a continuación yo misma dejé la copa, de forma semejante a como había hecho ella, aunque en mi caso fuera únicamente para centrar toda mi atención en ella, no en el vino que habíamos estado compartiendo. – Mi intención es, de ser posible, que continúe su educación. Considero que el arte es algo que debe practicarse y mejorarse siempre, y que jamás se deja de aprender, da igual el tiempo que pase. Mantengo, en la actualidad, una holgada posición social y económica que me permitiría hacerme cargo de usted, no solamente como pianista para mis eventos, sino también para ayudarla con su educación, de necesitarlo. Cuento con el contacto de maestros pianistas que Madame Mimieux conoce, y tal vez apruebe, en caso de que no pueda seguir con su educación aquí en París, dado que yo viajo mucho, y eso es algo en lo que usted participaría... Si acepta, por supuesto. Esa sería mi oferta: que trabaje para mí a cambio de remuneración y de poder continuar su educación. – ofrecí, con las manos cruzadas sobre el regazo, y abierta por completo a la negociación.
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Mensaje por Liara Eblan1 Dom Abr 16, 2017 4:50 pm

Dejó la copa sobre la mesa mientras escuchaba la historia de cómo se habían conocido Madame Mimieux y Amanda. Liara no ocultó su asombro al escuchar que su profesora había llegado hasta ella por medio de la música, pero tratándose de la mujer que le había inculcado ese tesón y esa pasión por lo que hacía, estaba claro que no podía haber sido de otra manera. Si Liara sentía ese amor por todo lo relacionado con ese arte, era gracias a su mentora. Puede que tuviera ese talento oculto desde niña, pero no habría llegado hasta donde estaba de no haber trabajado como lo había hecho. Amanda tenía razón: ningún arte se desarrolla sin esfuerzo, aunque se nazca con predisposición para ello. Liara no no era una excepción; no era especial, sólo había tenido una motivación muy fuerte para seguir siendo mejor cada día.

Sonrió a la vez que ella cuando habló de esa conexión que había sentido, puesto que se podía aplicar en ambos sentidos. Liara se dio cuenta de que ambas se parecían más de lo que a simple vista se podía apreciar. Habían querido aprender y lo habían hecho sin importar lo que otros tuvieran que decir sobre ello. Desconocía las trabas que le habían surgido a ella a lo largo de su enseñanza, además del evidente cambio de residencia constante y lo que ello conllevaba, y aunque las suyas propias no habían sido demasiado problemáticas, sí las había tenido, y casi todas provenientes de personas ajenas a ella y su familia. No todo había sido un camino de rosas, pero ahí estaban las dos, hablando de eso que las unía como viejas amigas.

Desde luego, no podría estar más de acuerdo en eso —aseguró—. Constancia y esfuerzo. Sin esas dos virtudes, no se puede conseguir nada en ningún ámbito de la vida, no sólo en el del arte.

Se acomodó en el sofá y apoyó las manos sobre una de las rodillas en una posición tranquila en un principio, pero que poco a poco se fue tensando en la medida en que la vampira hablaba. Su gesto no era de miedo o preocupación, sino de asombro, porque la escuchaba sin terminar de dar crédito a sus palabras. No contestó de inmediato, sino que alargó la mano despacio para coger la copa y dar un trago largo que le ayudara a ordenar sus ideas. Lo que siempre había soñado se le presentaba en bandeja de plata. ¿Cómo decir que no a semejante oferta? Y, además, teniendo la oportunidad de seguir mejorando su técnica, según ella, con profesores que la propia Madame Mimieux aprobaría. Había que ser un estúpido para rechazar la proposición de Amanda: ser su pianista personal. En ese momento se dio cuenta de que aquella mujer no podía ser un burgués cualquiera; había conocido a algunos, y no todos podrían permitirse viajar con un músico personal por el mundo. Porque lo que le estaba ofreciendo no era un puesto de doncella, que debe conocer los gustos de su señora. Liara sabía que un pianista podía conseguirse en cualquier ciudad, en todos los teatros y óperas había alguno. Debía ser una mujer importante si quería viajar con el suyo propio, lo que no llegaba a imaginar era cuán importante era.

