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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Erik Von Kleinmann Miér Ago 03, 2016 7:21 am

Está más que acostumbrado a recorrer el Palacio Real de los Países Bajos, sobre todo por las noches, cuando había menos probabilidad de encontrarse con alguien. Erik es una persona que disfruta de la tranquilidad y el silencio de los espacios vacíos. Siempre se ha considerado un tanto nocturno, pues ha perdido la cuenta de cuántos años han pasado desde la última vez que consiguió dormir bien. Aunque el insomnio es la menor de sus preocupaciones.

Le preocupa más el hecho de tener que lidiar diariamente con personas de todo tipo, debido a su posición social. Nota que cada día le cuesta un poco más fingir amabilidad ante personas que no son de su agrado. Y no son pocas esas personas, incluyéndose la Reina entre ellas. Pocas veces coincide con sus opiniones, tal vez porque inconscientemente quiere llevarle siempre la contraria. Sin embargo, logra controlarse la mayoría de las veces, pues no quiere pecar de osado. Aprecia su vida y, aunque no le guste, sabe quién está por encima de él.

Tras dar una vuelta por los jardines y disfrutar de la luz de las estrellas en compañía de sí mismo, decide que es hora de volver a sus aposentos. Por esa razón se encuentra en esos momentos recorriendo uno de los múltiples y solitarios pasillos del Palacio Real. Decide dar una vuelta más larga que habitualmente pues, a pesar de las tardías horas, no está cansado.


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Mensaje por Invitado Vie Ago 12, 2016 7:26 am

El Palacio Real de los Países Bajos se antojaba, en ocasiones, tremendamente hostil para todos aquellos que no formaban parte de la corte habitualmente, y en ese grupo debía incluirme pese a que, como monarca, fuera la cabeza visible de aquella pequeña pero orgullosa nación. Mis constantes temporadas en París, donde dividía mi tiempo con respecto al que pasaba en Ámsterdam, enfadaban a algunos cortesanos que no se atrevían a criticarme salvo si me encontraba ausente, pero el peso de sus palabras se volvía intenso cuando volvía, como una capa de polvo recurrente que por mucho que se limpie no se consigue eliminar. Tal era la atmósfera que envolvía los pasillos del Palacio aquella noche, en la que apenas había salido de mis aposentos durante las primeras horas, si bien de madrugada decidí hacerlo por ver si un paseo me permitía deshacer la maraña de pensamientos que cargaba desde mi llegada al reino. Con la ausencia del rey, que también se encontraba en París (que yo supiera), los asuntos de Estado se habían acumulado, y no había sido hasta aquel momento que todo se había solucionado y podía tener unos instantes de paz... O eso era lo que yo creía.

En el pasillo frente a mi habitación, plantado frente a mí casi con osadía, se encontraba el embajador del Sacro Imperio, Erik Von Kleinmann, un dolor de cabeza de los intensos hasta para mí que ya ni siquiera podía sentirlos, no completamente. Si bien no me encontraba en una situación embarazosa (me encontraba completamente vestida con las prendas del viaje, todavía), con aquella rata hecha hombre nunca terminaba de sentirme plenamente cómoda, y no pude evitar tensarme un tanto, aunque él probablemente lo interpretaría como una muestra de respeto, al enderezarme ante él.Goedenacht. ¿O preferís Guten Nacht, Herr Von Kleinmann? El flamenco sigue resistiéndoos un tanto por lo que tengo entendido, ¿no? – inquirí, con algo parecido a una sonrisa divertida en el rostro que, estaba segura, no sería recíproca por su parte. No era ningún secreto que no nos llevábamos bien y que él se oponía frontalmente a mí, si por mujer o por reina lo ignoraba; la cuestión era que con él siempre debía esperarme faltas constantes de respeto y a mi autoridad, por lo que enseguida amplié la sonrisa, dispuesta a prestar batalla. – ¿Qué hacéis paseando por el Palacio a estas horas de la noche? ¿Es que vuestras maquinaciones no conocen descanso? – pregunté, cruzando los brazos sobre el pecho y, en vista de que estábamos solos, apoyando ligeramente la espalda en la pared que separaba mis aposentos del pasillo.
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Sáb Ago 13, 2016 8:44 am

Es consciente de que ha elegido un camino más largo hacia sus aposentos, pero en esos momentos no se le pasa por la cabeza que los aposentos reales se encuentran cerca, pues se encuentra inmerso en sus pensamientos. Por esa razón no espera ver a la Reina en el pasillo, y mucho menos a aquellas horas. Von Kleinmann detiene sus pasos, de forma brusca, cuando se la encuentra de frente. En su rostro, a pesar de no querer mostrarlo, se intuye cierta sorpresa. Sorpresa para nada de su agrado, por cierto.

Curioso, sin duda, haber estado pensando segundos antes en la repulsión que siente hacia dicha persona y encontrársela. ¿Casualidades del destino?

Los músculos del cuerpo del Conde se tensan de forma involuntaria, sobre todo conforme escucha hablar a la Reina. Lo que menos le apetece en esos momentos es fingir agrado o simpatía hacia ella, mucho menos educación y tratarla como supuestamente debe tratarla. Se atrevería a decir que es la primera vez que coincide a solas con ella y, probablemente, la incomodidad y la molestia sentida sea mayor que cuando coinciden en público.
 

- Guten Nacht - responde, como única respuesta, pues ni el tono ni la sonrisa son recíprocos -, Alteza - consigue añadir al final, pues casi se le olvida y es buen conocedor de la falta de respeto y educación que implica no añadir los tratamientos de cortesía, por mucho que le incomoden o intente evitarlos la mayoría de las veces. ¿Por qué? Porque no le gusta que de su voz salgan palabras que evidencien un estatus social o político mayor del que posee él. De hecho, tratará de no repetir esa palabra en lo que queda de noche.

"No es de su incumbencia" habría respondido, si se tratase de otra persona, y habría continuado su camino sin problemas. Desgraciadamente, por mucho que estuvieran a solas, ella seguía siendo la Reina. Al final, tuvo que forzar media sonrisa.

- Dudo que quisiérais conocer los pensamientos que me impiden dormir esta noche, Frau Smith. ¿Y vos? ¿No os encontráis lo suficientemente cansada al final del día? - a decir verdad, no le sorprende, pues ser mujer debe resultar una de las tareas más fáciles en aquel palacio. Al menos, desde el punto de vista de Von Kleinmann... quien, por cierto, trata de ocultar su arrogancia con una sonrisa algo menos fingida. Se siente superior a ella, en todos los sentidos, no puede evitarlo.
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Mensaje por Invitado Lun Ago 29, 2016 2:34 pm

Si bien admiraba el esfuerzo que había realizado por no escupir el venenoso comentario que quería escapársele, aquel “no es de su incumbencia” que había pensado con tanta intensidad que lo había captado sin despeinarme siquiera, las intenciones reales quedaban ahí, y casi prefería su sinceridad que la falsedad del protocolo. No podía evitar pensar que esconderse tras la corrección era una manera de encallar relaciones que, de por sí, ni siquiera eran ideales, y su comportamiento conmigo revelaba que, ante mí, se encontraba uno de los más cercanos enemigos que poseía en el Palacio Real que, supuestamente, me pertenecía. Excepto, claro estaba, si se le preguntaba a alguien como él... – Al contrario, Herr Von Kleinmann, la noche siempre posee la facultad de despertarme y de agudizar mis pensamientos hasta el extremo. Decidme, ¿por qué no querría conocer lo que se pasa por esa cabecita vuestra? Lo encontraría fascinante, estoy segura. – inquirí, de forma tan educada que incluso él pudo darse cuenta de que era una mentira, de que no lo encontraría fascinante, sino probablemente aberrante, y lo castigaría por ello si pudiera.

