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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ørn Fridrikson Jue Mar 17, 2016 11:05 am

357 dC


La oscuridad parecía bañar las tierras que se extendían a su alrededor. La ira inundaba más allá de su razonamiento haciéndole caer en una espiral de suma viscerabilidad, creyéndole capaz de segar cuanta alma se interpusiese en su camino sin rencor alguno. Hacía varias semanas que estaba inmerso en una de las guerras más brutales que había conocido en su vida, haciéndole partícipe de los horrores más atroces que un señor de la guerra pudiera ver a lo largo de las carnicerías o en plena batalla.
Y cayó; cayó pese a ser un hombre que medía bien las distancias y que en su orígen solía evitar los enfrententamientos si ello significaba que alguno de los suyos perecería.

Todo ocurrió en aquella batalla que no planteaban que fuese tan inmensa. Iban, según decían a la fortaleza medio en ruínas que poseía un hombre con la fuerza de cientos, uno, que por causas o motivos ajenos a lo sucedido, había sucumbido al placer de desatar la ira de cientos de hombres que buscaban su muerte como el que más, uno que había creado tanta desgracia que lo mejor que podía hacer era dejar que su sangre fluyese por la tierra como motivo de su muerte. No habían demorado mucho en llegar a aquella fortaleza bien entrada la madrugada; eran salvajes, pero lo suficientemente sigilosos como para tomar por sorpresa aquel lugar y comenzar a librar lo que sería la última encrucijada en la vida de Orn. Golpes, gritos, sangre, metal chocando con verdadera maestría y cuerpos que eran lanzados desde lo alto de la escalinata de piedra del interior del castillo. No hacían más que buscar al hombre en concreto, pero éste no apareció. Los soldados enemigos parecían tener aquella maldita fuerza de la que hablaban los mitos y las leyendas que ocupaban las mentes de los más aptos para injuriar, pero aquello, hacía que cada bárbaro luchase con toda sus fuerzas para igualar a las de sus rivales haciéndoles dignos contrincantes por no dejarse vencer a la primera estocada.
Comenzaban a caer; los hombres de Orn sucumbían a la espada del contrario y los soldados caían bajo la brutalidad de los que aún quedaban en pié, haciéndo que aquello pareciera más una carnicería que un mero ajuste de cuentas. El tiempo transcurrió y la batalla finalizó. Los hombres yacían sin vida en el suelo de aquel recinto; algunos decapitados, otros irreconocibles pero entre todos, había aún uno en pié, observándolo todo desde lo alto de la escalera empedrada, como si estuviese admirando la obra más grotesca y hermosa de todos los tiempos.
Pero de entre los cuerpos, un hombre logró apenas a arrodillarse con las fuerzas que restaban de su maltrecho ser, herido, con la hoja de un cuchillo aún clavada en el pecho. El hombre ileso, se acercó a él con parsimonia, advirtiendo que el superviviente aún hacía lo posible por defenderse. Le hizo levantarse y mostró un atisbo de compasión en su mirada que bien podría haber sido confundida con cinismo, dado lo que estaba a punto de cometer.
- ¿Cómo te llamas, hijo mío?
Orn tosió, pues sus pulmones estaban llenos de sangre y no le permitían apenas respirar.
- Aunque hayas diezmado mis filas, mereces algo a lo que muy pocos pueden acceder.
El hombre proseguía y Orn, trataba de mantenerse consciente al menos para encomendarse a los dioses por los que luchaba, para que éstos le ayudasen a morir de una forma menos agonizante. Orn cerró sus ojos en cuanto sintió como el hombre le mordía sin ser capaz de defenderse, dejándose llevar por la oscuridad que lo rodeaba, pensando que así, los dioses habían aceptado sus plegarias y le darían aquella veloz muerte que él deseaba.

·~· || ·~·

Pasaron las horas, incluso los días y el castillo en ruinas parecía ser ahora el refugio de un hombre sediento, ido, completamente cegado por completo por sus impulsos más primitivos, aquellos que harían empequeñecer al hombre que un día fué, presentándole ahora como un monstruo incapaz de salir de su celda.
Orn presentaba marcas de quemaduras severas, gracias a su ímpetu por querer salir a plena luz del día, haciéndole ser completamente vulnerable mientras el sol estuviese en lo alto, escondiéndose en cualquier rincón empedrado que le sirviese de refugio dentro de aquella fortaleza desprovista ya de cadáveres aunque no de todas aquellas piezas que demostraban lo que allí había sucedido. Muchas de sus heridas se habían curado, salvo las más graves incluído aquel cuchillo que seguía hundido en su piel. Esperaba, anhelaba como agua para el sediento que cayera la noche, para así recorrer nuevamente el camino que le llevaría a la libertad de saciar aquella extraña sed.




Cotidie morimur, cotidien conmutamur et tamen aeternos esse nos credimus.
Cada día morimos, cada día cambiamos y sin embargo nos creemos eternos.


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Mensaje por Invitado Mar Abr 26, 2016 7:11 am

Mi relación con mi Sire jamás había seguido los rumbos de la normalidad, mas cualquiera que lo conociera sabía que, con él, la normalidad era un recurso fantasioso y ficticio que jamás podría convertirse en una realidad. Él había conocido a una esclava en Tesalónica que, lejos de amedrentarse ante los hombres que la habían capturado, había mordido y pataleado sin ton ni son a todos aquellos que habían osado atacarla, como la princesa que antaño había sido jamás habría soñado con hacer. La guerra era materia de hombres y de príncipes, no de jovencitas, pero yo me había vuelto una guerrera ante sus ojos fríos y azules y él había decidido transformarme y enseñarme lo que significaba ser un monstruo de leyenda. A partir de aquella noche, de mi último amanecer, un siglo atrás, yo había seguido sus pasos y bebido de cada una de las escuetas palabras que él me había dedicado. Pausanias, como averigüé enseguida, no era un maestro particularmente paciente, pero gozaba de una amplia experiencia en la naturaleza que él mismo me había regalado, y seguramente en contra de su voluntad lo tomé como maestro aun cuando él voluntariamente no deseaba enseñarme nada, por no ser digna de su tiempo tal vez. A regañadientes, se vio obligado a pasar conmigo una década en la que hizo todo cuanto estuvo en su mano para apartarme, obviamente sin conseguirlo, y al final yo terminé sabiendo más de nuestra naturaleza y él acabó aceptándome como una especie de hija que lo molestaba y protegía a partes iguales. Entonces aún era una neófita y era capaz de igualarlo en fuerza; pronto, no obstante, su experiencia venció mi entusiasmo y me sosegué un tanto, aunque si algo teníamos en común era nuestra mutua sed de sangre, que no refrenábamos en exceso salvo si era estrictamente necesario. Por ello, durante el siglo que había pasado desde mi transformación y a partir de su marcha, había contactado conmigo ocasionalmente, a veces para hablarme de poblados donde nadie notaría una masacre, y a veces con mensajes más crípticos…