Respiró hondo antes de mirarla.

¿Me está ofreciendo que toque el piano para usted? —repitió, sólo para comprobar que, efectivamente, había entendido bien—. No se ofenda, es que… es la primera vez que alguien me ofrece algo así y quiero estar segura de que he entendido lo que he entendido —aclaró. Lo último que quería era crear una confusión entre ambas y que la proposición se fuera al traste. Se pasó la palma de la mano por la frente y se frotó los ojos. Creía estar en un sueño—. Para un músico, ganarse la vida tocando, bien sea sobre un escenario como el de este teatro o en una fiesta, es el sueño de su vida. No es fácil vivir de esto, sobre todo para una mujer. Mis ingresos vienen de las clases de piano que imparto, no de este tipo de conciertos, que si los doy es porque Madame Mimieux me lo pide.

Se relamió los labios de puro nerviosismo y dio otro sorbo al vino, esta vez más corto, para refrescar la garganta, que se le había quedado seca. No creía que se le fuera a presentar una oportunidad igual en lo que le restaba de vida, ni creía que aquella oferta podía haber llegado en un momento mejor: no tenía ningún tipo de obligación familiar de la que encargarse, no tenía hijos o un marido que atender. Podía dedicarse a su música en cuerpo y alma y, no contenta con ello, ¡le ofrecía seguir ampliando su educación! Si no tuviera que mantener unas mínimas formas de etiqueta habría empezado a dar saltos por la habitación.

Sería una estúpida si dijera que no. —Los ojos le brillaban como si fueran el océano bajo el sol del mediodía—. Pero cuénteme, ¿en qué clase de eventos querría que tocara? ¿Fiestas, reuniones familiares…? Y, en cuanto a lo que ha dicho de viajar, ¿de verdad iría con usted? Lo pregunto porque tengo conocidos en el conservatorio que han terminado como músicos privados, pero creo que a ninguno les llevan consigo cuando viajan. Por lo que tengo entendido, buscan gente local si necesitan de alguien que les amenice las fiestas. Viajan con lo imprescindible, y, al parecer, sus músicos no lo son.

Ni siquiera se le ocurrió preguntar cuánto estaba dispuesta a pagarle. Sólo la oportunidad que era ser la pianista personal de alguien que se comprometía a hacerse cargo de su carrera musical valía tanto como la mayor de las fortunas. Aunque esto no lo dijo, estaría dispuesta a hacerlo gratis.
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Mensaje por Invitado Mar Abr 25, 2017 2:45 pm

No necesité ver en su cara, aunque su expresión fuera tan cristalina como el agua de un río en su nacimiento, la sorpresa para saber que la sentiría; del mismo modo, tampoco fue necesario que expresara su desconcierto ante mi oferta, pues claramente imaginaba, por lo mismo que lo anterior, que no sería algo que escuchaba todos los días. Ya no se trataba de las dificultades que traía consigo ser músico, especialmente para una mujer, aunque realmente pudieran contarse con los dedos de una mano qué cosas no eran difíciles para nosotras simplemente por no haber nacido hombres. No, en este caso concreto se trataba de algo más, de ese recelo natural que existe ante la buena suerte, ese pensamiento recurrente que se aparece de forma inevitable cuando la Fortuna parece sonreírnos con su más amable expresión y que lleva a pensar que si algo era demasiado bueno para ser verdad, probablemente no lo fuera. Bien, no iba a ser yo quien quitara fuerza a semejante advertencia, que efectivamente muchas veces tenía considerables motivos para aparecer cuando lo hacía; por una vez, no obstante, sí que dependía de mí demostrarle que, en ocasiones, la suerte sí que existía, y favorecía a los que trabajaban y luchaban por ella. En ese sentido, la charla que habíamos estado manteniendo hasta aquel momento había sido una introducción necesaria para el momento en que la había finalmente tratado de atraer a mi lado, pues gracias a ella había podido conocerme un tanto, apenas en la superficie, pero sí lo suficiente para considerarme alguien con intereses y medios legítimos. Por si mi aspecto físico no fuera suficiente, aunque sabía que lo era porque muchas veces me habían repetido que no podía renunciar al protocolo ni aunque intentara comportarme de forma vulgar, todo lo que habíamos estado hablando nos había conducido hasta aquel lugar concreto de la charla de forma orgánica, al menos en mi opinión, y pese a su incredulidad, no me ofendí, en absoluto.

