AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sanguinaria Amanda (Amanda Smith)
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Sanguinaria Amanda (Amanda Smith)
Era una buena noche. No por el tiempo, ni tampoco por el humor que tenía, ni mucho menos por que fuera a aprovechar el tiempo. Tampoco había escuchado buena música, ni tenía intención de salir a alimentarme o a alguna fiesta. No vestía de etiqueta, ni tampoco había Moët Chandon en mi minibar, pero esta noche, Amanda volvía a mi teatro.
Tan sólo con recordar su mirada escéptica y su cabellera rojiza se me ponían, si pudiesen, los vellos de punta. Esperaba que la pianista no me decepcionase, aunque algo en mí decía que no iba a ser así. Por supuesto, había comprado un piano de cola y había hecho grabar las palabras "Orquesta Lumière" en él. No era demasiado bello, pero sonaba perfectamente. No era mi piano, pero valía para una demostración. Provisionalmente, ése sería el piano de la Orquesta. Y no había más que hablar.
Nervioso, serví un par de copas de vino tinto y me tomé la primera. Mientras observaba el reloj de péndulo en mi despacho, volví a tomar la segunda. Qué placer el beber sin emborracharse. Adoraba el buen vino. Para ella, tenía reservada una botella valiosa. Para celebrar su segura incorporación a la Orquesta. Ardía en deseos de volver a verla, no como un niño, pero sí como un adulto enamorado. Por supuesto, no la amaba, pero sí amaba su compañía. Era sencillamente perfecta.
Tan sólo con recordar su mirada escéptica y su cabellera rojiza se me ponían, si pudiesen, los vellos de punta. Esperaba que la pianista no me decepcionase, aunque algo en mí decía que no iba a ser así. Por supuesto, había comprado un piano de cola y había hecho grabar las palabras "Orquesta Lumière" en él. No era demasiado bello, pero sonaba perfectamente. No era mi piano, pero valía para una demostración. Provisionalmente, ése sería el piano de la Orquesta. Y no había más que hablar.
Nervioso, serví un par de copas de vino tinto y me tomé la primera. Mientras observaba el reloj de péndulo en mi despacho, volví a tomar la segunda. Qué placer el beber sin emborracharse. Adoraba el buen vino. Para ella, tenía reservada una botella valiosa. Para celebrar su segura incorporación a la Orquesta. Ardía en deseos de volver a verla, no como un niño, pero sí como un adulto enamorado. Por supuesto, no la amaba, pero sí amaba su compañía. Era sencillamente perfecta.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 314
Fecha de inscripción : 25/07/2010
Re: Sanguinaria Amanda (Amanda Smith)
Otra noche más. Otra sinfonía de sonidos que se alejaban de los diurnos, que por mi naturaleza propia me estaban prohibidos; otro momento de muerte del día en el que las criaturas de la muerte, nosotros y el resto de sobrenaturales, reclamábamos nuestro reino y lo que éramos por naturaleza: algo ajeno a ella. Aquella, sin embargo, no era como las otras noches que pudiera haber vivido durante mi eterna vida y en las que sólo me limitaba a esperar a que algo interesante sucediera para sacarme de mi monotonía; no, aquella noche tenía algo diferente que la hacía diferente a las demás, y no fue ni que la luna brillara, llena, en el cielo con especial intensidad ni tampoco que el escape de mi ataúd se produjera con velocidad mayor que la velocidad que solía llevar aquel tedioso proceso. Lo que tenía de especial aquella noche era que iba a volver al Teatre Lumière como pianista de su orquesta, y lo que tenía aquella noche de especial era que iba a volver a ver al maestro de la misma, al dueño del teatro, a Dimitri.
Pocas veces sucede que entre dos seres se produzca una conexión con una sola mirada que augure que va a ser, lo que pase entre ellos, del agrado de ambos. Pocas veces ocurre, y sin embargo, cuando lo hace, es una sensación particular que te une con quien ha producido dicha sensación, al menos la mitad de ella que le incumbe. Con Dimitri había sucedido algo así, algo parecido a un disfrute mutuo de nuestra compañía y algo parecido a una relación, o al inicio de ella, profunda, que fue lo que hizo que mi humor de aquella noche no fuera sombrío, sino más bien tendente a la ligereza. Tampoco era todo campanas, flores y felicidad absoluta, pero se alejaba de lo sádico y de lo violento en gran medida y por eso mi propio vestuario lo acompañó: un sencillo y fino vestido azul acompañado de una suave capa grisácea con bordados en fina plata y que fueron los testigos mudos de mi alimento de aquella noche, como era costumbre proveniente de los barrios bajos.