Aquella, en particular, fue una de las segundas. Él me había obligado a acudir al norte, a tierras aún más altas de lo que eran aquellas islas de las que yo era oriunda: me había prometido que encontraría allí algo que me interesaría, y allí terminaba su breve misiva, escrita en griego antiguo. Su dialecto aún me costaba, en ocasiones, y por eso él, torturador profesional, elegía utilizarlo conmigo; sabía que despertaría mi curiosidad no ser capaz de comprender todo lo que él me decía en un mensaje, y en aquel en concreto existía una palabra que yo desconocía por completo: Ørn. Hasta la propia grafía me resultaba extraña, jamás había oído unos sonidos semejantes, y mi creador sabía perfectamente que, ante ello, mi curiosidad ardería como un incendio descontrolado, por lo que no debió de suponer una sorpresa para él que juntara parte de mis recursos y organizara una travesía desde Roma, donde habitaba en secreto, hasta las tierras más al norte, allá donde los bárbaros y los guerreros guerreaban entre sí. Los hombres a los que había reclutado, fornidos guerreros que no desconfiaban de una mujer hermosa que les pagaba religiosamente más de lo que cualquiera les había ofrecido, me advirtieron en cuanto tocamos tierra de que el lugar era peligroso. Era perceptible hasta para sus limitados olfatos que una sangrienta batalla había tenido lugar allí, entre los muros de aquel castillo; la sangre aún manchaba las piedras y mancillaba el aire, me despertaba el hambre y me hacía recordar que si había recurrido a aquellos hombres era para alimentarme de ellos en cuanto tuviera ocasión. Además, decían, había una bestia suelta: ellos escuchaban los ruidos en la lejanía y temían un lobo, pero yo intuía algo distinto, un ser como yo… un ser que sufría y a quien le dolía horrores aquello que le estuvieran haciendo o que se estaba haciendo él mismo.

Contra el consejo que me habían dado, cuando cayó la noche del tercer día de nuestra llegada escogí a dos de los guerreros para que me acompañaran a las ruinas, que el resto temían demasiado para acercarse siquiera. Tras un silencioso camino, nos adentramos en el antiguo castillo cuando la luna estaba ya alta, cerca de la medianoche; la criatura estuvo silenciosa hasta que, cuando ya estábamos completamente dentro, atacó. Yo reconocí la velocidad y el salvajismo de un neófito, pero los humanos fueron demasiado lentos y fallecieron desangrados antes de poder, siquiera, defenderse, como si hubieran tenido alguna oportunidad de hacerlo ante un ataque de semejantes características. La única que podía salir viva de allí era yo, la mujer, la que todos creían una noble estúpida y débil pero que estaba atenta a cada movimiento, a cada paso que daba la bestia, aún incapaz de ser saciada. Solamente por ello y por mis reflejos pude adelantarme a su ataque lo suficiente para que no me matara de un golpe, y me enzarcé en una pelea con el hombre (¿hombre? Bestia) recién transformado que me atacaba para beber de mi sangre, preso de un frenesí tal que ignoraba por completo que yo era como él. Admirada por su fuerza y por sus reflejos, lo admito, dejé que continuara con su ataque mientras yo esquivaba sus golpes, enfureciéndolo a cada momento que pasaba, lo notaba por la fuerza de sus envites, cada vez mayor. Cuando el momento apropiado llegó, hice acopio de mis propias fuerzas y lo tiré al suelo, conmigo encima inmovilizándolo momentáneamente, algo de lo que ningún humano sería capaz. Y en ese momento caí en la cuenta de que Ørn sonaba parecido a mi propia lengua, de que aquel hombre, aquella bestia, estaba recién convertida y Pausanias había mencionado de pasada que había estado en aquellas tierras… El hombre debajo de mí era su creación, igual que yo.
– ¿Ørn…? – pregunté, dudosa, y ante el nulo efecto que surtió decidí intentar utilizar mi lengua natal, algo rudimentario pero que, en aquellas tierras, había comprobado que comprendían. – Domínate. ¿Tienes la menor idea de lo que te está pasando?
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Mensaje por Ørn Fridrikson Vie Jun 03, 2016 3:57 pm

···

Muy lejos estaba de entender lo que sucedía, su humanidad había quedado diezmada ante aquella brutal sed que no dejaba sinó una quemazón en su garganta. Se sintió un animal, basándose en aquellos impulsos que creía haber seguido hasta hace menos de unos días, dejándole con la constante necesidad de morder, aplastar, romper y partir cualquier cosa que se situase en su camino. De ser humano, se habría permitido el lujo de pensar más en profundidad, llegando a preguntarse el motivo de aquel desgarrador descubrimiento; se habría preguntado que cuál era su aptitud, que no hubiera sido otra más que la fidelidad hacia sí mismo y hacia lo que le rodea, más hacia todo aquello que él pensaba que era lo correcto, más que a nada.... Lo habría elegido por su insistencia a resolver el problema aun cuando sabía que tenía las de perder, de luchar, de agonizar, pero muriendo como un guerrero y no como un cobarde. Pero claramente, ya no era aquel hombre que solía recorrer a pie largas travesías sin importar las inclemencias que se situasen en su camino.

Sus zancadas se volvieron más hostiles, llevándose de por medio a aquellos que rezumaban debilidad por todos los poros, creyendo que podrían ser como los muros de piedra de aquel ruinoso lugar que amenazaba más que nunca con convertirse en su tumba. La sangre brotó de sus gargantas tan rápido como él las cercenó, no sabía cómo, pero se sentía especialmente atraído por aquello tan rojo y lleno de misticismo que le hacía querer volver una y otra vez hacia ella, hacia su cabello rojo y devorarla entre bramidos repletos de cólera que carcomía sus sentidos. Pero ésta, más dura que la roca, parecía ser lo único capaz de tumbarlo, literalmente.

