AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
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Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Viene de aquí
Una semana después...
Una semana después...
"No es un suicidio, es un renacimiento, un nuevo yo. Es quitarme la piel para ver la piel debajo de la anterior, la verdadera quizás, la que siempre había estado dándome comezón,
ansiosa de salir al mundo…"
ansiosa de salir al mundo…"
No podía entender las razones que Amanda le había dado. No, sencillamente no. Y no era que no tuviera la suficiente capacidad mental para estudiarlas y luego de mucho tiempo llegar a la conclusión de que ella tenia razón, de que no había manera en que ella estuviese equivocada con todos esos años que debía tener de existencia; era sencillamente que no eran validas para el, eso solo eso. Nigel había sido caprichoso toda su maldita existencia y esta no seria la excepción, acostumbrado estaba a tener todo en charola de plata. Desde que había sido un infante había bastado solo el alargar la mano y en segundos había obtenido lo que deseaba, el no conocía la espera y justo por eso es que lo encolerizaba el que Amanda le impusiera el esperar. El día siguiente a ese encuentro donde había conocido a la sensual vampiresa había sido todo un caos en la mansión Quartermane. Todos le habían dejado solo en su despacho, nadie se había aventurado a interrumpirle, por que sencillamente sabían que corrían el riesgo de perder la cabeza en medio de una batalla en la que el era quien tenia la mejor espada, la única existente en realidad. Incluso Claire, incluso ella que le aguantaba todo a su flamante esposo había decidido no participar, ignorando por completo el por que de su enojo y la furia que le salía por los ojos fulminando todo a su paso. Ese día hubo destrucción de objetos valiosísimos que el mismo señor de la casa había lanzado contra el piso con el único objetivo de aminorar su molestia, hubo libros quemados que habían sido lanzados a la chimenea por el mismo. Al final el despacho daba la impresión de haber sido victima de un siniestro no anticipado, todo obra de la frustración que se había instalado en el para no irse hasta que no hubiese cometido su objetivo. Luego de haber hecho todo esos destrozos se había sentado sobre la elegante silla detrás del escritorio que rara vez solía ocupar y con la respiración levemente agitada a causa de la molestia había decidido intentar tranquilizarse. Había respirado hondo y había decidido empezar a actuar como un hombre inteligente y no un niño estupido, no por que el fuera ese tipo de personas, era por que no le quedaba de otra, por que había sido amenazado, Amanda le había sentenciado que si no realizaba las cosas de la manera que ella esperaba, la correcta, todo se iría al demonio y con eso hablamos de esa gran oportunidad de una nueva vida. Nigel se había negado a arruinarlo y por primera vez en su vida las instrucciones debían ser obedecidas y seguidas al pie de la letra, cosa que aun lograba molestarlo, pero no tenía una mejor alternativa.
Luego de su percance en el despacho había salido por su propia cuenta a la ciudad como alma que lleva el diablo, sin carruajes, sin chóferes, sin esposa o amigos, nada que le impidiera su cometido. Y se había refugiado en la biblioteca más grande y más famosa de la localidad. La dependienta del lugar casi había sufrido un ataque cardiaco al ver quien cruzaba por las puertas de vidrio del lugar, debía ser una figuración suya, no podía ser posible que un hombre como Quartermane de pronto estuviera interesado en la lectura. Pero lo estaba, aunque específicamente en una. Se había dirigido directamente a la sección donde se encontraban los libros que hablaban de criaturas sobrenaturales: brujas, hombres lobo, seres que tomaban apariencias animales, toda clase de temas que esa época no eran más que mitos y por lo tanto clasificaban como fantasía. Pero el sabia que no era ficción, ahora lo sabia, tenia la certeza de que los humanos no eran los reyes del mundo, el no lo era por lo tanto y eso lo hacia sentir mediocre, inferior, lo hacia sentir insignificante y necesitaba mas, necesitaba sentir el poder correr por sus venas, ver el horror en las personas al escuchar su solo nombre.
Así fue como llevo a cabo esa serie de lecturas, donde se hablaba de un ser con colmillos, sin alma, sin escrúpulos, un asesino terrorífico que según los datos escritos, había existido desde épocas remotas. También había leído sobre las desventajas que probablemente tendría, las maneras en las que un vampiro podía morir a manos de un humano o incluso a las de otra bestia, los licántropos por ejemplo. Supo que de una vez transformado su único y real enemigo serian los licántropos y probablemente luchar contra el ego de otros de su especie. Supo que no podría procrear mas, que no le sabría igual la comida, los besos, el sexo mismo, ese que tanto adorada. Supo que debería despedirse de la luz solar, de pasear en la playa a medio día, que no podría relacionarse más con sus conocidos como lo había hecho hasta ahora, por que ahora no significarían mas que una sola cosa: comida. Supo tantas cosas y las aceptaba, lo hacia, nada había logrado horrorizarlo como para desistir de su decisión ya tomada.
Los siguientes días los había pasado igual, prácticamente encerrado noche y día en el despacho, con una pila interminable de libros que habían sido comprados por el mismo y por nadie mas, ya que no podía permitir que su “secreto” fuese descubierto por alguno de los entrometidos de sus criados; incluso lo mantuvo en secreto de Claire, quien no dejaba de preguntarse que se traía entre manos y este no había hecho mas que callarla con besos y palabras que sabia que le gustaban, manteniendo bajo llave el despacho para que nadie mas pudiese entrar. La única vez en la que solicito ayuda fue cuando decidió que estaba preparado, que había llegado la hora del gran momento. Busco un poco de ayuda para encontrar la manera de localizar a Amanda, aunque pistas tenia luego de haber leído tanto, pero no quería fallar y quería asegurarse.
Y finalmente había dado con su paradero. Justo ahora se encontraba frente a ese palacete que derramaba infinita elegancia y lujo. El éxtasis se apoderaba de su ser al saber que estaba a tan solo unos pasos de la gloria, de la cúspide de su existencia. Solo debía cruzar ese portón, esa puerta y ahí dentro estaría esperándole su destino. La mujer que seria su transporte a la eternidad y poderío, a la que estaría ligada por sangre de por vida. Amanda Smith, sinónimo de todo.
Luego de su percance en el despacho había salido por su propia cuenta a la ciudad como alma que lleva el diablo, sin carruajes, sin chóferes, sin esposa o amigos, nada que le impidiera su cometido. Y se había refugiado en la biblioteca más grande y más famosa de la localidad. La dependienta del lugar casi había sufrido un ataque cardiaco al ver quien cruzaba por las puertas de vidrio del lugar, debía ser una figuración suya, no podía ser posible que un hombre como Quartermane de pronto estuviera interesado en la lectura. Pero lo estaba, aunque específicamente en una. Se había dirigido directamente a la sección donde se encontraban los libros que hablaban de criaturas sobrenaturales: brujas, hombres lobo, seres que tomaban apariencias animales, toda clase de temas que esa época no eran más que mitos y por lo tanto clasificaban como fantasía. Pero el sabia que no era ficción, ahora lo sabia, tenia la certeza de que los humanos no eran los reyes del mundo, el no lo era por lo tanto y eso lo hacia sentir mediocre, inferior, lo hacia sentir insignificante y necesitaba mas, necesitaba sentir el poder correr por sus venas, ver el horror en las personas al escuchar su solo nombre.
Así fue como llevo a cabo esa serie de lecturas, donde se hablaba de un ser con colmillos, sin alma, sin escrúpulos, un asesino terrorífico que según los datos escritos, había existido desde épocas remotas. También había leído sobre las desventajas que probablemente tendría, las maneras en las que un vampiro podía morir a manos de un humano o incluso a las de otra bestia, los licántropos por ejemplo. Supo que de una vez transformado su único y real enemigo serian los licántropos y probablemente luchar contra el ego de otros de su especie. Supo que no podría procrear mas, que no le sabría igual la comida, los besos, el sexo mismo, ese que tanto adorada. Supo que debería despedirse de la luz solar, de pasear en la playa a medio día, que no podría relacionarse más con sus conocidos como lo había hecho hasta ahora, por que ahora no significarían mas que una sola cosa: comida. Supo tantas cosas y las aceptaba, lo hacia, nada había logrado horrorizarlo como para desistir de su decisión ya tomada.
Los siguientes días los había pasado igual, prácticamente encerrado noche y día en el despacho, con una pila interminable de libros que habían sido comprados por el mismo y por nadie mas, ya que no podía permitir que su “secreto” fuese descubierto por alguno de los entrometidos de sus criados; incluso lo mantuvo en secreto de Claire, quien no dejaba de preguntarse que se traía entre manos y este no había hecho mas que callarla con besos y palabras que sabia que le gustaban, manteniendo bajo llave el despacho para que nadie mas pudiese entrar. La única vez en la que solicito ayuda fue cuando decidió que estaba preparado, que había llegado la hora del gran momento. Busco un poco de ayuda para encontrar la manera de localizar a Amanda, aunque pistas tenia luego de haber leído tanto, pero no quería fallar y quería asegurarse.
Y finalmente había dado con su paradero. Justo ahora se encontraba frente a ese palacete que derramaba infinita elegancia y lujo. El éxtasis se apoderaba de su ser al saber que estaba a tan solo unos pasos de la gloria, de la cúspide de su existencia. Solo debía cruzar ese portón, esa puerta y ahí dentro estaría esperándole su destino. La mujer que seria su transporte a la eternidad y poderío, a la que estaría ligada por sangre de por vida. Amanda Smith, sinónimo de todo.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
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Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
”El castillo de cristal finalmente se hace pedazos de un certero golpe; la realidad termina por golpear todos los negros pensamientos hasta convertirlos en algunos rojos como la sangre...Todo puede acabar en tragedia.
Había pasado una semana desde el encuentro en el teatro: una semana, solamente, en la que había incluso podido asistir a Roma para la coronación como emperatriz de mi amiga Shanon Owen y que había terminado de una manera, como mínimo, interesante...con una nueva relación en mi haber y con un final feliz en el haber de mi querida Shanon. No había olvidado, sin embargo, mis condiciones con Nigel y las que sabía que cumpliría tarde o temprano, así como tampoco había olvidado el encuentro en sí porque desde Roma a París en un carruaje tirado por caballos negros de pura raza, un lujo concedido sólo por beneplácito de la reina del Sacro Imperio, había mucho tiempo para desconectar y mucha duración del viaje. Había llegado de nuevo a París, de hecho, el mismo día que hacía exactamente una semana desde mi aventura con Nigel, y mi llegada se había sucedido justo al anochecer: el momento en el que desperté de mi sueño en el interior del carruaje y el momento en el que aproveché para observar, a través de las cortinas de la mejor seda, todo el centro de París iluminado por la luz del ocaso y con la vida burbujeante que desprendía en cada una de las personas en el camino hasta el mismo corazón de la ciudad, muy cerca de la Sainte Chapelle, La Conciergerie y la misma catedral, Notre Dame, donde se situaba el palacete que durante los últimos meses, los que abarcaban mi estancia en la capital francesa, se había convertido en algo cercano a mi hogar. El viaje, transcurrido sin incidente alguno digno de mención, culminó con el atravesamiento del carruaje de las verjas de la entrada que delimitaban el terreno de mi hogar, y finalizó del todo y con perfección absoluta cuando uno de los sirvientes, haciendo gala de la más pura educación que correspondía al (absurdo) protocolo entre sirvientes y amos, me ofreció su ayuda para conducir el equipaje, bastante breve, hacia una de mis habitaciones. El cochero, una vez hube descendido del vehículo, se despidió con una reverencia y se dispuso a llevar el carruaje hasta el lugar en el que descansarían las monturas hasta su próximo uso: de vuelta al Sacro Imperio. Yo, por mi parte, me dispuse a hacer lo mismo.
El camino comenzó en la entrada del palacete, en la que los sirvientes volvieron a rodearme, silenciosos, para despojarme de mi ropa de abrigo (apenas una fina capa por el tiempo fresco primaveral que no me afectaba, en realidad, pero que era necesaria para guardar las apariencias) y en la que el más destacado de ellos me comunicó brevemente lo acontecido en la casa en temas de cuentas, decoración, limpieza y asuntos básicos como aquellos hasta que, tras un asentimiento por lo adecuado de su gestión, quedé finalmente sola bajo petición expresa y pude subir las escaleras con paso grácil en dirección a una de las habitaciones, no sin antes haber pedido que se preparara el agua de la bañera de mármol que había en una de ellas. Aquel fue el lugar al que fui directa, y aquel fue el escenario en el que mis hábiles dedos deshicieron los nudos del corsé en mi espalda para despojarme de las vestiduras y sumergirme en el agua, respirando un momento profundamente aunque realmente no lo necesitara y relajando mi cuerpo en la tibieza del líquido que lo estaba rodeando en aquel mismo instante.
Fue entonces cuando, después de tanto tiempo de viaje, pensé fríamente en que Nigel volvería a mí dentro de poco, sin duda a mi hogar por saber de sobra donde podía encontrarme gracias a sus más que abundantes medios, y también fue entonces cuando supe, o más bien tuve el presentimiento, de que la noche sería aquella. Si no aquella, podría ser la siguiente, o quizá la siguiente o incluso la siguiente de la siguiente, pero no más porque su propia personalidad le hacía ser así de impulsivo en ciertas cosas, hecho que había podido conocer cuando no había dudado en llevarme a la parte de atrás de un teatro para tenerme completamente para él durante una sola noche que había dado para bastante más que aquello. Le había empezado a conocer; había empezado a desnudar su alma y su personalidad a la vez que su cuerpo y por ello conocía su enorme ambición, amén de que había oído a través de las malas lenguas comentarios semejantes al respecto que había podido comprobar con mi propia experiencia en aquel momento.
Los cabellos pelirrojos se esparcían por el agua como largos dedos rojos con pigmentos del Infierno, de sus mismísimas calderas; mis ojos azules, que rivalizaban con el tono del océano, del Mare Nostrum, abiertos y clavados en un punto fijo con sólo las pestañas sedosas y onduladas dándoles algo de movimiento al cerrar mis párpados regularmente; mis labios, rojos y firmemente cerrados en la firmeza de mi cara, no mostraban ni daban sentimiento alguno en conjunto; mi cuerpo, pálido hasta el punto de hacer la competencia a la blanca piedra que formaba la bañera, estaba perfectamente relajado y sin dejar notar en ningún momento que mi mente estaba dando vueltas al tema de la proposición (más bien petición o, incluso, orden) de convertirle al vampirismo y abrirle las puertas a un mundo al que, sin duda, pertenecía...al menos mucho más que al humano. Tenía, sin duda, defectos; también poseía, sin embargo, virtudes: muchas de ellas incluso cercanas a las de los mejores ejemplares de seres de nuestra raza que se pudieran conocer, y por aquello mismo era el mejor candidato que en más de un milenio de vida tras el regalo de Abaddon hacia mi persona se me había presentado. Quizá, sólo quizá, me pensara en serio convertirle...todo dependía, como le había dicho la última vez, de si cumplía los requisitos necesarios para hacerlo y, probablemente, del humor con el que me pillara. Dependía mucho de ese último factor, y con aquellos pensamientos salí del agua y envolví mi cuerpo en una fina toalla de lino egipcio con la que me sequé, toda cuidado y delicadeza, tanto el cuerpo como el pelo, que después desenredé y alisé con un cepillo criselefantino, de marfil y oro, hasta que cayó por mis hombros como una cascada de puro fuego infernal. Tras aquello, acudí a mi habitación, donde cogí la ropa que los silenciosos sirvientes habían dejado encima del lecho cubierto por sábanas que no utilizaba y comencé a deslizarla por mi cuerpo con parsimonia. Todos aquellos encajes y telas que definían mis curvas y que estaban cubriendo mi cuerpo lentamente, primero el corsé, después las medias y las ligas y por último la parte de debajo de la ropa interior, fueron lo que cubría mi cuerpo cuando un golpe en la puerta me obligó a cubrirme con una bata para acudir a abrir.
– Un hombre espera en la puerta de la verja, madame... Un hombre de aspecto elegante con una cicatriz en la mejilla. ¿Qué deberíamos hacer? – preguntó el sirviente más leal de todos los que habitaban mi hogar, con tono de voz respetuoso y lleno de duda. – Abre la puerta y condúcele al salón principal de la planta baja, el de motivos rococó, y asegúrate también de que sea tratado con el mayor de los respetos: como si de mí misma se tratara. Después, transmite la orden a todos los criados de que vuelvan a sus hogares, tú el primero, y no se preocupen por nada. Ese hombre es un familiar lejano mío y nos merecemos un reencuentro digno del tiempo que hace que no nos vemos. – respondí, con voz suave a la que él asintió y se fue de la habitación, de la puerta más bien, lo que me permitió cerrarla y sonreír ante el comentario... El mismísimo Nigel Quartermane había superado, ya de primeras, mis expectativas y había confirmado mi presentimiento de que se iba a presentar en mi hogar aquella noche, por lo que mi buen humor era totalmente justificado. Por aquella razón, elegí rápidamente un vestido de corte imperio, color crema y oro que se ajustaba bajo el pecho con una cinta para, después, caer en la falda recta que lo componía, acompañado de las mangas cortas que por estar en el interior de la casa me permitía y de los zapatos planos que también iban en conjunto. El pelo, cayendo de nuevo sobre mis hombros, acompañaba al vestido, y cuando escuché que la puerta principal se abría y, tras unos momentos de espera, la trasera de cerraba y sólo un corazón, el de Nigel, latía en la casa, abrí la puerta del dormitorio y me deslicé con sigilo y elegancia por los pasillos del piso segundo hasta llegar a la escalera principal que conducía a la planta baja, en la que aún desde esa altura podía ver a Nigel sin que él me viera aún a mí porque ni siquiera estaba mirando en mi propia dirección. –Llegas pronto. – le dije, con tono de voz firme que hizo que por fin se girara en mi dirección, que era descendiendo las escaleras jaspeadas de mármol y alabastro con columnatas de ébano tallado como barandillas hasta que, finalmente, llegué a su lado, observándole con curiosidad. – Bienvenido a mi hogar, Nigel. – le dije, con tono de voz educado pero no carente de interés en él y que derivó, al final, en uno de cierta diversión que acompañó a mi propia expresión picaresca. – Te noto tenso...¿Puedo ofrecerte algo de beber? – pregunté, moviéndome hacia uno de los armarios en los que guardaba una botella de vino crianza, uno de los mejores, acompañado de dos copas, que llené enseguida con el líquido de espaldas a él para, una vez estuvieron servidas, cogerlas en la mano y girarme en su dirección, la botella guardada de nuevo en su sitio. Ahí sí que ya no pude evitar esbozar una gran sonrisa torcida mientras le alargaba la copa. – Sólo es vino, Nigel. Nada más que tu organismo no pueda tolerar. – murmuré, aunque él lo oyera, y guardándome el aún para mí porque aún no era seguro ni que fuera a transformarle ni que fuera a sobrevivir a aquella noche...Todo se vería.
El camino comenzó en la entrada del palacete, en la que los sirvientes volvieron a rodearme, silenciosos, para despojarme de mi ropa de abrigo (apenas una fina capa por el tiempo fresco primaveral que no me afectaba, en realidad, pero que era necesaria para guardar las apariencias) y en la que el más destacado de ellos me comunicó brevemente lo acontecido en la casa en temas de cuentas, decoración, limpieza y asuntos básicos como aquellos hasta que, tras un asentimiento por lo adecuado de su gestión, quedé finalmente sola bajo petición expresa y pude subir las escaleras con paso grácil en dirección a una de las habitaciones, no sin antes haber pedido que se preparara el agua de la bañera de mármol que había en una de ellas. Aquel fue el lugar al que fui directa, y aquel fue el escenario en el que mis hábiles dedos deshicieron los nudos del corsé en mi espalda para despojarme de las vestiduras y sumergirme en el agua, respirando un momento profundamente aunque realmente no lo necesitara y relajando mi cuerpo en la tibieza del líquido que lo estaba rodeando en aquel mismo instante.
Fue entonces cuando, después de tanto tiempo de viaje, pensé fríamente en que Nigel volvería a mí dentro de poco, sin duda a mi hogar por saber de sobra donde podía encontrarme gracias a sus más que abundantes medios, y también fue entonces cuando supe, o más bien tuve el presentimiento, de que la noche sería aquella. Si no aquella, podría ser la siguiente, o quizá la siguiente o incluso la siguiente de la siguiente, pero no más porque su propia personalidad le hacía ser así de impulsivo en ciertas cosas, hecho que había podido conocer cuando no había dudado en llevarme a la parte de atrás de un teatro para tenerme completamente para él durante una sola noche que había dado para bastante más que aquello. Le había empezado a conocer; había empezado a desnudar su alma y su personalidad a la vez que su cuerpo y por ello conocía su enorme ambición, amén de que había oído a través de las malas lenguas comentarios semejantes al respecto que había podido comprobar con mi propia experiencia en aquel momento.
Los cabellos pelirrojos se esparcían por el agua como largos dedos rojos con pigmentos del Infierno, de sus mismísimas calderas; mis ojos azules, que rivalizaban con el tono del océano, del Mare Nostrum, abiertos y clavados en un punto fijo con sólo las pestañas sedosas y onduladas dándoles algo de movimiento al cerrar mis párpados regularmente; mis labios, rojos y firmemente cerrados en la firmeza de mi cara, no mostraban ni daban sentimiento alguno en conjunto; mi cuerpo, pálido hasta el punto de hacer la competencia a la blanca piedra que formaba la bañera, estaba perfectamente relajado y sin dejar notar en ningún momento que mi mente estaba dando vueltas al tema de la proposición (más bien petición o, incluso, orden) de convertirle al vampirismo y abrirle las puertas a un mundo al que, sin duda, pertenecía...al menos mucho más que al humano. Tenía, sin duda, defectos; también poseía, sin embargo, virtudes: muchas de ellas incluso cercanas a las de los mejores ejemplares de seres de nuestra raza que se pudieran conocer, y por aquello mismo era el mejor candidato que en más de un milenio de vida tras el regalo de Abaddon hacia mi persona se me había presentado. Quizá, sólo quizá, me pensara en serio convertirle...todo dependía, como le había dicho la última vez, de si cumplía los requisitos necesarios para hacerlo y, probablemente, del humor con el que me pillara. Dependía mucho de ese último factor, y con aquellos pensamientos salí del agua y envolví mi cuerpo en una fina toalla de lino egipcio con la que me sequé, toda cuidado y delicadeza, tanto el cuerpo como el pelo, que después desenredé y alisé con un cepillo criselefantino, de marfil y oro, hasta que cayó por mis hombros como una cascada de puro fuego infernal. Tras aquello, acudí a mi habitación, donde cogí la ropa que los silenciosos sirvientes habían dejado encima del lecho cubierto por sábanas que no utilizaba y comencé a deslizarla por mi cuerpo con parsimonia. Todos aquellos encajes y telas que definían mis curvas y que estaban cubriendo mi cuerpo lentamente, primero el corsé, después las medias y las ligas y por último la parte de debajo de la ropa interior, fueron lo que cubría mi cuerpo cuando un golpe en la puerta me obligó a cubrirme con una bata para acudir a abrir.
– Un hombre espera en la puerta de la verja, madame... Un hombre de aspecto elegante con una cicatriz en la mejilla. ¿Qué deberíamos hacer? – preguntó el sirviente más leal de todos los que habitaban mi hogar, con tono de voz respetuoso y lleno de duda. – Abre la puerta y condúcele al salón principal de la planta baja, el de motivos rococó, y asegúrate también de que sea tratado con el mayor de los respetos: como si de mí misma se tratara. Después, transmite la orden a todos los criados de que vuelvan a sus hogares, tú el primero, y no se preocupen por nada. Ese hombre es un familiar lejano mío y nos merecemos un reencuentro digno del tiempo que hace que no nos vemos. – respondí, con voz suave a la que él asintió y se fue de la habitación, de la puerta más bien, lo que me permitió cerrarla y sonreír ante el comentario... El mismísimo Nigel Quartermane había superado, ya de primeras, mis expectativas y había confirmado mi presentimiento de que se iba a presentar en mi hogar aquella noche, por lo que mi buen humor era totalmente justificado. Por aquella razón, elegí rápidamente un vestido de corte imperio, color crema y oro que se ajustaba bajo el pecho con una cinta para, después, caer en la falda recta que lo componía, acompañado de las mangas cortas que por estar en el interior de la casa me permitía y de los zapatos planos que también iban en conjunto. El pelo, cayendo de nuevo sobre mis hombros, acompañaba al vestido, y cuando escuché que la puerta principal se abría y, tras unos momentos de espera, la trasera de cerraba y sólo un corazón, el de Nigel, latía en la casa, abrí la puerta del dormitorio y me deslicé con sigilo y elegancia por los pasillos del piso segundo hasta llegar a la escalera principal que conducía a la planta baja, en la que aún desde esa altura podía ver a Nigel sin que él me viera aún a mí porque ni siquiera estaba mirando en mi propia dirección. –Llegas pronto. – le dije, con tono de voz firme que hizo que por fin se girara en mi dirección, que era descendiendo las escaleras jaspeadas de mármol y alabastro con columnatas de ébano tallado como barandillas hasta que, finalmente, llegué a su lado, observándole con curiosidad. – Bienvenido a mi hogar, Nigel. – le dije, con tono de voz educado pero no carente de interés en él y que derivó, al final, en uno de cierta diversión que acompañó a mi propia expresión picaresca. – Te noto tenso...¿Puedo ofrecerte algo de beber? – pregunté, moviéndome hacia uno de los armarios en los que guardaba una botella de vino crianza, uno de los mejores, acompañado de dos copas, que llené enseguida con el líquido de espaldas a él para, una vez estuvieron servidas, cogerlas en la mano y girarme en su dirección, la botella guardada de nuevo en su sitio. Ahí sí que ya no pude evitar esbozar una gran sonrisa torcida mientras le alargaba la copa. – Sólo es vino, Nigel. Nada más que tu organismo no pueda tolerar. – murmuré, aunque él lo oyera, y guardándome el aún para mí porque aún no era seguro ni que fuera a transformarle ni que fuera a sobrevivir a aquella noche...Todo se vería.
Invitado- Invitado
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Espero con paciencia, esa que poco poseía, pero que sin duda le era su mejor aliada en aquella situación, se le había obligado a hacer amistad con ella y muy probablemente esa relación debía permanecer aun si esa noche le era convertido en una criatura de la noche. Hizo saber de su presencia con el timbre y uno de los sirvientes de aquella lujosa residencia salio a su encuentro, un hombre que caminaba con sigilo y que llevaba ambas manos colocadas tras su espalda a modo de respeto, se acerco a el, dándole las buenas noches y preguntándole su nombre con suma amabilidad. Nigel había respondido al cuestionamiento, dejando bien claro lo orgulloso que le hacia sentir su apellido, alzando incluso la voz levemente al pronunciar su nombre, como si quisiese que este no pasara desapercibido (lo cual era difícil, pues era muy conocido en la ciudad e incluso fuera de ella) y que quedara bien grabada en la mente de este simple criado, el cual había asentido y pedido amablemente que esperara y luego desapareció entre las sombras para dar aviso del inesperado invitado. En otra situación, Nigel se hubiese impacientado, quizás ofendido por habérlese dejado ahí afuera, en plena calle. Pero no esta vez, incluso lo agradecía, pues había aprovechado ese momento para alzar la vista al cielo que permanecía calmo esa noche y posteriormente analizar exageradamente el aspecto de aquella residencia. No es que el nunca hubiese visto alguna casa con esas magnitudes y elegancia, de hecho, estaba bastante acostumbrado, pero esto era diferente, pues las residencias que había tenido oportunidad de conocer no eran mas que simples viviendas de estupidos humanos sin interés alguno, esta sin embargo, pertenecía a una vampiresa, y esa era la sencilla razón de su interés.
A los pocos minutos el sirviente volvió a aparecer, dejándolo penetrar por completo en aquel lugar que Nigel tanto deseaba conocer en su interior. Una vez dentro sus ojos tomaron el aspecto que tendría cualquier infante que conocía por vez primera algún lugar de su interés, casi podría verse el brillo expectante que le producía cada cosa que pasaba frente a sus ojos. No había duda de que aquel lugar era todo un palacio. No era como su residencia, misma que también era bastante elegante, pero tan mundana, esto esta diferente, emanaba un sentimiento distinto con solo verlo. Sin embargo, también resultaba bastante tétrico, todo el lugar permanecía en penumbras, a excepción del leve alumbrado que había a las orillas. A Nigel le llamo la atención el hecho de que la casa entera estuviese cubierta con cortinas, cortinas muy gruesas, aunque no por eso menos elegantes. También le llamo la atención las obras artísticas, muchos cuadros pendían de las paredes, con los más finos marcos antes vistos, uno en especial capturo su atención, uno enorme que figuraba en aquel salón al que se le había conducido y que lo hacia permanecer de espaldas, ignorante de que Amanda estaba mas cerca que nunca.
Aquella obra le era familiar y al cabo de poco rato de obsérvala, la firma del artista le corroboro sus sospechas. Se trataba de una obra de Johann Heinrich Füssli, un artista relativamente nuevo que se había visto envuelto en una fama insospechada, luego de sus obras se dieran a conocer, mismas que eran peculiarmente distintas a lo que se hacia en esos días. No pintaba escenarios con mujeres bellas rodeadazas de jardines coloridos, lo suyo era mas bien algo tétrico, cada uno de sus cuadros daban la impresión de ser una especie de pesadilla plasmada en el lienzo y curiosamente, esa obra que Nigel observaba se llamaba así: “Pesadilla”. Los ojos de Quartermane estudiaron cada uno de los trazos del pincel en aquella sin duda interesante obra y no es que Nigel fuese un empedernido del arte, de hecho, las pocas veces que había asistido a algún evento de esa índole, poca era la atención que prestaba a las obras, en su lugar se paseaba por el lugar, contoneándose, haciendo alarde de su agraciada apariencia física y clavando los ojos en alguna mujer que cayera en sus redes. El arte de la seducción era para el mas valioso que cualquier arte.
Una voz lo arranco de aquel silencio, una voz que reconocía ya a la perfección, con la que había soñado desde hacia una semana, todas las noches, esa voz que no deseaba mas que escuchar un “si” por respuesta a su petición. Nigel dejo de ver el cuadro y giro levemente el rostro para ver de soslayo como Amanda bajaba por las escaleras con suma gracia. Una sonrisa se impregno en los labios, una llena de tantas cosas, avaricia y malicia sobre todo. Observo como esta se deslizaba por cada escalón, dando mas la impresión de flotar que de estar haciendo uso de los pies, le observo con tanto interés y cuidado, quizás mas que de las que había prestado a ese cuadro que yacía ahora a sus espaldas, por que no podía negarse que esa mujer era también una obra de arte, única en su especie. La siguió con la mirada cuando esta recorrió el salón hasta llegar a un armario de donde saco un par de copas y luego se mantuvo dándole la espalda, sin permitirle ver lo que serviría en ella, un minuto después estaba ofreciéndole una de ellas, sin desaprovechar el momento para hacer esa broma llena de ironía a la que el respondió con una sonrisa no muy convencida.
