AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Desencuentros| Privado
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Desencuentros| Privado
Ya hacía semanas que Corinne había llegado a París. Ella que jamás antes pensó en encontrarse en aquella bella y gran ciudad, por lo que ahora todo lo que sus ojos veían la llenaban de gozo y alegría, siendo aquella misma radiante mañana uno de los días más madrugadores en que salió antes incluso que Beltrán despertara. Por norma general solía ser él, el licántropo que le había abierto las puertas de su hogar temporalmente quien despertaba primero y también el que debía despertarla. Sin embargo, esa mañana fue diferente, quizás porque era festivo o porque la noche anterior llegó tarde a la casa tras pasarse el día entero con sus herramientas y encargos pendientes, pero Beltrán no despertó y a la joven licantropa se le pasó la idea de sorprenderle con un desayuno, sin pensar en ningún momento en que se fuera a distraer tanto como en aquellos instantes lo estaba haciendo.
— Buenos días Madeimoselle. — La voz de un joven vendiendo barras de pan la sobresaltó y dejando de ver la parada de cuadros que admiraba se volvió con una dulce sonrisa negando en cuando el joven le quiso comprar el pan. Ya llevaba una barra de pan bajo el brazo que había comprado solo llegar a la ciudad. — Sois muy amable joven, pero no preciso más de una barra en el día de hoy. — Contestó excusándose anotando en su memoria que el siguiente día que fuera a la ciudad le compraría el pan a aquel joven que por el aspecto parecía pasar penuria.
El joven se alejó y con una sonrisa triste Corinne siguió hacia adelante sin idea de donde la llevaría aquella calle ni que haría de encontrarse perdida. Seguramente Beltrán al no verla regresar tras unas horas se preocuparía y la encontraría, como ya una vez hizo. No obstante, no deseaba dar más quebraderos de cabeza de los que seguramente con solo su presencia provocaba en la vida del licántropo por lo que se prometió llegar antes de que pudiese extrañarla. Aunque eso quisiera decir partir rápido de aquellas calles y perderse las sorpresas que seguro se perdería.
Suspiró mirando al cielo, viendo en el horizonte el mar que se encontraba tras esas concurridas calles y antes si quiera de darse la vuelta para emprender el viaje de retorno, un pequeño se cruzó ante ella a punto de arrojarla cuando fue detenido a tiempo por quien por los vocablos, debía de ser su padre.
— No por favor… no se preocupe. — Dijo inmediatamente dejando de sonreír al pequeño que la miraba para fijarse en el padre del mismo. —No lo aleccioné por mí... — Rogó—. Es solo un niño y en esa edad es normal hacer de estas tonterías tu patio de juegos. Además por suerte, no ha habido ningún incidente.
La luz del sol incidía directamente sobre sus ojos y a pesar de que se le hacía conocido aquel rostro no fue hasta que su vista se tornó más clara y que él preguntó por ella, que a su mente acudió el nombre de aquel joven que una vez conoció y con quien hizo buenas migas. Jean fue su primer amigo y también su primer amor y desamor. Siempre lo mantuvo en secreto por eso, así que de ello él jamás supo nada, ni lo sabría. De aquello ya habían pasado muchas primaveras y ambos jóvenes habían cambiado irremediablemente al paso del tiempo y sus estragos.
— ¿Jean? —Preguntó más sonando a una afirmación. Corinne le miró a los ojos y en sus labios se esbozó una gran sonrisa. — Ha pasado muchos años y ¡Mírate! A pesar de los años sigo viendo en ti a ese joven niño que conocí hace tantos inviernos atrás. ¿Qué hacéis por París? Siempre os creí ocupado y conociendo otras tierras. — La sonrisa en sus labios permaneció a medida de que su curiosidad crecía y al pensar en familia, en su esposa, su mirada fue rápidamente al pequeño con quien se había topado. — Es… ¿Vuestro hijo, verdad?