Ello, no obstante, no significaba que no tuviera cierta curiosidad al respecto. Me consideraba una mujer afortunada que no debía enfrentarse a muestras extremas de odio justificadas únicamente por no haber nacido hombre, quizá por el hecho de que era un ser poderoso y eso bastaba para quitar a los más pusilánimes cualquier idea equivocada respecto a mí de la cabeza. Él, frente a mí, debía de ser un hombre más tenaz de lo normal, porque el odio que irradiaba hacia mí por el simple hecho de tratarse de mí y no del rey, por quien había mostrado una clara preferencia, no se reducía ni siquiera con mi comportamiento cordial y mis palabras dulces como la miel. Ante ello, únicamente quedaba una posibilidad: pincharlo, obligarlo y forzarlo a que explotara, para que sus cartas quedaran finalmente expuestas ante mí y tuviera una manera mejor de defenderme. Con aquella certeza en la cabeza, sonreí ampliamente y me aproximé suavemente hacia su cuerpo, que se apartó inconscientemente del mío, aunque eso sólo sirvió para que me acercara más e incluso me aferrara a su brazo, como si fuera mi chaperón. – Acompañadme, por favor. Me gustaría pasear con vos y escuchar esos pensamientos vuestros.
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Mar Sep 06, 2016 6:35 pm

Teniendo en cuenta que considera a la mujer el sexo débil, da por hecho que las tareas de cualquiera de ellas son simples y para nada complicadas: Realizar las tareas del hogar, dar placer a los hombres y crear descendencia. Para el Conde, esas son las únicas funciones de una mujer en la sociedad. Por eso no le extraña que la Reina no esté cansada al final del día. ¿Cómo iba a estarlo? Desde su punto de vista, no aporta nada en aquel Palacio el papel de Reina. Bueno, sí, aporta incomodidad y desagrado para hombres como él.

- Curioso, ¿no creéis? Que la noche os despierte y espabile los sentidos. Debe existir algún motivo. ¿Tal vez las tareas de una Reina no sean lo suficientemente cansadas durante el día? ¿O tal vez no cumpláis durante la noche con las tareas propias de una esposa en el matrimonio? - tal vez el Conde se haya olvidado por unos segundos de con quién está tratando, de cómo debe hablar ante una Reina. Para él, es fácil olvidar un cargo elevado en una mujer por el simple hecho de resultarles innecesarios.

La Reina insiste en conocer sus pensamientos, a pesar de que él nota cierta ironía en dicha insistencia. De igual modo, no cree conveniente sacar a la luz dichos pensamientos... mucho menos todavía cuando la protagonista de dichos pensamientos es ella.

Cuando ella se acerca, él retrocede de forma involuntaria. Ni siquiera puede evitar tensarse cuando le agarra del brazo. Al Conde no le agrada el contacto físico, tan innecesario como aquel. Sobre todo si dicho contacto innecesario es con una mujer. ¿Y cuándo no es innecesario? Cuando está desnudo encima de una. Para él, cualquier otro contacto con mujeres le resulta bastante desagradable. Externamente, lo disimula. Por mucha tensión que sienta en todos los músculos de su cuerpo o por mucho que su corazón haya comenzado a bombear sangre más deprisa, externamente intenta que no se note.

Obviamente, no quiere acompañar a la Reina en ningún paseo. Si quisiera pasar la noche con alguna mujer, habría elegido a cualquier sirvienta a la que poder someter entre las sábanas de sus aposentos. Porque es eso lo que disfruta haciendo con una mujer: someterlas, incluso escucharlas suplicar de vez en cuando. Ya lo ha hecho con innumerables sirvientas de aquel Palacio Real. Por tanto, a él no le va aquello de mantener una conversación con una mujer. Es más, lo considera una pérdida de tiempo, por muy Reina que sea la que tiene delante. Aunque precisamente por eso, por el hecho de que ella es Reina, no puede negarse, ¿no?


- Mi mal dormir viene de muchos años atrás, pero se acentúa cuando tengo que convivir con personas que no son de mi especial agrado. Los pensamientos que ansiáis conocer están relacionados con dichas personas y no sería políticamente correcto decirlos en voz alta ante vos... ¿A dónde queréis que os acompañe? - pregunta finalmente, para cambiar de tema.


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Mensaje por Invitado Sáb Sep 17, 2016 4:04 pm

Su osadía podía resultar ofensiva para alguien que no estuviera acostumbrado a escuchar semejantes ideales barbáricos, pero para mí, que era juzgada a diario por los rumores de mi falta de vida marital en forma de dardos mucho más envenenados que los suyos, la ofensa decía más de él que de mí misma. Es más, había llegado a un extremo en el que ni siquiera me importaba lo suficiente para sentirme ofendida, si bien no podía negar que sentía una abrumadora curiosidad por cómo un elemento tan retrógrado había podido llegar a mi corte sin que nadie se lo hubiera impedido. Si las relaciones del Sacro Imperio con los Países Bajos dependían de ese hombre, el Imperio podía considerarse en un canto de cisne aún más intenso que el Imperio en el que yo había crecido y muerto como mortal. No obstante, sonreí educadamente ante sus provocaciones, y opté por devolvérselas a mi manera: con más comentarios envenenados que él respondería, lo sabía, porque no podía evitar que su asco por mí se apoderara de sus pensamientos y dominara sus acciones como si se tratara de un niño, no de un adulto. Esa falta masculina de dominio sobre ellos mismos me resultaba tan encantadora, en ocasiones... – No os he visto tímido hace un instante para transmitirme vuestro rechazo, no veo por qué debáis empezar ahora a callaros lo que pensáis. Nos dirigimos al jardín, Herr Von Kleinmann, por si deseáis llamar a la guardia para avisar de que os alejáis con una mujer y vuestra vida corre peligro. – repliqué, dulcificando la ironía y sonriendo aún más.

Con un agarre firme, más de lo que se correspondía con mi aspecto físico delicado e incluso demasiado delgado para muchos, lo conduje hasta el jardín del palacio, donde las fuentes permanecían apagadas y las antorchas iluminaban los caminos que se adentraban en las profundidades de aquel paraíso verde, salvaje, del que gozábamos en la capital. Sólo lo solté cuando llegamos a un banco de piedra, de los esparcidos a ambos lados del camino, y que estaban pensados para conversaciones mucho más frívolas de lo que él y yo estábamos manteniendo en aquel instante, aunque se tratara de un segundo plano porque el protocolo nos obligaba por fuerza a mantener la compostura, incluso si no había testigos potenciales. – Siempre me he considerado más productiva durante las noches. Considero que la luna es la perfecta aliada, no el sol, que revela los misterios y anula toda la magia que una noche cuajada de estrellas puede otorgar. Asimismo, durante el día la paz no existe en el palacio, y no se pueden ni oír los propios pensamientos; por ello, durante el día descanso, y por la noche no. En cualquier caso, mi vida marital no tiene qué ver en mis preferencias, y a menos que seáis mi marido no os permitiré que os adentréis en ese tema sin el debido respeto. Bien, dejado eso claro, decidme: ¿tenéis algún motivo de peso para detestarme como lo hacéis o simplemente se trata de que poseo atributos que vos no? – inquirí, directa, y llevé un dedo a la tela que me cubría el busto para señalar, sin intención alguna de provocarlo, pues no eran tales mis intenciones con él por lo pronto.
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Lun Sep 19, 2016 6:56 am

El simple hecho de que la Reina no imponga autoridad ante la osadía mostrada, únicamente sirve para que el Conde Von Kleinmann se sienta -todavía más si cabe- superior a ella. A pesar de su edad, el Conde ha crecido siendo un niño mal criado, de ahí que se sienta en todo su derecho para actuar del modo en el que lo está haciendo.    

- No es cuestión de timidez, os lo aseguro, Alteza - es cuestión de sentido común, tal vez. No le parece buena idea afirmar en voz alta el odio que siente hacia la Reina, por obvio que sea en aquellos momentos. Sin embargo, se siente tentado a manifestarlo. Adora jugar con fuego, para qué engañarnos - No os preocupéis por eso, sé cuidar de mí mismo... - podría haber contestado otra cosa, de un modo mucho más prepotente, pero no considera una amenaza encontrarse a solas con una mujer, seguramente sea ese el motivo por el que no se ha puesto a la defensiva. Es más, le resulta hasta gracioso imaginarse avisando a la guardia para que le proteja de la Reina, quien no deja de ser una mujer más al fin y al cabo.

A pesar de no mostrarlo en su rostro, le sorprende ligeramente el agarre de la Reina hacia él, pues por un momento le da la sensación de que tiene mucha más fuerza de la aparente. Sin embargo, prefiere pensar que son imaginaciones suyas pues no cree en cosas surrealistas.

Una vez se encuentran frente al banco, el Conde se deshace del agarre para imponer cierta distancia entre ambos. Como ya se ha mencionado, le molesta el contacto físico innecesario con una mujer. El Conde se adecenta los ropajes, incluso los sacude de forma involuntaria, como si quisiera evitar alguna posible enfermedad contagiosa.
 

