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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Marla Van Driesten Sáb Nov 19, 2016 1:36 pm

Podría parecer raro, después de tantos años, siglos… Estaba nerviosa por un mero reencuentro con alguien. Después de haber sobrevivido a la esclavitud, a perder a cada persona que quería, a ver destruido su pueblo y su vida; ahora todo en ella estaba concentrado en esa mujer. Había pasado más de un milenio desde que la viera por primera vez, de que supiera que había algo entre ellas que nunca había sentido con esa intensidad y por fin –si todo salía bien- podría hablar con ella de nuevo. El evento que tenía lugar esa noche estaba relacionado con la joya de la corona para Amanda, su museo. El hotel estaría repleto de pintores, escultores, de toda clase de artistas y por supuesto de invitados de cada casa real europea e incluso alguna del extranjero. El grupo de seguridad contratado para conseguir que no hubiera altercados era inmenso, Marla no tuvo problema en acceder a él y asegurarse un hueco vigilando a los invitados. A pesar de ser una mujer, y contra los estereotipos machistas, jamás se había retirado de una batalla por un simple no. Tenía claro lo que disfrutaba, de lo que vivía y la había sentirse viva; las guerras. Desde pequeña tuvo que ser instruida, por su padre, en el arte de la guerra, la enseñaron a pelear, a asesinar, a defenderse… Trabajo que acabó años más tarde su sire, Markov no paró hasta dar por finalizado su entrenamiento, hasta que supo que Marla no sería débil ante nadie. Y ahora ahí estaba, quizás no en el mejor momento para ellas, pero así se había presentado la oportunidad y demasiado tiempo se había demorado su encuentro.

Cuando llegó el momento de vestirse Marla dudó. No había tenido problemas con esos temas antes pero, ¿debería arreglarse algo más que de costumbre? Estaba claro que debería ir cómoda -por si tenía que intervenir y atrapar o matar a alguien- pero teniendo en cuenta que la invitación era de etiqueta para todos los asistentes decidió al menos maquillarse. El color negro resaltó el tono azul verdoso de sus ojos a juego con el vestido que escogió finalmente, ligero, sin apenas adornos. En el pelo se hizo un semi-recogido que retiró la mayor parte de su rostro, dejando tan solo unos mechones sueltos al azar. Colocó estratégicamente una de las dagas con que más cómoda se encontraba y era del tamaño perfecto para llevar oculta en la ropa. El abrigo negro de piel acabo el conjunto y salió de la casa en que se hospedaba con paso rápido. En el momento en que llegó al hotel las entradas y salas principales habían sido ya asignadas por lo que se la encargó vigilar las puertas traseras y el jardín. No era lo que hubiera deseado pero asintió en señal de comprensión y se alejó del barullo de hombres para revisar la zona antes de la llegada de los invitados y la anfitriona.

Oía perfectamente las conversaciones de quienes paseaban por el interior, en su mayoría humanos alabando el museo de Amanda, otros aprovechando que habían ido sin sus esposas para flirtear con cualquier joven hermosa que veían y se dejaba, alguna pareja atrevida acabó por perderse en los jardines en busca de algo más de intimidad. Marla tenía la situación bajo control pero en lo que más concentración había depositado era cómo no la voz de la pelirroja, iba y venía; en ocasiones dejaba de percibirla pero el nerviosismo era patente en la vampiresa. Rogaba mentalmente que todo aquello acabara pronto, que se despidieran los invitados para poder encontrarse con ella, mas todo sucedió antes de lo pensado y de una manera que no tenía prevista. En el mismo momento en que tuvo que intervenir en una pequeña pelea entre dos hombres una sombra se situó en su espalda. Fue al darse la vuelta cuando se quedó muda. Ahí estaba, la pelirroja, su pelirroja. No supo cuál fue su rostro pero por la expresión de Amanda pudo entrever que cuanto menos graciosa. -Hola pelirroja-, nunca había conocido su nombre, el impuesto por sus padres, y por tanto llamarla Amanda le parecía demasiado superficial e insulso. Estaba aún más preciosa que cuando la conoció, aunque personalmente tanta joya era demasiado para ella, no lo necesitaba para destacar, incluso parecía opacar su belleza natural.


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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 3:00 pm

No había un solo detalle del Hôtel des Arènes en el que yo no hubiera intervenido para convertirlo en algo perfecto, adecuado al estatus del evento que yo misma había organizado allí para la promoción del Museo del Louvre, de mi propiedad y convertido en un éxito indiscutible para la ciudad de París. Si bien había sido consciente desde un primer momento de las reticencias de aquellos que habían visto con malos ojos una institución como la mía, especialmente tras la desafortunada destrucción de obras religiosas durante la Revolución, me había mantenido firme, y la solidez de mi posición se había traducido en un Museo que atraía a una importante cantidad de público. Muchos de mis pares aún renegaban un tanto de la permisividad, a su juicio, con la que actuaban el Louvre y su directora permitiendo la entrada a algunos desharrapados que se maravillaban con las obras colgadas en las paredes; otros, lo consideraban un acto de caridad para con los más desfavorecidos, para acercarlos a un lujo que nunca catarían. Yo, por mi parte, siempre había considerado que si se utilizaban las portadas de las iglesias hacía varios siglos para educar a aquellos que no sabían leer ni escribir pero sí conocían la Biblia, al menos los episodios que les contaban los sacerdotes, ¿por qué no iba a ser semejante la situación ante un lienzo, por ejemplo, del magnífico Leonardo? Las imágenes poseían un altísimo poder del que apenas unos pocos elegidos, sobre todo los ilustrados y los propios artistas, éramos conscientes, y si bien dentro de mi mentalidad resultaba absolutamente apropiado aproximar al público a semejante comprensión, para el resto ello me convertía en excéntrica, de forma no obstante completamente inofensiva. Dadas las circunstancias, poseer aquella ventaja me colocaba aún más por encima de ellos que mi naturaleza inmortal, y por eso desde el instante en que había decidido convertir el Hôtel des Arenes en un escaparate del Louvre y de la flor y la nata de la sociedad que se congregaban allí, la idea estaba destinada a ser un éxito.