- No mereces pronunciar mi nombre. SUÉLTAME. ¡AHORA! - Su voz se volvió gruñido en cuanto la palabra de lamujer cayó sobre él lomo una lápida. Se intentó zafar, sentía una mezcla de sensaciones que muy lejos estaban de pertenecer a algo bueno, todo relacionado con la destrucción y el deseo por verla deshacerse en sus manos de mil y una formas, así como lo hipnótico de sus ojos y la belleza que aplacaba cada uno de sus sentidos con su tan sóla presencia. aquellas palabras se repetían en su cabeza como si ella misma las estuviese volviendo a pronunciar, como una especie de mantra, dejándole sacar a la superficie, un atisbo de su extinta humanidad.
- Entiendes mi lengua, ¿verdad? - Dijo, con una semi risa nerviosa, como la de cualquier psicópata moderno a punto de perder la batalla contra la locura. - Pues entiende lo que te voy a decir. Me soltarás, lo harás... - Parecía calmado, pero cuando finalizó sus palabras brotó nuevamente con furia, haciendo acopio de toda la fuerza que se suponía tenía, aunque ésta era infinitamente menor que la que la mujer ejercía sobre él. - Juro que devoraré cada pedazo de tí, maldita mujer, aunque arda en el maldito infierno de los cristianos - Su pecho se volcó con violencia hacia ella, dejando su boca prácticamente a pocos milímetros del rostro de la pelirroja, cerrando la mandíbula con fuerza, como haría un perro rabioso.

- Y entonces desearás no haber venido a éste lugar. - Se vería pobre de fuerza comparado con ella, pero si había algo que no perdía era todo lo que había aprendido en la vida y que prácticamente había quedado marcado en su piel, haciendo que tras un duro forcejeo, éste se zafase de la muchacha y volviese a las sombras que aquellos muros le proporcionaban, ésta vez no alejándose, sino mirándola como si fuese un trozo de carnada que en cuestión de segundos se dispondría a cazar. Podría haberlo hecho, podría haberse abalanzado hacia aquella mujer sabiendo que perdería, pero había algo en ella que le hacía querer ser paciente, cauteloso, esperanzado, como si no quisiese deshacerse de una hermosa obra de arte.
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Mensaje por Invitado Mar Jun 14, 2016 3:45 pm

Los bravos guerreros de más allá del mar, los rudos hombres que, navegando, habían acudido hacia mis tierras y habían arrasado con lo que veían, eran poco más que una leyenda cuando yo estaba viva, narrada por los mayores de la tribu con tono reverencial, el que se destina para todo aquello que tiene que ver con milagros o religiones. Ellos eran una historia que se contaba para asustar a los niños y azuzar a los guerreros, a los nuestros, para que se convirtieran en poderosos luchadores que pudieran frenar la amenaza bestial de aquellos que ni siquiera eran humanos, al menos según las historias. Si bien de niña había llegado a creer en su existencia como dioses reencarnados, furibundos, que atacaban el mundo de los vivos para hacer pagar por sus pecados a los pecadores, la ausencia de mi tribu me había calado tan hondo que enseguida desterré, ya en Roma, la creencia arraigada en aquellos seres, berserkers según tenía entendido y los denominaban los comerciantes que se aventuraban lo suficientemente al norte. Durante un siglo había olvidado y apartado de mi mente a los hombres que, durante mi niñez, habían poblado mis más sangrientas pesadillas, ignorante de que el verdadero peligro eran los romanos; durante un siglo, nada me había preparado para enfrentarme a uno de ellos, revelándome que, efectivamente, eran más bestias que seres racionales... Aunque, en su caso, lo comprendía. La sed que le desgarraba la garganta, la desesperación, la rabia y la falta de guía lo habían transformado del hombre que inicialmente fuera, eso lo ignoraba, a un ser fuera de todo control como el que se enfrentaba a mí, primero sometido y después en las sombras del castillo, esperando a que cometiera un error para lanzarse a por mi cuello y destrozarlo, o quizá para perdonarme.

Comprendo la mayor parte, pero no todo. – admití, encogiéndome de hombros como si no hubiera intentado matarme hacía apenas un instante y no estuviera esperando a... no sabía ni siquiera a qué esperaba, cuando en aquel instante, conmigo aún de rodillas en el suelo, gozaba de ventaja sobre mí. Por algún motivo aguardaba y no se lanzaba a terminar con mi existencia, o a intentarlo porque no pensaba rendirme sin luchar; tal vez curiosidad, o tal vez respeto, lo ignoraba, y probablemente seguiría haciéndolo, pues no lo veía con intenciones de responderme.Merezco pronunciar lo que me venga en gana, Ørn, sea tu nombre o las Metamorfosis de Ovidio. – repliqué, sin caer en que quizá no hubiera escuchado hablar de Ovidio ni, tampoco, de su obra. Sin pensar apenas en ello y con paso lento pero firme, que clavaba cada uno de mis pies en la tierra con todos los pasos que daba, me dirigí hacia él, aún refugiado entre las ruinas y agazapado como un animal salvaje. En cierto modo, me sentía ofendida por su actitud, por el hecho de que me hubiera dirigido hacia allí y pretendiera ayudarlo y se hubiera negado tan de plano: por eso, por la ofensa, elegí ignorar todo lo demás, como el instinto que me decía que tuviera cuidado con él, y me planté frente a él, no a su altura porque era considerablemente más alto y corpulento que yo. Nuevamente, elegí ignorar lo evidente y me valí de la fuerza que poseía en abundancia por la condición que compartíamos para apoyar las manos en su pecho, como una amante, y empujarlo hacia atrás hasta que chocó contra la pared y apenas hubo distancia que nos separara, como una enemiga.
Estoy esperando. ¿No vas a devorarme? Puedo hacerte arder fácilmente si lo deseas, si tantas ganas tienes te empujaré al amanecer para que el sol se encarga de que estalles en llamas, pero no estoy segura de que sea lo que quieras. ¿Vas a renunciar a mi ayuda? Pareces necesitarla desesperadamente. Pero si lo prefieres, puedo rendirme al deseo de marcharme ya y dejarte solo para que te hundas. – advertí, con los brazos en jarras y sin apartarme, ni yo ni mi mirada.
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Mensaje por Ørn Fridrikson Sáb Jun 18, 2016 12:11 pm

···

Podía ser de aquellos que oían voces en su cabeza, más él no era ahí precisamente dónde las escuchaba. Nunca había sentido la fuerza de una mujer poder menguar las suyas con aquella suma facilidad, podía decir que su parte animal estaba a punto de estallar, pero ella lo reprimía con su tan sóla presencia, con su tan sólo actuar, haciéndo que a aquel no le diese tiempo de perder toda la frágil humanidad que le quedaba, haciéndole portarse como un hombre o al menos un vestigio de lo que era. Se imaginó rompiendo el suelo, la pared o lo que hiciese falta con tal de probar no su fuerza sino la de ella, sintiendo que con ella no debía redimirse en ninguno de los aspectos, sin limitaciones ni absurda fragilidad. aun así, sus labios se curvaron en una fina sonrisa y su voz sonó una vez más gruesa y llena de esa ferocidad que sus actos podían predecir.