– Lo comprendo, Liara. No es el pan de cada día que alguien venga tras un concierto, por maravilloso que éste haya sido, y haga una oferta de este calibre, así como de la nada. Especialmente sospechoso podría resultar teniendo en cuenta, precisamente, que los pianistas abundan en todo el continente, y especialmente en la ciudad de Salzburgo, donde he conocido a unos cuantos candidatos para la posición que le estoy ofreciendo ahora mismo. Aun así, lo confirmo: esa es mi oferta. – afirmé, y aunque sabía que la parte inocente de su mente, aquella que parecía dominar en su carácter jovial e incluso dulce (conmigo al menos), ya había aceptado, prefería dejar las cosas claras, hasta las sospechas que hubiera podido tener. Era mejor que ella se diera cuenta de que yo imaginaba perfectamente sus potenciales recelos y de que era capaz de lidiar con ello que ignorarlo todo por completo, como si no hubiera sucedido; así le daría cierta confianza, más allá de la que habíamos podido construir durante nuestra charla, y que aunque me parecía bastante intensa, bien podía ser frágil y momentánea, dependiendo de las circunstancias. – No hablamos de eventos tan privados como reuniones familiares... Se trataría en su mayor parte de fiestas protocolarias. Mi posición social me obliga, por desgracia, a darlas a menudo, y precisamente por eso prefiero contar con alguien que pueda labrarse mi confianza, en vez de arriesgarme a ir contratando pianistas en cada una de las ciudades que visito. – aclaré, haciendo un movimiento rápido con la mano para quitar importancia a lo que había dado a entender, que era algo que seguramente ella se preguntaba: ¿cuál era, exactamente, mi posición? Aún no quería tratar ese tema en concreto, pero sabía que ella tenía preguntas y que si yo quería ser completamente justa debía tratarlas con ella, así que decidí afrontar otro asunto antes de volver al básico: mi reino.

– Para mí, los miembros de mi entorno sí que son imprescindibles, especialmente cuando se trata de aquellos que me acompañan a eventos como ese. Viajan conmigo, como parte de mi séquito, y eso la incluye a usted. No obstante, le recomiendo no ilusionarse mucho: la mayor parte de mis viajes transcurren entre París y los Países Bajos, y aunque evidentemente las primeras veces sentirá auténtico placer por el traslado, llegará un punto en el que la aburrirá el trayecto. – resté importancia, de nuevo, a mis palabras con un gesto, pero esta vez había dado a entender cuál era, si no mi procedencia, al menos uno de los lugares donde se encontraba mi residencia y donde tenía lugar mi vida. Y aunque ella pudiera pensar que exageraba, yo inicialmente había sentido la misma atracción por la idea de una corte itinerante, de los trayectos que ello me obligaría a realizar por todo el continente, pero como solía acontecer con todas las novedades, había llegado un momento en el que, al transformarse en una obligación, había perdido todo su brillo inicial. Incluso a ella le pasaría, de eso estaba segura, aunque también sabía que probablemente le costaría más que a mí por su valiosa juventud, que la volvía inocente para lo malo pero, también, para lo bueno. – Su residencia se encuentra en París, ¿me equivoco? Cuando me encuentre aquí, usted vivirá en su propio hogar, creo que será lo más cómodo para ambas, y para que usted pueda mantener su propia vida sin interferencias ajenas. Me aseguraré de contactar con usted cuando la necesite, y ya está. En cuanto a las salidas, la notificaré con la debida premura, y me acompañará a los lugares que así le indique, donde me encargaré por supuesto de su manutención. Y, por cierto, no tiene por qué temer: como habrá intuido, mi posición social es elevada, y no le estoy ofreciendo esto por quedar bien, sino porque, realmente, dispongo de los medios para cumplirlo. – aseguré.
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Mensaje por Liara Eblan1 Vie Mayo 26, 2017 4:28 pm