Por supuesto, era consciente de que en la misma medida en que era el Louvre lo que estaba promocionando, los ojos de los nobles recaerían en su directora, y debía esforzarme en mantenerme a la altura de lo que quería transmitir a los selectos invitados del evento. Así, puse extremo cuidado en mi propia apariencia, con joyas exquisitas, un vestido de intenso tono verde que iba a juego con mis ojos, y los cabellos rizados y recogidos caprichosamente en un recogido en el que también había algunas joyas esparcidas, aquí y allí. Además de ello, me había perfumado el cuerpo con afeites con esencia de azahar, y la frescura de la flor y de su aroma iban haciendo que los invitados no perdieran nunca el rastro de donde se encontraba la anfitriona, yo, rodeada de un cuerpo de seguridad que no necesitaba, no realmente, pero sí de cara a la galería. Tal protección extra me garantizaba libertad para mirar a mi alrededor y continuar escudriñando cada detalle, el rostro de cada invitado, las identidades de los que conocía… y de entre esos últimos, la vi a ella. Aunque apenas recordaba la fecha exacta, el último encuentro que habíamos compartido no se me borraría jamás de la cabeza, sin importar los siglos que transcurrieran; Isela continuaba siendo tan hermosa como siempre, con ese aire salvaje que nunca nada ni nadie conseguiría domar, y brillaba con luz propia en un mar de rostros anodinos donde el suyo siempre destacaría. Con mi cuidadosa observación de sus rasgos, esperando quizá empaparme de ellos antes de acaparar el valor de acercarme a hablar con ella, me di cuenta de que aún no me había encontrado entre la multitud, y esa escasa ventaja me dio fuerzas de flaqueza suficientes para acercarme, en el mismo momento en que dos hombres protagonizaban un altercado que nos proporcionó momentánea intimidad. – Mi estimada Isela… – sonreí, por su expresión y de puro júbilo, y en el instante en que nadie nos prestaba atención rocé sus dedos con los míos, como una promesa de que continuaríamos viéndonos cuando estuviéramos solas, para hablar de los viejos tiempos… y de cómo nos habían tratado los nuevos. – No sabes cuánto me alegro de verte, germana. ¿Me permites robarte unos minutos de tu tiempo para hablar contigo, vieja amiga…? – propuse, mordiéndome el labio inferior y mirándola a los ojos, donde se podían leer las mismas ganas que tenía yo de recuperar siglos perdidos con ella.
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Mensaje por Marla Van Driesten Miér Ene 18, 2017 4:56 pm

¡Por el mismísimo Odín! Esa maldita sonrisa valía más que todas las joyas que portaba consigo. Nadie parecía apreciar la naturaleza de Amanda, y no, no se refería a su condición vampírica sino a su ser, a su pasión, su salvajismo y su inteligencia. El más inteligente de todos los hombres que se arremolinaban alrededor de la reina quizás había podido observar uno o dos de sus rasgos característicos, pero nadie la veía entera. Marla, quizás erróneamente, consideraba conocer a la verdadera mujer que Amanda ocultaba bajo esa fachada de cortesía y poder y era esa –y sólo esa- la que había cautivado a Marla durante siglos. Markov, su creador, llegó a reprocharla que aquello rozaba la obsesión pues en los días que compartieron en Roma Marla jamás dejó de buscar a la pelirroja, ignorando claro estaba, que esta se había convertido también y se movía con libertad por el mundo. Miró de forma inconsciente hacia abajo cuando sintió el roce de los dedos ajenos y sonrió, no deseaba nada más que estar a solas con ella en ese instante. Mentira. En realidad lo que deseaba era besarla, estuvieran a solas o no, pero siendo Amanda quien era, aquello sin duda la perjudicaría y era lo último que Marla quería. Sabía que tenía la garganta seca y tuvo que toser antes de contestar, -¿unos minutos? Esperaba poder secuestrar a la reina al menos una noche entera-, no estaba tranquila y eso para ella siempre era un problema. Una mujer controladora, seria y experta en dominar todo lo que la rodea, estar frente a la mujer que puso patas arriba su vida en tan solo una noche era punzante, -mucho tiempo sin verte Amanda, demasiado-. ¿Había deseado a alguien como a ella? No. Había algo, no sabría explicar el qué, una conexión directa con esa pelirroja que hacía que todo lo demás se convirtiera en polvo cuando estaban juntas.