- ¿Por qué te molestas? Quiero arder... Claro que quiero hacerlo.- Su mano sujetó la de la mujer que parecía descansar sobre su pecho de la misma forma que lo haría una devota esposa, luchando entre si apartarla o atraerla hacia sí. Ella era fuego puro, ese que quema hasta el último resquicio de vida y te hace lamentar cualquier decisión aún sin haberla cometido. - Quiero saber qué diablos hicieron conmigo, pero más que eso quiero saber quién eres, por qué tu fuerza es mayor a la mía y por qué siento unas terribles ganas de destrozarte tanto como de comerte a besos, pero eso último no necesita respuesta.- Orn volvió a su semblante serio e incapaz de ir hacia otro lugar como haría alguien en su sano juicio, apartó a la mujer lo suficiente como para ser él quién la arinconase contra aquella firme pared de piedra.

- No sé quién eres, ni si eres un lacayo del que me hizo ésto pero te aseguro que oirás mis respuestas, aunque aún no hayas formulado las preguntas. -Orn se acercó lo suficiente a su rostro y lo sujetó con la mano, por si ésta pretendía apartarlo. - no creas que tengo miedo de arder, ¿Has visto mis cicatrices? Algunas han sanado más rápido de lo normal, pero he descubierto a las malas que las quemaduras por el sol te desfiguran la piel. ¿Crees que le tengo miedo? ¿Miedo a morir?- Dijo ésto último en un gruñido que calmó -o eso intentó- apretando sus mandíbulas con fuerza, evitando el usar aquellos malditos dientes que dolían a rabiar en cuanto el hambre hacía estragos. No quería pero a la vez deseaba con todo el frenesí del mundo hundir sus colmillos en la fina piel de su cuello y así saborearla de un modo que haría ensombrecer el método de caza de cualquier depredador. Deseaba verla desarmada, débil, quería saber a qué sabrían sus labios y también quería sentir el calor de su piel desnuda, pero ella no era como una mujer cualquiera, ella parecía distinta y más apetecible en cualquier aspecto, no tan sólo por su belleza física sino por todo lo que transmitía con su tan sólo respirar.

Ella era valiente, demasiado, se había acercado a alguien que podría hacerla daño y aun así Orn no veía en sus ojos ningún vestigio de miedo ni supremacía. - Tu llegaste aquí... ¿Para qué?- Susurró, pero de nuevo la rabia acudía a él como oleadas, como si no pudiese evitarlo dada su condición. -¿Por qué ibas a ayudarme? - Golpeó la pared justo al lado de la cabeza de Amanda,  haciendo que toda la pared temblase y algunos trozos se desprendiesen de ella. - Mi ejército fué diezmado, no poseo familia, riquezas ni poder alguno así que dime, mujer, dime qué mejor opción hay que la luz del sol me haga arder en mil pedazos.- Dijo y pese a la fuerza que demostraba, se sentía abandonado, tirado como un perro a su suerte, como alguien que había perdido hasta las fuerzas por vivir aunque aquello no significaba que no fuese a morir luchando. Respeto y no temor era lo que la muerte representaba para él, aunque algo le decía, que ya había muerto hacía rato.
···


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Mensaje por Invitado Mar Jul 12, 2016 1:59 pm

¿Por qué lo molestaba? ¿Por qué me había recorrido más de medio mundo para acudir a la llamada de un ser que gritaba en agonía sin siquiera saberlo; yo, a quien la esclavitud le había borrado del alma la generosidad que en su día había conocido? Y, aún más importante: ¿qué me impedía irme y dejar que cumpliera su deseo, el de desaparecer en un abrazo a Apolo, montado éste en su carro de fuego? Tal vez la comprensión, la empatía, la certeza de que comprendía lo que estaba pasando por sus pensamientos porque lo había sentido parecido en dos ocasiones: la primera, cuando había sido arrancada de mi tribu; la segunda, cuando me habían transformado. Ignoraba por qué el espartano no me había abandonado a mi suerte tras darme el beso de la eternidad, igual que ignoraba por qué Ørn había sido tirado a su suerte, quizá con la creencia de que su fuerza física, que yo podía sentir de primera mano aprisionándose contra mi propio cuerpo, le bastaría para sobrevivir por sí mismo. Mi creador nunca había sido muy ducho en las emociones humanas, y hacía y deshacía a su antojo sin tener en cuenta que la soledad es una enfermedad que devora desde dentro y se agrava aún más si se tiene toda la eternidad para sentirla. El problema de Ørn, que había sido el mío hasta que había aprendido a valerme por mí misma, era que estaba solo y no tenía a nadie que lo pudiera ayudar, ni en esta vida ni, al parecer, en el final de la anterior; tales circunstancias justificaban su comportamiento conmigo, como una bestia que se sentía tan atraída por mí como yo por él. Ese fue el único motivo por el que no opuse resistencia cuando él me atrapó y me sujetó el rostro, aunque no pude evitar devolverle una iracunda mirada por la sumisión a la que me estaba obligando a recurrir y que parte de mí detestaba con la fuerza de todos los mares.