El sabor del vino esa exquisito, pero no mas que la idea de verse a si mismo convertido en alguien como ella. En el fondo Nigel no deseaba dar tantas vueltas al asunto, quería simplemente que Amanda estuviese bebiendo de el en vez de esa copa y que le diera luego de beber de ella. Así eran los rumores de la transformación, de lo que algunas personas hablaban, de lo que algunos libros apenas mencionaban. Mientras bebía de la copa, unas ganas increíbles se apoderaron de el, de finalmente tomar a Amanda por los hombros, verla a la cara y decirle que estaba listo, de exigirle que dejara de jugar con el y que mejor le diera la oportunidad de poder jugar juntos. – ¿Tenso?, no, en realidad no, ¿Ansioso?, quizás. ¿Lleno de incertidumbre?, definitivamente. – Le dio la espalda mientras empezaba a caminar por el salón, con pasos lentos y despreocupados, como si una amenaza de muerte no estuviera de por medio. Dejo la copa a medias colocada sobre una pequeña mesita, luego camino nuevamente hacia ella, acercándose peligrosamente, quitándole de las manos la copa que aun ella sostenía y colocándola junto a la de el; luego la miro fijamente a los ojos y acerco sus labios a los de ella y deposito un beso frío y distante a comparación de los que habían llevado a cabo en el teatro en su anterior encuentro y coloco una de sus manos el borde de su cadera. – ¿Me extrañaste? – Pregunto fingiendo inocencia en las palabras, luego coloco su otra mano en el otro extremo de la cadera de Amanda y acerco su cuerpo al de el, mientras su rostro se acercaba al cuello largo y delgado, olfateando ese aroma exquisito que desprendía la piel de la vampira, misma que no dudo en saborear con un par de besos que deposito en la zona de la clavícula. Nigel no podía negar la atracción que sentía por la pelirroja, misma que se había hecho visible desde ese primer instante en que sus miradas se habían encontrado en el palco del teatro, tampoco podía negar que de ser otra ocasión y una situación diferente, probablemente habría acudido a Amanda con la única intención de volver a repetir esa lujuriosa noche, quizás el perfeccionarla. Pero las cosas eran distintas y le era todavía mas excitante que la idea de sexo, la idea de convertirse en un vampiro. Aunque…tampoco podía descartar el hecho de pasar la noche con ella, incluso podía ser un arma a su poder, quizás si lograba complacerla en todo, en hacerla sentir bien, podría lograr convencerla de que el debía ser uno de ellos. Era difícil saber lo que Amanda esperaba ver en Nigel para decidirse a llevar a cabo el proceso y eso a su vez lo llenaba de una leve frustración en el interior. – Yo si…no me fue difícil dar contigo, por cierto…interesante lugar. –Comento alzando levemente la barbilla, refiriéndose a la magnifica residencia que poseía. – ¿Que otras cosas interesantes posees, Amanda?, ¿estarías dispuesta a mostrármelas?, ¿me crees digno de ello?, esta noche me siento hambriento de conocimiento, de ti…. – Un nuevo beso fue depositado, uno que comenzó en la comisura de los labios y fue subiendo hasta masajear ambos labios. – Amanda…no seas cruel conmigo, o terminare enamorándome de ti. – Ah, pequeño y servil adulador.
A los pocos minutos el sirviente volvió a aparecer, dejándolo penetrar por completo en aquel lugar que Nigel tanto deseaba conocer en su interior. Una vez dentro sus ojos tomaron el aspecto que tendría cualquier infante que conocía por vez primera algún lugar de su interés, casi podría verse el brillo expectante que le producía cada cosa que pasaba frente a sus ojos. No había duda de que aquel lugar era todo un palacio. No era como su residencia, misma que también era bastante elegante, pero tan mundana, esto esta diferente, emanaba un sentimiento distinto con solo verlo. Sin embargo, también resultaba bastante tétrico, todo el lugar permanecía en penumbras, a excepción del leve alumbrado que había a las orillas. A Nigel le llamo la atención el hecho de que la casa entera estuviese cubierta con cortinas, cortinas muy gruesas, aunque no por eso menos elegantes. También le llamo la atención las obras artísticas, muchos cuadros pendían de las paredes, con los más finos marcos antes vistos, uno en especial capturo su atención, uno enorme que figuraba en aquel salón al que se le había conducido y que lo hacia permanecer de espaldas, ignorante de que Amanda estaba mas cerca que nunca.
Aquella obra le era familiar y al cabo de poco rato de obsérvala, la firma del artista le corroboro sus sospechas. Se trataba de una obra de Johann Heinrich Füssli, un artista relativamente nuevo que se había visto envuelto en una fama insospechada, luego de sus obras se dieran a conocer, mismas que eran peculiarmente distintas a lo que se hacia en esos días. No pintaba escenarios con mujeres bellas rodeadazas de jardines coloridos, lo suyo era mas bien algo tétrico, cada uno de sus cuadros daban la impresión de ser una especie de pesadilla plasmada en el lienzo y curiosamente, esa obra que Nigel observaba se llamaba así: “Pesadilla”. Los ojos de Quartermane estudiaron cada uno de los trazos del pincel en aquella sin duda interesante obra y no es que Nigel fuese un empedernido del arte, de hecho, las pocas veces que había asistido a algún evento de esa índole, poca era la atención que prestaba a las obras, en su lugar se paseaba por el lugar, contoneándose, haciendo alarde de su agraciada apariencia física y clavando los ojos en alguna mujer que cayera en sus redes. El arte de la seducción era para el mas valioso que cualquier arte.
Una voz lo arranco de aquel silencio, una voz que reconocía ya a la perfección, con la que había soñado desde hacia una semana, todas las noches, esa voz que no deseaba mas que escuchar un “si” por respuesta a su petición. Nigel dejo de ver el cuadro y giro levemente el rostro para ver de soslayo como Amanda bajaba por las escaleras con suma gracia. Una sonrisa se impregno en los labios, una llena de tantas cosas, avaricia y malicia sobre todo. Observo como esta se deslizaba por cada escalón, dando mas la impresión de flotar que de estar haciendo uso de los pies, le observo con tanto interés y cuidado, quizás mas que de las que había prestado a ese cuadro que yacía ahora a sus espaldas, por que no podía negarse que esa mujer era también una obra de arte, única en su especie. La siguió con la mirada cuando esta recorrió el salón hasta llegar a un armario de donde saco un par de copas y luego se mantuvo dándole la espalda, sin permitirle ver lo que serviría en ella, un minuto después estaba ofreciéndole una de ellas, sin desaprovechar el momento para hacer esa broma llena de ironía a la que el respondió con una sonrisa no muy convencida.
El sabor del vino esa exquisito, pero no mas que la idea de verse a si mismo convertido en alguien como ella. En el fondo Nigel no deseaba dar tantas vueltas al asunto, quería simplemente que Amanda estuviese bebiendo de el en vez de esa copa y que le diera luego de beber de ella. Así eran los rumores de la transformación, de lo que algunas personas hablaban, de lo que algunos libros apenas mencionaban. Mientras bebía de la copa, unas ganas increíbles se apoderaron de el, de finalmente tomar a Amanda por los hombros, verla a la cara y decirle que estaba listo, de exigirle que dejara de jugar con el y que mejor le diera la oportunidad de poder jugar juntos. – ¿Tenso?, no, en realidad no, ¿Ansioso?, quizás. ¿Lleno de incertidumbre?, definitivamente. – Le dio la espalda mientras empezaba a caminar por el salón, con pasos lentos y despreocupados, como si una amenaza de muerte no estuviera de por medio. Dejo la copa a medias colocada sobre una pequeña mesita, luego camino nuevamente hacia ella, acercándose peligrosamente, quitándole de las manos la copa que aun ella sostenía y colocándola junto a la de el; luego la miro fijamente a los ojos y acerco sus labios a los de ella y deposito un beso frío y distante a comparación de los que habían llevado a cabo en el teatro en su anterior encuentro y coloco una de sus manos el borde de su cadera. – ¿Me extrañaste? – Pregunto fingiendo inocencia en las palabras, luego coloco su otra mano en el otro extremo de la cadera de Amanda y acerco su cuerpo al de el, mientras su rostro se acercaba al cuello largo y delgado, olfateando ese aroma exquisito que desprendía la piel de la vampira, misma que no dudo en saborear con un par de besos que deposito en la zona de la clavícula. Nigel no podía negar la atracción que sentía por la pelirroja, misma que se había hecho visible desde ese primer instante en que sus miradas se habían encontrado en el palco del teatro, tampoco podía negar que de ser otra ocasión y una situación diferente, probablemente habría acudido a Amanda con la única intención de volver a repetir esa lujuriosa noche, quizás el perfeccionarla. Pero las cosas eran distintas y le era todavía mas excitante que la idea de sexo, la idea de convertirse en un vampiro. Aunque…tampoco podía descartar el hecho de pasar la noche con ella, incluso podía ser un arma a su poder, quizás si lograba complacerla en todo, en hacerla sentir bien, podría lograr convencerla de que el debía ser uno de ellos. Era difícil saber lo que Amanda esperaba ver en Nigel para decidirse a llevar a cabo el proceso y eso a su vez lo llenaba de una leve frustración en el interior. – Yo si…no me fue difícil dar contigo, por cierto…interesante lugar. –Comento alzando levemente la barbilla, refiriéndose a la magnifica residencia que poseía. – ¿Que otras cosas interesantes posees, Amanda?, ¿estarías dispuesta a mostrármelas?, ¿me crees digno de ello?, esta noche me siento hambriento de conocimiento, de ti…. – Un nuevo beso fue depositado, uno que comenzó en la comisura de los labios y fue subiendo hasta masajear ambos labios. – Amanda…no seas cruel conmigo, o terminare enamorándome de ti. – Ah, pequeño y servil adulador.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
La copa de vino en la mano, apenas levemente movida para que la lágrima de aquel líquido de color tan similar a la sangre por tratarse de un crianza, de la zona de Bordeaux, cayera por la copa de cristal de Bohemia demostrando que aquel líquido era precisamente un vino de calidad permanecía, por lo demás, casi totalmente inmóvil, así como mi propio cuero también se encontraba ya quieto, expectante, a la espera de sus palabras o de que me demostrara con palabras si era, en verdad, digno de ser convertido en algo superior al simple humano que en aquel momento era...y como no superara la prueba dejaría de ser porque, a aquellas alturas, ya sabía demasiado. Nigel se había sumergido de cabeza en un mundo peligroso para los humanos; en un mundo que debería haberle pasado desapercibido y que sin embargo se mostraba, ante él, no como debería, sino como a él le gustaba verlo. Mi mundo, el mundo al que él quería pertenecer, era hostil y oscuro, con unos claroscuros muy fuertes de los que él sólo veía la parte de luz, ignorando que es la oscuridad precisamente lo que hace relucir a la más brillante de las luces. Hay poder, sí; hay fuerza sobrehumana, sin duda; hay superioridad patente, de facto, frente a los humanos...pero también hay debilidad cuando te ves privado de la sangre; también hay deseos y anhelos que nunca más podrás volver a sentir; también hay una soledad que, mal tratada, lleva a la demencia y a la igualación con los inferiores y con tu alimento, los humanos. Él no era capaz de verlo con perspectiva porque se encontraba en la parte más baja de la cadena alimenticia y sus superiores eran, para él, ejemplos a seguir en vez de seres con sus propios problemas que, por gozar de un mayor poder, también exigían más responsabilidad. Ah, responsabilidad...a veces me volvía demasiado blanda, si ya empezaba a preocuparme de las consecuencias de mis actos por primera vez en más de mil años, que se dice pronto pero que no pasa tan rápido como puede parecerlo.
Nigel, por su parte y con la copa de vino también en la mano, negó que estuviera tensó, puso en duda que estuviera ansioso y, finalmente, confirmó que estaba lleno de incertidumbre, dándome la espalda y haciendo que sin variar lo más mínimo el gesto de mi rostro me llevara la copa a los labios y diera un sorbo de aquel delicioso elixir que, sin embargo, nunca sería tan delicioso para mí como lo era la sangre, por mucho que en apariencia se parecieran o por mucho que, a ojos poco expertos y ánimos poco firmes incluso pudieran parecer la misma cosa. Su objetivo quedó claro cuando tras girarse iba sin copa de vino e incluso me quitó la mía de las manos para hacer compañía a la suya y que no se quedara sola para siempre, aunque más claro quedó aún cuando depositó un beso frío en comparación a los que me había llegado a dar en mis labios, antes de preguntarme si le había echado de menos y poner ambas manos en mi cintura, acercando nuestros cuerpos y deslizando sus besos hasta la zona de mi clavícula para, después, comentar que él sí lo había hecho porque no había sido fácil dar conmigo. Tras, además, preguntar acerca de los misterios que escondía y besarme al principio suavemente y después con algo más de intensidad, me pidió que no fuera cruel con él o terminaría enamorándose de mí, y ahí fue cuando yo ya no pude evitarlo y alcé la ceja, dejando salir una risa cristalina y llena de ironía en respuesta a su comentario.
– Lo que me sorprende, Nigel, es que no estés aún enamorado de mí... – respondí, encogiéndome de hombros y depositando mis brazos cerca de su cuello, en una especie de abrazo que sólo servía, por la frialdad con la que lo estaba manteniendo, para mantenerle la mirada fija en mis ojos y que no se perdiera detalle de ellos...y al revés, que no me perdiera yo detalle de los suyos ni de ninguna de las expresiones que pudieran pasársele por la cara junto a sus palabras y que me servirían, como todo lo que tendría lugar aquella noche, para decidir si era digno del regalo que estaba pidiendo o si, por el contrario, se merecía la más dura de las muertes por su atrevimiento y por su arrogancia al tratar de pertenecer a algo como lo era aquella vida a la que yo pertenecía desde hacía tanto tiempo. – No he tenido ocasión de echarte de menos, cielo... Mi vida no es precisamente algo poco ocupado y en particular estas últimas jornadas que han pasado desde nuestro encuentro se han llevado la palma en cuanto a ocupación, por lo que extrañarte no ha sido, precisamente, lo que he hecho. – respondí, sincera y con una sonrisa maliciosa en los labios dirigida únicamente hacia él, diciéndole sin decírselo claramente que no era la primera de mis prioridades en la vida porque, precisamente, no lo era. Más lo había sido durante aquel tiempo que mi mejor amiga se hubiera coronado como la reina del Sacro Imperio y lo que después había tenido lugar en Roma, en mi hogar de antaño y en el lugar en el que mi corazón había permanecido por muchos años, si es que aún lo conservaba.
– Si te sientes hambriento, por cierto, la cocina está abierta para ti. Aunque sepas que no como lo mismo que tú, los sirvientes de este lugar sí que lo hacen y tienen una pequeña habitación resuelta para ello... Ah, ¿que no era a eso a lo que te referías? Comprendo... Tal vez quieras ver, entonces, la sala en la que desangro a las jóvenes vírgenes para que sirvan de alimento y fuente de mi eterna juventud. ¿O quizás prefieras ver la sala en la que desmiembro a todos aquellos que han osado desafiarme y en la que, después, guardo partes de sus cuerpos como trofeos que utilizar en las misas negras de alabanza a Satanás? – inquirí, con falsa curiosidad y con los ojos también falsamente abiertos, dándole teatralidad al gesto que, al final, terminó por transformarse en mí negando con la cabeza y esbozando otra pequeña media sonrisa que fue lo que quedó al final. – Eso es, al menos, lo que según la Santa Madre Iglesia nosotros deberíamos hacer como...¿cómo nos llaman? Criaturas de la Noche que vuelan bajo el amplio espectro de la maldad del Caído. Sí, como eso... Pero sin embargo, tú mismo has visto que no todos somos así y que algunos somos únicos y diferentes... Tú mismo has visto un lado de nuestra naturaleza y tú mismo quieres pertenecer a esa misma naturaleza que has querido ver, y tu curiosidad es admirable, queriendo saber algo más. Sígueme, pues. Te mostraré uno de los corazones de este palacete y uno de los lugares que nadie excepto yo conoce. – le dije, separándome de su abrazo y comenzando a caminar en dirección a las escaleras, a la parte lateral de las mismas al menos, pues semioculta entre las sombras y bien encajada entre dos de las columnas adosadas de alabastro que sostenían la gran escalinata, cercana a un candelabro cuyas velas ardían con el rojo fuego tan similar a mi color de cabello, había una guirnalda esculpida en la pared.
Dicha guirnalda era en realidad un ingenioso mecanismo que, al presionarlo, accioné y que abría una puerta en dirección a la parte inferior de las escaleras y del propio palacete: abría el camino a un piso inferior cuya existencia para los criados era totalmente desconocida y al que, tras girarme a Nigel con el candelabro en la mano, invité a pasar delante de mí para, después, cerrar yo la puerta detrás de nosotros. Una vez en aquel pasadizo secreto, amplio de sobra para que cupieran dos personas y con una enorme bóveda de cañón, propiamente romana, solté una vela del candelabro y la deposité, la parte ardiente al menos, en un conducto de añadidura posterior y que hizo que el fuego comenzara a correr por el mismo, iluminando el camino que con un gesto comencé a recorrer a través de aquellos nervios de inspiración romana que se encontraban bajo el palacete. Tras apenas un minuto caminando a través de los pasadizos, siguiendo el fuego que yo misma había desatado de manera totalmente controlada, llegamos a una sala de época romana perfectamente conservada: unos baños con bóvedas de cañón y construidos en toscos sillares de piedra y que escondían, entre ellos y a la vista por el fuego que lo había iluminado todo en apenas un momento, diversas reliquias que yo consideraba como las más valiosas de las muchas que poseía, precisamente porque pertenecían a mi propia humanidad casi olvidada. Con paso firme me acerqué primero a uno de los estantes improvisados en los que guardaba, entre otras cosas, sestercios de mi época, una diadema de oro que me había encontrado en un mercado, abandonada en un rincón, y que había conservado, un collar de pura bisutería que uno de mis amos me había regalado... Miles de pequeñas muestras de valor incalculable por ser de hacía más de mil años y aún más por pertenecer a mi ya difusa vida como humana. Todas aquellas piezas eran pequeños retales de mi pasado, que junto a los mosaicos que poblaban el suelo de aquellos baños perfectamente conservados dibujaban el tapiz de una época convulsa de la que apenas recordaba detalles...más, sin embargo, de lo que podía haber esperado tras tanto tiempo. - ¿Querías saber más de mí? Sírvete tú mismo. ¿Nunca te has preguntado acerca de mi auténtica edad, Nigel? ¿Ni de cómo fui cuando era una simple humana? ¿Abarca tu sed conocimientos como esos o es una simple manera de convencerme, junto a tus palabras, para que te arrebate la vida de un bocado? Adelante, sé partícipe de esto si es lo que verdaderamente deseas o, por el contrario, vete si no estás dispuesto a saber más. No se puede ser nada si tu mente no está abierta a ciertas cosas, ni humano ni vampiro...Y si quieres ser alguna de las dos cosas, actúa en consecuencia. ¿Lo harás? ¿O huirás asustado? – pregunté, con suavidad relativa mientras mi vista y mis pasos se dirigían, a la vez, hacia uno de los huecos entre arco y arco, en uno de los lugares en los que guardaba una pequeña pieza de orfebrería en oro y un collar de plata, ambos mudos testigos de mi origen tribal en la antigua Britannia y ambos, tocados por mis inmortales dedos, que reflejaban con exactitud la princesa que en mi hogar había sido para que, después, me fuera arrebatada dicha identidad.
Nigel, por su parte y con la copa de vino también en la mano, negó que estuviera tensó, puso en duda que estuviera ansioso y, finalmente, confirmó que estaba lleno de incertidumbre, dándome la espalda y haciendo que sin variar lo más mínimo el gesto de mi rostro me llevara la copa a los labios y diera un sorbo de aquel delicioso elixir que, sin embargo, nunca sería tan delicioso para mí como lo era la sangre, por mucho que en apariencia se parecieran o por mucho que, a ojos poco expertos y ánimos poco firmes incluso pudieran parecer la misma cosa. Su objetivo quedó claro cuando tras girarse iba sin copa de vino e incluso me quitó la mía de las manos para hacer compañía a la suya y que no se quedara sola para siempre, aunque más claro quedó aún cuando depositó un beso frío en comparación a los que me había llegado a dar en mis labios, antes de preguntarme si le había echado de menos y poner ambas manos en mi cintura, acercando nuestros cuerpos y deslizando sus besos hasta la zona de mi clavícula para, después, comentar que él sí lo había hecho porque no había sido fácil dar conmigo. Tras, además, preguntar acerca de los misterios que escondía y besarme al principio suavemente y después con algo más de intensidad, me pidió que no fuera cruel con él o terminaría enamorándose de mí, y ahí fue cuando yo ya no pude evitarlo y alcé la ceja, dejando salir una risa cristalina y llena de ironía en respuesta a su comentario.
– Lo que me sorprende, Nigel, es que no estés aún enamorado de mí... – respondí, encogiéndome de hombros y depositando mis brazos cerca de su cuello, en una especie de abrazo que sólo servía, por la frialdad con la que lo estaba manteniendo, para mantenerle la mirada fija en mis ojos y que no se perdiera detalle de ellos...y al revés, que no me perdiera yo detalle de los suyos ni de ninguna de las expresiones que pudieran pasársele por la cara junto a sus palabras y que me servirían, como todo lo que tendría lugar aquella noche, para decidir si era digno del regalo que estaba pidiendo o si, por el contrario, se merecía la más dura de las muertes por su atrevimiento y por su arrogancia al tratar de pertenecer a algo como lo era aquella vida a la que yo pertenecía desde hacía tanto tiempo. – No he tenido ocasión de echarte de menos, cielo... Mi vida no es precisamente algo poco ocupado y en particular estas últimas jornadas que han pasado desde nuestro encuentro se han llevado la palma en cuanto a ocupación, por lo que extrañarte no ha sido, precisamente, lo que he hecho. – respondí, sincera y con una sonrisa maliciosa en los labios dirigida únicamente hacia él, diciéndole sin decírselo claramente que no era la primera de mis prioridades en la vida porque, precisamente, no lo era. Más lo había sido durante aquel tiempo que mi mejor amiga se hubiera coronado como la reina del Sacro Imperio y lo que después había tenido lugar en Roma, en mi hogar de antaño y en el lugar en el que mi corazón había permanecido por muchos años, si es que aún lo conservaba.
– Si te sientes hambriento, por cierto, la cocina está abierta para ti. Aunque sepas que no como lo mismo que tú, los sirvientes de este lugar sí que lo hacen y tienen una pequeña habitación resuelta para ello... Ah, ¿que no era a eso a lo que te referías? Comprendo... Tal vez quieras ver, entonces, la sala en la que desangro a las jóvenes vírgenes para que sirvan de alimento y fuente de mi eterna juventud. ¿O quizás prefieras ver la sala en la que desmiembro a todos aquellos que han osado desafiarme y en la que, después, guardo partes de sus cuerpos como trofeos que utilizar en las misas negras de alabanza a Satanás? – inquirí, con falsa curiosidad y con los ojos también falsamente abiertos, dándole teatralidad al gesto que, al final, terminó por transformarse en mí negando con la cabeza y esbozando otra pequeña media sonrisa que fue lo que quedó al final. – Eso es, al menos, lo que según la Santa Madre Iglesia nosotros deberíamos hacer como...¿cómo nos llaman? Criaturas de la Noche que vuelan bajo el amplio espectro de la maldad del Caído. Sí, como eso... Pero sin embargo, tú mismo has visto que no todos somos así y que algunos somos únicos y diferentes... Tú mismo has visto un lado de nuestra naturaleza y tú mismo quieres pertenecer a esa misma naturaleza que has querido ver, y tu curiosidad es admirable, queriendo saber algo más. Sígueme, pues. Te mostraré uno de los corazones de este palacete y uno de los lugares que nadie excepto yo conoce. – le dije, separándome de su abrazo y comenzando a caminar en dirección a las escaleras, a la parte lateral de las mismas al menos, pues semioculta entre las sombras y bien encajada entre dos de las columnas adosadas de alabastro que sostenían la gran escalinata, cercana a un candelabro cuyas velas ardían con el rojo fuego tan similar a mi color de cabello, había una guirnalda esculpida en la pared.
Dicha guirnalda era en realidad un ingenioso mecanismo que, al presionarlo, accioné y que abría una puerta en dirección a la parte inferior de las escaleras y del propio palacete: abría el camino a un piso inferior cuya existencia para los criados era totalmente desconocida y al que, tras girarme a Nigel con el candelabro en la mano, invité a pasar delante de mí para, después, cerrar yo la puerta detrás de nosotros. Una vez en aquel pasadizo secreto, amplio de sobra para que cupieran dos personas y con una enorme bóveda de cañón, propiamente romana, solté una vela del candelabro y la deposité, la parte ardiente al menos, en un conducto de añadidura posterior y que hizo que el fuego comenzara a correr por el mismo, iluminando el camino que con un gesto comencé a recorrer a través de aquellos nervios de inspiración romana que se encontraban bajo el palacete. Tras apenas un minuto caminando a través de los pasadizos, siguiendo el fuego que yo misma había desatado de manera totalmente controlada, llegamos a una sala de época romana perfectamente conservada: unos baños con bóvedas de cañón y construidos en toscos sillares de piedra y que escondían, entre ellos y a la vista por el fuego que lo había iluminado todo en apenas un momento, diversas reliquias que yo consideraba como las más valiosas de las muchas que poseía, precisamente porque pertenecían a mi propia humanidad casi olvidada. Con paso firme me acerqué primero a uno de los estantes improvisados en los que guardaba, entre otras cosas, sestercios de mi época, una diadema de oro que me había encontrado en un mercado, abandonada en un rincón, y que había conservado, un collar de pura bisutería que uno de mis amos me había regalado... Miles de pequeñas muestras de valor incalculable por ser de hacía más de mil años y aún más por pertenecer a mi ya difusa vida como humana. Todas aquellas piezas eran pequeños retales de mi pasado, que junto a los mosaicos que poblaban el suelo de aquellos baños perfectamente conservados dibujaban el tapiz de una época convulsa de la que apenas recordaba detalles...más, sin embargo, de lo que podía haber esperado tras tanto tiempo. - ¿Querías saber más de mí? Sírvete tú mismo. ¿Nunca te has preguntado acerca de mi auténtica edad, Nigel? ¿Ni de cómo fui cuando era una simple humana? ¿Abarca tu sed conocimientos como esos o es una simple manera de convencerme, junto a tus palabras, para que te arrebate la vida de un bocado? Adelante, sé partícipe de esto si es lo que verdaderamente deseas o, por el contrario, vete si no estás dispuesto a saber más. No se puede ser nada si tu mente no está abierta a ciertas cosas, ni humano ni vampiro...Y si quieres ser alguna de las dos cosas, actúa en consecuencia. ¿Lo harás? ¿O huirás asustado? – pregunté, con suavidad relativa mientras mi vista y mis pasos se dirigían, a la vez, hacia uno de los huecos entre arco y arco, en uno de los lugares en los que guardaba una pequeña pieza de orfebrería en oro y un collar de plata, ambos mudos testigos de mi origen tribal en la antigua Britannia y ambos, tocados por mis inmortales dedos, que reflejaban con exactitud la princesa que en mi hogar había sido para que, después, me fuera arrebatada dicha identidad.
Invitado- Invitado
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
¡Pero que mujer tan increíblemente impredecible! Era una verdadera deshonra para Nigel Quartermane el no tenerla comiendo de su mano, casi podría llegar a sentirse ofendido por tal cosa, por no tenerla tendida a sus pies y con una sola cosa en la cabeza: que la tocase, que la poseyera como esa anterior noche en el teatro. Nigel escucho con atención cada una de las palabras que salian por esos labios sensuales que hacían juego con el timbre de voz que ella poseía, una mezcla perfecta sin duda, peligrosa, cautivadora, excitante. Sus labios de curvaron en una sonrisa torcida al escuchar sus ágiles respuestas ante las frases elaboradas que el propio Quartermane había hecho, mucha inteligencia poseía, eso era notable, pues en vez de quedar como la dama sumisa o complaciente, respondía como una fiera rabiosa a la que debía temerse, cualquiera pensaría que lo que deseaba era humillarlo. ¿Pero lo deseaba?, ¿que era lo que quería Amanda Smith?, ¿que ideas retorcidas se instalaban en su mente?, pero la pregunta más importante de todas era sin duda: ¿Qué era lo que esperaba de Nigel? El no tener una minima idea era lo que lograba enervarlo, el no saber su destino, no tener siquiera una seña de lo que pasaría a continuación, en esa noche, en aquella magnifica residencia, frente a esa diosa. Todo podía esperarse, había un sin fin de posibilidades sin duda, aunque de todas ellas las que mas destacaban eran dos: o lo dejaba ir o moriría esa noche y la segunda opción no era del todo alentadora, pues morir no significaba obtener su cometido, podría simplemente morir y punto. Debía mover sus piezas con cautela, pensar bien la jugaba o simplemente jugarse la cabeza. Quizás así seria todo, un simple volado en el que Nigel estaría concentrado para que la moneda cayera a su favor y la suerte lo decidiría todo.
Se quedo pasmado por las miradas que la mujer le dirigía y con ello no hizo mas que corroborar un poco de lo mucho que había leído los últimos días acerca de esos seres tan fascinantes, su poder de persuasión sobre los humanos, los ojos hipnotizantes, la sensualidad y belleza que desprendían por cada poro y la frialdad gélida que desprendían sus pieles perfectas y cinceladas. Respondió tan solo con una nueva sonrisa, pero esta vez una más burlona, pues lo que Amanda decía acerca de la bóveda de torturas le había parecido una exageración, algo mas digno de alguien ignorante y asustadizo, un simple cuento inventado por alguien lo suficientemente estupido.
La vio alejarse de el con la mirada y no dudo un segundo en hacer caso a su petición de seguirla a ese lugar que ella garantizaba que nadie conocía. Nigel jamás lo habría aceptado abiertamente, pero en ese instante se sentía excitado con la sola idea de conocer más de ese mundo que ya consideraba maravilloso. La siguió con pasos sordos, no había una gota de temor en ellos, por que de alguna u otra manera confiaba en ella, algo le decía que debía hacerlo, quizás en parte por que no tenia otra opción, ya estaba en la boca del lobo, era irremediable querer echarse para atrás y muy estupido también. No se sorprendió al ver el pasadizo secreto, por que incluso su propia casa tenía uno, eran muy comunes en esas épocas, sobre todo en las residencias importantes; lo que si le sorprendió fue lo que sus ojos visualizaron a continuación, cuando la luz baño las paredes del interior del recinto.