La pelea, de aquellos dos hombres que las mantenía fuera del foco de atención, había cesado y por tanto debían separarse. Dos miembros de la guardia personal de Amanda se acercaron hasta ellas escudriñando a Marla, -rue Blanche, número 17-, susurró en su oído lo bastante bajo para que ningún otro pudiera escucharlo, -deshazte de todo lo que sobra y saldremos solas-. Todo lo que sobraba era tanto su guardia, como toda esa pomposidad que vestía. Necesitaba verla de nuevo, a la que ella recordaba, un vestido sencillo y el pelo suelto. Nadie se fijaría en dos muchachas de clase media, algún hombre quizás, pero nadie que pudiera reconocer a Amanda como reina. A pesar de tener la obligación de separarse la una de la otra, ambas seguían ancladas en el suelo, con los hombres que la protegían algo tensos pues sabían que había algo que se les escapaba. Fue Marla quien, finalmente, decidió dar un paso atrás cediendo el espacio necesario para que Amanda continuara con su trabajo de esa noche. Esperó hasta que el último de los invitados se hubo ido, recogió su dinero por el trabajo realizado y regresó a la pequeña casita que tenía alquilada. Ese dinero lo usaría esa noche o al menos eso deseaba. Apoyó la espalda en la puerta tras cerrarla y se quitó el abrigo, a veces la resultaba ridículo usar esa prenda cuando ella misma tenía la temperatura corporal de la nieve. No tenía ni la más mínima idea de lo que tardaría Amanda de librarse de todo ese séquito que la seguía allá a dónde iba, por lo que descorchó una botella de vino y abrió la ventana. Cada noche se colaba el sonido de la música de un bar contiguo y la relajaba profundamente. Desde que había llegado a París, salvo cuando salía a cazar, era cita obligada para ella; música y vino. Captaba desde la butaca cada sonido de esa música, cada olor de la calle, las voces de quienes paseaban y el sabor afrutado del buen vino. Si esa noche era posible compartir esa sensación de tranquilidad con Amanda sería simplemente perfecto. Dos golpes. Abrió los ojos y se puso recta, ladeó levemente la cabeza y sí, ahí estaba ese olor. Posó la copa en la mesita de madera y caminó hasta la puerta descubriendo de nuevo ese color fuego enmarcando el rostro de aquella mujer. -Ya pensaba que no ibas a aparecer-, mintió con descaro invitándola a pasar. Junto a su propia copa había otra, ya servida, que dejaba claro que ni por un segundo dudó de que esta fuera a aparecer. La noche era suya.


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Mensaje por Invitado Mar Ene 24, 2017 4:02 pm

Su nombre soñaba como un sueño que crees olvidado al amanecer, o en mi caso al anochecer, pero que cuando menos lo esperas, te aborda con la violencia del beso de un amante apasionado, con tanta riqueza de detalles y matices que te hace hasta dudar de si era sueño, o tal vez había sido realidad. Isela, frente a mí, se me antojaba una diosa de la guerra difícilmente contenida en una apariencia formal que no le correspondía, tan salvaje como solamente una bárbara, igual que yo lo había sido en mi humanidad, podía llegar a serlo, y su embrujo no pasaba desapercibido a aquellos que elegíamos conscientemente fijarnos porque ella nos lo había permitido. A la vista estaba, no obstante, que yo era la única destinataria de sus atenciones, pues salvo la guardia que me escoltaba y que la miraba con desconfianza, ante los demás ella era como un espectro, alguien a quien eran incapaces de prestar atención… Por suerte para mí. Tal parecía que su presencia, efectivamente, se convertiría en un regalo que solamente yo tendría el privilegio de desenvolver y de apretar contra mí con fuerza para que nadie, humano o inmortal, me lo arrancara después de tantos siglos. Así pues, embrujada por el efecto que la hermosa mujer poseía sobre mí, me faltó el tiempo para dedicarle una mueca pícara ante su proposición altamente indecorosa, y cuando finalmente me susurró al oído una dirección, seguramente del Paraíso Terrenal simplemente por encontrarse ella allí, supe que la decisión estaba tomada de antemano: aquel evento ya no me necesitaría más. Sin embargo, mi posición me apresaba en tanto que no podía escaparme sin más, y por ello me vi obligada a hacer de tripas corazón y mantener la farsa mientras me aseguraba de no dejar ni un solo cabo suelto y de que cada invitado se marchaba con una felicidad que ni podía compararse, remotamente, a la mía, al saberme observada por la mirada cristalina de mi Isela. Únicamente, pues, cuando se hizo la calma y supe que ella se había marchado, me permití ordenar a la guardia que me condujera a mi palacete y dieran por concluida su jornada, ya que allí sabía que no me vigilarían.