Había entendido bien y no, no se trataba de una ilusa confusión producida por vaya a saber Dios qué; Amanda quería que Liara se convirtiera en su pianista personal, nada más y nada menos. El rostro de la joven no mostró todo el júbilo que en realidad estaba sintiendo. Ni podía, ni debía, a decir verdad, pero el brillo de sus ojos la traicionó lo suficiente como para que cualquiera se diera cuenta de lo que pasaba por su mente. A pesar de la explicación que le había dado, todavía le costaba asimilar  la oportunidad que el destino le estaba brindando frente a sus ojos. Hablaba de viajes a un país extranjero y desconocido para ella como eran los Países Bajos, entre otros. Desconocía si aquella mujer visitaría otros países a lo largo y ancho de Europa y si ella, Liara, entraría en aquellos viajes, pero, por lo que había dicho, así sería. Formaría parte de su entorno, y sólo en ese momento se le ocurrió pensar que clase de persona tenía un séquito no formado sólo por doncellas, mayordomos y cocineros. También le había dicho que no se ilusionara, pero, ¿cómo no hacerlo, si ella apenas había salido de la capital francesa? La expectativa de viajar fuera del país se le antojaba excitante en extremo, y más todavía si era para trabajar en lo que más le apasionaba. ¡Si aquello que le estaba ofreciendo era lo que todos en su situación querrían para sí! Aún la miraba de manera incrédula, pero sólo porque era algo difícil de creer.

No, no es habitual —aseguró—, pero entiendo lo que quiere decir. —Asintió lentamente con la cabeza—. No he tenido la oportunidad de visitar Salzburgo en profundidad, sólo estuve de paso en mi vuelta de Viena, pero sí he oído que allí hay grandes músicos. En todo aquel país, en realidad, parece que nacen con la música corriendo por sus venas. —Rememoró su viaje con cariño. El tiempo que pasó allí bajo la tutela de conocidos de Madame Mimieux fue la experiencia más emocionante de su vida. Emocionante en el buen sentido, claro estaba—. Me di cuenta de ello desde el primer momento en el que pisé el suelo vienés. Alguien me dijo que el viaje merecería la pena, y no se equivocó.

Para ella, era como si el aire de Viena oliera a música. A la vuelta de cada esquina siempre había algo que tuviera que ver con ella, una tienda, una escultura, una escuela, o incluso músicos callejeros, en su mayoría violinistas de estilo salvaje, que amenizaban la velada con los sonidos chirriantes de sus cuerdas. París, en ese sentido, era una ciudad simple y aburrida, donde la cultura musical era algo más bien limitado a sólo unos pocos. Tal y como habían dicho antes durante su charla, encontrar a alguien con conocimientos suficientes para mantener una conversación sobre música era algo complicado y poco frecuente. Ese era uno de los motivos por los que le había gustado Amanda, y por los que valoraba muy seriamente su propuesta, aunque su subconsciente ya había aceptado hacía un buen rato.

No se equivoca. Vivo cerca del conservatorio de Madame Mimieux, un par de calles hacia el este. No es una gran casa, pero es suficiente —explicó.

Se mordió el labio inferior con fuerza y dio un sorbo más del vino. ¿Resultaría demasiado precipitada si le contestaba claramente que sí? Pero… ¿y si se demoraba demasiado, o parecía demasiado puntillosa,  y ella perdía el interés? Estaba nerviosa, aunque no tuviera demasiados motivos para estarlo. ¿No? La oferta ya estaba hecha y aclarada, y ahora era su turno para hablar. No lo hizo de inmediato, sino que reflexionó durante unos pocos minutos antes de contestar.