Se mantuvo quieto y escucho con mucha atención la explicación que Amanda le daba acerca de cada pieza en aquel lugar, su boca se abrió un poco a causa de la sorpresa que le provocaba el conocer un poco mas del pasado de la que deseaba que fuese su creadora. La siguió con pasos mas torpes esta vez, distraído por las imágenes de esos artefactos que sin duda eran incalculables en cuanto al valor monetario y seguramente también sentimental según las propias palabras de Amanda. Se coloco justo detrás de ella cuando la vio posarse frente al estante donde figuraba un impactante collar de plata que ella acariciaba con cierta pasión y se quedo ahí de pie, inmóvil, observando, pensando en lo que ella acababa de decirle, dejando que su aliento bañara el oído de ella. - ¿Interesarme?, es una palabra que abarca poco para lo que estoy sintiendo en estos momentos, creo que el vocabulario no da para tanto. Claro que me interesa, me interesa mucho, quizás más de lo que a cualquier otro podría interesarle, ¿y sabes por que?, por que todo esto no son simples objetos, eres tu. – Coloco ambas manos sobre sus hombros, obligándola a girar y verlo a la cara. – Me interesas toda tu Amanda, tu mundo, tus pensamientos…tu vida. – Sus ojos parecieron de pronto más cristalinos, apenas parpadeaba al hablar de esa manera. Callo luego un instante, aun con sus manos sobre los hombros de Amanda, mismas que luego bajaron un poco hasta tomarla por los brazos, acercándola sutilmente hacia el, como si quisiera que escuchara bien lo que estaba a punto de decirle y no perdiera detalle alguno. - ¿Qué es lo que deseas de mi, Amanda?, tu sabes lo que yo quiero, a lo que he venido, ¿pero que es lo que tu esperas de todo esto?, estoy aquí por que quisiste que acudiera, de no haberlo querido no me habrías dado pistas, me habrías echado de tu casa en el momento en que me pare frente a tu puerta. – Tantas preguntas, pero ninguna respuesta por parte de ella, al menos no una pronta y eso empezaba a disturbar la poca tranquilidad por la que había estado luchando conservar en ese encuentro. Solo sus manos de los brazos de la vampira y se dio media vuelta de una manera agitada y casi salvaje, empezó a andar de aquí allá frente a ella, alrededor de la bóveda, dando la impresión de ser un león enjaulado. Finalmente paro dándole la espalda, levantando el rostro al cielo y dejando escapar de su boca un sonido gutural que no era más que la pura frustración que sentía. Bajo la cabeza y fijo su vista en el suelo, sus manos se colocaron sobre las rodillas y permaneció levemente agachado, intentando tranquilizarse, pero todo fue en vano…
Se deshizo de la chaqueta que llevaba encima, dejándola tirada en el piso como si se tratase de su propia casa y luego hundió su mano derecha en el bolsillo de su elegante pantalón, sacando de el un objeto que no dejo a la vista de Amanda, si no hasta el momento en que se giro para verla nuevamente de frente. Empezó a andar en dirección hacia ella, misma que a diferencia de el aun permanecía en el mismo sitio y con el rostro sereno, inmutable, como si nada de lo ocurrido lograra perturbarla, ni siquiera el ver la daga que Nigel sostenía entre sus manos, balanceándola como si se trabara de un juguete.
- Dime Amanda, ¿que tanto autocontrol puede llegar a tener un vampiro? ¿Mucho, ¿poco?, ¿o es imposible? – Se acerco peligrosamente a ella, con un semblante que más que amenazador se veía sobornable. - He leído algo sobre ello, por supuesto, pero no me aguanto las ganas de comprobarlo por mi mismo… - Coloco la daga en el filo del rostro de Amanda y procedió a recorrer su piel nívea con el objeto, simulando que se trataba de alguna flor y no un objeto punzocortante. Coloco la daga sobre los labios de la vampira y luego se acerco a ella para besarlos de una manera arrebatadora pero fugaz, coloco esta vez la daga sobre su propia carne, específicamente en su mano derecha y ejerció una presión suficientemente importante como para provocarse una cortada profunda a lo largo de toda la mano. Su rostro se deformo de dolor, pero la contuvo y el líquido carmín empezó a chorrear a borbotones manchando el piso elegante y aparentemente pulcro. En segundos el puño de la camisa de Nigel estaba cubierta de rojo, dándole un aspecto macabro a sus vestiduras, pero el permanecía con un semblante sereno, haciendo lo posible por ignorar el dolor profundo que se situaba sobre la herida. - ¿La hueles?, incluso yo siendo humano puedo hacerlo… - Alzo su mano y mancho sus labios, bebió de su propia sangre, misma que le resultaba repulsiva a diferencia de algún ser inmortal y finalmente volvió a acortar la breve distancia que había entre ambos, besando por segunda vez esos labios carnosos con la intención de que probara su sangre en un beso atroz. - Bebe maldita sea, bebe… - Pareció rogarle entre besos, con voz apenas entendible, con la mano herida posada sobre uno de sus brazos, manchando su vestido y su piel, cubriéndola de un rojo intenso, hasta que estuvo también bañada en sangre.
Se quedo pasmado por las miradas que la mujer le dirigía y con ello no hizo mas que corroborar un poco de lo mucho que había leído los últimos días acerca de esos seres tan fascinantes, su poder de persuasión sobre los humanos, los ojos hipnotizantes, la sensualidad y belleza que desprendían por cada poro y la frialdad gélida que desprendían sus pieles perfectas y cinceladas. Respondió tan solo con una nueva sonrisa, pero esta vez una más burlona, pues lo que Amanda decía acerca de la bóveda de torturas le había parecido una exageración, algo mas digno de alguien ignorante y asustadizo, un simple cuento inventado por alguien lo suficientemente estupido.
La vio alejarse de el con la mirada y no dudo un segundo en hacer caso a su petición de seguirla a ese lugar que ella garantizaba que nadie conocía. Nigel jamás lo habría aceptado abiertamente, pero en ese instante se sentía excitado con la sola idea de conocer más de ese mundo que ya consideraba maravilloso. La siguió con pasos sordos, no había una gota de temor en ellos, por que de alguna u otra manera confiaba en ella, algo le decía que debía hacerlo, quizás en parte por que no tenia otra opción, ya estaba en la boca del lobo, era irremediable querer echarse para atrás y muy estupido también. No se sorprendió al ver el pasadizo secreto, por que incluso su propia casa tenía uno, eran muy comunes en esas épocas, sobre todo en las residencias importantes; lo que si le sorprendió fue lo que sus ojos visualizaron a continuación, cuando la luz baño las paredes del interior del recinto.
Se mantuvo quieto y escucho con mucha atención la explicación que Amanda le daba acerca de cada pieza en aquel lugar, su boca se abrió un poco a causa de la sorpresa que le provocaba el conocer un poco mas del pasado de la que deseaba que fuese su creadora. La siguió con pasos mas torpes esta vez, distraído por las imágenes de esos artefactos que sin duda eran incalculables en cuanto al valor monetario y seguramente también sentimental según las propias palabras de Amanda. Se coloco justo detrás de ella cuando la vio posarse frente al estante donde figuraba un impactante collar de plata que ella acariciaba con cierta pasión y se quedo ahí de pie, inmóvil, observando, pensando en lo que ella acababa de decirle, dejando que su aliento bañara el oído de ella. - ¿Interesarme?, es una palabra que abarca poco para lo que estoy sintiendo en estos momentos, creo que el vocabulario no da para tanto. Claro que me interesa, me interesa mucho, quizás más de lo que a cualquier otro podría interesarle, ¿y sabes por que?, por que todo esto no son simples objetos, eres tu. – Coloco ambas manos sobre sus hombros, obligándola a girar y verlo a la cara. – Me interesas toda tu Amanda, tu mundo, tus pensamientos…tu vida. – Sus ojos parecieron de pronto más cristalinos, apenas parpadeaba al hablar de esa manera. Callo luego un instante, aun con sus manos sobre los hombros de Amanda, mismas que luego bajaron un poco hasta tomarla por los brazos, acercándola sutilmente hacia el, como si quisiera que escuchara bien lo que estaba a punto de decirle y no perdiera detalle alguno. - ¿Qué es lo que deseas de mi, Amanda?, tu sabes lo que yo quiero, a lo que he venido, ¿pero que es lo que tu esperas de todo esto?, estoy aquí por que quisiste que acudiera, de no haberlo querido no me habrías dado pistas, me habrías echado de tu casa en el momento en que me pare frente a tu puerta. – Tantas preguntas, pero ninguna respuesta por parte de ella, al menos no una pronta y eso empezaba a disturbar la poca tranquilidad por la que había estado luchando conservar en ese encuentro. Solo sus manos de los brazos de la vampira y se dio media vuelta de una manera agitada y casi salvaje, empezó a andar de aquí allá frente a ella, alrededor de la bóveda, dando la impresión de ser un león enjaulado. Finalmente paro dándole la espalda, levantando el rostro al cielo y dejando escapar de su boca un sonido gutural que no era más que la pura frustración que sentía. Bajo la cabeza y fijo su vista en el suelo, sus manos se colocaron sobre las rodillas y permaneció levemente agachado, intentando tranquilizarse, pero todo fue en vano…
Se deshizo de la chaqueta que llevaba encima, dejándola tirada en el piso como si se tratase de su propia casa y luego hundió su mano derecha en el bolsillo de su elegante pantalón, sacando de el un objeto que no dejo a la vista de Amanda, si no hasta el momento en que se giro para verla nuevamente de frente. Empezó a andar en dirección hacia ella, misma que a diferencia de el aun permanecía en el mismo sitio y con el rostro sereno, inmutable, como si nada de lo ocurrido lograra perturbarla, ni siquiera el ver la daga que Nigel sostenía entre sus manos, balanceándola como si se trabara de un juguete.
- Dime Amanda, ¿que tanto autocontrol puede llegar a tener un vampiro? ¿Mucho, ¿poco?, ¿o es imposible? – Se acerco peligrosamente a ella, con un semblante que más que amenazador se veía sobornable. - He leído algo sobre ello, por supuesto, pero no me aguanto las ganas de comprobarlo por mi mismo… - Coloco la daga en el filo del rostro de Amanda y procedió a recorrer su piel nívea con el objeto, simulando que se trataba de alguna flor y no un objeto punzocortante. Coloco la daga sobre los labios de la vampira y luego se acerco a ella para besarlos de una manera arrebatadora pero fugaz, coloco esta vez la daga sobre su propia carne, específicamente en su mano derecha y ejerció una presión suficientemente importante como para provocarse una cortada profunda a lo largo de toda la mano. Su rostro se deformo de dolor, pero la contuvo y el líquido carmín empezó a chorrear a borbotones manchando el piso elegante y aparentemente pulcro. En segundos el puño de la camisa de Nigel estaba cubierta de rojo, dándole un aspecto macabro a sus vestiduras, pero el permanecía con un semblante sereno, haciendo lo posible por ignorar el dolor profundo que se situaba sobre la herida. - ¿La hueles?, incluso yo siendo humano puedo hacerlo… - Alzo su mano y mancho sus labios, bebió de su propia sangre, misma que le resultaba repulsiva a diferencia de algún ser inmortal y finalmente volvió a acortar la breve distancia que había entre ambos, besando por segunda vez esos labios carnosos con la intención de que probara su sangre en un beso atroz. - Bebe maldita sea, bebe… - Pareció rogarle entre besos, con voz apenas entendible, con la mano herida posada sobre uno de sus brazos, manchando su vestido y su piel, cubriéndola de un rojo intenso, hasta que estuvo también bañada en sangre.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Aquellas joyas significaban para mí recuerdos más vívidos que los que mantenía en mi cabeza de la vida que, como mortal, una vez había llevado. No pertenecían solamente a expolios evitados que me aseguraron poder salvaguardar mi identidad como princesa britanna, sino que también eran objetos de la época del Imperio Romano que me recordaban lo que un solo movimiento, aparentemente aleatorio, podía causar en una vida. Si los romanos no hubieran atacado mi poblado y mi tribu no hubiera sido hecha esclava de una de las familias de senadores del momento. Si hubiera seguido viviendo en Britannia, en la zona del actual Gales, probablemente me habrían casado con un miembro de la tribu o de alguna otra tribu vecina para favorecer alguna alianza que beneficiara tanto a mi propia tribu como a mí porque, al menos, creía recordar que mi padre humano se preocupaba por mí. Si no hubiera sido transformada en vampiresa, probablemente mi vida se habría limitado a un contubernio con otro esclavo, o quizá si era muy afortunada a convertirme en una liberta, y nada más allá de eso. En lugar de todas las miles de posibilidades que podían haber sucedido de haber continuado mi vida humana de la manera que se suponía que tenía que haber seguido, había acabado por ser elegida por Abaddon para convertirme en otra hija de las tinieblas junto a Eliz, Zarek, Ciro y él... Aquel era el poder de una decisión que no podía ser tomada de manera apresurada, y aquellas eran sólo unas pocas consecuencias que podía tener convertir a Nigel Quartermane en un vampiro.
Aquello era, también, lo que Nigel mismo no entendía. Estaba tan ansioso por disfrutar del poder que sin duda le daría su transformación, poder incrementado frente a otros neófitos en caso de aceptar convertirle por mi edad y por la sangre pura que corría por mis venas, que no tenía en cuenta las consecuencias que, como en todo acto, podría acarrear actuar de manera precipitada. Él no conocía el precio que podía costarle un simple impulso, pues ni siquiera cuando las decisiones eran tuyas, a pesar de no haber sido víctima del destino, se pueden prever las consecuencias. ¿Y aún así seguía pretendiendo llevar a cabo aquello? Su tenacidad era admirable, así como su decisión y su fe inquebrantable en sí mismo para acabar convenciéndome de hacer algo que, en realidad, me causaba serias dudas. Podía hacerlo, sí, pero eso supondría arrebatarle la vida humana que en su momento yo hubiera sido feliz de llevar. Podía no hacerlo, también, y eso supondría no ceder ante uno de sus caprichos y evitarle una vida que sinceramente deseaba: sus rasgos así lo demostraban, con aquella expresión suya tan característica. Y, mientras cavilaba, de mis labios comenzaron a salir retazos de historias de aquellos objetos: el valor de aquellos sestercios, cómo había conseguido cada collar... Y todas aquellas piezas que formaban el pantanoso recuerdo de mi vida mortal adquirían formas cada vez más definidas, tratando de enseñarle una lección que sería muy valiosa en su vida: que apreciara lo que tenía, aunque ambicionara más.
Por supuesto, no contaba con que Nigel fuera a aprender esa lección. ¿Cómo, si iba en total contradicción con su afán de poder y con su sed de convertirse en algo mejor, algo no humano? No le culpaba del todo. Comprendía que los vampiros éramos fuente de inspiración para los humanos y que éstos querían, por norma general a no ser que les fallara el juicio, ser como nosotros, pero de ahí a anhelar su muerte con tanta intensidad como sus palabras reflejaban había un enorme trecho que, personalmente, me hacía desconfiar. Desconfiaba de él, de sus palabras buscando halagarme cuando los dos sabíamos que aquello no funcionaría conmigo y de su porte gallardo, que pese a llevar consigo una esencia única había visto muchas veces a lo largo de mi larga vida. Desconfiaba de sus motivos, de los mismos que le habían llevado a tomar la decisión. Desconfiaba de él, de su perfecta actuación y de su manera, quizá voluntaria o quizá no, de pulsar las cuerdas adecuadas de mi interior para que el recelo se transformarse en confianza más abierta que garantizara el cumplimiento de su petición. Desconfiaba de su manera de agarrar mis hombres, después mis brazos, para acercarme a él y que pudiera creerse dueño de la situación pese a que su frustración por las preguntas sin respuesta era genuina, y demostrada además en aquel rugido suyo que dejó salir una vez soltó mis brazos.
Tenía que haber visto, sin embargo, llegar aquel momento de desesperación por su parte. Tenía que haber previsto que verse atrapado entre la espada y la pared provocaría que reaccionara, y también tenía que haber previsto que vendrían más ataques de animal acorralado una vez su chaqueta hubo sido tirada al suelo de aquel caldarium. ¿Tan poco apreciaba su vida que estaba dispuesto a enseñar una herida abierta y sangrante a un vampiro que, quizá, estaba hambriento? ¿Tan poca consideración podía acumular que ni siquiera se planteaba que quizá aquel olor era suficiente para hacer que el rugido seco y presente del hambre poblara mi garganta en apenas momentos? No. Su instinto le pedía que hiciera algo; su impulsividad, por su parte, también le exigía que no dejara pasar el tiempo suficiente para que me decidiera por mí misma o para que le respondiera con palabras a las preguntas que él había dicho. Ni siquiera sus besos, intentando conseguir con ellos que volviera a doblegarme, parecían querer responder a un plan predeterminado sino que sólo eran fruto de la improvisación de alguien que busca cualquier manera para conseguir su plan y su objetivo... aunque no por ello me separé de alguno de ellos, ni siquiera del último que iba manchado por completo de su sangre en un afán de hacerme beberla, afán que sólo se vio reflejado y comprendido cuando a aquel beso respondí con mayor intensidad, buscando con la lengua todo resto de sangre que pudiera encontrarse en ella e, incluso, relamiéndome al separarme de él porque, a diferencia de mí, necesitaba respirar.
Aquel momento de relativo descanso y de cierta bajada de guardia por su parte fue el que aproveché para dar, con la agilidad de una bailarina, dos pasos hacia atrás y retomar la distancia de seguridad que conseguiría, con suerte, que él sobreviviera a aquel momento y que mi sed de sangre no fuera tan intensa como lo estaba siendo en aquel momento. – No tientes tanto a la suerte, Nigel, porque de lo contrario tu gozo puede caer en el más profundo de los pozos. Y tapa eso, anda... No me vengas con detalles tan burdos y poco elegantes cuando sé que eres capaz de bastante más que un gesto fruto de la desesperación. ¿No eres el famoso Nigel Quartermane, el mismo caballero impecable que arrastra a toda mujer a la perversión y al pecado con sus gestos? Actúa como tal, no como un animal herido que busca una alternativa porque se ve carente de opciones... Y haz acopio de tu instinto de supervivencia, además de tu inteligencia, si es que de verdad quieres conseguir algo en vez de simplemente morir en el intento. – le dije, recriminándole en tono bastante neutro y con la ceja alzada su comportamiento mientras, con la mano, rozaba la tela del vestido, más concretamente la parte que había quedado manchada de su sangre, para después rozar también la parte de mi piel que había quedado ensangrentada y poder lamer así la sangre de mis dedos.
Después de estar igual de ensangrentada pero al menos lo suficientemente alejada de él como para darle el tiempo de no reaccionar, clavé la mirada en él y crucé los brazos sobre el pecho, con una sonrisa burlona. – El autocontrol depende de cada individuo y, también, de cada momento. En el mío puedes confiar, para tu desgracia a juzgar por tus deseos, porque tengo la edad suficiente para haberlo practicado muchas veces hasta alcanzar su perfección, si bien tu sangre en particular supone un desafío interesante... Y respecto a tu interés, ya no lo pongo en duda. No habrías venido hasta aquí de no interesarte, quizá yo o quizá la posibilidad de vivir para siempre, y no te estarías tomando todas estas molestias por nada, al igual que yo tampoco lo estoy haciendo. – le dije, descruzando los brazos y caminando de nuevo hacia él con pasos gráciles y elegantes hasta quedar frente a frente, a una distancia relativamente reducida para lo que la sociedad buscaba en un hombre y una mujer no vinculados legalmente por matrimonio pero no tan cerca como cuando me había besado.
Alcé la mano hasta acariciar su mejilla y limpiarla, de paso, de sangre, y me llevé el dedo ensangrentado a los labios para lamer la sangre, sonriendo con el dedo en posición lasciva entre los dientes y los labios al ver su expresión. - ¿Quieres saber lo que espero de ti? Que seas un hombre y actúes como tal. Te estás guiando por un impulso pueril y por tu ambición sin límites y no pareces ser capaz de ver las consecuencias que, como todo, tu decisión puede tener. Tienes familia, según tengo entendido. Una esposa y un hijo, un bebé apenas, además de quizá más que no hayan trascendido a los círculos sociales que alterno. ¿Estás dispuesto a renunciar a ellos? Cuando eres un neófito, tu autocontrol es frágil, por no decir directamente que no existe, y un solo gesto podría suponer su fin, además de todos los que te rodean. No podrías volver a ver la luz del sol nunca más, y te verías recluido a una vida de noche eterna, alimentándote de sangre de quienes una vez han sido tus iguales... Además, tienes que aprender algo que no conoces o, al menos, no practicas ahora mismo: el respeto a tus mayores, y sobre todo a tu creador, eso aparte de mil y un detalles más que puede que sepas asimilar o puede que no. Lo que quiero de ti es que por un momento te detengas y pienses si esto es lo que quieres hacer o si, por el contrario, tu vida humana es preferible a una de riesgo y seguro dolor que solamente quizá puede darte lo que buscas. Reflexiona, Nigel, y tómate tu tiempo para hacerlo porque no hay vuelta atrás desde aquí. Tu vida depende de esa decisión y no voy a tolerar que la tomes a la ligera. – le dije, siendo cristalinamente clara por una vez en toda la conversación y con la mano apoyada en la cadera, mientras le miraba. Podía haberle dicho que reflexionara y que estaría pendiente de la reflexión, pero los dos sabíamos que su ambición había decidido ya por él y que, pasara lo que pasara, aquella noche acabaría convenciéndome para que le transformara en un vampiro... en uno de los más prometedores vampiros que había visto en toda mi larga existencia.
Aquello era, también, lo que Nigel mismo no entendía. Estaba tan ansioso por disfrutar del poder que sin duda le daría su transformación, poder incrementado frente a otros neófitos en caso de aceptar convertirle por mi edad y por la sangre pura que corría por mis venas, que no tenía en cuenta las consecuencias que, como en todo acto, podría acarrear actuar de manera precipitada. Él no conocía el precio que podía costarle un simple impulso, pues ni siquiera cuando las decisiones eran tuyas, a pesar de no haber sido víctima del destino, se pueden prever las consecuencias. ¿Y aún así seguía pretendiendo llevar a cabo aquello? Su tenacidad era admirable, así como su decisión y su fe inquebrantable en sí mismo para acabar convenciéndome de hacer algo que, en realidad, me causaba serias dudas. Podía hacerlo, sí, pero eso supondría arrebatarle la vida humana que en su momento yo hubiera sido feliz de llevar. Podía no hacerlo, también, y eso supondría no ceder ante uno de sus caprichos y evitarle una vida que sinceramente deseaba: sus rasgos así lo demostraban, con aquella expresión suya tan característica. Y, mientras cavilaba, de mis labios comenzaron a salir retazos de historias de aquellos objetos: el valor de aquellos sestercios, cómo había conseguido cada collar... Y todas aquellas piezas que formaban el pantanoso recuerdo de mi vida mortal adquirían formas cada vez más definidas, tratando de enseñarle una lección que sería muy valiosa en su vida: que apreciara lo que tenía, aunque ambicionara más.
Por supuesto, no contaba con que Nigel fuera a aprender esa lección. ¿Cómo, si iba en total contradicción con su afán de poder y con su sed de convertirse en algo mejor, algo no humano? No le culpaba del todo. Comprendía que los vampiros éramos fuente de inspiración para los humanos y que éstos querían, por norma general a no ser que les fallara el juicio, ser como nosotros, pero de ahí a anhelar su muerte con tanta intensidad como sus palabras reflejaban había un enorme trecho que, personalmente, me hacía desconfiar. Desconfiaba de él, de sus palabras buscando halagarme cuando los dos sabíamos que aquello no funcionaría conmigo y de su porte gallardo, que pese a llevar consigo una esencia única había visto muchas veces a lo largo de mi larga vida. Desconfiaba de sus motivos, de los mismos que le habían llevado a tomar la decisión. Desconfiaba de él, de su perfecta actuación y de su manera, quizá voluntaria o quizá no, de pulsar las cuerdas adecuadas de mi interior para que el recelo se transformarse en confianza más abierta que garantizara el cumplimiento de su petición. Desconfiaba de su manera de agarrar mis hombres, después mis brazos, para acercarme a él y que pudiera creerse dueño de la situación pese a que su frustración por las preguntas sin respuesta era genuina, y demostrada además en aquel rugido suyo que dejó salir una vez soltó mis brazos.
Tenía que haber visto, sin embargo, llegar aquel momento de desesperación por su parte. Tenía que haber previsto que verse atrapado entre la espada y la pared provocaría que reaccionara, y también tenía que haber previsto que vendrían más ataques de animal acorralado una vez su chaqueta hubo sido tirada al suelo de aquel caldarium. ¿Tan poco apreciaba su vida que estaba dispuesto a enseñar una herida abierta y sangrante a un vampiro que, quizá, estaba hambriento? ¿Tan poca consideración podía acumular que ni siquiera se planteaba que quizá aquel olor era suficiente para hacer que el rugido seco y presente del hambre poblara mi garganta en apenas momentos? No. Su instinto le pedía que hiciera algo; su impulsividad, por su parte, también le exigía que no dejara pasar el tiempo suficiente para que me decidiera por mí misma o para que le respondiera con palabras a las preguntas que él había dicho. Ni siquiera sus besos, intentando conseguir con ellos que volviera a doblegarme, parecían querer responder a un plan predeterminado sino que sólo eran fruto de la improvisación de alguien que busca cualquier manera para conseguir su plan y su objetivo... aunque no por ello me separé de alguno de ellos, ni siquiera del último que iba manchado por completo de su sangre en un afán de hacerme beberla, afán que sólo se vio reflejado y comprendido cuando a aquel beso respondí con mayor intensidad, buscando con la lengua todo resto de sangre que pudiera encontrarse en ella e, incluso, relamiéndome al separarme de él porque, a diferencia de mí, necesitaba respirar.
Aquel momento de relativo descanso y de cierta bajada de guardia por su parte fue el que aproveché para dar, con la agilidad de una bailarina, dos pasos hacia atrás y retomar la distancia de seguridad que conseguiría, con suerte, que él sobreviviera a aquel momento y que mi sed de sangre no fuera tan intensa como lo estaba siendo en aquel momento. – No tientes tanto a la suerte, Nigel, porque de lo contrario tu gozo puede caer en el más profundo de los pozos. Y tapa eso, anda... No me vengas con detalles tan burdos y poco elegantes cuando sé que eres capaz de bastante más que un gesto fruto de la desesperación. ¿No eres el famoso Nigel Quartermane, el mismo caballero impecable que arrastra a toda mujer a la perversión y al pecado con sus gestos? Actúa como tal, no como un animal herido que busca una alternativa porque se ve carente de opciones... Y haz acopio de tu instinto de supervivencia, además de tu inteligencia, si es que de verdad quieres conseguir algo en vez de simplemente morir en el intento. – le dije, recriminándole en tono bastante neutro y con la ceja alzada su comportamiento mientras, con la mano, rozaba la tela del vestido, más concretamente la parte que había quedado manchada de su sangre, para después rozar también la parte de mi piel que había quedado ensangrentada y poder lamer así la sangre de mis dedos.
Después de estar igual de ensangrentada pero al menos lo suficientemente alejada de él como para darle el tiempo de no reaccionar, clavé la mirada en él y crucé los brazos sobre el pecho, con una sonrisa burlona. – El autocontrol depende de cada individuo y, también, de cada momento. En el mío puedes confiar, para tu desgracia a juzgar por tus deseos, porque tengo la edad suficiente para haberlo practicado muchas veces hasta alcanzar su perfección, si bien tu sangre en particular supone un desafío interesante... Y respecto a tu interés, ya no lo pongo en duda. No habrías venido hasta aquí de no interesarte, quizá yo o quizá la posibilidad de vivir para siempre, y no te estarías tomando todas estas molestias por nada, al igual que yo tampoco lo estoy haciendo. – le dije, descruzando los brazos y caminando de nuevo hacia él con pasos gráciles y elegantes hasta quedar frente a frente, a una distancia relativamente reducida para lo que la sociedad buscaba en un hombre y una mujer no vinculados legalmente por matrimonio pero no tan cerca como cuando me había besado.
Alcé la mano hasta acariciar su mejilla y limpiarla, de paso, de sangre, y me llevé el dedo ensangrentado a los labios para lamer la sangre, sonriendo con el dedo en posición lasciva entre los dientes y los labios al ver su expresión. - ¿Quieres saber lo que espero de ti? Que seas un hombre y actúes como tal. Te estás guiando por un impulso pueril y por tu ambición sin límites y no pareces ser capaz de ver las consecuencias que, como todo, tu decisión puede tener. Tienes familia, según tengo entendido. Una esposa y un hijo, un bebé apenas, además de quizá más que no hayan trascendido a los círculos sociales que alterno. ¿Estás dispuesto a renunciar a ellos? Cuando eres un neófito, tu autocontrol es frágil, por no decir directamente que no existe, y un solo gesto podría suponer su fin, además de todos los que te rodean. No podrías volver a ver la luz del sol nunca más, y te verías recluido a una vida de noche eterna, alimentándote de sangre de quienes una vez han sido tus iguales... Además, tienes que aprender algo que no conoces o, al menos, no practicas ahora mismo: el respeto a tus mayores, y sobre todo a tu creador, eso aparte de mil y un detalles más que puede que sepas asimilar o puede que no. Lo que quiero de ti es que por un momento te detengas y pienses si esto es lo que quieres hacer o si, por el contrario, tu vida humana es preferible a una de riesgo y seguro dolor que solamente quizá puede darte lo que buscas. Reflexiona, Nigel, y tómate tu tiempo para hacerlo porque no hay vuelta atrás desde aquí. Tu vida depende de esa decisión y no voy a tolerar que la tomes a la ligera. – le dije, siendo cristalinamente clara por una vez en toda la conversación y con la mano apoyada en la cadera, mientras le miraba. Podía haberle dicho que reflexionara y que estaría pendiente de la reflexión, pero los dos sabíamos que su ambición había decidido ya por él y que, pasara lo que pasara, aquella noche acabaría convenciéndome para que le transformara en un vampiro... en uno de los más prometedores vampiros que había visto en toda mi larga existencia.