– Puedo responder a todas tus preguntas, si me dejas. Pero la primera que debo atender es la de qué te hicieron, y no hay forma de dulcificar la cruda realidad: te mataron. Dejaste de ser un mortal que necesita alimentarse y respirar, te sacaron la vida de una tajada y con cada gota de sangre que perdías ibas muriendo poco a poco, hasta que deberías haber dejado de existir. Pero no lo hiciste, porque te dieron de beber sangre ajena mezclada con la tuya y, por ello, te han maldecido a la vida eterna. – traté de explicárselo todo lo simplemente que pude, de forma suave, para que el conocimiento pudiera ayudarlo y no hundirlo en la miseria más absoluta. Por la forma en que sus manos continuaban apresándome, supuse que no lo había conseguido por completo, y requería su atención para continuar respondiendo a todo lo que él necesitaba aprehender antes de poder aprender cómo funcionaba su cuerpo tras la muerte. Por ello, decidí confiar en la fuerza del neófito que podía destrozarme en cada instante que pasábamos juntos y utilizar mis piernas para enredarme a él por la cintura y garantizarme, así, que al menos con su atención podría contar durante unos instantes. – Ahora ya no eres un humano. Hay muchas formas de llamar a lo que eres, pero la más extendida es vampiro, un demonio chupasangres que aparece por la noche... estoy segura de que no te suena tan disparatado esto que te estoy diciendo. Y en cuanto a por qué soy más fuerte, ¿realmente lo soy? Quien me tiene atrapada eres tú, y yo no puedo hacer mucho más que resistirlo, no ahora. Pero si lo he sido, es porque soy como tú, excepto porque soy en torno a un centenar de años mayor. – concluí, y liberé de nuevo mis manos para apoyarlas en su pecho, aún aferrada por completo a él.

Nos encontrábamos atrapados en una situación que yo ya había vivido hacía algo menos de un siglo, cuando el espartano me había transformado y, con tono impaciente, me había explicado qué era él y en qué me había convertido. Si bien gracias a su intervención había salvado la vida, lo cierto era que me había costado asimilar en qué me había transformado, y hacer las paces con la criatura en la que me había convertido fue un proceso largo y tedioso que aún volvía de cuando en cuando a dar algunos coletazos, para recordarme que no era humana y que ya nunca lo sería. Por ello, sabía que Ørn necesitaba paciencia, no rabia; comprensión, no indiferencia; Ørn necesitaba a alguien que pudiera enseñarle qué era lo que debía hacer para sobrevivir, y sobre todo por qué merecía la pena hacerlo. Y dado que su creador, el que compartíamos, no estaba dispuesto a adoptar ese rol, iba a ser yo la encargada de hacerlo, no por obligación, sino porque realmente deseaba ayudarlo y sacarlo de su Hades particular. – Tu creador, tu asesino, es el mismo que el mío, sólo que nosotros mantuvimos el contacto. Me dijo que aquí en el norte habría algo que me interesaría, y resulta que ese algo has sido tú. – fui sincera con él aunque no tenía por qué serlo, y estaba segura de que el bárbaro lo había notado. La voz no me tembló ni siquiera un instante, pese a que seguía siendo sujetada por él y probablemente siguiera molesto conmigo como estaba molesto con Pausanias, aunque ignorara su nombre y su identidad. Pero decidí arriesgarme, y no contenta con ello decidí continuar haciéndolo. – ¿Por qué no iba a ayudarte? He estado en tu situación, y si no hubiera recibido ayuda habría perecido. Yo no quiero que perezcas cuando tienes la oportunidad de vivir todo cuanto quieras, simplemente si tienes cuidado. En cuanto a por qué vivir... No tendrás nada de eso, pero me tienes a mí. ¿No dices que te fascino? Vive por mí, por disfrutar de mí, hasta que aprendas a disfrutar de lo demás. Hazlo, y te recompensaré. – me aventuré, y con una de mis largas uñas separé la mano de él para hacerme un corte en el cuello del que la sangre, profundamente roja, comenzó a manar, a una distancia tan escasa de él que no podría resistirse.

Perdón:
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Mensaje por Ørn Fridrikson Sáb Ago 20, 2016 12:53 pm

Live and let die.

···

Su gestoseguro, su férreo control de la situación pese a que llevaba las de perder, ella, que simplemente con su buena manera y palabras adornadas como si estuviera dándole no más que el pésame propio ante una muerte que no creía. Pero extrañamente entendió, cayendo en la cuenta de dónde se encontraba. Recordó la estocada que le daría una muerte agónica, pues él ni con la más fatal de las heridas se dejaría vencer con facilidad. De ahí que sobreviviese sobre el resto de su tropa que ahora yacía en el suelo de aquel lugar, ahora adornado con huesos y esquirlas de metal. Su propia mirada viraba entre sus ojos y sus labios, embelesado por la forma de narrar aquello que aunque fuese escabroso, parecía una historia contada por la propia vvoz de la experiencia, otorgándole un todo que amansaría a cualquier fiera que se intentase calmar;él, había caído tan fácilmente en sus redes que no era más que la curiosidad por ver de dónde provenía tal atracción sobrehumana. Quiso retarle, callarle la boca de un mordisco, crujir su fantástico cuello, pero ella no hacía más que debilitarle como si supiese cómo hacerlo, como si hubiese vivido cada segundo de su vida a su lado sabiendo cuáles eran sus debilidades. La forma en la que le rodeaba la cintura parecía defensiva, pero a la vez le tentaba en demasía dejarse llevar por el instinto que no fué otro que atacar su cuello al ver el rojo carmesí brotar de éste cual salvia de árbol cuando éste hacía lo propio por curarse. Orn apretó los labios en su contra y traicionandos u cordura los entreabrió para lamer la herida, saboreando de paso aquel líquido rojo que ahora tomaba como aceptando aquel contrato que se le proponía, sellándolo con sangre como los pactos más importantes de la historia.

Le besó el cuello como un amante con un deseo visceral, que hacía que sus manos inevitablemente desfilaran por las piernas ajenas, sintiendo ahora el tacto de su piel sde primera mano, como si aquel mero pensamiento de humanidad le hiciese alejarse irónicamente de la bestia que portaba consigo. Inconscientemente se apretó más contraella, soltando un gruñido que se hacía más fuerte en su pecho, separándose lo justo para poder dar un certero aunque descontrolado beso en sus labios, provocando un corte en el propio, juntando ambos sabores en su boca tanto como en la de aquella ya no tan extraña mujer.