Es una oferta increíble, Amanda, y aún sigo asimilándola. Me halaga mucho que me la haya ofrecido a mí, y no a otro de los muchos pianistas que hay, pero a la vez siento vértigo al pensar que es posible que no de la talla. —Suspiró, apretó los labios y se miró las manos entrelazadas sobre las rodillas—. Aún así, me gustaría intentarlo. Me gustaría mucho. —Levantó la mirada hacia ella y, esta vez sí, le dedicó una sonrisa tan brillante como el Sol. Sirvió de nuevo un poco de vino en la copa de Amanda y se la tendió, haciendo lo mismo con la suya—. ¿Qué le parece si brindamos? —Irguió la espalda y levantó la mano con la que sujetaba la copa—. Por la música. Y por esta nueva oportunidad.
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Mensaje por Invitado Lun Mayo 29, 2017 2:41 pm

Una buena muestra de hasta qué punto había sido productivo nuestro encuentro no era necesariamente el hecho de que iba a aceptar, lo sabía aun cuando no lo hubiera explicitado por el momento, sino que no había necesitado sondear su mente en ningún momento. En mi experiencia como monarca, en el momento presente, y como diplomática, durante un tiempo mucho mayor aunque se encontrara en el pasado, muchas veces me había valido de aquel don ante adversarios políticos terriblemente complicados, o incluso ante seres tan cerrados que, de no valerme de ese talento, me habría resultado imposible comprender. La capacidad de hurgar en pensamientos ajenos, que me venía de forma natural con el vampirismo, era algo que consideraba una última opción, un recurso para cuando todo lo demás hubiera fallado; teniendo eso en cuenta, no haberme valido de ello para mi diálogo con Liara era un triunfo, más aún que el hecho de que ella supiera apreciar una oportunidad de oro en cuanto se la ofrecían. Por otro lado, lo avispada que estaba demostrando ser era toda una ventaja en sí mismo, sobre todo para ella, pues ese era un talento que difícilmente se aprendía, pero que, de poseerse, podría salvarla de muchos problemas antes siquiera de que se encontrara atrapada por ellos. Era exactamente lo que necesitaba para compensar la dulzura y la inocencia que parecía rezumar, motivos por los cuales no le había contado ni lo haría a menos que fuera necesario que era una vampiresa; prefería mantenerla ignorante, viviendo en un mundo feliz pero de cuyos riesgos yo podría protegerla mientras trabajara para mí que enfrentándose a la dureza de los sobrenaturales asalvajados, completamente diferentes a como era yo la mayor parte del tiempo. Por si la generosidad de mi oferta no la hubiera abrumado ya, probablemente lo haría ese regalo cuando descubriera que se lo había hecho.

– No la habría elegido de no estar convencida de que va a dar la talla, señorita Eblan. Valoro mucho mi imagen pública, lo suficiente para dar muchas vueltas a quiénes son los más adecuados para formar parte del séquito que me rodea, y no se lo habría ofrecido de no estar segura. Lo hará usted bien, se lo prometo. – afirmé, con una calma tal que parecía irradiar paz, y que probablemente era lo que ella necesitaba para terminar de creerse que le había pasado un milagro sin haber visto ninguna deidad de por medio, ni siquiera un ángel aunque, para el imaginario colectivo, lo que yo había hecho al ofrecerle tamaña oportunidad sólo podía encajar en el comportamiento de un ángel de la guardia. Tales simplezas no encajaban conmigo, desde luego, pues era tan capaz de la mayor bondad como de la mayor crueldad; sin embargo, en aquel preciso momento había decidido ejercer lo primero, así que la comparación no resultaría tan odiosa. – Brindemos, sí. Por las nuevas oportunidades y por la música, que siempre vayan de la mano en armonía. – enuncié, chocando la copa con la suya a continuación, y dando finalmente el trato por sellado cuando me llevé el líquido a los labios y di un trago con el que terminé el contenido. No permití, sin embargo, que ella amagara con echarme más, pues coloqué la palma de la mano sobre el borde del cristal en un claro gesto de detención, tan delicado como efectivo pese a carecer de palabras. Aún había algo que debíamos hablar antes de dar por concluido el acuerdo, y pese a que no cambiara, sustancialmente, nada de lo que habíamos acordado, sí que era algo que creía que debía saber. – Bien, a estas alturas creo que ha quedado claro que soy una mujer poderosa. Quiero decir, tengo un séquito y le he ofrecido, señorita Eblan, formar parte de él... Ya se imaginará que no soy una persona cualquiera, en absoluto. Y, efectivamente, no lo soy; sin embargo, no deseo que ello cambie el trato que hemos mantenido hasta ahora. Así que, aunque mi nombre sea Amanda y sea monarca de los Países Bajos, para usted me gustaría ser simplemente Amanda, su empleadora. ¿Le parece bien? – cuestioné.
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Mensaje por Liara Eblan1 Sáb Jun 10, 2017 9:09 am