Invitado- Invitado
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Y la sangre siguió brotando del cuerpo de Nigel, manando en vano, desperdiciándose por completo; esa sangre que el creía que el único ser en el mundo que la llevaba ahora era su hijo, ignorando por completo la existencia de su hermano gemelo. Podía ser un idiota en muchas ocasiones, pero eso no significaba que lo era siempre, en segundos supo que la escenita que acababa de montar frente a Amanda sería en vano, que había sido la estupidez más grande que había cometido en mucho tiempo, que no había servido para nada más que avergonzarlo frente a ella viéndose como un débil, como alguien desesperado que haría cualquier cosa por lograr sus objetivos, incluso llegando a doblegarse. Y en cierta parte era verdad: era capaz de cualquier cosa, pero había cosas que sencillamente debía aprender a no hacer, menos cuando se esta frente a quien se desea como creadora, frente a una vampiresa con experiencia, alguien superior a él, le gustara o no. Luego de ese beso fugaz entre ambos y una vez que Amanda se separo de él, tomo la chaqueta de la que se había despojado el mismo minutos antes y la enredo alrededor de la mano herida a manera de impedir que la sangre siguiera manchando el piso y el resto de su vestimenta. No se atrevió a mirar a Amanda una vez más, no al menos hasta que se hubiera calmado lo suficiente antes de volver a hacer una estupidez que terminara por echar a perder todo, pero fue ella quien lo busco, quien se planto frente a él para decirle esa serie de cosas que no eran más que verdades que el mismo Nigel se negaba a creer, a concebir siquiera. Ella tenía razón en todo, sobre todo en la parte en la que apuntaba a que había estado comportándose como un completo estúpido, aunque eso no significaría que pediría perdón por eso. El perdón no era parte de su vocabulario, ni siquiera en este tipo de situación.
Se alejó de ella sin decir nada al respecto y fue directamente hasta una silla que yacía sola en la esquina de aquel lugar, una que extrañamente se encontraba ahí de hecho, ya que era la única y se sentó sobre ella mientras sostenía la chaqueta sobre la herida, haciendo presión para parar la sangre, cosa que no estaba funcionando del todo debido a la profundidad de esta. Clavo la mirada en el piso, en la daga que le pertenecía y que había utilizado para abrir su carne y cavilo respecto a todo lo que Amanda le acababa de decir. ¿Qué haría ahora?, ¿cómo remendaría su error?, o mejor aún: ¿había forma de remendarlo?, ¿lo permitiría Amanda?, ¿le daría una nueva oportunidad? Y de no ser así, ¿Nigel se quedaría con los brazos cruzados aceptando su derrota, perdiendo la que probablemente sería su única oportunidad en la vida de llegar a ser alguien como ella?, ¿habría mas vampiros en París?, ¿cuántos de ellos caminaban diariamente bajo el manto de la noche mientras seres mortales como él se dedicaban solo a dormir?, ¿alguno de ellos estaría dispuesto a concederle la vida eterna si él se lo pidiera? No, la quería a ella, a Amanda, ella era la vampira perfecta, a quien deseaba de creadora, de maestra, de valkiria, de cómplice. Alzó la vista por primera vez en mucho tiempo y la vio nuevamente a los ojos desde la distancia en a la que se encontraban, esperaba no encontrarse con algún signo que le hiciera saber que ella se encontraba “desilusionada” por la manera en la que él acababa de actuar.
– Tienes razón, he sido un imbecil, ¿crees que lo soy?, ¿crees que alguien como yo sea verdaderamente digno de poseer algo tan increíblemente importante como lo es la vida eterna y todo ese poder que conlleva? Tal vez ahora tengas tus dudas, tal vez siempre las has tenido, desde esa noche en el teatro, ¿es así?, me gustaría saberlo, me gustaría saber por que me has conducido hasta este sitio, por que no me asesinaste esa misma noche y dejaste que te buscara, por que me permitiste conocer un poco mas de tu historia mostrándome todo esto que auguro es muy intimo para ti. ¿Por qué?, ¿por qué Amanda? – Esta vez los cuestionamientos eran realizados en voz alta y directamente a quien solo podría responderlos. La voz de Nigel parecía mas tranquila, neutra y su semblante estaba visiblemente más apacible, no resignado, si no más bien dispuesto a escuchar y comprender. – Haz hablado de mostrarme tu forma de vida, hacerme ver las cosas como tú, aprenderlas, comprenderlas y llevarlas a cabo como debe ser, ahora te lo digo: estoy dispuesto a hacerlo, a hacer las cosas como deben ser, de la manera sensata y correcta, de la manera indicada y definitiva. Voy a ser sincero, quiero que seas tú quien me transforme, eso lo sabes, te quiero a ti por que te encuentro una mujer sumamente fascinante, pero quiero que seas tú quien lo haga si verdaderamente cree que lo merezco, si realmente cree que sería un buen ejemplar de tu especie, no quiero que me transformes solo por que yo te este pidiendo, aunque…conociéndote, se que no lo harías por esa razón. –Se puso de pie yendo hasta donde ella se encontraba a paso lento y decidido, acercándose a ella de manera completamente natural, y como si ya fuesen dos amantes que se conocieran de años atrás, como si ya no tuvieran nada que ocultarse entre si, beso nuevamente sus labios en apenas un roce sutil, uno que tenía como fin el probar un poco de ese aliento gélido que ella desprendía y que hiciera contraste con la tibieza de su saliva. – Estoy listo, muéstramelo, enséñame la verdadera esencia de los de tu raza, quiero ver el mundo como tu lo haces, llegar al menos a sentir un poco de lo que tú sientes, déjame entrar en tu mente de la misma manera en que me dejaste entrar a tu cuerpo esa noche en el teatro… - Le susurró con aire seductor en pleno rostro, con los ojos clavados en los de ella a esos escasos centímetros, sin parpadear un solo instante. Acarició con los dedos de la mano sana las hebras del cabello rojizo de la vampiresa, similares a serpientes de fuego moviéndose entre sus dedos. - Créeme cuando digo que valoro mucho mi vida humana, no hay nada en ella me desagrade, pero me seduce de manera increíblemente voraz la idea de ser mucho más que esto. ¿Te pasó lo mismo a ti?, ¿cómo fue que pasó?, ¿quién fue tu creador?, háblame de él o de ella…¿qué te mostró que puedas mostrarme tú a mí?
Nigel había evadido evidentemente un tema que Amanda había tocado anteriormente: su familia. No quería hablar de Claire y de su hijo por que en realidad no había excusa alguna que pudiera poner de por medio y que justificara el estarlos dejando de lado. En el fondo existía una pequeña voz que le susurraba que estaba siendo egoísta, más de lo que ya era, que se estaba olvidando de esos de los que tanto presumía eran el motor de su vida. Temía sacar nuevamente en la charla a esa mujer que tanto amaba y a ese pedazo de él que recién había llegado al mundo por que sencillamente lo haría ver vulnerable ante Amanda y ella lo sabría, sabría que dudaba de su conversión, que no estaba tan seguro como se había encargado de profesar desde el momento en que había llegado a al palacete. Era mejor no hacerlo, dejar a Claire y a León ahí, guardados dentro de su ser con esas dudas y esa culpa que existían junto con ellos, con sus nombres y todo lo que significaban. Era mejor así, ya el se encargaría de solucionarlo todo, para él siempre existían las soluciones, no tenía por que ser distinto esta vez.
- No voy a negártelo…soy un hombre que nunca ha conocido el significado de tal palabra, por que sencillamente había creído que no existía nadie por encima de mí, al menos no antes de saber de la existencia de ustedes, de los de tu raza; la reflexión tampoco ha sido parte de mis virtudes, aunque eso seguramente ya lo habrás notado. Actúo por instintos la mayoría del tiempo, soy un poco animal en ese aspecto, no me importan las consecuencias, aún cuando sepa que las hay. Pero estoy dispuesto a aprenderlo… -hizo una pausa- a intentarlo al menos…-añadió rápidamente ya que el mismo tenía en duda el hacerlo. – Creo que eres un buen ejemplar de tu especie según lo que he investigado, por eso es que te elegí a ti como creadora. No es solo un capricho Amanda. – Masajeo los labios de la vampiresa con la yema de sus dedos.- ¿Me lo dirás? – Volvió a cuestionar volviendo a retomar el tema principal de la charla, dejando de lado los pensamientos que prefería dejar bajo llave por esa noche. – ¿Lo compartirás conmigo Amanda? Hablaste de respeto a mis mayores, ¿respetas igualmente tú a los tuyos?, ¿respetas a tu creador?, ¿quién es él? - No, no dejaría de insistir.
Se alejó de ella sin decir nada al respecto y fue directamente hasta una silla que yacía sola en la esquina de aquel lugar, una que extrañamente se encontraba ahí de hecho, ya que era la única y se sentó sobre ella mientras sostenía la chaqueta sobre la herida, haciendo presión para parar la sangre, cosa que no estaba funcionando del todo debido a la profundidad de esta. Clavo la mirada en el piso, en la daga que le pertenecía y que había utilizado para abrir su carne y cavilo respecto a todo lo que Amanda le acababa de decir. ¿Qué haría ahora?, ¿cómo remendaría su error?, o mejor aún: ¿había forma de remendarlo?, ¿lo permitiría Amanda?, ¿le daría una nueva oportunidad? Y de no ser así, ¿Nigel se quedaría con los brazos cruzados aceptando su derrota, perdiendo la que probablemente sería su única oportunidad en la vida de llegar a ser alguien como ella?, ¿habría mas vampiros en París?, ¿cuántos de ellos caminaban diariamente bajo el manto de la noche mientras seres mortales como él se dedicaban solo a dormir?, ¿alguno de ellos estaría dispuesto a concederle la vida eterna si él se lo pidiera? No, la quería a ella, a Amanda, ella era la vampira perfecta, a quien deseaba de creadora, de maestra, de valkiria, de cómplice. Alzó la vista por primera vez en mucho tiempo y la vio nuevamente a los ojos desde la distancia en a la que se encontraban, esperaba no encontrarse con algún signo que le hiciera saber que ella se encontraba “desilusionada” por la manera en la que él acababa de actuar.
– Tienes razón, he sido un imbecil, ¿crees que lo soy?, ¿crees que alguien como yo sea verdaderamente digno de poseer algo tan increíblemente importante como lo es la vida eterna y todo ese poder que conlleva? Tal vez ahora tengas tus dudas, tal vez siempre las has tenido, desde esa noche en el teatro, ¿es así?, me gustaría saberlo, me gustaría saber por que me has conducido hasta este sitio, por que no me asesinaste esa misma noche y dejaste que te buscara, por que me permitiste conocer un poco mas de tu historia mostrándome todo esto que auguro es muy intimo para ti. ¿Por qué?, ¿por qué Amanda? – Esta vez los cuestionamientos eran realizados en voz alta y directamente a quien solo podría responderlos. La voz de Nigel parecía mas tranquila, neutra y su semblante estaba visiblemente más apacible, no resignado, si no más bien dispuesto a escuchar y comprender. – Haz hablado de mostrarme tu forma de vida, hacerme ver las cosas como tú, aprenderlas, comprenderlas y llevarlas a cabo como debe ser, ahora te lo digo: estoy dispuesto a hacerlo, a hacer las cosas como deben ser, de la manera sensata y correcta, de la manera indicada y definitiva. Voy a ser sincero, quiero que seas tú quien me transforme, eso lo sabes, te quiero a ti por que te encuentro una mujer sumamente fascinante, pero quiero que seas tú quien lo haga si verdaderamente cree que lo merezco, si realmente cree que sería un buen ejemplar de tu especie, no quiero que me transformes solo por que yo te este pidiendo, aunque…conociéndote, se que no lo harías por esa razón. –Se puso de pie yendo hasta donde ella se encontraba a paso lento y decidido, acercándose a ella de manera completamente natural, y como si ya fuesen dos amantes que se conocieran de años atrás, como si ya no tuvieran nada que ocultarse entre si, beso nuevamente sus labios en apenas un roce sutil, uno que tenía como fin el probar un poco de ese aliento gélido que ella desprendía y que hiciera contraste con la tibieza de su saliva. – Estoy listo, muéstramelo, enséñame la verdadera esencia de los de tu raza, quiero ver el mundo como tu lo haces, llegar al menos a sentir un poco de lo que tú sientes, déjame entrar en tu mente de la misma manera en que me dejaste entrar a tu cuerpo esa noche en el teatro… - Le susurró con aire seductor en pleno rostro, con los ojos clavados en los de ella a esos escasos centímetros, sin parpadear un solo instante. Acarició con los dedos de la mano sana las hebras del cabello rojizo de la vampiresa, similares a serpientes de fuego moviéndose entre sus dedos. - Créeme cuando digo que valoro mucho mi vida humana, no hay nada en ella me desagrade, pero me seduce de manera increíblemente voraz la idea de ser mucho más que esto. ¿Te pasó lo mismo a ti?, ¿cómo fue que pasó?, ¿quién fue tu creador?, háblame de él o de ella…¿qué te mostró que puedas mostrarme tú a mí?
Nigel había evadido evidentemente un tema que Amanda había tocado anteriormente: su familia. No quería hablar de Claire y de su hijo por que en realidad no había excusa alguna que pudiera poner de por medio y que justificara el estarlos dejando de lado. En el fondo existía una pequeña voz que le susurraba que estaba siendo egoísta, más de lo que ya era, que se estaba olvidando de esos de los que tanto presumía eran el motor de su vida. Temía sacar nuevamente en la charla a esa mujer que tanto amaba y a ese pedazo de él que recién había llegado al mundo por que sencillamente lo haría ver vulnerable ante Amanda y ella lo sabría, sabría que dudaba de su conversión, que no estaba tan seguro como se había encargado de profesar desde el momento en que había llegado a al palacete. Era mejor no hacerlo, dejar a Claire y a León ahí, guardados dentro de su ser con esas dudas y esa culpa que existían junto con ellos, con sus nombres y todo lo que significaban. Era mejor así, ya el se encargaría de solucionarlo todo, para él siempre existían las soluciones, no tenía por que ser distinto esta vez.
- No voy a negártelo…soy un hombre que nunca ha conocido el significado de tal palabra, por que sencillamente había creído que no existía nadie por encima de mí, al menos no antes de saber de la existencia de ustedes, de los de tu raza; la reflexión tampoco ha sido parte de mis virtudes, aunque eso seguramente ya lo habrás notado. Actúo por instintos la mayoría del tiempo, soy un poco animal en ese aspecto, no me importan las consecuencias, aún cuando sepa que las hay. Pero estoy dispuesto a aprenderlo… -hizo una pausa- a intentarlo al menos…-añadió rápidamente ya que el mismo tenía en duda el hacerlo. – Creo que eres un buen ejemplar de tu especie según lo que he investigado, por eso es que te elegí a ti como creadora. No es solo un capricho Amanda. – Masajeo los labios de la vampiresa con la yema de sus dedos.- ¿Me lo dirás? – Volvió a cuestionar volviendo a retomar el tema principal de la charla, dejando de lado los pensamientos que prefería dejar bajo llave por esa noche. – ¿Lo compartirás conmigo Amanda? Hablaste de respeto a mis mayores, ¿respetas igualmente tú a los tuyos?, ¿respetas a tu creador?, ¿quién es él? - No, no dejaría de insistir.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
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Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Esperar que Nigel Quartermane cambiara era como pretender que un olmo diera peras y que, además, a nadie le pareciera extraño en lo más mínimo: exactamente igual de imposible de conseguir. Su personalidad estaba muy bien definida para ser un humano, joven además; su carácter estaba demasiado forjado a fuego dentro de su persona y sus características, tales como la testarudez o esa capacidad suya para resultar encantador y al minuto siguiente, o tal vez incluso antes, desagradable; sus características no cambiarían, no se doblegarían, no se modificarían radicalmente... pero quizá sí que pudieran adaptarse a algo de sentido común, que en resumen era lo que le estaba pidiendo. Analizando la situación con frialdad, algo que estaba tan en sus manos como en las de cualquier otra persona con la que pudiéramos cruzarnos en los largos caminos que podían abarcar nuestras vidas, sobre todo siendo inmortales, lo único que esperaba de él era que reuniera con la capacidad más básica para ser no sólo un inmortal, sino también un hombre: madurez. Cuando se abandonaba la vida humana para abrazar la vida de después, la de los vampiros, se asumían las ventajas que ésta última traía consigo, sí, pero también se asumían los riesgos y los peligros que no sólo para los demás, sino también para uno mismo, esta traía consigo. No sólo era cuestión de la carencia de autocontrol o de que una palabra equivocada a un vampiro equivocado pudiera suponer la muerte definitiva, pues los vampiros también podíamos morir; también, aunque eso él no se lo tomara en serio, era cuestión de poseer una gran fuerza mental. La soledad muchas veces hacía mella en nosotros y en nuestras acciones, llevando a algunos neófitos no preparados para dar el paso y que, sin embargo, lo habían hecho, directos a las garras de la muerte. También era necesario saber que muchos humanos, e incluso otras criaturas de la noche y del día, querían acabar con los seres como en los que él quería convertirse y si bien aquel era un riesgo prácticamente imposible para él a la hora de sucederle porque contaría con mi protección, también era algo digno de tenerse en cuenta.
El último problema, además, era él mismo y su familia. Sus palabras, desviando la atención de aquel tema a uno que me incluyera a mí, como era el de mi propio creador, dejaban claro que no se había parado a pensar en serio en lo que supondría para ellos que un padre, esposo, o amigo se convirtiera en su depredador. Pensara lo que pensara, no podría pasar alrededor de un humano sin desear con toda su alma, o lo que quedara de ella si es que existía, ya en general o en particular en alguien como él, hincarles el diente y arrebatarles toda la sangre que sus cuerpos poseían en sus interiores. Lo sabía, porque yo misma lo había vivido, y sólo haber estado rodeada de vampiros más antiguos que yo me había ayudado a superar aquella ansia de sangre, aunque no sin lucha o conflicto alguno por mi parte ya que siempre he sido testaruda, sobre todo siendo una neófita... especialmente siendo neófita, porque los nuevos vampiros se creen invencibles, los reyes del mambo, y cualquier otro vampiro más experimentado puede acabar con ellos con la misma facilidad con la que se parte una astilla de un trozo de madera reseco por el calor extremo. Podía pensar que me engañaba con su caballerosidad, sus gestos elegantes como acariciar mis labios o mirar mis ojos y sus palabras tan perfectamente moldeadas que, por un momento, parecían ser como cantos de sirena que instaban a que se creyeran porque era lo único que podía ser opción de ellas... pero que para mí no lo era. Evitaba la cuestión que le había preguntado yo, desviaba la atención y trataba de lanzar ganchos verbales para que me sintiera apiadada por sus intentos o por sus palabras, insultándose a sí mismo incluso, y lo convirtiera sin preguntarme antes si sería lo mejor. Un auténtico maestro de oratoria, sin duda alguna, y una muestra de que la manipulación estaba ya a su alcance siendo humano. Algo a su favor que no tendría que aprender convirtiéndose en vampiro, sin duda alguna.
No rechacé ninguno de sus acercamientos, ni de sus besos ni de sus palabras, sino que los estudié con la atención de un científico estudiando sus muestras y sus objetos que pronto se convertirían en material de estudio para determinar si valían la pena o no: exactamente como yo con él. La idea que había desarrollado en el teatro de que él tenía potencial palpitaba con fuerza en mi cabeza, mostrándose con la misma intensidad que me había llevado a aceptar conducirlo hasta mi hogar y tomando cada vez más fuerza con aquella intensidad y pasión, mezcladas magistralmente con la testarudez, que veía en cada una de sus palabras, de sus gestos y de sus actos... y, además, un poco de adulación nunca venía mal, tampoco es cuestión de engañarnos.
– La razón por la que he permitido que vivas y que, además, me encuentres es tan sencilla que con tu inteligencia me extraña incluso que no la hayas imaginado todavía. Vi potencial en ti, así como también vi las capacidades aptas para convertirte en uno de nosotros, sobre todo después de tu insistencia... Pero eso no significa que vaya a convertirte o que haya cambiado de idea al respecto, pues a lo que me refiero es que eres como una joya en bruto. Posees la potencialidad de convertirte en algo superior, algo mejor, pero como todas las joyas en bruto posees también una gran cantidad de imperfecciones que se han de pulir, y de lo que se trata aquí y ahora es de ponderar la cantidad de brillo y la cantidad de imperfecciones y de hacernos una pregunta: ¿vale la pena el esfuerzo de pulirte, en función del resultado final, o hay tantas imperfecciones y manchas que estropean el brillo final de la joya que ni siquiera vale la pena el esfuerzo porque acabaremos sacando algo mediocre? Posees el brillo, pero también defectos como las imperfecciones, y de lo que se trata es de juzgar eso mismo. Tu madurez sería una muestra de brillo... tus intentos de mentirme o de pretender que pase por alto con gestos o con palabras bonitas que has evitado el tema de tu familia porque o no has pensado en lo que pasaría con ellos o simplemente no quieres hacerte cargo de las consecuencias son tus imperfecciones. De todas maneras, y ya que tienes tanta curiosidad, te lo contaré, ya que al fin y al cabo el respeto que siento por él puede que te sirva de muestra del respeto que tú deberías mostrar, en caso de que decida aceptar tu loca petición. – le dije, finalizando mis palabras con una expresión pensativa y acariciando su mejilla lenta y suavemente en dirección a su pecho, donde con las dos manos lo empujé hacia atrás con suavidad para que se sentara en la silla que había en la sala aquella, privada para cualquiera que no fuera yo... o él, en aquel momento. Tras sentarse él, yo apoyé mi cuerpo con suavidad sobre sus piernas, sentándome sobre él y manteniendo la poca distancia que nos unía, cogiendo después su mano vendada con las mías para acariciarla con las yemas de los dedos, aún pensando en las mejores palabras para hablarle de mi maestro, de mi sire, de aquel que me había dado la vida... después de mi vida.
– Antes deberías saber que, como humana, yo no era alguien del pueblo llano o de una capa social baja. En el siglo III después de Cristo, el Imperio Romano estaba atravesando una de las peores crisis que había atravesado hasta ese momento, y hasta de las colonias del territorio se veían obligados a buscar mano de obra. Yo nací en Britannia, una de esas colonias, como hija de un jefe tribal con un poder local importante, pero todo aquello se desvaneció cuando los soldados romanos atacaron mi pueblo. Me condujeron como esclava a Roma, primero, y cuando ya fui algo más mayor a Tesalónica, la antigua Macedonia de donde vienen tantas figuras importantes de la antigüedad, y en un ataque al sitio en el que estábamos él llegó... y me salvó de la muerte. Su nombre es Abaddon, y según sé es el portador de la ponzoña vampírica más pura y primigenia del mundo, o al menos es el vampiro más antiguo que conozco, a pesar de que algunos de mis hermanos sean más antiguos que yo. Me enseñó todo lo que requería la transformación, que nunca volvería a ver la luz del sol y que mis lazos con mi familia humana, que ni siquiera sabía si estaba viva, se desvanecerían en pos de los lazos con mi familia vampírica: él y quienes compartían su sangre, ingerida para terminar con el ritual de transformación. Él me enseñó la lealtad y la absoluta obediencia a la sabiduría de mis mayores, aquellos de quienes sólo tenemos cosas que aprender, y él nutrió a cambio mi alma de conocimientos y de su compañía pues la compañía es, para los vampiros, casi tan importante como la sangre... Un vampiro sin compañía se marchita, y es necesario que tengas esto muy claro para evitar que, de sucederte la transformación, mueras demasiado joven... porque también podemos morir. No sufrimos las inclemencias del tiempo o la enfermedad, pero no somos totalmente inmunes a la muerte, por mucho que algún hermano mío insista en lo contrario... y hasta él sabe que es así. Como ves, la idea no fue mía. Aquello fue un regalo que se me concedió para sacarme de una vida que no me satisfacía y meterme en una en la que encajaba perfectamente, y sólo debo a mi creador y a mis hermanos respeto... El resto, sin embargo, sólo se gana el respeto en función de sus acciones, sin que éste sea ciego e irracional. Espero haber saciado tu curiosidad, y que tú dejes de evitar la pregunta y el tema de antes para saciar la mía, Nigel. – dije, acariciando aún su mano y al final mirándolo a la cara para, con una sonrisa, acercarme a sus labios y morder el inferior suavemente, sin intención de nada que no fuera jugar y mantener una distancia mucho menor que no le permitiera esquivar la mirada de mis ojos, clavada en los suyos a la espera de su respuesta.
El último problema, además, era él mismo y su familia. Sus palabras, desviando la atención de aquel tema a uno que me incluyera a mí, como era el de mi propio creador, dejaban claro que no se había parado a pensar en serio en lo que supondría para ellos que un padre, esposo, o amigo se convirtiera en su depredador. Pensara lo que pensara, no podría pasar alrededor de un humano sin desear con toda su alma, o lo que quedara de ella si es que existía, ya en general o en particular en alguien como él, hincarles el diente y arrebatarles toda la sangre que sus cuerpos poseían en sus interiores. Lo sabía, porque yo misma lo había vivido, y sólo haber estado rodeada de vampiros más antiguos que yo me había ayudado a superar aquella ansia de sangre, aunque no sin lucha o conflicto alguno por mi parte ya que siempre he sido testaruda, sobre todo siendo una neófita... especialmente siendo neófita, porque los nuevos vampiros se creen invencibles, los reyes del mambo, y cualquier otro vampiro más experimentado puede acabar con ellos con la misma facilidad con la que se parte una astilla de un trozo de madera reseco por el calor extremo. Podía pensar que me engañaba con su caballerosidad, sus gestos elegantes como acariciar mis labios o mirar mis ojos y sus palabras tan perfectamente moldeadas que, por un momento, parecían ser como cantos de sirena que instaban a que se creyeran porque era lo único que podía ser opción de ellas... pero que para mí no lo era. Evitaba la cuestión que le había preguntado yo, desviaba la atención y trataba de lanzar ganchos verbales para que me sintiera apiadada por sus intentos o por sus palabras, insultándose a sí mismo incluso, y lo convirtiera sin preguntarme antes si sería lo mejor. Un auténtico maestro de oratoria, sin duda alguna, y una muestra de que la manipulación estaba ya a su alcance siendo humano. Algo a su favor que no tendría que aprender convirtiéndose en vampiro, sin duda alguna.
No rechacé ninguno de sus acercamientos, ni de sus besos ni de sus palabras, sino que los estudié con la atención de un científico estudiando sus muestras y sus objetos que pronto se convertirían en material de estudio para determinar si valían la pena o no: exactamente como yo con él. La idea que había desarrollado en el teatro de que él tenía potencial palpitaba con fuerza en mi cabeza, mostrándose con la misma intensidad que me había llevado a aceptar conducirlo hasta mi hogar y tomando cada vez más fuerza con aquella intensidad y pasión, mezcladas magistralmente con la testarudez, que veía en cada una de sus palabras, de sus gestos y de sus actos... y, además, un poco de adulación nunca venía mal, tampoco es cuestión de engañarnos.
– La razón por la que he permitido que vivas y que, además, me encuentres es tan sencilla que con tu inteligencia me extraña incluso que no la hayas imaginado todavía. Vi potencial en ti, así como también vi las capacidades aptas para convertirte en uno de nosotros, sobre todo después de tu insistencia... Pero eso no significa que vaya a convertirte o que haya cambiado de idea al respecto, pues a lo que me refiero es que eres como una joya en bruto. Posees la potencialidad de convertirte en algo superior, algo mejor, pero como todas las joyas en bruto posees también una gran cantidad de imperfecciones que se han de pulir, y de lo que se trata aquí y ahora es de ponderar la cantidad de brillo y la cantidad de imperfecciones y de hacernos una pregunta: ¿vale la pena el esfuerzo de pulirte, en función del resultado final, o hay tantas imperfecciones y manchas que estropean el brillo final de la joya que ni siquiera vale la pena el esfuerzo porque acabaremos sacando algo mediocre? Posees el brillo, pero también defectos como las imperfecciones, y de lo que se trata es de juzgar eso mismo. Tu madurez sería una muestra de brillo... tus intentos de mentirme o de pretender que pase por alto con gestos o con palabras bonitas que has evitado el tema de tu familia porque o no has pensado en lo que pasaría con ellos o simplemente no quieres hacerte cargo de las consecuencias son tus imperfecciones. De todas maneras, y ya que tienes tanta curiosidad, te lo contaré, ya que al fin y al cabo el respeto que siento por él puede que te sirva de muestra del respeto que tú deberías mostrar, en caso de que decida aceptar tu loca petición. – le dije, finalizando mis palabras con una expresión pensativa y acariciando su mejilla lenta y suavemente en dirección a su pecho, donde con las dos manos lo empujé hacia atrás con suavidad para que se sentara en la silla que había en la sala aquella, privada para cualquiera que no fuera yo... o él, en aquel momento. Tras sentarse él, yo apoyé mi cuerpo con suavidad sobre sus piernas, sentándome sobre él y manteniendo la poca distancia que nos unía, cogiendo después su mano vendada con las mías para acariciarla con las yemas de los dedos, aún pensando en las mejores palabras para hablarle de mi maestro, de mi sire, de aquel que me había dado la vida... después de mi vida.
– Antes deberías saber que, como humana, yo no era alguien del pueblo llano o de una capa social baja. En el siglo III después de Cristo, el Imperio Romano estaba atravesando una de las peores crisis que había atravesado hasta ese momento, y hasta de las colonias del territorio se veían obligados a buscar mano de obra. Yo nací en Britannia, una de esas colonias, como hija de un jefe tribal con un poder local importante, pero todo aquello se desvaneció cuando los soldados romanos atacaron mi pueblo. Me condujeron como esclava a Roma, primero, y cuando ya fui algo más mayor a Tesalónica, la antigua Macedonia de donde vienen tantas figuras importantes de la antigüedad, y en un ataque al sitio en el que estábamos él llegó... y me salvó de la muerte. Su nombre es Abaddon, y según sé es el portador de la ponzoña vampírica más pura y primigenia del mundo, o al menos es el vampiro más antiguo que conozco, a pesar de que algunos de mis hermanos sean más antiguos que yo. Me enseñó todo lo que requería la transformación, que nunca volvería a ver la luz del sol y que mis lazos con mi familia humana, que ni siquiera sabía si estaba viva, se desvanecerían en pos de los lazos con mi familia vampírica: él y quienes compartían su sangre, ingerida para terminar con el ritual de transformación. Él me enseñó la lealtad y la absoluta obediencia a la sabiduría de mis mayores, aquellos de quienes sólo tenemos cosas que aprender, y él nutrió a cambio mi alma de conocimientos y de su compañía pues la compañía es, para los vampiros, casi tan importante como la sangre... Un vampiro sin compañía se marchita, y es necesario que tengas esto muy claro para evitar que, de sucederte la transformación, mueras demasiado joven... porque también podemos morir. No sufrimos las inclemencias del tiempo o la enfermedad, pero no somos totalmente inmunes a la muerte, por mucho que algún hermano mío insista en lo contrario... y hasta él sabe que es así. Como ves, la idea no fue mía. Aquello fue un regalo que se me concedió para sacarme de una vida que no me satisfacía y meterme en una en la que encajaba perfectamente, y sólo debo a mi creador y a mis hermanos respeto... El resto, sin embargo, sólo se gana el respeto en función de sus acciones, sin que éste sea ciego e irracional. Espero haber saciado tu curiosidad, y que tú dejes de evitar la pregunta y el tema de antes para saciar la mía, Nigel. – dije, acariciando aún su mano y al final mirándolo a la cara para, con una sonrisa, acercarme a sus labios y morder el inferior suavemente, sin intención de nada que no fuera jugar y mantener una distancia mucho menor que no le permitiera esquivar la mirada de mis ojos, clavada en los suyos a la espera de su respuesta.