En cuanto estuve sola, en la intimidad de mis aposentos, me deshice de los ornamentos que decoraban mi piel y mis cabellos; me deshice, incluso, de parte del vestido, para quedarme únicamente con uno de tal sencillez que nadie, absolutamente, lo habría asociado conmigo y con mi regia posición. Tras asegurarme de que no se oían respiraciones ni pasos en mi hogar, me deslicé a través de las galerías llenas de un arte que no se exponía en el Louvre y, a través de las estancias de la servidumbre, me lancé a los brazos de la noche, quien sería la encargada de conducirme sana y salva hasta la dirección que Isela me había regalado. El trayecto, no obstante, se me antojó eterno, como toda espera antes de un acontecimiento deseado con fuerza, y cuando llegué finalmente no era del todo consciente de si todo estaba siendo un maravilloso sueño o si ella, que me esperaba con una copa de vino, era real, palpable y mía, finalmente mía. Por ello, hice lo único que estaba en mi mano, dadas las circunstancias: reduje la distancia que nos separaba y atrapé sus labios en un beso intenso, tanto como rápido y pasional, en el que la apreté contra mí como el regalo en el que la había convertido con simplemente aparecer en mi vida de nuevo, y tras el que casi me faltó el aliento… De ser humana, sin duda, me habría faltado por completo. – La duda ofende, no he cambiado tanto. – repliqué, casi ronroneando, y con cierta sorna, tras lo que me acerqué hasta la mesa para sostener la copa de vino entre mis dedos y poder catarlo para humedecer mi garganta, repentinamente más seca que antes. – Tus misivas siempre me han dejado con un dolor auténtico por no ser capaz de verte. ¿Me creerás si tengo el valor de decirte que te añoro…? Probablemente sólo lo hagas porque sé que es algo mutuo, ¿es eso lo que te ha traído hasta París? De ser así, brindo por ello; de no ser así, brindo por ti y por poder verte de nuevo. – afirmé, alzando la copa en el aire, a la espera de que ella la golpeara contra la mía y diera significado real a un gesto simbólico, pero no por ello menos certero.
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Mensaje por Marla Van Driesten Lun Feb 20, 2017 2:22 pm

La amó desde que la vio por primera vez, la amaba ahora y lo haría siempre. Cada movimiento y palabra de Amanda no hacía sino hacerla más consciente de esa verdad. El beso la había dejado como a una chiquilla primeriza en lecciones de amor e incluso de vida, ¡a ella que había vivido tanto! No pudo sino sonreír y relamerse los labios deseosa de que esa noche no acabara jamás. La pelirroja tenía algo que nadie más poseía, tenía una fiereza elegante, era salvaje pero casi nadie lo veía; tan solo la temía por algo que ellos no podrían explicar. Cerró la puerta cuando se dio cuenta de que seguía allí con la mano apoyada en el canto mirándola. -Hoy no habrá más dolor que el necesario-, respondió a su comentario, sabía cómo se había podido sentir con toda correspondencia pues ella misma llevaba años obsesionada con el reencuentro, añoraba su cuerpo, sus ojos verdes, el rojo de su pelo sobre la cama, todo. También había dolido saber que Amanda no era suya, al menos no exclusivamente, pero ese pensamiento posesivo se había rebajado con los años. Saber que parte de esa mujer la deseaba y amaba en cierta medida, que deseaba estar junto a ella y nunca la había borrado de sus recuerdos… eso era más que de sobra. Caminó hacia ella dejándola el espacio para que pudiera ojear el salón en que se encontraban, mucho menos suntuoso que los salones que ahora recorría Amanda y mucho más que el lugar donde se conocieron. -He venido por ti, sí-, aclaró sin pudor alguno, -tus asuntos personales parecen estar algo más calmados actualmente y yo no tengo guerra en la que tomar partido, ¿qué mejor momento que este para ver a una antigua amiga?-.

Era extraño desearla tanto pues, ciertamente, no diferían demasiado en lo físico. Ambas eran espigadas, de facciones finas y ojos claros, Amanda con el pelo más rojizo y Marla castaño; pero bien podrían parecer dos mujeres de la misma familia. Van Driesten siempre creyó en la conexión más que en el físico y con la reina sobraba, la tensión era palpable cuando estaban ambas en una habitación, las miradas eran continuas y al menos a Marla se la notaba el nerviosismo por las meras ganas de acercarse ella. Brindó con ella y acabó el contenido de la copa antes de tirar del vestido de Amanda hacia sí misma, -creo que los vampiros no nos mantenemos físicamente iguales desde la transformación, es imposible porque estás más hermosa que la última vez que te vi -. No tenía intención alguna de moverse de París, pero desconocía los planes de Amanda y su rey, -¿estás asentada en París indefinidamente o regresarás pronto a tu reino? -, había sonado preocupada o quizás temerosa pero el tono de su voz había dejado claro qué respuesta deseaba obtener. Por si Amanda tenía dudas al respecto tan solo se le ocurrió una idea que dejara claras sus intenciones de permanecer a su lado, era su turno de demostrar las ganas que tenía de ella. Aprovechando la cercanía existente ya, entrelazó los dedos de su zurda con el pelo de Amanda y atacó sus labios, sabía a vino y eso la hacía aún más deseable; retrocedió hasta dar con la parte trasera de los muslos en la mesa de comedor y allí se sentó abriendo las piernas para que Amanda se colocara entre ellas sin cesar el contacto. El sonido del beso nublaba sus sentidos, tan solo estaba concentrada en la lengua ajena, en el contacto con su cuerpo, su sabor y su olor. Demasiados años deseando ese momento como para dejar que nada lo detuviese.