Brindaron por la música, por la oportunidad que le estaba brindando Amanda y por una relación que,  a priori, marchaba viento en popa. Cuando Madame Mimieux le propuso tocar aquella noche en el teatro estuvo a punto de decirle que no, a pesar de su insistencia. Por fortuna, y aunque a regañadientes, terminó aceptando sin saber lo que parecía que su maestra guardaba en la manga. En realidad, casi fue mejor así; Liara no tenía ni la más remota idea de que alguien —y no un cualquiera al que se le había antojado tener un pianista personal—, estaría en el palco escuchándola, con la intención de ofrecerle un contrato de trabajo, a todas luces fantástico. La joven pianista no sabía todavía que aceptando aquella inusual oferta terminaría tocando en la corte de un país extranjero, para deleite de su monarca. No, todavía no lo sabía, pero sólo por poco tiempo.

Ambas apuraron la copa en el brindis, y Liara cogió la jarra para servir un poco más, pero el gesto de Amanda fue suficiente para que apartara el recipiente. Ella tampoco se sirvió por pura cortesía, no porque no quisiera beber otra copa. Tenía ganas de celebrarlo, de contárselo a todo el mundo y de gritarlo a los cuatro vientos. Amanda estaba convencida de que lo haría bien, y la seguridad con la que se lo había dicho la tranquilizó. Pensó en cómo serían los viajes, en todo lo nuevo que tendría posibilidad de ver, en la sensación de tocar el piano rodeada de gente, en vez de ser observaba desde la platea. En su interior se sentía eufórica.

Amanda volvió a hablar, y Liara fijó sus ojos en ella, en su rostro, más concretamente, para demostrar que tenía toda su atención y así poder escucharla, sin tener ni idea de qué más querría decirle. Realmente parecía como si le hubiera leído el pensamiento, puesto que comenzó a hablar de su séquito —del que formaría parte a partir de ese momento—, y llegó a la misma conclusión que había llegado la propia Liara momentos antes. Ninguna persona pudiente que ella conociera tenía un servicio como aquel que le estaba describiendo, así que, como bien había sospechado, aquella mujer era de una clase superior a lo que ella estaba acostumbrada. Era poderosa, pero, ¿hasta qué punto? La inocente y creativa mente de Liara no fue capaz de imaginarlo, y fue por eso que la mandíbula se le desencajó cuando Amanda confesó su posición social de aquella manera tan repentina, como si no tuviera importancia alguna. ¡Por todo lo sagrado! ¡Se encontraba charlando con la mismísima reina y ni siquiera se había dado cuenta!

Claro —dijo en tono tranquilo, sin saber bien cómo. Había sido su cabeza, en un intento por seguir manteniendo aquella conversación de la misma manera fluida y natural, la que había movido sus labios para cerrar la boca y poder contestar. Tal vez lo consiguió sólo porque todavía no había terminado de asimilar la situación al completo. No hacía más que repasar lo acontecido, desde que bajó del escenario hasta que llegó al camerino, donde la esperaba aquella mujer misteriosa con aquel regalo bajo el brazo. ¡Joder! ¡Iba a tocar en el círculo de la monarca de los Países Bajos! ¡Ella! Si es que aunque lo jurara una y mil veces nunca la creerían cuando lo contara—. Me parece bien.