Invitado- Invitado
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
¿Por qué tenía que ser tan insistente con el tema que no quería sacar a flote? ¿De verdad tanto le importaba a alguien como Amanda el futuro que pudiera tener la familia de otros? Por un momento pensó en hablar, en interrumpirle haciendo el esta vez nuevas preguntas, pero calló, era demasiado importante lo que ella estaba a punto de decirle como para pretender desviar nuevamente el tema a algo a lo que él ya había dado vuelta a la página asumiendo sus responsabilidades y pretendiendo tener solución. Su cuerpo obedeció al suave movimiento de la mano de la vampira que le invitaba a tomar asiento, lo cual hizo sin renegar o poner alguna excusa de por medio. Se dejó caer sobre la suave superficie de la elegante silla y cuando estuvo a punto de moverse sobre ella a modo de sentirse más cómodo fue interrumpido por la vampiresa misma que a su vez había optado por colocar sus caderas encima de las piernas del humano. El peso de la inmortal apenas lo sintió, su delgado y bien proporcionado ser daba la impresión de poseer la ligereza de una pluma, cosa extraña, pues el tacto de su piel era un tanto duro y firme, similar a una roca, pero sin llegar a poseer la textura áspera o tosca que estas poseen. Al sentir a Amanda sobre sus piernas su mente no pudo evitar evocar una serie de imágenes y recuerdos de aquella noche en que le había conocido hacia apenas unos cuantos días, recuerdos e imágenes agradables por supuesto, pues lo que habían hecho aquella vez sobre aquel piano era digno de ser recordado e imposible de borrar de la mente. Nigel no sabía si se debía a algo de las vampiresas en general o algo exclusivo de Amanda, pero cada que le tenía cerca esta provocaba una ola de sensaciones extrañas. Lo que le hacía sentir era similar a estar expuesto a una mujer que desprendía erotismo y lo contagiaba al instante sin remedio, sin poder poner alguna barrera de por medio para impedir no sentirse contagiado y atraído. El tenerla a esa distancia, encima de él de una manera aparentemente inocente no hacía la diferencia, pero hizo un esfuerzo por comportarse y escuchar con toda la atención que le fue posible lo que ella le diría a continuación.
No le sorprendió escuchar el origen humano de Amanda, pues ella misma había confesado haber sido alguien importante para el pueblo en el que había nacido, lo que si le sorprendió fue saber que de ser una princesa se había convertido en una esclava y peor aún, que había estado al borde de la muerte y que había sido rescatada por ese hombre. El escuchar el nombre del creador le produjo una extraña sensación en lo más hondo de las entrañas, era un nombre con mucho carácter, digno de ser temido y seguramente el hombre que lo portaba debía ser igualmente digno de temer. Nigel sintió como los vellos de los brazos se le erizaban ligeramente y como una especie de nausea se le instalaba en el estómago, misma que hacía evidente el enorme éxtasis que le producía la sola idea de llegar a conocer y tener frente a frente a ese hombre del que tanto se le llenaba la boca a Amanda al decir que era su creador, su ejemplo, su sire. “Es el portador de la ponzoña vampírica más pura y primigenia del mundo”, la frase siguió haciendo eco en su mente aun cuando Amanda ya había dejado de hablar, finalizando con una pregunta que Nigel parecía no haber escuchado en medio de su éxtasis. Él sabía lo que significaba aquello, no era algo que debía pasarse por alto. Ese vampiro llamado Abaddon había pasado parte de su sangre a Amanda al transformarla y ella se la traspasaría a Nigel si finalmente se decidía a convertirlo. Eso lo convertiría en parte de la familia, sería uno de ellos, sería de alguna u otra manera (aunque no fuese directa) uno de los “descendientes” del gran Abaddon.
Los ojos de Nigel brillaron en la oscuridad dejando entrever una vez más la avaricia que lo consumía, de la que era preso. Y es que era imposible no sentirse seducido por esa idea que tenía en la mente. Bastaron unos cuantos segundos para que en su mente aparecieran varias escenas que sin duda haría lo posible por llegar a hacer realidad y en todas ellas aparecía ese hombre por el que ahora sabía mas que nunca que aquella decisión de ser uno de ellos era su destino. – ¿Por qué te importa tanto lo que ocurra con mi familia? – Preguntó finalmente lo que había querido preguntar desde que ella había empezado a tomar nuevamente la palabra. – ¿De verdad te importa? No me lo tomes a mal Amanda, pero no pareces del tipo de persona que se preocupe por ese tipo de situaciones, es decir…bueno, te acostaste conmigo, permitiste que le fuera infiel a mi esposa y eso no pareció importarte mucho. ¿Entonces por qué debería importante su futuro? No tenía idea de que los vampiros se preocuparan por ese tipo de cosas, mucho más teniendo en cuenta que no son nada tuyo y que a mi apenas me has llegado a conocer apenas unas cuantas noches atrás. Si te los hubieras topado en la calle antes de conocerme o incluso habiéndome ya conocido, ¿no les habrías hecho daño?, ¿les habrías tenido piedad solo por ser importantes para mí? No sé, tengo mis dudas respecto a eso, quizás soy un hombre que no confía fácil en los demás, no me culpes, me criaron así desde que era un niño. – Una sutil mueca de desagrado apareció en sus labios al recordar a su abuelo, el infame Lord Quartermane quien se había encargado de la formación de su único nieto (al menos el único reconocido), criándolo a su semejanza, haciendo de él un remedo de él mismo. Los recuerdos sobre su abuelo eran muchos aunque siempre intentara evitarlos, si bien había sido un hombre respetable para él, no siempre había sido así. Cuando Nigel recién había quedado huérfano de padre y madre y había quedado al cuidado del anciano enfermo y él lo había tratado peor que a un animal, prueba de ello era esa cicatriz que tenía en una mejilla, misma que el viejo se había encargado de hacerle en una ocasión en la que le había desobedecido golpeándolo con el duro bastón que solía llevar siempre consigo para sostenerse cuando caminaba. Así que Nigel le había tenido respeto al anciano, pero nunca le había querido realmente, simplemente agradecía haber hecho de él alguien no fácil de echar abajo, aunque a veces también se lo recriminaba. – Ellos van a estar bien, créeme, he tomado las medidas necesarias, no soy tan idiota Amanda, confía en mi. Has hablado de imperfecciones, de que para ti soy como un diamante en bruto. Creo que posiblemente estés en lo cierto. Déjame demostrar que vale la pena el esfuerzo en pulirme, que soy de valor, que puedo llegar a ser una de las joyas mas valiosas que jamás hayas visto en tu vida entera. Aunque eso lo decidirás tu al final y el, Abaddon. – Pronunciar su nombre en voz alta por primera vez lo llenaba de una extraña seguridad en sí mismo, le hacía creer firmemente que su decisión era la correcta y que sus palabras no eran en vano ni con la intención de solo convencer a Amanda o algo parecido. Ese nombre significaba mucho y aún sin conocer al hombre detrás de él ya sentía que le tenía un respeto y una lealtad que seguramente al tenerlo frente a frente solo se acrecentaría. – ¿Qué crees que opine Abaddon de mi si llego a ser parte de ustedes?, ¿crees que me acepte o crees que tendré que ganármelo como he tenido que hacer contigo? O mejor aún, ¿qué crees que deba hacer para ganármelo o que me acepte? ¿Qué hiciste tú para lograrlo, para que te eligiera como una de sus hijas? – Los ojos del humano brillaron una vez más, fijándolos en un punto en una de las esquinas de aquel recinto donde ambos se encontraban. Aquel era un bello cuadro, uno interesante y peculiar: él sentado con la mirada perdida, imaginando un sin fin de cosas para el futuro que ya había decidido y ella sentada sobre él, acariciando su mano enredada en la chaqueta empapada en sangre.
Off: Perdóname por haber tardado demasiado nuevamente (aunque digas que no importa).
No le sorprendió escuchar el origen humano de Amanda, pues ella misma había confesado haber sido alguien importante para el pueblo en el que había nacido, lo que si le sorprendió fue saber que de ser una princesa se había convertido en una esclava y peor aún, que había estado al borde de la muerte y que había sido rescatada por ese hombre. El escuchar el nombre del creador le produjo una extraña sensación en lo más hondo de las entrañas, era un nombre con mucho carácter, digno de ser temido y seguramente el hombre que lo portaba debía ser igualmente digno de temer. Nigel sintió como los vellos de los brazos se le erizaban ligeramente y como una especie de nausea se le instalaba en el estómago, misma que hacía evidente el enorme éxtasis que le producía la sola idea de llegar a conocer y tener frente a frente a ese hombre del que tanto se le llenaba la boca a Amanda al decir que era su creador, su ejemplo, su sire. “Es el portador de la ponzoña vampírica más pura y primigenia del mundo”, la frase siguió haciendo eco en su mente aun cuando Amanda ya había dejado de hablar, finalizando con una pregunta que Nigel parecía no haber escuchado en medio de su éxtasis. Él sabía lo que significaba aquello, no era algo que debía pasarse por alto. Ese vampiro llamado Abaddon había pasado parte de su sangre a Amanda al transformarla y ella se la traspasaría a Nigel si finalmente se decidía a convertirlo. Eso lo convertiría en parte de la familia, sería uno de ellos, sería de alguna u otra manera (aunque no fuese directa) uno de los “descendientes” del gran Abaddon.
Los ojos de Nigel brillaron en la oscuridad dejando entrever una vez más la avaricia que lo consumía, de la que era preso. Y es que era imposible no sentirse seducido por esa idea que tenía en la mente. Bastaron unos cuantos segundos para que en su mente aparecieran varias escenas que sin duda haría lo posible por llegar a hacer realidad y en todas ellas aparecía ese hombre por el que ahora sabía mas que nunca que aquella decisión de ser uno de ellos era su destino. – ¿Por qué te importa tanto lo que ocurra con mi familia? – Preguntó finalmente lo que había querido preguntar desde que ella había empezado a tomar nuevamente la palabra. – ¿De verdad te importa? No me lo tomes a mal Amanda, pero no pareces del tipo de persona que se preocupe por ese tipo de situaciones, es decir…bueno, te acostaste conmigo, permitiste que le fuera infiel a mi esposa y eso no pareció importarte mucho. ¿Entonces por qué debería importante su futuro? No tenía idea de que los vampiros se preocuparan por ese tipo de cosas, mucho más teniendo en cuenta que no son nada tuyo y que a mi apenas me has llegado a conocer apenas unas cuantas noches atrás. Si te los hubieras topado en la calle antes de conocerme o incluso habiéndome ya conocido, ¿no les habrías hecho daño?, ¿les habrías tenido piedad solo por ser importantes para mí? No sé, tengo mis dudas respecto a eso, quizás soy un hombre que no confía fácil en los demás, no me culpes, me criaron así desde que era un niño. – Una sutil mueca de desagrado apareció en sus labios al recordar a su abuelo, el infame Lord Quartermane quien se había encargado de la formación de su único nieto (al menos el único reconocido), criándolo a su semejanza, haciendo de él un remedo de él mismo. Los recuerdos sobre su abuelo eran muchos aunque siempre intentara evitarlos, si bien había sido un hombre respetable para él, no siempre había sido así. Cuando Nigel recién había quedado huérfano de padre y madre y había quedado al cuidado del anciano enfermo y él lo había tratado peor que a un animal, prueba de ello era esa cicatriz que tenía en una mejilla, misma que el viejo se había encargado de hacerle en una ocasión en la que le había desobedecido golpeándolo con el duro bastón que solía llevar siempre consigo para sostenerse cuando caminaba. Así que Nigel le había tenido respeto al anciano, pero nunca le había querido realmente, simplemente agradecía haber hecho de él alguien no fácil de echar abajo, aunque a veces también se lo recriminaba. – Ellos van a estar bien, créeme, he tomado las medidas necesarias, no soy tan idiota Amanda, confía en mi. Has hablado de imperfecciones, de que para ti soy como un diamante en bruto. Creo que posiblemente estés en lo cierto. Déjame demostrar que vale la pena el esfuerzo en pulirme, que soy de valor, que puedo llegar a ser una de las joyas mas valiosas que jamás hayas visto en tu vida entera. Aunque eso lo decidirás tu al final y el, Abaddon. – Pronunciar su nombre en voz alta por primera vez lo llenaba de una extraña seguridad en sí mismo, le hacía creer firmemente que su decisión era la correcta y que sus palabras no eran en vano ni con la intención de solo convencer a Amanda o algo parecido. Ese nombre significaba mucho y aún sin conocer al hombre detrás de él ya sentía que le tenía un respeto y una lealtad que seguramente al tenerlo frente a frente solo se acrecentaría. – ¿Qué crees que opine Abaddon de mi si llego a ser parte de ustedes?, ¿crees que me acepte o crees que tendré que ganármelo como he tenido que hacer contigo? O mejor aún, ¿qué crees que deba hacer para ganármelo o que me acepte? ¿Qué hiciste tú para lograrlo, para que te eligiera como una de sus hijas? – Los ojos del humano brillaron una vez más, fijándolos en un punto en una de las esquinas de aquel recinto donde ambos se encontraban. Aquel era un bello cuadro, uno interesante y peculiar: él sentado con la mirada perdida, imaginando un sin fin de cosas para el futuro que ya había decidido y ella sentada sobre él, acariciando su mano enredada en la chaqueta empapada en sangre.
Off: Perdóname por haber tardado demasiado nuevamente (aunque digas que no importa).
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
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Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Nigel no lo entendía, no comprendía los alcances de sus deseos, y aquel era el principal problema al que ambos estábamos enfrentándonos aquella noche. Lo conocía lo suficiente como para estar segura de que una vez la idea le había atraído lo suficiente no se le iría de la cabeza, que por otro lado era tan dura como una piedra e incapaz de cambiar de opinión ni aunque le fuera la vida en ello, cosa que en aquel momento sucedía porque, a fin de cuentas, era de su vida de lo que estábamos hablando. No estábamos tratando una cuestión de negocios que, en caso de salir mal, sólo acarrearía pérdidas monetarias y materiales; estábamos hablando de una transformación a un ser que él sólo había visto personado en mí, muy probablemente, y cuyos límites no conocía. Ni siquiera nosotros conocíamos nuestros límites, pues sólo podíamos estar seguros de los personales y siempre había alguno de nuestra raza que superaba nuestras expectativas y acababa por lograr cosas que nosotros no hubiéramos podido imaginar ni en nuestros mejores sueños... y eso era un problema. Estábamos tan seguros de nuestra superioridad que perdíamos la capacidad de sorprendernos y, a veces, de adelantarnos a nuestros enemigos, y sin ir tan lejos a veces a nuestros supuestos iguales, y en numerosas ocasiones aquello traía como consecuencia una total indefensión frente a peligros que vistos con antelación suficiente no eran tales. Nigel quería convertirse en uno de nosotros, en un ser cuyos defectos no conocía y cuyas virtudes consideraba en exceso pese a que era evidente que las poseíamos y que, por ende, éramos superiores a las demás razas, pero no comprendía el alcance de su sacrificio. Tenía que renunciar a una vida que lo había tratado amablemente para abrazar una que era incierta, ya que no sabía si sería buena para él o no, y sólo podía hacer conjeturas (bastante acertadas por razones obvias, pero conjeturas a fin de cuentas) del destino que le aguardaría... Y en su respuesta esperaba que lo comprendiera ya que, a fin de cuentas, era lo único que le pedía, que se comportara como un hombre adulto y asumiera el riesgo de sus acciones y las consecuencias que podrían depararle.
No carecería de ayuda, en caso de convencerme, pues tanto yo como mis hermanos seríamos su nueva familia, sus protectores y los seres que nos aseguraríamos de que nada malo le sucediera y abrazara su nueva naturaleza con plenitud, para que pudiera escribir con la curva de sus labios la historia que seguiría a partir de ese momento, pero quería escuchar las palabras de madurez de sus labios para aceptar tomar el riesgo que suponía mi primera conversión... ya que nunca antes lo había hecho con nadie, al no ser ninguna persona suficientemente digna a mi parecer de aquel regalo hasta que Nigel había llegado y me había hecho plantearme que merecía la pena hacerlo... Y así estábamos, en esa situación en la que yo lo estaba examinando y él estaba pasando la prueba de manera sorprendentemente positiva pese a mis críticas, ya que en el fondo incluso lograba convencerme de todo. Quizá fuera por su potencial sin igual, incomparable al de otros humanos que me habían rodeado durante toda mi larga existencia, o quizá fuera por su carisma, pero en el fondo estaba segura de que ya la decisión estaba tomada, fueran cuales fuesen sus palabras y sus motivos.
Por suerte para él, no me defraudó. Puede que al principio, cuando me recriminó no haber mostrado interés por su familia, sí que me defraudara, pero en cuanto continuó respondiéndome, dejándome claro que sí había tomado las medidas adecuadas para protegerlos y volvió a atacarme con su insatisfecha y cada vez mayor curiosidad, más propia del ser en el que terminaría convirtiéndose y que lo acercaba a pasos agigantados al vampiro que sería... porque la decisión ya estaba tomada, como mi media sonrisa que crecía con sus palabras cada vez más reflejaba y como mis caricias en su mano vendada, cada vez más cercanas a la fuente de la herida, también gritaban, junto a la cada vez más presente sed que el olor de su sangre traía consigo inevitablemente al ser, ésta, una de las mejores que había probado. Sería una lástima perder aquel sabor tan especial, pero era un sacrificio que merecería la pena en cuanto él empezara a ser lo que estaba destinado a ser. Una risa clara y cristalina acompañó a sus palabras una vez estas se desvanecieron en el aire, llenándolo con su significado y penetrando en lo más profundo de nuestras cabezas a través de nuestros oídos; una mirada, que se desvió a sus ojos y se entornó, divertida, fue la siguiente reacción antes de que negara con la cabeza, la sonrisa aún grabada a fuego en mis labios rojizos.
– No te confundas, Nigel, no me importan ellos. Que vivan, que mueran, que se vayan, que se queden, todo eso y mucho más son situaciones posibles y que los atañen a ellos, y también a ti, y eso es exactamente a lo que me quiero referir. Quien me importa eres tú, tú mostrando la suficiente madurez, tú mostrando que has tomado las medidas correctas para abandonar una vida y sumirte en otra, tú comportándote como un adulto en lugar de cómo un niño es lo que me interesa, y es con tu familia con quien mejor se ve ese paso de alguien que acepta un riesgo de manera ciega y alguien que está preparado para hacerlo, por eso me interesa... Que le hayas sido infiel a tu esposa ni me va ni me viene porque es cosa tuya, y yo no tengo que responder ante ninguna humana de mis acciones porque están alejadas de su control y de su juicio... Eso es cosa nuestra, ¿no crees? – comenté, bajando la mirada a sus labios y reduciendo la distancia que nos separaba, atrapando sus labios y besándolos sin encontrar el rechazo que de importarle tanto la fidelidad a su esposa hubiera encontrado y medio sonriendo aún más a medida que lo besaba, jugando con su lengua y mordiendo sus labios en cuanto me separé de él, con la mirada clavada de nuevo en sus ojos como si aquel beso no hubiera cambiado nada... porque, en realidad, no lo había hecho.
– Te aceptará como mi neófito, pero alcanzar su respeto no es algo que puedas conseguir utilizando una fórmula mágica ritual o un consejo por mi parte porque cada uno de nosotros, sus descendientes, lo hicimos de una manera diferente. Tienes que ser tú mismo y ser el mejor vampiro que puedas llegar a ser, y esa es la única manera de que te acepte tal y como eres porque, créeme, no tiene pinta de ser agradable pasar una eternidad fingiéndote diferente a lo que tu personalidad te ha moldeado. – añadí, levantándome de donde estaba y, tras buscar la daga con la mirada, cogerla hasta que la tomé entre mis manos, jugando con ella tal y como Nigel lo había hecho hacía lo que parecía una eternidad pese a que no había podido ser más de unos minutos y examinando su filo, manchado aún con la sangre humana que él había derramado intentando convencerme para que lo transformara cuando mi convencimiento era mucho más fácil de obtener que ofreciéndome la sangre tan directamente... o quizá no, en vista de lo que le había costado que tomara la decisión que ya había tomado. Giré sobre mis talones hasta quedar frente a él y acaricié la hoja de la pequeña daga con los dedos, recogiendo la sangre que quedaba en ella y llevándomela a los labios para saborearla, con expresión de auténtica delicia grabada en mi rostros que, por lo demás, permanecía clavado en él, el humano cuyo corazón pronto dejaría de latir y que empezaría una nueva vida allí, en mi palacete... a mi lado, conmigo como creadora y maestra como Abaddon lo había sido mío hacía ya tantos siglos.
– He elegido, y la decisión está ya tomada. Me has demostrado que estás preparado para abandonar la vida que conoces, así que no espero remordimientos ni los voy a tolerar. Esto va a cambiarlo todo, y espero que seas consciente de hasta qué punto lo hará... Despídete de tu vida, y dale la bienvenida a la nueva que te estoy ofreciendo, porque ya no hay vuelta atrás. Estos son tus últimos momentos como humano. – le dije, en tono audible para que él lo oyera y me acerqué a la silla, ofreciéndole mi mano para que se levantara de ella y quedara en pie frente a mí, con toda su longitud erecta y mi atenta mirada recorriendo su cuello y las vestimentas que lo cubrían antes de que las manos se desviaran por él y desabotonaran parte de la ropa que lo cubría, dejando a la vista su cuello blanco con aquella vena palpitando tan visiblemente en él, tentándome e invitándome... y no pensé.
En apenas un momento enredé mis dedos en el pelo a la altura de su nuca y apoyé la otra mano en su pecho, sosteniendo la daga aún y acercándome hasta su cuello y delineando la zona con los labios, acariciándola antes de que el primer mordisco llegara. Los colmillos se clavaron en su blanca piel como si fuera mantequilla, atravesando esta y su vena hasta que la sangre empezó a salir de la herida y yo empecé a beber de aquel río desbocado que era su herida y que poseía la misma fuerza de un ciclón, fuerza que entraba en mi con cada succión y con cada gota de sangre que entraba en mi cuerpo. La saboreaba, la bebía, me alimentaba de ella y disfrutaba de su sabor, siendo a la vez consciente de que su corazón cada vez bombeaba con menos fuerza y de que el torrente de sangre era menor y menor mientras que mi sed era mayor, mucho mayor... Un esfuerzo sobrehumano, digno de un ser como yo, me costó separarme de su herida sangrante y cerrar los ojos para no volver a atacarla; me mordí la lengua con fuerza para frenar las ansias animales que me forzaban a acercarme a él y la sangre, mezcla de la mía con la de Nigel en mi interior, me llenó la boca, recordándome lo que tenía que hacer y lo que estaba a punto de hacer.
Con la punta de la daga, desabotoné parte de mi propio vestido, bajando el escote hasta un punto en el que apenas quedaba piel cubierta por la tela, y realicé una incisión, una herida sangrante que tiñó mi pálida piel de sangre y tras la que bajé la cabeza de Nigel hacia ella para que hiciera lo que tenía que hacer si quería convertirse.
– Bebe de mí, Nigel... Bebe de mí y obtendrás la vida eterna. – murmuré, dándole las instrucciones precisas para terminar con aquello y consiguiendo, con mis palabras, que él empezara a succionar de la herida y me apretara contra su cuerpo para tener más seguridad sobre su fuente de vida, como el mítico manantial de la eterna juventud, al tiempo que mis dedos acariciaban su nuca, mis ojos se cerraban y un jadeo se escapaba de mis labios.
No carecería de ayuda, en caso de convencerme, pues tanto yo como mis hermanos seríamos su nueva familia, sus protectores y los seres que nos aseguraríamos de que nada malo le sucediera y abrazara su nueva naturaleza con plenitud, para que pudiera escribir con la curva de sus labios la historia que seguiría a partir de ese momento, pero quería escuchar las palabras de madurez de sus labios para aceptar tomar el riesgo que suponía mi primera conversión... ya que nunca antes lo había hecho con nadie, al no ser ninguna persona suficientemente digna a mi parecer de aquel regalo hasta que Nigel había llegado y me había hecho plantearme que merecía la pena hacerlo... Y así estábamos, en esa situación en la que yo lo estaba examinando y él estaba pasando la prueba de manera sorprendentemente positiva pese a mis críticas, ya que en el fondo incluso lograba convencerme de todo. Quizá fuera por su potencial sin igual, incomparable al de otros humanos que me habían rodeado durante toda mi larga existencia, o quizá fuera por su carisma, pero en el fondo estaba segura de que ya la decisión estaba tomada, fueran cuales fuesen sus palabras y sus motivos.
Por suerte para él, no me defraudó. Puede que al principio, cuando me recriminó no haber mostrado interés por su familia, sí que me defraudara, pero en cuanto continuó respondiéndome, dejándome claro que sí había tomado las medidas adecuadas para protegerlos y volvió a atacarme con su insatisfecha y cada vez mayor curiosidad, más propia del ser en el que terminaría convirtiéndose y que lo acercaba a pasos agigantados al vampiro que sería... porque la decisión ya estaba tomada, como mi media sonrisa que crecía con sus palabras cada vez más reflejaba y como mis caricias en su mano vendada, cada vez más cercanas a la fuente de la herida, también gritaban, junto a la cada vez más presente sed que el olor de su sangre traía consigo inevitablemente al ser, ésta, una de las mejores que había probado. Sería una lástima perder aquel sabor tan especial, pero era un sacrificio que merecería la pena en cuanto él empezara a ser lo que estaba destinado a ser. Una risa clara y cristalina acompañó a sus palabras una vez estas se desvanecieron en el aire, llenándolo con su significado y penetrando en lo más profundo de nuestras cabezas a través de nuestros oídos; una mirada, que se desvió a sus ojos y se entornó, divertida, fue la siguiente reacción antes de que negara con la cabeza, la sonrisa aún grabada a fuego en mis labios rojizos.
– No te confundas, Nigel, no me importan ellos. Que vivan, que mueran, que se vayan, que se queden, todo eso y mucho más son situaciones posibles y que los atañen a ellos, y también a ti, y eso es exactamente a lo que me quiero referir. Quien me importa eres tú, tú mostrando la suficiente madurez, tú mostrando que has tomado las medidas correctas para abandonar una vida y sumirte en otra, tú comportándote como un adulto en lugar de cómo un niño es lo que me interesa, y es con tu familia con quien mejor se ve ese paso de alguien que acepta un riesgo de manera ciega y alguien que está preparado para hacerlo, por eso me interesa... Que le hayas sido infiel a tu esposa ni me va ni me viene porque es cosa tuya, y yo no tengo que responder ante ninguna humana de mis acciones porque están alejadas de su control y de su juicio... Eso es cosa nuestra, ¿no crees? – comenté, bajando la mirada a sus labios y reduciendo la distancia que nos separaba, atrapando sus labios y besándolos sin encontrar el rechazo que de importarle tanto la fidelidad a su esposa hubiera encontrado y medio sonriendo aún más a medida que lo besaba, jugando con su lengua y mordiendo sus labios en cuanto me separé de él, con la mirada clavada de nuevo en sus ojos como si aquel beso no hubiera cambiado nada... porque, en realidad, no lo había hecho.
– Te aceptará como mi neófito, pero alcanzar su respeto no es algo que puedas conseguir utilizando una fórmula mágica ritual o un consejo por mi parte porque cada uno de nosotros, sus descendientes, lo hicimos de una manera diferente. Tienes que ser tú mismo y ser el mejor vampiro que puedas llegar a ser, y esa es la única manera de que te acepte tal y como eres porque, créeme, no tiene pinta de ser agradable pasar una eternidad fingiéndote diferente a lo que tu personalidad te ha moldeado. – añadí, levantándome de donde estaba y, tras buscar la daga con la mirada, cogerla hasta que la tomé entre mis manos, jugando con ella tal y como Nigel lo había hecho hacía lo que parecía una eternidad pese a que no había podido ser más de unos minutos y examinando su filo, manchado aún con la sangre humana que él había derramado intentando convencerme para que lo transformara cuando mi convencimiento era mucho más fácil de obtener que ofreciéndome la sangre tan directamente... o quizá no, en vista de lo que le había costado que tomara la decisión que ya había tomado. Giré sobre mis talones hasta quedar frente a él y acaricié la hoja de la pequeña daga con los dedos, recogiendo la sangre que quedaba en ella y llevándomela a los labios para saborearla, con expresión de auténtica delicia grabada en mi rostros que, por lo demás, permanecía clavado en él, el humano cuyo corazón pronto dejaría de latir y que empezaría una nueva vida allí, en mi palacete... a mi lado, conmigo como creadora y maestra como Abaddon lo había sido mío hacía ya tantos siglos.
– He elegido, y la decisión está ya tomada. Me has demostrado que estás preparado para abandonar la vida que conoces, así que no espero remordimientos ni los voy a tolerar. Esto va a cambiarlo todo, y espero que seas consciente de hasta qué punto lo hará... Despídete de tu vida, y dale la bienvenida a la nueva que te estoy ofreciendo, porque ya no hay vuelta atrás. Estos son tus últimos momentos como humano. – le dije, en tono audible para que él lo oyera y me acerqué a la silla, ofreciéndole mi mano para que se levantara de ella y quedara en pie frente a mí, con toda su longitud erecta y mi atenta mirada recorriendo su cuello y las vestimentas que lo cubrían antes de que las manos se desviaran por él y desabotonaran parte de la ropa que lo cubría, dejando a la vista su cuello blanco con aquella vena palpitando tan visiblemente en él, tentándome e invitándome... y no pensé.
En apenas un momento enredé mis dedos en el pelo a la altura de su nuca y apoyé la otra mano en su pecho, sosteniendo la daga aún y acercándome hasta su cuello y delineando la zona con los labios, acariciándola antes de que el primer mordisco llegara. Los colmillos se clavaron en su blanca piel como si fuera mantequilla, atravesando esta y su vena hasta que la sangre empezó a salir de la herida y yo empecé a beber de aquel río desbocado que era su herida y que poseía la misma fuerza de un ciclón, fuerza que entraba en mi con cada succión y con cada gota de sangre que entraba en mi cuerpo. La saboreaba, la bebía, me alimentaba de ella y disfrutaba de su sabor, siendo a la vez consciente de que su corazón cada vez bombeaba con menos fuerza y de que el torrente de sangre era menor y menor mientras que mi sed era mayor, mucho mayor... Un esfuerzo sobrehumano, digno de un ser como yo, me costó separarme de su herida sangrante y cerrar los ojos para no volver a atacarla; me mordí la lengua con fuerza para frenar las ansias animales que me forzaban a acercarme a él y la sangre, mezcla de la mía con la de Nigel en mi interior, me llenó la boca, recordándome lo que tenía que hacer y lo que estaba a punto de hacer.