- Jamás entenderé el motivo que me lleva a aceptar tus palabras con tanta credibilidad y confianza, porque nunca hasta el momento os conocí.- Dijo, aún con la voz rasgada y con la ansiedad aún latente en su respiración, que se aplacaba de tan sólo sentir la de ella. - Llámame loco, si, la tuteo, porque algo me dice que seremos mucho más cercanos de lo que ambos quisiéramos. Y te creo, aunque todo suene a una estúpida broma.- Sus palabras aún eran escasas, denotando su inexperiencia aunque su entrecejo diese a entender que la frustración era uno más de sus problemas. Quiso saber sobre su "creador" o como él lo llamaría: asesino; quiso saber el porqué de su llegada, el porqué de aceptar ayudarle cuando él no hacía más que entorpecer su labor, quiso saber porqué sus labios sabían de aquella forma, quiso saber de dónde provecía su lengua tan afilada como elegante y sus conocimientos tan estrictos y liberales como nunca había visto, quería saber más de aquellas historias porque era su voz la que le calmaba y le hacía entrar en razón, quería saber demasiadas cosas que tan sólo ella podría darle a conocer. Orn, para culminar, soltó el agarre con el que apresaba a aquella muchacha y se arrodilló como el hombre ante su reina, como la espada al guerrero, rendido completamente a sus pies de una forma que creía definitiva.

- Aceptaré su ayuda, a cambio os serviré hasta que la muerte definitiva llegue a mí, Amanda.-Dijo dándose por vencido en aquella batalla que sentía como perdida, aunque también auguraba un gran porvenir en aquel futuro tan incierto como largo que se le presentaba.
···

FDR: No te preocupes, discúlpame a mí por tardar.


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Mensaje por Invitado Lun Ago 29, 2016 2:34 pm

Con su beso, Ørn había decidido firmar el contrato no verbal cuyos términos estábamos discutiendo, aquel ofrecimiento aparentemente generoso y desinteresado por mi parte de ayudarlo a domar una naturaleza que le había sido impuesta contra su voluntad, de forma semejante a como me había sucedido a mí, si bien yo había podido ser entrenada y él había carecido de semejante oportunidad. Gustosamente, le devolví el contacto que él había iniciado y que mezclaba nuestras dos sangres para afianzar un acuerdo con algo mucho más fuerte que las palabras: nuestras propias esencias, que se mezclaban incluso en el contacto de sus manos por mis piernas, como aferrándose a quien se convertiría, probablemente, en su sire más allá de no ser quien lo había transformado en lo que era. Cada uno de sus gestos los respondí con otros semejantes, salvo aquel en el que hincó su rodilla en el suelo, frente a mí, y me rindió una pleitesía que no estaba obligándole a que sintiera, pero que mentiría si dijera que no resultaba, hasta cierto punto, un tanto deseable. Con la mirada fija en él, acaricié sus cabellos revueltos, la muestra del barbarismo para el pueblo que me había esclavizado pero algo tan familiar para mí que no pude por menos que aceptarlo como tal, como algo ante lo que no me podía negar nunca, de ninguna de las maneras. Tal vez por ello, por esa sensación de familiaridad, había llegado hasta el extremo de ofrecerle mi ayuda, por eso y por la curiosidad que mi creador había implantado en mí a través de sus cáusticas pistas con respecto a Ørn, cuya identidad, hasta entonces, desconocía. ¿Quién me habría dicho a mí, hacía un par de décadas, que terminaría en una situación semejante, arreglando un desastre que mi creador había decidido cometer con la indiferencia de un niño que arroja sus juguetes? Mejor dicho, ¿quién habría pensado entonces que me habría importado el bienestar de otro vampiro que ni siquiera conocía y que casi había intentado matarme...?

– Yo tampoco entiendo bien por qué quiero ayudarte siquiera. – confesé, y la sinceridad de mi tono se vio acompañada por una sonrisa de disculpa, tímida y en parte pícara, en la que era imposible no creer, amén de que no había motivo para pensar que mentía porque, de hacerlo, ni siquiera habría intentado ayudarlo en primer lugar. – Pero lo quiero hacer. Incorpórate, Ørn, no bromeo, y no requiero que seas mi siervo, lo fui durante demasiado tiempo para condenar a otro ser voluntariamente a que ocupe un escalafón tan bajo. – pedí, y le ofrecí mi mano para que se levantara y se alzara todo lo alto que era. Comparado conmigo, que tenía una altura incluso elevada respecto a los demás, parecía un auténtico gigante, y estaba segura de que cuando terminara con él terminarían adorándolo como a un dios, como al dios que probablemente mereciera ser. Con la mano libre, acaricié su mejilla, sonriendo de nuevo, aunque esta vez lo hice con cordialidad, y a continuación lo conduje fuera de las ruinas, en dirección hacia el bosque cercano donde sabía que estaban apostados los hombres que me habían acompañado. Fue un paseo largo y silencioso, y cuando llegamos cerca le hice un gesto para que no hiciera ningún ruido y me dejara actuar a mí, sin que su falta de control nos pusiera en peligro. Sólo entonces me solté de su agarre y me acerqué, sigilosa como un animal, hacia los dos hombres que habían formado parte de la partida que me había acompañado y que se habían quedado por el puro morbo. Con la sorpresa que me regalaba el silencio de saberme una depredadora y ellos mis víctimas, me acerqué por detrás y los até juntos, pese a los inútiles ruegos de ayuda que emitieron, entre gimoteos, cuando se dieron cuenta de que ya los había capturado. – Ørn. Ven, por favor. Lo primero que tienes que entender de ti, es que ahora no te alimentas de cereales ni de vino, sino de sangre. Y la sangre viene de humanos, de quienes la tienes que extraer. Ahora mismo tu sed no conoce límites, pero te debo pedir que te limites solamente a uno para poder enseñarte una pequeña lección. Te sugiero que vayas a por el cuello, pero siendo un guerrero, sabes perfectamente dónde sangra más un hombre. – expuse, con amabilidad, y me aparté para que él se diera un festín con uno de los dos hombres.
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Mensaje por Ørn Fridrikson Jue Oct 20, 2016 4:33 pm

···

Si algo había aprendido durante toda su vida era a no fiarse tan fácilmente de los demás, a hacer las cosas de modo que fuera totalmente imprevisible para cualquiera y a darlo todo en la batalla que se terciase. Esas cosas parecían derrumbarse ante su paso por ésta nueva etapa, una, que pese a lo grotesco de la situación parecía medio entender. Debía abrir la mente y eso era difícil para alguien que se guiaba por la pura fuerza bruta y que dejaba a un lado cualquier tipo de debilidad. Ahora, inevitablemente se debilitaba, ya que se sentía totalmente inexperto, aún con el cuerpo entumecido por culpa de su nuevo renacer, pero aquella nueva forma de ver la vida que se abría infinita ante sus ojos, se le antojaba demasiado encantadora, pese al dolor que había sufrido hacía escasos momentos.