Sonrió y volvió a llenarse la copa sin reparo alguno, dando después un trago bastante poco modesto. Aunque su tono de voz fuera tranquilo, su pulso no lo era en absoluto. Parecía que el corazón fuera a salírsele del pecho, y su mano temblaba tanto que la copa tintineo contra la mesa cuando la dejó. Carraspeó, se relamió los labios para quitar los restos de vino y se los secó dando pequeños toques con el dorso de la mano. Suspiró. Nunca antes había tratado con alguien de la nobleza, así que desconocía completamente cuál era el protocolo correcto, pero imaginaba que usar el nombre de pila para referirse a ellos no era lo habitual, al menos para alguien que no formara parte del círculo de su más estricta confianza. El hecho de que le pareciera bien llamarla por su nombre no quitaba que no fuera a costarle, aunque supuso que al no tener costumbre de dirigirse a reyes ni reinas le haría las cosas más fáciles, ¿no?

La puerta del camerino sonó con dos toques secos y se abrió con suavidad. El mismo hombre que había traído las bebidas entró con un carrito para llevárselas sin decir absolutamente nada, tan sólo un movimiento de cabeza. Parecía que el personal del teatro ya estaba recogiéndolo todo, pero Liara todavía tenía algo que preguntar, así que  devolvió el gesto al hombre y esperó a que saliera antes de continuar.

Amanda —dijo, no sin esfuerzo—, tengo una pregunta sobre todo esto. Puede que sea una estupidez, pero prefiero aclararlo antes de meter la pata. —Apoyó las palmas de las manos sobre las rodillas y apretó los labios antes de continuar—. ¿Debo utilizar algún título, o nombramiento especial, cuando no estemos solas? ¿O puedo llamarla Amanda frente a otra gente? Imagino que no todos la llamarán así, y lo cierto es que no tengo noción alguna sobre cuál es el protocolo a seguir para dirigirse a un monarca en público.
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L'hirondelle {Amanda Smith} Empty Re: L'hirondelle {Amanda Smith}

Mensaje por Invitado Jue Jun 22, 2017 6:00 pm

Siempre había una multiplicidad de reacciones posibles ante cualquier frase en la que se expusiera algo, y eso por no hablar de la variedad creciente que se abría como un abanico de posibilidades en función del mensaje que se estuviera transmitiendo a la otra persona en cada momento. Pese a que no tuviera particular experiencia con aquella confesión en concreto, pues allá donde iba solía hacerlo bajo el palio de protección y rectitud social que ofrecía y obligaba al mismo tiempo mi título, suponía que las principales opciones eran que se sorprendiera, que se lo tomara con naturalidad o, incluso, que se ofendiera porque había estado mintiéndole hasta aquel preciso momento. Dado el rumbo que había tomado nuestra conversación, incluso con mi confesión, suponía que la ofensa sería lo último que se le pasaría por la cabeza a la pura Liara, una mujer que era como un rayo de sol en un cielo nublado (o eso suponía, dado que hacía más de un milenio que no veía al Astro Rey) y que parecía incapaz de brusquedades o de violencia, aunque ello no significara que estuviera al margen de tales bajezas. Ni siquiera los seres más puros se libraban de sucumbir a las tentaciones de la rabia y los malos sentimientos; precisamente, la rabia que más ha de temerse es la de una persona buena, que a priori nadie pensaría capaz de ser un peligro, pero que, precisamente por eso, sorprende más que el resto. Si bien estaba segura de que Liara no tenía ninguna intención de mostrarse rabiosa, incluso aunque lo hubiera considerado como posibilidad (remota o no, lo era), nunca estaba de más admitir la posibilidad de que pudiera suceder, ya que eso ayudaba a no divinizar a nadie antes de tiempo. Cuanto más realismo, cuanta más certeza de que los humanos y los demás seres tienen sus luces y sus sombras pese a lo que puedan aparentar, mejor para desarrollar cualquier tipo de relación con el ser en cuestión, ¿no?