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Mensaje por Invitado Miér Mar 01, 2017 1:36 pm

¿Podía considerarse egoísta, por mi parte, haber sentido un alivio semejante a dejar de ser aplastada por una enorme losa al escucharla decir que si había acudido a París había sido, en gran medida, por mí…? Tal vez, pero la generosidad nunca había sido una de mis mejores virtudes, ni como humana malcriada ni como vampiresa caprichosa, y estaba segura de que, pese a ello, Isela me prefería así, como siempre había sido, y no tratando de revestirme de una dignidad que no poseía. ¿Eliminaba eso el deseo profundo de querer ser mejor para que su amor estuviera orientado a alguien que lo mereciera? No, probablemente, pero era consciente de que no debía cambiarlo porque eso sería jugar con ella, y no como a ninguna de las dos nos gustaba, algo que sus labios atrapando los míos de nuevo me recordaron de inmediato. Como consecuencia de su gesto, perdí el hilo de la conversación por completo, y no derramé el vino de mi copa por un arranque afortunado de buena suerte, probablemente porque una diminuta parte de mí no quería mancharla si no se daba la situación adecuada para lamer las gotas de vino de su rostro, en la intimidad que ambas deseábamos. Por mucho que me doliera, y me hacía más de lo que las palabras podían expresar, hasta con el extenso vocabulario de un poeta o un literato, debía controlar mis deseos, por lo que me refrené a tiempo, sin apartarla de mí eso sí, pues la ausencia de ojos acusadores nos permitía, al menos, continuar acariciándonos con sutileza, recordándonos que la distancia se había terminado por el momento. Así era como intentábamos compensar el tiempo que habíamos transcurrido anhelando que el papel áspero de las cartas y los surcos de las palabras grabadas en ellas casi a fuego fueran la cálida frialdad del cuerpo de la otra, tan similar al propio que era inevitable creernos familiares, tanto por ello como por nuestras circunstancias. A fin de cuentas, y aparte de mi creador y de mi hermano, ¿conocía a alguien acaso desde hacía más tiempo que a ella…?

– Debes estar bromeando, Isela, pues claro que sigo igual. Lo único que logra hacerme más bella es la proximidad a una joya en bruto como tú. – repliqué, sonriendo con diversión, y acaricié su mejilla, anhelante por recuperar los siglos perdidos en los que apenas habíamos sido un ramalazo de imaginación de la otra, una fantasía inalcanzable, que cuando finalmente cobraba vida, se tornaba tan real que ni siquiera sabíamos cómo comportarnos. Así pues, no le permití que dejara de tocarme o que recuperara el espacio físico que le pertenecía, y entrelacé mis dedos con los suyos para acariciar su mano, sin pararme a pensar demasiado en, realmente, quién estaba sujetando a quién con aquel gesto tan aparentemente inocuo. – Voy y vengo, nunca me mantengo solamente en París, pero es cierto que paso aquí más tiempo que allí porque en el Palacio está Dragoslav, y cuanto menos lo veo, menos deseo cometer un regicidio. – respondí, encogiéndome de hombros y con total sinceridad, ya que ella era uno de los pocos seres a los que podía confesar ese tipo de secretos a sabiendas de que no sólo no me juzgaría, sino que encima, probablemente, me apoyaría. Desde el inicio, Isela me había dejado claro que mi matrimonio no había sido la mejor de las decisiones, y si bien había estado muy de acuerdo con ella, ambas sabíamos que mi ambición a veces se llevaba lo mejor de mí, e inconscientemente me había lanzado de cabeza a un hoyo en cuyo fondo aún no sabía si había agua para frenar la caída. – Dadas las circunstancias, muchas veces me planteo colocar un valido y quedarme en París indefinidamente, pero estoy segura de que sería un pelele en manos de Dragos, y el reino no merece eso. – admití, acercándola de nuevo a mí lo suficiente para poder alzarle la barbilla con los dedos y besarla, lenta y apasionadamente. De entre todos los motivos que tenía para quedarme en París, ella era, sin lugar a dudas, de los más importantes... – Ojalá pudieras venir conmigo cuando me toque regresar. Serías la mejor aliada que alguien puede tener. – afirmé, aún en sus labios, y con los ojos clavados en los suyos, de una tonalidad tan similar a la mía que casi parecerían iguales con la luz adecuada.
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Mensaje por Marla Van Driesten Mar Mar 21, 2017 12:37 pm