Una cortesana fue quien encontró la muerte bajo mi poder; una de ellas que se atrevió a acercarse lo suficiente a una vampiresa hambrienta y una que no supo encontrar su propio lugar en el mundo, que tuvo que ir a buscarlo en un mundo que no era el suyo. Su cuerpo desapareció sin dejar rastro: ni una sola muestra del destino que había corrido como alimento de una inmortal en una de sus largas noches; su esencia, fundida con la mía por el rojo tesoro que atesoraba y que había pasado a ser mío como esencia vital. Fue ella quien me acompañó por mi camino a través de las calles del vivo París nocturno en dirección al Teatro de Dimitri, y fue ella también que pereció finalmente para dar paso a la auténtica Amanda una vez hube cruzado las puertas del teatro, con sigilo y elegancia propias de mi naturaleza no humana. El camino lo conocía de memoria, y por eso no tardé más de unos segundos en llegar a la puerta del despacho de Dimitri, puerta que con delicadeza golpeé para hacer partícipe a mi jefe de mi presencia allí y puerta que abrí tras unos instantes de cortesía, revelándome tras ella. – Bonne Nuit, Monsieur Lumière. Me esperaba esta noche, y aquí me encuentro. – dije, con tono de voz rebosante de delicadeza y mirándole a los ojos, sin fijarme demasiado en aquella ocasión en los detalles del despacho.
Pocas veces sucede que entre dos seres se produzca una conexión con una sola mirada que augure que va a ser, lo que pase entre ellos, del agrado de ambos. Pocas veces ocurre, y sin embargo, cuando lo hace, es una sensación particular que te une con quien ha producido dicha sensación, al menos la mitad de ella que le incumbe. Con Dimitri había sucedido algo así, algo parecido a un disfrute mutuo de nuestra compañía y algo parecido a una relación, o al inicio de ella, profunda, que fue lo que hizo que mi humor de aquella noche no fuera sombrío, sino más bien tendente a la ligereza. Tampoco era todo campanas, flores y felicidad absoluta, pero se alejaba de lo sádico y de lo violento en gran medida y por eso mi propio vestuario lo acompañó: un sencillo y fino vestido azul acompañado de una suave capa grisácea con bordados en fina plata y que fueron los testigos mudos de mi alimento de aquella noche, como era costumbre proveniente de los barrios bajos.
Una cortesana fue quien encontró la muerte bajo mi poder; una de ellas que se atrevió a acercarse lo suficiente a una vampiresa hambrienta y una que no supo encontrar su propio lugar en el mundo, que tuvo que ir a buscarlo en un mundo que no era el suyo. Su cuerpo desapareció sin dejar rastro: ni una sola muestra del destino que había corrido como alimento de una inmortal en una de sus largas noches; su esencia, fundida con la mía por el rojo tesoro que atesoraba y que había pasado a ser mío como esencia vital. Fue ella quien me acompañó por mi camino a través de las calles del vivo París nocturno en dirección al Teatro de Dimitri, y fue ella también que pereció finalmente para dar paso a la auténtica Amanda una vez hube cruzado las puertas del teatro, con sigilo y elegancia propias de mi naturaleza no humana. El camino lo conocía de memoria, y por eso no tardé más de unos segundos en llegar a la puerta del despacho de Dimitri, puerta que con delicadeza golpeé para hacer partícipe a mi jefe de mi presencia allí y puerta que abrí tras unos instantes de cortesía, revelándome tras ella. – Bonne Nuit, Monsieur Lumière. Me esperaba esta noche, y aquí me encuentro. – dije, con tono de voz rebosante de delicadeza y mirándole a los ojos, sin fijarme demasiado en aquella ocasión en los detalles del despacho.
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