- ¿Tan evidente os resulta? - no puede evitar preguntar, irónicamente, pues sabe que la Reina no se creería una negativa por su parte. Ambos saben que la detesta. De igual modo, cree que se trata de algo mutuo y, sin testigos por medio, no considera necesario disimularlo - Si su Alteza desea conocer la verdad, no soy quién para negársela... ¿no creéis? - hace una pausa de un par de segundos - Considero que poseéis privilegios y poderes innecesarios, a la par que ilógicos. Pero, no os preocupéis, no es nada personal. El hecho de que, por las noches, me imagine agarrando vuestro cuello con ambas manos, con fuerza, para poder conciliar el sueño, no es nada personal - al fin admite esos pensamientos que llevaba ocultando desde el momento en que se la encontró en los pasillos. Ni siquiera se le ocurre pensar en las consecuencias que conlleva pues, de algún modo, la Reina puede tomarse aquello como una amenaza directa. Pero no es culpa del Conde sentir un odio tan profundo hacia ella, un odio tan difícil de ocultar. Además, el hecho de que no hubiera testigos presentes era una tentativa más para lucir su prepotencia y aires de superioridad. Porque, en su cabeza, él es superior a cualquier mujer... incluida la Reina. 
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Mensaje por Invitado Dom Oct 09, 2016 6:49 am

Su superioridad moral resultaba tan molesta, a la par que tan encantadoramente pueril, que, aunque lo intenté, no pude evitar sonreír de la forma más condescendiente posible, con una sonrisa que iba haciéndose más intenta a medida que él mostraba su auténtico recelo hacia mi persona, de forma que, para cuando terminó, parecía que me hubiera contado un buen chiste, no amenazado de muerte en la intimidad de sus pensamientos. Su desafío me parecía tan audaz, al mismo tiempo que tan ignorante, que ni siquiera podía tomármelo en serio, sobre todo porque provenía de un simple humano que aunque intentara ahorcarme (y no me cabía la menor duda de que, si se lo permitía, enseguida tendría su mano en el cuello, quizá enguantada para no tener que tocarme, no fuera a ser) se quedaría con las ganas de conseguirlo y con la frustración de saberse incapaz. Eso sí que se me antojaba un castigo suficiente para él y sus constantes descortesías, darle a probar la incapacidad que poseía de hacerme verdadero daño, y no con gestos cordiales como sonrisas o educación, sino con violencia física como la que él ansiaba ejercer contra mí. A fin de cuentas, aunque hubiera otros que pensaran como él, la reina era yo, y la autoridad seguía perteneciéndome a mí; ni siquiera si él esparcía el rumor de que mi piel era dura como la piedra nadie podría hacer nada por comprobarlo, y ese era el poder que tenía sobre él, más allá de ser una vampiresa que podría destrozarlo de desear hacerlo. La lección que pretendía que aprendiera, no obstante, no era esa, sino una de educación, y lo necesitaba vivo para que pudiera aprehenderla por completo.

– ¿Y por qué no lo hacéis? Es de noche, estamos solos, la guardia no se encuentra presente y no tenéis testigos. ¿Es que acaso os da miedo que pueda gritar? Prometo no hacerlo, tenéis mi palabra como monarca, título que me pertenece aunque sea indigna de él o cualquiera de vuestros argumentos en mi contra. Adelante. – propuse, sonriendo todavía, y lo aparté con firmeza del banco para tumbarme en él y estirar el cuello todo lo que pude, de forma que quedara a la vista para que él se atreviera a hacer lo que, quién sabía, a lo mejor lo dudaba. – ¿Qué sucede? Os noto dudar. ¿No sabéis cómo hacer esto, acaso? Mirad, es muy sencillo: vos subís al banco, os apoyáis de rodillas en él y con el cuerpo sobre mí para impedir que me mueva. A continuación, subís las manos a mi cuello y… apretáis. – indiqué, acariciándome el cuello a medida que hablaba, y enfriando el tono de voz con cada nueva palabra que salía de mis labios, como sugerencia, aunque casi incluso podía tomárselo como una orden, si es que le daba por obedecerme. Dados sus antecedentes, realmente lo dudaba, pero poniéndome en bandeja para que me asesinara y me creyera una mujer loca, tal vez se atreviera a ir más allá de la cortesía que nos obligaba el protocolo a mantener e intentara, en fin, acabar conmigo. – Por Dios, Herr Von Kleinmann, ¿no os atrevéis? ¿Quién se va a enterar de que lo habéis intentado? Mirad a vuestro alrededor, estamos completamente solos. ¿Necesitáis un aliciente? – pregunté, alzando una ceja, y rebusqué entre mis ropas hasta dar con un jirón de tela que hacía las veces de lazo para el cabello, pero que utilicé para amordazarme a mí misma ante sus ojos. Una vez silente, mi mirada fue todo lo que necesité para obligarlo a que lo intentara… sin éxito, por supuesto. Carecía de la fuerza para hacerme daño.
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Mar Oct 11, 2016 8:33 pm

Definitivamente, a Von Kleinmann le inquieta que ella le sonría mientras él confiesa el odio que siente. No es que le inquiete, más bien le enfurece. Le pone de los nervios que no le tomen en serio o que le subestimen y ella, claramente, está haciendo ambas cosas. El Conde suele mostrarse como una persona tranquila, que piensa las cosas dos veces antes de actuar, pero cuando está fuera de sí es todo lo contrario: impulsivo y agresivo. Espera no llegar hasta ese extremo con ella, y no porque no quiera -porque desea con todas sus fuerzas  estrangular a la Reina-, sino porque todo el mundo sabe qué ocurre cuando intentas matar a un miembro de la Realeza, y Von Kleinmann aprecia demasiado su vida.

Se está conteniendo, mucho. Cada vez siente el odio hacia Amanda Smith mucho más intenso, pero no sabe exactamente el motivo. Tal vez la sola presencia de la Reina sirva para asquearle, el tenerle cerca, el mantener una conversación con ella. La tensión que siente cada vez es mayor, sin duda alguna. Sin embargo, ella, parece tranquila... y eso le repudia aún más si cabe.

Y de repente, Von Kleinmann se queda sin palabras. La Reina consigue descolocarle por completo a medida que habla, pues en absoluto se espera tan insensatez por parte de ésta. El Conde frunce el ceño, desconfiado. Claramente, no confía en ella. Sabe que es una trampa. Tiene que ser una trampa, por supuesto, ¿por qué sino ella iba a pedirle que intentase estrangularla? Tentado está, todo hay que decirlo. Joder, y tanto que lo está. Por dentro se muere de ganas, sobre todo porque, cuando ella le toca para apartarle del banco, le hierve la sangre más todavía.  


- Entre las pocas virtudes que creía que poseíais, se encontraba la cordura. Me equivocaba, sin duda. Una razón más para querer liberar el trono de un ser tan incompetente e inservible como vos - prácticamente escupe las últimas palabras. El odio se palpa en el ambiente, además de la rabia contenida. ¿Cómo no va a pensar que la Reina está loca? Los actos y las palabras de ésta lo reflejan.

Von Kleinmann parece tener las cosas a su favor y por eso desconfía. Ella se lo está poniendo demasiado fácil. De noche, a solas, sin testigos, sin guardia... ¿Dónde está la trampa? No la encuentra. Obviamente, no ve a la Reina como una amenaza. Sabe -o cree- que es más fuerte que ella físicamente hablando. Desconoce la verdadera naturaleza de Smith.


- Me muero de ganas, no lo dudéis...  - sigue desconfiando, pero cada vez ve más cerca el momento de dar el paso, sobre todo tras el aliciente del pañuelo. Por el aliciente del pañuelo y por la mirada de la Reina pues, de un momento a otro, no sabe muy bien cómo, se encuentra armado de valor.

Ni siquiera mira a su alrededor antes de seguir los pasos que ha citado ella antes. No tarda ni un segundo en arrodillarse sobre el banco, dejando caer el peso de su propio cuerpo sobre el de ella. Le repudia el contacto físico con ella, sí, pero en esos momentos no lo piensa. Únicamente es capaz de pensar en las ganas que tiene de verla ahogándose entre sus manos, pues ya la está agarrando del cuello, con fuerza, con todas sus fuerzas. La excitación que siente en esos momentos es indescriptible. La adrenalina fluye por sus venas con rapidez, sus pulsaciones se revolucionan, y eso le provoca un tremendo placer.

Sin embargo, algo falla, y no tarda mucho más en darse cuenta. A pesar de estar usando todas sus fuerzas, no consigue ejercer mucha presión sobre ese cuello aparentemente tan duro. En el rostro del Conde se puede notar el desconcierto. Sigue intentándolo igualmente, a pesar de los sudores fríos que comienza a sentir, pues ya es tarde para arrepentirse. Prefiere pensar que los nervios le están jugando una mala pasada.