En cualquier caso, Liara reaccionó con absoluta tranquilidad, y únicamente la sorpresa mancilló sus rasgos un instante, lo suficientemente prolongado para que pudiera verla pero no lo suficiente para poder tildarla de única reacción ante mi inesperada confesión, ya que lo que dominó, en última instancia, fue la tranquilidad. Efectivamente: con un saber estar que muchas damas de cuna más alta que la suya ya querrían para sí, Liara aceptó y se adaptó a la nueva realidad que le había puesto sobre la mesa, y lo único que revelaba su nerviosismo para alguien que no pudiera escuchar el latido frenético de su corazón fue la copa de vino que bebió, en contraste con la mía, vacía. El resto de su comportamiento fue ejemplar, incluso con la breve interrupción que, no obstante, no sirvió para mitigar su curiosidad, algo que me hizo sonreír con cordialidad. – Nadie me llama Amanda en público, sería una manera horriblemente familiar de dirigirse a alguien en mi posición, y creo que usted ya sabe que, en este mundo en el que vivimos, mostrar familiaridad es algo que está absolutamente repudiado. – aclaré, encogiéndome de hombros como si la idea me pareciera una estupidez, y lo cierto era que eso no estaba demasiado lejos de la realidad. Salvo en las ocasiones en las que se tenía que mostrar frialdad porque no se quería que un enemigo supiera por quién se sentía más o menos aprecio, lo cierto era que todo sería mucho más natural y más práctico si se pudiera renunciar al protocolo, pero esa opción era imposible en el mundo en el que vivía y al que la había invitado, así que, para mi desgracia, debía continuar como siempre. – Lo normal es llamarme alteza, en estos casos. Por lo demás, seguir hablándome como hasta ahora es lo correcto: el trato con un séquito nunca es tan estricto como el trato hacia otros nobles. Eso podría enseñárselo más adelante, si quisiera... Por desgracia, creo que ahora nuestro tiempo ha llegado a su fin, y tendremos que esperar al siguiente encuentro para hacerlo. Por ahora, ¿trato cerrado?
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Mensaje por Liara Eblan1 Lun Jul 03, 2017 3:14 pm

Enseguida se dio cuenta de lo estúpido de su pregunta. ¿Quién demonios iba a llamarla Amanda en público? Nadie, claro, y mucho menos ella, que, aunque la misma reina le había pedido salirse del protocolo para dirigirse a su persona, no iba a ser más que la pianista de la corte. Iba a tener que acostumbrarse a tratar con una clase a la que ni en sueños habría pensado pertenecer y con la que no tenía ninguna relación más allá de las presentaciones que ellos mismos realizaban al terminar actuaciones como la de esa noche. Quizá podía limitarse a dar sus conciertos privados y marcharse, sin más protocolos que los rigurosamente necesarios, pero sabía que, incluso así, algo iba a tener que aprender.

Por supuesto —contestó—. Y estaría agradecida si me diera las nociones necesarias de cómo debería referirme no sólo a usted, sino al resto de personas con las que tendré que relacionarme, en caso de que precisen un trato distinto al habitual. —Se levantó del sofá y se alisó el vestido en el tiempo que tardó Amanda en levantarse también—. Le acompañaré a la entrada, si le parece bien.

Señaló la puerta del camerino y se acercó primero para abrir la puerta, esperando en el quicio a que pasara la reina primero. Los pasillos de aquel teatro podían llegar a convertirse en un laberinto, pero Liara había pasado allí las horas suficientes como para aprenderse cada resquicio de memoria. No tardaron apenas tiempo en llegar a la entrada, ya vacía después de que el público hubiera abandonado las inmediaciones. Como no podía ser de otra manera, un hermoso carruaje esperaba a Amanda al final de la escalinata.

Esperaré noticias suyas, entonces. Que tenga una buena noche —dijo—. Hasta pronto.


FIN
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