No era esa la respuesta que había deseado escuchar, para Marla la posibilidad de que Amanda se alejara nuevamente de ella era como un latigazo duro y certero. No deseaba nada más que permanecer a su lado todo cuando fuera posible, siempre que no pusiera en riesgo la vida de esta y sabía que ese tema era complicado en lo que respectaba a su matrimonio. -No tienes por qué asesinarle, puedes encargárselo a alguien-, sugirió aunque estaba casi convencida de que la respuesta de la reina sería una negativa. -A alguien en quien confies y que haría lo que fuera para asegurarse de tu bienestar-, miró al techo para ocultar la risa que aparecía ya en sus comisuras por lo obvio que sonaba que se refería a sí misma. -Por mucho que me disguste ese vampiro no actuaré contra él por respeto a ti-, ahora sí se puso sería, -pero una simple palabra tuya puede cambiar eso.- Amanda ya conocía la lealtad de Marla hacia ella pero creyó conveniente recordárselo una vez más en vista de la aparente incomodidad de esta en su matrimonio. Estrechó los dedos ajenos entre los propios y se acercó la mano a los labios para besarla con suavidad, con el infinito cariño –por no decir amor o devoción- que sentía hacia ella. Alargó el beso de Amanda todo lo que pudo antes de que esta se separase lo justo para hablar de nuevo, tuvo que forzarse para atender a sus palabras. ¿Había dicho eso? ¿Había deseado que Marla la acompañara allá donde tuviera que ir? La separó unos centímetros para poder clavar la mirada en ella y analizarla, -pídemelo. Pídeme que este contigo y lo haré-, no podría ser más feliz que sabiendo que eso era lo que la pelirroja deseaba. Poco la importaba su matrimonio, el hecho de que una parte de ella la hubiera querido y añorado durante tantos siglos pesaba más que el resto.

Antes de que pudiera responder besó de nuevo a Amanda y tiró de su mano hacia la salida, -hora de disfrutar de una cita, creo que después de mil años nos lo merecemos-, sonrió dejando después un suave mordisco en el labio inferior de esta. No tenía intención alguna de llevarla a sitios elegantes sino todo lo contrario, Amanda por muy codiciosa o amante del poder que fuera, seguía siendo la joven que ella conoció. A su manera conservaba esa pureza que la permitía reír a carcajadas, beber vino malo o jarras de cerveza rodeada de hombres malolientes. Podía ser o no cierto pero Marla sentía que la reina estaba encerrada en su propio cargo así como en su matrimonio, era más salvaje de lo que demostraba a diario, más divertida, más dulce… Lo poco que la hacía feliz era velar por sus súbditos y su adorado museo, si ahora ella podía colaborar para ver cada noche su sonrisa lo haría. Poco la interesaban las miradas de los viandantes por ver a dos mujeres de la mano, tanto Amanda como ella vestían ropajes que en absoluto llamaban la atención por lo que nadie hablaría de ellas cuando  la mañana hiciera acto de presencia. -Vamos a beber hasta que no podamos bailar sin caernos al suelo-, susurró contra sus labios atrapándola contra la pared de un callejón. Era casi imposible para Marla no dar rienda suelta a sus instintos con Amanda, deseaba besarla, desnudarla y sentirla de todas las maneras posibles. Pero era la primera vez que podían disfrutar de una velada juntas y solas, no lo estropearía con prisas –al menos mientras aún pudiera controlarlo-. Sujetó la mandíbula ajena entre sus manos y se recreó en el beso, continuándolo hasta que escuchó un ligero gemido de su oponente, -mi autocontrol contigo es limitado Amanda, más que con nadie. No me tortures-, la recriminó sonriendo divertida por lo rápido que ambas se encendían.

-Es aquí, pasa-, se trataba de un local bastante apartado pero bullicioso en el interior, una mezcla entre prostíbulo y taberna en el que las jóvenes –y no tan jóvenes- mujeres se paseaban entre las mesas en busca de un regazo en el que sentarse y animar las partidas de dados, cartas o simples competiciones bebiendo, -¿majestad cree usted poder encontrar algún entretenimiento para ambas?-, vaciló pellizcando a esta cuando pasaba por delante.


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Mensaje por Invitado Mar Abr 04, 2017 11:27 am

¿Deseaba matar a Dragos? Tal vez, antes siquiera de planear la venganza que sabía que estaba llevando a cabo con mi silencio y mi rechazo, debería plantearme esa pregunta y establecer los límites a los que estaba dispuesta a llegar; tal vez, antes de pedirle a una guerra, a mi guerrera, que luchara a mi lado, debía averiguar si la batalla tendría como resultado la muerte de Dragos o no. ¿Realmente, pues, ansiaba matar al vampiro? Era cierto que lo odiaba, que pensar en él me provocaba una rabia infinita e imposible de dominar, pero tan cierto era eso como lo que quería ocultar, la calidez pasional que me invadía cada vez que lo miraba y el recuerdo de cuando deseaba ser encantador, pues en contadas ocasiones era capaz de hacerlo. Muy probablemente, la respuesta a mi dilema fuera no, pero era algo a lo que no quería enfrentarme por el momento, así que preferí dejar que ella, Isela, fuera quien tomara el control; desesperada como estaba por abandonar mis pensamientos, elegí abandonarme a ella y dejar a un lado la decencia y los modales de la época en la que nos habíamos reencontrado. Así, la agarré con firmeza cuando salimos a la calle juntas, y dejé que me condujera a un lugar muy próximo a un burdel, pero en el que ninguna de las dos destacábamos, lo que nos permitía la mayor intimidad posible, dadas las circunstancias y el hecho de que no estábamos solas, para mi desgracia. Pese a ello, había algo absolutamente abrumador en Isela, probablemente la misma alegría que me recorría a mí por habernos reencontrado de verdad después de todos los años que habían transcurrido desde el último encuentro, y no pude evitar sonreír, pedir una botella de vino barato y beber directamente de ella, sin servirlo previamente ni, siquiera, airearlo. Además, aprovechándome del ambiente distendido que se respiraba en la taberna, burdel, o como quiera que se pudiera denominar ese local, la senté a mi lado, pero con las piernas enredadas en las mías, de modo que no pudiera separarse ni siquiera de haber querido... y la conocía lo suficiente para saber que eso era lo último que mi Isela deseaba.