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Mensaje por Invitado Miér Oct 12, 2016 5:49 am

El odio salía de él a ráfagas, se plasmaba en un absoluto disgusto hacia mí y mi actitud ligera frente a un intento de asesinato, y se volvía tan efectiva como sus manos no podrían serlo ni siquiera si lo intentaba. Por un instante, temí que la desconfianza le impidiera llevar a cabo los oscuros deseos de su corazón y que optara por llamarme loca, como a tantas otras mujeres antes que a mí (y de eso estaba segura), y me dejara tirada en el barco. No obstante, mis deseos se vieron satisfechos cuando él se dejó llevar por la ira y por su superioridad y trató de ahorcarme con todas sus fuerzas, las que tenía como humano, tan escasas que prácticamente habría conseguido el mismo resultado un niño pequeño que apenas si podía andar. Y mientras él continuaba intentando luchar contra los elementos, yo sonreía con más amplitud, sintiendo efectivamente la presión de sus manos, pero no lo suficiente para que llegara a correr peligro mi existencia como consecuencia de ello. – ¿Has terminado, Erik? Debería estar muerta ya, llevas cerca de tres minutos intentándolo, y la verdad, si no te has dado cuenta de que esto es una pérdida de tiempo, es el momento de que lo hagas. – inquirí, bostezando, e incluso me permití abandonar el tratamiento protocolario que había estado utilizando con él para tutearlo, a sabiendas de que una vez abriera la caja de los truenos de la descortesía, él no dudaría lo más mínimo en profesarme el mismo trato, sin importar mi posición social o incluso literal. Y hablando de eso, cuando me cansé de su peso sobre mi cuerpo decidí tornar la situación completamente del revés: valiéndome de mi fuerza, lo obligué a que se diera con la espalda de bruces en el banco, conmigo encima de él y aprisionándolo con los muslos, y conduje las manos lenta y sugestivamente hacia su cuello, no sin antes acariciar su pecho simplemente porque podía y la situación me lo legitimaba. Una vez colocada, fue cuando empecé a apretar, utilizando mucha menos fuerza que él, pero impidiéndole respirar casi al instante.

– Veamos, la situación es la siguiente. Tú me odias, me detestas, crees que soy débil y que no merezco ser monarca porque estoy loca y enajenada, como a tantas otras mujeres de poder se las ha acusado antes que a mí. Te he dado la oportunidad de que acabes conmigo y no has podido; ahora, yo lo estoy haciendo, y si quisiera te partiría el cuello, no me costaría lo más mínimo. – expuse, con total tranquilidad, y apretando aún más fuerte hasta que él estuvo a punto de caer en la inconsciente. Solamente entonces solté mi agarre, pero continué apoyando las manos en su pecho para impedirle que se moviera, pues aún tenía lecciones que aprender, y era yo la única indicada para dárselas. – Permíteme recomendarte algo… No te busques enemigos contra los que no puedes luchar. Podría acabar contigo con mis propias manos, ni siquiera necesito llamar a la guardia para que te maten. – continué, y a continuación me incliné sobre él para poder tener mejor acceso a su oído, como si fuera a contarle una confidencia que nadie más pudiera oír en un salón de baile repleto, sin importarme lo más mínimo que estuviéramos solos y nadie más, de todas maneras, pudiera escucharme. – Eres un mortal estúpido, Von Kleinmann, y débil como el que más. Si estás vivo es porque mi clemencia te lo permite. La próxima vez que quieras hacerle cosquillas al lobo, asegúrate de que no puede defenderse, y mucho menos atacar. – susurré, y cuando me separé lo hice con tanta rapidez que lo arañé sin querer con la uña en la mejilla, de tal manera que la sangre comenzó a manar lentamente, como lágrimas, y yo no pude evitar atrapar unas gotas con los dedos y saborearlas, dejando a la vista los colmillos durante un instante. – Tal vez esto sea lo único decente de ti: tu sangre. – sentencié, me incorporé y, sin esperarlo, me estiré los ropajes como si no hubiera pasado nada y me dirigí de nuevo a mis aposentos.

No sé si disculparme o agradecerte:
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Vie Oct 14, 2016 9:01 am

Él usando todas sus fuerzas. Ella sonriendo. No entiende nada y se puede notar a la perfección en su rostro. No entiende por qué, a pesar de estar usando todas sus fuerzas, no consigue siquiera que la Reina sienta un poco dolor. Ella no parece sentir absolutamente nada y eso a Von Kleinmann le preocupa, le inquieta. Millones de pensamientos inundan su mente de golpe, pero ninguno le resulta esclarecedor. Lo único que tiene claro en esos momentos es que parece haber caído en la boca del lobo. Y por esa razón, aún con las manos agarrando el cuello de Smith, comienza a sentirse empapado de sudor. Un sudor frío, de nerviosismo, pues no tiene ni idea de qué va a ocurrir. O por lo menos sabe que algo bueno no será lo que ocurrirá.

Y allí se encuentra, de nuevo, sin palabras, intentando poner su cabeza en orden mientras ella habla. Él es un hombre y ella una mujer. No tiene sentido, no al menos para él, que ella pueda tener más fuerza o resistencia. Ni siquiera es capaz de apartar las manos del cuello de ella, no es capaz de dejar de intentarlo. Dejar de intentarlo significaría fracasar y enfrentarse a las consecuencias.

Sin embargo, al final no le queda otra y se ve obligado a soltar el cuello ajeno. ¿Por qué? Porque es Amanda la encargada de darle la vuelta a la situación. El Conde no es capaz de reaccionar antes de acabar con la espalda completamente pegada al banco. Ese simple gesto le provoca un intenso dolor en la espalda, pues la Reina no es precisamente delicada a la hora de tumbarle. Sin embargo, él se muerde el labio inferior para ahogar un quejido que no quiere que salga a la luz. A pesar de pensar que su vida corre peligro, a pesar de no entender nada, es orgulloso como el que más. Por muy evidente que sea en esos momentos que Amanda Smith está por encima de él -en todos los sentidos-, él no piensa cambiar su actitud, ni siquiera piensa reconocerlo en su interior. No le va a dar el gusto de escucharle quejarse de dolor, y mucho menos piensa suplicar por nada. Es más, intenta quitársela de encima por muy aprisionado que esté, él no se da por vencido. Por supuesto, los intentos por librarse de ella se quedan en eso: intentos.


- Suéltame, maldita zorra... - efectivamente, él va un paso más allá a la hora de abandonar el tratamiento protocolario. Está enfadado, con ella y consigo mismo a la vez. Está muy enfadado. Enfadado y frustrado a partes iguales. Es más, le saca de sus casillas que ella le toquetee el pecho. Le da asco, puro asco. Detesta sentirse inferior. Detesta que alguien tenga el control sobre él - Aparta tus asquerosas manos de mí, ¡suéltame de una p... - ni siquiera es capaz de terminar la frase. Sus palabras, al igual que su respiración, se detienen casi en el momento en el que ella le agarra del cuello. Inconscientemente, las manos de Von Kleinmann van a las de ella, intentando zafarse del agarre, revolviéndose desde debajo de ella. No puede respirar. Ni siquiera es capaz de poner toda su atención en las palabras que ella le dedica.

A cada segundo que pasa, el oxígeno se vuelve más necesario y se van perdiendo las pocas fuerzas que tiene en comparación con ella. Una cruel agonía se apodera del cuerpo del Conde, quien poco a poco comienza a notar cómo se le nubla la vista ante la falta de respiración. Está a punto de quedarse inconsciente, sumido en un profundo dolor, cuando ella le suelta. Von Kleinmann aprovecha para coger una bocanada de aire, tosiendo, pues su respiración completamente acelerada le impide volver a la normalidad tan rápido.


- ¿Qué... demonios... eres? - consigue decir entrecortadamente. Las palabras "mortal estúpido" le estremecen de golpe, pues le da a entender que ella no lo es una simple mortal. El arañazo en la mejilla le hace cerrar los ojos con fuerza y, para cuando vuelve a abrirlos, ella ya está saboreando su sangre. Ese gesto le deja completamente paralizado, confuso y aterrorizado a partes iguales, por mucho que se esté esforzando en ocultarlo. Ya sabe lo que es ella, ha visto los colmillos y, a pesar de no haber creído en esas criaturas nunca, ha oído hablar de ellas. El miedo bloquea por completo su cuerpo durante un par de segundos más, manteniéndose inmóvil mientras ella se aleja. El Conde se incorpora como puede, aún recuperándose del dolor y de la situación en general. Tarda un poco más de la cuenta, pero lo hace. Porque, a pesar de todo, no duda ni un segundo en ponerse en pie y caminar hacia ella. ¿Testarudo? ¿Rabioso? ¿Insensato? Probablemente, Von Kleinmann sea una mezcla de esas tres cosas ahora.