A ella en un pasado le hubiera gustado que en vez de Candidose, Jean se hubiese desposado con ella y haber así podido darle aquellos hijos que tanto él quería. Aquel había sido su secreto y la tristeza que había también mantenido en la soledad de su vida hasta hace algunos años que aprendió a convivir con ello y a olvidarlo. Y ahora así como los misterios de la vida, él volvía a estar frente a ella, hecho un hombre con una familia y sueños cumplidos, y ella en cambio con miles de sueños rotos, sin familia y un futuro maldecido por la luna que coronaba los cielos.
— Buenos días Madeimoselle. — La voz de un joven vendiendo barras de pan la sobresaltó y dejando de ver la parada de cuadros que admiraba se volvió con una dulce sonrisa negando en cuando el joven le quiso comprar el pan. Ya llevaba una barra de pan bajo el brazo que había comprado solo llegar a la ciudad. — Sois muy amable joven, pero no preciso más de una barra en el día de hoy. — Contestó excusándose anotando en su memoria que el siguiente día que fuera a la ciudad le compraría el pan a aquel joven que por el aspecto parecía pasar penuria.
El joven se alejó y con una sonrisa triste Corinne siguió hacia adelante sin idea de donde la llevaría aquella calle ni que haría de encontrarse perdida. Seguramente Beltrán al no verla regresar tras unas horas se preocuparía y la encontraría, como ya una vez hizo. No obstante, no deseaba dar más quebraderos de cabeza de los que seguramente con solo su presencia provocaba en la vida del licántropo por lo que se prometió llegar antes de que pudiese extrañarla. Aunque eso quisiera decir partir rápido de aquellas calles y perderse las sorpresas que seguro se perdería.
Suspiró mirando al cielo, viendo en el horizonte el mar que se encontraba tras esas concurridas calles y antes si quiera de darse la vuelta para emprender el viaje de retorno, un pequeño se cruzó ante ella a punto de arrojarla cuando fue detenido a tiempo por quien por los vocablos, debía de ser su padre.
— No por favor… no se preocupe. — Dijo inmediatamente dejando de sonreír al pequeño que la miraba para fijarse en el padre del mismo. —No lo aleccioné por mí... — Rogó—. Es solo un niño y en esa edad es normal hacer de estas tonterías tu patio de juegos. Además por suerte, no ha habido ningún incidente.
La luz del sol incidía directamente sobre sus ojos y a pesar de que se le hacía conocido aquel rostro no fue hasta que su vista se tornó más clara y que él preguntó por ella, que a su mente acudió el nombre de aquel joven que una vez conoció y con quien hizo buenas migas. Jean fue su primer amigo y también su primer amor y desamor. Siempre lo mantuvo en secreto por eso, así que de ello él jamás supo nada, ni lo sabría. De aquello ya habían pasado muchas primaveras y ambos jóvenes habían cambiado irremediablemente al paso del tiempo y sus estragos.
— ¿Jean? —Preguntó más sonando a una afirmación. Corinne le miró a los ojos y en sus labios se esbozó una gran sonrisa. — Ha pasado muchos años y ¡Mírate! A pesar de los años sigo viendo en ti a ese joven niño que conocí hace tantos inviernos atrás. ¿Qué hacéis por París? Siempre os creí ocupado y conociendo otras tierras. — La sonrisa en sus labios permaneció a medida de que su curiosidad crecía y al pensar en familia, en su esposa, su mirada fue rápidamente al pequeño con quien se había topado. — Es… ¿Vuestro hijo, verdad?
A ella en un pasado le hubiera gustado que en vez de Candidose, Jean se hubiese desposado con ella y haber así podido darle aquellos hijos que tanto él quería. Aquel había sido su secreto y la tristeza que había también mantenido en la soledad de su vida hasta hace algunos años que aprendió a convivir con ello y a olvidarlo. Y ahora así como los misterios de la vida, él volvía a estar frente a ella, hecho un hombre con una familia y sueños cumplidos, y ella en cambio con miles de sueños rotos, sin familia y un futuro maldecido por la luna que coronaba los cielos.
Corinne Strasse- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/08/2013
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