– Podríamos jugar a los dados... Y se me ocurre una manera perfecta de convertirlo en algo entretenido, aunque creo que hasta para este lugar sería demasiado impúdico. – propuse, y le sonreí de forma pícara, como si con mis palabras no hubiera dado a entender a la perfección a qué me refería. En el fondo, tenía miedo de haberme domesticado, de que la salvaje esclava que ella conoció hacía más de un milenio hubiera dado paso a una vampiresa aburrida de la que ella no querría saber nada si llegaba a descubrir mi enorme secreto. Por eso, firmemente convencida de que haría lo que hiciera falta por no defraudarla, saqué a la luz mis modales más taberneros y agarré un juego de dados a una de las mujeres que se paseaban por allí, y que me guiñó el ojo con picardía en cuanto notó lo que había hecho. – Me temo que vas a tener mucha competencia esta noche, Isela. ¿Cuánto te apuestas a que enseguida tendremos a muchas queriendo unirse a nosotras? Sobre todo si la recompensa por ganar es así de picante... – aventuré, y a continuación le mordisqueé el lóbulo de la oreja mientras colocaba la mano en su muslo, firme y fría, pero cálida en intenciones, y de eso no cabía la menor duda. – ¿De verdad vas a obligarme a pedírtelo, eh? Eres más cruel aún que hasta ahora, obligándome a aguantar sólo con tu letra y no contigo. – susurré en su oído, y me aparté para beber algo más de vino y lanzar los dados la primera, simplemente por ver, dependiendo de la puntuación, cuál de las dos debía comenzar a tirar y cuál a apostar, que era realmente la gracia del juego. – Vaya, un siete... Te lo he puesto difícil. – comenté, y le pasé los dados, aún sonriendo, y deleitándome más de lo absolutamente necesario en el roce casual de sus dedos con los míos. – Si pudiéramos quitarnos las manos de encima, podrías venir como familiar mía a la corte, estoy segura de que pasarías por mi hermana menor, o algo así... Una hermana muy pícara y corrompida, pero una hermana a fin de cuentas. – propuse, bromeando, pero algo en su cara me hizo pensar que, tal vez, para ella no fue tan broma.
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Mensaje por Marla Van Driesten Dom Abr 23, 2017 1:18 pm

Aún la encontraba algo cohibida pero tenía intención de presionarla. Sabía ponerse en el lugar de los demás, por su empatía –entre otras cosas- dominaba  el autocontrol, cosa que pocos vampiros se molestaban en trabajar. Amanda no estaba ahora en un ambiente que frecuentara, lo fue hace demasiados años pero en la actualidad esos olores, esa gente era muy lejano a todo lo que la rodeaba. Incluso sin maquillaje, sin joyas y con un vestido tan sencillo como el que llevaba destacaba sobre las demás mujeres. La pelirroja era femenina en exceso, no le era necesario exhibirse para llamar la atención del sexo opuesto, la palidez de su piel contrastaba con el pelo salvaje y más allá de su físico estaba su risa. Marla se descubría a sí misma incluso aguantando la respiración para no perderse un ápice de aquel sonido. La conocía lo suficiente como para saber que no era algo que hiciera con frecuencia, Amanda –a pesar de haber decidido tener aquella vida- era presa de ella. Lo único que personalmente pensaba que la aportaba felicidad era su museo, el arte, pero por lo demás necesitaba sentirse libre y era lo que estaba ocurriendo esa noche. Su manera de tontear, de acariciarla, mirarla e incluso hablar y moverse eran tal y como la recordaba; fresca, sin pudor y divertida. Dejó sus pensamientos a un lado al escucharla y sonrió, -eso suena demasiado bien pelirroja-, se relamió cual gato después de zamparse un canario. Fue mientras daba un larguísimo trago al vino que Amanda consiguió los dados y se entretuvo flirteando con aquella joven, alzó una ceja a modo inquisitivo al mirarla, -¿voy a tener que pelear por tu atención?-, se acercó para hablar con más suavidad mientras guiaba una de las manos de Amanda hacia la empuñadura de la daga que tenía escondida –como siempre-. Ambas sabían que aquello no era en absoluto necesario pero había algo morboso en la idea de los celos, aunque ni por asomo era de la camarera de quien los sentía.