- Una bestia como tú no merece estar viva   - escupe, con odio, limpándose la sangre que emana de su mejilla con el dorso de la mano. Interiormente desea contratar al mejor cazador del mundo para asesinarla - ¿Crees que podrás ocultarlo toda tu maldita vida? Si es que se le puede llamar vida a tu maldita existencia. ¡Eres un asqueroso monstruo! - cegado por la ira, siendo tan impulsivo como es, intenta darle un empujón, incluso un puñetazo en el rostro. Ni siquiera piensa que no puede hacerle nada. La rabia controla el cuerpo y las acciones del Conde. Si antes la odiaba profundamente, ahora la odia más. Y por esa razón se le ha olvidado lo que ella le ha dejado claro antes: que, si ella quisiera, podría destrozarle con sus propias manos. 


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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 2:59 pm

Por supuesto, él no pudo dejarlo estar: el impredecible Von Kleinmann, el embajador del Sacro Imperio que más dolores de cabeza (figurativos, claro) provocaba en mi reino, e incluso a mí misma, no sabía someterse a nada que no fuera él mismo, y ni siquiera habiéndole demostrado con hechos que mi fuerza era superior se rendiría. No estaba segura de si debía admirarlo por ello y por su tenacidad o si debía odiarlo y maldecirlo por su testarudez; me encontraba aún decidiéndolo cuando él decidió atacarme, y yo no se lo permití, porque atrás había quedado el tiempo en el que un hombre podía ponerme la mano encima. Así, antes de que su puño se estrellara contra mi rostro, lo atrapé y apreté con ambas manos, hasta que los huesos crujieron, y probablemente le rompiera alguna falange, mas no me di cuenta, pues estaba rabiosa. ¿Cómo se atrevía! Había que estar ciego para no darse cuenta de que me odiaba, y yo me enorgullecía precisamente de no ser ignorante y de captar ese tipo de cosas con facilidad; obviamente, era consciente de su rechazo antes incluso de que me insultara, pero de ahí a que intentara pasarse… No, eso no se lo permitiría. Él me llamaba demonio, pero no tenía ni la más remota idea de lo que era un demonio de verdad, de la dureza de mi naturaleza, pues con él simplemente había bebido unas gotas hasta con cierta delicadeza, desde luego con sensualidad, y no la implícita en el mordisco de un vampiro, sino la que a mí me caracterizaba. Por eso, para darle una lección de humildad como la que él estaba rechazando desde el primer momento, me valí de mi agarre para empujarlo hacia atrás y estamparlo contra la pared, aprovechándome por supuesto de la intimidad de los jardines, donde nadie vería lo que estaba haciendo. Realmente, aunque lo vieran, ¿a quién creerían antes, a un descarado y desquiciado mujeriego o a la monarca que más estabilidad había dado al reino desde hacía décadas…?

– Parece que sigues sin entender tu posición, Erik. Seré una bestia, o un monstruo, alguien que no merece vivir, pero ¿y tú sí? ¿Qué has hecho en tu vida que merezca la pena, estúpido? Eres un niño de papá que lo ha tenido todo, y te crees que eres mejor que yo, pero soy superior a ti. Puedo destrozarte el cuello sin despeinarme, y sin siquiera estropear mis ropas. – advertí, con voz suave en fuerte contraste con lo fiero de mis palabras, e incluso con mi gesto, pues subí las manos a su cuello para volver a apretárselo, como había hecho hacía unos momentos. En ese instante, la rabia era tal que realmente estuve tentada de partirle el cuello, mas me contuve por el único motivo de que si lo mataba, si realmente terminaba con su patética existencia, me acarrearía problemas… Además, ¿quién sabía si no generaría un conflicto diplomático con el Sacro Imperio que un conde proveniente del territorio muriera en el mío, en el palacio real, en mitad de la noche y en extrañas circunstancias? Todo apuntaría al asesinato, y no necesariamente por veneno, sino por fuerza bruta, como aquella de mis guardias, que en última instancia me protegerían a mí. Por ello, me controlé, mas no por completo, y en esas circunstancias decidí que lo mejor para enseñarle una lección era demostrarle hasta qué punto podía ser un monstruo… Aprovechándome del dominio físico que estaba ejerciendo, le bajé el cuello de la camisa para tener accesible más superficie de su piel que aquella que me ofrecía su cuello, y sin permitirle que se moviera o se resistiera, lo mordí con saña y empecé a beber de su sangre.

Habitualmente, habría disfrutado de la situación, pues había una sensualidad en el acto comparable únicamente al carnal de la que bebía con tanta ansia como lo estaba haciendo de él; no obstante, como se trataba de enseñarle una lección y no de hacerlo disfrutar, lo hice con furia, con salvajismo, debilitándolo a consciencia y vaciándolo de sangre, hasta poco antes de que su corazón dejara de latir. Solamente entonces me separé, y me limpié los labios, donde aún quedaba algo de sangre; él, por su parte, estaba sumamente débil, y parecía aún más un guiñapo que como había demostrado que era con su desvergonzado comportamiento. – Nadie te creería si lo dijeras, y aunque lo hagas, no les importaría. Es tu palabra contra la mía, y la mía tiene mucho más peso. – advertí, antes de agacharme, mordisquear uno de mis dedos hasta hacerme sangrar y utilizar dicha sangre para curarle las marcas de mis colmillos en su pecho. Sin pruebas, no habría delito alguno; sin delito, su acusación se caería con fuerza propia; y sin posibilidad de probarlo, pues todas las manchas de sangre se encontraban en mi boca y en su pecho, parecería el acto de una amante cruel, no de una vampiresa como yo. Lo viera como lo viese, estaba perdido, y finalmente mi sangre, que él ansiaba derramar de una manera diferente, había sido la responsable de hundirlo por completo gracias a las habilidades que traía consigo, fruto de la maldición que me convertía en una bestia, como él me llamaba… o en un ángel de la muerte, depende de a quién se le preguntara exactamente por quién o qué demonios era yo.
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Miér Dic 07, 2016 7:51 am

Un gruñido de dolor escapa de la boca de Von Kleinmann cuando la Reina de los Países Bajos provoca que los huesos de su mano crujan, incluso que alguno de ellos se rompa. Y todo eso con una facilidad asombrosa. Erik no siente otra cosa que odio en esos momentos. Y dolor. Pero ese dolor y ese odio no eran nada en comparación con lo que iba a sentir en los próximos segundos, una vez ella le había acorralado ya contra una de las paredes de los jardines.

Y puede que ahora sí que sienta que su vida está en peligro, pero en sus ojos únicamente se puede ver odio. Odio hacia aquella asquerosa mujer. Odio que se intensifica aún más si cabe mientras ella le recuerda quién es superior a quién. Tiene pensado replicar, por supuesto, pues sino no sería Erik. Pero no le da tiempo, en absoluto, pues las manos de Amanda vuelven a agarrar su cuello. Intenta que no le ahogue, haciendo uso de sus propias manos, a pesar de saber que cualquier intento es inútil al lado de un ser como aquel. No tarda demasiado en darse cuenta de las intenciones de Smith cuando se acerca a su cuello de esa forma. Inconscientemente, se revuelve de forma más brusca y desesperada, buscando zafarse del agarre.


- Ni se te ocurra   - intenta sonar firme, como siempre, pero su voz está quebrada en esos momentos.

No es capaz de ahogar el quejido de dolor que escapa de su garganta en cuanto siente unos colmillos clavarse en la piel de su cuello, pues la vampiresa no es precisamente delicada con sus actos. Von Kleinmann no puede hacer otra cosa que intentar apartarla, incluso golpearla con las pocas fuerzas que tiene en comparación con ella. Y no es que comience a sentir la escasez de sangre poco a poco, en absoluto, la sensación aparece de golpe. Siente que le están vaciando por dentro, que se le nubla la vista y que su cuerpo comienza a debilitarse. Sus rodillas tiemblan a consciencia de que se mantiene en pie únicamente por el agarre de Amanda. Y siente que va a desmayarse, incluso que su corazón se va a detener de un momento a otro. Y no puede hacer nada para evitarlo.

Cuando ella se detiene, él está tan débil que su espalda acaba deslizándose por la pared hasta quedar sentado en el suelo. Está mareado. Se siente frustrado, impotente y con el orgullo completamente enterrado bajo tierra. Quiere moverse y ni siquiera cree poder hacerlo. Únicamente puede mirar a la Reina y eso le duele más todavía, pues su sola presencia es un recordatorio de lo inferior que se siente en esos momentos. En la vida se había sentido tan vulnerable. Y no le gusta, es más, detesta aquella sensación que apodera su cuerpo en esos momentos. Un
“Maldita zorra” escapa de los labios de Von Kleinmann, en un susurro casi inaudible pues, en esos momentos, es incapaz de levantar la voz. Desvía la mirada para no mirarla y espera a que ella se largue y le deje allí solo, porque en esos momentos no la quiere tener delante. Ni a ella ni a nadie.    