Con la punta de la daga, desabotoné parte de mi propio vestido, bajando el escote hasta un punto en el que apenas quedaba piel cubierta por la tela, y realicé una incisión, una herida sangrante que tiñó mi pálida piel de sangre y tras la que bajé la cabeza de Nigel hacia ella para que hiciera lo que tenía que hacer si quería convertirse.
– Bebe de mí, Nigel... Bebe de mí y obtendrás la vida eterna. – murmuré, dándole las instrucciones precisas para terminar con aquello y consiguiendo, con mis palabras, que él empezara a succionar de la herida y me apretara contra su cuerpo para tener más seguridad sobre su fuente de vida, como el mítico manantial de la eterna juventud, al tiempo que mis dedos acariciaban su nuca, mis ojos se cerraban y un jadeo se escapaba de mis labios.
Invitado- Invitado
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Y una vez más Nigel Quartermane se salía con la suya. Una victoria más a la interminable lista que sin duda iría en incremento. Por que así era como debía llamársele al acto que se estaba llevando a cabo ese día, no había otro termino existente que describiera tal hecho. Amanda Smith había aceptado despojarlo de la humanidad que hasta esa noche lo había cobijado. Esa noche Nigel había entrado a ese palacete siendo un simple y común humano y saldría de ahí siendo algo más: un vampiro. Un neófito. Un aprendiz que sin duda lucharía con todas sus fuerzas para dejar de serlo, cuanto antes mejor, por que conociéndolo dicho término no era algo que le agradaría llevar por muchos años.
Observo con cuidado a Amanda cuando esta regresaba de coger la daga y posteriormente alargaba su mano para ofrecérsela a modo de invitación a ponerse de pie. Se tomo apenas unos instantes para reflexionar rápidamente sobre lo que aquello significaba. Estaba consciente de que al ponerse de pie y tomar la mano de la vampira no significaría tan solo un acto de amabilidad u hospitalidad de su parte. Algo en su interior le decía que aquella era la invitación formal por la cual había hecho y deshecho para poder llegar a ese palacete, por la cual había pasado varios días y noches con el rostro hundido entre libros de la misma temática, indagando en aquel mundo al que muchos incrédulos denominaban fantasioso. También esa misma invitación era por la cual había hecho ese acto estupido de cortarse a si mismo con la daga que ahora Amanda sostenía en una de sus manos, balanceándola como si intentara hipnotizarlo, acto innecesario, pues su sola presencia ya lograba ponerlo en trance. No había más que pensar, la decisión estaba tomada desde hacia días. Tomando la gélida mano de Amanda se puso de pie y no la soltó, jamás se mostró dudoso, al contrario, su mano presionaba con firmeza la de ella haciéndole ver con ello que los remordimientos no tendrían razón de ser esa noche y menos en esas circunstancias. Tenia que demostrarle a su futura creadora que convertirlo seria sencillamente una de las mejores decisiones que habría de tomar en su vida y que con el tiempo no haría mas que desear encontrar en su camino a otros ejemplares como el y que en su búsqueda y deseo se llevaría la peor de las desilusiones al darse cuenta de que el era único en su especie.
No puso ningún tipo de resistencia cuando sintió el frío de los dedos de la inmortal recorrerle parte del rostro y posteriormente el cuello, mismo que ella misma se encargo de desnudar por completo, dejando al descubierto esa parte de su cuerpo que debía ser para ella como ver un manjar de las mas deliciosas y suculentas maravillas culinarias y se las ofrecía todas en charola de plata. Los ojos de Nigel se clavaron en los de ella desde ese instante y no aparto la vista ni un segundo. Mientras ella se tomaba su tiempo observando el sitio que elegiría para llevar a cabo la mordedura, el se dedicaba a estudiar aquella mirada en ella que era sencillamente intrigante, sensual, indescriptible. Los ojos de Amanda denotaban una excitación brutal, la pupila dilatada parecía agrandarse aun más con el paso de los segundos y la respiración parecía agitarse al grado de dar la impresión de que estaba a punto de disfrutar de un orgasmo sin necesidad de un acto con connotación sexual de por medio. Ver aquello lograba excitarlo también, cosa que seguramente le resultaría tremendamente grotesco a cualquier otro humano si se tenia en cuenta que estaba a punto de morir y que la mujer que tenia frente a el no era mas que su asesina.
Finalmente sintió el aliento de la pelirroja rozándole el cuello y supo que había llegado la hora. La frágil piel del humano cedió automáticamente ante los afilados colmillos de la vampira. La dermis pareció crujir en el momento en que fue penetrada y la sangre empezó a manar salvajemente inundando la boca de la mujer que para esos instantes parecía ya estar gozando de aquel orgasmo que el mismo Nigel había pronosticado. Sintió dolor, mucho dolor, pero la dejo gozar de aquello que debía ser mejor que el sexo ya que ella parecía estar gozándolo incluso mas que aquella noche en la que se habían conocido. Cerró los ojos al ya no tener contacto con los de ella y se mantuvo firme ante aquella decisión, sintiendo como a cada segundo se le escapaba la vida a través de la succión que ella ejercía y que parecía no querer abandonar. Poco a poco el cuerpo de Nigel fue debilitándose, su corazón perdía fuerza conforme ella seguía bebiendo y pronto las piernas parecían temblarle dificultándole el seguir permaneciendo erguido por mucho más tiempo. Le costaba respirar, el aire seguía entrándole por la nariz pero ya no alcanzaba a llegar a sus pulmones e interiormente se pregunto que pasaría a continuación, si simplemente se desmayaría y despertaría siendo ya un vampiro o si todo el proceso lo sufriría estando consciente. Amanda se separo del cuello y el volvió a clavar sus ojos en los de ella, esta vez con menos brillo que minutos antes, pues la vida se le escapaba y si ella en ese instante desistía de convertirlo seria el fin para el arrogante humano con aires de grandeza. Se sostuvo de ella y ella a su vez lo sostuvo, los brazos de la vampira eran lo único que le permitía seguir en pie, si ella se apartaba y lo soltaba caería al piso como un bulto. Siguió observándola y a pesar de estarse muriendo sus ojos no denotaron preocupación. Debía estarlo, puesto que de ella dependía pasar al siguiente paso, mismo que aun no daba. Pero Nigel confiaba en ella, extrañamente lo hacia aun sin conocerla por completo, sabia que no lo dejaría morir, que seria incapaz de engañarlo con algo como eso.
Amanda procedió entonces al paso final y definitivo. La mujer bajo su escote dejando al descubierto gran parte de sus atributos físicos y posteriormente los mutilo haciendo una cortada significativa que dio paso a un torrente de sangre que empezó a manchar el entallado vestido que lucia esa noche y a teñir de rojo aquella piel blanca como el marfil. La voz de la vampira apenas llegaba a los oídos de Nigel, la escuchaba lejos, dudosa, le costaba mucho entender lo que decía debido a lo aturdido que lo tenia el estar muriendo a cada segundo que transcurría. Pero en realidad no hacían falta las palabras, el sabia lo que debía hacer a continuación, lo había leído en los libros, lo había escuchado en las habladurías de la gente, en los cuentos que hasta hace pocos días creía solo un mito, una fantasía. No permitió que aquella sangre que debía ser sagrada se desperdiciara más y se precipito a la herida que había sido hecha especialmente para el. Era su regalo, su premio por esa terquedad casi admirable que lo había llevado a salirse con la suya, algo que pocos poseían. ¿Defecto o virtud?, eso era lo de menos. Coloco sus manos temblorosas alrededor del cuerpo de Amanda, sujetándola con la firmeza que le fue posible dadas sus condiciones de hombre moribundo y hundió su rostro en el pecho de la vampira, bebió de aquel liquido carmín que mancho su boca y cuello, mezclándose con su propia sangre que seguía brotando de la mordedura. Si se le veía de un modo metafórico tal escena significaba mucho: el vástago era amamantado por su ahora creadora. Ella lo nutria, ella haría posible su existencia.
La sangre de Amanda lejos de parecerle repulsiva le resultaba algo delicioso, era sencillamente indescriptible. La ola de sensaciones que le provocaba en el interior, no había manera de definir tal cosa, era como beber oro puro y sentir como lo recubría por dentro haciéndolo fuerte con cada succión que ejercía sobre ella. Bebió durante un tiempo considerable perdiendo la noción de los segundos, no sabia cuando debía parar pero si sabia que no quería dejar de hacerlo. Aquel sabor era simplemente adictivo, toda Amanda lo era en realidad, no se había equivocado noches anteriores al decir que era deliciosa, lo era, literalmente lo era.
Fue el mismo quien se separo de su fuente de vida, soltándose bruscamente de Amanda y echándose para atrás con un movimiento salvaje que lo hizo caer al piso, primero de rodillas y finalmente de espaldas contra el frío mosaico del recinto. Se había terminado esa sensación de bienestar que la sangre de Amanda le había proporcionado, lejos estaba de gozar pues era un dolor que se expandía por todo el cuerpo lo que lo poseía ahora. Se arrastro sobre el piso lanzado jadeos y fuertes gemidos que inundaron la habitación en la que se encontraban. De haber escuchado alguien aquellos ruidos que Nigel profería habría jurado que alguien estaba asesinándolo y tal cosa no estaba tan lejos de la realidad. Nigel estaba muriendo en ese instante, la sangre de Amanda hacia efecto en su organismo como una especie de veneno que acabaría con su parte humana para finalmente abrirle paso en esa nueva naturaleza de la que formaría parte. Continuo remolineándose en el piso, gritando como si un montón de brasas le quemaran por dentro, hasta que finalmente hubo paz. Ya no hubo más movimientos bruscos, ni gritos, ni jadeos. El cuerpo de Nigel cedió a la ponzoña dejándolo completamente inerte durante algunos instantes. Su cuerpo permaneció completamente quieto, su pecho ya no se inflaba y se hundía por que ya no había respiración, ya no había latidos. Su corazón estaba tan muerto como el resto de su ser, pero sus ojos permanecían abiertos.
Parpadeo un par de veces de manera dudosa y alzo ambas manos colocándolas frente a sus ojos aun recostado sobre el piso. Las observo, las movió y se dio cuenta de que no eran diferentes, tenían en mismo aspecto pero se sentían de otro modo, como si fueran nuevas, como si las estuviera conociendo por vez primera. Se incorporo hasta quedar sentado sobre el suelo y observo el resto de su cuerpo, sus piernas, sus pies y finalmente alzo la vista para encontrarse nuevamente con el rostro de Amanda parecía mirarlo de manera curiosa. Una sonrisa lenta se dibujo en los labios de Nigel, una que fue agrandándose al grado de dejar al descubierto la dentadura y entre ella los colmillos que salian a relucir a pesar de la poca luz que había en el sitio. Una vez de que estuvo seguro de que podía hacerlo se puso de pie de un brinco, uno bastante ágil que le habría sido imposible de realizar de seguir siendo humano y avanzo hasta colocarse frente a la que había hecho posible lo que de ahora en adelante gozaría. Camino con paso firme, y a pesar de ser algo común incluso caminar le resultaba algo extraordinario. Se sentía poderoso, podía sentir esa nueva vitalidad recorrerle el cuerpo, extasiándolo. Acorto la poca distancia que había entre ambos de una manera increíblemente rápida y en décimas de segundo estuvo junto a la mujer que de ahora en adelante seria su maestra en las artes vampiricas. Prefirió actos a palabras optando por agradecer de algún modo aquel regalo que acababa de hacerle besando de manera apasionada los labios de la vampira mientras sus manos se posaban alrededor de su cuerpo. Incluso besar le parecía una sensación distinta, mucho más placentera, mucho mas intensa. - ¿Así de diferente y jodidamente bien se siente todo siendo vampiro? – Pregunto sin despegarle la vista, desviándola tan solo un poco para bajarla un poco y observar como gran parte de los pechos de la vampira seguían expuestos a la intemperie para ser gozados por sus ojos y luego por sus manos que no dudaron en posarse sobre la delicada piel manchada por su propia sangre, masajeándolos suavemente para gozar de su textura sin igual. – No quiero imaginar como han de sentirse otras cosas… - Susurro al oído de Amanda de manera visiblemente provocadora para luego saborear también su oído al pasar su lengua. Seguía siendo el mismo…
Observo con cuidado a Amanda cuando esta regresaba de coger la daga y posteriormente alargaba su mano para ofrecérsela a modo de invitación a ponerse de pie. Se tomo apenas unos instantes para reflexionar rápidamente sobre lo que aquello significaba. Estaba consciente de que al ponerse de pie y tomar la mano de la vampira no significaría tan solo un acto de amabilidad u hospitalidad de su parte. Algo en su interior le decía que aquella era la invitación formal por la cual había hecho y deshecho para poder llegar a ese palacete, por la cual había pasado varios días y noches con el rostro hundido entre libros de la misma temática, indagando en aquel mundo al que muchos incrédulos denominaban fantasioso. También esa misma invitación era por la cual había hecho ese acto estupido de cortarse a si mismo con la daga que ahora Amanda sostenía en una de sus manos, balanceándola como si intentara hipnotizarlo, acto innecesario, pues su sola presencia ya lograba ponerlo en trance. No había más que pensar, la decisión estaba tomada desde hacia días. Tomando la gélida mano de Amanda se puso de pie y no la soltó, jamás se mostró dudoso, al contrario, su mano presionaba con firmeza la de ella haciéndole ver con ello que los remordimientos no tendrían razón de ser esa noche y menos en esas circunstancias. Tenia que demostrarle a su futura creadora que convertirlo seria sencillamente una de las mejores decisiones que habría de tomar en su vida y que con el tiempo no haría mas que desear encontrar en su camino a otros ejemplares como el y que en su búsqueda y deseo se llevaría la peor de las desilusiones al darse cuenta de que el era único en su especie.
No puso ningún tipo de resistencia cuando sintió el frío de los dedos de la inmortal recorrerle parte del rostro y posteriormente el cuello, mismo que ella misma se encargo de desnudar por completo, dejando al descubierto esa parte de su cuerpo que debía ser para ella como ver un manjar de las mas deliciosas y suculentas maravillas culinarias y se las ofrecía todas en charola de plata. Los ojos de Nigel se clavaron en los de ella desde ese instante y no aparto la vista ni un segundo. Mientras ella se tomaba su tiempo observando el sitio que elegiría para llevar a cabo la mordedura, el se dedicaba a estudiar aquella mirada en ella que era sencillamente intrigante, sensual, indescriptible. Los ojos de Amanda denotaban una excitación brutal, la pupila dilatada parecía agrandarse aun más con el paso de los segundos y la respiración parecía agitarse al grado de dar la impresión de que estaba a punto de disfrutar de un orgasmo sin necesidad de un acto con connotación sexual de por medio. Ver aquello lograba excitarlo también, cosa que seguramente le resultaría tremendamente grotesco a cualquier otro humano si se tenia en cuenta que estaba a punto de morir y que la mujer que tenia frente a el no era mas que su asesina.
Finalmente sintió el aliento de la pelirroja rozándole el cuello y supo que había llegado la hora. La frágil piel del humano cedió automáticamente ante los afilados colmillos de la vampira. La dermis pareció crujir en el momento en que fue penetrada y la sangre empezó a manar salvajemente inundando la boca de la mujer que para esos instantes parecía ya estar gozando de aquel orgasmo que el mismo Nigel había pronosticado. Sintió dolor, mucho dolor, pero la dejo gozar de aquello que debía ser mejor que el sexo ya que ella parecía estar gozándolo incluso mas que aquella noche en la que se habían conocido. Cerró los ojos al ya no tener contacto con los de ella y se mantuvo firme ante aquella decisión, sintiendo como a cada segundo se le escapaba la vida a través de la succión que ella ejercía y que parecía no querer abandonar. Poco a poco el cuerpo de Nigel fue debilitándose, su corazón perdía fuerza conforme ella seguía bebiendo y pronto las piernas parecían temblarle dificultándole el seguir permaneciendo erguido por mucho más tiempo. Le costaba respirar, el aire seguía entrándole por la nariz pero ya no alcanzaba a llegar a sus pulmones e interiormente se pregunto que pasaría a continuación, si simplemente se desmayaría y despertaría siendo ya un vampiro o si todo el proceso lo sufriría estando consciente. Amanda se separo del cuello y el volvió a clavar sus ojos en los de ella, esta vez con menos brillo que minutos antes, pues la vida se le escapaba y si ella en ese instante desistía de convertirlo seria el fin para el arrogante humano con aires de grandeza. Se sostuvo de ella y ella a su vez lo sostuvo, los brazos de la vampira eran lo único que le permitía seguir en pie, si ella se apartaba y lo soltaba caería al piso como un bulto. Siguió observándola y a pesar de estarse muriendo sus ojos no denotaron preocupación. Debía estarlo, puesto que de ella dependía pasar al siguiente paso, mismo que aun no daba. Pero Nigel confiaba en ella, extrañamente lo hacia aun sin conocerla por completo, sabia que no lo dejaría morir, que seria incapaz de engañarlo con algo como eso.
Amanda procedió entonces al paso final y definitivo. La mujer bajo su escote dejando al descubierto gran parte de sus atributos físicos y posteriormente los mutilo haciendo una cortada significativa que dio paso a un torrente de sangre que empezó a manchar el entallado vestido que lucia esa noche y a teñir de rojo aquella piel blanca como el marfil. La voz de la vampira apenas llegaba a los oídos de Nigel, la escuchaba lejos, dudosa, le costaba mucho entender lo que decía debido a lo aturdido que lo tenia el estar muriendo a cada segundo que transcurría. Pero en realidad no hacían falta las palabras, el sabia lo que debía hacer a continuación, lo había leído en los libros, lo había escuchado en las habladurías de la gente, en los cuentos que hasta hace pocos días creía solo un mito, una fantasía. No permitió que aquella sangre que debía ser sagrada se desperdiciara más y se precipito a la herida que había sido hecha especialmente para el. Era su regalo, su premio por esa terquedad casi admirable que lo había llevado a salirse con la suya, algo que pocos poseían. ¿Defecto o virtud?, eso era lo de menos. Coloco sus manos temblorosas alrededor del cuerpo de Amanda, sujetándola con la firmeza que le fue posible dadas sus condiciones de hombre moribundo y hundió su rostro en el pecho de la vampira, bebió de aquel liquido carmín que mancho su boca y cuello, mezclándose con su propia sangre que seguía brotando de la mordedura. Si se le veía de un modo metafórico tal escena significaba mucho: el vástago era amamantado por su ahora creadora. Ella lo nutria, ella haría posible su existencia.
La sangre de Amanda lejos de parecerle repulsiva le resultaba algo delicioso, era sencillamente indescriptible. La ola de sensaciones que le provocaba en el interior, no había manera de definir tal cosa, era como beber oro puro y sentir como lo recubría por dentro haciéndolo fuerte con cada succión que ejercía sobre ella. Bebió durante un tiempo considerable perdiendo la noción de los segundos, no sabia cuando debía parar pero si sabia que no quería dejar de hacerlo. Aquel sabor era simplemente adictivo, toda Amanda lo era en realidad, no se había equivocado noches anteriores al decir que era deliciosa, lo era, literalmente lo era.
Fue el mismo quien se separo de su fuente de vida, soltándose bruscamente de Amanda y echándose para atrás con un movimiento salvaje que lo hizo caer al piso, primero de rodillas y finalmente de espaldas contra el frío mosaico del recinto. Se había terminado esa sensación de bienestar que la sangre de Amanda le había proporcionado, lejos estaba de gozar pues era un dolor que se expandía por todo el cuerpo lo que lo poseía ahora. Se arrastro sobre el piso lanzado jadeos y fuertes gemidos que inundaron la habitación en la que se encontraban. De haber escuchado alguien aquellos ruidos que Nigel profería habría jurado que alguien estaba asesinándolo y tal cosa no estaba tan lejos de la realidad. Nigel estaba muriendo en ese instante, la sangre de Amanda hacia efecto en su organismo como una especie de veneno que acabaría con su parte humana para finalmente abrirle paso en esa nueva naturaleza de la que formaría parte. Continuo remolineándose en el piso, gritando como si un montón de brasas le quemaran por dentro, hasta que finalmente hubo paz. Ya no hubo más movimientos bruscos, ni gritos, ni jadeos. El cuerpo de Nigel cedió a la ponzoña dejándolo completamente inerte durante algunos instantes. Su cuerpo permaneció completamente quieto, su pecho ya no se inflaba y se hundía por que ya no había respiración, ya no había latidos. Su corazón estaba tan muerto como el resto de su ser, pero sus ojos permanecían abiertos.
Parpadeo un par de veces de manera dudosa y alzo ambas manos colocándolas frente a sus ojos aun recostado sobre el piso. Las observo, las movió y se dio cuenta de que no eran diferentes, tenían en mismo aspecto pero se sentían de otro modo, como si fueran nuevas, como si las estuviera conociendo por vez primera. Se incorporo hasta quedar sentado sobre el suelo y observo el resto de su cuerpo, sus piernas, sus pies y finalmente alzo la vista para encontrarse nuevamente con el rostro de Amanda parecía mirarlo de manera curiosa. Una sonrisa lenta se dibujo en los labios de Nigel, una que fue agrandándose al grado de dejar al descubierto la dentadura y entre ella los colmillos que salian a relucir a pesar de la poca luz que había en el sitio. Una vez de que estuvo seguro de que podía hacerlo se puso de pie de un brinco, uno bastante ágil que le habría sido imposible de realizar de seguir siendo humano y avanzo hasta colocarse frente a la que había hecho posible lo que de ahora en adelante gozaría. Camino con paso firme, y a pesar de ser algo común incluso caminar le resultaba algo extraordinario. Se sentía poderoso, podía sentir esa nueva vitalidad recorrerle el cuerpo, extasiándolo. Acorto la poca distancia que había entre ambos de una manera increíblemente rápida y en décimas de segundo estuvo junto a la mujer que de ahora en adelante seria su maestra en las artes vampiricas. Prefirió actos a palabras optando por agradecer de algún modo aquel regalo que acababa de hacerle besando de manera apasionada los labios de la vampira mientras sus manos se posaban alrededor de su cuerpo. Incluso besar le parecía una sensación distinta, mucho más placentera, mucho mas intensa. - ¿Así de diferente y jodidamente bien se siente todo siendo vampiro? – Pregunto sin despegarle la vista, desviándola tan solo un poco para bajarla un poco y observar como gran parte de los pechos de la vampira seguían expuestos a la intemperie para ser gozados por sus ojos y luego por sus manos que no dudaron en posarse sobre la delicada piel manchada por su propia sangre, masajeándolos suavemente para gozar de su textura sin igual. – No quiero imaginar como han de sentirse otras cosas… - Susurro al oído de Amanda de manera visiblemente provocadora para luego saborear también su oído al pasar su lengua. Seguía siendo el mismo…
Off: Lamento si hay errores o faltas de tildes, ando en un cyber y la pc no me deja hacer mucho, luego edito.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Era la primera vez que iba a transformar a alguien, y la sensación de haber elegido correctamente al ser Nigel, y no cualquier otro, mi futuro neófito, entraba en mí con cada vez mayor fuerza, semejante a la de un torrente salvaje en el corazón de la naturaleza, a la vez que la sangre mezclada con la de Nigel salía de mi cuerpo por mi herida abierta en dirección a los labios de quien había sido mi amante y sería mi hijo... mi creación, una extensión de mí, alguien tan cercano a mí como lo había sido mi sire para mí durante el tiempo que había pasado con él antes de que desapareciera. La sola posibilidad encerraba, en sí misma, miles de matices y de sentimientos que no conocía, frente a otros vampiros que lo hacían por haber creado a más de una nueva criatura como la que, delante de mí, abandonaba con cada gota de mi... de nuestra sangre, su naturaleza débil, frágil y humana para abrazar la fuerte, resistente y vampírica, esa que tanto anhelaba y que, en realidad, le pertenecía... Le pertenecía porque tenía el aire de un vampiro incluso aún cuando no lo había sido; le pertenecía porque era diferente al resto de humanos en todo, pese a que hubiera sido uno de ellos; le pertenecía porque algo en él, algo que no sabía exactamente qué era, gritaba a los cuatro vientos que la decisión de convertirlo era la correcta, la que durante tanto tiempo había faltado en mi vida para que ésta estuviera completa. Un neófito, quizá aquello había sido lo que me faltaba, quizá aquello serviría para hacerme evolucionar en la dirección adecuada a mi naturaleza, quizá aquello era el mejor paso a seguir, y lo había hecho, pese al amplio tiempo de reflexión, especialmente para el impaciente Nigel Quartermane, rápidamente, siguiendo un impulso que en el último minuto me había arrastrado, con la fuerza de una marea, en la dirección que estaba siguiendo... y no me arrepentía.
Ya desde el primer momento en el que había comenzado a succionar mi sangre supe que tenía talento, que mi intuición había sido, como tantas otras veces, acertada, y que como vampiro Nigel prometía mil y un talentos que lo harían único, incluso en aquella especie en la que todos nosotros poseíamos aquella especie de particularidad que nos hacía entes independientes, individuales e igualmente admirables... aquella especie a la que ambos perteneceríamos en cuanto aquel proceso, que sólo había podido escuchar y no poner en práctica hasta el momento, y que estaba siendo llevado a cabo en aquel momento con Nigel bebiendo como si se hubiera mantenido en un desierto durante años y estuviera deshidratado y necesitado de aquel elixir que era mi sangre mezclada con la suya, el mismo elixir que le daría la vida... a cambio de destruir la que ya poseía, pues no se puede avanzar sin destruir lo anterior, habiéndolo asimilado previamente no obstante. La debilidad que la sangre traía consigo para mí, que se traducía en fuerza para él, no era importante pese a avanzar por mi cuerpo de manera progresiva y lenta, como un ejército que, imponente, se alza contra las murallas de la ciudad enemiga que se tiene que dominar... Era el precio que había que pagar para llevar a cabo una transformación que sacudiría los cimientos de su mente para siempre, además de los de su vida... Todo Nigel cambiaría, todo él dejaría de ser el Nigel que ambos habíamos conocido para pasar a ser un Nigel diferente, uno que estaba destinado a ser desde el momento en el que había tomado mi decisión y uno que superaría con creces al anterior porque, al final, no sería sino una actualización de la mejor de sus potencialidades, como diría Aristóteles.
La debilidad, por tanto, no importaba. Tampoco lo hacía el mundo a mi alrededor, aquella cámara de mi palacete en la ciudad que era París, porque lo único interesante era lo que estaba teniendo lugar entre nosotros, aquel intercambio de muerte disfrazada de vida que era la transformación en uno de ellos y que por mi parte me resultaba una experiencia interesante, especialmente por ser la primera vez que la llevaba a cabo... Aunque siempre tiene que haber una primera vez para todo, ¿no es así? Aquella era la mía, y por eso mismo me guiaba más por instintos que por conocimiento de facto acerca del proceso que, al menos en un primer momento, terminó en cuanto Nigel se alejó del flujo de sangre que empezó a manar, con más debilidad y viscosidad, por mi pálida piel a la altura de mi pecho, al descubierto en gran parte por mi propio gesto. Mi atención, sin embargo, no estaba centrada ni en mi propio aspecto ni en el de Nigel, así como tampoco en la sangre que se escapaba de mi interior, desperdiciándose en cierto modo porque no había nadie que la aprovechara una vez él se había separado. Mi atención estaba puesta en Nigel, mi sujeto de estudio, mi objeto de experimento, mi creación... aquel que estaba a punto de abandonar su vida anterior para abrazar por fin la nueva vida que le había regalado tal y como, tanto tiempo atrás, me la habían regalado a mí por parte de él, de Abaddon.
Conocía lo que venía a continuación, mas no por ello aparté la mirada de él. Me obligué a mirar cómo moría; me forcé a contemplar la parte más delicada del proceso, aquella en la que la fortaleza de quien se convertiría, o quizá no, se ponía a prueba para ver si era capaz de aguantar el dolor que se sentía al principio, un dolor tan fuerte que creías colapsar... Un dolor que él, entre alaridos, sufrió en el suelo, desplazándose por él de manera frenética, casi demente, como si un ácido lo estuviera destruyendo por dentro y le quemara todo el cuerpo, desde cada extremidad hasta la última de sus terminaciones nerviosas sin obviar una sola parte, el peor tormento que había sufrido nunca y que dejaba salir a la luz la parte animal de cada uno, un sufrimiento que encontraba su perfecta oposición, su Némesis, en mi calma, la quietud que me poseía y que me hacía similar, más que nunca, a una perfecta estatua de mármol que no se movía, no se desplazaba ni un milímetro de su lugar, permanecía estática pero a la vez vigilante... Pues mi atención la tenía en su totalidad Nigel, su abandono de la vida mundana entre jadeos y gemidos de dolor y su abrazo a una nueva vida cuyo primer regalo para ambos fue la tranquilidad, la misma que lo dejó tranquilo en el suelo, estático, mudo. El silencio era total, tanto que incluso su corazón había detenido la marcha regular que, como un soldado de infantería, mantenía... Se había detenido por completo, y ya nunca más volvería a latir. Aquello, en lugar de introducir en mí la duda de si seguiría vivo o no, era más bien la confirmación que necesité, junto a que empezara a moverse, para saber que lo había logrado, que había triunfado... que, una vez más, había burlado a la juguetona muerte que ya no nos alcanzaría, o al menos de manera natural, a ninguno de los dos.
Nigel ya era un vampiro, uno novato que apenas era consciente, como sus movimientos iniciales revelaron, de aquellas características físicas tan nuevas que poseía pero a las que tendría que acostumbrarse porque eran nuevos rasgos que lo definían, que lo alejaban del Nigel de antes y que lo convertían, ¡aún más que su nueva naturaleza!, en el actual, en aquel que tras un breve estudio de sus sentidos desarrollados hizo acopio de la agilidad sobrehumana que le pertenecía por haber abandonado aquella vida en aquella noche tan especial para ambos y acercarse a mí, permitiéndome estudiarlo con atención. La chispa de vida humana había desaparecido de sus ojos, sólo para verse sustituida por las chispas habituales de los matices de su personalidad (picardía, lujuria, vanidad...) aumentadas, dotándole de una claridad mayor a la hora de expresar aquello que verdaderamente era y que yo tan bien conocía, pese al relativamente poco tiempo que hacía que nos habíamos encontrado por primera vez. Aquellas chispas, enmarcadas en un rostro cuya palidez y belleza espectral habían aumentado considerablemente, eran casi tan expresivas como sus actos en sí mismos, aquellos actos que no tardarían en llegar y que, efectivamente, lo hicieron porque Nigel nunca se había caracterizado por pensar antes de actuar, y mucho menos cuando estaba en pleno... subidón, por decirlo así, de sus propios atributos y de sus características recién adquiridas.