Quiso  acallar su alegato, quiso hablar de lo destructivo que parecía ser el monstruo en el que se había convertido pero sus instintos ahora no le permitían pensar con tanta claridad como antes, en vida, sí lo hacía.

- Está bien.- Asintió ante su propuesta, como aceptando el reto. Los sentidos ahora eran distintos y pese a que ahora era otra su existencia, su esencia seguía perdurando sobre la del monstruo. Orn se acercó con una rapidez sobrehumana, torpemente, hacia el hombre a la izquierda, para luego robarle una de sus cuchillas y abrir de un tajo la piel que se suponía era la ingle. Miró a la mujer, con el ceño fruncido. La sangre le llamaba y se sentía doblegado a ella y eso le enfurecía, algo que no era nada bueno llegado el momento.

- El castigo lento es hacer que se desangre y que sufra mientras lo hace.- Dijo en referencia al tajo de su pierna, que no hacía más que dejar un gran charco a los pies de ambos hombres. Sin embargo, lo otro que hizo fué usar la misma cuchilla para rajar las ataduras al otro hombre y con un "corre" musitado, sin perder el hilo que conducía a la mirada de la mujer, como si pudiera entenderle con el gesto, lo dejó correr rumbo hacia la nada.

- Matar a un hombre sin que éste luche, sin que pueda defenderse, es de verdaderos cobardes.- Orn, acto seguido desapareció entre la espesura del bosque, saciando su apetito visceral, ese que le había permitido beber sangre casi sin contaminar. Tras ello volvió, dejando como prueba toda su barbilla manchada de aquel líquido vital para ambas especies, una por poseerla y otra por alimento.

- ¿Ésto es lo que soy ahora?- Dijo con gran enfado, pero a penas con un déje de súplica en su voz. - Tu estás muy lejos de parecer monstruo, enséñame a no serlo. ¡Te lo exijo, mujer!- Su enfado parecía no ser otra cosa que frustración ante lo que se había convertido. - Y recuerda, te serviré mientras exista, pero no lo confundas con ser un esclavo. Jamás de los jamases, adoptaré una postura similar a esa. - Él era pura contradicción, ya que su vida entera había girado en torno a luchar contra esclavi9zadores, pero sin embargo, había adoptado la postura que tanto odiaba, ante una mujer que en tan poco tiempo le había hecho cambiar de ideales, de vida y de existencia.

···


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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 2:58 pm

Durante un siglo, había tenido que educarme a mí misma, con la ocasional ayuda de mi irregular sire, compartido con el hombre que tenía delante, a eliminar las mismas dudas que sentía él y a convencerme de que asesinar humanos, si era por supervivencia, estaba bien. Me había costado un largo tiempo, y de hecho aún batallaba cada noche con ello, controlar y doblegar mi sed, que ante cualquier tímido resquicio que le permitiera porque bajaba la guardia y mi atención se desviaba, decidía atacarme, pillándome desprevenida. Muchos vampiros que había conocido durante este siglo me decían, en ocasiones, que seguía alimentándome como si fuera una neófita, y ¿quién era yo para negar algo tan evidente como que el hombre delante de mí se encontraba desesperado? Por si el dolor natural de verse convertido en un ser que bebe sangre por sobrevivir no fuera suficiente, él arrastraba la crueldad extraordinaria de mi sire, pues al haberlo abandonado éste, lo había convertido en no menos que un animal herido que solamente con tiempo, cuidado y atención se podía curar. Del mismo modo, no podía ignorar que Ørn era, ante todo, un orgulloso guerrero: si con sus palabras fieras y certeras no hubiera sido suficiente para darme cuenta, simplemente debía mirarlo a los ojos, a él y a su gesto fiero, incluso aunque acabara de matar a un hombre y se sintiera despreciable por ello. Cuando la fragilidad provenía de seres que no siquiera la incluían dentro de su vocabulario era precisamente cuando más necesaria era la ayuda, como la que yo estaba dispuesta a brindarle de la manera más desinteresada de la que había sido capaz en muchos, muchísimos años, probablemente más de los que era capaz de recordar.
– En cuanto empiezas, no puedes parar. En cuanto la primera gota se deposita en tu lengua, en tu piel, en tu nariz incluso, hay algo más fuerte de ti que te obliga a beberlo todo hasta no dejar nada. Debes parar cuando el corazón se detenga, Ørn, porque la sangre muerta es tóxica. – expliqué, y con cuidado, limpié la sangre de su barbilla.

Si bien él me había avisado de que no se convertiría en mi esclavo, no necesitaba especificarlo de forma tan explícita porque yo no iba a dominarlo ni a anular completamente su voluntad y su poder de tomar decisiones; simplemente pretendía ayudarlo. Dependía de él decidir si me escuchaba o no, igual que también tenía libertad para marcharse si así lo deseaba; suponía que no era el caso, pero la posibilidad existía.
– Llevo cerca de cien años batallando con esto, Ørn, por eso no parezco un monstruo. Y si bien no has visto cómo me alimento, puedo ser incluso más brutal que tú, aunque te parezca mentira. – repuse suavemente, encogiéndome de hombros, y acaricié sus cabellos a continuación, tratando de que comprendiera que no era posible controlarse por completo inmediatamente después de ser transformado. – Cuando se es neófito, se tarda tiempo en adaptarse. Todo es demasiado nuevo, y tú eres demasiado fuerte, muchas veces pecarás de orgulloso porque creerás que lo tienes todo controlado, cuando no es cierto. – continué, adecentando aún más sus ropajes, y dado que él ya había saciado un tanto su sed, decidí que sería buena opción agarrarlo de la mano y conducirlo de nuevo hacia la ciudad más próxima, donde debíamos refugiarnos de la luz del sol. – Sabrás que estás avanzando cuando sientas que puedes saciarte sin matar al humano. Es entonces cuando descubrirás que alimentarse puede ser algo sensual, y que los humanos lo disfrutan si no acabas con sus vidas. Para ellos, el mordisco es incluso placentero, igual que lo sería para ti si yo hiciera esto. – expuse, me detuve y, cuando él hizo lo propio, me giré para encararlo y lo besé en la boca para tener mejor acceso a su lengua, que mordí con cuidado, lamiendo y bebiendo de la sangre que se le iba derramando gota a gota e iba pasando a formar parte de mí, del mismo modo que su alma, a aquellas alturas, ya me iba perteneciendo poco a poco.
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Mensaje por Ørn Fridrikson Vie Ene 20, 2017 6:41 am