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Mensaje por Invitado Dom Dic 11, 2016 2:18 pm

El que hasta hacía un instante se había comportado como un enemigo digno de tenerlo en cuenta, un rival audacísimo en la diplomacia y absolutamente indiferente en el protocolo, se encontraba en el suelo tirado, como una muñeca rota arrojada por un niño que se había cansado de jugar, y lo cierto era que la metáfora resultaba incluso apropiada, dadas las circunstancias, aunque el niño fuera él, y no yo. Pese al patetismo que rezumaba Von Kleinmann, no pude por menos que admirar su tenacidad, especialmente porque el orgullo del que había hecho gala hasta aquel mismo instante brillaba con la fuerza de mil soles, de forma que casi resultaba cegadora, y evidente pese, incluso, a la oscuridad de la noche que nos abrazaba. Con una mueca casi de orgullo, le hice una pequeña reverencia y lo dejé ahí, esperando que recuperara las fuerzas suficientes para volver a sus aposentos y que aprendiera la lección que le había enseñado durante nuestro breve encuentro: no debía enfadarme, o las consecuencias serían nefastas para él. ¿Sería capaz, el tozudo Erik, de no buscarme las cosquillas durante al menos un día…? Con esa duda en mente, volví a mis aposentos, donde pasé lo que quedaba de noche ocupándome de mis asuntos; durante los días siguientes, asimismo, con él fingiendo normalidad y yo la formalidad propia de mi educación y mi posición, la pregunta continuaba formulándose en mis pensamientos con cada vez menos insistencia, pese a las ocasionales provocaciones de quien, por lo demás, me estaba evitando. Y no podía negarlo, aunque lo deseara con todas mis fuerzas: tras nuestro encuentro, y dada la momentánea ausencia de Dragos en el palacio, pensar en mi vida sin un conflicto dialéctico como el que había mantenido con él se me antojaba de un tedio absolutamente insoportable, por lo que decidí, una noche aparentemente cualquiera, hacerle una pequeña visita al conde Von Kleinmann.

Como no podía ser de otra manera, en su habitación se encontraban varias fulanas junto a él, con una falta de elegancia por parte de ambas partes que casi me hizo poner los ojos en blanco. Yo, por mi parte, no me hallaba vestida con el salto de cama, sino con el vestido de paseo que había portado anteriormente, de un intenso color granate que destacaba como sangre contra la palidez de mi piel. Asimismo, llevaba los labios teñidos de un intenso carmín, y joyas de rubíes que resplandecían cada vez que sus facetas se encontraban con la más mínima fuente de luz. Todo se encontraba elegido y pensado hasta el más mínimo detalle, especialmente para la visión de Erik, que era el primer hombre en mucho tiempo que podía afirmar, sin equivocarse, que me había vestido pensando en él. Qué romántico… o cruel, según cómo se mirara, mas lo cierto era que en cuanto las fulanas abandonaron la habitación de Von Kleinmann, antes incluso de que él tuviera tiempo de cubrirse, yo me colé en sus aposentos y cerré la puerta tras de mí, sonriendo ante la momentánea muestra de pudor que se le escapó al intentar taparse. ¿O fue porque recordaba nuestro anterior encuentro y no quería que lo mordiera…? Fuera cual fuese su motivación, lo cierto es que no pude evitar sonreír, apoyada en la pared frente a él y observándolo con atención. – Te diría que me sorprende encontrarte de esta guisa, pero lo cierto es que no, en absoluto. – lo saludé, a mi manera, haciendo referencia al rumor que se gritaba, casi, por los pasillos del castillo acerca de lo ligero de cascos que él era. Por supuesto, no se hablaba de él en esos términos, ya que al ser hombre, se consideraba su comportamiento encomiable, y el de las mujeres con las que compartía el lecho, vulgar hasta el extremo. Sin embargo, yo tenía mi propia opinión respecto a él y a sus actos, y probablemente sus actos carnales fueran lo único que no le reprobaría… demasiado. – Te veo bien. Has recuperado las fuerzas, y yo ya he eliminado los restos de ti de mi cuerpo, así que se me ha ocurrido que podemos hacerlo otra vez… – propuse, pícara, y en un abrir y cerrar de ojos me encontré sentada en su lecho, aún caliente por él, que me miraba como si no pudiera creerse lo que acababa de decirle.
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Vie Dic 16, 2016 9:59 am

Obviamente, sí, Von Kleinmman ha estado evitando encontrarse con la Reina de los Países Bajos. Únicamente lo hizo cuando no le quedó más remedio en el ámbito profesional. Y así pensaba seguir. Aquellos días también le habían servido para informarse más acerca de los vampiros, a pesar de no saber si las cosas que había estado leyendo eran reales o no. Incluso se le pasó por la cabeza más de una vez buscar al cazador más caro de todos. Se moría de ganas, no nos engañemos, pero al final no lo hizo. Aquel tema se le quedaba bastante grande. Por esa razón, de momento, se conformaba con evitar encontrarse con ella.

Días después, ya se siente mejor. Su nivel de sangre parece haber vuelto a la normalidad y ya no se siente débil, por lo que ya no tiene que volver a inventarse que estaba enfermo y necesitaba reposo. Efectivamente, ya vuelve a sentirse con fuerzas. ¿Y qué mejor forma de celebrarlo que volviendo a la normalidad? De ahí las fulanas que Amanda Smith ve salir de los aposentos del conde. Y justo cuando él piensa que que el día va a terminar de la mejor forma posible, la Reina aparece por la puerta, aplastando por competo cualquier rastro de tranquilidad o felicidad que puede haber en esos momentos en el mundo de Erik.

El conde se tensa por completo desde el primer momento en que ella aparece en su campo de visión e inconscientemente se cubre con las sábanas, sentándose sobre la cama. Y se queda en silencio. Ni siquiera quiere saludar. Odia tanto a aquella mujer que el simple hecho de mirarla consigue que el pecho le arda, bloqueando incluso su garganta. Simplemente espera a que ella mencione el motivo de su visita... Y no tarda en llegar. En el rostro de Erik se puede notar a la perfección el desconcierto, el odio y la rabia que siente en esos momentos. En cuanto ella se sienta en la cama, él se levanta, llevándose consigo las sábanas que le cubren. Y se aleja. No quiere estar cerca de ella, así que mucho menos quiere cualquier tipo de contacto.    
 

- ¿Qué te crees que soy? No soy una sucia ramera de la que poder sacar algo a cambio cuando te venga en gana. Ni en tus mejores sueños lo sería. Así que mantén tus asquerosas manos y tus asquerosos colmillos lejos de mí -   exige, claramente enfadado. Enfadado y frustrado, porque en el fondo de su ser es consciente de que ella puede hacer cualquier cosa que quiera hacer. Y ese pensamiento incrementa más todavía la rabia que siente. Le da la espalda y se quita las sábanas para poder cubrirse con los calzones. La mejor solución, sin duda alguna, es no estar a solas con ella - Búscate a otro - concluye, importándole lo más mínimo el escarmiento o la clase sobre educación que ella le dio hace unos días. El instinto homicida que siente en esos momentos hacia la Reina no es ni medio normal, pues en su mente ya la ha matado varias veces.  


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Mensaje por Invitado Mar Ene 03, 2017 5:53 pm

¿Qué me creía que era? Ah, si él supiera... Tal vez una vulgar furcia no porque al menos ellas daban placer a cambio de dinero, mientras que Von Kleinman únicamente daba dolores de cabeza constantes y unas batallas que lo hacían parecer un hijo malcriado, especialmente molesto dado que yo no era su madre. Lo que sí que era, sin embargo, era su reina, por mucho que él decidiera ignorar cualquier referencia a mi posición superior porque me detestaba tanto que no era capaz de vivir con ello; como tal, tenía todo el derecho del mundo a entrar en su habitación, pues, técnicamente, me pertenecía, igual que el palacio en el que ésta se encontraba e igual que, le doliera admitirlo o no, él mismo. Así, ajena a sus amenazas, que sabía de buena tinta lo vacías que estaban, subí las piernas al lecho en el que él se había encontrado, de forma que me encontré reclinada como si me encontrara en un banquete romano en los que jamás había participado activamente salvo para servirlos, no para disfrutar de ellos. Una vez acomodada, ladeé el rostro y le dediqué el tipo de sonrisa que él más odiaba, aunque lo cierto era que resultaba bastante elegir entre todas las que él detestaba una sola que pudiera despertar lo peor de sus sentimientos hacia mí. Aun así, hice el esfuerzo de parecer todo lo encantadora que él odiaba por encima de todas las cosas que fuera, y no contenta con ello, incluso me permití mirarlo de forma condescendiente, tapado aún por una sábana que no ocultaba demasiado ante mis ojos curiosos y ávidos de su sangre, nada más y nada menos. Tal vez podría estar ávida de él en otros sentidos si tuviera un criterio menos selecto que el que poseía, pero, para su desgracia, mis intereses se encontraban enfocados hacia él sólo en lo que contenían sus venas, no en el envoltorio, así que se quedaría con la frustración de no poder utilizar ese arma para combatirme, o al menos para intentarlo.