Aquel beso sabía diferente de cómo habían sabido sus labios cuando había sido humano. Incluso sus manos en mi cuerpo daban una sensación distinta, mucho más viva, más acuciante y más intensa... porque no había color de un vampiro a un humano, y eso yo lo tenía tremendamente claro pese a que Nigel acabara de renunciar a su anterior naturaleza para adquirir la nueva. Se estaba acostumbrando de una manera tremendamente rápida, lo suficiente para considerarlo un ejemplar único entre un millón porque normalmente habituarse al vampirismo cuesta tiempo, pero a él parecía que no era algo que fuera a resistírsele, simulando incluso que era aquella su verdadera naturaleza y no la humana por su velocidad, visible y reflejada a la perfección en sus movimientos que, acordes al Nigel que yo conocía, no tardaron en estar dirigidos hacia mí y destinados a mi total atención... Típico de él. Con una media sonrisa grabada a fuego en mis rasgos desde que la transformación se había completado correctamente correspondí a sus gestos, acariciando la piel gélida y pétrea de Nigel pero que, pese a todo, era aún algo humana, al menos más que la mía, exactamente por su juventud... Juventud que suponía falta de madurez y que traería consigo una necesidad enorme de educación para que siguiera el camino correcto, pero juventud que suponía, a la vez, frescura y originalidad, algo que nunca estaba de más.
- ¿Por qué imaginarlo cuando puedes probarlo, Nigel? Eres libre, más que nunca, y ahora dispones de las herramientas necesarias para no ocultar nunca más tu curiosidad, tus caprichos y tus deseos... Pruébalo, si es lo que quieres... Acostúmbrate a tus nuevas características para poder aprender a utilizarlas, y ante todo sé consciente de una cosa: este es el primer día, o más bien la primera noche, del resto de tu vida... Es ahora cuando realmente comienzas a vivir, y conociéndote como lo hago querrás que esa vida merezca la pena así que te lo preguntaré una vez: ¿estás dispuesto a probarlo por ti mismo o dejarás que alguien ajeno te lo cuente? Creo que ambos sabemos la respuesta a esa pregunta... – musité, mordiéndome el labio inferior y con la mirada clavada en sus ojos, tan llenos de diversión y de picardía como lo estaban los suyos, que era mucho... Porque era Nigel, y no otro de quien estábamos hablando.
El recorrido de su pecho por parte de mis manos concluyó con su ropa siendo apartada de su piel para facilitarme el camino a través de ella, a la vez guiado por el deseo y por la curiosidad del nuevo tacto, uno al que no estaba acostumbrada y que, para mí, se me antojaba casi aterciopelado pese a la frialdad gélida, la dureza y la rigidez de su piel que sabía que era más presente que antes. Un momento, y al siguiente que pasó mis labios estuvieron recorriéndola para impregnarse de sensaciones, de nuevos sabores y texturas que en su camino por aquella superficie marmórea que lo cubría a través de su pecho y su cuello incluso llegaron a morderla, lamiendo gotas de sangre en heridas que, por lo pequeñas, se cerraban en cuestión de momentos. Aquel olor suyo se veía intensificado por su naturaleza, que le otorgaba una esencia única, especial y a la vez igual a la que antes poseía, o al menos de una forma tremendamente similar que impedía la confusión con otro. Seguía siendo Nigel Quartermane, pero a la vez ya no lo era, o al menos ya no era el Nigel Quartermane que una vez había sido: era mejor, y mi tacto por su piel revelaba hasta qué punto aquel cambio a algo superior, nunca inferior, era perceptible en él, pues parecía gritar “vampiro” por todos los poros de su piel con una intensidad quizá fruto de su orgullo desmedido que, personalmente, conseguía convencerme y atraparme siempre en aquella espiral de carisma que Nigel provocaba siempre a su paso y que había sido la responsable de que hubiéramos acabado como habíamos terminado. Casi imitando un gesto que ya habíamos llevado antes a cabo, mis manos ejercieron presión en su pecho, ya sin cuidado porque sabía que lo resistiría con su nueva naturaleza, y lo hicieron retroceder hasta que volvió a caer en la misma silla de antes, silla sobre la que él se sentó y que le sirvió de sostenimiento para él y para mí, que volví a acomodarme a horcajadas encima de sus piernas a una distancia apenas existente de él, como ambos queríamos que estuviera porque nuestros gestos, más que nuestras palabras, hablaban con claridad diáfana semejante a la de un cristal bruñido a la hora de ejercer de pantalla que dejaba pasar la luz... Luz que, entre nosotros, se había hecho más intensa por el nuevo vínculo que nos unía, mucho más cercano que el de la maternidad pero, a la vez, semejante... Porque en cierto modo él era mi hijo, mi creación, parte de mí misma personificada (o entificada, más bien) en otro.
”Tengo curiosidad por saberlo, Nigel... ¿Puedes escucharme?”
Aquellos fueron mis pensamientos, proyectados hacia él, hacia su mente, en un intento de evaluar sus nuevas habilidades de una manera mucho más cercana y veraz que si él me lo contaba y, a la vez, siendo razonable ya que, como su creadora, era mi deber saberlo, por el bien de los dos.
Ya desde el primer momento en el que había comenzado a succionar mi sangre supe que tenía talento, que mi intuición había sido, como tantas otras veces, acertada, y que como vampiro Nigel prometía mil y un talentos que lo harían único, incluso en aquella especie en la que todos nosotros poseíamos aquella especie de particularidad que nos hacía entes independientes, individuales e igualmente admirables... aquella especie a la que ambos perteneceríamos en cuanto aquel proceso, que sólo había podido escuchar y no poner en práctica hasta el momento, y que estaba siendo llevado a cabo en aquel momento con Nigel bebiendo como si se hubiera mantenido en un desierto durante años y estuviera deshidratado y necesitado de aquel elixir que era mi sangre mezclada con la suya, el mismo elixir que le daría la vida... a cambio de destruir la que ya poseía, pues no se puede avanzar sin destruir lo anterior, habiéndolo asimilado previamente no obstante. La debilidad que la sangre traía consigo para mí, que se traducía en fuerza para él, no era importante pese a avanzar por mi cuerpo de manera progresiva y lenta, como un ejército que, imponente, se alza contra las murallas de la ciudad enemiga que se tiene que dominar... Era el precio que había que pagar para llevar a cabo una transformación que sacudiría los cimientos de su mente para siempre, además de los de su vida... Todo Nigel cambiaría, todo él dejaría de ser el Nigel que ambos habíamos conocido para pasar a ser un Nigel diferente, uno que estaba destinado a ser desde el momento en el que había tomado mi decisión y uno que superaría con creces al anterior porque, al final, no sería sino una actualización de la mejor de sus potencialidades, como diría Aristóteles.
La debilidad, por tanto, no importaba. Tampoco lo hacía el mundo a mi alrededor, aquella cámara de mi palacete en la ciudad que era París, porque lo único interesante era lo que estaba teniendo lugar entre nosotros, aquel intercambio de muerte disfrazada de vida que era la transformación en uno de ellos y que por mi parte me resultaba una experiencia interesante, especialmente por ser la primera vez que la llevaba a cabo... Aunque siempre tiene que haber una primera vez para todo, ¿no es así? Aquella era la mía, y por eso mismo me guiaba más por instintos que por conocimiento de facto acerca del proceso que, al menos en un primer momento, terminó en cuanto Nigel se alejó del flujo de sangre que empezó a manar, con más debilidad y viscosidad, por mi pálida piel a la altura de mi pecho, al descubierto en gran parte por mi propio gesto. Mi atención, sin embargo, no estaba centrada ni en mi propio aspecto ni en el de Nigel, así como tampoco en la sangre que se escapaba de mi interior, desperdiciándose en cierto modo porque no había nadie que la aprovechara una vez él se había separado. Mi atención estaba puesta en Nigel, mi sujeto de estudio, mi objeto de experimento, mi creación... aquel que estaba a punto de abandonar su vida anterior para abrazar por fin la nueva vida que le había regalado tal y como, tanto tiempo atrás, me la habían regalado a mí por parte de él, de Abaddon.
Conocía lo que venía a continuación, mas no por ello aparté la mirada de él. Me obligué a mirar cómo moría; me forcé a contemplar la parte más delicada del proceso, aquella en la que la fortaleza de quien se convertiría, o quizá no, se ponía a prueba para ver si era capaz de aguantar el dolor que se sentía al principio, un dolor tan fuerte que creías colapsar... Un dolor que él, entre alaridos, sufrió en el suelo, desplazándose por él de manera frenética, casi demente, como si un ácido lo estuviera destruyendo por dentro y le quemara todo el cuerpo, desde cada extremidad hasta la última de sus terminaciones nerviosas sin obviar una sola parte, el peor tormento que había sufrido nunca y que dejaba salir a la luz la parte animal de cada uno, un sufrimiento que encontraba su perfecta oposición, su Némesis, en mi calma, la quietud que me poseía y que me hacía similar, más que nunca, a una perfecta estatua de mármol que no se movía, no se desplazaba ni un milímetro de su lugar, permanecía estática pero a la vez vigilante... Pues mi atención la tenía en su totalidad Nigel, su abandono de la vida mundana entre jadeos y gemidos de dolor y su abrazo a una nueva vida cuyo primer regalo para ambos fue la tranquilidad, la misma que lo dejó tranquilo en el suelo, estático, mudo. El silencio era total, tanto que incluso su corazón había detenido la marcha regular que, como un soldado de infantería, mantenía... Se había detenido por completo, y ya nunca más volvería a latir. Aquello, en lugar de introducir en mí la duda de si seguiría vivo o no, era más bien la confirmación que necesité, junto a que empezara a moverse, para saber que lo había logrado, que había triunfado... que, una vez más, había burlado a la juguetona muerte que ya no nos alcanzaría, o al menos de manera natural, a ninguno de los dos.
Nigel ya era un vampiro, uno novato que apenas era consciente, como sus movimientos iniciales revelaron, de aquellas características físicas tan nuevas que poseía pero a las que tendría que acostumbrarse porque eran nuevos rasgos que lo definían, que lo alejaban del Nigel de antes y que lo convertían, ¡aún más que su nueva naturaleza!, en el actual, en aquel que tras un breve estudio de sus sentidos desarrollados hizo acopio de la agilidad sobrehumana que le pertenecía por haber abandonado aquella vida en aquella noche tan especial para ambos y acercarse a mí, permitiéndome estudiarlo con atención. La chispa de vida humana había desaparecido de sus ojos, sólo para verse sustituida por las chispas habituales de los matices de su personalidad (picardía, lujuria, vanidad...) aumentadas, dotándole de una claridad mayor a la hora de expresar aquello que verdaderamente era y que yo tan bien conocía, pese al relativamente poco tiempo que hacía que nos habíamos encontrado por primera vez. Aquellas chispas, enmarcadas en un rostro cuya palidez y belleza espectral habían aumentado considerablemente, eran casi tan expresivas como sus actos en sí mismos, aquellos actos que no tardarían en llegar y que, efectivamente, lo hicieron porque Nigel nunca se había caracterizado por pensar antes de actuar, y mucho menos cuando estaba en pleno... subidón, por decirlo así, de sus propios atributos y de sus características recién adquiridas.
Aquel beso sabía diferente de cómo habían sabido sus labios cuando había sido humano. Incluso sus manos en mi cuerpo daban una sensación distinta, mucho más viva, más acuciante y más intensa... porque no había color de un vampiro a un humano, y eso yo lo tenía tremendamente claro pese a que Nigel acabara de renunciar a su anterior naturaleza para adquirir la nueva. Se estaba acostumbrando de una manera tremendamente rápida, lo suficiente para considerarlo un ejemplar único entre un millón porque normalmente habituarse al vampirismo cuesta tiempo, pero a él parecía que no era algo que fuera a resistírsele, simulando incluso que era aquella su verdadera naturaleza y no la humana por su velocidad, visible y reflejada a la perfección en sus movimientos que, acordes al Nigel que yo conocía, no tardaron en estar dirigidos hacia mí y destinados a mi total atención... Típico de él. Con una media sonrisa grabada a fuego en mis rasgos desde que la transformación se había completado correctamente correspondí a sus gestos, acariciando la piel gélida y pétrea de Nigel pero que, pese a todo, era aún algo humana, al menos más que la mía, exactamente por su juventud... Juventud que suponía falta de madurez y que traería consigo una necesidad enorme de educación para que siguiera el camino correcto, pero juventud que suponía, a la vez, frescura y originalidad, algo que nunca estaba de más.
- ¿Por qué imaginarlo cuando puedes probarlo, Nigel? Eres libre, más que nunca, y ahora dispones de las herramientas necesarias para no ocultar nunca más tu curiosidad, tus caprichos y tus deseos... Pruébalo, si es lo que quieres... Acostúmbrate a tus nuevas características para poder aprender a utilizarlas, y ante todo sé consciente de una cosa: este es el primer día, o más bien la primera noche, del resto de tu vida... Es ahora cuando realmente comienzas a vivir, y conociéndote como lo hago querrás que esa vida merezca la pena así que te lo preguntaré una vez: ¿estás dispuesto a probarlo por ti mismo o dejarás que alguien ajeno te lo cuente? Creo que ambos sabemos la respuesta a esa pregunta... – musité, mordiéndome el labio inferior y con la mirada clavada en sus ojos, tan llenos de diversión y de picardía como lo estaban los suyos, que era mucho... Porque era Nigel, y no otro de quien estábamos hablando.
El recorrido de su pecho por parte de mis manos concluyó con su ropa siendo apartada de su piel para facilitarme el camino a través de ella, a la vez guiado por el deseo y por la curiosidad del nuevo tacto, uno al que no estaba acostumbrada y que, para mí, se me antojaba casi aterciopelado pese a la frialdad gélida, la dureza y la rigidez de su piel que sabía que era más presente que antes. Un momento, y al siguiente que pasó mis labios estuvieron recorriéndola para impregnarse de sensaciones, de nuevos sabores y texturas que en su camino por aquella superficie marmórea que lo cubría a través de su pecho y su cuello incluso llegaron a morderla, lamiendo gotas de sangre en heridas que, por lo pequeñas, se cerraban en cuestión de momentos. Aquel olor suyo se veía intensificado por su naturaleza, que le otorgaba una esencia única, especial y a la vez igual a la que antes poseía, o al menos de una forma tremendamente similar que impedía la confusión con otro. Seguía siendo Nigel Quartermane, pero a la vez ya no lo era, o al menos ya no era el Nigel Quartermane que una vez había sido: era mejor, y mi tacto por su piel revelaba hasta qué punto aquel cambio a algo superior, nunca inferior, era perceptible en él, pues parecía gritar “vampiro” por todos los poros de su piel con una intensidad quizá fruto de su orgullo desmedido que, personalmente, conseguía convencerme y atraparme siempre en aquella espiral de carisma que Nigel provocaba siempre a su paso y que había sido la responsable de que hubiéramos acabado como habíamos terminado. Casi imitando un gesto que ya habíamos llevado antes a cabo, mis manos ejercieron presión en su pecho, ya sin cuidado porque sabía que lo resistiría con su nueva naturaleza, y lo hicieron retroceder hasta que volvió a caer en la misma silla de antes, silla sobre la que él se sentó y que le sirvió de sostenimiento para él y para mí, que volví a acomodarme a horcajadas encima de sus piernas a una distancia apenas existente de él, como ambos queríamos que estuviera porque nuestros gestos, más que nuestras palabras, hablaban con claridad diáfana semejante a la de un cristal bruñido a la hora de ejercer de pantalla que dejaba pasar la luz... Luz que, entre nosotros, se había hecho más intensa por el nuevo vínculo que nos unía, mucho más cercano que el de la maternidad pero, a la vez, semejante... Porque en cierto modo él era mi hijo, mi creación, parte de mí misma personificada (o entificada, más bien) en otro.
”Tengo curiosidad por saberlo, Nigel... ¿Puedes escucharme?”
Aquellos fueron mis pensamientos, proyectados hacia él, hacia su mente, en un intento de evaluar sus nuevas habilidades de una manera mucho más cercana y veraz que si él me lo contaba y, a la vez, siendo razonable ya que, como su creadora, era mi deber saberlo, por el bien de los dos.
Invitado- Invitado
Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
Era demasiado para una sola noche. Demasiadas emociones, demasiados pensamientos, pero muy por encima de todo, demasiadas sensaciones nuevas. Y habían llegado todas de golpe junto con la transformación, junto a esa nueva vida, por que así era como él lo veía, aquello no era una muerte, no era un fracaso o una mala decisión, era más bien todo lo contrario, era lo que siempre había estado esperando. Tal vez esa era la razón por la cual Nigel estaba extasiado, ni siquiera tenía que expresarlo con palabras, bastaba ver su mirada, llena de júbilo, de éxtasis; una mirada parecida pero a la vez distinta a la que había tenido minutos antes, a la que siempre había poseído. Sin embargo, como por arte de magia sus ojos habían adquirido un brillo distinto, incluso su color difería levemente del que siempre había poseído, se les notaba más claros, todavía más enigmáticos; su mirada, ahora digna de un ser inmortal como ya lo era, sin duda lograría cautivar hasta el más reacio de los humanos, no importaba cuanto pudiera resistirse, caería igualmente. Las ganas de salir al mundo y hacer uso de todos sus poderes lo carcomían, si no hubiese sido por Amanda habría salido corriendo en ese instante, pero la ocasión ameritaba el esperar y gozar de aquella compañía. Se dejo caer sobre la silla una vez más, nuevamente guiado por su ahora creadora, ¿debía hablarle con respeto por haber sido la causante de su nueva etapa?, esperaba que no, no por que no la respetara, lo hacía de hecho, pero no era su estilo y mucho menos luego de haberla convertido en una más de sus amantes, aunque ella sí que se destacaba por encima de todas esas otras que ahora le parecían insulsas.
No dejó de sonreír en ningún momento, hecho que dejaba a la vista un par de colmillos que sobresalían por entre sus labios, mismos que sentía extraños pero que sin duda no demoraría en acostumbrarse a la sensación en cuestión de días. Alzó sus manos y los tocó, sintió el poder que emanaba de ambas piezas afiladas, frías y terriblemente deseosas por ser introducidas en algún cuello mundano. Sonrío una vez más, pero esta vez la sonrisa era una contestación a las palabras que Amanda le dedicaba, mismas con las que no hubiese podido estar más de acuerdo. – Eres buena analizando a las personas Amanda, no cabe duda, aunque no podría ser de otra manera, has aprendido mucho sobre mí, sobre mi ideología y mi forma de moverme por el mundo…casi podría garantizar que sabes lo que estoy pensando en estos momentos. – Culminó la última frase besando nuevamente sus labios, dándole una señal de lo que pasaba por su mente. Sus manos se movieron por encima de la entallada y sin duda estorbosa ropa que la vampira portaba esa noche, aferrándose a su cuerpo, a su cintura, atrayéndola hacia él de una manera casi obscena y altamente provocadora. Se separó solamente para observarla por algunos instantes, mantuvo la distancia y le estudió el rostro de una manera tan consternada que cualquiera podría jurar que era la primera vez que le veía; pero quizás se debía a que nunca le había visto realmente como era debido, no como lo hacía en ese momento. Por su mente pasaron un sin fin de cosas, pero la que más salía a relucir era esa sensación de unión que le recorría el cuerpo, por que así era, se sentía unido a ella de una manera indescriptible, podía sentir parte de ella recorriéndole el cuerpo y estaba seguro de que ella estaría sintiendo lo mismo. Tal conexión le provocaba todavía más el deseo de acercarse, de estudiarla, de descubrir todo eso que aún no había descubierto y que sin duda dedicaría los siguientes días a hacerlo. La voz de Amanda resonó en su cabeza y Nigel no dio crédito a lo que presenciaba, ¿era posible?, ¿una unión con tal magnitud, al grado de poder comunicarse de manera telepática? Su sonrisa se ensanchó aún más hasta tornarse en una retorcida. – Por supuesto que te escucho. Y te siento… - Unió sus labios a los de la vampira por tercera ocasión, esta vez con la plena convicción de llevar a cabo una celebración digna de los últimos acontecimientos. – ¿Qué tal si me muestras el resto de tu majestuosa casa?, ¿qué tal si…empezamos por tu recámara? – Le propuso con voz seductora, mismo tipo de proposición que iba regularmente acompañado por un gesto atrevido y una mirada llena del mas puro libido jamás concebido. Y como era costumbre en él, no esperó a una respuesta, con un movimiento sumamente ágil se puso de pie y sostuvo alzada a Amanda en la misma posición en la que se había encontrado sentada sobre sus piernas, con una facilidad que jamás hubiese tenido siendo aún un mortal. Y así, sosteniendo a Amanda como si se tratara de una pluma, con ambas piernas abrazándole la cintura, cruzó aquel sitio hundido en penumbras y moviéndose como una sombra con una agilidad sorprendente llego hasta las escaleras donde Amanda lo había encontrado al inicio de aquella velada. Subió cada escalón sin dejar de mirarla, sin siquiera mirar el camino fue capaz de recorrerlo de manera impecable, sin tambalearse o trastabillar en algún momento, su recorrido fue tan natural como si aquella majestuosa residencia le perteneciera y no conforme con ello, también fue capaz de encontrar la habitación que pertenecía a la inmortal sin que ella se lo indicara; no había duda de que su sentido del olfato se había transformado en una maravilla, es una herramienta que le sería muy útil en la cacería de sus víctimas cada que debiera alimentarse.
Se detuvo frente a la puerta de roble de la habitación y giró el pomo para luego cerrarla con su propio cuerpo al entrar, recargó su cuerpo sobre la madera perfectamente pulida y luego llevó a Amanda hasta el tocador donde la sentó sin preocuparse por que los objetos ahí acomodados empezaran a caer al piso. La besó de una manera tan pasional, presionando su rostro contra el suyo de una manera tan brusca que dolía. Preso de la pasión del momento la sujetó de los brazos con tanta fuerza que de haberse tratado de una humana se los habría roto, estaba más que claro que tendría que acostumbrarse a que ya no era el mismo frágil humano que había sido. Siguió besándola de igual manera, esta vez podía hacerlo sin preocuparse en separarse para tener que tomar aire; restregó su cuerpo contra el de ella, se quito la chaqueta y cuando esta estuvo en el suelo empezó a desabotonar la camisa; estaba por terminar de hacerlo cuando un sonido interrumpió el momento. Era la puerta, alguien tocaba, hubo una pausa y al notar que no había respuesta volvió a sonar, una voz femenina se hizo escuchar. – ¿Señorita?, señorita Smith, ¿se encuentra bien? – Llamó pero no hubo respuesta. – Nigel se volvió para mirar a Amanda, incrédulo pero no por eso totalmente sorprendido o molesto. – Creí que habías dicho que todos tus criados se habían esfumado. – Alzó una de sus cejas, luego su rostro fue dibujando una sonrisa media traviesa, media macabra. Se separó de ella y fue hasta la puerta a paso lento y altivo, giró del pomo y se encontró cara a cara con la mujer que yacía de pie tras de ella. Se trataba de una de las sirvientas más jóvenes, alzó la vista para mirar a Nigel y sus mejillas se encendieron salvajemente al darse cuenta de la situación y de lo impertinente que había sido. – Yo…disculpe señor, yo…yo creí que…. – Tartamudeo nerviosa, dirigió una mirada hacia el interior de la habitación donde Amanda aún permanecía sobre el tocador, con la ropa arrugada, los cabellos alborotados y las piernas abiertas en una posición bastante comprometedora. – Discúlpeme por favor, he oído ruidos y pensé que algo ocurría… - El rostro de la muchacha adoptó un color todavía mas rojizo y Nigel estaba seguro de lo tibio que se sentiría si lo tocara. No se quedó con las ganas, alzó una de sus manos y la posó sobre el rostro de la inocente jovencita. - Shhhhh…. – La acalló acariciando una de sus mejillas. – Qué suave… - La muchacha dio un paso atrás avergonzada, volvió a dirigirle una mirada a su patrona como si temiera que esta se encolerizara al ver como su amante la tocaba y le hablaba de aquel modo. Nigel se percató de ello. – No te preocupes, ella no va a molestarse, ¿no es así Amanda? Ella, está de demasiado buen humor como para enojarse contigo por algo… - Su mano siguió moviéndose sobra la tersura de la piel de la joven, su voz era aterciopelada, seductora y le miraba de una manera tan cautivadora que la muchacha sentía que las piernas empezaban a temblarle. Nigel sonrío al percatarse de ello. – ¿Cuál es tu nombre? – La muchacha dudó ante esa pregunta, pero bastó ver esa sonrisa perturbadoramente sensual en los labios de Nigel para sentir que entraba en un sopor indescriptible y acceder a todo lo que él decía como si de su títere se tratara. – Olivia… - Su voz fue un susurro pero Nigel la escuchó con tanta claridad como si lo hubiese gritado. – Olivia… ¿quieres pasar?, ven, entra… - Alargó su mano y ella no dudo en aceptarla, cuanto estuvo dentro de la habitación ya no se tomó la molestia de volver a dirigirle una mirada temerosa a Amanda que presenciaba toda aquella escena, estaba demasiado concentrada, demasiado, totalmente endiosada con ese apuesto hombre que la seducía con sólo mirarla y hablarle de aquel modo. Nigel la tomó del brazo con delicadeza, la muchacha no pareció inmutarse ante lo frío del tacto de su mano, siguió observando sus ojos, totalmente perdida en ellos y en lo encantador que resultaba su rostro al sonreírle de aquella manera.
– ¿Te gusto, Olivia?, ¿crees que soy atractivo? Apuesto a que lo piensas… Sí, por supuesto que sí… - Se acercó a ella y olfateó su cabello castaño, hasta llegar a su cuello donde una vena palpitaba, rogando por no pasar desapercibida. Nigel clavó sus ojos en ella, bastó concentrarse apenas unos instantes para que a sus oídos llegara con claridad el sonido de los latidos del corazón de la jovencita, sintió que la garganta le ardía de una manera incontrolable y que los constantes y cada vez más acelerados latidos del corazón de la muchacha lo dejaban sordo. Se acercó a ella más, acortando la distancia que los separaba y la abrazó, la muchacha no se movió, la lengua de Nigel recorrió la piel del cuello, saboreándola, paladeando el sabor exquisito de la victoria, de aquella, su primera víctima. Hundió entonces los colmillos en su cuello, la piel cedió al instante y pudo escuchar como crujía al ser penetrada, la sangre empezó a manar, inundando su boca al instante. Nigel se deleitó con su sabor, realmente era imposible de describir aquella delicia, aquella sensación de éxtasis, similar a la de veinte orgasmos al mismo tiempo. Olivia pareció despertar entonces y emitiendo un quejido de dolor se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, quiso apartar al vampiro de manera brusca, golpeándolo en el pecho con todas las fuerzas que su cuerpo le permitía, pero fue inútil, Nigel era demasiado fuerte como para permitírselo y su sangre era demasiado deliciosa como para dejar de beberla. La muchacha gritó con todas sus fuerzas, dirigió sus débiles ojos hacia Amanda, como suplicando que le ayudase, hasta que ya no pudo mantenerlos mas abiertos a causa de la debilidad, sus latidos se extinguieron y Nigel la dejó caer al piso como si de una piltrafa humana se tratara. Saboreó los restos de la sangre que quedaban en su boca y con el dorso de su mano retiró los restos del líquido carmín que manchaban sus labios, volvió a dirigirle una mirada a su creadora. – Creo que tendrás que buscar a una nueva criada, esta no era tan eficiente como parecía… - Se río de sus propias palabras, realmente le parecía sumamente divertido lo vulnerables que eran los humanos. Y pensar que hasta hace poco había sido uno de ellos…
No dejó de sonreír en ningún momento, hecho que dejaba a la vista un par de colmillos que sobresalían por entre sus labios, mismos que sentía extraños pero que sin duda no demoraría en acostumbrarse a la sensación en cuestión de días. Alzó sus manos y los tocó, sintió el poder que emanaba de ambas piezas afiladas, frías y terriblemente deseosas por ser introducidas en algún cuello mundano. Sonrío una vez más, pero esta vez la sonrisa era una contestación a las palabras que Amanda le dedicaba, mismas con las que no hubiese podido estar más de acuerdo. – Eres buena analizando a las personas Amanda, no cabe duda, aunque no podría ser de otra manera, has aprendido mucho sobre mí, sobre mi ideología y mi forma de moverme por el mundo…casi podría garantizar que sabes lo que estoy pensando en estos momentos. – Culminó la última frase besando nuevamente sus labios, dándole una señal de lo que pasaba por su mente. Sus manos se movieron por encima de la entallada y sin duda estorbosa ropa que la vampira portaba esa noche, aferrándose a su cuerpo, a su cintura, atrayéndola hacia él de una manera casi obscena y altamente provocadora. Se separó solamente para observarla por algunos instantes, mantuvo la distancia y le estudió el rostro de una manera tan consternada que cualquiera podría jurar que era la primera vez que le veía; pero quizás se debía a que nunca le había visto realmente como era debido, no como lo hacía en ese momento. Por su mente pasaron un sin fin de cosas, pero la que más salía a relucir era esa sensación de unión que le recorría el cuerpo, por que así era, se sentía unido a ella de una manera indescriptible, podía sentir parte de ella recorriéndole el cuerpo y estaba seguro de que ella estaría sintiendo lo mismo. Tal conexión le provocaba todavía más el deseo de acercarse, de estudiarla, de descubrir todo eso que aún no había descubierto y que sin duda dedicaría los siguientes días a hacerlo. La voz de Amanda resonó en su cabeza y Nigel no dio crédito a lo que presenciaba, ¿era posible?, ¿una unión con tal magnitud, al grado de poder comunicarse de manera telepática? Su sonrisa se ensanchó aún más hasta tornarse en una retorcida. – Por supuesto que te escucho. Y te siento… - Unió sus labios a los de la vampira por tercera ocasión, esta vez con la plena convicción de llevar a cabo una celebración digna de los últimos acontecimientos. – ¿Qué tal si me muestras el resto de tu majestuosa casa?, ¿qué tal si…empezamos por tu recámara? – Le propuso con voz seductora, mismo tipo de proposición que iba regularmente acompañado por un gesto atrevido y una mirada llena del mas puro libido jamás concebido. Y como era costumbre en él, no esperó a una respuesta, con un movimiento sumamente ágil se puso de pie y sostuvo alzada a Amanda en la misma posición en la que se había encontrado sentada sobre sus piernas, con una facilidad que jamás hubiese tenido siendo aún un mortal. Y así, sosteniendo a Amanda como si se tratara de una pluma, con ambas piernas abrazándole la cintura, cruzó aquel sitio hundido en penumbras y moviéndose como una sombra con una agilidad sorprendente llego hasta las escaleras donde Amanda lo había encontrado al inicio de aquella velada. Subió cada escalón sin dejar de mirarla, sin siquiera mirar el camino fue capaz de recorrerlo de manera impecable, sin tambalearse o trastabillar en algún momento, su recorrido fue tan natural como si aquella majestuosa residencia le perteneciera y no conforme con ello, también fue capaz de encontrar la habitación que pertenecía a la inmortal sin que ella se lo indicara; no había duda de que su sentido del olfato se había transformado en una maravilla, es una herramienta que le sería muy útil en la cacería de sus víctimas cada que debiera alimentarse.