-Quiero disfrutar de la noche contigo antes de… disfrutar el día-, sonrió con picardía mientras se frotaba la oreja con el hombro por el cosquilleo que esta le había causado. Tenía las mismas ganas de besarla, de morderla y desgastar su cuerpo de tanto tocarlo como Amanda, pero no había esperado tantísimos años solo para eso, sentía algo más allá de lo físico por ella y por lo tanto disfrutaría de su compañía de todas las maneras que esta –y sus circunstancias- le permitieran. -Si saco menos que tú me llevarás contigo cuando regreses-, se quedó mirándola esperando su reacción y la idea parecía ir tomando forma en la mente de ambas, -si saco más, te seguiré hasta allí-. No había duda por parte de Marla ante ese plan tan poco elaborado y con tan difícil actuación por parte de las vampiras, allí ya no estarían solas y la presencia de Dragos sería una putada constante; pero en peores guerras había batallado. Tiró los dados y ni se molestó en levantar el cubilete que los cubría pues estaba demasiado ocupada para ello, mientras se entretenía besando nuevamente a Amanda había aprovechado el hecho de que ambas estaban cubiertas por la misma mesa para colar la diestra bajo el vestido de la reina. -Si gimes paro-, susurró contra su boca mientras acariciaba entre sus piernas. Si ya creía no poder estar más excitada, la cara de rabia contenida de Amanda la demostró que estaba equivocada pero impidió que protestara volviendo a deleitarse con su boca mientras notaba como abría las piernas y se movía contra su mano. Nadie era capaz de ver más allá de un beso pasional pero si alguien suficientemente curioso decidía mirar bajo la mesa...


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Mensaje por Invitado Mar Abr 25, 2017 2:44 pm

Me encontraba absolutamente dividida entre la certeza de que estábamos jugando a algo muy peligroso, cuyas normas apenas habíamos esbozado y cuyas consecuencias parecían tan a largo plazo como difusas, y el absoluto deseo de dejarme llevar y mandar al garete todo, desde mi posición hasta mi propia vida, con tal de huir con ella. No me había sentido tan libre, por irónico que pudiera parecer, desde aquella noche en la que, siendo ambas esclavas, nos habían emparejado y todo había comenzado; entonces no había sido capaz de verlo, pero los años y la perspectiva me habían garantizado, con certeza, a una eterna aliada, capaz de devolverme a los momentos más felices sin siquiera intentarlo. No obstante, no podía ni debía olvidarme de que yo ya no era aquella esclava que necesitaba captar un breve instante de felicidad para seguir adelante; yo era una reina, una mujer con una reputación compleja y que no podía ponerla en entredicho por un amor de juventud que ni siquiera sabía en qué se había compartido, así que debíamos comportarnos... Eso me repetía constantemente, por eso la miré con furia momentánea cuando ella ignoró por completo mis pensamientos (que, estoy segura, conocía a la perfección), mas no pude evitar dejarme llevar cuando sentí su mano entre mis piernas, acariciándome como si conociera cada resorte para hacerme la mujer más feliz. Cerré los ojos con fuerza y me mordí los labios con saña, a sabiendas de que ella tenía razón y no podía gemir, pero al mismo tiempo ansiosa de hacerlo, pues con cada suave movimiento de sus dedos me invadía el placer a oleadas, hasta el punto de que cerré las piernas con fuerza para aprisionarla y que no continuara, por puro miedo a ser descubiertas. Ah, la reputación: cuán dura enemiga me había surgido en mi búsqueda por convertirme en alguien independiente...

– Mi pequeña Isela, tan cruel y atrevida como siempre... – murmuré, estirando de su labios inferior, y giré la cara para poder recuperar la cordura, no la respiración porque esa hacía tiempo que era frenética por su culpa. Pese a creerme por encima de semejantes impulsos humanos, me notaba subir y bajar el pecho constantemente, hasta el punto de que el escote casi estaba siendo rebasado y la invitaba a morderme o a lo que deseara hacerme, ya que probablemente no la detendría como sí lo había hecho, sin embargo, con su mano. Mano que, por cierto, seguía atrapada por mis muslos; desviando la atención de tan impúdica posición, descubrí los dados, y no pude evitar sonreír de medio lado ante el resultado, tan peligroso como lo que teníamos, nunca mejor dicho, entre manos. – Me parece que te va a tocar correr y perseguirme, viendo cómo me alejo en mi carruaje y soñando con ser lo suficientemente veloz para alcanzarme. – pinché, simplemente porque podía, y porque era mi manera de intentar tomar la delantera y evitar que tuviera tal efecto en mí sin que pareciera, a simple vista al menos, causarle ningún tipo de reacción a ella. A continuación, decidí que subiría el nivel un poco más, y por eso me aproximé hasta ella por completo, hasta el punto de que si permanecía quieta mi propia respiración y el roce de la tela de mi vestido contra ella servía para erizar sus pechos, y si se movía, terminaría respirando y enterrando la cara en mi escote, algo que deseaba hasta tal punto que cualquier pensamiento acerca de un hombre, mi marido o cualquier otro, se me había esfumado hacía un muy buen rato. – ¿Quieres jugar al mejor de tres...? Si gano yo, aceptas y te conviertes en mi falsa hermana; podrás ser parte de mi guardia allí, porque sé que odias la pompa y prefieres las armas, pero ante los demás, serás mi princesita. Si pierdo, simplemente serás mi amante, sin excusas, sin justificaciones, simplemente como una cortesana más a la que meteré en mi lecho cuando me apetezca. – propuse, y solamente entonces volví a permitirle que se perdiera entre mis piernas.
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