– Lo que hicimos la otra noche niega enormemente tus palabras, Erik... ¿O es que ya te has olvidado de mis mordiscos? Lo dudo, porque me los echas en cara: señal de que me tienes siempre presente en esa cabecita suya. Dime, ¿mientras azotabas a tus fulanas también pensabas en mí o eso te lo reservas para cuando destrozas el resto de tu vida? – provoqué, porque podía y porque disfrutaba haciéndolo y viendo cómo él se molestaba y, sobre todo, cómo era incapaz de disimular el odio, asco y desprecio que sentía por mí, a partes iguales cada uno de ellos hasta llenarlo por completo y volverlo inflamable, a la espera de la llama que lo hiciera explotar. Para su desgracia, dicha llama era yo, así que, quisiera o no, debía aguantar mucho más mis provocaciones porque, de lo contrario, acabaría lamentándolo, como ya le había demostrado la primera vez que había intentado atacarme. – Lo cierto es que estaba empezando a plantearme que tú me probaras a mí, pero verte enfadado es tan divertido que no puedo resistirme. Además, no te mentiré: probablemente tu sangre sea lo mejor de ti, sobre todo porque es lo único que puedo llegar a apreciar realmente, así que me temo que eso lo dejaré para otra ocasión. – advertí, encogiéndome de hombros con delicadeza para, a continuación, incorporarme y dirigirme hacia él, aprovechando que su puerta se encontraba cerrada a cal y canto y no podía escapar a menos que lo hiciera por la ventana, con el riesgo de abrirse la cabeza que corría de hacerlo. – No seas tímido, Erik, no tienes nada diferente a ninguno de los hombres que he visto desnudos con anterioridad. – le pedí, y, a continuación, le arranqué la sábana para lanzarla al suelo y que quedara exactamente como lo trajeron al mundo... bueno, no exactamente, algo mejor dotado que entonces sí, pero desde luego en un vivo contraste conmigo, vestida hasta el extremo y de su nuevo color más odiado: el rojo sangre.
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Miér Feb 08, 2017 4:42 am

La vida para Von Kleinmann podría haber sido más fácil naciendo Rey, mucho más fácil. No está hecho para tolerar ni obedecer a personas, por desgracia, ya de niño se acostumbró a únicamente exigir y exigir. Sabía parecer educado y mínimamente manejable, obviamente, pues no le quedaba otra. ¿El problema? Aquella mujer había decidido complicarle la existencia. Y lo conseguía. Bastante bien, de hecho. Y sacaba lo peor del Conde.

Le frustra y le hace rabiar a partes iguales el constante recordatorio de que ella no sólo se encuentra en una mayor posición social que él, sino también en unas mejores condiciones físicas. Ojalá pudiera, simplemente, someterse. Le ahorraría más de un problema con Smith, seguramente.


- Si pensase en ti mientras comparto lecho con esas fulanas, acabaría estrangulándolas, y preferiría no tener que deshacerme de ningún cuerpo… - no es capaz de contestar con tono desenfadado ni dejar la arrogancia a un lado. Ni siquiera está seguro de haber intentado sonar de una forma más apropiada, vista la situación. No tiene escapatoria y está tenso, muy tenso. Ceder y rendirse se vuelve la única opción posible para Von Kleinmann. Y ese pensamiento únicamente incrementa más el asco y el odio que de por sí ya siente. Incrédulo, frunce el ceño, ante las siguientes palabras de su acompañante - ¿Probarte? ¿Y por qué iba a querer hacerlo? En estos momentos, nada se me antoja más repugnante que probar algo proveniente de ti – no tiene ni idea de lo que ocurre al beber sangre de vampiro, pero tampoco quiere descubrirlo. ¿Cómo va a beber sangre? Es más, ¿cómo va a beber sangre de la persona más detestable que conoce?

No se siente cómodo ante la cercanía de Smith, pero no se aleja cuando ella se acerca. Si se alejara un par de pasos, su espalda quedaría contra la pared, y no quiere sentirse acorralado. O por lo menos no más acorralado de lo que de por sí ya se siente. Sus pulsaciones se disparan aunque él no quiera. Se siente amenazado y es realmente consciente de que no puede hacer nada para impedir lo que sea que Amanda quiera hacer con él. Pero exteriormente intenta mostrarse impasible, aunque sea incapaz de esconder en su mirada el odio y la rabia que siente. Al principio agarra la sábana con más fuerza, pero su intento por mantenerla en el sitio es inútil y queda completamente desnudo ante ella. No es tímido, no le da vergüenza, porque no tiene ningún tipo de complejo en lo que respecta a su cuerpo. Simplemente no le parece necesario todo aquello. La mira, en silencio, como esperando a ver qué quería. Fuera lo que fuese, esperaba que lo hiciera ya. No quería seguir alargando aquello. Quería perderla de vista cuanto antes. -
¿Qué quieres a cambio de no volver a clavarme los colmillos? – duda que exista alguna alternativa, pero tiene que intentarlo. No quiere repetir la experiencia del último día.


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Mensaje por Invitado Jue Feb 09, 2017 2:52 pm

¡Qué tierno, quería asesinarme! Incluso después de haberle demostrado con multitud de detalles hasta qué punto le sería imposible, seguía erre que erre, con la idea tan metida en la cabeza que únicamente una craneotomía bien hecha podría arrancársela, aunque con eso se conseguiría también borrar lo que él era como persona. Ante eso último, sólo cabía preguntarse una cosa: ¿cuánto lo echaría de menos el mundo? Yo sabía que no mucho, porque, en fin, aunque me quitara a mí misma el juguete era sólo cuestión de tiempo que encontrara a otro que me entretuviera más, pero ¿el mundo? Sospechaba que poco. Las mujeres se verían considerablemente más valoradas sin que el puerco retrógrado que tenía delante se inmiscuyera en sus vidas simplemente porque habían tenido la buena o mala fortuna, según las circunstancias, de haber nacido; mi reino, por otro lado, perdería a un embajador, pero tal vez lo compensaríamos recibiendo uno mejor… Los motivos para liquidarlo, por todo ello, iban aumentando a cada instante que seguía pensando, mas seguía siendo demasiado obvio su rechazo hacia mí para que, si aparecía muerto, no hubiera alguien que me acusara; debía, por tanto, mantener las manos quietas del modo que me gustaría, pero eso no significaba que no pudiera mover las manos de un modo que a él le disgustaba. ¿No se sentía tan mal con mi presencia? Pues peor se empezaría a sentir en el momento en que acaricié su pecho y lo conduje hasta la pared, donde quería que se apoyara para que se sintiera aprisionado, y que así empezara a dejar de infravalorarme en mi propio campo de batalla. Lo cierto era que sabía de antemano que no funcionaría porque él era tan testarudo que ni por esas le haría cambiar de opinión, pero encontraba cierta satisfacción perversa en incomodarlo y en lograr que se le pusieran los nervios como escarpias, igual que el vello de los brazos, tan afilado que casi se me podía clavar físicamente en la piel.