Se detuvo frente a la puerta de roble de la habitación y giró el pomo para luego cerrarla con su propio cuerpo al entrar, recargó su cuerpo sobre la madera perfectamente pulida y luego llevó a Amanda hasta el tocador donde la sentó sin preocuparse por que los objetos ahí acomodados empezaran a caer al piso. La besó de una manera tan pasional, presionando su rostro contra el suyo de una manera tan brusca que dolía. Preso de la pasión del momento la sujetó de los brazos con tanta fuerza que de haberse tratado de una humana se los habría roto, estaba más que claro que tendría que acostumbrarse a que ya no era el mismo frágil humano que había sido. Siguió besándola de igual manera, esta vez podía hacerlo sin preocuparse en separarse para tener que tomar aire; restregó su cuerpo contra el de ella, se quito la chaqueta y cuando esta estuvo en el suelo empezó a desabotonar la camisa; estaba por terminar de hacerlo cuando un sonido interrumpió el momento. Era la puerta, alguien tocaba, hubo una pausa y al notar que no había respuesta volvió a sonar, una voz femenina se hizo escuchar. – ¿Señorita?, señorita Smith, ¿se encuentra bien? – Llamó pero no hubo respuesta. – Nigel se volvió para mirar a Amanda, incrédulo pero no por eso totalmente sorprendido o molesto. – Creí que habías dicho que todos tus criados se habían esfumado. – Alzó una de sus cejas, luego su rostro fue dibujando una sonrisa media traviesa, media macabra. Se separó de ella y fue hasta la puerta a paso lento y altivo, giró del pomo y se encontró cara a cara con la mujer que yacía de pie tras de ella. Se trataba de una de las sirvientas más jóvenes, alzó la vista para mirar a Nigel y sus mejillas se encendieron salvajemente al darse cuenta de la situación y de lo impertinente que había sido. – Yo…disculpe señor, yo…yo creí que…. – Tartamudeo nerviosa, dirigió una mirada hacia el interior de la habitación donde Amanda aún permanecía sobre el tocador, con la ropa arrugada, los cabellos alborotados y las piernas abiertas en una posición bastante comprometedora. – Discúlpeme por favor, he oído ruidos y pensé que algo ocurría… - El rostro de la muchacha adoptó un color todavía mas rojizo y Nigel estaba seguro de lo tibio que se sentiría si lo tocara. No se quedó con las ganas, alzó una de sus manos y la posó sobre el rostro de la inocente jovencita. - Shhhhh…. – La acalló acariciando una de sus mejillas. – Qué suave… - La muchacha dio un paso atrás avergonzada, volvió a dirigirle una mirada a su patrona como si temiera que esta se encolerizara al ver como su amante la tocaba y le hablaba de aquel modo. Nigel se percató de ello. – No te preocupes, ella no va a molestarse, ¿no es así Amanda? Ella, está de demasiado buen humor como para enojarse contigo por algo… - Su mano siguió moviéndose sobra la tersura de la piel de la joven, su voz era aterciopelada, seductora y le miraba de una manera tan cautivadora que la muchacha sentía que las piernas empezaban a temblarle. Nigel sonrío al percatarse de ello. – ¿Cuál es tu nombre? – La muchacha dudó ante esa pregunta, pero bastó ver esa sonrisa perturbadoramente sensual en los labios de Nigel para sentir que entraba en un sopor indescriptible y acceder a todo lo que él decía como si de su títere se tratara. – Olivia… - Su voz fue un susurro pero Nigel la escuchó con tanta claridad como si lo hubiese gritado. – Olivia… ¿quieres pasar?, ven, entra… - Alargó su mano y ella no dudo en aceptarla, cuanto estuvo dentro de la habitación ya no se tomó la molestia de volver a dirigirle una mirada temerosa a Amanda que presenciaba toda aquella escena, estaba demasiado concentrada, demasiado, totalmente endiosada con ese apuesto hombre que la seducía con sólo mirarla y hablarle de aquel modo. Nigel la tomó del brazo con delicadeza, la muchacha no pareció inmutarse ante lo frío del tacto de su mano, siguió observando sus ojos, totalmente perdida en ellos y en lo encantador que resultaba su rostro al sonreírle de aquella manera.
– ¿Te gusto, Olivia?, ¿crees que soy atractivo? Apuesto a que lo piensas… Sí, por supuesto que sí… - Se acercó a ella y olfateó su cabello castaño, hasta llegar a su cuello donde una vena palpitaba, rogando por no pasar desapercibida. Nigel clavó sus ojos en ella, bastó concentrarse apenas unos instantes para que a sus oídos llegara con claridad el sonido de los latidos del corazón de la jovencita, sintió que la garganta le ardía de una manera incontrolable y que los constantes y cada vez más acelerados latidos del corazón de la muchacha lo dejaban sordo. Se acercó a ella más, acortando la distancia que los separaba y la abrazó, la muchacha no se movió, la lengua de Nigel recorrió la piel del cuello, saboreándola, paladeando el sabor exquisito de la victoria, de aquella, su primera víctima. Hundió entonces los colmillos en su cuello, la piel cedió al instante y pudo escuchar como crujía al ser penetrada, la sangre empezó a manar, inundando su boca al instante. Nigel se deleitó con su sabor, realmente era imposible de describir aquella delicia, aquella sensación de éxtasis, similar a la de veinte orgasmos al mismo tiempo. Olivia pareció despertar entonces y emitiendo un quejido de dolor se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, quiso apartar al vampiro de manera brusca, golpeándolo en el pecho con todas las fuerzas que su cuerpo le permitía, pero fue inútil, Nigel era demasiado fuerte como para permitírselo y su sangre era demasiado deliciosa como para dejar de beberla. La muchacha gritó con todas sus fuerzas, dirigió sus débiles ojos hacia Amanda, como suplicando que le ayudase, hasta que ya no pudo mantenerlos mas abiertos a causa de la debilidad, sus latidos se extinguieron y Nigel la dejó caer al piso como si de una piltrafa humana se tratara. Saboreó los restos de la sangre que quedaban en su boca y con el dorso de su mano retiró los restos del líquido carmín que manchaban sus labios, volvió a dirigirle una mirada a su creadora. – Creo que tendrás que buscar a una nueva criada, esta no era tan eficiente como parecía… - Se río de sus propias palabras, realmente le parecía sumamente divertido lo vulnerables que eran los humanos. Y pensar que hasta hace poco había sido uno de ellos…
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: Un hombre ambicioso no muere, renace. {Amanda Smith}
No dejaba de resultar irónico que una vampiresa de mi edad, o simplemente alguien que había asistido tantas veces al ciclo repetitivo y constante de la naturaleza como lo había hecho yo, pudiera decir que era nueva en algo y que nunca lo había experimentado en sus propias carnes, pero así era: Nigel era tan virgen como yo en cuanto a la transformación en vampiro, y los dos estábamos probando nuestras habilidades respectivas, él como neonato y yo como creadora de alguien de mi linaje. Por supuesto, conocía a la perfección el proceso: de oídas, de relatos que me habían contado vampiros allegados a mí y, por supuesto, porque lo había vivido, aunque nunca de una manera tan directa como la que acababa de llevar a cabo, pero aún así... Aún así nunca me había surgido la oportunidad de poder poner en práctica aquel casi-hechizo que suponía verter mi naturaleza en el frágil molde de un mortal. ¿Sobreviviría al proceso? ¿Moriría por el dolor que se sentía, que muchos eran incapaces de aguantar? ¿Se adaptaría bien a la nueva naturaleza que le había ofrecido con algo tan simple como un mordisco, pero que era más complejo que eso, como se veía perfectamente en el intercambio de sangre que aquel proceso traía implícito, tiñéndolo siempre de carmesí? ¿Qué habilidades adquiriría en cuanto abrazara por fin y de una vez por todas esa nueva faceta que le permitiría continuar con su vida desde una perspectiva opuesta, la del cazador en lugar de la del cazado? Esas y muchas otras preguntas venían en cuanto se había elegido al candidato, hecho en sí tan difícil que más de un milenio me había costado encontrar al adecuado, el mismo que, delante de mí, o más bien debajo de mí por la posición en la que nos encontrábamos, parecía estar acostumbrándose muy bien a la nueva extensión de su cuerpo, la misma que lo diferenciaba del humano que había sido.
Pronto incluso lo olvidaría. No recordaría la compasión, lo que era ser humano y la igualdad con los de tu misma raza; no tendría conciencia de que una vez había sido parte del grupo que se convertiría en su alimento, en el único que podía garantizar su supervivencia... Se deshumanizaría por completo, porque pese a que muchos vampiros estaban insertos en la sociedad e incluso se preocupaban por sus presas humanas, como podía ser mi caso en numerosas ocasiones, no olvidábamos la distancia que nos separaba de ellos, ni tampoco nuestra superioridad. Siempre manteníamos en la cabeza que éramos superiores en todos los aspectos porque así quedaba demostrado a diario, siempre manteníamos una perfecta conciencia de que los humanos eran simples presas que merecían ser, en mayor o menor medida, devoradas, salvo quizá potenciales excepciones como lo había sido él y como me había demostrado que, en realidad, era... Porque a él, por muy deliciosa que fuera su sangre, la misma que aún, si me esforzaba mucho, podía saborear en el fondo de mi paladar, no había pensado en desangrarlo salvo como última opción y aquella intuición de que no iba a tener que llegar a hacerlo siempre había estado, pulsante y palpitante, en mi interior, convirtiéndose en una verdad en el momento exacto que mi decisión había nacido y que, después, se había materializado con la presión de mis colmillos en su piel y la total transformación.
Por supuesto, había mil variables en el proceso que podían salir mal. Era consciente de que había tenido una suerte inmensa por, ya no sólo su rápida transformación y su aceptación casi innata a la naturaleza vampírica, sino también por la estabilidad que su mente había demostrado durante toda la transformación. En numerosas ocasiones el dolor era tal que te creías morir, y eso que yo ya no lo recordaba con la misma magnitud con la que había sucedido por el paso del tiempo, especialmente, pero también porque mi concepto de dolor ya no era el mismo que siendo humana, pero en cualquier caso la agonía vital era tan profunda al sentir tu cuerpo, una extensión de ti mismo, perecer bajo increíbles y constantes temblores que repartían por tu anatomía la sensación de estar siendo destrozado por un enemigo mucho más poderoso que tú requería de una importante fuerza mental para aguantarlo de una pieza, y esa era la parte más delicada de lo que quedaba por probar en aquel instante, la misma que en cierto modo, si no me asustaba, al menos sí que me imponía cierto respeto... Porque no servía de nada que su cuerpo se hubiera adaptado perfectamente a la muerte como humano y al renacimiento como vampiro si su mente era apenas trozos de cristal que se habían roto de uno mayor y que más que beneficio le causaría daño...
En parte por eso lo probaba, por asegurarme de que estaba perfectamente consciente y permanecía cuerdo en una magnitud respetable, ya que tampoco pedía milagros, aunque también lo hacía por examinar sus habilidades, lo que él podía hacer y sobre todo qué cosas le habían aparecido con esa nueva naturaleza que exhibía con orgullo natural y, sobre todo, totalmente justificado al ser uno de los pocos neófitos que conocía, y de esos sí que había tenido la oportunidad de conocer a bastantes, que no era un animal en apariencia sino que se mostraba alzado hasta la perfección mayor a la que podía acceder, que en Nigel era mucha. Si la materia prima ya había sido buena, como había podido comprobar ¡y de qué manera! siendo él todavía mortal, en el resultado final, que era el que tenía entre mis piernas, era de esperar que se rallara la perfección, como efectivamente él hacía. No podía negar que le favorecía el vampirismo, la palidez aún mayor de su piel, el ligero cambio en sus ojos de un azul intenso a otro aún más profundo y misterioso que antes, lo jugoso de sus labios algo manchados de sangre... y tampoco podría negar nunca que la misma atracción casi animal que sentíamos como razas diferentes no se había, como quizá había sido de esperar, diluido, sino que se había visto intensificada por aquel nuevo vínculo que compartíamos.
¿Sería normal, que el creador se sintiera atraído por la creación como yo lo hacía? Por un momento incluso me lo planteé antes de decidirme por una verdad que era patente si se me conocía bien, como yo lo hacía conmigo misma: me daba igual. No me importaba lo que hubieran hecho otros antes que yo porque yo era la encargada de escribir mi propia historia, no a raíz del ejemplo de los demás para calcarlo exactamente igual sino a través de mis experiencias, mis avances, mis decisiones, sólo los míos y los de nadie más ya que así serían igual de válidos... o quizá, en caso de probarse superiores, mejores. Nigel no me dejó, sin embargo, seguir cavilando acerca de ese tema porque enseguida demostró que su nueva naturaleza tenía sus partes compartidas con la antigua, la misma que habría hecho exactamente lo mismo que él había hecho: ignorar el tema que no le interesaba, confirmando no obstante que podía escuchar mis pensamientos, y centrarse en uno que atraía su atención, y lo que no era su atención también, mucho mejor. ¿Qué tema era ese? Sencillo, si se le conocía tan bien como lo hacía yo: sexo.
Por una vez, no estaba dispuesta a reprochárselo. Es más, me parecía la mejor manera de que probara su cuerpo y las nuevas habilidades que poseía, y aquella manera era buena, si no la mejor que podía ocurrírseme, no sólo por el hecho de que se disfrutaba mucho más de aquella clase de contacto siéndose inmortal, ya que hasta entonces no se podía decir verdaderamente lo que era un orgasmo y muchísimo menos sentirlo en todo su esplendor, sino también porque, como actividad que era que requería fuerza y resistencia, servía perfectamente para probarlas... Y en parte, la curiosidad que sentía dentro de mí competía fuertemente con la atracción, esa que no podía evitar ni tampoco ignorar estando él delante, siendo ganadora de la batalla que en aquel momento él había decidido presentarme frente a mis propias narices, tal y como lo estuvo con sus proposiciones de todo menos decentes, pero ¿a quién demonios le importaba la decencia cuando la gente que podría tildarme de lo contrario moriría antes que yo? A mí desde luego no, y por eso mismo me dejé conducir, con las piernas enredadas alrededor de su cuerpo, por mi hogar, sin que le supusiera ningún problema mi peso ya que en ese momento su fuerza era superior a lo ligera que era yo y podría cargarme hasta donde más le placiera... Pese a que su destino final fuera mi habitación.
Francamente, no había pensado que llegaría a visitarla en aquellas circunstancias precisamente con él, pero tampoco me negaba a la posibilidad, especialmente si como él hizo me dejó sobre el tocador y empezaba a ponerse tan... convincente. ¿Cómo negarme, con su cuerpo acariciando el mío al tiempo que se quitaba la ropa que aún llevaba puesta? ¿Cómo decir no con sus labios sobre los míos sin necesidad de separarse para respirar, algo que no era estrictamente necesario para ninguno de los dos? Sencillamente era imposible y lo aceptaba gustosa, como estaba en mi naturaleza hacerlo, o al menos así lo hice hasta que un ruido, y después una voz perteneciente a una de mis criadas, nos interrumpieron. En vez de tomármelo como una afrenta o una molestia, Nigel volvió a darle la vuelta a la tortilla y a hacer que la situación gozara de un nuevo sentido, volteando la balanza a favor de la curiosidad, más que de la atracción... Curiosidad totalmente compensada porque capté su sed, la capté en el momento en el que la sintió y en el que su comportamiento fue dirigido a paliarla, seducción de aquella chiquilla incluida. Físicamente podíamos aparentar lo mismo, ya que yo tenía un aspecto bastante juvenil, pero mentalmente yo era mucho más capaz de resistir a las técnicas tan burdas de Nigel de seducirla que lo que fue ella, precipitándola a su gran final... el mismo que la arrojó al suelo de mi habitación, en brazos de Nigel, y se quedó allí, patéticamente rota como una muñeca de trapo que ya no servía para más.
– De hecho era bastante mala en su trabajo, has hecho un servicio a la comunidad librándonos a todos de ella... Pero no pensarás dejarla ahí tirada hasta el fin de los tiempos, ¿no? ¿Tú sabes lo mal que huelen los cadáveres, especialmente cuando tus sentidos están tan desarrollados que podrían distinguir un matiz minúsculo en dos fragancias aparentemente iguales? Nos harías un favor aún mayor a ambos si la eliminaras ahora que ya no sirve. – repliqué, con tono de voz tan neutro como era posible porque era más una observación que una crítica, pese a que sirviera de ambas. Si esperaba sentimiento alguno al haber visto cómo exprimía una vida humana en sus manos con tanta facilidad es que se equivocaba y no contaba con el hecho de que yo había hecho eso mismo un sinnúmero de veces y era capaz de repetirlo hasta con los ojos cerrados, con mejor eficacia incluso que cualquier burdo asesino humano que quisiera llamarse así sin tener ni idea de los mejores depredadores existentes: los no humanos en general, y los vampiros en particular.
– Eso es algo que tienes que aprender, Nigel, y que no te conviene olvidar: elimina tus huellas. Da muchos menos problemas a la hora de desarrollarte como seguirás haciéndolo inmerso en una sociedad total y absolutamente temerosa de todo lo alejado del camino del Señor, y según su imaginario popular, por mucho que renieguen de él, tú eres el mismísimo Diablo... Además, no sabes la de inconvenientes que tiene la iglesia desde hace ya siglos para eliminarnos, ¿querrás dejarles las cosas fáciles a quienes te sirven como alimento? No creo... – añadí, paseando mi mirada por el cuerpo sin vida de la doncella hasta volver a posarse en Nigel, que parecía atento aunque dentro de su mente, en la que no me apetecía hurgar aquel momento, cualquiera sabía el rumbo de sus pensamientos... cualquiera que fuera él y sólo él, claro está.
Me levanté de donde estaba sentada en aquel momento, la cómoda, y me dirigí con pasos rápidos y sinuosos hacia él, apoyando la mano en su pecho en cuanto lo tuve a mi altura y con ella acariciando su piel, libre como estaba de impedimentos al haber quedado la camisa casi desabrochada por completo como lo estaba. Con la otra mano, agarré un borde de la misma superficie de tela que lo medio tapaba todavía y la aparté, dejándola caer al suelo y dándome vía libre para recorrer su pecho con los labios y los dientes, sin demasiado cuidado porque ya no era necesario, no cuando no era ya humano del todo. Mis labios subieron a los suyos y los mordieron, divertidos, antes de fundirlos en otro nuevo beso, pasional como lo que más y sin hacer caso a la diferencia de altura que aún y siempre nos separaba y nos separaría... y que me daba bastante igual, además. En cuanto me separé, con los manos aún en su pecho apoyadas y una gota de su sangre en mi lengua, fruto de un mordisco en la suya para catarla como era debido, medio sonreí, con la mirada clavada en sus ojos... Azul contra azul, una batalla complicada.
– Tienes tanto que aprender... Pero por suerte dispones de una eternidad para hacerlo. – murmuré, sólo para que él lo escuchara y mordiendo mi propio labio inferior al terminar de hablar, esperando su turno... Su decisión.
Pronto incluso lo olvidaría. No recordaría la compasión, lo que era ser humano y la igualdad con los de tu misma raza; no tendría conciencia de que una vez había sido parte del grupo que se convertiría en su alimento, en el único que podía garantizar su supervivencia... Se deshumanizaría por completo, porque pese a que muchos vampiros estaban insertos en la sociedad e incluso se preocupaban por sus presas humanas, como podía ser mi caso en numerosas ocasiones, no olvidábamos la distancia que nos separaba de ellos, ni tampoco nuestra superioridad. Siempre manteníamos en la cabeza que éramos superiores en todos los aspectos porque así quedaba demostrado a diario, siempre manteníamos una perfecta conciencia de que los humanos eran simples presas que merecían ser, en mayor o menor medida, devoradas, salvo quizá potenciales excepciones como lo había sido él y como me había demostrado que, en realidad, era... Porque a él, por muy deliciosa que fuera su sangre, la misma que aún, si me esforzaba mucho, podía saborear en el fondo de mi paladar, no había pensado en desangrarlo salvo como última opción y aquella intuición de que no iba a tener que llegar a hacerlo siempre había estado, pulsante y palpitante, en mi interior, convirtiéndose en una verdad en el momento exacto que mi decisión había nacido y que, después, se había materializado con la presión de mis colmillos en su piel y la total transformación.
Por supuesto, había mil variables en el proceso que podían salir mal. Era consciente de que había tenido una suerte inmensa por, ya no sólo su rápida transformación y su aceptación casi innata a la naturaleza vampírica, sino también por la estabilidad que su mente había demostrado durante toda la transformación. En numerosas ocasiones el dolor era tal que te creías morir, y eso que yo ya no lo recordaba con la misma magnitud con la que había sucedido por el paso del tiempo, especialmente, pero también porque mi concepto de dolor ya no era el mismo que siendo humana, pero en cualquier caso la agonía vital era tan profunda al sentir tu cuerpo, una extensión de ti mismo, perecer bajo increíbles y constantes temblores que repartían por tu anatomía la sensación de estar siendo destrozado por un enemigo mucho más poderoso que tú requería de una importante fuerza mental para aguantarlo de una pieza, y esa era la parte más delicada de lo que quedaba por probar en aquel instante, la misma que en cierto modo, si no me asustaba, al menos sí que me imponía cierto respeto... Porque no servía de nada que su cuerpo se hubiera adaptado perfectamente a la muerte como humano y al renacimiento como vampiro si su mente era apenas trozos de cristal que se habían roto de uno mayor y que más que beneficio le causaría daño...
En parte por eso lo probaba, por asegurarme de que estaba perfectamente consciente y permanecía cuerdo en una magnitud respetable, ya que tampoco pedía milagros, aunque también lo hacía por examinar sus habilidades, lo que él podía hacer y sobre todo qué cosas le habían aparecido con esa nueva naturaleza que exhibía con orgullo natural y, sobre todo, totalmente justificado al ser uno de los pocos neófitos que conocía, y de esos sí que había tenido la oportunidad de conocer a bastantes, que no era un animal en apariencia sino que se mostraba alzado hasta la perfección mayor a la que podía acceder, que en Nigel era mucha. Si la materia prima ya había sido buena, como había podido comprobar ¡y de qué manera! siendo él todavía mortal, en el resultado final, que era el que tenía entre mis piernas, era de esperar que se rallara la perfección, como efectivamente él hacía. No podía negar que le favorecía el vampirismo, la palidez aún mayor de su piel, el ligero cambio en sus ojos de un azul intenso a otro aún más profundo y misterioso que antes, lo jugoso de sus labios algo manchados de sangre... y tampoco podría negar nunca que la misma atracción casi animal que sentíamos como razas diferentes no se había, como quizá había sido de esperar, diluido, sino que se había visto intensificada por aquel nuevo vínculo que compartíamos.
¿Sería normal, que el creador se sintiera atraído por la creación como yo lo hacía? Por un momento incluso me lo planteé antes de decidirme por una verdad que era patente si se me conocía bien, como yo lo hacía conmigo misma: me daba igual. No me importaba lo que hubieran hecho otros antes que yo porque yo era la encargada de escribir mi propia historia, no a raíz del ejemplo de los demás para calcarlo exactamente igual sino a través de mis experiencias, mis avances, mis decisiones, sólo los míos y los de nadie más ya que así serían igual de válidos... o quizá, en caso de probarse superiores, mejores. Nigel no me dejó, sin embargo, seguir cavilando acerca de ese tema porque enseguida demostró que su nueva naturaleza tenía sus partes compartidas con la antigua, la misma que habría hecho exactamente lo mismo que él había hecho: ignorar el tema que no le interesaba, confirmando no obstante que podía escuchar mis pensamientos, y centrarse en uno que atraía su atención, y lo que no era su atención también, mucho mejor. ¿Qué tema era ese? Sencillo, si se le conocía tan bien como lo hacía yo: sexo.
Por una vez, no estaba dispuesta a reprochárselo. Es más, me parecía la mejor manera de que probara su cuerpo y las nuevas habilidades que poseía, y aquella manera era buena, si no la mejor que podía ocurrírseme, no sólo por el hecho de que se disfrutaba mucho más de aquella clase de contacto siéndose inmortal, ya que hasta entonces no se podía decir verdaderamente lo que era un orgasmo y muchísimo menos sentirlo en todo su esplendor, sino también porque, como actividad que era que requería fuerza y resistencia, servía perfectamente para probarlas... Y en parte, la curiosidad que sentía dentro de mí competía fuertemente con la atracción, esa que no podía evitar ni tampoco ignorar estando él delante, siendo ganadora de la batalla que en aquel momento él había decidido presentarme frente a mis propias narices, tal y como lo estuvo con sus proposiciones de todo menos decentes, pero ¿a quién demonios le importaba la decencia cuando la gente que podría tildarme de lo contrario moriría antes que yo? A mí desde luego no, y por eso mismo me dejé conducir, con las piernas enredadas alrededor de su cuerpo, por mi hogar, sin que le supusiera ningún problema mi peso ya que en ese momento su fuerza era superior a lo ligera que era yo y podría cargarme hasta donde más le placiera... Pese a que su destino final fuera mi habitación.
Francamente, no había pensado que llegaría a visitarla en aquellas circunstancias precisamente con él, pero tampoco me negaba a la posibilidad, especialmente si como él hizo me dejó sobre el tocador y empezaba a ponerse tan... convincente. ¿Cómo negarme, con su cuerpo acariciando el mío al tiempo que se quitaba la ropa que aún llevaba puesta? ¿Cómo decir no con sus labios sobre los míos sin necesidad de separarse para respirar, algo que no era estrictamente necesario para ninguno de los dos? Sencillamente era imposible y lo aceptaba gustosa, como estaba en mi naturaleza hacerlo, o al menos así lo hice hasta que un ruido, y después una voz perteneciente a una de mis criadas, nos interrumpieron. En vez de tomármelo como una afrenta o una molestia, Nigel volvió a darle la vuelta a la tortilla y a hacer que la situación gozara de un nuevo sentido, volteando la balanza a favor de la curiosidad, más que de la atracción... Curiosidad totalmente compensada porque capté su sed, la capté en el momento en el que la sintió y en el que su comportamiento fue dirigido a paliarla, seducción de aquella chiquilla incluida. Físicamente podíamos aparentar lo mismo, ya que yo tenía un aspecto bastante juvenil, pero mentalmente yo era mucho más capaz de resistir a las técnicas tan burdas de Nigel de seducirla que lo que fue ella, precipitándola a su gran final... el mismo que la arrojó al suelo de mi habitación, en brazos de Nigel, y se quedó allí, patéticamente rota como una muñeca de trapo que ya no servía para más.
– De hecho era bastante mala en su trabajo, has hecho un servicio a la comunidad librándonos a todos de ella... Pero no pensarás dejarla ahí tirada hasta el fin de los tiempos, ¿no? ¿Tú sabes lo mal que huelen los cadáveres, especialmente cuando tus sentidos están tan desarrollados que podrían distinguir un matiz minúsculo en dos fragancias aparentemente iguales? Nos harías un favor aún mayor a ambos si la eliminaras ahora que ya no sirve. – repliqué, con tono de voz tan neutro como era posible porque era más una observación que una crítica, pese a que sirviera de ambas. Si esperaba sentimiento alguno al haber visto cómo exprimía una vida humana en sus manos con tanta facilidad es que se equivocaba y no contaba con el hecho de que yo había hecho eso mismo un sinnúmero de veces y era capaz de repetirlo hasta con los ojos cerrados, con mejor eficacia incluso que cualquier burdo asesino humano que quisiera llamarse así sin tener ni idea de los mejores depredadores existentes: los no humanos en general, y los vampiros en particular.
– Eso es algo que tienes que aprender, Nigel, y que no te conviene olvidar: elimina tus huellas. Da muchos menos problemas a la hora de desarrollarte como seguirás haciéndolo inmerso en una sociedad total y absolutamente temerosa de todo lo alejado del camino del Señor, y según su imaginario popular, por mucho que renieguen de él, tú eres el mismísimo Diablo... Además, no sabes la de inconvenientes que tiene la iglesia desde hace ya siglos para eliminarnos, ¿querrás dejarles las cosas fáciles a quienes te sirven como alimento? No creo... – añadí, paseando mi mirada por el cuerpo sin vida de la doncella hasta volver a posarse en Nigel, que parecía atento aunque dentro de su mente, en la que no me apetecía hurgar aquel momento, cualquiera sabía el rumbo de sus pensamientos... cualquiera que fuera él y sólo él, claro está.
Me levanté de donde estaba sentada en aquel momento, la cómoda, y me dirigí con pasos rápidos y sinuosos hacia él, apoyando la mano en su pecho en cuanto lo tuve a mi altura y con ella acariciando su piel, libre como estaba de impedimentos al haber quedado la camisa casi desabrochada por completo como lo estaba. Con la otra mano, agarré un borde de la misma superficie de tela que lo medio tapaba todavía y la aparté, dejándola caer al suelo y dándome vía libre para recorrer su pecho con los labios y los dientes, sin demasiado cuidado porque ya no era necesario, no cuando no era ya humano del todo. Mis labios subieron a los suyos y los mordieron, divertidos, antes de fundirlos en otro nuevo beso, pasional como lo que más y sin hacer caso a la diferencia de altura que aún y siempre nos separaba y nos separaría... y que me daba bastante igual, además. En cuanto me separé, con los manos aún en su pecho apoyadas y una gota de su sangre en mi lengua, fruto de un mordisco en la suya para catarla como era debido, medio sonreí, con la mirada clavada en sus ojos... Azul contra azul, una batalla complicada.
– Tienes tanto que aprender... Pero por suerte dispones de una eternidad para hacerlo. – murmuré, sólo para que él lo escuchara y mordiendo mi propio labio inferior al terminar de hablar, esperando su turno... Su decisión.
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