Definitivamente aquello se escapaba de cualquier razon humana, de cualquier cosa que hubiese podido ver o experimentar a lo largo de su existencia, mujeres, guerra, sangre y cenizas, todo ahora parecía elevarse a un nivel mucho más alto del que creía plausible en aquella vida que poseía en el pasado. Ella parecía como una llama que se negaba a seguir el mismo rumbo que el aceite, tan a su aire, tan etérea y a la vez tóxica, tan sublime, tan cerca de aquello a los que llamaban dioses pero a la vez tan cerca de esos demonios que parecía controlar todo como si de una deidad se tratase. Ella, podría ser bien una de las representaciones de los dioses nordicos, pero nada que ver como para encasillarla en un trono, sino como si ella fuese todos o ninguno a su vez. Quizás Orn ya que adoraba a los dioses nórdicos acababa de encontrar a su propia deidad, una que le estaba enseñando un camino que jamás se imaginó seguir. Pero ahora todo era distinto, así como su forma de comportarse que se debía ahora más impulsiva incluso que antes, siguiendo caminos que quizás antes no se hubiese molestado en explorar.
- No imagino cómo podría...- ¿No matar? Sus instintos iban en aumento hacia aquella mísera forma de su existir, pero ella, con aquel beso ya le estaba enseñando una parte importante de aquel proceso, de lo que hay que dejar fluir, de evitar los instintos, no eliminarlos sino transformarlos en otra cosa mucho más placentera. Ahí residía su pronta lección.
Las horas pasaron y el sol comenzó a salir, dejando un resquicio de luz que entraba por una de las columnas. Orn estaba aún en pié, sin signos de cansandio, aunque su cuerpo se encontrase fatigado al extremo, la cabeznoería que le caracterizaba le impedía cerrar los ojos cuando aún tenía miles de incógnitas que se amontonaban de forma enredada en su mente. Alcanzó la luz con los dedos, sintiendo el quemazón, ese que había sentido multiplicado por un millón cuando fué recién convertido, creyendo que aquello no era más que una enfermedad, sin imaginar que ahora ese sol que le había tostado la piel ahora era su principal enemigo.
- ¿Extrañas el sol?- Dijo, cuando empezó a imaginar la piel de la muchacha cuando en alguna otra época hubiese sido tan parecida a él como antes del suceso.
···


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Mensaje por Invitado Mar Ene 24, 2017 4:02 pm

El viaje a la ciudad fue tranquilo, o todo lo tranquilo que pudiera ser teniendo a un neófito recién transformado y apenas domesticado, aunque sospechaba que nadie podría jamás dominarlo por completo, a mi lado, aún tratando de comprender su naturaleza sin la ayuda de aquel que se la había dado. Era plenamente consciente de que la psique de nuestro común creador era un misterio, y por tanto no iba a desperdiciar mi tiempo intentando dilucidar los motivos por los que lo había abandonado, sobre todo porque muy probablemente no los hubiera; prefería, por el contrario, dedicarme a ayudar a la criatura que se encontraba a mi lado, y que, pese a no poder tildarse de indefensa, en cierto modo lo estaba. Así, cada uno con nuestros pensamientos, terminamos llegando a la ciudad más próxima, donde fuimos capaces de encontrar un alojamiento casi completamente protegido del sol, salvo una rendija a la que él no dudo en acercarse en cuanto Febo hizo acto de presencia en el firmamento. – Algunas veces… Pienso en cuando era humana, cuando me bañaba de sol y de aire fresco y puro, y lo añoro, pero porque añoro el tiempo en el que todo era más sencillo y el sol era parte de eso. También recuerdo bien mi último amanecer, aunque no exactamente el último, sino todos los anteriores a mi transformación desde que estuve presa de nuestro creador común. Para mí, todos los días podían ser el último, así que trataba de beber del amanecer y del anochecer tanto como pudiera, para al menos llevarme un buen recuerdo al Hades. – respondí, y con suavidad, acaricié su brazo por encima de donde le afectaba el sol para apartarlo de la dañina luz, que si bien no me afectaba en tan diminuta cantidad si me mantenía alejada, sabía que podría provocarme un daño irreparable, uno que prefería, de ser posible, evitarme todo cuanto pudiera.

– No tuve tiempo de despedirme, ni del sol ni de nadie. Cuando a mí me hicieron esto, me encontraba con mis amos en un retiro en la ciudad de Tesalónica, pensando que al estar alejados de Roma todo sería más seguro y los invasores no llegarían a nosotros. Pero lo hicieron, nos sacaron a todos de allí y a mí me apresaron y me mantuvieron prisionera hasta que nuestro creador decidió transformarme. No sé qué vio en mí, pero sí sé qué pudo ver en un guerrero como tú: lo mismo que he visto yo y que me ha orillado a ayudarte. – admití, subiendo la caricia desde su antebrazo hasta su hombro, y él, al notar el ascenso de mi mano, se giró hasta quedar frente a mí, alejado del sol como yo había querido, desde un principio, que estuviera. Una vez así, no pude evitar continuar acariciando su piel, desde los hombros hasta sus cabellos, en los que enredé los dedos con suavidad mientras le sonreía, de la forma más tranquilizadora que era capaz. Aún no comprendía qué estaba creciendo entre nosotros, pero sí que sabía que el vampiro que se encontraba delante de mí se convertiría en alguien importante, a menos que las circunstancias fueran demasiado crueles con nosotros dos a partir de ese momento. – No posees familia, tú mismo me lo has dicho antes. Tampoco posees riquezas, pero de eso me puedo encargar yo. ¿Hay alguien de quien quieras despedirte? Puedes hacerlo durante la noche próxima, pero deberás ser consciente de que no podrás volver a ver a ningún mortal, o empezarán a hacer preguntas, como por qué no envejeces, o por qué sólo vienes de noche, y con las preguntas, vendrán las persecuciones. Existen maneras de matarnos, y permanecer mucho tiempo despiertos es una de ellas. Deberíamos yacer hasta el anochecer, Ørn, y entonces ponernos en marcha de nuevo. – sugerí, plenamente consciente, no obstante, de que, dada nuestra posición, mi sugerencia podía ser placenteramente malinterpretada.
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