– Qué ignorante, Erik, ¿no te has informado lo suficiente para saber qué pasaría si te permitiera abrirme las venas y beber de mí? Es un privilegio… Sería casi como una auténtica Eucaristía, salvo que en vez de beber la sangre de Cristo, beberías la mía, y tendría un auténtico efecto en ti a todos los niveles, sobre todo físico. Pero si no te interesa, en fin, no te molesto con nada que pueda beneficiarte… – me mofé, con la sinceridad suficiente en el tono de voz (y en mis palabras, pues ¿acaso había dicho alguna mentira en toda mi perorata…?) para que él no tuviera más remedio que creerme, y para que, así, tuviera el efecto que deseaba en él: deseo, precisamente. Si él se moría por mi sangre, lo tendría sometido, mucho más que con amenazas, protocolo y dialéctica; si Von Kleinmann terminaba probándome de la manera en que no deseaba hacerlo, a juzgar por lo que él mismo había dicho, se acabaría beneficiando… Pero su odio por mí era tan fuerte que dudaba que fuera a ser capaz de convencerlo, ni siquiera si llamaba a un notario y juraba que lo que decía era la verdad, nada más que la verdad y solamente la verdad, con la mano en la Biblia y sin arder en llamas por ello. ¿Pensaría acaso él que por entrar en una Iglesia podía desvanecerme…? Lo cierto era que tenía curiosidad por qué sabía de mí, pues no me cabía duda de que había investigado mi naturaleza, y así se lo había hecho saber. De lo que tampoco me cabía duda era que no tenía el criterio suficiente para reconocer los bulos, por lo que, como poco, lo que él sabía tenía que ser interesante. – Así que quieres negociar. Pues bien, negociemos. ¿Qué me ofreces a cambio de que no te muerda? La verdad es que ahora mismo tengo apetito, tendrás que darme algo muy bueno para que no te dé un buen mordisquito en ese cuello tan apetecible que tienes. ¿Qué tal tu completa y total sumisión, en todos los sentidos? – propuse, a sabiendas de que me iba a decir que no, o aunque me dijera que sí, que no era capaz de hacerlo. Por eso, sonó a broma, pero no la parte en la que lo invitaba a negociar… Eso sí que sería interesante.
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Mensaje por Erik Von Kleinmann Vie Feb 10, 2017 3:42 am

Efectivamente, que Smith le acaricie el pecho y le acorrale contra la pared no le resulta nada agradable. Tal vez, en otras circunstancias, si se tratase de otra mujer, podría sentir cierta excitación ante aquel gesto. Pero no, únicamente siente tensión e incomodidad. No está acostumbrado a que otra persona lleve las riendas, no sabe disfrutar de no tener el control ni de la sumisión. Y mucho menos de una sumisión de la que Amanda tiene el control. Sin embargo, sabe que no tiene sentido resistirse. No tiene la fuerza suficiente como para quitársela de encima. Así que se queda quieto, simplemente esperando a que ella pierda repentinamente el interés hacia él. Porque de sueños imposibles también se vive.

Sin embargo, justo cuando cree que nunca podría llegar a interesarse por nada que tuviera una mínima procedencia de su acompañante, las cosas cambian. En el rostro de Von Kleinmann se puede entrever cierta curiosidad, una efímera atracción, ante lo que escucha. Probablemente es la primera vez que presta tanta atención a las palabras de una mujer. No se ha informado al respecto, por lo que no sabe si le está mintiendo, pero prefiere pensar que tiene aunque sea una pequeña posibilidad en lo que respecta a dejar de ser tan débil y vulnerable delante de ella. Beber de su sangre, al parecer. Obviamente, no es la sangre lo que se le antoja apetecible, sino el poder que ésta parece poder otorgarle. Puede que se trate de una trampa y muera envenenado a la que pruebe una única gota de su sangre, pero extrañamente confía en que no sea así. Aunque, para qué engañarnos, es tan orgulloso y testarudo que preferiría morir de aquella forma antes que volver a ser mordido por ella.


- Pongamos que decido creerte… - comienza diciendo, dispuesto a negociar. Eso sí, inconscientemente, lleva una mano a la de Smith, pretendiendo apartarla para que ésta deje de acariciarle el pecho. Como ya se ha mencionado, le incomoda que lo haga. Detesta sentirse un juguete, aunque ella ya le haya catalogado como tal – Quiero probar tu sangre y comprobar que es cierto. Sea como sea, me resulta extraño que ofrezcas algo que únicamente me pueda beneficiar. Y como ya he dicho, quiero tus dientes lejos de mí. Ni siquiera quiero que me toques –   duda que ella acceda, igual que él duda poder verse envuelto en una completa sumisión. ¿Puede siquiera intentar serlo? Ahora viene la parte en la que le ofrece a ella algo a cambio y detesta tener que hacerlo – Ofrezco intentar dejar de odiarte y tolerar tu presencia, eso ya me costará bastante. No voy a ofrecerte una completa y total sumisión, porque ambos sabemos que no podría. Preferiría que me arrancases la garganta ahora mismo. Ofrezco acceder a algunas cosas que me pidas, sin rechistar, pero no a todas. Las que yo considere necesarias. ¿Te parece suficiente?– no es capaz de negociar teniendo en cuenta las condiciones reales, ni siquiera estando en una clara desventaja es capaz de venderse por completo. En el fondo espera que Amanda valore sus palabras, porque ofrecer una minúscula parte de sumisión a él le parece más que suficiente.  Por eso le acerca una mano, esperando que acepte y selle el trato estrechándola.


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Mensaje por Invitado Miér Mar 01, 2017 1:35 pm

Cuando finalmente parecía que Erik von Kleinmann y yo nos adentrábamos en una senda que podía ser mutuamente beneficiosa, él iba y se desviaba tanto del camino que había comenzado a recorrer que a punto estuve de reírme en su cara por la feliz idea que se le había ocurrido, y únicamente los modales a los que él había renunciado en mi presencia lo salvaron de que lo humillara aún más profundamente. ¿Cuán ignorante podía ser un mortal sin avergonzarse de ello, sino al contrario, enorgullecerse lo suficiente para ni siquiera tratar de ocultarlo? ¿Qué demonios le pasaba por la cabeza a alguien que se consideraba un digno rival para dejarme tan sumamente claro que, efectivamente, no tenía ni idea de lo que mi sangre podía hacerle…? Si así fuera, su estúpido intento de negociación habría podido ser una propuesta que tomarme en serio, no algo tan pueril como él acababa de demostrarme que podía ser, como si todos nuestros anteriores encuentros no hubieran indicado exactamente eso mismo. Ah, aún me quedaba fe en la humanidad, aparentemente, aunque a diario seres como él lucharan por arrancarme esos pequeños retales hasta dejarme desnuda, cruel e inhumana como él me fantaseaba, y no como realmente era. Pero ¿qué le importaba a él que su imagen de mí no se correspondiera con la realidad que podría percibir si prestara atención a algo más que a su propio ego? Nada, en absoluto; Von Kleinmann prefería considerarse a sí mismo como el rey y negociar en base a lo que él deseaba, no a lo que yo, obviamente su superior, podía querer de él. A fin de cuentas, ¿de qué me servía que intentara no odiarme? Las palabras se las llevaría el viento, y esa maldita palabra serviría para justificar que ni siquiera cambiara su actitud, pues ¡lo estaba intentando! ¿Es que acaso no es suficiente con eso! ¡Qué crueldad por tu parte, Smith…!

– ¿Sabes? Lo más gracioso de todo es que piensas que eso es remotamente suficiente… – reprendí, sonriendo, y a continuación ladeé la cabeza, dedicándole la misma mirada y expresión que se le dedicaría a un crío que no termina de aprender la lección por mucho que se le explicara. La metáfora del pedagogo era particularmente apropiada en nuestras circunstancias, pues efectivamente, daba igual cuántas veces le repitiera y le dejara claro que podía hacer lo que me viniera en gana con él, Erik seguiría creyendo que tenía algún tipo de poder sobre mí… más allá de molestarme con sus estupideces hasta el maldito extremo, claro estaba. – Yo puedo ofrecer intentar dejar de desear tu sangre, pero sabes tan bien como yo que eso no va a suceder nunca, así que ¿por qué me tomas por una tonta que se va a creer tus vanas ilusiones? Tal vez el resto de mujeres con las que te relacionas justifiquen que las tengas por gusanos, pero ¿yo? No, ya te he demostrado que soy mucho más que eso. – expliqué, encogiéndome de hombros, pues era consciente de que no tendría que haber perdido mi tiempo con él, mas aún así lo había hecho, y seguía haciéndolo porque no soportaba que se me faltara al respeto de una forma tan descarada como la suya. Así que, por supuesto, para hacerle pagar precisamente por eso y para molestarlo lo suficiente para que se tomara en serio nuestra negociación, arañé su mejilla con la uña y a continuación lamí la gota de sangre que se había quedado en ella, pintándola como si se tratara de un esmaltado. – No, Erik. Que intentes dejar de odiarme y empieces a comportarte es donde va a empezar la negociación, como algo que se da por supuesto, no como algo que tú puedas ofrecerme a mí. Si no tienes ni idea de hasta qué punto puedo cambiarte la vida, no seas tan estúpido de demostrármelo ofreciendo tan poco, por mucho que te cueste. – recriminé, cruzando los brazos sobre el pecho, y con los ojos firmemente clavados en él, a la espera de su próximo movimiento.
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